Bueno, estamos aquí otra vez (después de nuestra prolongada pausa en el thorki porn challenge que, por cierto, esperamos continuar algún día) para traeros otra historia de este ship en formato de rol. Es un AU en el que a Thor le toca el papel de malo de la película, y a Loki le corresponde ser el más bueno de los dos hijos de Odín. Lo hicimos así porque nos apetecía cambiar de perspectiva y porque nos encanta ver al rubiales hecho un bárbaro (?). Como supondréis, es imposible hacer un AU así sin cambiar un poco el carácter de los personajes, aunque hemos intentado que sus rasgos más distintivos permanezcan intactos.

Por supuesto, os advierto desde ya que va a haber mucho sexo explícito gay, pero también angst y feels, porque en el thorki no puede existir una cosa sin la otra (?)

En fin, esperamos que os guste y que nos dejéis cualquier tipo de opinión que os merezca. ¡Un abrazo enorme y nos leemos en la próxima!


Loki apareció de la nada, acompañado de un destello esmeralda y unas lenguas de humo grisáceo que se enrollaron sobre si mismas antes de esfumarse en el aire. El hechicero se dejó caer de rodillas al suelo, derrotado, e inspiró profundamente para intentar calmar su respiaración agitada. Aquél viaje había sido incluso más largo de lo esperado; el interminable trayecto había consumido buena parte de su energía, dejándolo totalmente agotado. Aquella era la desventaja de intentar alcanzar un destino tan lejano que incluso escapaba a la poderosa mirada de Heimdall y, por lo tanto, a la capacidad de teletransporte del Bifrost. Loki ni siquiera podría decir con total seguridad en qué lugar del universo se encontraba. Lo único que sabía era que estaba muy lejos de los Nueve Reinos que tan bien conocía, y que su nueva ubicación era alguna posición remota y perdida entre las estrellas. No podía imaginar qué le deparaban aquellas tierras desconocidas, y era muy consciente de lo arriesgado que había sido viajar hasta allí. Sin embargo, también sabía que todo aquello valía la pena, porque sería capaz de hacer cualquier cosa, de enfrentarse a cualquier peligro, para encontrarlo a él.

Thor había sido desterrado de Asgard hacía ya mucho tiempo, pero Loki recordaba perfectamente el día en el que se había marchado. La angustia que le había atenazado el pecho tras verlo abandonar la Ciudad Dorada había continuado torturándolo durante cada instante de cada día. Al principio pensó que aquella horrible sensación era algo temporal y que, con el tiempo, terminaría asumiendo que el exilio del Dios del Trueno había sido una medida necesaria. Al fin y al cabo, él mismo había votado a favor de aquella opción cuando se propuso en el consejo de Asgard. No fue una decisión fácil de tomar, pero Thor había puesto las cosas muy difíciles. Por mucho que deseara defenderlo y hablar a su favor, era incapaz de aportar argumentos que justificaran sus terribles actos. Para comenzar, ni siquiera sabía lo que le había pasado. Él, que antaño fue el más respetado y admirado de los dioses, había terminado convirtiéndose la mayor amenaza a la que se habían enfrentado los Nueve Reinos. Y a Loki, que había continuado queriéndolo con todas sus fuerzas aún después de saber que no eran hermanos de verdad, aquella transformación le había dolido más que a nadie. No solo había sido testigo de la forma en la que la ambición y el poder habían ennegrecido el corazón de Thor, sino que además se había visto forzado a aprender a vivir con su ausencia. Al principio había podido consolarse pensando que su hermano continuaba cerca de él, vagando por los Nueve Reinos de Yggdrasil. No habían sido pocas las veces en las que acudió al observatorio del Bifrost para que Heimdall le informara sobre sus movimientos, a pesar de que detestaba escuchar sobre los estragos que causaba a su paso. Y cuando el Dios del Trueno abandonó las fronteras de los reinos que Odín protegía, él había sido el único que no encontró alivio en ello. ¿Cómo iba a poder vivir sabiendo que Thor estaba perdido en la infinidad del universo, desatando su poder con una violencia inmensurable? Estando así, solo, alejado de todo lo que conocía, ¿cómo podría redimirse? Jamás volvería a ser el de antes si nadie le ayudaba a desandar su sangriento trayecto.

Y por eso había viajado hasta allí.

Localizar a Thor no fue nada sencillo. Descartado el poder de Heimdall, tuvo que buscar aliados de reputación no demasiado admirable. Al final encontró ayuda en Karnilla, la reina de los norns, que accedió a prestarle el poder de sus legendarias piedras. El precio a pagar no fue demasiado alto, pues incluso ella temía lo que podría llegar a pasar si el Dios del Trueno y su locura no eran apaciguados. El hechicero era consciente de que Karnilla solo estaba cubriéndose las espaldas y que una vez lo enviara al lugar donde estaba Thor no podría volver a contar con su ayuda. Ni siquiera sabía si sería capaz de regresar a Asgard por su propia cuenta, aunque contaba con que su hermano, si es que llegaba a encontrarlo, le echara una mano con aquél problema. En cualquier caso, aquellos eran asuntos a los que les prestaría atención más adelante.

