Resiliencia
Hessefan
Disclaimer: One Piece desde ya que no me pertenece, no estaría haciendo un fanfic; todo de E. Oda.
Prompt: Evil Plot Raven #4, Prompt #1 [Fandom Insano].
Notas: ¡Hola! Algunas cosillas que debo mencionarles antes de empezar a leer.
1. Este fic está basado en una de las tantas teorías que hay sobre One Piece. Es una de las que más me gustan. Aunque hay otra que me gusta mucho más, esta me resultó la más completa porque abarca los sueños de todos y no solo la ubicación de Raftel y lo que es en verdad el mítico One Piece. Eso me servía para ubicar la historia, dado que en el fic han pasado unos diez años desde que Luffy se coronó el rey de los piratas y encima al tratarse de un fic de Sanji necesitaba una teoría sobre el All Blue. Dado que en fanficionpuntonet no se permite dejar links, no queda otra más que dar la referencia: "Teoría general de One Piece, la voluntad heredada+Pirateking", pongan eso en google (o busquen el tema en el foro en cuestión), tendría que llevarlos de una. También podrán encontrar el link para leer la versión original en inglés.
2. El tiempo en One Piece es confuso, pero después de pensarlo mucho tras ver varios videos sobre el tema llegué a una conclusión. Es que de golpe me acordé que aunque son muy fiesteros los mugiwara, ni mención hay en la serie de los cumpleaños. Podemos suponer que Luffy zarpó en agosto (y digo agosto porque Oda le da mucha bola a esas cosas, y One Piece salió a la calle un 4 de agosto; y esto es un delirio mío, no sale de ninguna teoría). Más allá de que hubiera cumplido los años antes, en mayo, podemos deducir que aunque haya salido en el mismo mes de su cumpleaños, fue encontrando sus compañeros paulatinamente. Sea mayo o sea agosto, da igual, pero a principios de noviembre Kuma los separa, pasan dos años entrenando y regresan. Desde que regresan, en mi fic, a Luffy le toma medio año hacerse el rey de los piratas. O sea, están medio año (o mucho menos) en el viejo mundo y medio año en el nuevo mundo. Eso nos da un total de tres años. No obstante (xD ¿ya se marearon?) muchas teorías apuntan (y lo veo muy factible) es que vuelva a pasar lo de Kuma, es decir, que ocurra una muerte trascendental en la trama y que los chicos acaben separados para entrenar y fortalecerse una última vez. Muchos creen que este break no va a ser de dos años (yo espero -no es que creo, porque la verdad es que especular te abre un montón de puertas- que en verdad pasen muchos más años, ¡quiero verlos crecidos!). Para resumir este choclo, en el fic asumiré que ese nuevo salto se dio y que apenas fue de dos meses. En total, a Luffy le ha tomado unos tres años (tres y medio) aproximadamente coronarse el rey de los piratas. Disculpen toda esa perorata, pero no es algo que narre en el fic porque me quiero centrar en el futuro, dando por hecho esa teoría como lo que en verdad ocurrió.
3. Si no se ha entendido una chota el punto anterior, quédense con que han pasado diez años desde la gran llegada a Raftel. En la actualidad Luffy tiene unos 30 años y Sanji unos 32, del resto hagan cuentas XD
4. Aparece Mefisto de nuevo, así que tranquilamente puede considerarse una continuación de Cave amorem, sin embargo no es necesario haber leído ese fic para entender este.
5. Por último y no menos importante: dedicado muy especialmente a dobleele que le gustan mis boludeces sobre Sanji y a mí me gusta que le guste, y si no fuera así no me hubiera animado a subir esto XD Muchas gracias a Olga y a Nico por esos ratos en los que nos pusimos a reflexionar sobre lo que no entendíamos. Gracias por la cachetada de realidad también.
¿Comenzamos? Muchas gracias por leer este nuevo fic. Y para que se queden tranquilos, porque sé que a veces desaparezco, está completo. Así que aunque me tome una década, verán el final. No teman empezar a leer.
CAPÍTULO 1
Sanji todavía recordaba la cara del viejo: primero su épica confusión y luego la sentida emoción; porque el muchachito al que había criado como a un hijo se le había aparecido de la nada con una petición singular que más bien fue una orden.
Con los Mugiwara siempre todo era así: caos, peligro y vertiginosidad.
Había que mover el Baratie de lugar, porque pronto el All Blue -su All Blue, el de los dos- emergería casi en ese mismo lugar. ¿Quién les hubiera dicho que el mismísimo mar que con tanto empeño buscaron estaba ahí, técnicamente a sus pies?
Durante un tiempo fue imposible volver a esas latitudes, al menos hasta que las aguas se calmaron lo suficiente, y cuando eso ocurrió Zeff le confesó sus nuevas ambiciones, de las que por supuesto Sanji era parte.
