Prólogo.

Londres, 13 de Septiembre, 1910

-Está a punto de comenzar.

-Aún disponemos de tiempo.

-Poco, realmente.

Así se desarrollaba la conversación entre los tres seres que se encontraban en El Puente de Blackfriars, en Londres. Era noche cerrada, y la luna creciente aportaba oscuridad a la metrópoli. El olor del contaminado río envolvía la ciudad, se podía notar la gran crecida del movimiento industrial con solo mirar alrededor. Para la sociedad eso era bueno. Más dinero: más felicidad. Ese era el lema. Una ciudad de numerosos habitantes, a pesar de los muchos muertos a causa de las epidemias del siglo XX. El puente estaba desierto. Habían unos cuantos transeúntes que pasaban por las calles al borde del río, pero ninguno parecía percatarse de la presencia de los extraños en el puente, quizás estaban demasiado borrachos como para fijarse. Los tres desconocidos vestían hábitos negros cuyos detalles no se apreciaban en la oscuridad, al igual que tampoco se podían distinguir los rasgos o el género de los individuos.

-Cuatro años es bastante tiempo.-El joven a la izquierda habló.

-Para los de nuestra raza, no para la de los hombres.-Replicó aquel apostado entre sus dos acompañantes.-La Gran Guerra comenzará en pocos años, y los vampiros solo la usarán como excusa para luchar. Es cuestión de tiempo.

-¿Y no lo podemos evitar? La guerra humana no puede juntarse con la batalla de los vampiros, sería...el fin del mundo.-Esta era la criatura a mano derecha del anterior hablante.

-La guerra humana es inevitable, están demasiado ciegos como para ver sus errores, y son demasiado estúpidos como para aprender de ellos. Están sedientos de poder, serían capaces de masacrar toda una nación, o peor, a los de su propia sangre, con tal de gobernar un pequeño y miserable trozo de tierra.

No se miraban al hablar, contemplaban con aspecto taciturno el río, como si no fuese la millonésima vez que lo veían en su larga existencia.

-Podrías tener razón, es lo más probable, pero, ¿y que pasa con nuestra guerra?¿No la podemos evitar?

-Ya te lo he dicho, solo estábamos esperando un motivo para pelear, y ahora lo tenemos. Como mucho podemos reducir el número de heridos.

Volvieron a quedarse en silencio, pensando, intentando elaborar un plan que no llevara la humanidad a la extinción. Una guerra entre vampiros no era una tontería, ya ocurrió una vez, y nadie quería recordarlo.

-Quizás...-el extraño apostado en el flanco derecho, que al quitarse la capucha resultó ser una mujer, eligió bien sus palabras antes de pronunciarlas-sea hora de pedir ayuda.

Sus compañeros se giraron para mirarla, sorprendidos, y se quitaron uno detrás de otro, la capucha de sus respectivos hábitos. El primer hombre, rubio, pálido y de rostro seguro y astuto miraba a la mujer de forma inquisidora. El segundo, moreno y con cara amarga, la miraba sin expresión, aunque en sus ojos se apreciaba la duda hacia alguien en quien se desconfiaba.

-¿Te refieres a Arabella?- El hombre rubio había entendido con facilidad las intenciones de la muchacha.

-Marco, no estarás insinuando que que tú tampoco lo has pensado, ¿verdad?- Dio la espalda al río Támesis y miró directamente a sus compañeros. Pero antes de que el anterior nombrado pudiera responder, el joven moreno del lado izquierdo, replicó.

-No accederá, recuerda lo que pasó la última vez. -Rodó los ojos, desechando la idea de la joven.

-Brom, deja tu amargura de lado y reacciona, nos han enviado aquí para investigar la situación, y encontrar una forma de resolver esto, lo sabes.-Ahora se dirigió a ambos hombres- Y Arabella también lo sabe. Deber antes que la razón, deber antes que el corazón. Es nuestro deber.

-Janae...tú no eres la que manda aquí -Brom los miró por última vez, se dio la vuelta y anduvo hacia las orillas del río, sin esperar a sus compañeros.

