Cápitulo 1: Si piensas que nada puede ir peor, piénsalo de nuevo.

Flashback

Me costaba creer como en unos pocos días, lo que creía que tenía se me había escurrido como agua entre los dedos, decir que estaba dolida era el eufemismo de todos los siglos y solo estaba segura de una cosa, nada sería igual a partir de éste momento.

Cuándo decidí que era momento de establecerme y casarme con Edward Cullen, definitivamente veía la situación desde otra perspectiva, mis ojos lo vislumbraban como lo hacían los enamorados, y de un momento a otro el caos se desató y mi mundo quedó hecho trizas. Contar la historia es lacerante para mí, pero en aquellos momentos ya no me quedaba nada más por lo que luchar.

Mi vida era una autentica y reverenda cagada, no había otra manera de describirla, pero no era un término que una señorita como yo debería usar, no en voz alta. Desde que nací, Renee y Charles Swan, se habían encargado de dejarme en claro que yo no era más que un estorbo en sus vidas ¿Por qué? Sencillo, la señorita Renee, era una arpía que solo velaba por sus intereses sociales, y Charles, no tenía demasiado tiempo para dedicárselo a su bizarra familia. No podía quejarme, no del todo. Mi educación inicial había sido pulcra e impecable, recibí clases particulares, incluyendo de etiqueta y comportamiento social, así lo exigían mis abuelos, los cuatro. Todos eran una bola de superficiales, prejuiciosos pero decidí que no me vendría mal aprender un poco sobre modales y que era fundamental saber de todo un poco en la vida. Cuando me impuse a cumplir los catorce años, mis padres optaron por la idea de inscribirme en un internado para señoritas. Afortunadamente sobreviví, con excelentes notas, incluso siendo la mejor de mi promoción, suscitando envidias y ganándome varias enemigas. A los dieciocho años entonces, conseguí entrar en medicina, logro que les sirvió a mi padre y a mis abuelos para regodearse con sus amigos, después de todo era el negocio familiar ¿no? Tampoco lo elegí por eso, de verdad la idea de salvar vidas me resultaba mejor, una manera de llenar mi vacía vida.

Sin embargo cuando los veintiuno tocaron a mi puerta llevándose todo rastro de adolescencia, sucedió lo inexplicable y quizás inevitable. Finalmente yo, Isabella Swan, fije mis ojos en un espécimen masculino con ganas de poseerlo, de hacerlo mío, y extrañamente parecíamos ir en el mismo carril. Pese a que Edward Cullen ya se estaba graduando de médico general, conseguíamos congeniar y nuestra relación funcionaba, mis abuelos estaban contentos. Solían cotorrear sobre lo bien que estaba haciendo las cosas sin necesidad de intervenciones suyas, lo que burdamente traducido significaba que en realidad la posición social y económica de mi novio, era lo que les interesaba y les dejaba satisfechos porque no era un pelagatos. Y francamente no quedaron decepcionados, el bastardo tenía todo los requerimientos para ser un niño mimado y egocéntrico con un par de hermanos más. Aunque a diferencia de mi disfuncional familia, los Cullen eran todos muy unidos, y sobre todo tradicionales, no creían en el divorcio incluso, por lo que su querido niño bonito, pasó a ser una especie de oveja negra, o eso imaginaba.

Sinceramente no podía imaginarme Esme, mi dulce ex – suegra, siendo mala con alguno de sus hijos, ni mucho menos al compasivo Carlisle sin entender los motivos que nos habían llevado a mí y a su banal engendro a dar por finalizado nuestro enlace matrimonial.

¡Aja! Ese era el quid de la cuestión, la razón por la que todo este caos se había desatado bajo el techo de nuestro hogar. Para que entiendan mejor, a la tierna edad de veinticuatro años, decidí que no iba a tener otra oportunidad para hacer aquello, que tenía que tomar riesgos y por eso, apenas me gradué de médico general, el señor Edward y yo decidimos casarnos ¡ Y doble mierda que no debí hacerlo! Porque aquí me encontraba yo, recogiendo todas mis pertenencias de su casa, y no, no porque no lo soportara, vivir con mi esposo era increíblemente fácil, pero él tenía un problema, un maldito problema que no estaba dispuesta a tolerar: Era un jodido mujeriego que no podía mantener su pene dentro de sus pantalones.

