Pareja: Kai&Takao

Advertencia: Lemon

"Pensamientos"

–Diálogos.

CUPIDO

–Kaily Hiwatari–

En la ciudad de Tokio, un matrimonio discutía sin parar en el parque.

–¿Por qué siempre tenemos que llegar tarde? –se quejaba una chica pelirroja, de pelo largo, ojos color negro, alta, de buen ver.

–¡Si no te empeñaras en tirarte quince horas frente al espejo, seríamos muy puntuales! –le reprochaba un chico alto, guapo, ojos azules y cabello del mismo color.

–¡No es mi culpa! ¡Además, si tú te plancharas tu ropa y te la escogieras, nada de esto pasaría!

–¡Oh, claro! ¡Ahora voy a ser yo el causante de tu tardanza, Salima!

–Tardaría menos si no tuviese que hacer tus cosas –se excusó.

Los arbustos de alrededor se movían. La punta de una afilada flecha asomaba entre las hojas.

–El tiempo que te tiras mirándote en el espejo es innecesario –le hizo ver el chico.

–¿Y qué me dices del que te tiras tú tumbando en el sofá? –le reprochó la chica, cruzándose de brazos en un tono no tan alto.

Unos ojos color carmesí miraban atentos la escena, apuntando hacia ese hombre con su flecha, con mucha precisión–. Búscala en tu interior –le susurró una voz a la flecha.

–No es verdad –fue la respuesta interrumpida del chico–...¡Ay! –gritó sobándose el brazo al sentir un gran pinchazo.

–Kane, ¿estás bien? ¿Qué te pasa? –preguntó preocupada la chica acercándose más a él, viendo cómo éste se sobaba el brazo.

Tan pronto enfocó a Salima, su mirada cambió a una más tierna–. No es nada –respondió con voz sedosa–. Lo siento Salima. Tienes razón, soy un vago. Tengo suerte de tenerte a mi lado, ¿podrás perdonarme?

A la chica le sorprendió ese cambio tan drástico en él, pero aún así se alegró por ello y sonrió–. Claro que sí y perdóname tú a mí. Sólo me pongo frente al espejo para estar bonita y poder gustarte más –respondió con franqueza y algo de vergüenza.

Se sintió feliz por esa confesión–. Me gustas tal y cómo eres –se acercó más a ella y la besó, abrazándola.

El de ojos carmesí que seguía escondido entre los arbustos, rulo la vista hacia otro lado. Abrió la boca y se metió los dedos índice y corazón en ella en señal de asco. Vio que la pareja se abrazaba y se besaban. Su trabajo ahí había terminado. Tocó su alfaja y se dio cuenta de que no había más flechas. Comenzó a desvanecerse dejando un brillo rojo a su paso.

&&&Kai&Takao&&&

Apareció en las nubes, más concretamente en el Olimpo. Era como una pequeña ciudad en el cielo. Su suelo era blando como las propias nubes, aunque podía imitar en sus colores a los de la tierra y ser sólido para los habitantes. No había tráfico en sus calles más que el tráfico aéreo debido a los pegasos o a los propios Dioses sobrevolando el lugar. Desde más arriba de donde se encontraban las casas, provenientes de la casa de Zeus, caían varias cascadas, repartidas por toda la ciudad. Unas contenían néctar y otras, agua potable. Las casas allí podían adoptar la apariencia que se quisiera. Unos preferían tenerlas con apariencia de nube tanto en el interior como el exterior. Otros preferían tener sus casas con la fachada y el interior de un hogar mortal. Pero esto, podía cambiar en el momento que los dueños así lo quisieran.

El territorio estaba verjado para impedir el paso de los titanes al interior de la ciudad. Ésta había sido creada para impedir nuevas guerras entre ambos bandos por el Dios Zeus, Dios de Dioses.

Cupido soltó el arco y la alfaja en el suelo de su habitación de mala gana. Se fue con pasos decididos a la cama y se tumbó en ella boca abajo, dejando sus codos sobre la cama, apoyando sus mejillas en las palmas de sus manos.