-Entonces, debemos preguntar a las personas que sí mandan aquí- Marco siguió los pasos del chico, y la chica le alcanzó para terminar la conversación.

-¿Se lo vas a preguntar? ¿En serio?- Janae daba rápidos pasos para alcanzar a su camarada, y le miraba preocupada.

-Esa ha sido tu propuesta, ¿acaso te arrepientes?- Marco contestó a su compañera con acritud.

-No, pero imagino que tendremos que preguntar a Arabella, ¿no? Quiero decir, no la podemos obligar...¿podemos?- Janae parecía perdida, como si no fuese capaz de comprender lo que iba a suceder. Probablemente no lo sabía.

-''Deber antes que la razón, deber antes que el corazón''. Si no quiere hacerlo la obligarán. Ya rompió los códigos una vez, y no lo volverá a hacer, conoce el castigo que se le impondría.

-Es Arabella, tiene una especial capacidad para desobedecer las ordenes y salir airosa. Lleva en la Tierra mucho tiempo, conoce las formas más eficaces del engaño.- Brom habló. Ya estaban en el final del puente, preparados para marchar.

-Las órdenes las dan personas que introdujeron el engaño en este mundo, de las cuales ella aprendió. Ni siquiera una mente tan preparada como la suya logrará esquivar las órdenes, no esta vez.

-Deberíamos dejar de hablar, no sirve para nada y podrían oírnos. Es hora de partir.

Los tres individuos se situaron en frente del río, en sus orillas, y después de mirar alrededor asegurándose de que nadie mirase, se desvanecieron, devolviendo a Londres su mundano silencio.

Nueva York, 23 de diciembre, 1918

Dos personas se encontraban en una habitación decorada con un sofá de color dorado, rodeados de muebles regios y de apariencia antiguos, paredes empapeladas de color rosa pastel, y una enorme araña que desprendía una luz amarillenta que daba un aire oscuro a la estancia. Había un pequeño mueble que contenía varias botellas con líquidos de diversos colores, empezando por los transparentes hasta extraños líquidos de color verde que parecían removerse solos. Recostada en el sofá se encontraba una mujer de aspecto juvenil, que no parecía rozar los treinta, pero que obviamente sobrepasaba los veinte. De figura atractiva, vestía un vestido negro con transparencias, que más bien parecía un camisón. Cualquier hombre hubiera quedado prendado en ella. Tenía un largo cabello negro y ondulado, uno que de noche se camuflaba entre las sombras, y a pesar de esto, ella nunca pasaba desapercibida, pues sus ojos eran de un fulgurante color verde esmeralda inhumano que podían iluminar una ciudad en guerra. Mirando por una ventana se hallaba un hombre alto y delgado, que vestía ropa de diferentes colores que definitivamente no combinaban, pero que en él no desentonaban en absoluto; su piel era más bien tostada, aunque había empalidecido bastante teniendo en cuenta el tiempo que había pasado dentro de casa durante la guerra. Tenía los ojos de un color gris pálido, y los pómulos muy marcados. Mantenían una conversación silenciosa, años de conocerse les permitía comunicarse de forma que nadie conocía.

-Bueno, pues ya ha pasado.-El hombre dio un trago al líquido rojo que estaba bebiendo, y se acercó a la mujer echada en el sofá.

-Claro Keb, hasta la próxima guerra.-La mujer levantó el vaso de agua que había dejado en el suelo, hizo el gesto de brindar, y bebió para humedecer sus labios, aunque ya ni siquiera lo necesitaba.

-Venga Bella, no es correcto vivir la calma esperando a la tormenta, aprovechemos ahora el tiempo de paz que se nos ha sido concedido.-Cogió los pies de su amiga y los bajó del sofá para poder sentarse, Arabella lo miró de una forma que haría que el más valiente metiese la cabeza bajo tierra, pero él la conocía lo suficiente para saber que no le haría eso.

-Hemos evitado nuestra guerra, pero sabes que habrá otra guerra humana en unos años, ¿verdad?-Ella miraba a su amigo como si fuese tonto, aunque Keb no se sentía ofendido, miraba a todo el mundo así.

