El loto azul
Disclaimer: One piece y ,por alusiones, todos sus personajes no me pertenecen, pertenecen única y exclusivamente al gran Eiichiro Oda.
Capítulo 1:Esclava
Un barco de la marina comenzaba a balancearse entre las olas del east blue mientras su "teniente" se paseaba de un lado a otro observando sus nuevas adquisiciones recién adquiridas en el mercado negro.
—Muy vieja—Dijo mirando a la persona delante de él—Escuálido —Dijo continuando con el que estaba al lado.
Frente a él se encontraban cuatro personas: una mujer anciana vestida con harapos y una mirada perdida y tres hombres jóvenes pero claramente en los huesos. Su piel estaba reseca y sus labios amoratados, no recordaban cuando había sido la última vez que sus labios habían rozado la cristalina agua y era mejor no pensar en la última vez que probaron bocado.
—¿Cómo pensáis inútiles que vamos a poder vender a esta gente en el mercado de esclavos?—Preguntó el marine.
Los hombres se encogieron de hombros ante los gritos de su superior y miraron con pena a las "nuevas adquisiciones" de su teniente. Ese hombre era horrible, uno de esos nobles a los que el gobierno ponía como superiores de personas que seguramente serían más fuertes que él pero que no tenían el mismo nombre que un niño noble malcriado. A la gente como él solo le gustaba el dinero, y eso era lo que en verdad le motivaba para hacer las cosas, el puro y sucio dinero. Y ahí estaban ellos, sin poder hacer nada en su contra, los tenía amenazados, si decían alguna palabra de sus artimañas y transacciones ilegales los acusaría de trata de esclavos a ellos porque no eran hijos de nadie, sus palabras exactas habían sido "¿A quién creerías tú? ¿Al hijo de un honorable noble como mi padre o a un don nadie posible hijo bastardo de un pirata?"
La respuesta era clara y por ello era más fácil callar y seguir las órdenes de ese ser que no podía calificarse como humano que morir a manos de aquellos a los que se habían unido para defender al inocente, aunque no sería bajo el mando de ese teniente loco, claro.
—Me habéis traído pura escoria ¿Cómo voy a competir con los fuertes esclavos que pueden suministrar otros traficantes?
—Lo sentimos señor—Dijeron los dos hombres.
—¿Lo sentís? ¡¿Lo sentís?!¡Estúpidos!—Gritó el teniente—Hace un año me trajisteis a una niña escuálida que solo me sirve para limpiar los rincones ¿Y ahora me traéis a esta vieja? Por lo menos la niña es una gran ladrona, pero ¿Qué pensáis que puedo hacer con la vieja?—Se giró para mirar a la anciana—¿Qué sabes hacer esclava?
—Limpiar y cocinar mi señor.
—Limpiar y cocinar ¡Limpiar y cocinar! ¡Solo limpiar y cocinar! Llevadla a la cocina con Brent que por lo menos no haya sido dinero malgastado. ¡Rápido!
—¡Sí señor!
Dos hombres se llevaron a la mujer a la cocina donde un hombre de piel color ébano y cabello blanco miraba a los recién llegados sin comprender qué ocurría exactamente y por qué invadían su cocina. Su rostro parecía cansado y los surcos de su rostro demostraban que la edad y el Sol del barco habían hecho mella en él.
—Son ordenes del teniente, desde ahora te ayudará en la cocina.
—Cada vez vamos a peor ¿no? ¿Ya no tiene suficiente con destruir vidas de jóvenes que tiene que traernos aquí a ancianas?
—Lo sé, cada día se supera—Dijo uno de los hombres irónicamente.
—Al menos usted señora podrá contarlo, otros no tienen tanta suerte en los calabozos.
—¡Señor Brent! ¡Señor Brent! Ya he pelado todas las patatas que me dij…
Una niña pequeña algo desgarbada, sucia y llena de harina hasta las raíces del cabello salió de la nada con un pela patatas en la mano, aunque cuando vio a sus nuevos acompañantes, se escondió tras la puerta por donde anteriormente había salido corriendo.
—Tranquila Lía, sal, no te van a hacer nada.
—¿Seguro?—Preguntó la niña asomando un ojo por la ranura de la puerta.
—Seguro. Sal—Ordenó el hombre con una sonrisa en el rostro.
La niña salió tímidamente sin fiarse mucho de las palabras del hombre y sin quitarle ojo a la anciana desconocida para ella, pero que según su amigo el cocinero era inofensiva.
—Mi nombre es Lía. ¿Y el suyo?—Preguntó la niña.
