Prólogo: Amanece, que no es poco

— Zeref —

Se despertó de un sobresalto tras una noche movida. Sentía malestar en el cuerpo, una arcada le recorrió la garganta y a punto estuvo de expulsar hasta el demonio que vivía en sus entrañas por la boca. Podría ser un día especial, pero lo cierto es que sólo era un despertar más. La vida en caos. Aquel podía ser el título perfecto de una obra sobre su vida, en su mente visionaba a los actores de Hollywood interpretando los papeles entusiasmados, como si su historia albergara una profundidad propia de los bohemios del siglo XIX que tanto atraían a los modernitos actuales. Aguantó la risa en silencio ante tales ocurrencias. Él, Zeref, un desgraciado perdido, siendo alguien tan importante para dedicarle una obra teatral en su memoria.

Intentó visualizar algo mientras sus ojos se adaptaron a la oscuridad de las altas horas de la madrugada, con tal de ubicarse y recordar dónde se hallaba. Lanzó la mano en busca de una pista que le llevara a reconocer su alrededor, quedó impactado cuando sus dedos palparon el contorno de un pecho femenino al desnudo. Giró el rostro en busca de su dueña sorprendido, se preguntó confuso si había mantenido relaciones sexuales en las últimas horas, pues viniendo de él, cualquier cosa era posible.

Dimaria.

Casi se atragantó de risa al contemplarla, con a penas un fino tanga cubriéndole, la chica yacía toda desparramada extendida en el colchón que habituaba a tener tirado en el suelo, con la baba cayéndole por la comisura del labio inferior y su cabello rubio teñido alborotado. Junto a ellos, a parte de una gran cantidad de latas de cerveza y colillas acumuladas en el cenicero, se encontraba uno de sus compañeros de piso. Estudiante de robótica y excéntrico como el sólo, Wahl, los acompaña dormido en el suelo a medio vestir. Sólo cuando observó su propio pecho, descubrió su cuasi desnudez. De no ser por los casi cuarenta grados de una calurosa noche de verano y porque Dimaria no les tocaría ni con un palo; por un momento, se le pasó por la cabeza la posibilidad de que los tres se hubieran marcado un ménage à trois. Pero, entonces recordó que Wahl era un misántropo asexual exclusivamente interesado en las maquinitas y que Dimaria deslizaba su lengua por la entrepierna de más mujeres de las que era capaz de contar.

Trató de levantarse del suelo, tambaleándose, le faltó poco para tropezar con «una muy dulce bella durmiente». Remarcó lo de bella dentro de su sien, puesto que realmente la chica poco tenía de dulce y algo bueno tenía que comentar de su grupo de amigos. Sentía que a pesar de mantenerme en pie, no podía emprender ni un sólo paso. Quizás en el fondo, seguía un poco borracho. Achicó los ojos, concentrando la vista en la pequeña y desordenada habitación en busca de su camisa. No le apetecía estar presente cuando aquel par se despertara, lo distraerían de nuevo y debía evitar problemas.

Rebuscando en la oscuridad, se cuestionó cuánto tiempo permaneció ausente. «¿Llevo una noche o dos de fiesta?», meditó torciendo la comisura del labio en un intento de sinuosa sonrisa. «Mi tío y mi hermano van a cortarme los huevos y hacer tortilla con ellos si no vuelvo pronto.» Escuchó un ruido, perfectamente audible debido al silencio sepulcral que se respiraba en el ambiente y se giró curioso en busca de su origen. Procedía del baño, estaba seguro de que no había ningún inquilino más aquella semana, por lo que, o había transcurrido más tiempo del pensado fuera de casa o les acompañaba algún invitado. Se asomó desde la puerta, distinguiendo la sombra de una mujer de marcadas curvas y larga cabellera.

—¿Ahora además de ser un deshecho humano te gusta espiar jovencitas?

Dimaria le observaba desde el colchón, incorporándose y sentándose en éste, se colocó una camiseta de tirantes blanca que a penas le cubría la desnudez, comenzó a buscar en las colillas restos aprovechables para liarse un pitillo. Era una costumbre muy propia de ella, que Zeref descubrió el primer día que se conocieron. Dimaria la apuradora, siempre reciclaba cualquier cosa con obsesión, afirmando su capacidad de dominar el tiempo de los objetos porque aquello que tocaba duraba más entre sus manos. En realidad, era una manera absurda de afirmar su escasa economía y su fácil adaptación a ésta. No eran más que los delirios de poder de una chica con serios problemas de interpretación de la realidad. O eso era lo que muchas veces el azabache le comentaba sarcástico.

Él le sonrió, alternando la mirada entre los ágiles dedos de ella liando el cigarrillo; y la chica que trasteaba dentro del aseo. Cuando la puerta del baño se abrió, la muchacha se asustó al toparse con Zeref. Sus ojos color miel se agacharon evitando el contacto visual con él, sacudió una mano con timidez despidiéndose de la rubia y se marchó apurada sin mediar palabra.

—¿Recuerdas al menos el nombre de ésta? —le pregunto curioso. Dimaria meditó la respuesta unos segundos.

—Ahmmm... Juraría que empieza por K... —la incertidumbre provocó una risa sonora en el joven, despertando un rugido del somnoliento de Walh— ¡No te rías, cerdo! —le lanzó una lata de cerveza vacía— Es sólo una hetero curiosa más, se alejara del ambiente en dos días o...

—Volverá en busca de más —acabó la frase que tanto conocía de memoria.

Zeref anunció su partida, su amiga le ofreció el cigarro que acababa de liar, pero la oferta fue declinada. Su estómago era una bomba de relojería que en cualquier momento estallaría embriagando a todo aquel que se viera salpicado por sus vísceras. Salió por la puerta, bajó los tres pisos a pie porque el edificio era demasiado antiguo para tener ascensor y salió hacia el exterior.

El cielo estaba teñido de negro, aunque las pinceladas de luz no tardarían en brotar. Al contrario que muchos mortales, él detestaba los rayos de sol acribillando su piel. La noche era su guarida, las estrellas, las únicas confidentes que no juzgaban los designios de su caótica mente y la luna, la cuna que le daba cobijo. Odiaba vivir de día y los colores que el sol dibujaba en el mundo, los sentía vacíos, superficiales, percibía que todo aquello que le rodeaba no era más que una masa de mentiras que intentaban adornarse con paisajes recargados de falsa alegría.

Prefería moverse como una sombra, ser un vampiro, un demonio o uno de esos monstruos que se esconden bajo la cama para martirizar a los pequeños. Lo único que le importaba era seguir permaneciendo en la noche.

Quizás, porque su último día aconteció bajo el sol.

Rió con amargura, las palabras que le susurraba su cerebro le sonaban demasiado a las típicas historietas de no-muertos. Pero, al fin y al cabo, eso es lo que era después de morir y renacer.

