Hola!
Antes que nada quería comentales que, como dice el título, esta historia va a ser una tilogía, es decir, tres historias que se suceden una a otra involucrando a los mismos personajes. La primera es de Tomoyo & Eriol, la segunda de Sakura & Shaoran y la tercera de Meiling & OCC. Cuando termine la primera seguiré con la segunda y luego la última. Recuerden que al tener personajes principales distintos van a cambiar de categoría en CHARACTERS, igualmente todas van a comenzar con el título Tomoeda Trilogy.
Van a encontrar que, a lo largo de la historia, aparecen personajes que no son de CCS, eso es porque no me alcanzaban los personajes del anime y tomé prestados otros de otros animes de CLAMP (aquellos que aparecen en Tsubasa R C), teniendo en cuenta sus características físicas. Si alguien tiene alguna duda sobre quien es un perdonaje, que no dude en preguntarme. Hay un solo perosnaje que no coincide con ningún anime, ni bien aparezca en la historia se los digo así no adelanto nada por ahora;)
Como anuncio en el Disclaimer, la historia no es mía (que más quisiera yo!) es de Sherryl Woods, se llama The Charleston Trilogy. Yo solo la adapté y la subí porque realmente me fascinó leerla y quería que todos pudieran hacerlo con los personajes de CCS.
Sin más que decir, les dejo el primer capítulo, espero leer sus Reviews para saber si quieren que siga subiendo los demás o no continúo la historia.
Disclaimer: Todos los personajes de esta historia no me pertenecen, le pertenecen a Clamp, y la historia en sí pertenece a Sherryl Woods, yo sólo la adapté sin fines de lucro porque me pareció una muy buena historia para que los fanáticos de CCS la leyeran transaldada al mundo de Sakura.
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Tomoeda Trilogy
The Backup Plan
Capítulo 1
Su productor estaba tratando de ignorar las malas noticias. Tomoyo se lo notaba en los ojos y en la voz. Después de una década trabajando en el periodismo televisivo con prácticamente el mismo equipo, ella había aprendido a interpretar los gestos de cada uno de ellos.
Toshinobu Yamamoto era un fantástico productor, pero no solía ser muy sutil en su modo de comunicarse. Más bien, ladraba las órdenes que le daba al equipo. Pertenecía a otra era, a la de los periodistas siempre acompañados por el alcohol y el humo de los puros, a la de los corresponsales de guerra que habían dado una nueva perspectiva a las noticias de los campos de batalla a través de hábiles directos. Ver cómo Toshinobu trataba de ocultar tímidamente lo que tuviera en mente resultaba doloroso.
—¿Qué es lo que te estás esforzando tanto por no decirme? —le preguntó ella por fin—. ¿Tiene algo de malo el reportaje que te acabo de entregar? Creo que fue una entrevista genial.
Al escuchar aquellas palabras, Toshinobu pareció aún más incómodo.
—Para otra persona, tal vez —dijo, con la familiar brusquedad que Tomoyo siempre había respetado—, pero no para ti.
En cierto modo, Tomoyo había estado esperando aquel comentario, pero, a pesar de todo, lo miró muy sorprendida. No estaba acostumbrada a recibir ningún tipo de crítica por su trabajo, ni siquiera las más amables. Durante sus muchos años de trabajo, sólo había recibido alabanzas de sus compañeros y sus jefes.
—¿Qué estás tratando de decirme, Toshinobu? Escúpelo.
Hacía mucho calor en la improvisada redacción, pero Tomoyo sabía que aquélla no era la razón de que Toshinobu necesitara secarse el sudor del rostro con un pañuelo. Estaba tan nervioso que resultaba patético.
—Muy bien —dijo por fin—. Quieres saber la verdad, pues aquí está. Has perdido fuerza, Tomoyo. Es comprensible, dado que te ocurrió tan sólo hace unos pocos meses, pero…
Tomoyo se desconectó de lo que le estaba diciendo su compañero. Nadie mencionaba lo ocurrido delante de ella. No poder hablar de lo ocurrido siempre le había resultado muy difícil a Tomoyo. Cuando hablaba de aquella trágica pesadilla, los ojos de los presentes se llenaban de pena. Entonces, comenzaban a murmurar palabras tranquilizadoras y, por último, impedían que se siguiera hablando del tema.