La anciana sonrió al ver la inocencia con la que había preguntado su nombre la niña. Y pensar que llevaba allí horas y nadie se lo había preguntado, ni siquiera su nuevo "amo", si a ese hombre podía llamarlo de esa manera. Ya casi ni recordaba cual era su nombre, normalmente la llamaban esclava o se inventaban un nombre para cuando requerían sus servicios, hacía mucho tiempo que una persona no le preguntaba su verdadera esencia, su nombre, su origen, y eso en cierta manera la enterneció.
—Cora, mi nombre es Cora ¿Cuántos años tienes pequeña?
—7—Contestó instantáneamente la niña—¿y usted?
—Uy, a mi edad eso ya ni se pregunta querida, no lo recuerdo bien—Contestó—¿Qué hace esta niña aquí señores? Si puedo preguntar claro.
—Ella era una esclava del loto, cuando se disolvió trajimos a algunos esclavos aquí por orden del teniente, pero estaba en una condición malísima así que el teniente la puso en la cocina para que ayudara a Brent. El teniente dijo que no valdría ni un solo berry así que aquí la tenemos.
—Comprendo.
La anciana cerró los ojos imaginándose el "tacto" con el que ese hombre le habría dicho a la niña que no valía nada. Aunque ese capitán se equivocaba. La niña que la miraba desde su posición tenía el cabello castaño casi rubio, lleno de harina sí, pero con unas cuantas lavadas sería un hermoso cabello sedoso y brillante. Sus ojos verdes claros, le recordaban al mar cuando era bañado por el sol y eran preciosos, llenos de vida y aunque estaba sucia y delgada, era bastante bonita, su piel era blanca como la nieve y su sonrisa levantaría el animo a cualquier ser que tuviera dos dedos de frente.
—Nosotros no somos como él—Se aventuró a decir uno de los hombres—Intentamos cuidar de ella, pero es complicado y además, si el teniente nos descubre seremos castigados.
—Aunque sea un niño mimado sabe bien como impartir castigos que duelan en lo más profundo del alma—Dijo el cocinero.
—Bueno, a mí se me dan bien los niños—Dijo la anciana con una sonrisa—Tal vez pueda encargarme de ella cuando no haya trabajo en la cocina.
—La verdad es que sería mejor que dejarla al cuidado de Brent—Dijo uno de los hombres señalando al cocinero.
Las risas se hicieron presentes cuando el cocinero pegó "suavemente" al marine en la cabeza por haberlo ofendido, aunque estaba claro que no se le daban muy bien los niños. El cocinero miró a la anciana, cuidar de un niño no era tarea fácil, pero ella parecía tener más experiencia que él por lo segura que se la veía. Su apariencia era inofensiva, sus ojos habían perdido el brillo de la juventud y su rostro mostraba los claros signos de que el tiempo no había pasado en vano para ella, aunque lo que más llamaba la atención de esa mujer era el tatuaje que rodeaba su cuello. Obviamente era una marca de esclava, pero ello no quitaba lo desagradable que era pensar en lo que había pasado aquella mujer por culpa de esa marca tan sumamente visible que seguramente simbolizaba un grillete alrededor de su cuello.
—Está bien, puedes hacerte cargo de Lía, pero ten cuidado, tiene más energía de la que parece a simple vista.
Desde ese preciso momento la anciana cumplió con su palabra, ayudaba a Brent en la cocina y cuidaba de la niña cuando el tiempo se lo permitía. Se escondían para que el teniente no se molestara con su sola presencia y la anciana le contaba historias mientras la niña le ayudaba a pelar todo tipo de verduras para los guisos. Las historias que más disfrutaban ambas eran las de piratas, aventuras por el mar con una tripulación de valientes que iban tras el tesoro del One Piece para convertirse en el rey de los piratas. Le había contado historias de todos los piratas sobre los que había oído hablar y Lía prestaba mucha atención a todas las palabras que salían de la boca de su nana, quien había intentado variar un poco con el repertorio de historias intentando introducir la típica historia de príncipes y princesas encerradas en torres esperando a que su gallardo caballero fuera a buscarlas, pero la niña se aburría de esperar en la torre.
Y así transcurrieron tres años, entre esclavos, peladuras de patata e historias de piratería de la tripulación de Gold D. Roger, entre otras.
A los 10 años Lía se había acostumbrado a su pequeño mundo, había engordado un poco ya que había aprendido ciertas cosas sobre la llave de la despensa que guardaba el teniente en su bolsillo izquierdo y aunque su mundo era un pequeño barco, a veces comenzaba a hacerse más grande en algún que otro puerto en el que su teniente la mandaba a robar. Su nana le había dicho que robar estaba mal, sí, pero según sus pensamientos, los castigos del teniente eran mucho peor que cualquier lágrima de otros por tener un berry más o un berry menos.