Y ahí estaba, diez años después, tirando al tacho todas las ilusiones que el viejo se había hecho antes de morir. Al menos se consolaba con esa idea: que Zeff no estaba vivo para presenciar como el fuego devoraba su preciado tesoro.
Junto al Baratie no solo se iba el único sustento económico que tenía Sanji, sentía que también se iba el alma del viejo. Todos aquellos proyectos o nuevos sueños que podría haber cosechado en esos diez años, como el casarse, tener una numerosa familia y dejarles en herencia ese restaurante, no tenían sentido ya.
Podía ver el fuego devorando esos recuerdos y esas utopías, llamaradas tan altas que llegaban al techo y consumían la madera junto con la foto de su recompensa, ya añeja, pegada en la pared.
También podía escuchar los gritos, a Paty y Carne llamándolo con desesperación, instándolo a que se salvara, pero él no abandonaría el barco. Sanji no pensaba renunciar al Baratie. Si este se hundiría irremediablemente, lo haría con su capitán. Era lo único que le quedaba por hacer.
Se sentía impotente y morir quizá era una manera de redimirse, de expiar alguna especie de culpa por no haber protegido debidamente aquello que había sido legado con tanto amor. Moriría calcinado o moriría ahogado, puesto que al barco no le faltaba mucho para sucumbir en el mar.
Él estaba sereno en el punto más álgido, porque sabía que las vidas humanas estaban a salvo. Con ese consuelo se dejó caer mansamente en las garras de la muerte, sabiendo que todo intento por rescatar algo ya era vano a esas alturas.
Escuchó un chirrido, diferente al que hacía el fuego crepitando a medida que avanzaba; era como si el Baratie se hubiera partido a la mitad para poder comenzar un descenso hacia el fondo del agua. Y eso fue de lo último que tuvo consciencia, antes de caer.
—¡Vamos! ¡En pie! ¡Surge! ¡Escucha! ¡Despierta! —Escuchó decir, mientras sentía que todo ardía a su alrededor; como cocinero nunca le tuvo miedo al fuego, pero esa ocasión fue la excepción.
Al olor de la madera quemada se le sumaba uno extraño, que podía identificar como azufre y que a cada segundo se intensificaba más. Intentó abrir los ojos recién cuando vio tras los párpados unos destellos. Bolas de luces blancas y diminutas danzaban erráticamente de un lado al otro; pero cuando pudo enfocar la vista no vio otra cosa más que llamaradas rojas y anaranjadas.
—¿Todavía? —se preguntó a sí mismo. ¿Cuánto más? ¿Cuánto faltaba para morir y acabar con esa agonía?
No experimentaba dolor o malestar alguno, no sentía que estuviera quemándose ni ahogándose, tampoco podía sentir la misma desesperación de antes. ¿Así de apacible era la muerte?
—Lo mismo me pregunto yo —dijo una voz con tono cansino—, ¿todavía sigues en el mismo punto?
Sanji hizo un esfuerzo sobre humano para incorporarse y hallar al dueño de esas palabras. Recién entonces se percató de que estaba sobre una superficie pedregosa, donde debería haber madera. Se sentó en el suelo y ahí lo vio, reposando sobre una enorme roca.
—¿Nos conocemos? —Tuvo una ligera sensación de déjà vu al estudiar al sujeto frente a él.
—¿Ya te has olvidado de mí?
Mefisto seguía portando ese aire solemne, el de un rey sin corona. Seguía teniendo la barba tupida y el pelo raso. Elegante y prolijo, inalterable al paso del tiempo. En cambio Sanji ya no era un chiquillo.
—Soy malo para recordar caras —dijo el cocinero—, lo siento. ¿De dónde nos conocemos?
—De antes que tú nacieras y la tierra fuera tierra. —Mefisto había apoyado una pierna sobre la otra, cruzándola en un gesto que denotaba relajación—. Solemos encontrarnos en alguna parte de ningún lugar cada cierto periodo de tiempo. —Sanji reflexionó al respecto y pensó que así debía ser la muerte.
—¿Estoy en el infierno? —Se sentía tan merecedor de ello que hasta lo veía posible, pero Mefisto estalló en sentidas carcajadas. La hilera de dientes blancos y perfectos asomó, la cara se arrugó y el cuerpo se contorsionó.
—Eres encantador, muchacho —dijo aun jocoso—. Pero si te soy sincero, me alegra encontrar a alguien que todavía cree en él, ¡que aún piensa que un lugar así existe!
—¿Dónde estoy entonces?
—En donde tú quieres estar —respondió con cierto deje de obviedad—. En la nada.
—En ningún lugar —recitó el cocinero, completando las palabras de Mefisto.
—Exactamente —exclamó satisfecho—. Dime Sanji, ¿lo has hallado? ¿El All Blue?
