Disclaimer: Nada de esto me pertenece. Todas las creaciones son del gran George R. R. Martin.
Dedicatoria: Esta escena se la dedico a Lucy Jano, moderadora de mi foro favorito de fanfiction, el Alas Negras, Palabras Negras. Sé que adoras esta pareja, así que les voy a dar el momento que George R. R. Martin nunca les pudo/quiso dar. ¡Feliz Día del Nombre!
ROBB STARK Y RHAENYS TARGARYEN: LAST DANCE, FIRST KISS
Sobre el suelo empedrado, su sombra se alarga cada vez más, mientras el sol se desdibuja en el horizonte en tonos anaranjados. Su espada arranca aullidos al aire al cortarlo, enfrentándose a un enemigo imaginario. Se detiene un momento para respirar y se seca unas gotas de sudor de la frente con el dorso de la mano libre. Estira el cuello, sacude los hombros ligeramente y se vuelve a colocar en posición de ataque. La solitaria danza comienza de nuevo. Rhaenys resopla, gruñe por el esfuerzo con cada estocada, salta de un lado a otro con las rodillas flexionadas, lista para esquivar y bloquear golpes inexistentes. Tan absorta está en su juego que no se da cuenta de que tiene compañía.
–Creo que ya está lo suficientemente muerto –bromea alguien a su espalda.
Da un respingo antes de volverse y ver a Robb Stark, que parece muy entretenido por la situación. La joven princesa sonríe, la vista en sus botas cortas al tiempo que deja caer el brazo de la espada.
–¿Cuánto tiempo llevas espiándome? –pregunta.
–Aproximadamente medio combate –ríe el joven rehén– No sabía que fueras tan buena con la espada.
–Gracias –se sonroja ella– Pero no es para tanto. Os he visto en el patio de armas; creo que cualquiera de vosotros podría derrotarme con facilidad.
–Bueno, sólo hay una forma de saberlo –el norteño desenfunda su espada y le dedica una reverencia burlesca– ¿Me concedéis este baile, mi señora?
Entre risas, la princesa accede y se prepara para el combate. Como si de un espejo se tratase, ambos se colocan en guardia. A la cuenta de tres, las espadas llenan el camino con su melodía metálica. Un choque de armas, un paso hacia atrás; una estocada hacia un lado, la espada la desvía; respiraciones entrecortadas, latidos ensordecedores; un gemido de frustración por parte de ella al no llegar a tocarlo; una risa reprimida de él al bloquear el golpe; los filos se vuelven a encontrar; un salto…
Robb se detiene al notar que su rival ya empieza a agotarse. Envaina la espada y le ofrece una mano para ayudarla a ponerse en pie. La chica sonríe de medio lado y le golpea en el costado antes de aceptarla.
–¡Eso no cuenta! –protesta él, aunque su sonrisa quita fuerza a su comentario.
–Sois demasiado caballeroso, Stark –replica Rhaenys. Se coloca la espada de nuevo en el cinto y se desprende de la cinta que ha sujetado a su pelo hasta entonces, dejando que su melena oscura se meza libre.
Está oscureciendo, y el firmamento se tiñe de un violeta similar al de los ojos de la princesa. Aquello le recuerda a Robb el verdadero motivo por el que está allí. Se aclara la garganta antes de hablar.
–Lo cierto es que venía a buscarte. Me enviaba tu padre. Y creo que ya nos hemos entretenido más de la cuenta.
Un gemido de rabia rasga la garganta de la princesa. Su expresión juguetona y alegre se vuelve tensa de repente.
–Sí, lo sé, aunque casi lo había olvidado –murmura. Con un suspiro de resignación, le ofrece su brazo– Vamos.
Juntos se dirigen hacia la imponente Fortaleza Roja. Aunque siempre ha sido su hogar, a Rhaenys de repente se le antoja amenazadora, como un gigante de piedra carmesí que se levanta contra el cielo crepuscular, queriendo estropear la armonía de color. Robb la observa en silencio. La mueca de contrariedad que invade su bello rostro, normalmente travieso y vivaracho, no pasa desapercibida para el joven Stark.
–¿Dónde aprendiste a luchar así? –pregunta, esperando distraerla de lo que sea que le preocupa.
–De vez en cuando, cuando necesito despejar la mente, practico yo sola –explica la chica– Mi madre quería que aprendiera con vosotros y con un buen maestro de armas, pero a mi padre le parecía poco propio de una princesa. Mi tío Oberyn también me da algunas lecciones cuando viene de visita. Él mismo me regaló esta espada por mi Día del Nombre.
–Veo que te ha enseñado bien –comenta Robb– Vencerte ha sido más difícil de lo que esperaba.
–Pues claro, ¿acaso creías que te lo iba a poner fácil, lobezno? –el tono bromista vuelve a su voz, y su cara, tan parecida a la de su madre, vuelve a resplandecer como el mismo sol de Dorne.
El muchacho pelirrojo deja escapar una risita, sin indignarse por el apodo.
–Aunque, si me permites un consejo, creo que eres demasiado directa. Te lanzas enseguida a dar golpes sin pararte a observar a tu oponente –se sonroja un poco al hablar. Al fin y al cabo, ella es la hija del rey, y él un simple rehén de su padre. Sin embargo, al ver que la joven lo escucha con tanto interés, Robb traga saliva y sigue– Ser Willem siempre dice que la anticipación es la clave.