Un día, en un puerto, la muchacha consiguió robar a un hombre una pequeña bolsa de cuero que pesaba bastante, pero al abrirla y sacar su contenido, descubrió algo que no se esperaba, era una fruta, parecía un melocotón y en un principio tenía el mismo tacto que un melocotón pero era azul, con un patrón extraño en ondas a su alrededor y un rabo curvo que le recordaba a un rabo de un cerdo. Lía, después de observar bien la fruta, la metió en la bolsa y se dirigió al barco donde el teniente la esperaba.
—Bien esclava, ¿Qué tienes hoy para mí?
Lía le dio todos los berries que había robado durante el día pero no le llegó a dar la fruta, era su tesoro, un melocotón rarito que se había encontrado en su camino, algo que no iba a regalar a un cerdo que decía ser teniente de la marina. De todas formas era un melocotón ¿Qué podría valer un tonto melocotón?
Cuando volvió con Cora y juntas acabaron el trabajo que tenían pendiente, Cora se sentó en un barril pequeño de ron que no hacía mucho había sacado Brent de la despensa, mientras Lía se tumbaba en el suelo pensativa observando el tatuaje con forma de loto en su antebrazo. Una pequeña flor azul que Cora le había dicho que era el símbolo de que perteneció a los esclavos que tenían el mismo nombre de la flor antes de pertenecer a ese niño malcriado que tenían por teniente.
—¿Qué ocurre pequeña? ¿Por qué tan pensativa?
—No es nada—Respondió secamente.
—Uy que no es nada, a esta vieja no se la puede engañar fácilmente, y lo sabes.
—Solo pensaba en por qué un loto azul de entre todas las cosas con las que podían marcar a un esclavo.
—Bueno, cada persona es distinta, ya sabes. Posiblemente pensó que la flor era hermosa o en el significado de ésta.
—¿Y qué significa?
—Bueno querida, el loto es una planta que tiene mucho significado espiritual en mi pueblo, es una planta sagrada que simboliza la pureza del alma. Es una flor acuática y cada color puede significar una cosa.
—¿Y qué significa el loto azul?—Volvió a preguntar la niña.
—Fuerza en el espíritu, simboliza la fuerza de la voluntad sobre lo mundano. Pero la flor en sí es muy sabia, he oído que florece de día y se cierra cuando no hay sol.
—¿Y por qué querrían poner esa flor en un esclavo?
—Que preguntona está usted hoy señorita. ¿No prefieres que te cuente otra historia?
—Lo que quieras…—Contestó la niña encogiéndose de hombros.
La anciana suspiró al ver que la niña no seguía insistiendo en algo que prefería no contarle. Todo el mundo de su edad sabía lo crueles que eran los traficantes de esclavos del loto. Habían elegido ese nombre porque se creían superiores a los dioses para elegir el destino de la vida de una persona. Y cada color para ellos no era sino una forma de clasificar a los tipos de esclavo.
El blanco representaba a los esclavos normales, aquellos que presentaban buena condición física y estaban actos para trabajar duramente. El rosa, la flor que representa a dios en todos los escritos que había leído, en ese caso representaba a los esclavos de mejor calidad para luchar. El rojo, que en el caso de la flor simbolizaba el amor y la pasión, era utilizado para las prostitutas. Y por último, el azul, ya que la flor crecía en aguas estancadas, se usaba para marcar a aquellos esclavos de origen incierto que seguramente acabarían trabajando en las casas de sus amos porque no servían para otra cosa, muchos de ellos eran hijos de esclavos.
Aunque los esclavos del loto habían desaparecido, hacia bastante tiempo debido a la rebelión que había formado uno de los altos mandos, seguramente su Lía habría sido una de las pocas esclavas supervivientes de aquella masacre de esclavos en la que se habían enzarzado los líderes de los esclavos del loto.
—Cora, Cora, la historia…—Dijo la niña llamando la atención de su nana.
—Hoy la historia va a ser un poco distinta Lía.
—¿Distinta?
—Sí. Hoy voy a enseñarte mi tesoro más grande en este mundo, algo que nadie ha visto jamás, a parte de mí claro, tengo que decirte que este pequeño ha permanecido en las sombras por los últimos 30 años.
La niña se incorporó atenta, movió un poco la cabeza para señalar que ya estaba lista para su historia, siempre se había preguntado cosas sobre su nana y su pasado, pero cuando le mostraba su curiosidad por ella siempre le decía que su vida era muy aburrida como para siquiera convertirla en una historia.