—Sí —asintió, pero con cierta melancolía.
—Oh, qué feo es poder cumplir los sueños, ¿cierto? —Alzó las cejas al notar la confusión en el muchacho—. ¿Has reparado en eso? ¿En lo bello que es tener un sueño más que cumplirlo? Cuando el humano se propone proyectos se convierte en una criatura muy curiosa para mí. Admiro esa cualidad, porque sabe que va a morir, comprende que su vida es finita en una existencia infinita, aun así lucha, sueña, cree, avanza.
Sanji suspiró, no le agradaba mucho pensar que había quedado vacío una vez que cumplió su sueño. Él tenía la idea firme de que no había sido así, puesto que se buscó nuevos proyectos para seguir adelante, pero recién en ese momento se daba cuenta que dichos sueños o ambiciones no le pertenecían; eran más del viejo, que propios.
—Todos vamos a morir, ¿cierto? —Se resignó a la idea— No puedo quejarme, dentro de todo tuve una buena vida.
—En parte tuviste la que tú quisiste tener —dijo, para luego cambiar el aire y expresarse con una pizca de desolación—; oh, Sanji, siempre aferrado al dolor.
—De más joven era así, pero uno madura y cambia con el tiempo —se defendió, al menos se sentía atacado y le fue menester escudarse—. Un día decidí no sucumbir a todo eso que me hacía daño. Un día me propuse dejar al Sanji débil atrás, a ese pequeño fracaso. Me hice fuerte, muy fuerte.
—Tan fuerte que te fuiste al otro extremo —bromeó Mefisto—. Te endureciste demasiado, hasta volverte tosco. Pasaste de ser el Sanji amable que buscaba agradarle a la gente a lo que eres ahora.
Sanji fijó la vista en la superficie gris de la roca. Reconocía que había algo de verdad en esas últimas palabras; pero él se mentía diciéndose que tan solo había madurado. En el presente ya no le interesaba tanto brindarse a los demás.
—Es que tampoco puedes ir por la vida buscando encajar en el mundo. Encontré mi lugar junto a mis compañeros, y ya…
—Pero ellos… ¿dónde están? —Al ver la expresión confusa del joven sonrió— Tanto tratas de proteger tu frágil ego, ya pisoteado por tu familia, que te has cerrado al mundo.
—No. Simplemente busqué un equilibrio. Pensar un poco más en mí.
—No es malo ser egoísta, pero tu ego terminó por consumirte. El monstruo dentro de ti ha ganado fuerzas en estos años.
Ese muchachito que él conocía parecía haber muerto. Ya no era ese Sanji que se preocupaba solo en los demás. Que se mentía diciéndose que no le importaba lo que pensaran los demás de él y buscaba encajar con desesperación, encontrar su lugar.
—Antes buscabas ayudar sin esperar reconocimiento; incluso tratabas de que la persona no lo supiera, porque así sentías que la felicidad era más genuina.
—Sentía que era menos egoísta y más… ¿altruista? —Sanji no encontraba la palabra exacta— Cuando le dices a alguien "yo fui" o "yo te ayudé" es como si le estuvieras quitando peso a esa felicidad. Es como si buscaras un reconocimiento, ayudar al otro solo para sentirte bien contigo mismo porque tuviste una buena acción.
Le agradaba hacer feliz a los demás así. Eran como pequeñas batallas personales, pero un día se cansó. Un día trató de buscar la armonía, de dejar de ser ese Sanji amable y enfocarse un poco más en él, porque nadie viviría su vida y la estaba dejando pasar.
—Ahora, por el contrario, tratas de buscarle una utilidad a todo.
—No es tan así, solo trato de… priorizarme yo. No es malo quererse un poco.
—El problema es que no —Mefisto negó incluso con la cabeza, reflexionando—, tú te odias a ti mismo, no te agradas. Y te enfocas en ti porque ya no quieres que te lastimen. Antes eras considerado, ahora en cambio te has vuelto más mezquino. Un claro ejemplo son tus amigos. Para no molestarlos, tenías por costumbre no expresar tus estados de ánimo. Eso te funcionó por un tiempo, pero en el presente has dejado de mostrar interés en todo lo que te rodea. Como decía antes: te has vuelto huraño, tosco.
Sanji asintió lanzando una pequeña risilla de conformismo. Él atribuía ese endurecimiento a su estilo de vida. No era fácil ser el dueño de un restaurante cuyos empleados eran en su mayoría piratas y gente de mala vida.
—No podría precisar cuándo pasó, creo que fue algo paulatino; pero es cierto que busqué cerrarme un poco. Tuve una infancia anormal, no puedo decir que mala o buena. Tuvo sus cosas malas, como mi familia, pero también las buenas, como Zeff y el Baratie. Mi adolescencia fue como cualquier otra. Así que nunca jamás entendí de dónde venía esta sensación constante de angustia. En el pecho, presionando. Nunca jamás entendí esa parte de mí, pero un día me cansé de tenerme lástima y decidí cambiar eso por mi cuenta.
