Un sentimiento para el que no encuentra ningún nombre adecuado se apodera de su alma. Pensar que no es un sentimiento que se pueda mitigar con comida o con algo tan insignificante como lo es acariciar a un gato lo enfada en exceso.

Y aun así, sin saber el nombre para aquellas molestas emociones, decide permanecer al lado del causante de éstas.

Decide protegerlo [aunque sabe de sobra que puede protegerse sólo] decide escucharlo, apoyarlo, decide quererlo.

¿Cómo puede ser tan débil? La verdad siempre ha estado en frente de sus ojos, en frente de su adolorida alma, de sus cansinos pasos.

Y pese a que le teme tanto al amor, no puede renunciar a él, al parecer. Porque es inevitable, enamorarse de Midoriya Izuku es realmente inevitable.

Y aun así Shinsō se siente feliz. No puede explicar por qué, tal vez se debe a que experimentar nuevos sentimientos alimenta su curiosidad nata, sólo... Sólo le hace feliz. Y si le hace feliz, entonces está bien.

Una vez, las manos de Midoriya y las suyas se unieron. Fue en una gélida noche de invierno, en su quinta cita. Ya no eran roces tímidos, ni roces temerosos. Sus manos estaban unidas firmemente.

Sintió una calidez inexplicable, sus manos encajaban tan bien, que eso le hizo preguntarse si tal vez, ámbos estaban hechos el uno para el otro.

Y se sintió un idiota al descubrirse pensando tal ridiculez.

Porque no existe algo como el uno para el otro. No existe algo como empezar de jóvenes y terminar de ancianos. Sabe que algún día la relación que él mantiene con el más bajo va a romperse, que algún día van a terminar odiándose, que algún día van a reclamarse las razones por las cuales decidieron dar por finalizado su íntimo vínculo, que algún día Midoriya le reclamará todo lo que él hizo mal y viceversa.

Y teme que ése día llegue, porque no soportaría verse abandonado de esa manera tan atroz, ni tampoco soportaría ver el rostro de su amado bañado en lágrimas.

¡Oh, sería tan infeliz, tan desdichado, tan indigno!

—Hitoshi…

Shinsō lo observa. Su cabello ligeramente revuelto y su rostro recién despierto hace que por algunos segundos se olvide de sus horribles pensamientos pesimistas.

—¿Qué sucede, Izuku? —pregunta, acomodándose en la cómoda cama que ambos comparten desde hace dos años.

El rostro de Shinsō se ve diferente, y Midoriya se alerta, sabe que algo anda mal.

—¿En qué piensas? —interroga, observándolo con reclamo, aunque muy en el fondo sabe lo que atormenta al mayor.

—No te agradaría saber. —es sincero, como siempre. Habla en silencio, cerrando sus ojos, dejando que su mano juegue con los verdosos cabellos que posee Izuku —Es sólo que… ¿por qué estás conmigo? Todo éste tiempo… ¿todo éste tiempo no te ha servido como demostración?

—¿Demostración de qué?

—De que no soy romántico. No se me dan bien las palabras y aún me avergüenzo cuando te beso en público.

—No puedes decirme eso mientras acaricias mi cabello, Hitoshi. —contesta, a la vez que eleva sus comisuras y una suave risa escapa de sus labios.

—¿Quieres que deje de hacerlo?

—No.

—Está bien.

El felino que ambos poseen se sube repentinamente a la cama. Ronronea con felicidad al sentir que sus dueños están despiertos y pueden acariciarlo.

—No puedes decirme qué sentir, ¿de acuerdo? Cuando te veo un sinfín de emociones explotan por todo mi cuerpo y mi alma se siente en paz. Basta con escuchar tu voz para que yo esté tranquilo, basta con que acaricies mi cabello para saber que realmente estoy enamorado de ti.

Y entonces, Shinsō comprende. ¿Por qué pensar en algo tan horrible como en un futuro incierto y atroz cuando tiene a Midoriya a su lado?

—Te quiero. —dice, intentando que todos sus sentimientos lleguen al contrario.

—Yo también.

Y al parecer, lo ha conseguido.