La anciana se movió un poco y sacó una pequeña bolsa que escondía entre sus ropajes, de ella extrajo un pequeño colgante redondo, de plata, que tenía una especia de botón arriba que parecía un pequeño zafiro tallado.
Lía no pudo evitar abrir los ojos como platos preguntándose como esa mujer podía tener una joya que parecía tan cara. Como la niña había puesto semejante cara, Cora no pudo evitar reír a carcajadas. Cuando por fin paró de reír le indicó a la muchacha que juntara las manos y que tuviese cuidado de no tirar lo que le iba a dar. Al apretar el zafiro, el dije del colgante se abrió mostrando unos pequeños cristalitos en la mano de la niña.
—Es la arena de la playa de mi isla—Dijo la anciana aún sonriendo a la pequeña.
—Pero… ¿Por qué la guardas en un lugar así?
—Bueno, yo no siempre fui una esclava, en mi isla había muchos conflictos, la isla era grande y mi marido y yo vivíamos en una casita en la playa. Él tallaba gemas, se dedicaba a eso y se le daba muy bien. Un día el conflicto se hizo incontrolable y a muchos hombres los llamaron para formar parte del ejército junto a la marina. Como te habrás imaginado mi marido fue uno de ellos. Cuando me enteré me puse muy triste, él lo notó y me hizo este colgante, prometiéndome que si yo no me separaba de este colgante él volvería a mí, así que el día que se fue yo metí los pequeños cristalitos por los que destacaban las arenas de nuestras playas en el colgante y prometí a los dioses que cuando mi amado volviera sano y salvo devolvería estos mismos cristales al mar y mientras los lleve conmigo, aun habrá esperanza de encontrarlo. ¿No crees?
—Yo… Sí…—Dijo en un susurro y con mirada triste.
—Semanas después de que él se fuera las cosas se complicaron en la isla. Nuestros mismos hermanos se volvieron unos completos dementes y el ansia de poder pudo con ellos. Capturaron gente para poder venderla como esclavos, incluida yo, cambiaron vidas humanas por dinero para sus armas. Suena duro, pero así fue, no solo existe el teniente, como él hay muchas más personas. Así que, ya no pude encontrarme con mi marido...
Los ojos de la niña comenzaron a llenarse de lágrimas de rabia, el mundo era duro, sí, pero era más duro con personas como Cora quien no habiendo hecho daño a nadie habían sufrido más que ese malcriado que tenían por teniente, y quien de sobra se merecía un futuro doloroso y cruel por sus maldades y fechorías.
—Tranquila mi niña, no te he contado esta historia para que te pongas triste, sino para enseñarte que nunca debes perder la esperanza, como yo. Yo en todos estos años no he perdido la esperanza porque aún tengo conmigo el colgante que mi marido me dio y los dioses me ayudaran a encontrarlo. No llores más ¿Sí?
—Vale—Dijo la Lía secándose las lagrimas.
—Muy bien, a ver esa carita—Dijo la anciana cogiendo el mentón de la niña y levantándolo para ver bien su rostro—Así me gusta, una niña fuerte. Tienes que ser fuerte y nunca perder la esperanza de que llegarán tiempos mejores. Te esperan cosas grandes mi niña, cosas muy grandes…
La niña sonrió ante las palabras de la anciana, admiraba la fuerza de esa mujer que aunque de seguro había pasado por momentos muy difíciles en su vida, como el que le acababa de contar, aun podía sonreír de esa manera tan amplia y sincera.
—Bueno, ¿Qué te parece mi tesoro?—Preguntó Cora.
La niña le devolvió la arena a la anciana que la guardo con celo y cariño en el colgante.
—Precioso—Contestó con una sonrisa en los labios—Yo también conseguí hoy un tesoro, pero no es ni de lejos tan hermoso como el colgante.
—¿Un tesoro? Cualquier tesoro es bonito si consigue hacer que la persona que lo posee saque una sonrisa, aunque sea pequeña—Dijo tocándole la nariz con uno de sus dedos—Enséñamelo.
La niña sacó la fruta azul parecida a un melocotón de su bolsa y se la dio a la anciana cuyos ojos se ensombrecieron durante un momento.
—¿Dónde has encontrado esto Lía?
—Lo encontré en el puerto esta mañana—Respondió confusa por la expresión de su nana.
—¿Lo encontraste?—Preguntó la anciana no muy convencida.
—La robe a un hombre, pero solo es un melocotón de color azul, no creo que lamente mucho su perdida.
—¿Se la has enseñado al teniente?—Preguntó con tono preocupado.