—Lo que pasa es que te fuiste al otro extremo y, paulatinamente, sin darte cuenta, te fuiste cerrando tanto que te endureciste.
—Antes era más empático —reconoció, vencido ya ante la idea—. No es que dejé de serlo, pero me propuse que todo me chupara un huevo.
—La empatía no es un rasgo del que el humano pueda desprenderse. Lo eres o no lo eres. Tú lo único que haces es mentirte. Porque lo cierto es que nadie quiere estar solo en verdad. Está bueno aprender de ella y ser amigo de la soledad, eso te prepara ante las pérdidas, porque tampoco sirve depender de los demás.
—Lo bueno de vaciarse de emociones, un rasgo distintivo de los Vinsmoke, es que por momentos no sientes nada. Eres indiferente al dolor o al rechazo.
—Pero así como anulas la tristeza, también anulas la felicidad —completó Mefisto arqueando las cejas—. Cuando eras más joven no temías enamorarte, pero ahora te aterra querer a alguien y no ser correspondido.
—Antes no me molestaba cargar con mochilas ajenas, escuchar a los demás o guardar secretos. Soy una jodida tumba; pero por momentos no sabía si el dolor que sentía era mío o ajeno, así que un día tomé la decisión de dejar de prestar tanto la oreja, de equilibrarme primero yo. Me fui al carajo al final, ¿cierto? —cuestionó con gracia— porque llegué al punto que no me importó perder contacto con nadie.
—¡Bueno, pero alégrate muchacho! —exclamó sorprendiéndolo por el cambio abrupto de emociones—. Al menos aun te queda un sueño sin cumplir. Ya te convertiste en el mejor cocinero del mundo, has hallado el All Blue…
—Y aun me falta encontrar el amor —rió con resignación—. Creía que eso era cosa del pasado, de cuando era más joven. Estaba tan endurecido por dentro que me daba igual. Al final resulta ser que soy un cobarde. Que quiero "querer" a alguien, y quiero que alguien me quiera, pero no me animo porque tengo miedo. Es patético, pero es cierto.
—¡Al fin puedo hablar con el verdadero Sanji! Temí que nos quedáramos atascados aquí hasta el fin de los tiempos. ¿Sabes? En una época, cuando el mundo fue creado, ustedes estaban compuestos por dos.
—¿Los humanos?
—Ajá. Y había tres clases de andróginos en ese entonces. Uno compuesto por dos hombres, otro compuesto por dos mujeres y un tercero, compuesto por un hombre y una mujer —explicó Mefisto con calma—. Estos últimos eran seres tan completos e inmortales que se creyeron superiores. Dios se enojó, porque él es así, tiene el ego del tamaño del universo, y los castigó.
—¿Qué hizo?
—Los partió a todos por la mitad, los metió adentro de una bolsa y los arrojó al mundo de vuelta —hizo el gesto con las manos; como si estuviera tirando con desprecio basura a un cesto—. Creo que algo ustedes recuerdan o almacenan en su genética, porque desde entonces he visto al humano deambular en esa incesante búsqueda de la mitad que lo complementa.
—Eso es… extraño.
—Se le dice "mito" —corrigió—, pero no importa si es verdad o no; el punto es que el amor no va a venir a tocarte la puerta, ni siquiera vas a encontrarlo por mucho que lo busques si no estás dispuesto a construirlo.
—En el pasado le he puesto mucha energía a esa empresa —sonrió—. Ahora…
—Te confundes —lo corrigió—. La pasión lo quiere todo ya, pero en cambio el amor es paciente.
Sanji no podría precisar cuándo ocurrió, fue un proceso muy lento dentro de él que comenzó en ese preciso instante, pero se dijo a sí mismo que si en verdad quería abrirse de nuevo, tenía que ser menos egocéntrico y preocuparse más por el otro. No tener tanto miedo a la indiferencia, al rechazo o a que lo lastimaran.
Debía dejar de centrarse tanto en él; pero tampoco quería irse al otro extremo y ser ese Sanji que tampoco le gustaba (o le gustaba menos que el del presente), porque ese del pasado sufría de puro gusto. Hacía de cuenta que la indiferencia no le dolía y tenía que aparentar que todo estaba bien.
—Bueno, ya va siendo hora —dijo Mefisto y Sanji se preguntó de qué o para qué—. Esa persona ya está aquí.
No entendió a qué se refería, pero sí comprendía que había llegado la hora de la despedida. No preguntó si se volverían a ver, algo dentro de él le decía que sí. Que así como ese no era el primer encuentro, tampoco sería el último.
