Disclaimer: Akagami no Shirayuki Hime no me pertenece.


Primer paso

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No esperes que las condiciones sean perfectas para comenzar, el principio hace las condiciones perfectas.- Alan Cohen


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Zen caminó a paso firme por los majestuosos pasillos del palacio, nervioso, apretando los puños a los lados de su cuerpo y soltándolos inmediatamente, para liberar un poco de la tremenda carga de adrenalina que contenía en su cuerpo en ese instante.

Y es que cada vez que era llamado de improviso por el rey Izana, las cosas se ponían color marrón oscuro.

Se detuvo frente a la enorme puerta hecha de mármol esculpido, y respirando profundo una, dos veces, para infundirse fuerzas, entró.

—Me llamaba, su Majestad— se inclinó en respetuosa reverencia frente a su hermano de sangre, pero más que una pregunta, eso era una total afirmación.

—Oh, Zen, estás aquí— el rey se levantó del elegante diván sobre el que estaba echado, casi con desinterés.

El príncipe no se sorprendió de la actitud de su hermano mayor, él siempre había tenido ese aire etéreo, de completo desinterés sobre las cosas materiales, aún en casos importantes. Lo que no se esperaba su Alteza, era encontrarse ahí, sentado junto a la ventana y bebiendo té como si no tuviese nada de extraordinario, al rey de Tanbarun, el reino vecino.

—Su Majestad Shenazard— lo saludó.

—¡Qué gusto verte, príncipe Zen! Has crecido mucho— le devolvió el saludo, el hombre con su típico tono entusiasmado—. Y, por cierto, felicidades.

La expresión que puso el menor en ese momento fue un indicio de que no entendió a qué se refería el gobernante, por lo que éste se atrevió a explicar:

—¿No cumpliste diecinueva años hace unas pocas semanas? Felicidades, eres todo un hombre.

Oh, eso.

Algo le decía que ya sabía qué hacía el rey Shenazard ahí y de qué iría esa conversación.

—Así es, Zen— intervino Izana, con un tono que a él le pareció más bien sospechoso—. Ya eres todo un hombre; uno que, además, es príncipe de una nación y que tiene muchas responsabilidades.

—Eso lo sé muy bien, Majestad, pero no entiendo qué tiene que ver mi edad con eso; hasta el momento he cumplido con todas mis obligaciones.

—A lo que voy, Zen— puntualizó el monarca más joven—, es que ya estás en edad de contraer matrimonio.

Por un momento, reinó el silencio absoluto en aquella habitación.

—¿Qué?— fue el chico quien rompió el silencio finalmente, incrédulo y alterado por partes iguales— ¿Por qué? Tú no tomaste una esposa sino hasta hace muy poco, ¡y me llevas por varios años! Además, no veo la necesidad de casarme, si tú ya tienes esposa.

—No te alteres— le recomendó su hermano—, sé muy bien cómo te sientes, y créeme que, de estar en mis manos, habría retrasado esto por el mayor tiempo posible.

La voz conciliadora de Izana hacía que le resultara imposible a su hermano menor estar enfadado con él. Zen se vio obligado a relajar la expresión iracunda que se había forjado en sus suaves facciones.

—Lamento decir que tengo parte de la culpa— declaró nuevamente el rey de Clarines, y lo miró fijamente con su par de ojos azules—; es debido a que tardé tanto tiempo en elegir una esposa, que el Consejo, esta vez, para evitar imprevistos, decidió que acelerarían un poco el proceso contigo. Lo siento.

Nuevamente, las palabras murieron en la garganta del menor, incapaz de culpar realmente a su hermano. Ninguno de los dos había sido partidario de los convencionalismos en cuanto a ese aspecto refería, mostrándose absolutamente en contra de los matrimonios concertados. Él no esperaba nada menos que poder elegir él mismo a una chica que amara lo suficiente como para convertirla en su esposa.

—Sin embargo— interrumpió nuevamente Izana, llamando la atención del príncipe—, he negociado con el Consejo y he obtenido una serie de… concesiones.