En parte, eso se debía a que, durante semanas después de lo ocurrido, Tomoyo había escuchado con los ojos secos los comentarios compasivos de la gente o había realizado la clase de comentarios cáusticos que todos los reporteros realizan para mantener a raya sus miedos y penas. Al ver su actitud, todos habían tomado nota de ella y habían dejado de hablar de ello. En aquellos momentos, cuando Tomoyo por fin se sentía con ganas de hablar, la compasión de los demás se había esfumado, como si no quisieran que se les recordara que sólo por la gracia de Dios no habían sido ellos los que estaban en aquella mortal cuneta. Ya no quería enfrentarse a su propia mortalidad ni considerar los riesgos inherentes a aquel destino infernal.
Los corresponsales de guerra eran una clase de periodistas muy especial. El índice de reporteros que se quemaban en aquel campo era muy alto para los que favorecían la ambición por encima de la supervivencia.
—En Nueva York están haciendo preguntas — continuó Toshinobu.
Aquel comentario captó la atención de Tomoyo.
—¿Qué clase de preguntas?
—Quieren saber si deberías tomarte un descanso, ya sabes, hasta que hayas tenido tiempo de superar lo ocurrido. De todos modos, te mereces unas vacaciones. Nadie se acuerda de la última vez que te las tomaste.
Tomoyo sintió que el alma se le caía a los pies. Lo último que necesitaba en aquellos momentos eran unas vacaciones. El trabajo la definía, la motivaba para levantarse por las mañanas. El hecho de haber entregado una entrevista algo floja después de años realizando reportajes merecedores de premio y de ganarse el respeto de todos, no se merecía aquel trato.
—No necesito vacaciones —replicó—, sino seguir trabajando.
—¿Qué te parece entonces cambiar de destino? — Sugirió Toshinobu—. Irte a la redacción de Londres durante un tiempo. O a París o incluso a Miami. Eso sí que estaría bien. Sol, palmeras, playa…
Aquella imagen no impresionaba a Tomoyo. En los días después de lo que ella aún recordaba como el «incidente», había considerado dejarlo todo. Sin embargo, entonces había comprendido que aquél era el único trabajo que deseaba hacer. Si le resultaba más duro, si la asustaba, estaba dispuesta a superarlo día a día. Consideraba sus acciones diarias como un tributo personal a la valentía de todos los corresponsales de guerra que habían muerto mientras realizaban su trabajo.
—Venga ya, Toshinobu. Yo estaría desperdiciada en Londres o en París. En cuanto a lo de Miami, olvídate. Soy corresponsal de guerra y realizo mi trabajo mucho mejor que el noventa por ciento del resto de los reporteros.
—Hasta hace muy poco, eras la mejor —comentó él, mirándola con preocupación.
—Y volveré a serlo. Sólo necesito un poco de tiempo para…
¿Para qué? ¿Para ajustarse? Imposible. ¿Para seguir adelante? Tal vez. Aquello era lo único que deseaba. Poder ir superando el día a día.
—¿No sería mejor que te tomaras ese tiempo en otra parte? —insistió él—. Te lo mereces, Tomoyo. Se te debía un descanso mucho antes de que todo esto ocurriera. Ya hablamos de ello, ¿te acuerdas? Yo creía que estabas pensando regresar a casa para ver a los tuyos. ¿Por qué no lo haces ahora? La gente se turna para trabajar aquí porque nadie puede vivir así sin perder un tornillo. Tú no eres la mujer maravilla. ¿Por qué ibas tú a ser diferente? Yo siempre hubiera creído que deseabas la oportunidad de ir a ver a tu familia, de hacer algo normal durante un tiempo. ¿No estabas deseando hacerlo?
Así había sido, pero ya no. Las cosas habían cambiado demasiado drásticamente. Tomoyo necesitaba trabajar si quería permanecer cuerda y retener su autoestima. No creía que quisiera volver a casa hasta que todo el mundo se hubiera olvidado de lo que hubieran oído sobre ella. Aún no quería enfrentarse a todas las preguntas que la esperaban en casa.
—¡Ahora no, maldita sea! —le espetó, con más brusquedad de la que hubiera deseado en un principio—. ¡Olvídalo, Toshinobu! No pienso ir a ninguna parte.
La alarma se reflejó en los ojos de Toshinobu.
—De esto precisamente es de lo que te estoy hablando. Nunca tratabas así a la gente, por muy tensas que se pusieran las cosas. Has dejado de ser tú, Tomoyo y eso me preocupa. No quiero que te pongas así en directo uno de estos días.
Tomoyo lo miró fijamente. De repente, lo había comprendido todo.
—Por eso he hecho tan pocas conexiones en directo últimamente, ¿verdad? Tienes miedo de que vaya a perder el control.
