Pareja: Francia x Inglaterra (Francis / Arthur), Escocia x Inglaterra (Scott / Arthur) Unilateral.

Advertencias: Nada en especial. Uso de nombres humanos, relación chico x chico (Yaoi).

Notas: Ni los personajes, ni Hetalia me pertencen; son obra de Himaruya-sensei, yo solo los utilizo para mis fines yaoistas.


Intentos fallidos.


Casualidad. Esa simple palabra que esconde muchas cosas tras de sí. En ocasiones me pregunto si las cosas ocurren gracias a ella, es decir ¿Fue casualidad la culpable de que lo conociera? Si es así, entonces le debo más de lo que creía.

Muchas personas no creen en la casualidad, piensan que todo lo que sucede es en orden aleatorio. Sin embargo, no pude evitar pensar en la casualidad cuando lo vi. Aunque si les soy sincero, y sonará algo cursi, más que casualidad pensé que era obra del destino. Cuando lo vi, despejando en ese instante mis pensamientos sobre la casualidad, me hice varias preguntas a mí mismo: ¿Es malo enamorarse a simple vista? ¿El destino lo colocó en mi camino? ¿Tendré alguna oportunidad?

Admito haberme sentido desorientado, perdido e incluso extraño. Era como tener mariposas en el estómago, pero no como las colegialas lo describían, era peor; como si las mariposas en mi interior estuvieran ansiosas en salir cada tanto que lo miraba.

Nuestra historia fue algo turbia, llena de romance al principio, drama de intermedio y un buen final, que me costó mucho lograr. Estoy feliz de que esos malos momentos pasaran y de que ahora estemos juntos, escribiendo un nuevo capítulo de nuestra vida en pareja.

Sin embargo, me gusta recordar como todo comenzó. . .

Era un domingo, llovía y acababa de entregar un borrador de mi trabajo a Roderich, el cual es mi tacaño editor. Soy escritor, varios de mis libros ha sido de gran éxito, sin embargo últimamente me han presionado en demasía para que escriba y he de decir que no soy tan bueno escribiendo cuando me presionan.

La lluvia arreció, no portaba paraguas conmigo y empecé a correr por las abarrotadas y monótonas calles de Londres.

-"Bendito el día en que acepté trabajar en Londres"- Pensé y mis ojos brillaron al divisar una cafetería- "Bien dicen que peor es nada"

Y pensando eso se me dirigí rápidamente a dicha cafetería. Era un lugar muy acogedor, lleno de mesas, personas conversando, sonriendo y disfrutando el buen ambiente, el olor de pan y miel, crema y glaseado. Me senté en una mesa de dos puestos la cual estaba pegada a la venta, por suerte no me había mojado mucho. Saqué mi celular de mi bolso, que por suerte tampoco se había mojado mucho, y llamé a Antonio para decirle que llegaría a casa un poco tarde. Sonreí y de pronto sentí que me llamaban.

-Buenas tardes Francis, ¿Puedo tomar tu orden? –Dijo una chica de cabello castaño y gran sonrisa, a la que reconocí como Elizabeta, una vieja amiga mía. Le sonreí de vuelta y señalé un platillo del menú.

-Solo quiero unas magdalenas y un cappuccino- Dije y Elizabeta lo anotó en una libreta.

-Bien... ¿No deseas nada más? –Dijo amable y sonrió, para luego retirarse, cuando negué con mi cabeza.

-Oye, oye, ¿Lo has escuchado?- No, ¿Qué cosa? –Dicen que han llegado a Londres los herederos de Allastor Kirkland -¡¿Qué?!- Como lo escuchas y al parecer ya se instalaron en la mansión- Vaya… Eso sí que es una noticia-.

No pude evitar escuchar la conversación que entablaban dos jóvenes, que calculé tenían veinte años, fruncí el ceño algo confundido. ¿Allastor Kirkland? Ese nombre me sonaba de algo, pero no podía recordar de que.

-Aquí tienes Francis- Dijo la castaña mientras colocaba el pedido frente a mí.

-Elizabeta, ¿Quiénes son esos jóvenes de los que todos hablan- Pregunté, algo me decía que ella sabía quiénes eran.

Observo atento como la joven castaña se sorprende por la pregunta. Carraspea y se sienta frente a mí. Suspira y noto un poco de tristeza en sus ojos.

-Te refieres a Scott y Arthur Kirkland, hijos de Allastor Kirkland, ¿No es así?- Preguntó mirándome expectante, yo solo asentí.

-Bien… Te contaré. Hace diez años el hombre más adinerado en Londres era Allastor Kirkland, dicen que era sumamente guapo y una persona muy inteligente y calculadora. Era dueño de muchas industrias, entre ellas la editorial en donde trabajas. Muchos rumores rondaban acerca de él, ya que, su mansión además de ser la más grande era una de las más antiguas. Lo definían como una persona muy reservada, sin embargo muy apegado a sus hijos, el mayor Scott y el menor Arthur. Cierto día la esposa de Allastor falleció por un ataque al corazón, el dolor fue tan grande que él se volvió loco y un día, mientras sus hijos dormían, se suicidó. Los niños estaban devastados, Scott tenía catorce y Arthur diez. Con el dinero que les dejó su padre ellos se fueron a Escocia, sin embargo ellos volvieron. No sé bien los motivos por los que están aquí, simplemente regresaron y ahora todos los que conocen la historia están algo curiosos de saber las razones por las que regresaron.

La joven suspiró y me miró con una leve sonrisa. Siendo sincero la historia me pareció muy curiosa, sabía que Elizabeta estaba ocultando detalles importantes; sin embargo, no la presionaría. Cuando llegara a el apartamento le preguntaría a Antonio y a Gilbert, ya que ellos tienen más tiempo de estar en Londres que yo. Me levanté, nos despedimos y salí, al ver que la lluvia había cesado.

Suspiré y empecé a caminar, al revisar mi celular me di cuenta de que tenía cinco mensajes de voz y varios mensajes de texto.

-"De seguro es Gilbert diciendo que es asombroso"- Sonreí algo divertido ante ese pensamiento. Seguí caminando hasta que llegué a un área algo desconocida para mí –"Debe ser la parte más antigua de Londres"- Pensé y a lo lejos vi algo que hizo que el tiempo se detuviera.

Era un ángel, un ángel caído del cielo. Su cabello dorado brillaba con el sol del atardecer, sus ojos eran hermosos, eran de un verde tan puro que simplemente no lo podía explicar. Su piel blanca y nívea, tenía espesas cejas que, al contrario de quitarle atractivo, lo hacían ver más guapo. Era delgado, podía calcular que era más bajo que yo y su cabello estaba algo despeinado, dándole un aire travieso. Nuestras miradas se conectaron, azul y verde, cielo y pradera. Sentí mis mejillas calientes y justo cuando iba a acercarme a ése hermoso y angelical joven, un hombre de ceño fruncido y cabello color fuego tomó la mano de ése ángel y se lo llevó caminando. Me quedé parado, hipnotizado, con mis mejillas sonrojadas y una tonta sonrisa en mi rostro.

Cuando llegué al apartamento Gilbert y Antonio me preguntaron qué porque sonreía, solo los saludé y me dirigí a mi habitación. No podía quitar esa boba sonrisa de enamorado de mi rostro, era una absurdez pero deseaba ver de nuevo a ése ángel de dorados cabellos.

-"Espero verte mañana…"- Pensé y, aun sonriendo, me entregué a los brazos de Morfeo.