Re-na-cer

Repitió las sílabas para sus adentros, una y otra vez, como si al hacerlo se volvieran un bloque duro de cemento que cayera sobre sus hombros revelando la verdad. No había resurgido de sus cenizas cual ave fénix, sólo lo fingía de cara a sus allegados. Realmente, nunca había dejado de estar muerto, razón de más para acudir a la noche buscando supervivencia. Una mera contradicción que formaba parte de las múltiples paradojas que martirizaban sus pensamientos diarios.

Noche, caos y destrucción. Eran el oxígeno que lo mantenía en pie e impedía que se quitara la vida.

Perdido en sus reflexiones, atravesó los suburbios de la ciudad hasta llegar a las puertas de su bloque de pisos. Con sus gruesos ladrillos rojos sin esmaltar, formaban parte de un entramado de edificios bajo protección civil, asequibles para familias de escasos recursos que, como la suya, sobrevivían a base de trabajos precarios y explotación laboral. No era el barrio con el que los matrimonios felices sueñan cuando tejen su futuro, los índices de criminalidad y las malas influencias era la norma de la calle. Casi todos los niños crecían bajo las raíces de familias disfuncionales, el fracaso escolar era una realidad inminente y los pocos que prosperaban en el campo académico lo hacían a través de becas o ganándose su propio dinero. Cualquiera pensaría que el barrio era el peor infierno donde podías caer, pero formaba parte de su historia y de algún modo, sentía cierto apego hacía aquel lugar.

Tras dejar el ascensor, abrió la puerta intentando hacer el menor ruido posible para no atraer la atención de su familia. Dentro, creyó recobrar su estado de embriaguez cuando su trasero chocó bruscamente contra el suelo. En realidad, el motivo de su caída fue el puñetazo que su tío Igneel asestó contra su mejilla derecha. Éste, le miraba con sus oscuros ojos resplandecientes como llamas, mostrando un enfado incontrolado. Antes de que Zeref pudiera rechistar, su hermano Natsu se le acercó, suponiendo que acudía en su auxilio, extendió su mano para que lo ayudara a levantarse. Entonces, el pelirrosado le golpeó con fuerza en la otra mejilla.

—¡¿Se puede saber qué cojones os ha dado?! —Zeref se sujetaba la cara para calmar el dolor, mientras trataba de ponerse en pie. En esta ocasión, su tío colaboró con él, una vez erguido lo estampó contra la pared y agarró con ira el cuello de la camisa del azabache.

—¿Desapareces dos putos días y aún tienes los huevos de preguntar? —lo fulminaba con tanta rabia que pensó que iba a prenderle fuego con la mirada.— ¡¿Dónde has estado?! ¡¿Has consumido algo?! ¡Responde, joder! —lo zarandeó tan encolerizado que Natsu tuvo que interceder y calmarle.

—Viejo no te pases... —colocó una mano sobre el hombro de su tío y éste se suavizó un poco, consciente de su descontrol, soltó a su sobrino.

No era la primera vez que Zeref conocía la cólera de su tío. Por lo general, era un hombre amante del humor, hiperactivo, un tanto simple y carente de cultura, pero afable y buena persona al fin y al cabo. Disfrutaba disputando con su amigo de la infancia, Metalicana, comportándose a menudo como un par de inmaduros. Pero, Igneel había llegado a su límite con el comportamiento de Zeref, el moreno rebelde despertó su faceta más violenta. Igneel respiró agitado, su cabello rosado enmarañado denotaba su nerviosismo, pues tenía la manía de sacudirse la melena cuando se impacientaba. Caminaba alterado dando círculos en la entrada de la casa, merodeando a sus sobrinos. Natsu posaba los ojos en su hermano con seriedad y Zeref dejaba la vista perdida en sus zapatos.

—Os he criado. —comentó abatido el hombre— Sin tener ni zorra de cómo educar a unos niños. Matándome cada día para que no os faltara de nada, para que tuvierais un futuro mejor que este barrio de mierda. —golpeó la pared con rabia— ¡Por mi hermana! Porque sois sus hijos y no tenéis otro lugar a donde ir. —sacudió su pecho con la palma de su mano— Seguramente, no he sido el mejor padre para vosotros. Yo nunca imaginé que acabaría dedicando la mitad de mi vida a cuidaros, pero sois mis sobrinos. Y juro por la tumba de mi difunta hermana que haré todo cuanto esté en mis manos para que salgáis adelante, aunque para eso tenga que partirte la cara. —la amenaza fue acompañada con un dedo índice de Igneel apuntando al mayor de sus sobrinos. Se dirigió hacia Natsu con voz más calmada tras desahogarse— Llama a Erza y avísale de que no es necesaria la orden de búsqueda. Vayamos a la cocina, prepararé alguna infusión para relajarnos.

—Viejo, son casi las seis de la mañana y hoy libraba. Como la despierte, es capaz de presentarse y derribar la puerta de una patada.

Igneel bufó, la informarla más tarde. Se encaminó hacia la cocina seguido de sus sobrinos y los instó a sentarse en los taburetes.

—¿No vas a decir nada? —le preguntó con frialdad, ante el silencio de Zeref, su tío prosiguió mientras preparaba unas infusiones de valeriana— Creo que lo correcto sería que mandáramos analizar tu orina para quedarme tranquilo. —sacó uno de los botes del armario que el médico le cedió y lo colocó sobre la mesa. El joven rió con sorna.

—No pienso mear en eso.

—Es mi medio para conocer la verdad. —deslizó el bote por la mesa hasta plantarlo en el extremo donde se encontraba Zeref.

—No puedes obligarme, hace años que dejé atrás la minoría de edad. —colocó las manos detrás de su cabeza, despreocupado, a modo de provocación. Igneel apoyó las suyas sobre la mesa y se arrimó hasta casi tocarlo.

—¿Pretendes retarme? —se dirigió a su sobrino menor— Natsu, llama a Metalicana. Tu hermanito no tendrá los cojones de desafiarnos a ambos. Pienso obligarte a mear en el bote aunque tenga que sacártela a la fuerza.

—Emmm... viejo, te recuerdo que son las seis de la mañana... —mencionó Natsu desorientado. Zeref acentuó la sonrisa de sus labios, la estrategia de su tío se le antojaba como un juego cada vez más absurdo.

—¿En serio crees qué ese viejo cascarrabias va a intimidarme? —comentó burlón— Hagamos un trato, te cuento donde he estado, no vuelvo a hacerlo y quedamos en paz. ¿Te hace?