—No—Contestó entrecerrando los ojos—¿Por?
—Mejor que no se la enseñes nunca. Creo que no es un melocotón precisamente.
—Hombre, es azul, un melocotón normal está claro que no era.
—No me entiendes, no es una fruta normal Lía, es una fruta del diablo.
—¿Una qué de qué?—Preguntó exaltada.
—Bueno, es una fruta que da poderes sobrenaturales, hace más fuerte a quien la prueba, pero tengo entendido que como castigo el mar no permite a los usuarios de las frutas del diablo volver a nadar en sus aguas.
—Da poderes, pero quita privilegios.
—Exacto, son muy caras en el mercado, si el teniente se entera de que tienes una, estoy segura de que te la quitará.
—Pues no se la enseñaré y ya está—Respondió Lía convencida de que podría escondérsela a su teniente todo el tiempo que quisiera.
—Buena chica…
Los días comenzaban a pasar lentamente y Lía se dio cuenta de que su nana ya no erala de antaño. Se cansaba mucho más rápido que antes y alguna que otra vez había escuchado algún que otro carraspeo proveniente de su garganta, en los años que llevaba con ella jamás la había visto enfermar y como sabía lo fuerte que era se extraño de esas pequeñas muestras de debilidad que parecían producto de alguna enfermedad.
Un día, mientas Brent mostraba a Lía algunos de sus secretos culinarios, un ruido sordo se escuchó en el barco, como si algo hubiera caído al suelo, después, algunas voces de hombres se escucharon en el navío y los gritos de su teniente se hicieron presentes.
—¡¿Pero qué pasa ahí fuera?!—Gritó Brent.
Una mujer entró en la cocina sobresaltada, con la respiración entrecortada y los ojos como platos, también llevaba unas pequeñas gotas de agua en los cristales de las gafas por lo que Brent supuso que estaba comenzando a llover fuera, pero claro, una simple lluvia que acababa de comenzar no haría tremendo estruendo en la madera del barco.
—Brent, ayúdame…—Dijo la mujer intentando coger aire—No hay quien pare… al… teniente…
—Ey, despacio, para el carro y explícate bien.
—Cora al parecer está enferma y cuando le llevaba la cena al teniente desfalleció y le tiró la cena por encima, de forma literal. El teniente comenzó a gritarle y a decirle cosas horribles, la sacó al patio a trompicones y bueno…—Miró a la niña—Solo… ven…
Brent entendió lo que ocurría fuera y simplemente asintió, mirando por un momento a la pequeña niña con cara triste.
—Tú no salgas ¿entendido?
El hombre ni siquiera esperó la respuesta de la niña, salió apresurado de la cocina junto con la mujer y los golpes y los gritos continuaron. No era tonta, sabía que pasaba, pero le daba miedo cruzar el umbral de esa puerta, le daba miedo encontrarse con algo que definitivamente no quería ver. Tragó saliva y abrió muy despacio la puerta, los gritos de los hombres se hicieron más fuertes pero se perdían entre el ruido de las olas del mar chocando con el barco.
—¡No teniente!—Se escuchó claramente a uno de los hombres.
—¡Cállate escoria! ¡Los esclavos no son personas! ¡Son posesiones! y cuando dejan de ser útiles… hay que deshacerse de ellos…
—¡Teniente piénselo bien!—Se escuchó la voz de Brent—¡Solo es una anciana!
—No es solo una anciana, es un objeto viejo e inútil—Concluyó el capitán.
Los ojos de Lía se abrieron de par en par al abrir por completo la puerta de su pequeño mundo. El teniente se encontraba fuera de sus cabales, su cabello negro estaba lleno de una sustancia pegajosa que parecía ser un poco de puré de patata y sus ojos estaban inyectados en sangre debido a la rabia que se había apoderado de él. Aunque lo que en verdad llamó la atención de Lía no fue la cara de su teniente, sino el rostro abatido de su nana que se encontraba de rodillas en el suelo, con la mirada perdida al frente y con el rostro lleno de marcas recientes de golpes.
—Y cuando un objeto se rompe y se vuelve inútil—Dijo sacando una pistola—Te deshaces de él.
—¡Pare! ¡Por favor pare! Se lo ruego—Gritó Lía acercándose hacia él.
—¡Lía te he dicho que te quedaras dentro!—Gritó Brent.
Los ojos del teniente se dirigieron a la muchacha quien mantenía un rostro horrorizado ante la posibilidad de perder a su nana. La mujer, por primera vez desde que había sido tratada como un trapo viejo, se movió y miró a la muchacha con una dulce sonrisa en los labios intentando tranquilizarla para que no tuviera problemas.