–¿Cupido? –escuchó a su madre llamarle.

–¿Qué? –respondió enfadado y sin ganas de hablar.

Su madre entró a la habitación. Viendo a su hijo con apariencia de niño tumbado en la cama. La habitación estaba hecha de nubes que parecían algodón de azúcar por su esponjosidad. Lo único que no era en parte de nubes, era el cristal del espejo de su habitación. Había decidido guardar esa apariencia para los dormitorios, ya que de esa forma Cupido se relajaría más. Aunque en las demás habitaciones no era así y tenía una apariencia más humana.

–¿Cómo te ha ido hoy? –preguntó sentándose a su lado.

–Bien.

–¿Qué te pasa?

–No me gusta este castigo.

–Por eso se llama castigo, Cupido. No tiene que gustarte, sólo debes cumplirlo.

–Pero la gente se besa cuando disparo las flechas. Odio que la gente se bese –miró a su madre esperando una respuesta–. Por favor –le rogaba a su madre, Afrodita.

–Cupido, yo no te impuse ese castigo. No es conmigo con quien tienes que hablar y lo sabes.

–Mamá, él no me escuchará. Nunca me ha escuchado. No escucha a nadie.

–Pero puedes intentarlo.

–Como si no lo hubiera hecho ya.

Afrodita miraba a su hijo. El niño tenía el pelo gris bicolor, los ojos color carmesí. Por la espalda le sobresalían unas pequeñas alas que le servían para volar. Iba vestido con un traje griego de color blanco y unas sandalias marrones. Su cuerpo era como el de un niño de siete años.

–El castigo de papá no es tan malo, Cupido –su hijo la miró con cara de confusión–. Míralo por el lado positivo. Juntas a las personas que están enamoradas, pero que no se atreven a decírselo por miedo.

–¿Y tienen que besarse para eso?

–Claro.

–Wuak –sacó la lengua en señal de asco.

–Yo no le veo el "wuak" por ningún lado. El día que recibas tu primer beso de amor, verás cómo te gusta.

–Jajaja, seguro –rió con ironía.

–Pero mientras tanto, tendrás que conformarte con los besos de tu madre, jovencito. –Cupido se alertó cuando escuchó esas palabras. Vio cómo Afrodita se acercaba hacia él – ¡No! ¡Espera mamá! –intentó salir corriendo, pero su madre fue más rápida y lo agarró del brazo. Afrodita no dudó en besar la mejilla de su hijo con esmero– ¡Mamá! ¡Suéltame, por favor! –Cerraba los ojos intentando soltarse del agarre de su madre– ¡Mami! –le reclamaba enfadado.

–Eres mi pequeño.

–¡Mamá! –apretó los puños al ser agobiado por la Diosa del amor– ¡Ya vale! –sentenció.

Su madre se separó de él, con una sonrisa juguetona–. Tienes el mismo carácter que tu padre.

–¿Papá también se siente agobiado por tus besos? –le preguntaba frotándose la cara con fuerza para quitarse esa sensación que le habían dejado los besos de su madre.

–No. A papá le gusta mis besos –sonrió.

&&&Kai&Takao&&&

En la tierra...

En una floristería un chico de pelo azul, alto, de ojos color rojo zafiro, estaba trabajando. La floristería contaba con un largo escaparate. Varias macetas estaban colgadas de la pared, mientras otras reposaban en estanterías. Unas estanterías acristaladas están tras el mostrador para mantener las flores frescas. El mostrador se encontraba frente a la puerta de salida y a la izquierda del mostrador según se entraba, se encontraba un pasillo que daba hacia dos puertas. Una estaba situada al lado izquierdo, en el cual se encontraba una habitación pequeña en la que se procedía a las curas y poco más. Por ello, no había gran cosa salvo el botiquín y una silla con una mesa. La otra puerta conducía al patio. Ésta tenía un trastero para guardar las herramientas de jardinería y fuera a la intemperie, un espacio considerable para dejar aquellas macetas recién llegadas que todavía no hacía falta reponer en la tienda. También había una manguera bien enrollada colgada en la pared para ayudar a regarlas.