Igneel lo miró de tal manera que parecía que iba a volver a golpearle con todas sus fuerzas. Respiró hondo, pues si se dejaba arrastrar por la ira temía acabar matándole a golpes. Le costaba horrores aplacar su impulsividad y meditar sus actos, pero la experiencia de los años jugaba un poco a su favor. Abrió la boca, pero la voz de Natsu los sorprendió:

—Cuando mamá murió en el accidente de tráfico pensé que nada podía destrozarme tanto como su pérdida. —se negó a mirar a su hermano, con la visión centrada en las lineas que dibujaba la madera de la mesa— Entonces, acabaste en el hospital, descubriendo que un infierno peor era posible. —alzó sus ojos, atravesando con ellos a su hermano— Deja de hacer el gilipollas, Zeref.

El moreno mutó la expresión de su rostro. Su cínica sonrisa desapareció, sustituida por un gesto serio. Si algo mantenía su cordura en vilo, era precisamente el amor que profesaba por su hermano. Las circunstancias los había separado en los últimos tiempos, pero Natsu siempre sería su máxima debilidad, aquel que abofeteaba su arrogancia hasta transportarlo a la realidad aunque fuera de manera efímera.

Tras las palabras del pelirrosado, una pequeña oleada de calma redujo la tensión de la sala. Más sereno, Zeref recuperó pequeños fragmentos de los últimos días. Su cerebro se compuso de recuerdos variados: música, luces intermitentes, mujeres bonitas, conciertos de rock alternativo, litros de alcohol y drogas blandas. Las imágenes se fusionaban, su cronología era difusa y cuestionaba la veracidad de algunas. Recobró la estampa del desquiciado de Wahl danzando a su alrededor con una máscara de simio al estilo steampunk, a Brandish mordisqueándole el lóbulo de la oreja, incluso rememoró la sensación extraña de tener a Dimaria devorando los labios de una chica prácticamente sobre él, apretujados en el coche de un colega. Todo aquello no era más que una milésima parte de lo vivido, la mayoría de sus recuerdos nunca volverían. Se marcharon junto al alcohol por el agujero del retrete cuando tiró de la cadena del olvido. No obstante, los pocos momentos recuperados le aportaban una idea de su ubicación.

—El grupo de Dimaria tocaba en una fiesta universitaria como preámbulo del inicio de las clases. Creo... creo que eso fue ayer, no estoy seguro. El día de antes, seguramente me quedaría en su casa tomando algunas birras —Igneel lo escrutó con la mirada y Zeref suspiró— y.. puede que algo más.

—Gracias por contarlo. —los ojos de su tío mostraban decepción— Pero, como puedes imaginar. No tengo pruebas que lo demuestren para creerte.

—Es verdad, —saltó el menor de los Dragneel en defensa de su hermano, Igneel se giró hacia él sorprendido— Gajeel llevó a Juvia a la fiesta para que se despejara y conociera el ambiente universitario. Lisanna y yo también íbamos a ir pero...

—¡¿Has vuelto con Lis, canijo?! —su tío cambió su semblante serio por una sonrisa emotiva.

—Emmmh.. yo no.. —intentó corregirlo, pero Igneel divagaba alegremente sin escuchar a su sobrino sobre lo mucho que disfrutaba de la presencia de la pequeña de los Strauss en su familia, así que Natsu desistió en su intento.

Zeref se deslumbró. No tanto por la supuesta reconciliación de su hermano con su ex, puesto que intuía que debía de tratarse de un asunto meramente amistoso a pesar del entusiasmo manifestado por su tío. Lo que verdaderamente lo inquietaba era el regreso de Juvia, especialmente por su intención de retomar sus sueños e iniciar la carrera. El moreno sonrió pensativo, feliz por Juvia, pues aquello sólo podía significar una cosa: que la chica comenzaba a salir del pozo en el que se había ahogado tiempo atrás.

Igneel reparó su compostura y adquirió de nuevo su tono autoritario para dirigirse al azabache.

—Voy a esforzarme por creerte por esta vez. Aunque, pase por alto este incidente y te dé otra oportunidad, debes comprender que mi paciencia, —miró a Natsu— nuestra paciencia tiene un límite. Sé que tu mente no funciona... como el resto, pero por eso mismo tienes que apoyarte en los que te quieren y dejarte ayudar. —retiró el bote de la orina de la vista del joven— No es necesario utilizarlo, sé de sobras que has recaído. No te lo diré más, Zeref. Tienes una vida por delante, un hermano al que dar ejemplo y una carrera por terminar. Vuelve a matricularte en la universidad, céntrate, busca un oficio y renace. De lo contrario... me temo que no me quedará más opción que ingresarte a la fuerza.

El moreno asintió y desvió la mirada hacia la ventana desde donde se proyectaban los rayos del sol. Natsu se despidió y se encaminó a la cama para descansar donde Happy lo esperaba hecho un obillo. Igneel también quiso aprovechar las pocas horas que le quedaban antes de irse a la fábrica, observó a su sobrino con tristeza. Tenía el mismo rostro que cuando no era más que un niño, con facciones suaves muy similares a las de su hermana pequeña. «Katie... ¿qué harías tú en mi lugar?...», reflexionó dolorido al tiempo que abandonaba la estancia.

Re-na-cer

De nuevo, su tío había repetido las palabras que más le torturaban. ¿Era posible devolver a la vida aquello que nacía muerto? Él estaba roto, desde siempre. La luz del sol avanzaba, comiéndose mayor terreno de la mesa a cada minuto que pasaba. Lo odiaba. Al igual que la estúpida frase que su tío reiteraba cada vez que algo les hundía. Inconsciente, y como para convencerse, la recitó en voz alta.

—Amanece, que no es poco...

— Mavis —

Se había convertido en sus propios latidos, ya no tenía piel, ni huesos que le pesaran. Sólo latidos sonando en un espacio vacío. El tiempo corría, se derretía a su lado como las pinceladas de Dalí en sus relojes blandos, convirtiéndola en la nada.

La extrañaba.

Como se añora un lugar cuando estás lejos de casa y no sabes cuándo volverás, ni tan si quiera si pisarás el suelo que te vio crecer de nuevo.

Lloraba, intensamente lloraba.

Lloraba hasta que las lágrimas ya no eran saladas, sino que se componían de ácido que le quemaban la cara. Los ojos hinchados, las mejillas ahogadas en su propio mar y los temblorosos labios dibujando una mueca de dolor.

Se acurrucaba en su lado de la cama donde tiempo atrás compartieron sueños, proyectos, susurros y sonrisas. Las carcajadas se esfumaban en el recuerdo, ahora que entre las sábanas sólo quedaba el silencio.

Quería ser hechicera, obtener poderes mágicos de la noche a la mañana, tomar el tiempo atrás y salvarla, tal y como hacían los héroes de los cómics que de vez en cuando leía para alejarse de su realidad.

Mas, sus deseos trazaban una mancha borrosa que se desvanecía en la laguna de su mente, llamada ahora Estigia.

El horror la obligaba a convencerse de que no era más que una pesadilla.