—Lía, mi niña, haz caso a Brent y vuelve a la cocina…—Dijo con un tono dulce.
La niña hizo caso omiso de las palabras de su nana y se puso de rodillas en el suelo manteniendo en todo momento contacto visual con el que desde hacía años había sido su amo.
—Se lo suplico… No le haga nada por favor…
El teniente se mantuvo quieto durante unos instantes contemplando a la niña que suplicaba por la vida de un objeto inútil como esa vieja que tenía delante. Le hacía bastante gracia, un esclavo suplicando por otro esclavo, definitivamente no eran más que escoria, todos ellos. Una risa se escapó de sus labios al pensar en lo patéticos que podían llegar a ser esos seres tan asquerosos. Le daban asco.
—¿Me suplicas esclava?—Dijo aun entre carcajadas—¿Y qué tiene una esclava como tú para ofrecerme a cambio de su vida? No tienes nada que me interese, tu vida ya me pertenece, igual que la de esta vieja, igual que la de todos los que han acabado muertos en mis calabozos.
—¡Espera! Tengo algo que seguro que le puede interesar—Dijo la muchacha.
Los ojos de la anciana se abrieron de repente imaginándose que era aquello que la muchacha quería darle a ese monstruo a cambio de su vida. Y no lo creyó hasta que vio como la pequeña sacaba la bolsa de cuero negro que había guardado con celo esas últimas semanas.
—¿Una bolsita de cuero? ¿Eso me interesa? ¡Niña estúpida!
—No es la bolsa en sí lo que le puede interesar—Dijo sacando el contenido de la bolsa.
Todos los hombres que veían la escena no pudieron evitar sorprenderse ante lo que veían sus ojos. Y pensar que una niña como ella podía poseer un objeto tan peligroso como ese. Por un momento todos los marines comenzaron a mirarse imaginándose qué podía hacer su teniente con semejante arma y en ese mismo instante desearon que esa niña nunca hubiera sacado nada de esa bolsa.
—Es lo que llaman fruta del diablo ¿no es así? Por lo que he oído es muy poderosa, y muy cara…—Prosiguió la pequeña—La fruta por Cora.
El teniente comenzó a mirar a la niña y a la fruta. Esa pequeña fruta valía más que cualquier grupo de esclavos de la mejor calidad, por fin un golpe de suerte en su vida y venía de la mano de una niñita que había conseguido gratis. Quién lo diría. Pero no iba a cambiar de opinión, esa vieja solo le estorbaba, además, esa niña estaba en su barco y era de su propiedad, por tanto, la fruta ya era suya ¿no?
Las gotas de lluvia comenzaron a caer con más fuerza y Lía esperaba impaciente la respuesta de su teniente. Estaba segura de que ese trato sería provechoso para él. Lo que le estaba dando era un tesoro que había guardado recelosa, pero estaba segura que nada valía más que la vida de la única persona que había cuidado de ella en sus 10 años de vida, sin incluir a su gran amigo el cocinero, al que consideraba casi un abuelo.
—Y dices… que me darás la fruta si le perdono la vida ¿no es así?—Preguntó el teniente con una sonrisa macabra en su rostro.
—Así es…
—Solo te voy a decir una cosa esclava y espero que lo comprendas ahora y siempre… ¡Nadie da órdenes a William Woodgate!
La escena fue a cámara lenta para Lía, primero el teniente la miró de una forma que nunca olvidaría, su mirada estaba como poseída por un demonio, un demonio llamado ambición del cual nunca podría escapar. Por último, levantó un poco el brazo para apuntar a la cabeza de la anciana y disparó.
Después, nada más que el ruido del mar embravecido y las gotas de lluvia chocando con las maderas del barco se escucharon en todo el navío. Lía observaba como el cuerpo sin vida de una de las únicas personas a las que había aprendido a querer en toda su vida se desplomaba delante de sus ojos y sus lágrimas silenciosas comenzaron a mezclarse entre las gotas de lluvia que caían en su rostro.
El teniente sonrió orgulloso de su acción, que según él, demostraba su fuerza ante toda esa panda de cobardes que se hacían llamar tripulación. Cogió el cuerpo de la mujer del cuello del vestido harapiento que portaba y lo tiró al agua.
Mientras caía al agua Lía observó algo brillante que también caía al agua junto con el cuerpo sin vida de su nana. El colgante, que parecía haberse salido de su escondrijo con la caída, estaba abierto y la arena cristalina que había sido guardada durante treinta años con celo en su interior caía al agua lentamente bajo la mirada de la única que sabía lo que significaba eso. Ya no había esperanza, Cora jamás volvería a encontrarse con su marido.