Y aunque desde que empezamos nuestra relación, había dado visibles muestra de su mejoramiento como persona madura, todo se fue por la borda unos días después de volver de nuestra luna de miel por Europa. Y entonces comprendí que el promiscuo Edward Cullen no sabía lo que quería en su vida, pensaba como una idiota que de verdad él podía amarme, pero lo cierto era que después de todos esos años la única que le había entregado todo era yo, mi primer beso, mi primera vez, mi primer amor, todo. Ahora me marchaba con las manos vacías, pero con mi dignidad en alto, no iba a permitir que me humillaran nunca más de esa manera… A fin de cuentas, las personas como él siempre se quedaban solas.

Desde aquel día hacían solo unas dos semanas, pero si había algo que yo tenía era decisión para hacer las cosas, una vez que tomaba la iniciativa no había vuelta atrás, no deseaba nada de mi ex – marido, ni necesitaba nada. Iba a tomar acciones legales pese a que Esme me suplicó que no lo hiciera, después de hacerle entender mi punto de vista con poca cortesía ella comprendió que no había nada en éste mundo que haría cambiar de parecer, y que su hijo era un cretino. Me sentí mal, yo quería mucho a los padres de Edward, y a su hermana Alice, pequeña y risueña hasta lo inverosímil, también a Emmett, grande y fornido como un oso, era mis hermanos, los hermanos que nunca tuve. Mi aflicción se hizo evidente, sin embargo me di cuenta que solo conseguiría separarme de Edward rápidamente si llegábamos a un acuerdo y él tenía varios días rondándome y gritando a la puerta de mi casa que lo perdonara y que no me daría el divorcio. Necesitaba una manera de sacarlo de mi vida, pero tarde comprendí que él no se iría, entonces me iría yo.

Huir no era mi estilo, pero en aquel caso la necesidad de supervivencia me decía que debía abandonar Londres o moriría en mi intento de vivir cerca de mi ex – esposo, cuando tuviese la certeza de que podría iniciar los trámites legales, entonces volvería.

Está demás decir que Los Ángeles me acogió de una manera sorprendente, mis abuelos en un afán de asegurar mi integridad y mi salud emocional, quisieron que nada me faltara al llegar, mi objetivo en realidad era resurgir por mis propios medios, conseguir un empleo, tener mi propio lugar, pero entonces todo cambio, pero realmente cambio.

Iba a renunciar a todos mis privilegios, incluso a la plaza que me había conseguido Charles para empezar con mi especialización en cardiología, cuando una pequeña mañana, el día tercero desde que había pisado los Estados Unidos de América, algo en mi interior se revolvió, desde que llegué me había contagiado de algún virus estomacal de mierda americano, ahorrar los detalles sucios estaba bien, por lo que solo mencionaré que estuve dos días teniendo horribles pesadillas, mareada y con la cabeza en el inodoro, no ayudaba el hecho de estar totalmente sola en un país extraño, pero podía asegurar que era algo solo viral, me sentía pegajosa cuando mi estómago quedó finalmente vacío, y me lavé los dientes para desterrar todo rastro de mal aliento, el ligero mareo no desapareció por completo pero al menos ya no sentía que todo me daba vueltas.

Abrí una de mis maletas en busca del botiquín de primeros auxilios y me tomé una pastilla de Pepto Bismol, sin embargo un empaque color rosa llamó mi atención, lo alcance con la curiosidad adornando mis facciones y me congelé cuando vislumbré las toallas femeninas ¿Qué día era hoy? Estábamos a ocho de Noviembre, hice la cuenta regresiva mentalmente. Una, dos, tres, cuatro… No podía ser posible.

Mi consciencia me recordó que si podía ser posible, no estaba usando ningún método anticonceptivo y mi jodido periodo nunca me fallaba, siempre fui puntual, siempre…

Y tenía tres semanas de retraso…

Como para reafirmar mi teoría, mi estómago rugió en respuesta y tuve una nueva sesión con el inodoro.

Si, las cosas pueden ir peor.