—Prefiero no correr el riesgo —admitió él con cierta incomodidad—. Por tu bien, no por el de la cadena. Me importa un comino lo que piensen.
Tomoyo sospechaba que era cierto. Toshinobu siempre había defendido a su equipo con uñas y dientes y trataba a todos sus componentes como si fueran hijos suyos. Como tenía fe en los motivos de Toshinobu, Tomoyo se obligó a tranquilizarse antes de responder.
—Te preocupas demasiado por mí —dijo—. Estoy bien. Si eso cambia, si creo que ya no puedo seguir realizando mi trabajo, te juro que serás el primero en saberlo, Toshinobu.
—Tú jamás has conocido tus límites porque jamás te los has tenido que poner. Hacías lo que hiciera falta hacer.
—Y aún lo hago —repuso Tomoyo, segura de que eso al menos era verdad. Simplemente le costaba más—. Vamos, Toshinobu, dame tiempo.
—De eso se trata precisamente. Te he estado dando demasiado tiempo.
Las palabras de Toshinobu la dejaron muy asombrada. Se sintió humillada.
—¿De qué estás hablando? ¿Estás diciendo que no estoy haciendo mi trabajo?
Toshinobu la miró con incomodidad.
—Muy bien. Te voy a decir la pura y cruda verdad. Y escúchame, porque necesitas oír lo que tengo que decirte. Se nos han pasado algunas historias, Tomoyo, cosas sobre las que jamás deberíamos haber dejado de informar. Los peces gordos lo han estado pasando por alto por las circunstancias, pero se están poniendo algo impacientes. Llevan así varios meses ya. No voy a poder seguir conteniéndolos mucho tiempo más. La decisión de si te quedas o te vas podría dejar de ser mía… o tuya.
En silencio, Tomoyo tuvo que admitir que lo que Toshinobu había dicho era cierto. Escuchar lo que ya sabía la llenó de una renovada sensación de determinación.
—Tienes razón, pero te aseguro que eso forma ya parte del pasado. De ahora en adelante, volveré a estar encima de todo lo que ocurre. Si no es así…
—Si no es así, te marchas a casa —afirmó Toshinobu—. Tanto si quieres como si no.
La nota de advertencia que notó en la voz del veterano periodista la hizo reaccionar como llevaba semanas sin hacerlo.
—Te aseguro que no llegaré a eso.
Lo único que tenía que hacer era apartarse aquellas horribles imágenes de la cabeza y centrarse en el presente. Había tenido que abstraerse al horror en mil ocasiones para poder realizar su trabajo y podía volver a hacerlo. Iba a armarse de valor y a renacer para realizar su trabajo mejor que nunca. Se lo debía a los televidentes que la seguían todas las noches en el telediario. A la cadena que le había dado una oportunidad nada más salir de la Facultad de Periodismo. Más que nada, se lo debía a sí misma. Sin su trabajo, ¿quién diablos era ella?
Dos semanas después de su conversación con Toshinobu, el teléfono móvil de Tomoyo empezó a sonar a las cuatro de la mañana, lo que provocó que se metiera rápidamente debajo de la cama. No era la primera vez que, sin motivo alguno, tenía miedo, pero los episodios eran cada vez más frecuentes y más dramáticos.
También lo eran las pesadillas que la hacían despertarse cubierta de un sudor frío. Llevaba semanas sin dormir bien. No hacía falta ser un genio para saber que estaba sufriendo el síndrome del estrés postraumático, pero había estado convencida de que podría superarlo sola. No estaba siendo así.
Al final, salió de debajo de la cama y, aún temblando, se sentó en el suelo con las rodillas contra el pecho esperando que el pánico fuera remitiendo.
Tal vez Toshinobu tenía razón. Tal vez no podía seguir trabajando, pero ¿qué era lo que podía hacer si no trabajaba?
Podría regresar a casa. Cuando Toshinobu le mencionó aquella posibilidad, la recibió muy fríamente, pero tenía que admitir que sentía una cierta nostalgia con sólo pensar la palabra. Siempre había sentido desapego por su hogar. Lo consideraba simplemente el lugar de donde venía, no en el que quería estar. Tan sólo un par de semanas antes, habría odiado la idea de regresar.
De repente, las imágenes de los enormes espacios verdes de las afueras de Tomoeda le resultaron muy atrayentes. Los árboles cubiertos de musgo, el cálido aire del verano impregnado de aroma de la madreselva… Todo aquello resultaba idílico y completamente alejado del horror de Afganistán.
