Los personajes no me pertenecen, son de Rumiko Takahashi, sin embargo la historia sí.

-Diálogos.-

:-:-:-:-:-: Cambio de escena.

La Burla

Capitulo Uno.

La tarde se tornaba en colores tornasol y naranjas, tan tranquila y pacífica en aquellas calles empedradas, sobre estas los carruajes de caballos se observaban pasar en el incesante andar de los minutos.

Dentro de una casa de recreación un caballero miraba sus cartas con un chispazo de buen presentimiento, su chaqueta colgaba en el respaldo de la silla y su impoluta camisa blanca asomaba por debajo del chaleco obscuro, su cabello negro perfectamente corto, un caballero de la más alta alcurnia, o por lo menos eso era lo que sus ropas anunciaban.

-Bien señor, parece que llegamos al final.- Le susurro el hombre con la voz cargada de burla, sus oscuros ojos se perdían en las sombras y el humo del casino.

-Pues eso parece y me temo que esta mano no le ha sonreído caballero.- Contesto el hombre del chaleco a la vez una sonrisa de soberbia brillaba en su rostro con arrugas dejando las cartas de su mejor jugada sobre la mesa, saboreando a su vez el triunfo y alivio de la victoria.

-Flor corrida.- Anuncio revelando su jugada, había estado a punto de perder su última posesión tratando de rescatar un poco de la fortuna que había perdido por su vicio, y ahí estaba, el fruto de sus esfuerzos. Cuando se abalanzaba sobre la mesa tratando de tomar el papel que demostraba era propietario de sus tierras y titulo uno de los hombre que protegían a su contrincante lo retuvo.

-No tan rápido caballero, flor imperial.- Anunció colocando sobre la mesa la mejor y más astuta jugada de la que el viejo hombre había visto.

La desesperación empezó a inundarlo como una enorme ola que lo arrastraba lentamente a un mar obscuro y hondo, paulatinamente sintió que los temblores empezaban a recorrerlo y que su frente se perlaba de sudor.

-E… eso… eso no… no puede… ser. ¡No puede! ¿¡Que voy a hacer! ¡¿Qué le diré a mi familia?- Empezó a gritar, la gravedad de lo ocurrido empezaba a caerle como un cubo de agua fría escurriéndose sobre su cabeza.

-¡esto… esto es un robo! ¡Usted me estafó! ¡Me ha robado!- sentenció elevándose de la silla y colocando con un estruendo las manos sobre la mesa.

-Mi señor, no se exalte, la jugada fue limpia, nuestros padrinos están de testigos, jamás lo induje y por ende lo robe, simplemente jugamos ambos con las reglas estipuladas como dos hombres que saben lo que hacen y el riesgo al que se exponen.- Anunció el hombre aun en penumbras mientras lentamente tomaba pie sin abandonar la mirada del mayor.

La rabia y la impotencia lo ahogaban de tal manera que empezaban apretarle el pecho por la fuerza de los sentimientos, la desesperación se le cernía nublándole el juicio, había perdido todo cuanto poseía, su fortuna, las riquezas de sus siembras, su tierra, su mansión y aun así… aún así seguía debiéndole al hombre. Todo por ser tan estúpido y sentirse tan astuto, se había dejado sumergir por la locura del vicio… el juego, y con ello no solo había perdido su dignidad al rogar al hombre frente de él una última oportunidad de rescatar y de poder jugar lo que había perdido gota por gota, humillándose al grado de llegar con desespero y con el título de su casa.

Ahora se preguntaba por qué… ¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué se había dejado doblegar por el desespero de un efímero vicio, de algo que como bien le habían dicho los pocos seres que le apreciaban lo llevaría a la perdición?

-Bien, habiendo ganado le pido que desaloje la propiedad lo más inmediato posible además de pagar la cifra restante que aún me adeuda.- Anunció el hombre en penumbras mientras rodeaba la mesa para colocarse frente a él, los oscuros ojos brillaban con una chispa rojiza que le hizo escalofríos desde la medula hasta los dedos de los pies.

-Espere, ¡Por favor ayúdeme! ¡No tengo nada más! ¡Mi esposa y mi hija junto con mi heredero estarán muy avergonzadas y destrozadas! ¡Por favor! ¡Por piedad Naraku! ¡Os lo ruego por la honra de mi apellido! ¡No tenemos un solo lugar a donde más ir, ni un céntimo más en los bolsillos!- gritó el hombre cayendo de rodillas y sosteniéndose de la solapa del traje que el individuo ostentaba, con desespero.

Tras un instante de silencio en el que todos los que se encontraban alrededor de la mesa callaron los ojos del hombre brillaron con un chispazo que a todos estremeció.