—Y ahí es donde intervengo yo— anunció el rey del país vecino, con una sonrisa afable.

—¿Qué quiere decir, su Majestad Shenazard?

—He logrado un plazo de dos años para que te decidas por alguna joven— acotó el rey más joven.

—Y yo tengo a la candidata perfecta.

—¿Candidata?— se apresuró a cuestionar, inseguro y cauto.

—No te alteres— le detuvo el mayor en la habitación—, es una aprendiz de herbolaria a la que mi hijo, el príncipe Raj, le ha otorgado un título nobiliario, "Amiga de la Corona", ni más, ni menos. Es una chica encantadora, y estoy seguro de que amaría conocer Clarines y su medicina.

—Y si es una candidata tan perfecta como para ser princesa consorte, ¿por qué no se compromete con el primer príncipe de su nación? Tengo entendido que tiene la misma edad que yo— cuestionó el segundo heredero al trono, cruzándose de brazos y cambiando el peso de su cuerpo de una pierna a la otra.

—¡Hah! ¡Nada le gustaría más a ese chico!— sonrió el mayor, haciendo un gesto con la cabeza, meciendo sus rizos marrones—. Él cree que no me he dado cuenta, pero él lleva enamorado de esa chica por bastante tiempo ¡Y no es para menos; es una criaturita ciertamente adorable! No por nada tiene un título como ése. Lamentablemente— prosiguió—, el príncipe Raj es el primer heredero al trono de Tanbarun y debe desposar a alguien con un perfil aristocrático más… beneficioso. Es una carga con la que no tendrán que lidiar sus dos hermanos menores.

—Y ella… ¿está de acuerdo con esto?

Esta vez, su pregunta fue cauteloso, no queriendo bajar del todo sus defensas, que por ningún motivo se pensara que estaba consintiendo nada de aquello. Sin embargo, el curso de la conversación lo estaba obligando a recibir el asunto con otra disposición.

—Lo estará— le aseguró el castaño—. Como he dicho ya, es una estudiante de medicina que estará encantada de tener la oportunidad de aprender sobre la herbolaría de Clarines.

—Y de ser así, concederle una beca de aprendiz de farmacéutica de la Corte no sería un inconveniente en lo absoluto.

Hubo otro segundo entero de silencio cuando ambos reyes acabaron de hablar. Los hermanos se sostuvieron la mirada largamente antes de que el mayor rompiera el contacto visual y suspiraron.

—No te estamos imponiendo que te cases con ella, Zen— le aclaró el agraciado rey de Clarines—, solo te estamos diciendo que sería bueno que la conocieras. Es un buen partido; por lo que dice su Majestad Shenazard, es una buena chica, bonita y tiene un título. Si las cosas no funcionan, aún tienes dos años para conocer a otra chica que calce con los requisitos— otra pausa—. Con todo, te estarías ahorrando el tener que celebrar un baile o una serie de entrevistas que, estoy segurísimo, serían un incordio para ti, ya que, a menos que cuentes a la señorita Kiki, no tienes mucha experiencia que digamos, relacionándote con chicas.

El rey sonrió al terminar este último comentario convencido de que eso bastaría para hacer que su hermano aprobara la propuesta. A su vez, Zen se ruborizó por completo, haciendo un contraste bastante curioso entre su piel sonrosada, sus ojos azules y su cabello plateado.

Con eso, Izana supo que había dado en el blanco. Efectivamente, de no ser por Lady Kiki, que dicho sea de paso, había comenzado a fungir como su guardaespaldas desde hace un par de años, debido a su –también- renuencia por contraer matrimonio y a su increíble habilidad con la espada, y a la que trataba completamente como a un par, Zen no tendría contacto alguno con el género opuesto.

El albino suspiró, resignado, sabiéndose derrotado.

—Muy bien— accedió al fin el más joven de aquella habitación—, si así van a ser las cosas, no veo razón para oponerme tajantemente— una pausa—. Solo tengo una condición.

—Tú dirás.

—Quiero que alguien de mi confianza vaya en la delegación que irá a buscarla.

Entonces, los otro dos sonrieron, satisfechos. Las cosas estaban yendo bien.