Los deseos eran mentira.

Los sueños eran mentira.

Sus recuerdos eran mentira.

Su vida era una mentira.

Porque ella era una mentira.

Y jamás volvería.

Esa era la única verdad absoluta, que por mucho que lo deseara... Ella nunca regresaría.

Se la arrebataron sin avisar, la arrancaron de su camino sin permitirle una mísera despedida. Quería desvanecerse y como en su sueño volverse nada, pero no podía...

No, cuando le prometió que siempre sobreviviría...

Pi-pi-pi-pi pi-pi-pi-pi

Un día más, la alarma le acribillaba los sesos y la sacaba de su letargo, abriendo los ojos más cansada que el día anterior, como si despertara tras meses invernando en una cueva cual osezno.

Y volvía a suceder.

De nuevo, le atrapaba aquel sueño en el que su alma se desprendía de su cuerpo y rememoraba aquel suceso. La torturaba, imaginaba su propia ansiedad escondida en un rincón de aquella sala, preparada para lanzarse a su cuello y degollarla con sus recuerdos. La situación era tan crítica que en más de una ocasión pensó en su mente como una fuerza independiente de su ser, obsesionada por maltratarla rememorando aquel incidente. Se sentía frustrada, había intentado por todos los medios extirpar los remordimientos, dejar de culparse y seguir adelante.

«Porque te lo debo. Sí, Zera. Te debo vivir por la vida que a ti te robaron.»

Sacudió su cabeza, apartando los pensamientos dañinos. Comprobó la hora en el teléfono, eran las cinco de la madrugada, debía prepararse y cruzar la ciudad entera en metro para acudir al trabajo. No podía llegar tarde, a penas llevaba unos días como personal de limpieza en la empresa y no debía perder el puesto. Ya arrastraba todo un año sabático. Siempre fue una muchacha ahorrativa, acostumbrada a una vida humilde, se mantenía con lo justo para vivir. Pero al encontrarse en el paro, su bolsillo empezaba a deteriorarse. Estaba convencida de que el trabajo le ayudaría a despejar la mente y recuperar su anterior estilo de vida. Además, aunque nunca se lo comentaban, sus compañeros de piso empezaban a tener problemas para llegar a fin de mes y no soportaba ser una carga para ellos. Necesitaba sentirse útil y pagarles las deudas a sus amigos, en especial aquellas que no tenían precio por toda la paciencia y cariño que le trasmitieron desde...

Posó sus manos sobre su frente, apartando unos mechones de su dorada cabellera, recordándose la importancia de olvidar aquel tema.

Visualizó su imagen en el espejo, portaba un uniforme azul de camisa y pantalón de tela, su larga melena se alzaba en una coleta alta, impropia de alguien acostumbrada a dejar al viento su cabellera de oro. En el reflejo, a penas reconocía a la chica que la miraba con aquellos ojos decaídos tan faltos de vida. Antes de salir de la habitación, la palabra perdedora se dibujaba en su mente recordando de inmediato la razón por la cual ya no se contemplaba en los espejos.

Al pasar por delante de la cocina, pegó un pequeño bocado de las sobras de la cena, no sin antes asomarse a la salita alentada por el brillo de una tenue luz originada por el televisor. Tirado en el sofá, su amigo y compañero de piso Yuri reposaba con el mando en la mano y media pierna colgando por el borde, el rubio debía de haberse dormido tras acabar el turno de trabajo de madrugada. Mavis se aproximó con cautela, posó un beso fraternal en la mejilla del chico y se marchó de casa. No lo vería, pero estaba convencida de que Yuri había trazado una sonrisa inconsciente en su rostro, y el mero hecho de aportarle bienestar aunque fuera en sueños aligeraba su carga. Lo conocía desde hacía varios años, al igual que al resto de los chicos, juntos configuraron una pequeña y atípica familia donde no concebía una vida sin ellos. «Tampoco entendías un mundo sin Zera y sin embargo...», le dijo la voz dañina de su interior antes de acallarla por completo.

Sin darse cuenta, se encontraba justo a la entrada del metro. Al bajar las escaleras, se topó con un par de indigentes tan ebrios que ni se cercioraron de la presencia de la rubia, apresurada por el terror que le incitaba deambular antes de la salida del sol, recargó el billete y bajó al andén. El marcador dictaba la llegada del metro en tres minutos, respiró y contó los segundos que faltaban con la intención de dejar la mente en blanco.

«Un, dos, tres, cuatro...»

•••

El nombre de su nueva empresa aparecía en diversas pancartas repartidas por los núcleos más concurridos de la ciudad, en sus carteles se leía la más conocida de las frases de la compañía:

Tómate un descanso, contrata a Fairy Clean, y deja que el polvo de las hadas haga el trabajo duro.

Mavis no dejaba de pensar lo estúpida y malsonante que era aquella frase, cualquiera hubiera pensado que se trataba de otro tipo de negocio. Si fuera la Mavis del pasado, se hubiera reído del eslogan a escondidas de sus superiores con alguno de sus nuevos compañeros. Pero, la nueva Mavis no recordaba lo que era divertirse y sólo se centraba en convertirse en una trabajadora eficiente. Desde que empezó su contrato, cada día aparecía a las seis y media de la mañana con el uniforme impoluto y los materiales de limpieza en la mano.

Al igual que los días anteriores, esperaba la llegada de su superior, quien acostumbraba a arribar con unos minutos de retraso. Éste le informaría del establecimiento que les tocaría adecentar, puesto que la empresa trabajaba como una entidad independiente que era contratada por diversas compañías o particulares.

En ese momento, un treintañero que portaba una escoba entre sus manos se dirigía hacia su encuentro, tenía el cabello de un rubio ceniza, una barba de un par de días y una chapita sobre su pecho donde se leía Max. Era uno de los encargados de instruir a los nuevos empleados, quien ese mismo día se responsabilizaría del equipo donde se ubicaba Mavis para acudir a una mansión a limpiar los destrozos que una fiesta de universitarios causó la noche anterior. A pesar de las extravagancias del joven, su incesante discurso de las leyes del limpiador apasionado y su enfermiza adoración por su instrumento de trabajo, lo cierto es que la muchacha pasó una velada laboral amena donde el tiempo cedió ligero sin desviar su atención hacia sus tormentosos recuerdos.

•••

Después de un año de letargo, el agotamiento pesaba en el frágil cuerpo de la rubia, desacostumbrada a la actividad física continuada. De vuelta a la sede de la empresa, emprendió la rutina de bajar hasta la boca del metro para dirigirse hasta su casa, no sin antes despedirse de Max con un simple adiós, mientras el aludido sacudía la mano alegremente, desconociendo que tiempo atrás la propia Mavis tendía a saludar y despedirse con la misma efusividad. Su sequedad propició el apodo de la Silenciosa, convirtiendo a la chica vivaracha que se comía el mundo en una mera espectadora del escenario que la envolvía. Nunca jamás sería la Mavis jovial que sus amigos conocían, ahora era la Mavis callada, la Mavis triste, la Mavis muerta.