Sintiéndose algo recuperado, Loki se puso en pie y se sacudió la tierra de las ropas. Se echó el pelo hacia atrás y le echó un meticuloso vistazo a todo cuanto le rodeaba. Al parecer se encontraba en algún tipo de bosque, aunque distaba mucho de parecerse a las frondosas y frescas arboledas que crecían en los lindes de Asgard. Allí, los árboles parecían enfermos: las negras y desnudas ramas se alzaban retorcidas hacia el cielo, cubierto por un espeso manto de nubes oscuras y tormentosas que impedían que la luz las alcanzara. Sus raíces sobresalían del suelo como si intentaran alzarse y escapar de aquél horrible lugar, y la tierra estaba completamente embarrada, plagada de pequeños charcos que evidenciaban que había llovido no hacía mucho. Y el silencio también era desolador. Loki intentó agudizar el oído, pero no pudo escuchar nada; ni el soplido del viento ni el canto de los pájaros. Era como si fuera una zona devastada, arrasada, totalmente privada de vida, y la posibilidad de que aquello se debiera a la presencia de Thor le inspiró una profunda aflicción. Sin embargo, no dejó que aquello mermara su empeño. No le importaba tener que moverse por un lugar así con tal de encontrar a su hermano.

Sintiéndose invadido por la fuerza de sus intenciones, Loki comenzó a avanzar entre los árboles. La luz del bosque era mortecina y lúgubre, pero bastaba para poder moverse sin demasiada dificultad, aún cuando el barro que se le pegaba en las botas hacía que sus pasos fueran más lentos de lo que hubiera deseado.

Tras pasar un rato caminando, Loki escuchó un crujido a sus espaldas. Los rápidos reflejos que poseía le ayudaron a girarse a tiempo de ver como un hacha volaba en el aire, directa a su cabeza. Se agachó para esquivarla y no esperó a recibir un nuevo ataque: pronunció las palabras de un hechizo y alzó un escudo protector frente a él. Un par de segundos después, otras hachas habían chocado ya contra la barrera de energía. El hechicero entornó los ojos intentando avistar a sus enemigos, pero tuvo que esforzarse para lograr distinguirlos entre los árboles, pues vestían ropas y armaduras igual de negras que las cortezas de aquella yerma vegetación. Estaban bien camuflados, y eso solo le ponía las cosas más difíciles. Ni siquiera sabía cuantos eran.

Otro chasquido le advirtió sobre una nueva amenaza que volvió a cernirse desde su espalda. Loki soltó una pequeña maldición comprendiendo que estaba rodeado, pero se dio la vuelta para enfrentar al guerrero que se lanzaba sobre él con un grito de guerra. El hechicero detuvo su golpe con el antebrazo y desenfundó una de las dagas que llevaba en el cinto. La hundió en el vientre del enemigo sin titubeos, abriéndose paso entre las escamas de la armadura que vestía. Y en cuanto la sangre del primer oponente abatido regó el suelo, sus compañeros comenzaron a abandonar el escondite tras los árboles. Loki consiguió derribar a otro par con un hechizo, pero sus fuerzas flaqueaban. Aún no había pasado el tiempo suficiente como para estar totalmente recuperado después del viaje a través de las estrellas. Y sin su magia, el hechicero no estaba a la altura física de aquellos guerreros toscos y enormes que parecían llegar desde todos lados.

Se valió de un par de dagas para lanzarlas en el aire y acabar con la vida de otros dos oponentes. Sin embargo, un tercero consiguió llegar hasta él y golpearle en el rostro con una fuerza que lo dejó aturdido. El guerrero dejó escapar un satisfecho gruñido de triunfo y le dedicó otro golpe. Aquella vez alcanzó su estómago, y el dolor hizo que Loki se inclinara hacia delante involuntariamente. El último golpe, que acertó de pleno en el centro de su espalda, terminó de hacerle caer al suelo. Aún después de sentir el barro pegándose a su rostro y a sus ropas, el hechicero intentó levantarse. Sin embargo, sus esfuerzos fueron en vano: rota su barrera de energía, aquellos salvajes pudieron terminar de echársele encima. Loki sintió como lo tomaban por los brazos y se los echaban hacia atrás sin ningún cuidado. Al principio estuvo casi seguro de que iban a arrancárselos allí mismo, pero luego se percató de que solo querían encadenarle las muñecas a la espalda.