–Aquí tiene, señor. Veinte rosas rojas y diez blancas. –decía al tiempo que las depositaba en el mostrador– ¿Desea algo más?

–No. ¿Cuánto es? –preguntó el hombre, sacando su billetera.

–Oh, mi compañera está en la caja, ella le cobrará. –le informó amablemente.

–Está bien, adiós –cogió los dos ramos de rosas y se dirigió a la caja para pagar.

–Adiós. Feliz día de San Valentín, señor –caminó hasta la parte trasera de la tienda al ver que no había más clientes, dando a un anchuroso jardín con unos invernaderos.

Cogió una regadera del suelo y se puso a regar unos pensamientos. No pasó más de diez minutos cuando su compañera, Mariam, estaba con él.

–Cuéntame más detalles, Takao –le animó a hablar la chica, poniéndose unos guantes en las manos.

–Pues, dice que me va a invitar a cenar a un restaurante francés. –decía emocionado.

–Hala –cogió unas tijeras y se puso a podar un seto que había al lado–. Esos restaurantes son caros y en los días festivos, como lo es San Valentín, suben los precios que no veas.

–Sí. Pero a mí eso me da igual, yo sólo quiero estar con él. Tener una relación más seria.

–Michael parece que es un chico serio.

–Sí, pero no sé.

–¿Dudas de él?

–De él no, sino de la fecha. Parece que tiene algo contra mí. –le miró unos segundos para continuar con lo que hacía.

–Tú por eso no te preocupes, seguro que todo saldrá bien. Será una noche inolvidable. Os beberéis un champagne de los más caros, comeréis almejas, fresas y todas esas comidas francesas que hay. Tendréis planes para después, ¿no? –le preguntó la joven.

–Creo que iremos a dar un paseo por ahí.

–¿Y? –volvió a preguntar con picardía.

–Y no lo sé –sonrió con vergüenza.

–Tú ponte bien guapo esta noche, para que a Michael lo dejes con la boca abierta. ¿Irá a recogerte?

–No.

–¿A qué hora habéis quedado?

–A las diez. El restaurante está cerca de mi zona, prefiere que quedemos allí, porque lo más seguro es que termine tarde de trabajar.

–Oye, mañana me pasaré por tu casa. Iré tarde por si acaso –sonrió traviesa–. Y así me cuentas los detalles de la cena, ¿de acuerdo?

–Vale. –sonrió pasando a regar unas margaritas.

&&&Kai&Takao&&&

Cupido estaba entrenando en su jardín. Tenía bastantes flechas en su alfaja y una diana a lo lejos para practicar. Cupido no entendía porqué tenía que hacer ese trabajito todos los días y aún más en las fechas de San Valentín. Lo veía una pérdida de tiempo.

En su carácter era muy parecido a su padre Ares, el Dios de la guerra. Por muchas vueltas que le daba a la cabeza no se parecía en nada a su madre. No le gustaban los besos, las muestras de cariño o cualquier cosa relacionada con el tema del amor. Y su madre, bueno, era el amor andante, de eso no había duda.

Comenzó a tirar las flechas de una en una, hasta que la alfaja se quedó vacía. Agitó sus alas suavemente para volar con tranquilidad hasta la diana, recoger las flechas y meterlas en la alfaja de nuevo.

Volvió al mismo punto de antes y se puso en posición para lanzar otra flecha, dando en el blanco. Escuchó el sonido de un aplauso, lo que hizo que mirase a su izquierda.

Una mujer hermosa de piel blanca, cabellos rubios hasta la cintura, ojos azules, vestida con un traje griego y unas sandalias blancas, aplaudía a su hijo orgullosa.

–Has dado en el blanco, como siempre –se agachó para coger un vaso de limonada y un plato lleno de galletas que había dejado en el suelo para poder aplaudir a su hijo–. Te mereces un descanso –dejó ambas cosas sobre una mesa que había en el jardín–. Vamos, siéntate –le invitó.