Una vez dentro del metro, alcanzó un asiento libre donde poder reposar sus piernas, hecho casi inaudible a principios de setiembre, justo cuando los estudiantes y trabajadores regresaban a la rutina. Si los retrasos no se acentuaban como acostumbraba a suceder, podría estar a eso de las seis de la tarde bajo el chorro de la ducha.

Conforme se sucedieron las paradas, la gente se aglutinó a su alrededor. Por un momento, sintió que iba a estallar. Su pecho la golpeaba con fuerza a través de incipientes pinchazos, le temblaban las piernas y le sudaban las manos. Prácticamente, no había salido de su habitación en un año, a duras penas se paseaba por la casa y mucho menos merodeaba por la calle a solas. Y sentirse rodeada de desconocidos que la acechaban incrementaba su ansiedad a pasos agigantados.

Con el pulso tembloroso, se colocó los auriculares y buscó con su pulgar alguna canción que le trasmitiera calma tal y como la psicóloga le había recomendado. El lago de los cisnes, de Tchaikovsky, fluyó desde sus oídos, cual honda expansiva rodeó su cuerpo hasta protegerla con una coraza invisible. Por alguna extraña razón, la melodía del compositor ruso siempre suscitaba una sensación reconfortante en ella y la aislaba de todo mal como si fuera una especie de amuleto wiccano. Influíia por la ausencia de palabras de la música clásica, logró evadirse de la realidad hasta quedarse dormida...

¡Mierda!

El cansancio la entregó a un sueño tan profundo que acabó pasándose su parada, para cuando abrió los ojos se encontraba a dos de la suya. Salió disparada en cuanto llegó al siguiente destino, para regresar a casa era necesario realizar un transbordo con el que tardaría lo mismo que si tomaba el camino a pie. Ni el metro, ni la calle le aportaban bienestar, pero puestos a elegir, se decantó por sentir un poco de aire fresco en la cara antes que seguir aguantando la sensación claustrofóbica que le despertaba el transporte público.

En el trayecto, la intranquilidad la azotó de nuevo al cruzar por un grupo de jóvenes alcoholizados armando barullo en la periferia de una plaza. Se encogió, mostrándose más pequeña de lo que ya de por sí era y suplicó en sus adentros que su apariencia de eterna adolescente no aclamara la atención del grupo. Aceleró su paso tanto como sus cortas piernas le permitieron y volvió a colocarse los auriculares para tranquilizarse antes de dejarse arrastrar por un ataque de nervios.

Tras el pequeño incidente en su viaje, a apenas diez minutos de su casa, experimentó la calma mucho antes de poder acariciar la suavidad de las sábanas y la comodidad de su mullida cama, casi saboreando la seguridad del hogar.

La tranquilidad al fin la abrazaba, hasta que de reojo lo vio.

O más bien, la llamó.

Incitándola a mirarle, reclamando su atención para que acudiese hasta él y así poder golpearla con su crueldad hasta desgarrar cada centímetro de su piel. Se hallaba debajo de papeles que mostraban ofertas de trabajo que olían a estafa, cursos de maquillaje para adolescentes y anuncios publicitarios variados. Se escondía entre la normalidad para martirizarla desde las sombras, fingiendo no ser más que un papel usado y viejo caído en el olvido. Mas, ella jamás olvidaría el tiempo que dedicó en repartir cada uno de aquellos carteles del infierno...

Se ahogaba.

Rompió a llorar hasta dolerle, atrayendo la mirada de los transeúntes que la observaban. Ya no le importaban las miradas ociosas pegadas a su nuca, ni el miedo a ser asaltada. Estaba sola, no podía verles, no había nadie a su alrededor.

No había nadie más en el mundo.

Sólo la existencia de un cartel que la torturaba sin cesar.

Con la respiración agitada y al borde de un ataque de ansiedad, se acercó hasta la pared desde donde la observaba y comenzó a arrancar con desespero los anuncios que adornaban su martirio. Tal y como aquella hoja maldita le exigía, la liberó por completo, arrancando un grito desgarrador desde el centro de su alma

Con ojos vidriosos, rememoró el último año ante el cartel que acabó por destruirla.

Desaparecida:

Zera Vermillion, 21 años.

Cabello castaño y largo, ojos verde oliva, 1'53 cm, complexión delgada.

Vista por última vez a la salida de la cafetería Fairy's coffe al finalizar su turno el 7 de agosto de 2015 en la ciudad de Magnolia, vestida con unos tejanos, una camiseta de manga corta negra y el delantal oficial de dicha cafetería.

Se ruega contactar inmediatamente con la policía si conoce alguna pista de su ubicación.

•••

Solían encontrarse en aquel tramo del camino los días que coincidían en horario, realizando el trayecto de vuelta a casa juntos. Eran bastante distintos en personalidad y pensamiento, pero eso no les impidió desarrollar una leal amistad con el paso de los años. Mantenían ese tipo de relación en las que no siempre era necesario hablar, en ocasiones podían gozar del silencio como mero acompañante de su camino. Aunque, aquel no era el caso.

Hacía días que toda la casa se volcaba en un único objetivo que los unía como nunca: la reinserción de Mavis en la sociedad, después de aquel largo año de ermitaña, tal y como Warrod se habituaba a decir para quitar hierro al asunto. No era una tarea sencilla, tuvieron que canalizar las energías y gran parte de su tiempo en lograr que la chica recuperara cierta estabilidad mental, pero finalmente alcanzaron parte de su objetivo y Mavis emprendió un nuevo proyecto de vida aceptando el trabajo en la empresa de limpieza que Yuri buscó para ella.

En realidad, la pérdida de Zera fue un duro golpe para todos, cada uno afrontó el duelo de un modo diferente, superándolo como medianamente podían. Muchas fueron las noches en vela que pasaron conversando Yuri y Warrod de los buenos tiempos, mientras Precht enfocaba su frustración descargando adrenalina en las clases de boxeo. El grupo de amigos emprendió un duro viaje para superar la tragedia. A excepción de Mavis, quien se encerró en sí misma sintiéndose culpable de lo sucedido y cayó en una profunda depresión.

Ya habían perdido a una amiga, no permitirían perder a otra por el camino.

Tragándose su dolor, Yuri, Precht y Warrod unieron fuerzas para sacar de la desolación a la rubia en una intensa batalla contra sus demonios. Antepusieron el bienestar de la más joven del grupo al suyo propio. Era lo mínimo que podína hacer por ella, pues fue la propia Mavis el nexo de unión en sus vidas. Extrañaban la luz de la muchacha alegre que un día se cruzó en sus caminos originando su pequeña familia.