—¿Lo comprendes ahora niña? Tú me perteneces, este barco me pertenece, ¡vuestras vidas me pertenecen! ¡Nadie puede jugar conmigo!—Dijo entre carcajadas de pura locura—Ahora dame la fruta.
El silencio volvió a hacerse presente mientras Lía observaba el agua sin siquiera mostrar señales de que seguía viva. Sus ojos estaban vacíos, su pecho dolía como si le hubieran clavado un puñal y comenzaba a sentir algo que no había experimentado en toda su corta existencia. Su vida había estado plagada de miedo, tristeza y algunos momentos de felicidad, pero entre los sentimientos de una pequeña niña nunca habría tenido que mostrarse aquello que estaba sintiendo en ese preciso instante, odio. Odiaba a aquel hombre, lo odiaba y quería matarlo, matarlo de miles de formas crueles igual que él había hecho con su nana.
—He dicho, que me des la fruta esclava—Ordenó autoritario.
—No—Contestó la niña—Puede que por ahora mi vida te pertenezca, pero no mis acciones…—Dijo aun con la vista fija en el agua.
—¿Te atreves a alzarte contra mí esclava?
Por un momento la muchacha dejó de mirar el agua y giró la cabeza para contemplar a ese hombre que despreciaba con todo su corazón. La mirada de la muchacha era tan intensa que el propio teniente dio un paso atrás obligado por esos intensos ojos verdes que parecían el mismo mar embravecido.
—Dame… ¡Dame esa fruta!—Gritó el hombre de nuevo.
La muchacha levantó la mano un poco como mostrando a su teniente la fruta para que la observara y en cuanto el hombre dio el primer paso adelante, la niña se comió la fruta de un mordisco. Sabía a rayos, sí, tenía un sabor horrible, pero para ella había sido una pequeña victoria, ese hombre ya no la tendría y eso, aunque esa fruta supiera tan mal y no pudiera volver a nadar nunca más, significaría que ella había ganado por primera vez.
—¡Estúpida niña! ¡¿Pero qué has hecho?!
El hombre, encolerizado como estaba, corrió hacia la niña agarrándola de sus cabellos castaños y la empotró con la pared de madera que daba a la cocina y aun no satisfecho con esto, le propinó una patada en el rostro.
Su cuerpo comenzaba a doler, y su boca sabía a hierro, sintió un líquido correr por su labio pero ese enfado le sabía a gloria, ya que solo podía significar una cosa, lo que había hecho le había dolido al teniente, y mucho por lo que podía ver. Escuchó un leve clic y levantó un poco el rostro para observar qué había sido aquello que lo había causado. En cuanto levantó el rostro observó al teniente, apuntándola con la misma pistola con la que hacía unos minutos había matado a Cora. Y cerró los ojos esperando aquello que parecía inevitable.
El disparó resonó por todo el barco, un ruido penetrante y fuerte, pero no le había dolido. Abrió los ojos sin comprender lo que ocurría y vio como Brent sujetaba el brazo de su teniente hacia el lado contrario al que ella se encontraba, desviándolo así del impacto con su cuerpo.
—Es suficiente—Se oyó decir al cocinero.
Los ojos del teniente comenzaron a oscurecerse. Esa niña había sido el motivo por el que por primera vez en sus cinco años de teniente uno de sus hombres se había revelado contra él, tenía que deshacerse de ella. En un despiste del cocinero, el hombre le dio un fuerte puñetazo en el rostro que lo hizo caerse hacia atrás. Con su edad, Brent, ya no estaba para muchas peleas, por ello aunque era un hombre corpulento, no era difícil de derribar.
—¡Brent!—Gritó Lía al ver como su amigo caía al suelo.
Las olas comenzaron a hacerse más fuertes en ese momento, el mar perecía de alguna manera responder ante la situación embraveciéndose cada vez más y el barco comenzó a zarandearse de tal manera que mantener el equilibrio ya podría haberse clasificado como una situación de alto riesgo. Oportunidad que Lía aprovechó para lanzarse sobre su teniente. Éste, debido a que no se esperaba para nada la reacción de la chica perdió por un momento la pistola, y Lía agarró un pequeño cuchillo que estaba atado a la cintura del hombre y se lo clavó en el ojo, haciendo que el hombre se revolviera debido al dolor y la volviera a empotrar contra la pared de madera.
El grito del teniente se hizo presente en el barco y Brent, quien intentaba levantarse de su caída, no pudo evitar sorprenderse ante lo que veían sus ojos, igual que todos los demás tripulantes del barco, esa niña había firmado su sentencia de muerte.