Desesperado, Loki intentó removerse por última vez. Comenzó a pronunciar las palabras de un nuevo hechizo, pero pagó su atrevimiento con un golpe en la nuca que envió una corriente de dolor por todo su cuerpo, dejándolo aturdido de nuevo. A penas hacía media hora que estaba en aquél reino y ya estaba completamente vencido e inmovilizado. Podría haberse sentido rabioso si no fuera porque no era su derrota lo que lamentaba, sino el hecho de que ya no tendría la oportunidad de continuar buscando a Thor.

A su alrededor, los guerreros intercambiaron un par de palabras en un dialecto ronco y cerrado que Loki no había escuchado jamás, como si discutieran sobre qué hacer con él. Poco después, uno de ellos le tiraba dolorosamente del pelo para hacer que levantara la cabeza del suelo embarrado. En aquél momento, el hechicero tuvo la oportunidad de contemplar a su enemigo más de cerca: descubrió que aquellos hombres -o lo que fueran- llevaban corazas negras por todo su cuerpo. Aquellas armaduras parecían gruesas y resistentes, pero eran una parodia salvaje y rudimentaria de las que vestían los guerreros de Asgard. De hecho, los guerreros parecían bastante salvajes por si mismos.

Finalmente, cuando todos ellos parecieron ponerse de acuerdo sobre qué hacer con su nuevo prisionero, otro guerrero se aproximó para registrarlo y arrancarle -literalmente- cualquier tipo de arma que llevara encima, llevándose con ellas algunos pedazos de sus vestiduras. Loki no se quejó, ya que no tenía ningún interés a recibir otro golpe. No obstante, cuando vio que uno de los hombres comenzaba a aproximar una pieza de metal hacia su boca, sí intentó apartarse. La respuesta vino en forma de un nuevo tirón de pelo y un firme agarre en su mandíbula que le obligó a mantener la cabeza erguida y hacia el frente. Impotente y humillado, a Loki solo le quedó observar como sellaban su boca con aquella fría y dura mordaza que le ataron en la nuca, impidiendo así que pudiera volver a pronunciar algún hechizo.

Los guerreros intercambiaron nuevas palabras sobre él. Loki alzó la cabeza, dispuesto a intentar comprender qué estaban diciendo, y tuvo que contener un escalofrío al ver la retorcida sonrisa que se dibujó en las bocas de sus captores. Estaba claro que no tenían nada bueno preparado para él, y si no lo habían matado ya, cabía pensar que su destino sería incluso peor que eso.

Uno de los hombres bajó la mirada hacia él, observándolo como si fuera la criatura más insignificante que existiera. Luego alzó la mano con la que sujetaba el hacha y descargó un potente golpe sobre la cabeza de Loki, dándole en la frente con la base del mango. El hechicero soltó una exclamación que se ahogó contra la mordaza antes de sentir como comenzaba a fallarle la vista. Intentó enfocarla de nuevo, pero no sirvió de nada. Las sombras comenzaron a apoderarse de su campo de visión, y lo último que pudo ver antes de perder el conocimiento fue otra de las viles sonrisas de sus enemigos.

• • •

‒Contábamos con que al amanecer, la mitad del campamento se hubiera desplazado, pero lo cierto es que permanecen justo donde estaban. Es como si se hubieran dado por vencidos, como si prefirieran que los capturáramos en lugar de seguir huyendo... Una buena decisión por su parte, desde luego.

El ceño del rey se frunció ligeramente ante los rostros eufóricos y satisfechos de los presentes. Cerró los ojos y alzó la mano para apretarse el puente de nariz con los dedos pulgar e índice. No es que no compartiera su alegría por las buenas nuevas que acababan de llegar, sino que no se encontraba demasiado bien aquella tarde. Aquella mañana había amanecido con un ligero malestar que parecía estar prolongándose durante todo el día. La curandera de la corte le había preparado varios remedios, que habían hecho que se relajara lo suficiente como para que el dolor de cabeza menguara un tanto, pero Thor sabía que no había verdadero remedio para lo que le ocurría.

‒¿Seguro que os encontráis bien, mi señor?

‒Perfectamente.

Thor parpadeó un par de veces y volvió a enfocar la mirada, regresando a la conversación.

‒Bien, parece que los últimos pueblos del sur finalmente se rinden ‒dijo el dios antes de dejar escapar un largo suspiro. Su comentario fue recibido con nuevas risas satisfechas y asentimientos por toda la mesa, que no se alzaba más de unos cuantos centímetros del suelo. Los comensales, sentados en el suelo, volvieron a centrar su atención en su rey. Este, por el contrario, se encontraba sentado en un enorme trono al fondo de la mesa, de modo que todos se veían obligados a alzar la cabeza para mirarlo. Un claro recordatorio del nivel en el que se encontraba él y en el que permanecía el resto de criaturas. La mirada del dios paseó por toda la mesa, mirando a los que componían su círculo más selecto. Su consejo privado. Thor alzó su copa y todos los demás lo siguieron‒: Akhia goska.

‒¡Akhia goska! ‒exclamó toda la mesa.