Las llamaradas se hicieron más grandes, hasta acabar devorando la imagen de Mefisto, que se deshizo como si se tratara de un simple trozo de papel. El brillo intenso y etéreo del fuego le obligó a cerrar los ojos, comenzaba a experimentar incomodidad, ahora sí podía sentir su cuerpo y éste percibía malestar. Le dolía la espalda y la cabeza.
Pudo oír murmullos, voces que iban cobrando fuerza. Hombres y mujeres. Se preguntó dónde estaba e hizo un esfuerzo titánico para recobrar la consciencia del todo. Abrió los ojos y se encontró de vuelta con una superficie rocosa; pero en esta ocasión se trataba del techo de un lugar similar a un castillo.
Estaba acostado en una cama, podía sentir también una tela fina sobre el cuerpo y el brazo apretado por alguna venda. Parpadeó al ver de refilón a una muchachita joven que le regalaba una enorme sonrisa.
—Al fin despierta —dijo, acercándose al paciente para hacer un ajuste en el suero.
—¿Estoy en un hospital? —Enseguida entendió de donde venía tanto alboroto cuando alguien, otro paciente, se incorporó en una de las cuantiosas camas que había para exclamar con asombro y maravilla.
—¡El rey de los piratas!
Luffy estaba de espaldas a Sanji, frente a la puerta de doble hoja tratando de convencer a pueblerinos para que lo dejaran un rato a solas con su amigo; pese a la insistencia de la gente no dejaba de ser cordial.
Se había acostumbrado a ser una figura pública y por eso mismo a veces prefería pasar tiempo en islas remotas, donde nadie o poca gente lo conocieran. No había otra forma de estar en verdad tranquilo.
Cuando consiguió despachar a la gente y cerrar la puerta dio la vuelta, y cuando vio a Sanji despierto le regaló la más anchas de sus sonrisas. Se quitó el sombrero, que quedó colgando tras su espalda y se acercó a la silla que, junto a la cama de su cocinero, había ocupado durante esa semana. Traía en la mano una bolsa de plástico con una vianda.
—¿Qué haces aquí, Luffy?
—Estaba cerca cuando me llegó la noticia. —Abrió el paquete y empezó a comer un pedazo de carne ofreciéndole sin palabras—. Hasta salió en los periódicos.
—No, gracias.
A excepción del hombre que mostró sorpresa, los demás pacientes parecían ajenos a la visita. Muchos de los que estaban ahí tampoco se encontraban con la salud en óptimas condiciones como para ocuparse de esos asuntos.
La enfermera se fue y ahí Sanji pudo concentrarse mejor en el hombre que tenía frente a él. Llevaban muchos años sin verse y le sorprendía verlo convertido en todo un hombre; pero aunque Luffy podía llegar a tener las líneas de expresiones más marcadas y una barba rala que rasuraba cuando se acordaba, seguía portando esa mirada lozana y esa sonrisa de niño inocente.
—¿Y los bastardos?
—Se fueron hace un par de días. —Luffy interpretó a la perfección que le estaba preguntando por sus camaradas del Baratie—. Paty y Carne fueron los últimos en irse, los demás se fueron cuando yo llegué.
—¿Hace mucho que estás aquí?
—Apenas un par de días.
—¿Estaban todos bien? —Cuando Luffy asintió, se permitió relajarse y recostar la cabeza en la almohada— ¿Qué haces, por qué viniste, qué ha sido de tu vida? —En la manera de preguntarle había cierta emoción o ansiedad.
—Voy de un lado al otro y cuando me canso paro en mi aldea.
—¿Cuánto tiempo ha pasado? —Sanji hizo cuentas— Vaya, ¿y en estos diez años no te has casado ni nada?
—No —dijo con naturalidad e indiferencia al detalle.
—A veces me enteraba de ti por el periódico, pero… ¿y los chicos?
—Bien. No he perdido contacto con ellos. ¿Y tú?
—Ya sabes… el Baratie. —Y acordarse de eso lo sumió en una amarga derrota emocional.
—¿Tampoco te casaste ni formaste una familia? —preguntó para distraerlo de esa eventualidad y aunque mucho no le importaran esas cuestiones, lo cierto es que el Sanji que él conocía era candidato a formar esa clase de vínculos—. Qué raro, tú…
—Trabajé mucho para sacar el restaurante adelante. Estos diez años me concentré en ello… ¿y todo para qué?
—Parece que ninguno de nosotros está dispuesto a madurar —bromeó soltando una risilla—, parece que nos quedamos estancados en ese momento, en el de la despedida.
—Casarse y tener familia no es madurar, Luffy —opinó arqueando las cejas con cierta presunción—. Hay niñas que son madre.
—Era una manera de decir… —se excusó— que seguimos siendo los mismos, aunque más viejos.
—Viejo será Brook, yo todavía soy joven —retrucó en son de gracia.