Jamás lo había apreciado en demasía, y mucho menos cuando crecía en Tomoeda. Entonces, odiaba la tranquilidad y el lento ritmo de vida, las tórridas noches en las que casi resultaba imposible respirar. Le había faltado el tiempo para abandonar el hogar paterno.
Ser la hija de Sonomi Amamiya Daidouji, una mujer cuyos antepasados habían sido de los primeros que habían llegado a Tokyo, asentándose en la recién descubierta Tomoeda; y Fuuma Daidouji, cuyo abuelo había amasado una fortuna en el negocio de la banca central de Japón, le daba a Tomoyo una visión muy clara de su propia importancia. Por fortuna, había sido lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de ello y rebelarse. Su hermano no había tenido tanta suerte. Se había dejado llevar por la sombra de su padre y la de, sus orgullosos antepasados, por lo que Kamui Daidouji no podía enorgullecerse de haber hecho nada por sí mismo.
Tomoyo no se había contentado con heredar su lugar en el mundo. Había querido labrarse el suyo propio. Había sentido la necesidad de demostrar que era una mujer tan capaz e independiente como cualquiera de sus antepasados. En primer lugar había deseado ser una mujer de éxito y, en segundo lugar, una mujer sureña. Cualquiera que se hubiera criado en el Sur de Tokyo conocía muy bien la diferencia.
Había elegido el periodismo televisivo porque era una profesión llena de nobles ideales. Había aceptado destinos que la habían colocado en primera línea del peligro sólo para poder demostrar que podía estar al lado de los mejores en su profesión. No le bastaba con ser buena. Estaba decidida a ser la mejor, la corresponsal en la que todos los telespectadores confiaban para saber la verdad.
Durante diez años, Tomoyo lo había cumplido a la perfección en Chechenia, Oriente Medio, Pakistán y Afganistán. Estaba siempre presente donde estaba la noticia.
Sus últimos destinos habían sido los que más desafíos le habían presentado. Había sido imposible calcular los riesgos, encontrar fuentes dignas de confianza o incluso predecir si iba a vivir lo suficiente como para poder realizar la conexión. Muchos decían que hacía falta ser un adicto al peligro para aceptar tales destinos, pero Tomoyo jamás lo había visto así. Los riesgos merecían la pena porque los acontecimientos que se desarrollaban sin la presencia de las cámaras a menudo daban lugar a escalofriantes horrores.
Sin embargo, en sus treinta y un años, jamás había tenido unos sueños tan aterradores. Suponía que había visto demasiado. Había perdido amigos, algunos de los mejores en su profesión. Eso le estaba arrebatando la vida.
Tal vez Toshinobu estaba en lo cierto. Tal vez había llegado el momento de que regresara a casa. Ya no le quedaba nada por demostrar allí.
Al lado de la cama de hotel, consiguió por fin que los latidos del corazón recuperaran una cadencia más normal. En ese instante, comprendió que tenía que regresar a casa. Si se quedaba allí, perdería por completo la cordura.
Aquella misma mañana, unas horas después, Tomoyo le comunicó a Toshinobu lo que había decidido. Le dolió ver un cierto alivio en sus ojos.
—Es lo mejor —le aseguró.
—No es para siempre —replicó ella, necesitando creérselo—. Unas pocas semanas. Un par de meses como mucho.
Toshinobu se levantó y cerró la puerta. Entonces, le indicó a ella que se sentara.
—Escúchame, Tomoyo. Regresa a Tomoeda y búscate un lugar allí. Consigue un trabajo en una cadena local. Conviértete en su estrella. Encuéntrate un buen hombre, sienta la cabeza y empieza una familia. Esto no es vida.
—Es mi vida —protestó ella, horrorizada por lo que Toshinobu le estaba sugiriendo.
—Ya no —insistió Toshinobu—. Lo he visto antes. Un excelente reportero se salva por los pelos, ve cómo muere un amigo ante sus ojos y empieza a pensarse los riesgos que corre. Dudan, quieren ir sobre seguro o se convierten en un ser alocado que nadie puede controlar. Sea como fuere, un reportero así no me sirve.
—¿Estás diciendo que jamás podré volver a realizar este trabajo? —le espetó ella con ira.
—Nunca tan bien como lo has hecho antes. Eres hermosa, inteligente y con talento. Echa mano de todo eso cuando regreses a casa. Si no quieres exactamente en Tomoeda, entonces en Tokyo; o Nueva York o Washington, si quieres alejarte. Te puedo conseguir un puesto allí, en donde sea, en cuanto tú me lo digas. Búscate una vida y vívela. Lo que hacemos aquí es necesario, pero no es vida. Más bien cortejamos a la muerte.