Y todos juntos bebieron a la vez, aunque Thor tan solo llegó a humedecerse los labios con el contenido de su copa. No tenía ninguna intención de pillar una buena borrachera en el estado en que se encontraba. Sabía que no estaba enfermo, sus molestias no se debían a eso, sino a algo mucho más concreto. Llevaba días soñando con temas a los que había dado la espalda durante años. Recuerdos que había enterrado en lo más profundo de su ser y había fingido, quizá por demasiado tiempo, que jamás habían ocurrido. Personas que jamás habían existido. Si Thor hubiera sabido las cosas que estaban por venir, hubiera interpretado sus sueños como claros presagios.

La mirada de Thor se detuvo en uno de los presentes en particular. Estaba sentado con el resto y vestía una larga túnica de color morado oscuro. El rey sabía que, al igual que él, había fingido beber. Garlo era el único individuo del reino, a excepción de él mismo, que no pertenecía a aquel mundo. Era el único superviviente de una nave que había caído en aquel planeta años antes de la llegada de Thor. En realidad, era sorprendente que hubiera conseguido que los athlok no lo hubieran descuartizado en cuanto salió de su nave.

Los athlok eran una de las culturas más salvajes e incivilizadas que Thor había visto en toda su existencia. Bajo su reinado, Thor había logrado cambiar algunas de sus costumbres, pero otras habían sido imposibles de modificar. Y con unas cuantas ni siquiera se había molestado en intentarlo, pues la brutalidad de los athlok era muy útil para los fines del dios. No le resultó complicado someter a aquella civilización; de hecho, Thor ni siquiera tuvo que hacerlo. Su poder logró asustar a todo el planeta, a cada individuo que habitaba en aquel mundo. Tan solo uno de sus pueblos osó enfrentarse a él a su llegada, los elfos del este, y su destino sirvió de ejemplo para el resto de pueblos: el territorio que antaño habían ocupado los elfos ahora no era más que un gran desierto, y hasta la última criatura de su pueblo había sido aplastada. Tras lo ocurrido con los elfos del este, y mucho antes de que ningún otro pueblo lo hiciera, los athlok se arrodillaron frente al Dios del Trueno, quien se convirtió en su rey y les prometió akhia goska. "Gloria eterna".

Cuando Thor ascendió al trono de los athlok, Garlo era uno de los esclavos del pueblo y la única persona entre ellos que hablaba su lengua. Por este motivo, el dios lo convirtió en su intérprete personal, hasta que con el tiempo los athlok aprendieron la lengua del Dios del Trueno y él la suya, por lo que mantenían conversaciones tanto en una lengua como en otra. Más tarde, Garlo pasó a formar parte de su consejo privado, ya que resultó ser un gran estratega y un valioso consejero. Aún así, el hombre no vestía las ropas que llevaba el resto de miembros, pues Thor respetaba el hecho de que en el pasado fue un esclavo, por lo que siempre vestía de morado. De esta forma, se le diferenciaba del resto. Para los athlok, era muy importante que las cosas distintas se marcaran visualmente. Y a Thor le gustaba seguir aquella filosofía.

‒¿Por qué no bebes, Garlo? ‒le preguntó Thor sin dejar de observarlo.

El resto de comensales dirigieron su mirada a Garlo. Algunos lo respetaban; otros, seguían tratándolo como un esclavo, a pesar de que frente a Thor fingieran lo contrario.

‒No creo que sea una victoria, mi señor ‒dijo sin rodeos el joven. La sinceridad de Garlo era otro de los motivos por los que a Thor le gustaba tenerlo cerca. A veces, por su utilidad. Otras, para hacerle callar según la conviniera‒. Solo brindaré cuando todos los pueblos nos hayan jurado lealtad.

‒¡Es cosa hecha! ‒exclamó uno, y el resto se mostró de acuerdo.

‒Haced caso a aquellos que conocemos la guerra ‒le gruñó otro.

‒Solo soy cauteloso ‒se defendió Garlo.

‒Basta ‒les dijo Thor, que comenzaba a sentir de nuevo el dolor martilleante dentro de su cabeza‒. Suficiente.

El encuentro se alargó durante un rato más. Varios siervos trajeron más comida y más bebida, en absoluto y completo silencio, como siempre. Thor ignoró la conversación que se mantenía en la mesa y disfrutó viendo a sus siervos danzar silenciosamente de un lado para otro. Todos ellos, al igual que el resto del servicio del palacio, eran esclavos de guerra. Antaño pertenecieron a otros pueblos que intentaron resistirse al poder del nuevo rey de los athlok, el poderoso Dios del Trueno. Este les había hecho cortar la lengua y los había convertido en sus esclavos: jamás podrían hablar, tan solo servir.

Thor siguió con la mirada a una de sus sirvientas cuando esta se aproximó a él con un pequeño cuenco lleno de uvas. El dios la observó con una maliciosa sonrisa mientras ella se arrodillaba a su lado y abrió la boca para que la doncella le diera de comer. Ella, al ver el gesto, obedeció al instante.

