Juego de amigos
Esta es una adaptación
Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer.
Argumento:
En la pasión y el amor no había reglas que valieran...
Bella Swan, dueña de una tienda de lencería, quería tener un hijo lo antes posible, pero no enamorarse de un posible candidato a ser padre. ¿Debería acudir a un banco de esperma o tener un bebé del modo tradicional? Entonces recibió la visita de su mejor amigo, Edward, cuyo aspecto hacía estragos en su compostura... y en su resistencia.
Edward Cullen deseaba a su amiga, pero no se consideraba digno para el amor verdadero o la familia. Cuando se ofreció a Bella para ser el padre de su hijo, en su corazón albergaba ser su amante para toda la vida. Pero cuando la pasión empezó a desbordarse, ¿podrían los dos controlar un amor que rompía todas las reglas?
Capítulo Uno
-Te lo digo en serio, Alice, lo que tú necesitas es una cánula.
-¿Qué?
-Una de ésas que se usan para regar el pavo cuando lo metes en el horno.
Bella Swan levantó la mirada de la caja de velas aromáticas que estaba guardando en la es tantería y fulminó a Alice Brandon, su demenciada socia, con la mirada.
-¿Que me fecunde con una cánula? Lo dirás de broma.
-Si tanto te disgusta el sexo, ¿por qué no?
Bella hizo una mueca cuando dos chicas que estaban eligiendo sujetadores se miraron, divertidas. Hablar de sexo seguramente sería normal cuando la tienda era un sex shop, pero desde que ella la transformó en Secretos ínti mos, una boutique de ropa interior, la mercan cía sexual era algo del pasado. El lenguaje des carado de su socia era, sin embargo, algo a lo que Bella todavía no había podido poner freno.
-No me disgusta el sexo -le dijo en voz baja-. Me disgusta «ése» tipo de sexo. Y aunque considerase la idea de fecundarme con un artilugio de cocina, que no pienso hacerlo, ¿de dónde voy a sacar el... material genético?
Sin pensar en las dientas, Alice contestó:
-No lo sé. ¿En un banco de esperma?
La respuesta fue una risita al otro lado de la tienda.
Bella hizo una mueca.
-No creo que una pueda entrar y decir: «Hola, quiero retirar un depósito». Además, me parece una cosa rarísima.
—Bueno, pues olvidemos lo de la cánula —sus piró Alice, sacando una caja de cerillas para en cender una vela de sándalo-. ¿Por qué no haces lo que habíamos pensado desde el principio, fe cundarte artificialmente?
-El médico me ha dicho que las posibilidades de éxito son de un diez a un quince por ciento por cada ciclo menstrual y se supone que es uno de los especialistas más importantes de Michi gan. Así que podría costarme una fortuna. Me ha recomendado que lo haga de la forma natu ral.
-O sea, que o te gastas una fortuna o lo haces como todo el mundo.
—Exactamente. Y por culpa de la endometriosis, podría tardar meses en concebir.
Alice apoyó los codos en el mostrador.
-Lo que tú necesitas es un hombre que quiera mantener relaciones sexuales sin compromiso.
-Sí, supongo que sí -suspiró Bella, con un nudo en el estómago. Irónicamente, a su madre le habría encantado. Un hombre diferente cada noche y estaría en la gloria.
-¿Y qué hombre no aceptaría eso? -rió Alice-. En Royal Oak por lo menos tiene que haber doscientos.
Eso era lo que ella se temía. La idea de man tener relaciones sexuales con un extraño le pa recía tan... asquerosa. Desgraciadamente, se es taba quedando sin alternativas.
Lo que había empezado en su adolescencia como un par de días desagradables en cada ci clo menstrual era ahora un dolor insoportable. El chequeo anual con su ginecólogo reveló lo que ya sospechaba: que la operación era inevita ble. Y si quería tener un niño, tendría que ha cerlo rápidamente.
Los medios artificiales le habían parecido la respuesta hasta que descubrió que costaba un dineral y que el porcentaje de éxito era más bien pequeño. La adopción de un niño extran jero también costaba una fortuna y que una chica soltera adoptase un niño del país era casi imposible.
Siempre existía el convencional «casarse y te ner familia», pero los ochos divorcios de sus pa dres le habían enseñado una lección: la felici dad marital no era para ella. Cuando se fue a la universidad ya había perdido la cuenta de los «tíos» que vivieron con ella y su madre. Tíos que, cuando Bella empezó a desarrollar, la mi raban de una forma que la ponía enferma.