No importaban las recaídas, jamás se rendirían.

Definitivamente, Mavis iba a ser salvada.

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La encontraron sollozando tirada en el suelo, agazapada como una niña pequeña, con un papel viejo entre su pecho como quien se aferra a un peluche de la infancia. A Warrod se le quebró el alma en mil pedazos al verla en aquel estado.

—¡Mavis! —se arrodilló hasta ella y acarició su cabello suavemente, buscando algún tipo de reacción.— Mavis, pequeña. Dinos algo. —tenía la mirada perdida, Warrod se dirigió hacia su amigo con preocupación— ¿Qué deberíamos hacer Precht? —acercó su mano al cartel para intentar quitárselo.

—No... —musitó con desespero la chica, aferrándose más a aquel trozo de papel amarillento.

No tenía opción. Dejarla caer de nuevo en aquel bucle de sufrimiento carecía de sentido, ya habían pasado por aquello y no estaba dispuesto a tolerarlo. Con todo el dolor de su corazón, Precht la agarró de los brazos alzándola sin dificultad. Warrod, acongojado, posó sus manos sobre la espalda de la chica, preparado por si perdía el equilibrio. Precht la sujetó de los hombros con decisión, parecía un gigante sometiendo a una niña, buscó sus ojos esperando una respuesta y le habló con determinación.

—Dámelo, Mavis. —por unos segundos ni se inmutó, pero pronto negó con la cabeza y lo sujetó con fuerza. Precht acentuó su tono serio— No vamos a retroceder después de todos los progresos. Dámelo o te lo quitaré a la fuerza.

—¡Precht! —reclamó Warrod enojado.

—¡No podemos seguir sustentándola! Debe de asumir lo sucedido y avanzar, hacerse fuerte y abandonar esta dependencia. No puede quedarse congelada en el tiempo y tirar por la borda sus sueños, su vida, sus amigos.. ¡Todo, joder! —cuando Warrod iba a reprocharle, la frágil voz de la chica les interrumpió.

—Yo... no... puedo.. seguir. —hablaba sin mirarles a los ojos, con sus esferas esmeraldas fijas en un punto muerto en el horizonte.— Zera... Zera está...

—¡Zera está muerta y no eres la única que sufre su pérdida! —gritó descontrolado el rubio.

Por primera vez en su encuentro, Mavis clavó la mirada en él a través de sus lágrimas, consciente de todo cuanto le rodeaba. Sus amigos estaban abatidos, eran guerreros cansados de batallar en una guerra perdida. Al igual que ella, mostraban unas ojeras bajo sus párpados y el peso de ambos había menguado. Warrod presentaba una barba mal cuidada que contrastaba con el aspecto de hippie elegante que le agradaba tener, la piel de Precht estaba mucho más pálida de lo habitual y se dibujaban unas pequeñas lineas de expresión antes ausentes. Seguramente, Yuri también manifestaba un aspecto demacrado. Y aún con todo, la vida de sus amigos se centraba exclusivamente en ella.

Era injusta. Precht no mentía. Permaneció tan anclada en sus demonios, que no fue capaz de percibir la enorme carga de sus amigos. Incluso entonces, Warrod acariciaba con ternura su espalda buscando reconfortarla y Precht se tragaba las lágrimas que aún no había derramado.

Por ella.

Se sintió egoísta por no apreciar el regalo que la vida le brindaba. Zera había muerto, pero a su alrededor, el mundo seguía. Sus amigos vivían y ella les había dado la espalda retraída en su tormento, obviando el desgaste emocional de los seres que quería.

Algo hizo clic en su mente.

Algo que la incitaba a renacer de una vez por todas. No sería inmediato, más bien era un proceso extenso y complicado con posibles recaídas. Sin embargo, no estaba sola. Su familia velaba por ella y ya era hora de corresponderles como era debido.

Sus manos temblorosas reaccionaron y entregaron a Precht la hoja que la atormentaba.

Al hacerlo, los recuerdos navegaron por su memoria con fugacidad, contemplando las imágenes de su vida en tercera persona como si de una película se tratase.

Vislumbró a Zera con el vestido amarillo que portaba la primera vez que llegó al centro de menores, por aquel entonces Mavis llevaba tanto tiempo dentro que no concebía una vida diferente. La de castaña cabellera provenía de una familia adinerada sin parientes dispuestos a encargarse de la niña, tras perder a sus padres su personalidad se ensombreció y mantuvo una actitud despectiva hacia su nuevo hogar. Por contra, Mavis no conocía a sus progenitores, llevaba en aquel centro desde que tenía uso de razón. Al principio chocaron, sus personalidades eran totalmente contrarias, pero con el tiempo, construyeron una gran relación fraternal. A pesar de que continuamente las separaban en diversas casas de acogida, siempre hallaban el modo de reencontrarse y volver al centro. Si era necesario, se las ingeniaban para crear el caos dentro de las familias que las acogían para que, hastiados, las trajeran de vuelta a su verdadero hogar. Porque Zera siempre se lo decía..

Hogar no es el techo que nos cubre, sino aquel donde nuestros corazones se unen. Prométeme que siempre estaremos juntas, Mavis.

Y el tiempo no quebró su hermosa amistad. Al cumplir la mayoría de edad, ambas huérfanas acudieron al registro civil de la capital para solicitar un apellido común. Vermillion, el sobre nombre de una heroína que ambas crearon en el cuento de hadas que escribían en conjunto desde que eran pequeñas. Nadie más conocía aquel detalle, se juraron que sería su secreto mejor guardado.

Emprendieron una nueva etapa donde aprendieron a ganarse la vida sobreviviendo con pequeños trabajos temporales. La primera vez que alquilaron un pequeño piso, únicamente contaban con cocina, habitación y baño. En sus primeros días, tuvieron que permanecer en un colchón tirado en el suelo sin sábanas ni mantas. Aunque, nada de eso les importaba. Eran jóvenes, contaban con infinidad de sueños que variaban a medida que descubrían algo nuevo del mundo. Eran almas libres que se dejaban mover por el viento.

En uno de los trabajos más estables de la rubia, entabló amistad con uno de los cocineros principales. Yuri sólo tenía 19 años, pero su destreza en la cocina le permitió ganarse la confianza de aquel bar de poca monta donde su talento culinario pasaba desapercibido para su desagradable jefe. Él y Mavis encajaron al momento, ella era la camarera que más horas cargaba en el negocio, mientras que Yuri sostenía la economía del local gracias a sus manos de oro. Pasaban mucho tiempo juntos, conversando y haciendo bromas sobre su superior que sólo ellos comprendían. Empezó a cogerle cariño al chico, aunque no fue hasta tiempo después de ser despedido por encararse hacia su jefe en defensa de Mavis, cuando pudo considerarlo un amigo por completo.

