¿Qué es You could be my unintended? Conjunto de drabbles y oneshots con sólo una cosa en común: Yuu Kanda y Lenalee Lee. Como pareja, como amigos, como compañeros. No siempre con finales felices. Escenas perdidas que sólo un fan puede encontrar. Mucho out of character. Advertencias varias. Spoilers manga/animé.
La autora, osea yo, en otras palabras; está dispuesta a aceptar sugerencias, y aunque diga todo esto y sueñe con ser rica, los personajes de esta serie, D Gray Man, pertenecen a Katsura Hoshino, la hueva que no continúa el manga y que comienzo a odiar recientemente.
De alagos y demáses que llevaron a una noche de insomnio
En las penumbras, ella sonrió con aprensión mirando fijamente el cerrojo de la puerta de la habitación de Kanda para después suspirar, sintiéndose así misma temblando de pies a cabeza. Sostenía con dificultad una vela encendida y a medio acabar entre las manos con un fuego tambaleante en la punta de la mecha. En un parpadeo y un leve distraimiento, pudo ver el interior de aquella sala. Una cama, un buró con una lámpara, un armario y Mugen. De fondo, Kanda sentado en una silla frente a la ventana, mirando a través de ella el cielo oscuro repleto de estrellas brillantes.
Entró con pasos pequeños, temiendo ir muy rápido con su paso normal y molestarlo, ya que no le gustaba hacerlo. Sus piernas estaban llenas de vendas al igual que su cabeza, brazos y antebrazos. En su cuello había una gasa salpicada con sangre, prueba de que hacía poco que había llegado de una misión. Ahogó un quejido cuando se tropezó con el borde de la cama.
—¿Te acercarás o tendré que hacerlo yo? —gruñó Kanda con un fastidio leve en la voz.
Lenalee negó con la cabeza, mientras murmuraba No lo suficientemente alto como para responderle debidamente. Estaba levemente sorprendida, pero sin embargo no dio una muestra mínima de ello. Miró cómo él sólo movía su cabeza, jugueteando con su coleta, asintiendo enrabiado.
Una vez cerca de él, ella se sentó enfrente suyo, a sus pies y con las piernas cruzadas en forma de mariposa. Dejó la vela en medio de ambos; casi como una separación. Lo miró, examinando sus fracciones; justamente como lo hacía cada día. Kanda mantuvo su expresión fría y escudriñable, casi desafiante y soltó un "che" —aquella típica y más que nada, según Lenalee, adorable costumbre que tenía—.
El silencio era lo único que los unía. Ambos a centímetros de distancia, no decían palabra alguna. Lenalee sólo se mantenía sonriendo y él seguía con su máscara de gato arisco, sentando en una extraña posición con la camisa blanca un poco desabrochada, dejando ver su extraño y fascinante tatuaje. Meditando, seguramente.
Igual que ella, estaba lleno de vendas y parecía algo cansado. La exorcista se extrañó al no verlo con su espada entre sus brazos, y se recordó poco después así misma que la había visto poco antes de entrar encima de la cama.
—Komui seguro debe estar buscándote y lloriqueando por ahí —susurró el samurai con expresión seria, sorprendiéndola. Lenalee parpadeó, y cómo si fuera arte de magia, los chillidos estridentes de su hermano mayor llegaron a los oídos de ambos—. ¿Por qué vienes a estas horas? Sigues herida.
—Mi hermano no importa, se le pasará cuando Reever le de una buena tanta de trabajo —dijo como respuesta—. Y yo no soy la única herida, tú también lo estás; así que no me puedes decir absolutamente nada —contraatacó dulcemente.
Kanda cerró los ojos, casi con exasperación.
—Pero esta es mi habitación. Tú deberías estar en la tuya —afirmó, penetrándola con la mirada—, o en la enfermería. Además, yo me curo rápido.
—¿Y eso qué importa? Quería estar contigo —contestó con simpleza, como si nunca hubiera escuchado el tono que Kanda usó para hablarle. Tosco, nada gentil y hastío—. Mi habitación es muy fría, está demasiado lejos de las cocinas y Lavi se queja demasiado en la enfermería al igual que Krory. Allá no hay calidez, como tampoco hay calma —añadió por último, acariciando con sus uñas los vendajes que cubrían la piel de su pierna derecha.
—Ché —fue lo único que profirió el samurai.
—También vine porque estaba preocupada, pero como me has dicho que odias que me preocupe por ti… decidí guardármelo —dijo soltando una risita, encogiéndose de hombros—. Quería ver si estabas bien.
—Preocúpate por el brote de habas y el conejo —se limitó a gruñir—. O por ti misma. Yo no lo necesito, te lo he repetido muchas veces —espetó fríamente, volteando hacia otro lado, esquivando la cara sonriente de Lenalee.
—¿Sabes? —preguntó, inclinando su cabeza para mirar al techo—. En todos estos años como familia nunca me había sentido tan bien contigo. Aún recuerdo la primera vez que te vi y te confundí con una niña —Kanda gruñó en ese instante, haciéndola sonreír de nuevo—. No eres como Lavi que me hace reír en los momentos más trágicos ni tampoco como Allen que siempre está protegiéndome y enseñándome una falsa sonrisa a pesar de estar destrozándose por dentro. Eres demasiado real. Simplemente, Kanda… el sólo echo de verte, sentirte cerca…
El samurai parpadeó un poco. Repentinamente le dieron ganas de hablar, pero no se le ocurrió algo más que su "ché" para decir. Se había encontrado sin palabras. Lenalee jamás le había dicho algo así en su vida. Le había echo prometer salir con vida pasara lo que pasara, golpeado con carpetas y regañado miles de veces por molestar al chico canoso pero dicho algo así nunca. Kanda no pudo evitarlo y dejó, aunque no quisiese, que su corazón latiera un poco más rápido de lo que normalmente lo hacía. Se sintió avergonzado, débil.
Y, extrañamente, bien.
—Ver la tristeza que te rodea, ese perfil de misterio que tienes desde pequeño y esa coraza de frialdad que nadie rompe, me hace admirarte muchísimo. Me hace querer abrazarte, decirte que todo estará bien; pero al mismo tiempo, hacerme a mí misma más fuerte para así poder estar a tu par.
Subió su pierna y recargó su codo en ella. Le seguía mirando, y no sabía, pero presentía que se había puesto un poco más rojo que el mismo tomate. Sentía un calor en las mejillas realmente asfixiante, y estaba casi seguro de que no había sido efecto de la pomada que la enfermera le había puesto antes de colocarle aquella pesada gasa que le tapaba casi la mitad del rostro.
Fue cuando se rindió, y casi como un vómito, lo dejó salir.
—Ché.
—Supongo que ese ché significa en este momento "estoy avergonzado", ¿verdad?
—¡Cállate y vete a dormir!
Lo único que escuchó después fue la traviesa risa de su compañera. Afuera, el hermano de ésta seguía chillando.
Kanda no durmió esa noche, y no porque Lenalee roncase o Komui no dejase de chillar, si no porque algo le impedía dejar de pensar que aquel rubor avergonzado de niño atrapado haciendo una travesura era el primero que tenía desde hace años, cual su compañera le había provocado. Aunque, claramente, él ya no era un niño. Pero hubiese querido serlo, sólo por un momento, de nuevo, para que le abrazase tal y como abrazaba a la almohada.
Y es que tenía frío.