Nunca se atrevió a dormir sin echar el cerrojo en su habitación. Por si acaso.
En sus circunstancias, debería haber olvidado lo de tener niños, pero últimamente cada vez que se cruzaba con una madre empujando un cochecito la habitual punzada de envidia se con vertía en un angustia infinita. Bella deseaba con todas sus fuerzas tener el cariño incondicio nal de un hijo y darle todo el amor que llevaba guardado en el corazón.
Pero, ¿acostarse con un extraño? ¿Podría ba jar tanto el listón cuando llevaba toda la vida evi tando esa frívola existencia?
—No sé si puedo hacerlo —le dijo a Alice—. Y si pudiera, tendría que ser alguien con quien qui siera acostarme. Y, sobre todo, un hombre al que quisiera como padre de mi hijo.
—Tiene que haber alguien —suspiró su socia y amiga, apartándose un rizo de la frente-. A ver, dime qué estás buscando.
Bella se sentó en el taburete que había tras la caja registradora.
-Bueno, para empezar, debería estar sano y no tener ninguna enfermedad genética.
-Me parece razonable. Tendrías que pedirle un historial médico. ¿Algo más?
-Tendría que ser atractivo. No hace falta que sea guapísimo, sólo razonablemente guapo. Y agradable. No podría acostarme con alguien que no me gustase.
-Eso no suena tan difícil -dijo Alice, con tando con los dedos: guapo, agradable, sano...
¿a quién conocemos que responda a esa descrip ción?
En ese momento sonó la campanita de la puerta y Bella levantó la cabeza para saludar a la nueva cliente... pero no era una cliente. Era su mejor amigo, Edward. Con cara de agobio por el asfixiante calor de julio, camisa hawaiana y san dalias.
-Hola, chicas.
Bella miró a Alice, Alice la miró a ella y las dos se volvieron para mirar a Edward.
-¿Bella?
¿Ella y Edward? Sí, seguro. La idea era tan ab surda como lo de la cánula del pavo. Edward y ella eran amigos desde el instituto. Sí, al principio le gustaba. En realidad, Edward Cullen le gus taba a todas las chicas del instituto.
Pero ya no era una niña. Y no se arriesgaría a destrozar su amistad. Era demasiado importante para ella.
Bella negó con la cabeza.
-De eso nada.
Edward miró de una a otra, sorprendido.
-¿Qué pasa?
-Nada -sonrió Bella-. Pensé que estarías toda la tarde en el estudio.
-Necesitaba descansar un rato -dijo él, seña lando la puerta-. Tengo sándwiches en el jeep y pensé que te apetecería comer en el parque.
-Qué buena idea -sonrió Alice-. ¿A que es un chico muy agradable?
-Sí, Alice, es muy agradable -asintió Bella, enviándole un mensaje con la mirada: «cierra el pico».
Desgraciadamente, a su socia no se le daba bien entender los mensajes cifrados.
-Y hoy estás guapísimo, por cierto, Edward.
Él se pasó una mano por el pelo.
-¿De verdad?
-Desde luego. Y pareces muy sano. Seguro que en tu familia no hay ninguna enfermedad genética.
Bajo el mostrador, Bella le dio un pisotón a su amiga, sin dejar de sonreír.
-¡Ay!
-Edward, me reuniré contigo enseguida. Espérame fuera.
Él las miró con cara rara, pero se encogió de hombros.
-He aparcado al final de la calle.
La puerta apenas se había cerrado cuando Alice abrió la boca...
-¡No! -la interrumpió Bella-. No lo digas.
-¿Por qué no? Sería perfecto. ¿Cómo puedes ser amiga de un hombre como Edward y no querer acostarte con él? Es incomprensible.
Bella saltó del taburete, sacó el móvil de su bolso y lo guardó en el bolsillo.
-Nosotros no tenemos ese tipo de relación.
-¿Por qué no?
-Porque no. Y la idea de buscar a un extraño para quedarme embarazada... es repulsiva. No puedo hacerlo, Alice. Tendremos que pensar en alguna otra solución.
Las chicas que estaban buscando sujetadores se acercaron entonces.
-¿No era ése Edward Cullen, el saxofonista? -preguntó una de ellas, dejando un sujetador rosa sobre el mostrador.
Admiradoras. Uf.
-El mismo -dijo Bella.
La que hablaba le dio un codazo a la otra.
-Ya te dije que era él. Jo, está buenísimo.