—¡Cogedla! ¡Coged a esa zorra!—Gritaba el teniente una y otra vez.
Dos hombres que reaccionaron ante las ordenes de su teniente, quien tapaba su ojo con vehemencia mientras la sangre recorría su rostro, cogieron a la muchacha de ambos brazos mientras ésta se revolvía intentando escapar de una muerte segura después de lo que había hecho, aunque no se arrepentía absolutamente nada de sus acciones, ese monstruo se lo merecía.
—¡Esa zorra se merece algo peor que la muerte!—Gritó el teniente—¡Tiradla al mar! ¡Que se ahogue como castigo por comerse la fruta del diablo! ¡Tiradla por la borda!
El hombre miraba sus palmas llenas de sangre con el único ojo con el que podía ver, mientras sus subordinados no sabían qué hacer, no seguir las ordenes de un monstruo o simplemente tirar a la niña por la borda para que se ahogara, todos habían visto como se había comido esa fruta del diablo, y todos sabían muy bien sus consecuencias, si la tiraban al agua no había posibilidad de que nadara hasta la orilla, se ahogaría al igual que si la tiraran con un yunque atado a la pierna.
—¡Matadla! ¡Matad a esa zorra o yo y mi padre os mataremos a vosotros!
—¡No! ¡Lía!—Gritó Brent.
En cuanto se movió para parar a los dos hombres que tenían a su Lía cogida de pies y manos otro hombre se abalanzó encima de él para pararlo.
—Brent, no hay salida, es ella o nosotros—Susurró el hombre que acababa de pararlo.
—¿Estáis locos? ¿Estáis todos locos? ¡¿Vais a matar a una niña solo porque ese monstruo os lo ha ordenado?! ¡Sois todos igual que él! ¡Una panda de cobardes!—Exclamó Brent intentando liberarse del agarre.
Los dos hombres agacharon la cabeza mientras se debatían entre los gritos de Brent y su teniente. Brent tenía razón, aunque los gritos de su teniente eran claros, si se atrevían a desobedecer sus ordenes todos acabarían aplastados por la familia Woodgate y la niña solo era una esclava que no sería echada de menos por nadie si moría, ellos ,sin embargo, tenían familia, alguien que de seguro los lloraría cuando los Woodgate los aplastaran.
Cuando Lía sintió que nadie la sujetaba sus ojos se abrieron como platos y por su mente pasaron imágenes de bromas y momentos que ella pensaba que eran importantes, momentos que había pasado con las personas que no se habían pensado ni dos segundos el tirarla por la borda para que se ahogara.
—¡Lía!
Su nombre fue lo último que escuchó al caer al agua, seguramente había sido Brent al verla caer, sonaba como él, pero no quería pensar en eso. El mar parecía arrastrarla para adentro, como si algo la llevara hasta las profundidades del mismo. No quería morir. Solo quería ser libre, como todos los demás, tener una familia, amigos, ser pirata…
Sí, por primera vez había pensado en qué quería hacer con su vida. Los piratas no eran como los marines, quería ser recordada por sus hazañas como pirata, como Gold D. Roger, no quería que lo único que se supiera de ella fuera que era una esclava o que murió a manos de William Woodgate.
Quería vengarse de William Woodgate….
Algo dentro de ella comenzó a arder, tal vez era ira, algo que no había sentido nunca, pero de repente se sentía poderosa, poderosa en un mar en el cual de seguro moriría, ironías del destino.
Y después, la oscuridad se apoderó de ella.
—¿Eso es una niña?—Escuchó en la lejanía.
—¡Dios mío!—Gritó una mujer—Hijo, adelántate y avisa al médico y al alcalde ¡Rápido!
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Bien, aquí traigo de nuevo la historia de Sandri-Hima, con algunos retoquitos de mi cosecha propia. Sandra me dejó encargada de resubir la historia, así que intentaré adecuarme a lo que ella tenía escrito pero llevándolo un poco a mi forma de escribir. Debo decir que yo seguía esta historia y que era una de mis favoritas, así que me parece un honor poder escribirla desde donde la dejó Sandra, espero estar a la altura.
En cuanto a cómo voy a compaginar mundos paralelos con esta historia, no os preocupéis, mundos paralelos y el loto azul se publicaran simultáneamente y como está planeado el próximo capítulo de "Mundos paralelos" será en Julio, después de que haya terminado esta locura de exámenes.
Espero que nos deis vuestra opinión de esta historia. Muchas gracias.
Helen Martinelli ;)