–Voy –dejó las cosas en el suelo y se sentó en la silla. Cogió la limonada y empezó a darle pequeños tragos–. Um... está fresquita –cogió una galleta y comenzó a comérsela–. Mamá.

–¿Qué? –respondió sentándose frente a él.

–¿Por qué me parezco más a papá que a ti?

–¿En qué sentido?

–No sé. Para ser el hijo de la Diosa del amor, odio el amor.

–Jajaja.

–¿De qué te ríes?

–Te pareces a mí más de lo que crees, aunque ni tú mismo lo creas.

Cupido enarcó una ceja– ¿Estás segura?

–Tan segura, como que soy tu madre –le sonrió–. Esta noche te prepararé tu cena favorita, tienes que reponer fuerzas para mañana.

–Gracias, mamá. –sonrió.

–Esta noche te llenaré la alfaja de flechas mágicas.

–Vale.

&&&Kai&Takao&&&

En la noche...

El de cabellos azules entró al restaurante francés. Takao se sentó en una de las mesas que daba vista a la ventana. El camarero le preguntó si deseaba tomar algo mientras esperaba y él respondió que prefería esperar.

Las horas pasaban y Takao se estaba preocupando. Su móvil estaba sobre la mesa, pero nadie lo llamaba. Miraba a su alrededor y podía ver a la gente comiendo, riendo, besándose.

Se sentía angustiado. ¿Y si a Michael le había pasado algo? No quería pensar en eso. La felicidad que había intentado mantener todo el día se estaba derrumbando a medida que la vela encendida de la mesa se consumía, quedándose al fin derretida. Uno de los camareros se acercó hasta él.

–Señor, lamentamos tener que decirle que vamos a cerrar ya.

–¿Tan pronto? ¿No pueden esperar un poco más? Es que estoy esperando a una persona muy especial.

El camarero enarcó una ceja–. Señor, son las cinco y media de la mañana.

Takao miró su reloj sorprendido. Era verdad. Había estado esperando toda la noche entera a Michael y él ni siquiera había ido, ni tampoco lo había llamado para avisarle de un posible cambio de planes.

–Lo siento. –se puso de pie, mirando a su alrededor, viendo cómo el restaurante estaba completamente vacío. Las parejas que había visto antes ya no estaban. Los camareros recogían las mesas, barrían y fregaban los suelos con rapidez para poder marcharse antes a casa–. No me había dado cuenta de lo tarde que era. Perdone. Ya me voy.

–No importa señor. Buenas noches.

–Buenas noches – respondió cabizbajo.

Salió del restaurante. Se sentó en un banco cercano al restaurante y se puso a esperar. No había ni un alma en la calle y no era de extrañar, era muy tarde. Escuchó el chirrinear de las barras de hierro al bajarlas, seguro que era la gente del restaurante, cerrando el local. Tras sentir ruidos de varios coches arrancar y marcharse, suspiró cansado. Miró al cielo como esperando a cambio recibir una respuesta. Cerró los ojos y una lágrima resbaló por su mejilla lentamente.

Abrió sus ojos acumulados de lágrimas y levantándose del banco se marchó de allí, a su casa.

&&&Kai&Takao&&&

Al día siguiente, Cupido cogió su alfaja llena de flechas junto con su arco y se fue del limbo para seguir con su "trabajo". Entraba y salía por una vía que había en unas estatuas de Cupido y Afrodita en el museo de la ciudad, dejando un rastro en el aire de pequeños brillos de color rojo. Aunque no tenía miedo a ser descubierto, porque el ojo humano a simple vista no era capaz de captarlo. Las flechas le guiaban a varias direcciones y hasta que no eran lanzadas a su dueño no dejaban de emitir un pequeño brillo blanco.