-Está bien Higurashi, le daré una prorroga como buena voluntad, usted me debe pagar cada céntimo que perdió en mi humilde propiedad en un plazo de tres meses si quiere aun celebrar el fin de año, usted conoce perfectamente las reglas de este juego y las aceptó sin ningún reparo desde un inicio.- anuncio con la voz tranquila, sin embargo en este se denotaba una obscura amenaza que hizo al hombre soltarse de inmediato con terror en los ojos.

El barón lo miró con asombro, la desfachatez de la propuesta era enorme, pero tras un instante inclino la cabeza sabiéndose derrotado, si no accedía perdía todo, y su nombre y apellido carían en el lodo, en la vergüenza, la sociedad lo vería no más que como un vil vagabundo y su corte, todo lo que era él, serían mancillados, además de que su vida estaba literalmente en juego, porque bien sabía que Naraku no jugaba, el había perdido, él debía de pagar.

-Esta… está bien.- contesto con un suspiro sintiéndose derrotado y humillado aceptando las migajas de alguien muy por debajo de su escala social, sin embargo dejando salir un suspiro de desahogo, por lo pronto tenía unos meses más de vida.

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La tarde era tranquila, en el quiosco una joven dama esperaba con ansia, su largo cabello azabache recogido en una sencilla media coleta con un precioso tocado de perlas y plumas del cual los largos bucles caían sin reparo acariciando su espalda y pecho, el vestido largo de seda se ajustaba como una segunda piel desde el inicio de los senos hasta la diminuta cintura para después ensancharse en una abundante cascada, la delicada tela de la falda era adornada por cientos de bordados y listones, las mangas abultadas le llegaban a la mitad del brazo para después caer en largos encajes que caían a mitad del ante-brazo, la belleza del vestido solo denotaba el estatus de la joven, sin embargo a pesar de la belleza este era opacado por la hermosura de la joven dama, su preciosa cara era de rasgos delicados… suaves, tanto como los de una Madonna o un ángel, sin embargo eran sus ojos pletóricos de candor los que le daban ese aspecto de inocencia y juventud.

Ansiosa giró la sombrilla de encaje color rosa del mismo tono que su vestido mirando alrededor, tras varios minutos de incertidumbre por fin observo entre las mareas de gente y carruajes al ser por el que esperaba, de sus carnosos labios una sonrisa afloro.

Al momento un joven vestido con un sencillo traje de frac se adentro en el quiosco con el rostro tranquilo y una sonrisa serena, justo cuando se iba a inclinar para besar la mano de la doncella está se lanzo emocionada tomando las suyas hasta casi llevárselas a la altura de su rostro.

-Que pasa joven Houyo, por que el desespero en la letra de su carta.- Preguntó con premura la jovencita haciendo enrojecer al tímido caballero.

-Mi lady, no creo que esta actitud sea aprobada por los cánones de nuestra sociedad.- Le recordó con paciencia a la dama que al momento enrojeció y soltó sus manos con algo de reparo, aún no llegaba a comprender por qué era de suma importancia las reglas y los modales entre las personas, ellas no llevaban a demostrar quién era un individuo honorable y respetable y quien no, sin embargo temía que si cuestionara a alguien con sus dudas la persona pusiera una expresión de alarma y de horror ante estas observándola como el bicho raro que muchas veces se sentía, como en ese momento por la ligera reprimenda del joven que tenía al frente ante su comportamiento efusivo.

-perdóneme mi lord, es solo que me exaltaron sus palabras.- se excusó la jovencita al momento que giraba la mirada hacía las calles empedradas y la gente que paseaba con sus abultados vestidos y sus trajes de frac.

-No hay porque my fair lady, siéntese, lo que debo de informarle es importante.- le anuncio el joven hombre mientras le tomaba la mano, la jovencita se sentó cuidadosamente colocando la abultada falda lo mejor posible, inmediatamente el joven tomó asiento a un lado tomando las manos de su ardiente amada entre las suyas.

-la noto más sonrojada de lo normal my lady ¿se ha sentido bien últimamente?- preguntó observando el ligero rubor que adornaba las mejillas de la damisela.

-¡O si, si! Por supuesto que sí, es solo que estoy algo agitada por la caminata.- Le murmuro.

-Mi dame, el motivo de mi carta es algo que nos concierne.-Le anuncio el caballero retomando el tema con premura. –Mañana por la mañana parto al puerto de la Roe.-

Tras un incesante silencio, la jovencita lo miro aun con los ojos repletos de sorpresa. –Lamento informarle así, tan rápido, pero mi padre me lo dijo hace dos día y solo hasta ahora pudimos vernos, también lamento que esto se interponga en nuestros plantes.- prosiguió, al cabo de unos momentos la señorita sonrió tranquilamente logrando que un poco de lo rígido del chico mermara.