-Claro que lo sé, pero seamos sinceros, esa guerra no nos va a afectar a nosotros los vampiros, de momento vamos a estar bastante tranquilos, y por eso mismo todos van a dejar que los humanos se maten hasta que acabe.

-Sí, es una pena.-Arabella suspiró, y por un momento, incluso pareció que esas vidas realmente le importaban.

-¿Y tu que vas a hacer?

-¿Yo? Subsistir, como hacemos todos.-Hablaba como si hubiese perdido el interés por la vida y por lo que la rodeaba, como si estuviese muerta. No obstante, gracias a ella, se habían evitado las muertes de muchos vampiros. Quizás ese era el motivo por el cual Keb aún no había perdido la confianza en ella.

-Ayudaste a la Asamblea de los Antiguos, pero sigues estando en el punto de mira. Evitaste la ruptura de la Asamblea, y por eso mismo hay muchos que te odian aún más que antes. Confiaron en ti para evitar la guerra porque eres todo a lo que ellos se oponen: caos, rebeldía, desfachatez, arrogancia; sabes mezclarte con ricos y pobres, sean de la raza que sean, hablen la lengua que hablen, y eso sin contar tu don innato para el convencimiento y la negociación, pero no creas que por eso mismo te encuentras en una posición favorable, sino todo lo contrario, no sería la primera vez que van a por ti. Vigila tus espaldas.-Keb se dio la vuelta, su rostro se había alterado visiblemente, la pasividad de su amiga en ciertos casos resultaba agotadora.

-Es agradable saber la imagen que tienen mis propios amigos acerca de mi persona, y yo que pensaba que te caía simpático.-Hizo un ruidito de fingida decepción, y se acomodo en el sofá que su compañero había dejado.

-¿Has oído algo de lo que te he dicho?-Keb parecía atónito.

-Sí, sí, ya lo sé, cuida tus espaldas bla bla bla, le han puesto precio a tu cabeza bla bla bla, si sigues llevando esos vestidos te vas a resfriar bla bla bla; llevas bastante tiempo diciéndome lo mismo y primero, nadie a intentado atacarme por la espalda (porque obviamente sería inútil, puedo defenderme ataquen por donde ataquen) segundo, no tengo prisa por permitir a alguien mover mi cabeza de su sitio, y tercero, los vampiros no nos resfriamos. Relájate.-Respondió Arabella, alargando la última palabra.

-Siempre me pides que me relaje, pero nunca paras de meterte en líos.-Cogió aire, y su mirada se entristeció cuando volvió la vista al sofá.-Desde aquella caza de vampiros en Italia durante el siglo XV he tenido que mantener un ojo en ti porque no eres consciente del peligro que corremos.

-Claro que no me preocupa, los Antiguos, grupo de vampiros entre los que me encuentro, somos prácticamente imposibles de matar. Tengo muchos años de experiencia. Además, si mal no recuerdo, me han pedido que pare la casi-guerra vampírica porque fui yo quien utilizando su gran...

-Desvergüenza y descaro.

-...destreza e ingenio, salvó a los más de mil vampiros de morir quemados hace 400 años. Luego ocurrió ese problemilla con la Asamblea cuando casi mato a mi hermano pero eso ahora es improcedente.-Arabella terminó su discurso y Keb no tuvo como rebatir, ya que era cierto. Arabella había conseguido reunir a cierto número de imprudentes magos para que arriesgaran sus vidas y salvar a sus congéneres. Desde entonces, ella era una heroína entre el mundo vampírico, un mito viviente. Era verdad que a Arabella le importaba más el sentir adrenalina que el hecho de evitar muertes, pero de todas formas, tuvieron que agradecérselo, y desde entonces, los Señores de la Asamblea recurrían a ella, la única vampira de la primera generación que arriesgaba su existencia con tal de acelerar sus pulsaciones, para las misiones suicidas.

-Es cierto que te necesitan para que los vampiros no se maten, pero tú ya no eres parte de la Asamblea, te fuiste por propia voluntad, y a pesar de eso, los vampiros del mundo te guardan más respeto a ti por tu fama de asesina cruel y sangrienta que a la Asamblea, los reales dirigentes de nuestra especie, y por eso no les caes bien.-Siempre tenían la misma discusión, y nunca llegaban a nada.