‒¿Qué te parece lo que han hecho los guerreros en el sur, hm? ‒le preguntó Thor a la criada antes de engullir la uva que le ofrecía. Ella no le dio ninguna respuesta, sino que se limitó a bajar la mirada al suelo, y Thor se pasó la lengua por los labios deleitándose al ver el miedo en el rostro de la muchacha‒. ¿Qué te pasa? ¿Te ha comido la lengua el gato?

Ante el comentario, la mesa estalló en carcajadas. Con un simple movimiento de su mano, Thor le indicó a la criada que se fuera y apoyó la cabeza en el respaldo de su trono. De nuevo, le llegaron partes de las conversaciones en las que se había dividido la mesa. Todas ellas hablaban de lo mismo: guerra. Los athlok ya casi habían dominado todo el mundo, y todo se lo debían a su rey. El poder de Thor en aquel lugar era prácticamente absoluto. Pero aquello no era suficiente. Sus planes se extendían más allá de aquel reino, a otros mundos y rincones del universo; su conquista no había hecho más que empezar.

Por eso debía dejar de tener aquella clase de sueños, pues solo conseguían distraerlo y ponerlo de mal humor. El de la pasada noche había sido con diferencia el peor de todos. Su subconsciente le había hecho revivir el que consideraba el peor día de su vida. El momento en que los suyos le dieron la espalda y lo desterraron del lugar en el que había nacido y por el que había ganado tantas batallas. Recordaba cómo todos y cada uno de los dioses lo habían repudiado sin miramientos, como si de pronto todos hubieran olvidado todo lo que él había hecho por Asgard. Cada vez que cerraba los ojos, podía ver el rostro de aquella a la que consideró su madre, los gritos enfurecidos de aquel al que llamó padre... y los ojos de aquel que, una vez, lo fue todo para él.

‒Estoy cansado ‒anunció Thor de pronto‒. Dejadme solo.

Los criados se retiraron ipso facto. Los presentes asintieron y comenzaron a levantarse. Garlo le dedicó una significativa mirada a Thor, y él sacudió la cabeza, haciéndole saber que no tenía ganas de charlar. Tan solo necesitaba estar solo.

Los únicos sirvientes de todo el palacio a los que no se les había cortado la lengua estaban a sus pies. Literalmente a sus pies. Thor sintió cómo uno de ellos se removía, incorporándose un poco para mirarlo. Eran, en total, tres: una joven albina, un joven de cabellos oscuros y una chica de tez oscura. La primera lo estudiaba con atención. Llevaba, como el resto, una argolla alrededor del cuello enganchada a una larga cadena, como si fuera una simple mascota. Decenas de correas envolvían sus cuerpos, tapando lo imprescindible pero sin dejar demasiado a la imaginación.

‒¿Mi señor está cansado? ‒preguntó la esclava, arrastrándose hasta subirse encima del rey‒. Yo sé cómo hacer que se sienta mejor...

‒No ‒sentenció Thor, tirando de la cadena, y le dedicó una larga y autoritaria mirada‒. "Solo" os incluye a vosotros también.

La esclava bajó de su regazo sin rechistar. Garlo se acercó y tomó las tres cadenas para llevárselos de la sala, dejando a Thor a solas, tal y como había pedido.

El rey se puso en pie y se aproximó a uno de los ventanales desde los que se veía gran parte de la ciudad de los athlok, que se había ido expandiendo a medida que otros pueblos decidían unirse a ellos. Las gentes se trasladaban a la ciudad, situada en medio de los bosques de los athlok, en busca de mejorar sus condiciones de vida. Si sus planes iban como tenía planeado, pronto la expansión alcanzaría otros mundos. Conquistaría nuevos territorios, ampliaría su reinado y su poder sería imparable. Nadie podría detenerlo. Nadie...

‒Mi señor.

‒He dicho que quiero estar solo ‒gruñó cuando escuchó la voz de uno de sus consejeros en la puerta.

‒Es urgente, mi señor.

Thor apretó los labios y giró ligeramente la cabeza.

‒Habla.

El guerrero se aproximó un poco a él antes de continuar.

‒Vuestros guerreros han descubierto a un hombre merodeando por los bosques, mi rey.

‒¿Un espía del sur?

‒No parece de por aquí, mi señor.

‒¿Qué queréis decir?

‒Parece... un extranjero.

Thor se dio la vuelta por completo para observarlo con curiosidad. Solo había una clase de individuo al que los athlok consideraran "extranjero": a los que venían fuera del reino. Fuera de su mundo. La mirada de Thor bajó hasta las manos del guerrero, que sostenía unas pequeñas y afiliadas dagas entre sus dedos. "No puede ser". Thor se las arrebató de un manotazo y las observó de cerca. Reconocería aquellas armas en cualquier rincón del universo.