&&&Kai&Takao&&&

"Ya estoy harto de estar aquí, y aún me queda una maldita flecha. ¿Para qué será? Ésta emite un brillo diferente a las demás. Es de color azul y es muy brillante." Pensaba mirando la flecha para dejarla metida en la alfaja. "Tengo que convencer a papá de que este castigo es muy cruel. No soporto ver más escenitas románticas, como si sirvieran de algo esos besos. Wuak, de sólo pensarlo, me dan ganas de vomitar." Divisó un edificio a lo lejos. Hasta ahí le había guiado la flecha. "¿Ese edificio?", suspiró cansado. "A ver ahora con qué me voy a encontrar. Seguro que a una chica le ha dado un ataque de nervios por cualquier estupidez, o puede que se estén tirando los trastos a la cabeza, jajaja." Se iba acercando más y más a la ventana del edificio, sentándose en el poyato de la ventana cuando llegó. Debía de ser un tercer piso, porque estaba algo alto. Miró a ver si de las dos ventanas había alguna abierta para colarse dentro.

Claro que tenía el poder de desvanecerse, por lo mismo lo estaba utilizando cada vez que tenía que viajar a algún lado. Pero era peligroso para él colarse en un apartamento mediante la tele transportación ya que perdía parte de su poder y podía ser visto, así que por cautela prefería entrar por la ventana. Forcejeó un poco las ventanas hacia arriba, hoy no era su día. Tendría que pasar al otro lado mediante el tele transporte. Miró a través de la ventana y comprobó que era un lugar ordenado, pequeñito, y lo más importante, que no había moros en la costa.

–Sí, sí, ya voy –le dijo a la flecha que no paraba de brillar cada vez más al ver que estaba más cerca de su dueño.

Un gato dentro del apartamento miraba la escena desde su cesta, moviendo la cola de izquierda a derecha juguetonamente.

&&&Kai&Takao&&&

Dentro del apartamento, en su habitación, el joven lloraba en brazos de su amiga Mariam.

–Snif... pensaba que iba a ser una noche maravillosa, snif... pero ha sido todo lo contrario.

–Desahógate todo lo que quieras.

–Nunca más voy a volver a enamorarme de nadie, Mariam.

–No digas eso, algún chico habrá por ahí que no sea tan imbécil como Michael –frunció el ceño al saber que su amigo lo estaba pasando muy mal.

–Snif... lo mismo dijiste con Boris, Yuriy, Miguel, Brooklyn y Mystel.

–Todos esos idiotas con los que has salido son unos buenos para nada. –le animó, para que viese que él no tenía la culpa de su mala suerte.

–Snif... –se separó un poco para mirar a su amiga–. A lo mejor soy yo el que no sirve para nada.

–Tú vales mucho, Takao –le limpió las lágrimas con un pañuelo que tenía en la mano.

–¿Pues entonces qué tiene la vida contra mí? Porque no lo entiendo.

–No tiene nada contra ti, pero supongo que ninguno de ellos era la pareja indicada. –le miraba comprensivamente.

&&&Kai&Takao&&&

Cupido entró al apartamento y se ocultó rápidamente detrás de un muro, ya que ahora no podría desaparecer o desvanecerse hasta dentro de un rato. Miró al frente y vio una larga encimera. A la derecha no tan retirado de la encimera, había armarios empotrados en la pared, una encimera con fogones... eso era una cocina.

Asomó un poco la cabeza para ver si había alguien. Vio un sofá, una mesa, sillas, un gran armario lleno de libros, plantas en los rincones, un reloj de pared... eso era un comedor.

Enarcó una ceja al comprobar que todo estaba en la misma habitación y que no había ni puertas ni paredes de por medio. Escuchaba voces que provenían de una habitación. Caminó con pasos sigilosos, hasta ese lugar. Se asomó un poco para saber quiénes eran esas personas.

El gato comenzó a desperezarse y miraba a Cupido insistentemente desde su cesta.

–Tú vales mucho, Takao –le limpió las lágrimas con un pañuelo que tenía en la mano.

–¿Pues entonces que tiene la vida contra mí? Porque no lo entiendo.