Bella levantó los ojos al cielo.
-¿Queréis una vela aromática?
-Te he visto en el bar donde toca -siguió la chica-. Siempre estás sentada en la primera fila. ¿Es tu novio?
-Bueno, es que no podemos decir nada -son rió Alice, conspiradora-. Aún no es oficial.
-No se lo contaremos a nadie. ¿Verdad que no?
Su amiga asintió, entusiasmada.
-No se lo contaremos a nadie. Te lo prometo.
-Bueno, si lo prometéis... -dijo Alice, incli nándose un poco-. Están prometidos. Van a ca sarse en primavera.
-¿De verdad? -a la chica del sujetador no pa reció hacerle mucha gracia-. Qué suerte tienes.
Bella sonrió.
-Le diré que me he encontrado con dos de sus fans. Le hará ilusión.
De eso nada. A pesar de su popularidad, Edward siempre sería el mismo. Lo de las fans le ponía la piel de gallina.
-Podrías presentarnos -insistió la chica-. Así le pediríamos un autógrafo.
-O un mechón de pelo -murmuró Alice.
Bella se mordió el carrillo para evitar una carcajada.
-Seguro que podríamos arreglarlo -dijo, guardando el sujetador en una caja-. Volved cuando queráis.
Cuando las dientas salieron, Alice hizo un gesto de disgusto.
-Jo, qué pesadas son las fans.
-Y tú no deberías contar tonterías.
-¿Por qué no? Era una broma. Y sobre el asunto del sexo...
-No -la interrumpió Bella-. No vamos a ha blar más del tema.
-Venga...
-No. Me voy, volveré dentro de un rato -dijo, abriendo la puerta-. Llámame al móvil si pasa algo.
-Piénsatelo -insistió Alice-. ¡Edward sería per fecto!
Bella estaba despidiéndose de la bocazas de su amiga y, al volverse, chocó contra un sólido torso masculino.
-¡Eh! ¡Qué prisas! -sonrió Edward.
La puerta se cerró entonces, golpeándola en el trasero y empujándola hacia él. Bella apoyó una mano en su torso y, por primera vez, se per cató de que era un torso duro, lleno de múscu los. La repentina imagen que apareció en su mente, es decir lo que Edward y ella tendrían que hacer para tener un niño, hizo que sintiera un escalofrío.
Ella nunca había pensado en Edward de esa forma... Todo era culpa de Alice, se dijo.
Pero no podían hacerlo. Imposible.
-¿Para qué soy perfecto? -preguntó él enton ces, tomándola del brazo.
¿Lo había oído? Horror.
Edward tenía unas manos grandes y fuertes, pero el roce era sorprendentemente delicado. Y Bella tuvo que hacer un esfuerzo para apartarse.
-¿Qué te pasa?
Se dio cuenta entonces de que estaban en medio de la acera, interrumpiendo el paso. Y se dio cuenta también de que sentía calor no sólo en el brazo, sino en otras zonas de su cuerpo.
-Estoy bien. Vámonos.
-¿Para qué sería perfecto? -insistió él.
-Para nada -contestó Bella. Sentía las gotas de sudor cayendo por su escote... Debía haber más de cuarenta grados en la calle, pero el sol no tenía la culpa. Sin duda, Alice había conse guido su propósito. Si hubiera mantenido la boca cerrada...
-Después de diecisiete años, sé cuándo estás mintiendo -sonrió Edward-. Venga, dímelo.
-Es mejor que no lo sepas.
—¿Por qué?
-Porque sí.
-Bella, ¿por qué te has puesto colorada?
Por favor...
-Venga, date prisa -lo interrumpió ella, casi corriendo hacia el jeep. Como Edward le sacaba una cabeza, no tenía ningún problema para seguirla, mientras a ella estaba a punto de darle un infarto.
-No voy a dejar de preguntar, así que será mejor que me lo digas.
-No puedo.
Él pestañeó con esas pestañas que serían la envidia de cualquier mujer.
-Por favor.
-No.
-Por favor, Bella, por fa...
Estaba segura de que seguiría incordiándola hasta que se lo dijera, de modo que...
-Venga, dímelo. ¿Para qué sería perfecto?
-Sexo, Edward -dijo ella por fin-. Alice cree que serías perfecto para un revolcón.
bueno aki les dejo una nueva historia :D
espero ke les haya gustado
me regalan review? *** a las ke dejen review les daré un adelanto***
los kiero se kuidan =D