-¿y cuando vuelve si se puede saber?- preguntó desviando el rostro hacia los árboles de la plaza. –Aún no lo sé, yo espero que los problemas de mi padre se resuelvan pronto y pueda volver con rapidez para así pedir su mano de una vez por todas.- respondió el muchachito con total devoción, tras unos instantes beso una de las manos y después la soltó, la joven dama lo observo con una mirada cristalina y sincera.

-Lamento que se tenga que ir, sin embargo si es una obligación para con sus padres yo no me opongo, solo prométame que volverá pronto sano y a salvo.- Murmuro mientras movía el paraguas con nerviosismo, el joven sonrió tranquilamente y después tomó pie.

-Me temo que debo marcharme, mis ropas y otros artículos aún no los han guardado esperando para que yo elija lo que deseo llevar.- Le anunció, la jovencita asintió mientras el joven le tomaba una mano enguantada y la besaba.

-Hasta pronto my lady, estaré ansioso de retornar a su lado.- Murmuro para después dar media vuelta.

Tras unos instantes de mirar cómo se retiraba, escuchó de pronto unos agitados pasos y tras darse vuelta observó a una doncella corriendo velozmente para colocarse frente a ella.

-¡My lady! ¡No vuelva a escabullirse así de mí! ¿Es que acaso busca que me castigue mi señora por perderla de vista?- Pregunto una jovencita de largo cabello castaño sujeto en una coleta, unos mechones se escapaban del sencillo peinado resaltando solo con ello la belleza del rostro con algunas graciosas pecas.

-Claro que no Sango, ¡como osas pensar eso! Es solo que necesitaba un poco de tranquilidad y paz.- le respondió con la mirada triste mirando por donde hacia unos instantes se había ido su amado.

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El caballero caminó por las adoquinadas banquetas, sentía cierto hastió de estar en aquel lugar, había ido al club por asunto de negocios sin embargo nada más acordar la compra de cinco yeguas pura sangre al igual que cinco caballos de la misma raza y una pareja de macho y hembra de Akhal-Teké decidió que ya había tenido demasiado, al momento de sentir el aire fresco apreció que algo de la presión lo abandonaba.

Era increíble como el dinero cambiaba la forma de ver de las personas pensaba caminando tranquilamente y dirigiéndose a su residencia, nada más había que recordar su pasado humilde y sencillo al igual que sumamente difícil en donde cualquier hombre con traje o mujer con amplio vestido lo volteaban a ver como si no fuera más insignificante que una cucaracha, alguien tan poca cosa que no debería de estar más que para lustrar sus zapatos.

Siguió el camino mientras su mente se nublaba de amargos recuerdos, al momento notó los árboles de la sinuosa plaza y se adentro por el camino más corto que daba a su lugar de descanso. Recordó las palabras de su abogado, el muy maldito le había sugerido algo que para él era casi imposible, además de que lo repelaba como si fuera la plaga, casarse.

Según sus exactas palabras era que debía de contraer nupcias con una dama de alta cuna, de pulcra condición, la cual con sus orígenes lograría quitarle por completo la estampa de rebelde, indomable, de bastardo.

Malaya fuera la hora en que se le ocurrió al estúpido de Mioga tal idea, y aún cuando él estuviera dispuesto, la mayoría de los padres de jovencitas de sociedad lo resistían debido a sus orígenes, sin embargo eso al momento de ver su nuevo apellido y de imaginar la cuantiosa fortuna que ostentaba como único heredero de un alto linaje enmudecían y se las ofrecían como si fuera a comprar una nueva Yegua. Le hastiaba eso, por eso se había retirado prematuramente del salón de juegos, los padres al saber quién era y al saber el titulo que ahora poseía le daba a conocer las numerosas virtudes de las hijas que quisieran que él echara a ver.

El viento soplo una suave brisa que se coló por la chaqueta de su traje y le refresco el rostro, observó que era un día clareado y el ocaso comenzaba a tener pinceladas doradas y rosas, el sol brillaba en el crepúsculo de un color sangre, tan nítido como inigualable, al momento sus pasos lo llevaron al centro de la plaza donde el quiosco brillaba a la luz del atardecer con propia majestuosidad.

Su mirada bailó en las copas de los arboles que se mecían al compás de la brisa deteniéndose de súbito ante una mirada tan castaña como el chocolate líquido, cristalina y limpia pero repleta de acertijos, una mirada tan pura como el agua de los manantiales pero demasiado soñadora.