–Entiendo –asiente Rhaenys– Supongo que tendremos que bailar más a menudo para que me des algunas lecciones –tras la mirada pícara de su comentario, su habla y su rostro recuperan el tono oscuro y amargo– Mientras siga aquí…
Robb la suelta de golpe, sorprendido por las últimas palabras. El corazón le da un vuelco, alarmado.
–¿Qué has querido decir?
Ella hace un alto en el camino y suspira. Sin mirarlo, juega con su pelo, como hace siempre que está nerviosa por algo.
–¿No te has enterado, verdad? Es posible que tenga que irme pronto.
Un sonoro "¡No!" se ahoga en la garganta del norteño. Rhaenys y él han sido amigos desde siempre. Crecieron juntos en la Fortaleza Roja desde que el rey Rhaegar los tomase a él y otros familiares de los cabecillas de la rebelión como rehenes. Es lo más parecido a una hermana que ha tenido, ya que apenas conoce a las dos que tiene en Invernalia; no soporta la idea de que los separen.
–¿Adónde? –pregunta con el ceño fruncido.
–El banquete que está a punto de celebrarse –indica con la cabeza la fortaleza– Mi padre quiere asegurarse la lealtad de Tywin Lannister, así que me va a ofrecer en matrimonio a su hijo.
De repente, un sentimiento hasta entonces desconocido despierta en Robb, como una chispa a punto de prender. La rabia acelera su corazón. Sacude la cabeza.
–Oí a mis padres discutir hace unos días por ello –susurra la princesa– Mi madre no está de acuerdo. Cree que debería hacer como mi tío Doran y casarme con quien yo desee.
Míranos a nosotros, Rhaegar, recuerda haber oído decir a su madre. Un matrimonio de conveniencia es una condena para los dos. ¿O acaso debo recordarte el Torneo de Harrenhal? Nada ha sido igual entre nosotros desde entonces…
–Pero mi padre siguió insistiendo en que es mejor tener a Lord Tywin como amigo que como enemigo. No sirvió de nada que mi madre le recordase que a su hijo mayor lo ajusticiaron porque fue él quien mató al abuelo –la chica reprime un sollozo de frustración– Además, dicen que el heredero de Roca Casterly es un enano borracho y putero.
Instintivamente, Robb se aferra al pomo de su espada con ira. No sabe hasta qué punto serán ciertos los rumores que circulan sobre Tyrion Lannister, pero imaginar a la encantadora Rhaenys en manos de ese monstruo le pone enfermo. Sin embargo, eso no es lo que la chica necesita oír en ese momento. Debe consolar a su amiga, así que suaviza su rostro y se permite darle las manos.
–Mis padres tampoco se conocían antes de que los casasen –procura que su voz suene tranquilizadora– Pero aun así, han llegado a amarse y ser felices juntos. Tal vez el hijo de Lord Tywin sea un buen hombre. Además, dicen que Roca Casterly es un lugar muy hermoso. Podrías tener una buena vida.
Ella contempla un momento sus manos entrelazadas. A la luz de las antorchas del patio, parece más joven, la misma niña con la que jugaban a perseguir a su gato por los pasadizos de la Fortaleza Roja. Robb a menudo se maravilla al pensar en cuánto tiempo ha pasado desde entonces. Rhaenys sonríe con tristeza.
–Gracias. Me gustaría creerlo, pero no creo pueda ser más feliz en ningún sitio que no sea aquí.
Entonces se da cuenta de que, en el fondo, siempre lo ha sabido: aunque según las leyes dornienses le correspondería a ella ser la heredera, no están en el gran reino del sur. Eso significa que será su hermano Aegon quien permanecerá toda su vida en Desembarco del Rey, mientras que no hay nada escrito sobre dónde acabará ella. Y aun así, Rhaenys siempre tuvo la esperanza de que su padre decidiera casarla con alguno de los rehenes que tomaron tras el fracaso de la rebelión. Quizás con el simpático y galante Renly, hermano menor del señor de Bastión de Tormentas y del hombre que intentó usurpar el trono a su padre para acabar cayendo en el Tridente, que parece tener más interés en decorar sus ropas y su armadura que en aprender a manejar la espada. O tal vez con Theon Greyjoy, que llegó unos años después cuando su las Islas del Hierro intentaron alzarse contra ellos; un chico apuesto y algo arrogante, que siempre parece estarse riendo de algo que sólo él entiende y tratando de impresionar a las mozas con su talento para la arquería.
Pero, sobre todo, su corazón siempre había deseado que el elegido de su familia fuera su favorito: Robb Stark. Le cuesta pensar que es unos años más joven que ella, pues desde que sus cuerpos empezaron a cambiar, se le empezó a hacer difícil seguirlo viendo como el niño que la hacía rabiar de pequeña y que jugaba con su hermano en los jardines. El chico lobo ya es todo un hombre, un hombre fuerte y atractivo. Le fascinan sus ondas pelirrojas, y se sonroja en secreto al ver su torso desnudo cuando entrena en los días de más calor. También tiene esa aura de solemnidad que, según ha oído decir, es típica de los norteños, aunque en su presencia siempre sonríe. Y, aunque nunca se lo ha confesado a nadie, siente que su dragona interior lanza llamaradas de odio cada vez que su tía Daenerys lo mira con esos ojitos de cordero degollado.
De repente, la angustia se apodera de ella: ¿y si la alianza matrimonial con los Lannister sale adelante? ¿Y si jamás vuelve a ver a Robb? En sus oídos, resuena la respuesta del lobo, pero su mente no procesa ni una sola de las palabras de ánimo que éste le dedica. Entonces, la frase queda interrumpida cuando la princesa atrapa sus labios en un beso tan inesperado como febril.
