Holi, si ya sé, paso mucho tiempo desde que subi algo o di señales de vida -le tiran un reloj- bueno, bueno, ya entendí. e_e
Traigo este nuevo intento de historia, el cual con el tiempo ira subiendo de tono. Sin más, los dejo con la lectura. :)
La historia contiene Lemon, BDSM y lenguaje fuerte, ante la sensibilidad de los lectores se le sugiere dejar la lectura, de lo contrario le exijo evitar insultos, comentarios fuera de lugar y/o quejas con referencia a la misma.
-Los personajes no son de mi autoria, le pertenecen a Hiro Mashima.
-Dialogo.
-Pensamiento y/o acotaciones-
(Aclaración del autor)
Capitulo Uno: Infancia
Aún recuerdo mi dulce y triste infancia, aquella que me marcó para ser lo que hoy en día me transformé. Con tan solo 10 años sabia como debía comportarme e incluso dirigirme hacia los adultos o cualquier persona con autoridad. Recuerdo llevar el cabello celeste con grandes bucles a los costados, ganandome así la burla de mis compañeros de orfanato. También mis pesados abrigos y sombreros que hacian juego con aquellas prendas. Delgada, palida y de unos ojos completamente azules, profundos como el mar. No me consideraba una niña muy bonita pero si diciplinada, timida e inocente.
Nunca desobedecí una orden que viniese de algún adulto, aunque por algún motivo, ellos se ensañaban en llamarme desvergonzada o castigarme por alguna falta la cual yo desconocia o ignoraba. Los castigos que propinaban eran severos, marcandonos fisica y psicologicamente. Recuerdo a n aquellas cachetadas hasta dejarnos las mejillas teñidas de rojo, o como frente a todos los niños del orfanato nos bajaban los pantalones para darnos severas tundas, ya sea con la palma de la mano o con aquel cinto de cuero negro, siempre reluciente y listo para castigar nuestra falta. Las nalgas nos solía quedar completamente roja y a veces, dependiendo del humor de aquellos adultos, dejaban marcas en la piel como leves estrias violaceas.
Recuerdo el sonido sublime del cuero chocando contra la piel de mis muslos blanquecinos, una piel tan palida y cremosa, y los ojos espectante de los niños y niñas del orfanato. Algunos llenos de terror, otros curiosos y porque no, también los que se deleitaban con el sufrimiento ajeno, sumidos en sus deseos perversos. Mi falta no habia sido más que un error: Al lavar los trastes, uno de mis compañeros de tarea dejó caer un plato que estalló sonoramente contra el piso. Sumamente aterrado, corrio a llamar a Jose Porlas, uno de los encargados, diciendo que yo habia sido quien torpemente rompio aquella pieza de ceramica. Tratando de excusarme inútilmente, Jose monto en colera, llevandome por el brazo hasta el salón. Una vez allí, me bajo las calzas marrones, dejando descubierta mi piel más intima. Luego se sacó aquel cinto de cuero tan temido, y comenzó a azotarme allí mismo las nalgas, frente a la mirada de todos aquellos infantes.
Cada golpe era agonico, ya que sabia donde asestar tocando la zona más sensible de uno. No era la primera ni la última vez que eso sucedería, por algún motivo ya era completamente normal este tipo de castigos, aun así descubrí algo más doloroso que aquellos golpes.
Entre la multitud espectante de niños, allí frente a mis ojos logré dar con el causante de mi sufrimiento, que miraba con una sonrisa socarrona sabiendo que se habia librado de dicho castigo. Su mirada burlesca me dió a entender lo que era la humillación, el estar allí mismo frente a todos lavando "mi pecado". El terror que causó el ser humillada frente a la multitud se había apoderado de mi cuerpo al igual que ahora se apodera de mi memoria.
Pasando los años en aquel lugar, fuí acostumbrandome a todo esto. Cada vez que cometía una falta minima o me mostraba con una actitud descarada, aceptaba las consecuencias de dichos actos esperando así el castigo correspondiente. Aprendí a tomar el dolor, a soportar la humillación, pero sobre todo, a alimentar aquel morbo de poder que sentian los adultos, y porque no, los mirones.
Había muchos otros castigos los cuales aprendí a tolerar y otros que me enseñaron lo que era el miedo, pánico y desesperación. Uno de ellos fue el atarme a una silla y dejarme allí durante toda la noche, con la habitación a oscuras hasta la mañana siguiente, donde al desatarme, mi piel mostraba las marcas hechas por las cuerdas apretadas, que llegaban a casi cortar mi circulación. El no ver me llevo a descubrir lo ansiosa que soy, después de todo, me dió a entender que el miedo esta ante lo que no podemos detectar con los sentidos o incluso, a desesperarnos ante la idea de que algo ocurriese mientras no estamos provistos de aquellos.
Otro de los castigos -y a mi parecer, uno de los más crueles- era el encerrarnos en el armario o en un gran cofre, y sacarnos horas más tardes. Allí también descubrí mi terror ante los lugares cerrados y pequeños, nombre que más tarde descubriría: claustrofobia. De todos modos, aprendí a libiar con algunos de estos castigos, tomandolos con gratitud al ser corregida de mi sendero de pecado, y a evitar otros que llegaban a aterrarme, más incluso que la idea de arder en el mismisimo infierno, volviendome de igual manera una niña muy disiplinada y obediente.
Esas nuevas sensaciones que me inundaban llegaban a inquietarme, asquearme o incluso a desestabilizar todo pensamiento correcto en mí. No transformé todo aquello en odio o rencor, sino que aprendí a lidiar con aquello de una forma casi perfecta.
Una infancia bastante traumatica diria yo D:
Bien, eso sera todo por hoy. Es un comienzo y debo ver todavía como continuarla y finalizarla.
Cualquier duda, sugerencia o comentario es bienvenido. (No se vaya sin dejar un Review D: Por favor) Saludos. n_n