—¿Me estás diciendo todo esto tan sólo porque soy una mujer? —le preguntó ella—. Resulta un poco machista hasta para alguien como tú.
—Puede ser, pero principalmente te lo digo porque me caes bien. Quiero saber que estás en algún lugar segura y feliz. No quiero tener que llamar a tus padres para decirles lo mismo que he tenido que hacer con los de otros reporteros.
—Dímelo claramente, Toshinobu. ¿Me estás diciendo que no quieres que regrese?
—No —contestó él—. La cadena me cortaría la cabeza si lo hiciera. Lo que te estoy diciendo es que espero que no vuelvas. Escúchame, ¿quieres? Piensa en lo que te estoy diciendo. Ya has demostrado que eres una heroína. Todo el mundo sabe lo que eres capaz de hacer. Eres una periodista de primera, una de las mejores, pero tal vez haya llegado el momento de que te pares para que trates de descubrir quién es Tomoyo Daidouji.
—Entonces, ¿crees que debería dimitir?
—Sí, Tomoyo. Creo que debes vivir tu vida.
Ella trató de imaginarse una vida tranquila y corriente, precisamente la que Toshinobu estaba describiendo para ella. No pudo hacerlo.
—¿De verdad crees que estoy destinada a convertirme en esposa y madre?
—¿Y por qué no?
—¿Y si yo decido que lo que de verdad soy es corresponsal de guerra y que jamás desearía ser otra cosa?
—En ese caso, siento pena por ti.
—Es lo que tú llevas haciendo toda tu vida.
—Mírame. No tengo ni esposa ni familia. A nadie le importa si yo regreso a casa o no. No deseo ese destino para ti. ¿No hay alguien en quien pienses de vez en cuando, en algún hombre al que eches de menos?
Tomoyo empezó a negar con la cabeza. Entonces, la imagen de Clow Hiragizawa se le coló en el pensamiento. No pudo evitar que una sonrisa se le dibujara en el rostro. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había pensado en Clow. Él había querido casarse con ella, pero Tomoyo lo había rechazado para ir en busca de su sueño.
—¡Lo sabía! —exclamó Toshinobu con voz triunfante.
—No era nada especial —insistió Tomoyo—. Sólo un amigo.
Un buen amigo que había prometido esperarla si ella se cansaba alguna vez de recorrer el mundo. Si estaba lista para el amor. Él le había dicho que siempre sería la dueña de un trozo de su corazón, que lo único que tenía que hacer era regresar a casa, decir la palabra y se casarían antes de que ella pudiera pronunciar Las Vegas. Antes de que ella se marchara le había dicho todo eso. Clow era su red, su plan de emergencia. Tomoyo jamás había esperado necesitarlo.
Se aseguró que no lo necesitaba. Todo lo que Toshinobu le estaba diciendo no significaba nada. Se recuperaría y terminaría regresando.
—Muy bien —dijo, por fin—. Dimito. Supongo que no hay razón para hacer eso a medias.
Pronunció aquellas palabras con cierta desgana, pero Toshinobu le dedicó una sonrisa de ánimo.
—¡Me alegro por ti, Tomoyo! Es lo mejor que podrías hacer.
«Tal vez», pensó ella, con cierto desprecio. Sin embargo, por si acababa de cometer un grave error, lo primero que debería hacer cuando regresara a Tomoeda sería buscar a Clow Hiragizawa. Tal vez el destino de Clow era salvarla de la solitaria vida que Toshinobu estaba describiendo. Lo sabría cuando lo viera.
Clow jamás le había acelerado el pulso, pero era un buen tipo. Una persona tranquila, en la que se podía confiar. Clow jamás la había defraudado. De hecho, siempre se había mostrado tan solícito con ella que le había resultado casi agobiante, pero tal vez había cambiado. Tal vez deseaba tener a su lado alguien que pudiera colmarla de amor y atenciones.
Con aquel pensamiento, los labios volvieron a curvarse en una sonrisa. Efectivamente, una mujer que había decidido dejar su trabajo tan impulsivamente tenía que mantener abiertas sus opciones.
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Y con eso concluye el primer capítulo. Háganme saber su opinión :)
Voy a tratar de actualizar todas las semanas, así tienen tiempo de dejarme algún Review pero no las hago esperar tanto como para que quieran venirme a buscar a mi casa para matarme.
XOXO
Mel