—¿Crees que estamos a tiempo de madurar? —Vio la negación de Sanji, la mueca de los labios como si fuera un caso perdido, y volvió a reír.
La sonrisa parecía haber llegado para quedarse.
Se produjo un instante de silencio reflexivo. Algún que otro paciente tosía o gemía y las enfermeras iban y venían con paso calmo por el pasillo que conectaban las camas. El murmullo de Sanji lo hizo volver en sí.
—¿Y ahora qué haré?
Luffy perdió la sonrisa, la idea de que Sanji hubiera preferido morir con el Baratie antes que perderlo y quedarse sin nada, lo destrozaba. Tenía mucho por reprocharle, como el no dar señales de vida.
—¿De vuelta tengo que volver a zurrarte? —Se quejó— ¿No te lo he dicho?: el viejo no hubiera querido que murieras por proteger su tesoro. ¿Por qué eres tan necio?
—¡Ja! Mira quién me lo dice —se molestó, para después relajarse y lamentarse—. No tengo nada, perdí el restaurante y los pocos ahorros que tenía se fueron al fondo del mar. Para colmo…
—Bueno, entonces vayamos —le interrumpió, más que nada para evitar que se ahogara en lo irremediable. Luffy era de los que se consolaban con eso: lo perdido, perdido está, de nada sirve lamentarse; en cambio lo mejor es actuar.
—¿A dónde?
—A buscar a los chicos —dijo con obviedad y una nueva sonrisa.
—¿Eh? —frunció el ceño analizando el ofrecimiento que le estaba haciendo su antiguo capitán— ¿Y el Sunny?
—Lo tiene Franky. Yo solo no puedo maniobrarlo. Así que me hice de un pequeño bote con camarote. ¿Y, qué dices? —instó con indisimulable ansiedad.
—Ciertamente no tengo a dónde ir y no tengo nada más que lo puesto. —Se miró bajo la sábana notando que estaba desnudo— ¡Ni eso!
—Por ese motivo: ¡vamos! —Alzó los hombros y se echó hacia atrás, ahora tenía el sombrero entre las manos y lo estrujaba con solapados nervios.
Sanji sonrió, algo motivado por la idea y por la expresión anhelosa que le regalaba ese hombre. Reflexionó al respecto, era lógico el camino a tomar, solo que no pensó que sería con Luffy, pero… si lo pensaba bien, no era de extrañar que justamente fuera su capitán la persona que lo arrastrara a salir de esa cama de hospital a enfrentar el mundo y buscar un rumbo nuevo en su vida.
—Vale —asintió con seriedad, contemplando la compañía que tendría—, vayámonos a la mierda. —Luffy no pudo ocultar la felicidad que le originó obtener una respuesta afirmativa. Rió con el candor de un niño y se puso de pie, inquieto se colocó y se quitó el sombrero de paja.
—Entonces iré a buscar provisiones.
—No te olvides de ropa para mí y cigarrillos —solicitó contagiado por esa alegría.
Luffy se fue como un tiro y tardó un par de horas en volver con la ropa del cocinero; aunque era la misma con la cual había llegado al hospital, estaba limpia. También él se había cambiado, llevaba una camiseta sin mangas de color roja y unos pantalones cortos como siempre.
En ese lapso que Sanji estuvo solo aprovechó para rumiar sobre cuestiones importantes, como por ejemplo en lo trascendental que era volver a navegar junto a su capitán. En las ganas, auténticas, que tenía de volver a ver a sus amigos después de diez años.
Había que planear bien el viaje, o eso creía, pero la verdad es que poco importaba el camino a tomar. Luffy siempre iba adonde lo llevaba el viento y tener la compañía de un amigo, de Sanji, era más de lo que podía pedirle al cielo.
Estaban en una isla cualquiera, cerca del All Blue, podían ir a donde se les ocurriera y esa libertad alimentaba una llama en Sanji que este creía ya extinta. Se dejaría guiar por Luffy e iría a donde él quisiera.
No tenía tampoco, otras opciones. Era eso o enfrentar la muerte en vida.
(II)
El día que pudieron partir era uno cuyo cielo se mostraba gris opaco; el clima no era el idóneo, pero era tanta la ansiedad que a ninguno de los dos parecía importarle. Sanji le atribuía esa urgencia por salir a la mar a que Luffy ya estaba cansado de lidiar con los aldeanos. Aún seguían algo conmocionados por la visita y no dejaban de caminar tras él en procesión.
No fue difícil conseguir todo lo que quisieron, y más. Luffy pagó por muchas de esas cosas, pero otras fueron regalos de los aldeanos. Él estaba acostumbrado a ese tipo de trato, así que aceptó los presentes, como siempre.