La pequeña dama no debía llegarle un poco más abajo del hombro, su cabello largo y azabache como las más oscura de las noches repleta de promesas caía suelto en una cortina de preciosos bucles hasta la mitad de la espalda desperdigándose también sobre su pecho y colgando de las puntas de sus senos enmarcando un rostro afilado de rasgos delicados con un flequillo rebelde que caía sobre sus delineadas cejas, las mejillas contenían un ligero sonrojo denotando lo cremosa de su piel, los labios ligeramente entreabiertos de un apetitoso color cereza en forma de corazón con el labio inferior carnoso, reflejaban promesas de tormentosas noches repletas de una pasión escondida que le arrancaron un suspiro, sin embargo eran sus ojos en forma de almendras con ese inquietante color y esa mirada de inocencia y pureza hacía que la pasión que desbordaba fuera de la ignorancia de la misma persona que la creaba dándole un halo angelical. Un ángel con cuerpo de pecado pudo notar al recorrerla con la mirada, un cuerpo que pertenecía a húmedos sueños de sabanas de seda y luz de luna. El sencillo vestido era en un tono rosa con escote cuadrado que llegaba al nacimiento de sus senos, dejando ver la cremosa piel de su pecho enmarcándolos y cubriéndolos en una promesa de oscuro secreto, el tamaño no era exacerbado ni tampoco pequeño, eran del tamaño justo de sus palmas, como hechos para estar entre sus manos.

Aquel pensamiento lo dejo descolocado, sus inclinaciones eran demasiado erráticas incluso para él, con qué facilidad aquella diminuta figura de apariencia de cristal pero con el cuerpo de diosa hecho para el abandono había hecho que todo raciocinio abandonara su cerebro y su lucidez lo renunciara dejándolo solo con ideas descabelladas, definitivamente su cuerpo y mente deliraban a falta de una mujer en meses, sin embargo ese pensamiento no impidió que dejara de observarla, no le impidió que su mirara vagara una vez más por los redondeados senos y siguiera el sendero de la suave cintura hacia la curva de sus caderas que se ampliaba por la vaporosa falda, ni impidió que se perdiera en aquellas pozas de color chocolate los cuales brillaban con vida propia perdiéndolo y haciendo que el pasar de tiempo fuera arrancado por completo de su mente.

-¡Vamos mi lady! ¡Se hace tarde y su madre de seguro que ya nos ha de estar esperando muy exaltada!- Escuchó que gritaba alguien, al momento el entorno y los miles de sonidos entraron en su mundo devolviéndolo a la realidad, había estado tan absorto que se había perdido aislándose de todo solo logrando ver a la figura que tenía a unos cuantos paso. La chica también respingo y de inmediato rompió el contacto de su mirada logrando dejarlo con una sensación desagradable, sin embargo no se dio tiempo a analizarlo, avanzó a paso veloz mientras su objetivo levantaba la falda del vestido y bajaba rápidamente los escalones llevada por la joven doncella.

-Espera Sango, mi madre aún no debe haber vuelto de su reunión de té.- Escuchó que murmuraba la jovencita tratando de adoptar el paso de la otra dama, con la velocidad que lo caracterizaba muy pronto se encontró frente a las jóvenes agitadas, pudo notar mientras esbozaba una sonrisa ladeada que la chica se sonrojaba y unos bucles caían revueltos aún sobre su pecho. Se inclinó a modo de saludo colocando una mano enguantada sobre el estomago y con la otras quitándose el sombrero de copa.

-Buenas tardes my belle Ángelo.- dijo a modo de saludo para después elevarse y notar con sonrisa satisfecha como la joven aumentaba el sonrojo de sus mejillas, tras algunos instantes la chica soltó la falda del vestido y regresó la reverencia.

-Buenas tardes lord, que os ofrece caballero.- murmuro la chica irguiéndose omitiendo una de las reglas de sociedad, sin embargo eso hizo que su sonrisa de lado se ensanchara más, una damita que no seguía rígidamente esas obtusas reglas.

-Madame, me peguntaba que hacían dos jóvenes a altas horas de la tarde y sin guardas que las protegiesen.- Preguntó sin reparo notando como la rigidez se instalaba en los pequeños hombros de la damita.

-Eso es algo que no os concierne my lord.- Contestó inmediatamente. –Bueno, en ese caso espero no os importe que las acompañe de vuelta a su hogar para cerciorarme de que lleguen sanas y salvas, no es de buen ver y seguro que damiselas tan bellas anden por aquí cuando está a punto de oscurecer.- Le murmuro sin dejar de sonreír ante la muestra de irrespeto de la chica.

-¿Y quién nos asegura que no es por caballeros como usted que las damas no podemos salir a estas horas? Además no os preocupe, vivimos a unas cuadras y no queremos desviarlo de su camino.- proclamo con rebeldía la joven, por un momento sintió un deje de irritación pero fue opacado por la curiosidad de conocer a alguien tan interesante como la chiquilla que tenía enfrente.

-Bien, déjeme presentarme primero para quitarle algo de su desconfianza.- Murmuro con otra inclinación sonriendo más abiertamente.

-Mi nombre es Inuyasha Tahiso, Duque de Wethimburg.-