Al poco, ella también fue despedida.

En lugar de deprimirse, salió con Zera a celebrarlo a uno de los locales más populares del momento. La noche transcurrió entre risas y bailes, hasta que unos tipos comenzaron a acosarlas. La casualidad quiso que Yuri se encontrara en aquel lugar y fingiendo ser el novio de Mavis, ahuyentó a los tipejos. Tras su reencuentro, la chica le presentó a su amiga y los tres continuaron con la fiesta hasta la madrugada. El agotamiento hizo mella en sus cuerpos a pesar de la vitalidad de la juventud, el joven se ofreció a dejarles dormir en su casa, pues vivía a dos manzanas del local. Impulsadas por la embriaguez de la noche, ambas accedieron sin pensar.

Lo que más le sorprendió a Mavis al entrar por la puerta, fue el desgaste de las paredes y la ausencia casi total de muebles en su apartamento. Una mesita y dos sillones eran los únicos de la sala principal. Sentada sobre uno de ellos, una mujer de aspecto enfermizo dormía con lo que a Mavis le pareció un bote de pastillas entre sus dedos.

—No os asustéis, es mi madre. —Yuri les sonrió nervioso, se acercó hasta ella y la palpó con ternura.— Eh, —susurró con una débil voz— dormilona. A la cama, aquí te joderás la espalda.

La mujer remugó, musitó algo indescifrable y entre abrió los ojos adormilada. Sonrió a su hijo como si fuera una niña cargada de ilusión que visita por primera vez el mar y se dejó sujetar por sus fuertes brazos. El rubio la llevó hasta la cama, portada como si fuera un bebé. Al pasar por el lado de las jóvenes, ni si quiera atisbó su presencia, aunque Mavis sí corroboró su acusada delgadez.

Cuando regresó, las acompañó hacia su habitación. Una estancia pequeña sin ventanas que contaba con una cama individual, les entregó una camiseta y pantalones de verano que ya no usaba para que las chicas lo emplearan como pijama y les deseó las buenas noches. No fue hasta que despertaron bien entrada la tarde, que descubrieron que la casa no tenía más habitaciones por lo que el chico había dormido en el sillón donde se encontraron a su madre. Las recibió con una bandeja de comida y con una sonrisa divertida, les dijo algo que provocó la carcajada general y que Mavis nunca olvidaría.

—Cuando mis amigos sepan que he dejado dormir a dos chicas en mi cama sin compartirla con ellas, me llamarán de todo menos hombre. Lo que desconocen esos idiotas es que lo mejor de despertarse con dos bellas damas no es la satisfacción de acostarte con ellas, sino ver esas mejillas gordotas mientras os zampáis los manjares que he preparado. Es muy enriquecedor ver a los demás disfrutando con mi comida. Bueno eso y —pellizco una de las mejillas de la rubia— ver los chorretones de rímel desperdigados por vuestras caritas de payaso.

Ambas le tiraron una bola de arroz en la cara y forcejearon durante un rato entre bromas. Desde aquel día, se definieron como el trío terremoto, por la energía que impulsaban allí donde acudían y comenzaron a quedar a menudo hasta casi vivir los unos en casa de otros.

Tras el incidente de los acosadores, Mavis aprovechó una oferta donde se ofrecía un cursillo de defensa personal en uno de los gimnasios del barrio. El primer día, los nervios le comían por dentro y no cesaron cuando un hombre robusto que le doblaba la altura se presentó como el profesor. Sus ojos grises intimidaban a las participantes, fríos como el hielo competían con el pálido rubio de su corto cabello. Su impactante presencia desencadenó el paulatino abandono de las integrantes del cursillo, pero Mavis no desistió en su empeño. Para su sorpresa, a pesar de la seriedad y distancia que mostraba el chico, logró indagar en su interior hasta hacerse un hueco en él. Gracias a lo cual, descubrió que en realidad sólo tenía cinco años más que ella, a pesar de que su aspecto no parecía el de un chico de veintitrés años. La rubia siempre contaba con el don de llegar al corazón de las personas y acabó eclipsando al siempre impasible Precht. Finalizado el curso, Mavis fue la única alumna que aguantó hasta sus últimos días, ganando mucho más que un diploma y el reconocimiento de su entrenador. Aquel día, desarmó un pedazo de la armadura de Precht arrastrándolo hasta su peculiar grupo de amigos.

El caso de Warrod fue distinto. A diferencia del resto, él provenía de una familia de académicos expertos en diversos campos. Científicos, filólogos, ingenieros, humanistas... palabras que se atragantaron en la garganta del moreno durante gran parte de su existencia. Siempre viviendo bajo la sombra de otros y con la presión de mantener el listón, acabó declinándose por la carrera de biología siendo uno de las mejores dentro de su promoción para orgullo de sus padres. Por aquel entonces, su sonrisa no era más que una caricatura vacía que carecía de valor. Harto de escuchar los planes que sus progenitores construían sin su consentimiento, deshizo las cuerdas que frenaban su libertad y se marchó de casa dejando una nota de despedida.

Juntó todos sus ahorros, guardó sus objetos personales en una mochila y se dirigió hacia ningún lugar en concreto. El destino quiso que sus pies lo arrastraran hasta la ciudad de Magnolia, donde participó activamente en las manifestaciones que se realizaron en el 2012 en contra de las peleas de perros que se producían bajo consentimiento implícito de las autoridades de la ciudad. La agresión de un grupo de radicales provocó una trifulca entre la policía local y los manifestantes, propiciando una estampida de personas. La tensión incrementó su miedo cuando se encontró aprisionado entre una multitud nerviosa, pero la luz lo eclipsó cuando una joven de ondas doradas sujetó su mano cual ángel impidiendo su caída y le invitó a seguirla junto a su grupo de amigos por algunos callejones hasta alejarse de la multitud.

Warrod permaneció escondido con aquellos desconocidos y otros participantes de la manifestación en una especie de local abandonado, hasta que se calmaron los humos en el exterior. Anonadado, los observaba curioso y embelesado, nunca había tenido un trato tan íntimo con ninguno de sus amigos de la universidad. Aquel grupo parecía conocerse en profundidad, cuando los miraba no encontraba a un grupo de jóvenes cualquiera, sino a una familia.

Supo de inmediato que aquel era el lugar que siempre había anhelado.

El tiempo pasó y se afianzaron sus relaciones. Compartieron pasado, experiencias e inquietudes, se llenaron de momentos de felicidad y gozo. Aunque, también funcionaron como paño de lágrimas y consuelo del otro.