‒Las llevaba el prisionero, mi señor.

‒Que lo traigan. Ahora.

El guerrero asintió y abandonó la sala a trompicones, dejando a su rey claramente alterado. Thor tiró las dagas sobre la mesa, incapaz de creer lo que estaba sucediendo. ¿Cómo podía ser verdad? ¿Se encontraba él allí? ¿Pero cómo? ¿Y por qué...? El corazón del dios latía bajo su pecho a un ritmo acelerado. Se frotó el rostro con ambas manos y caminó de un lado a otro, impaciente, a la espera de descubrir si era verdad que...

Un par de guerreros, aún vistiendo sus armaduras, llevaron a rastras al prisionero ante él. Aunque estaba aparentemente inconsciente y su cabeza estaba inclinada hacia delante, Thor tragó saliva al reconocer de inmediato su característica vestimenta. Ni siquiera necesitó ver su rostro para saber quién era. Los guerreros dejaron caer al prisionero a sus pies y se marcharon por donde habían venido, cerrando la puerta tras ellos. Thor permaneció unos segundos inmóvil, sin poder creer que tenía ante él, maniatado y amordazado, a una de las personas que más odiaba en todo el universo.

Thor se agachó y levantó al prisionero con ambos brazos, poniéndolo en pie. Tal y como había imaginado, se encontraba inconsciente, probablemente tras unos cuantos golpes de sus guerreros. Presentaba algunos hematomas por el cuerpo y tenía parte de su traje desgarrado. Thor no podía culpar a los athlok, los había visto tratar así a cientos de prisioneros, pero ver el resultado de su brutalidad en alguien que le era conocido era cosa distinta. Casi sin pensarlo, los dedos del dios recorrieron el rostro del prisionero, como si una parte de él todavía no pudiera creer que se encontrara allí. Pero era real. Loki era muy real. Aquello no era un sueño, como los que había tenido durante varias noches... Loki estaba allí. Y solo las Nornas sabían qué intenciones lo habían arrastrado hasta aquel rincón del universo.

Thor lo zarandeó un par de veces, obligándolo a recobrar el conocimiento, y cuando observó que comenzaba a despertar, le quitó de un tirón la mordaza que le habían colocado. La mirada celeste del dios lo atravesó, fijamente, y frunció el ceño, no muy seguro de poder contener la ira y el rencor que comenzaba a invadir su cuerpo.

‒Dame un buen motivo para no mandar que te corten la lengua ahora mismo.

• • •

–Debéis haberos vuelto loco.

Aquellas habían sido la primeras palabras que Karnilla le dedicó a Loki después de que él le contara que tenía el propósito de descubrir el paradero de Thor para ir a buscarlo. Y la verdad es que la hechicera no se equivocaba: sí se había vuelto un poco loco, al fin y al cabo. El remordimiento, el miedo y la culpa que había ido acumulando en su interior con el paso del tiempo se habían convertido en un peso difícil de cargar para alguien con la cordura intacta.

–¿Sabéis lo que pasará si Odín se entera de lo que queréis hacer...?

Loki observó a la hechicera. Repasó con los ojos su voluptuosa silueta, que se recordaba contra la hoguera que ardía en uno de los rincones de la habitación, y se preguntó qué pretendía con aquella pregunta. Por supuesto que sabía lo que pasaría si El Padre de Todos llegaba a enterarse de lo que quería hacer. Lo más probable es que lo acusara de traición o algo peor y que luego lo encerrara en alguna celda de Asgard durante un largo tiempo. Últimamente, Odín lo solucionaba todo del mismo modo. Sus costumbres y sus leyes se habían vuelto demasiado rígidas, y la justicia que en un principio debía servir para proteger a su pueblo había terminado convirtiéndose en los barrotes que los retenían sin que fueran conscientes de ello. Lo último que quería Loki era poner en juicio el buen mando de su padre, pero sus acciones habían comenzado a seguir una lógica dudosa. Después del destierro de Thor, Odín se había vuelto aún más reservado y rígido de lo que ya era. La decisión de exiliar a su único hijo -por lo menos al único por cuyas venas corría su sangre-, había sido demasiado dura. Había nublado su juicio. Ahora, el rey de Asgard veía conspiraciones donde no las había, y juzgaba de traición cualquier opinión que se opusiera a sus mandatos. Desde la partida de Thor, todo había ido a peor. El primogénito de Odín era parte del corazón de la Ciudad Dorada, y sin él no había esperanza para ninguno de sus habitantes. El hecho de que una pieza tan importante como él, alguien que debía terminar asumiendo el peso de la corona de Asgard, hubiera enloquecido, mermó la esperanza de todos los dioses. Fuera lo que fuere que le había arrebatado la cordura al Dios del Trueno, había terminado llevándose también la del resto de asgardianos.