Como era costumbre en la banda de los Mugiwara organizaron una pequeña fiesta de a dos. Luffy destapó una botella cuando apenas habían desatado el nudo de la soga y por eso Sanji llegó a la conclusión de que lo mejor sería, antes de empezar a beber, preparar una comida en la pequeña cocina del bote.
—Haré la cena, ¿eso es sake? —dijo al paso bajando las pequeñas escaleras, siendo seguido por su capitán. Ambos se notaban alegres y distendidos— ¿Desde cuándo tú tomas alcohol?
—Zoro tiene la culpa de todo —respondió con dejadez y en son de broma, le dio un trago a la botella y se la pasó al cocinero para poder robarle un trozo de queso cortado que había sobre la tabla de madera—. No sé, en estos años he cambiado algunos hábitos.
—Pero el de robarme comida no te lo quitas, eh —se quejó al ver que estiraba el brazo para robar con disimulo un trozo más grande de queso. Luffy rió ante esa apreciación, contagiando a su cocinero, y durante el consecuente silencio ambos se quedaron mirándose, atiborrados de recuerdos y viejas emociones que volvían a aflorar.
—Es bueno volver a comer tu comida, Sanji —murmuró con ensoñación.
—Es bueno volver a cocinarle, capitán —dijo en voz baja, para luego distraerse cuando Luffy le quitó la botella.
Trató de concentrarse en la preparación de la cena, mientras Luffy se acomodó en la litera para mirarlo cocinar y darle charla. Intentaron ponerse al día, contar qué había sido de sus vidas y cotillear sobre las ajenas.
Cuando la comida estuvo lista, decidieron cenar en la superficie a la luz de las estrellas y la luna. Era mejor ahí que en ese reducido cuarto, además alguien tenía que asegurarse de que el pequeño navío fuera por buen camino. Eso le llevó a Sanji a reprocharle el que estuviera abriendo una nueva botella cuando se vació la anterior.
—Luffy, si nos emborrachamos los dos terminaremos en Raftel de nuevo.
—No queda tan lejos, tampoco. —Le restó importancia y dio un sorbo largo.
—Alguien tiene que manejar el barco.
—Lo haremos los dos, si igual no podremos dormir. Tampoco falta mucho para llegar. —Le pasó la botella y se acercó al bulto que había dejado apenas subieron.
Comenzó a revisarlo, entre la comida, la ropa y los regalos de los aldeanos halló algo que le llamó la atención; era una cámara de fotos. Nunca había sido muy adepto a retratar momentos, era de los que más bien prefería vivirlos. No obstante, volteó con una sonrisa y apuntando a Sanji hizo clic.
—¿Eso? —Sanji le devolvió la botella para en cambio quitarle la cámara— ¿Me sacaste una foto, Luffy? —En efecto apareció la impresión, pero estaba tan oscuro que Sanji apenas era una sombra. Se distrajo de ella cuando Luffy señaló a la lejanía, podía verse un trozo de tierra emerger en el mar.
—Pronto podrás ver a Nami —lo miró de reojo con suspicacia y sonrió con el pico de la botella en los labios—; sigue tan linda como siempre.
Sanji lo miró con graciosa y ligera sorpresa, ¿Luffy opinando de una mujer? Dejando de lado que era una nakama y era Nami. Eso se le hizo muy sospechoso, pero no debería sorprenderle, Luffy ya no era un chiquillo.
—Nunca voy a perdonarte que hayas rechazado a Boa Hancock —dijo con tanta seriedad que Luffy estalló en carcajadas y risueño negó con la cabeza.
—El amor no es para el rey pirata —dijo con falsa solemnidad—. ¿Y qué me dices tú, que siempre fuiste candidato a formar un harem?
—Ya no creo en las convenciones sociales. —Se estiró en el suelo de madera; desde ese lugar podía ver a Luffy y al cielo estrellado—. Ya no creo que la felicidad verdadera esté en casarse o en tener hijos.
—Es raro escucharte hablar así. —Tomó la cámara y le sacó una foto a la nada.
—En una época lo fue para mí, pero para muchas personas en su profesión puede estar su felicidad. O en desarrollarse de otra manera —reflexionó, incorporándose de nuevo para darle un trago a la botella—. Tú, por ejemplo, eres feliz siendo quien eres. Y no necesitas a una mujer a tu lado para eso. ¡Rechazaste a Boa Hancock! —No se lo dejaría pasar nunca.
—¿Vas a hacerte monje o algo por el estilo? —Se espantó, consiguiendo la sonrisa de su nakama. Los dos estaban jocosos, quizás por el alcohol o por el reencuentro, pero la felicidad era algo que rondaba en ese pequeño navío y parecía tener forma.
—Me agrada coger, mucho, no lo voy a negar. Y cada año se pone mejor —aclaró cavilando al respecto—; pero estoy en una edad en la que debería ir pensando en buscar un apoyo, ¿cierto?