–No tiene nada contra ti, pero supongo que ninguno de ellos era la pareja indicada. –le miró comprensivamente.

"Ja, es la primera vez que veo una escena así. La chica consolando al chico. Seguro que han debido de discutir por algo. Como sea, yo he venido para tirar esta flecha y me iré a casa", pensaba el bicolor cogiendo la flecha de la alfaja en su mano.

–Mira. Mañana no vengas a trabajar, ¿de acuerdo? –agregó con ternura, separándose un poco de él.

–Snif... pero tú vas a estar sola.

–Sí. Pero, tú no tendrás ánimos para nada.

–Eso es verdad, me encuentro fatal. –reconoció.

–Ya verás como en unos días esto parecerá una terrible pesadilla.

–Ojala sea así.

–Lo superarás como lo has hecho siempre, amigo.

Cupido enarcó una ceja. "¿Amigo? Entonces, ¿no son pareja? ¿Para qué demonios he venido yo aquí?", miró a la flecha y observó cómo se intensificaba la luz. "Aún así, esta flecha quiere que la lance a uno de esos dos".

–Tranquilo, me las arreglaré bien en la tienda, le diré a la jefa que estás resfriado y que por eso no puedes ir ¿vale?

–Aja... snif...

–Tengo que irme. Siento lo de anoche. Y Takao. –Le acarició la mejilla con dulzura–. Nada de esto es por tu culpa, es sólo que no has encontrado el chico indicado. Seguro que está ahí fuera esperándote, y el día que os encontréis, surgirá de nuevo el amor –le dio un beso en la mejilla–. Adiós –se puso de pie.

–Adiós –fue a levantarse de la cama en la que estaba sentado, pero Mariam se lo impidió–. Tranquilo, yo cierro la puerta. Intenta descansar, tanto desvelo no es bueno.

–Lo intentaré.

"Oh, no, ¿ahora dónde me escondo?", miró a su alrededor. "La cocina, detrás de esa encimera, ahí no me verá", fue corriendo sin perder más tiempo y se puso detrás de la mesa.

Asomó un poco la cabeza y vio a la chica abrir una puerta y salir por la misma, cerrando la puerta tras de sí.

"Perfecto, ahora no se si era a ella a quien le pertenecía la flecha", miró a la flecha y vio cómo la luz seguía fija. De repente, la flecha empezó a moverse en su mano. Se puso de pie con lentitud y cuidado, escuchando cómo ese chico seguía llorando ésta vez en voz alta. Abrió la palma de su mano. La flecha quería volar hacia esa habitación.

"Bien", escuchó un ruido que le llamó la atención.

El joven de cabellos azules estaba poniendo su habitación patas arriba– ¡Me odio!

El bicolor se asomó por el marco de la puerta y vio la habitación que antes estaba tan ordenada, totalmente hecha un desastre. Todo estaba tan desordenado que parecía no ser el mismo sitio que había visto hace tan sólo unos segundos.

–¡Me odio! ¡Me odio! ¡Soy un imbécil! –con un cabreo de mil demonios se acercó al almanaque que estaba entre el tocador y la cama.

"Qué carácter", pensó el bicolor con una sonrisa lujuriosa observando la escena.

–¡Tú eres el causante de mis desgracias!

"¿El almanaque? Esto se pone interesante".

–¡Maldito día 14 de febrero! ¡Tú te lo has buscado! ¡No volveré a creer en nada referente a ti! ¡Ni en los chocolates! ¡Ni en las tarjetas de amor! ¡Ni en estúpidas profecías o dioses patéticos!

"¡Oye! ¡Eso es personal!", cogió el arco y lo preparó para colocar la flecha.