–Odín no se enterará –le había replicado a Karnilla, asegurándose de que su voz sonara lo bastante firme como para que ella no se sintiera tentada a traicionar su secreto.

–Vuestra suerte no será buena aún si no se entera –la hechicera se movió por la habitación, balanceando sus caderas como lo haría un gato, y tomó un cofre que descansaba sobre la repisa de la chimenea. Luego se aproximó a Loki y se agachó para tomar asiento frente a él, en el suelo. El hijo de Odín la imitó, y ambos quedaron sentados sobre la mullida alfombra de piel que cubría el suelo de mármol–. Ni siquiera sé si sobreviviréis a este viaje.

–Lo haré –le aseguró a Karnilla sin dejar que la idea de una muerte próxima le causara miedo alguno–. Soy Loki Odinson.

Los labios de la mujer se curvaron en una sonrisa algo retorcida. Ella, como muchos otros, estaba al tanto del verdadero origen de Loki, y por lo tanto sabía muy bien que estaba lejos de pertenecer a la casta de los Odinson. Aún así, el hechicero se empeñaba en emplear aquél apellido. Significaba demasiado para él, pues lo ataba a la familia de Asgard por algo más que una línea de sangre. Aquel apellido simbolizaba el aprecio, el cariño y la esperanza que le habían regalado a lo largo de su vida. Era el apellido que lo había unido a Thor.

–Como queráis, pues, Loki Odinson –concedió la mujer con un delicado asentimiento, y alzó el cofre sobre su cabeza sin pronunciar una palabra más. Los cerrojos que lo mantenían sellado se abrieron de pronto, obedeciendo a la muda orden de su única dueña, y luego Karnilla lo inclinó hacia delante para arrojar todo su contenido entre el espacio que los separaba.

Cayeron piedras. Docenas de ellas, de tamaños diferentes y talladas en diversas formas; tantas que parecía imposible que hubieran cupido en aquél pequeño cofre. Se precipitaron sobre la alfombra, formando un pequeño montón que Loki estudió con una mezcla de respeto y fascinación. Las piedras de la reina norn eran conocidas en los Nueve Mundos. Todo el mundo sabía de su capacidad mágica, que podía emplearse tanto para crear como para destruir. Aún así, y gracias a un pacto que Karnilla había firmado con el resto de los reinos años atrás, no le resultaba posible emplearlas para subyugarlos. Pese a la tensión que se palpaba en Asgard, el resto de los Mundos vivían una paz y una calma envidiable. Al fin y al cabo, Thor, su único y auténtico problema, se había esfumado hacía tiempo, y con él la guerra y la destrucción.

Karnilla extendió las manos sobre las piedras, que comenzaron a desamontonarse por si solas. Cada una de ellas reptó por la alfombra hasta ocupar el lugar que le correspondía, abandonando el espacio que había entre la reina y el hechicero para formar un círculo de varios anillos que los envolvían a ambos. Las runas que había grabadas sobre las piedras emitieron un suave destello, y la luz del fuego que ardía en la lumbre pareció menguar para no quitarles protagonismo.

–Vuestro viaje comienza aquí –dijo Karnilla, aunque su voz sonó distinta a la de siempre. La magia de las piedras había invadido su cuerpo, penetrándolo por cada poro de su piel para entregarle el poder extra que precisaba aquél hechizo.

Loki tragó saliva. No por miedo, ni siquiera por nerviosismo o por incertidumbre, sino por la expectación. Quería que Karnilla encontrara a Thor cuanto antes, y que lo enviara a su lado de una vez. Quería volver a verle para decirle aquellas palabras que había estado guardando durante tanto tiempo, solo para él. Quería volver a ver sus ojos, a sentir su presencia a su lado. Lo ansiaba tanto que le importaba poco el riesgo que suponían sus deseos.

Las piedras norn se despegaron del suelo, alzándose un par de centímetros sobre la alfombra. Levitaron un par de segundos sobre el suave pelaje de la piel y luego comenzaron a moverse en círculos, cada vez más deprisa. Rotaron alrededor de Loki y Karnilla a gran velocidad, hasta que se convirtieron en un grupo de anillos luminosos que los aislaron de la habitación y de la realidad. La hechicera cerró los ojos y murmuró unas palabras en el dialecto de las runas inscritas en las piedras. Loki sintió que el aire comenzaba a vibrar y a hacerse pesado, volviéndose casi irrespirable. Jadeó intentando proporcionarle algo de oxígeno a sus pulmones, pero no emitió ni una sola queja y permitió que Karnilla continuara con su hechizo. Los segundos se tornaron horas, y el tiempo se volvió eterno antes de que la reina volviera a abrir los ojos. En aquél instante, las piedras se detuvieron súbitamente, aunque permanecieron flotando en el aire a su alrededor.

–Lo he encontrado –dijo Karnilla, su rostro contraído en una mueca de esfuerzo.