—Entonces, todo arreglado— sentenció Shenazard, sonriéndole—. Pasado mañana volveré a Tanbarun y le informaré a Shirayuki nuestro arreglo. Por favor, espérenla aquí dentro de un mes.

Y con eso, el rey se levantó del sitio que había estado ocupando junto a la ventana y se dispuso a marchar hacia la puerta por donde Zen había entrado hace ya un buen rato atrás. Una vez que ambos hermanos se quedaron a solas, Zen sintió que podía respirar con normalidad nuevamente. Suspiró, agotado y solo entonces, encaró a Izana con la mirada.

—¿Puedes explicarme de qué va todo esto, hermano?

—No sé de por qué piensas que te estoy ocultando algo. Lo que te he contado es cuanto ha ocurrido.

—Tú no eres de los que da una puntada sin hilo, hermano. Tú planeas algo.

—Nada— aseguró el rey, pasándose una mano por el cabello rubio cenizo—; únicamente estoy velando por el futuro de mi adorado hermano menor— y sonrió.

Y ahí estaba. La sonrisa de Izana, esa sonrisa que Zen conocía tan bien y que siempre –siempre- significaba que tenía algo entre manos. Ante esto, el albino alzó una ceja, incrédulo de lo que decía el otro. Pero no había nada que pudiera hacer. Ya había aceptado. Y él no rompía su palabra.

Con eso en mente, el chico se inclinó respetuosamente ante su Majestad y salió por la puerta de mármol esculpido que dirigía hacia los pasillos del castillo.

El rey Shenazard partiría pasado mañana y tenía que elegir una escolta que fuera de su confianza.

Tenía que hablar con Mitsuhide.

Ése era un tema. Por otro lado, estaba el hecho de que, a medida que avanzaba con pasos largos y firmes hacia su propio despacho, en donde estarían esperándolo sus guardaespaldas, iba tomando conciencia sobre lo que acababa de suceder: querían comprometerlo, y para eso le habían –o más bien, lo harían- traído a una chica al palacio, a la que podía aceptar o rechazar según fuera su soberana voluntad.

Shirayuki, había dicho Shenazard, que era su nombre. Y además, tenía un título de nobleza, "Amiga de la Corona". No podía evitar sentirse curioso al respecto, ¿y cómo no hacerlo? ¿Qué tipo de persona hay que ser para tener ese nombre y ese título?

Gruñó y se ruborizó de solo pensarlo. Ciertamente, y aunque no le gustara admitirlo, comenzaba a emocionarse con la llegada de esta chica. Y algo no se sentía bien en eso.

Definitivamente, tenía que hablar con Mitsuhide.


Al fin, se dijo a sí misma, emocionada, mientras trotaba por los pasillos del palacio en el que residía por mera tolerancia de sus dueños, pero que reconocía como su hogar. ¡Al fin ha llegado!, se repitió.

Y es que los días en que su Majestad había estado lejos se le habían antojado eternos, a pesar de haber sido algo menos de dos semanas. ¡Por supuesto que tenía otras cosas que hacer durante su ausencia! Sus sesiones de estudio matutinas en la biblioteca y los paseos con la princesa Rona después del almuerzo seguían ahí, incluso las tardes en que, de vez en cuando, veía los entrenamientos con la espada que tenían los príncipes Raj y Eugena, cuando caía el fresco. Pero, de todos modos, y aunque no tuviera la oportunidad de verlo a diario, la presencia del rey Shenazard en el castillo siempre era tranquilizadora.

Había pensado ir a darle la bienvenida en cuanto fue informada de su arribo, solo esperaría a que se refrescara un poco del largo viaje desde el reino de Clarines, luego de reunirse con el rey de dicha nación.

¡Oh, Clarines!Había oído tanto de aquel lugar. Sabía que sus avances en la medicina y el estudio de las hierbas medicinales eran notables, así como también había oído las historias de caballeros más asombrosas que se contaban en el mercado sobre aquellas tierras. ¡Oh, cuándo deseaba conocerlo algún día!