–¡Ya no volveré a creer ni en nada! ¡Ni en nadie! ¡Mi corazón será tan duro que nadie lo podrá traspasar! ¡¿Me oyes?! –de un tirón arrancó el almanaque de la pared y lo tiró al suelo. Se sentó en el pequeño taburete que había en el tocador. Miró al espejo con rabia intentando saber la respuesta de que era lo que había hecho mal. En qué se había equivocado. Cruzó los brazos sobre el tocador, dejando su cabeza descansar en ella, para intentar desahogarse–. Snif... ¿Qué hago mal? snif... ¿Qué te he hecho para que me trates así? Odio San Valentín, odio al imbécil que lo inventó...

"¡Te estás metiendo en camisa de once balas amiguito!", pensaba cabreado el pequeño bicolor cogiendo tanto el arco como la flecha con fuerza, entrando a la habitación con la decisión de tirársela. "¡Nadie se mete con mi familia!"

–Snif... ya no más.

"¿Qué?", la fuerza en sus dedos sobre el arco y la flecha fue descendiendo.

–Ya no puedo más... snif... no quiero volver a sufrir por nadie... ya me han hecho mucho daño.

Cupido estaba indeciso, no sabía si tirarle la flecha a ese chico o no. Las palabras del chico le hacían detenerse cuando la flecha le indicaba todo lo contrario. Se veía tan triste, parecía que la vida no le había tratado muy bien.

Takao levantó la cabeza para ver una foto que estaba sujetada por la esquina izquierda superior del espejo. Cupido se quedó estático, no quería ser descubierto, pero estaba a punto de serlo si ese chico miraba a través del espejo o se daba la vuelta para buscar algo.

–Snif... parece que moriré sin ningún compañero –sonrió con ternura al ver una foto suya con su gato en brazos.

"Qué sonrisa tan tierna", sonrió inconscientemente mirando el reflejo del espejo. Regresó su vista a la flecha sin hacer ningún movimiento. "Creo que si esta flecha quiere que la tire, tendré que hacerlo."

Apuntó con precisión hacia Takao. "Haz que su corazón encuentre el verdadero amor", fueron décimas de segundo las que tardó en lanzar la flecha. Sintió un ronroneo y cómo algo se restregaba contra sus piernas. "¿Qué?", miró al suelo. "¿Un gato?"

Takao vio la foto deslizarse hasta caer al suelo, así que se agachó para cogerla. Fue en ese preciso instante en el que la flecha le pasó rozando, haciendo que se chocara contra el espejo y a su vez hiciera un cambio de sentido dirigiéndose a Cupido.

"¿Cómo no me he dado cuenta de que había un gato aquí?", pensaba mirando al gato.

–Miau.

Cupido se puso el dedo índice sobre la boca para decirle al gato que se callase y evitar que el otro joven se diera media vuelta. Miró al joven de cabellos azules y cuál fue su sorpresa que vio con gran rapidez como la flecha le golpeaba en el corazón. Cerró los ojos y se echó manos al pecho.

–Oh, no –la flecha y él comenzaban a desvanecerse al haber cumplido con su misión. Abrió los ojos al pensar que había sido descubierto por haber hablado, encontrándose a un triste Takao recoger la foto del suelo. Al no verle la cara por completo, miró a través del espejo. Su corazón comenzó a acelerarse más y más. Un cosquilleo empezaba a recorrerle por el estómago. Sonrió embobado intentando caminar hacia el Takao, pero una fuerza más grande que él, lo impulsaba a regresar al limbo mediante su alfaja que era la que le guiaba hasta su casa todos los días.

–Miau.

Takao tras escuchar el maullar del gato, salió de su trance–. Zeus –lo miró a través del espejo. Se dio media vuelta y miró al gato limpiándose las lágrimas–. Ven aquí, amigo –el gato fue corriendo hasta él, sentándose de un salto en sus piernas–. Teniéndonos a nosotros mismos, ¿quién quiere a nadie más? –abrazó al gato y le acarició la cabeza con delicadeza, escuchando el ronroneo del minino.

¿Continuará?

&&&Kai&Takao&&&

Bueno aquí está otro fic. Quimera este es el fic de San Valentín. Si queréis saber cuál es la continuación, decídmelo mediante un review, para seguir con la historia o no.

Cuidaos mucho, xao.