-Llevo viviendo así mucho tiempo, si no me han matado antes, no lo harán ahora.-Se levantó, bebió de la botella que contenía el líquido verde, a lo que hizo una mueca de disgusto y decepción.

- Ah, ya ni el alcohol de los brujos tiene efecto en mi. Malditos 2421 años de edad, ya nada me satisface.

Se acercó al perchero que había al lado de la puerta y cogió su gabardina negra.

-¿A donde piensas ir ahora?-Keb había vuelto a la ventana, donde se apoyaba de forma despreocupada. La calma volvería a su hogar.

-Inglaterra. Hace mucho que no visito la Academia de los grandes y valientes cazavampiros.-Dijo con voz burlona.

-Lo dices como si fueses bienvenida ahí. La mitad del colegio huirá espantada, la otra mitad intentará clavarte una estaca. Además, creí que odiabas a Alexei.

-Muy gracioso, y ''odio'' es una palabra muy fuerte, simplemente me gustaría someterle a mi dominio, beber su sangre y convertirle en la clase de monstruo que el tanto desprecia. -Arabella sonrió, por primera vez de forma verdadera en todo el día.- Un sueño precioso, realmente. De todas formas no pienso quedarme mucho, los novatos me ponen de los nervios.

-Vendrás a visitarme cuando la segunda guerra humana empiece, supongo.

-Supones bien.-Arabella revisaba todos sus bolsillos comprobando que no le faltaba nada.-¿Piensas ir a Israel? Lo más probable es que te pidan implicación.

-Lo haré. No pienso dejar que los humanos de mi tierra mueran, pero va a ser difícil, sabes que tenemos prohibida la intervención en temas de los mortales.-Keb parecía preocupado. Según el Código de los Inmortales estaba prohibido implicarse en cualquier revuelta humana.

-No te preocupes, ya haremos algo. De todas formas, podrías empezar a hacerte la idea del alto número de muertos que habrán, no salvaremos ni un cuarto de las posibles víctimas.-Arabella no era especialmente conocida por su positivismo, solía ponerse en lo peor.

-Lo sé. Pero el hecho de que la situación se pusiese cruda nunca ha impedido que luches, ¿no?

-No, no lo ha hecho. Yo sé que voy a intervenir, eres tú quien opta por una posición... titubeante ante las guerras.-Eran palabras planas para cualquiera, pero Keb había podido captar claramente el mensaje: cobarde.

-No todos nos enfrentamos a la muerte con tanta valentía como tú, a algunos nos gusta vivir.-La voz de Keb era bastante más cortante de la habitual con su amiga.

-¡Palabras absurdas, viejo amigo! Ya estamos muertos; la palabra correcta sería remuerte, o muerte de la muerte, muerte por dos, muerte al cuadrado, el final definitivo...-Se acercó al armario, y sacó una escoba del interior de ésta. Una escoba grande, en apariencia débil, vieja y podrida, pero por supuesto, encantada.

-¿Vas a ir en escoba?¿En mi escoba?Te van a ver.-Keb no aprobaba el uso de escobas mágicas, eran demasiado visibles a menos que se volara muy alto, y eso era peligroso para alguien que no supiera volar bien. Keb había sido un mago antes de que Arabella le convirtiera, y por eso aún poseía no solo aparatos mágicos, sino algo de la propia magia en sus venas.

-No puedo esperar a que habrás un portal, y quiero despejarme.

-¡¿Y vas a cruzar el océano Atlántico volando?!

-Keb, otra vez no, preocúpate por ti mismo. Inténtalo, aunque sea.-Abrió la puerta y con escoba voladora en mano, bajó las escaleras del piso, y antes de llegar a la puerta, el silbido de Keb la hizo frenar.

-No me silbes, no soy un perro.

-Avísame cuando llegues, y cuídate.- Como única respuesta Arabella asintió con la cabeza y caminó hacia la salida con pasos majestuosos, con la cabeza alzada, mientras la larga túnica negra ondeaba a su paso, y al girar a la derecha, su figura se desvaneció en las sombras.