–Enviadme con él –pidió Loki. O tal vez fue una súplica, no lo sabía con total certeza.

–Debéis tenerle mucho aprecio a ese monstruo... como para viajar al infierno por él.

Después de aquello, Loki solo sintió una fuerte opresión en el pecho y un vértigo que le invadía la mente y removía todos sus pensamientos. El suelo desapareció bajo sus pies, y las luces y el rostro de Karnilla se esfumaron en una profunda oscuridad. El hijo de Odín cerró los ojos con fuerza y se esforzó por aguantar los zarandeos...

Loki parpadeó, aturdido por los últimos vestigios de sus sueños, y se esforzó por enfocar la mirada. Lo primero que sintió fue que estaba como flotando en el aire, y lo segundo que había algo que le inmovilizaba la mandíbula, presionándosela de forma incómoda y dolorosa. En cualquier caso, aquella sensación desapareció rápidamente. El hechicero aprovechó que su boca había sido liberada para jadear, inspirando profundamente con el fin de recuperar el aire perdido. La bocanada de oxígeno que inundó su cuerpo terminó de despertar su mente, y Loki fue plenamente consciente de todo lo que le había ocurrido: el hechizo de Karnilla, la llegada a su destino, la pelea con los salvajes de coraza negra, y luego...

Y luego Thor. Porque estaba allí, justo frente a él, atravesándolo con la mirada de forma tan intensa que incluso podía sentirla físicamente. Loki no sabía cómo había llegado hasta él, y de hecho llegó a pensar que no era más que un producto de su inconsciencia, pero escuchar su voz bastó para que se percatara de que era real. El corazón le dio un vuelco en el pecho. Solo las Nornas sabían lo aliviado que se sintió al volver a tener a su hermano a su lado, vivo, sano y salvo. Recorrió su rostro con la mirada para percatarse de que estuviera bien, y fue entonces cuando reparó en su ceño fruncido. Se dio cuenta en la forma en la que Thor lo estaba mirando y, de hecho, recordó y analizó las palabras que le había dedicado hacía unos segundos.

El aire volvió a escapársele del pecho, y de pronto se sintió como si le hubieran oprimido el corazón con un puño de hierro. Aún así, se esforzó en aparentar serenidad y se puso en pie por su propia cuenta, pues ya no había necesidad de que Thor lo sujetara en el aire. Apartó la mirada del rubio durante un efímero instante con la excusa de darle un rápido vistazo a la estancia en la que se encontraban -aunque no le prestó auténtico interés- y decidió que su mejor movimiento sería darle a Thor la respuesta que le había pedido.

–No... no ganarías nada con eso... –murmuró devolviéndole la mirada de nuevo, con la voz flaqueante por su reciente estado de inconsciencia. Le costaba creer que aquellos ojos tan crueles que se clavaban en los suyos fueran los mismos que lo habían mirado con ternura y cariño en el pasado. Sabía lo violento y brutal que se había vuelto Thor, pero jamás había esperado que pudiera mirarlo así. Al resto sí, pero no a él. Nunca a él. Y, por primera vez, Loki se preguntó si no debería temer la ira del Dios del Trueno como hacían todo los demás.

Sintiendo que no era capaz de continuar sosteniéndole la mirada, Loki bajó la vista hacia el suelo. Thor había amenazado con cortarle la lengua nada más verlo, sin preocuparse por su estado -que era evidentemente lamentable- o por los motivos que lo habían conducido allí. Quería pensar que en el fondo no sería capaz de hacerle algo así y que solo lo amenazaba porque aún estaba dominado por la locura, pero una voz en su interior cuestionó aquella posibilidad. Tal vez sí era capaz. Tal vez, durante todo aquél tiempo que había pasado solo y lejos de su hogar, Thor había cambiado más de lo que él esperaba. Tal vez ya no era el hermano que hubo conocido una vez.

Y, pese a todo, Loki no pensaba rendirse ni dejar que el temor lo dominara. No daría marcha atrás, no volvería a darle la espalda a Thor como habían hecho el resto de asgardianos. No pensaba resignarse.

–Aunque puedes hacerlo si quieres –Loki alzó la mirada hacia Thor por tercera vez, repitiéndose a si mismo que, por él, aguantaría lo que hiciera falta. Intentó alzar una mano para tocarlo, para poder llevarla a su hombro y observarlo de cerca, como siempre hacían en sus momentos de complicidad antes de que enloqueciera y fuera exiliado. Pero entonces recordó que había argollas entorno a sus muñecas, y que no podía separar las manos de su propia espalda. De hecho, en aquél momento recordó los numerosos golpes que había recibido, el dolor que dominaba su cuerpo y el sabor a sangre que tenía en la boca. Recordó el frío que alcanzaba su piel a través de las ropas rotas y embarradas, y lo sucio que estaba.

Y de nuevo nada de aquello le importó, porque había logrado encontrar a Thor.