No pusdo ocultar su sorpresa cuando, sobre el aviso de la llegada de su Majestad a casa, también se le informó que él la había llamado. No tardó un solo segundo en asentir con la cabeza y apresurarse al lugar donde el guardia la había dicho que se encontraría su benefactor esperando por ella.

—Con su permiso, su Majestad, ¿me ha mandado llamar?

—¡Shirayuki, querida!— saludó el hombre una vez hubo ella cerrado la puerta— Mou, qué trato más impersonal, ¿cuántas veces tengo que decirte que prefiero que me llames "tío"?

—Aunque me diga eso, su Majestad— rio nerviosamente mientras se ruborizaba—, no sería adecuado.

Ante eso, Shenazard rio levemente por la reacción de su protegida. No podía ser más encantadora.

Esa pobre chica. Recordaba haberla conocida hace un par de años, cuando el idiota de su hijo mayor se encaprichó con una chica del pueblo que poseía una particularidad que no pasaba desapercibida en absoluto: tenía el cabello rojo. Luego de eso, el primer príncipe le había hecho pasar por tantas dificultades y ella había demostrado tener tanta capacidad y fuerza de voluntad como un ejército completo, que pensó que sería una lástima dejarla ir así como así, sin más, por lo que no halló nada mejor que invitarla a vivir en el palacio.

Su título fue algo sobreviniente; la única forma que encontró el príncipe Raj para reparar todo el daño ocasionado y protegerla de los prejuicios.

Y él mismo creyó que era una idea maravillosa.

—Hay algo de lo que debo hablar contigo, Shirayuki— dijo, cambiando de pronto la expresión de su rostro. Ella no pudo evitar ponerse nerviosa— ¿Recuerdas cuando te mencioné la posibilidad de ir a Clarines a estudiar?

—¿Enserio, su Majestad?— se apresuró, entusiasmada.

—¡Claro!— aseguró, sonriente— El rey Izana Wistaria se impresionó mucho cuando le conté de tus conocimientos de herbolaria y está de acuerdo en concederte una beca de estudios en el castillo: te esperan allá dentro de un mes.

El rostro de la chica se iluminó.

—¡Muchísimas gracias, su Majestad!— sonrió abiertamente, avanzando un par de pasos y juntando su manos con emoción.

—De nada, querida—. Sonrió el rey, luego una pausa—. Hay otra cosa que debes saber, sin embargo: el primer príncipe de Clarines, Zen Wistaria, se ha interesado por ti y tiene el deseo de conocerte.

El rostro de Shirayuki palideció, ipso facto, como si la mención de aquellas palabras tuviesen una reacción necesaria en su cuerpo.

—No estoy enviándote allá con el propósito de contraer matrimonio, Shirayuki. Esa es, y siempre será, elección tuya. Pero debes estar preparada para que el príncipe Zen, eventualmente, acabe enamorándose de ti, querida.

Sus oídos comenzaron a pitar.

—Por lo mismo, ha insistido en que, durante tu viaje, te acompañe un caballero de su exclusiva confianza.

Luego se sonrojó violentamente, cuando tomó conciencia de lo que significaban aquellas palabras del rey.

Como si aquello último hubiese sido algún tipo de señal para algo, de detrás de una cortina, apareció un hombre joven de cabello corto y ojos dorados, vestido como el más elegante caballero. Avanzó unos pasos hasta donde estaban el rey y su protegida, y se inclinó respetuosamente.

—Shirayuki, conoce a Obi. Él será tu guardaespaldas de ahora en más.

Inmediatamente después, el chico alzó la mirada mientras aún mantenía su reverencia, sonriéndole de la forma más extraña, misteriosa y atrayente que había visto en su vida. E inexplicablemente, se sonrojó.

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¡Estoy muy emociona! Había estado queriendo participar de este fandom hace mucho, mucho tiempo, desde el verano, en que vi/leí la serie en un santiamén, y me enamoré de cada uno de sus personajes. Aunque tengo mis favoritos, la verdad sea dicha.

Y bueno, espero que este primer capítulo les haya caído bien. Por favor, díganme qué les parece, ¿si?