El día que la madre de Yuri falleció, sólo ellos acudieron al entierro de la tierna mujer que se había ganado el corazón de los presentes. Reunieron dinero para ofrecerle una ceremonia lo más digna posible y calmaron las heridas del joven. Al poco tiempo, tomaron la decisión de alquilar un piso entre todos para vigilar a su amigo de cerca y evitar su tristeza. Con la economía más o menos estabilizada, lentamente fueron construyendo los cimientos de un hogar, decorando sus paredes con fotos de recuerdos, pintando los muebles que encontraban por la calle, compraban en rastros o adquirían en gangas, con colores llamativos para molestar a Precht, cosiendo telas con retales hippies para los almohadones de la cama de las chicas o improvisando lámparas hechas a mano siguiendo los pasos de algún vídeo de youtube. Su casa se llenó de vida durante los dos años que la personalizaron hasta hacerla suya. Aquellos cimientos, fueron testigo de las vivencias del grupo de amigos, sus amores, sus decepciones, sus ilusiones, sus sueños quedaban impregnados en el ambiente.

Las paredes de la casa se cargaron de recuerdos dichosos hasta que Zera desapareció...

Ajenos a las miradas de la gente, los tres amigos se fundían en un intenso abrazo en medio de la calle. Mavis se hundía en el pecho de Precht empapando con su desgarrador llanto la camisa, éste los rodeaba con un brazo a ambos estrechándoles contra su torso, su otra mano sujetaba con rabia el odioso papel con la foto de su amiga.

Aún no había sucedido.

Precht había contenido su dolor hasta el punto de no llorar su muerte todavía. Lo evitó cuando Zera no regresó a casa aquella noche, también cuando tras una semana, las autoridades anunciaron su desaparición, ni si quiera aparecieron las lágrimas cuando los meses transcurrieron y contempló el deterioro de sus seres queridos.

Tampoco lo hizo el día que la policía les llamó para confirmar su identidad en un cadáver similar a su descripción. Como en la ironía que siempre apreciaba en las películas, aquella tarde de la primavera pasada llovía a raudales. Juntos, se dirigieron hasta el depósito de cadáveres donde les esperaban. Realizaron el camino en silencio, ninguna palabra tenía el poder de apaciguar sus nervios. Warrod y Yuri esperaban agotados en el pasillo, sobre ellos, Mavis yacía adormilada, tras la ingesta de tranquilizantes que le administraron en el cuerpo, mientras Warrod acariciaba su cabello y Yuri apretaba su mano aterrorizado. La misión de entrar a reconocer el cadáver recayó en Precht.

No pudo llorar.

La realidad lo golpeó con crueldad cuando vislumbró el pequeño cuerpo maltratado de su querida amiga. Su piel desnuda mostraba quemaduras, cortes profundos y moratones en zonas localizadas. Su rostro estaba impecable. Era ella. Su Zera. La muchacha que había robado su corazón a cada detalle que conocía de su ser. Nunca fue capaz de confesarle lo mucho que esperaba a la noche para compartir aquellas charlas filosóficas hasta la madrugada. Él no tenía nada que ofrecerle, se sentía un viejo horrendo a pesar de sacarle a penas unos cinco años, mientras que ella era el hada de sus sueños. Deseaba tornar el tiempo atrás para sacar el valor que mostraba en el boxeo y admitirle su amor. Se castigaba por no haber sido capaz de protegerla, y maldecía al monstruo capaz de arrebatarle las alas a un hada.

Mas, no pudo llorar.

Exigía equivocarse, que aquel cuerpo que contemplaba no fuera el suyo. No podía serlo, él había soñado muchas veces con acariciar los rincones de aquella suave piel y aprender con ella a sentir y complacer a una mujer. Hubiera dado la vida entera por hacer desaparecer las marcas que destrozaban su castigada anatomía, por borrar de aquel cuerpo inerte los restos de la tortura a la que fue sometida.

Y aún entonces, con todo el dolor asfixiándole por dentro. No pudo llorar.

Después de un agónico año, las lágrimas de Precht al fin afloraron bañando el cuero cabelluro de Mavis. Lo hicieron en silencio, para no alentar a sus amigos, mientras apretaba los dientes con fuerza hasta dañarse la mandíbula. No obstante, sus allegados no pudieron ignorar la tensión de su cuerpo y supieron de inmediato que Precht estaba expulsando el veneno que lo consumía por dentro. Oculta entre la camisa del chico, Mavis dibujó una sonrisa de alivio. Apretó la mano de Warrod, que se posaba sobre su tripa y agradeció al destino contar con aquella maravillosa familia.

—Para nosotros aún amanece, que no es poco. Regresemos a casa, chicos.

N/A:

¡Hola! Tengo varias cosas que decir y no sé por dónde empezar xD Este fic va a ser multipairing y long fic, así que los personajes y sus respectivas historias se introducirán poco a poco. Aunque, este capítulo ha sido duro, el fic no va a tratar sólo de drama aunque sí tendrá un fuerte componente dramático. Lo cierto es que tengo mis razones, puesto que muchas de las historias de los personajes son en realidad un homenaje a varias personas de mi vida; así como algunas formarán parte de experiencias personales y obviamente, también hay ficción. Por lo que se podría decir que este fic es en realidad una historia de la vida, la juventud y la superación. Muchos de los personajes en el relato están rotos, y acabarán recomponiéndose gracias a la amistad y el amor. Así que también podría decirse que el fic gira entorno a estas dos bellas emociones.

Como en la vida misma, algunas de las parejas estarán consolidadas en el inicio de la historia, otras aún no se han conocido, mientras que otras puede que mantengan relaciones previas con otros personajes antes de encontrar a su media naranja, por lo que no os asusteis :P Lo único que puedo adelantar es que mis OTP (Gale, Zervis, Gruvia, Jerza y Lami) no sufrirán del crack pairing definitivo, y sí, remarco definitivo porque como bien he dicho, puede que algunos personajes tengan relaciones en el transcurso de la historia antes de acabar con su pareja ideal. Aunque, en cuanto a otros personajes SÍ habrá un poco de crack pairing, así queda avisado xD

Los temas son adultos, habrá lenguaje esplícito, violencia, sexo etc Por lo que si sois sensibles, mejor no continuar xD

Y repito, no va a haber sólo drama, ya que la idea que quiero plasmar en este fic no es que la vida es un drama, sino que para toda situación hay esperanza. Y con ayuda y afán de superación se puede conseguir todo en esta vida, así que por muy duros que sean los temas, lo más importante de la esencia del fic será el mensaje de que hay que salir adelante :)

Por último, tengo que añadir que este es uno de los mayores retos como intento de escritora, puesto que siento que tengo en mis manos la vida de muchas de las personas que me han marcado —para bien o para mal— y espero poder trasmitir una pequeña esencia de sus recuerdos en los personajes.

Espero agradaros y recordar *activa modo madre* ¡drogas caca, beber mejor cuando se es adulto y con moderación! No toméis a Zeref como ejemplo xDD