—Tienes a tus amigos, a esos que dejaste de lado —se quejó y por fin podía sacárselo de encima. Lo había dicho como sin importancia, al paso, pero era algo que en esos diez años lo había carcomido. Y también la razón por la que Zoro lo retaba duramente.
—Sin embargo y aunque estén los amigos —ignoró el reclamo para no perder la comodidad de la charla—, es agradable saber que puedes contar con alguien de esa manera especial. Tener un apoyo, como decía antes.
—¿Y qué te pasó, entonces?
—La vida pasó, Luffy. —Aunque la conversación les causaba gracia y se regalaban sonrisas, lo cierto era que sonaba bastante lamentable—. Antes idealizaba el amor y trataba a las mujeres con lo que yo creía que era respeto. Ahora no te digo que las uso, pero ya no me interesa tanto que sientan algo por mí, si yo mismo no estoy dispuesto a sentir nada por nadie. Ellas siguen su vida y yo la mía, sin dramas. No me ato a ningún amor.
—¿Te cansaste de ser rechazado por todas y cada una?
—Además, pero no lo hago por despecho. No busco venganza ni nada similar, es solo que estoy en ese estado zen de "todo me chupa un huevo". O quizás no tanto, porque no estaría preocupándome por esto. —Aunque preocuparse no era la palabra, más bien lo estaba reflexionando.
Luego del diálogo con Mefisto debió poner en orden ideologías y sentimientos. Y a cierta edad es complicado cambiar las estructuras sobre las cuales se ha erigido la vida de uno. A veces el humano se aferra a las ideas y le cuesta mutarlas.
—Y me he dado cuenta de que es egoísta —continuó deliberando, ya sin gracia, más bien con pena de reconocerlo— porque primero espero a que la otra parte muestre interés.
—Es como si estuvieras esperando todo el tiempo a que primero se enamoren de ti para animarte a sentir algo más que lo carnal —razonó Luffy, lo que no sabía era si eso iba para Sanji o para él mismo. Si miraba fijo por mucho tiempo el único ojo visible de su compañero, sentía que se asomaba la respuesta.
—Y como eso no ocurre, sigo vacío por dentro. —Fue lo último que dijo antes de guardar un sepulcral silencio.
Luffy lo miró de lleno, sintiendo tristeza por el trasfondo de esas palabras. Sentía ganas de agarrarlo de los hombros, sacudirlo y decirle "¡ey, estoy aquí!", quitarle ese vacío a la persona que lo hacía sentirse lleno. En todo sentido, porque la cena había sido espectacular, como era de esperarse. No sabía lo mucho que había extrañado a Sanji hasta que no dio el primer bocado de comida preparada por él.
—Bien, ya estamos llegando —dijo Luffy poniéndose de pie para maniobrar el bote— y pronto podrás ver a tu querida Nami-swan. —El detalle lo colmaba de emociones inoportunas, que aunque no lograba descifrar tampoco podía asociarlas a nada positivo.
—Es tarde para desembarcar en la aldea. Será mejor anclar en el puerto, dormir en el bote y bajar mañana a tierra.
Luffy pareció tomar esa sugerencia como una orden, porque se dejó caer lentamente hacia atrás, hasta que su espalda logró acomodarse en el bulto desarmado. Se quitó el sombrero y se lo puso en la cara, pero Sanji lo tomó.
—Te dejo el trabajo a ti —aclaró el capitán cerrando los ojos.
—Qué bonito gesto, pero te recuerdo que soy tu cocinero, no tu navegante.
—Ahora lo eres —dijo entre bostezos—; eres mi cocinero, mi navegante, mi carpintero, mi tirador, mi doctor, mi músico… eres todo para mí.
Sanji le dejó el sombrero sobre el pecho y se puso de pie antes de que el bote chocara contra el puerto. Apagó el motor, anudó la pequeña vela y en cuanto estuvo listo, volvió a ocupar un lugar cerca de Luffy, suponiendo que ya estaba dormido.
Podía ir a descansar a la litera, pero aun no tenía sueño y le apetecía fumar un cigarrillo, sin dejar de lado de que nunca le habían gustado los lugares muy cerrados. Además, aunque quisiera negarlo, le agradaba estar junto a su capitán ahora que por fin podía tenerlo consigo.
Se dedicaba a mirar la plácida expresión de su rostro al dormir mientras fumaba el tercer cigarrillo. No dejaba de pensar en todo a la vez, desde lo que haría de ahora en más con su vida, hasta de las conversaciones sostenidas con Luffy desde el accidente.
Si era sincero consigo mismo, había aceptado la propuesta de él porque no tenía otras opciones, pero no le apetecía tanto volver a los días de gloria, como quizás a su capitán sí. Estaba conforme con lo que en ese presente tenía.
Sí, estar allí, bajo la luz de la luna y en una pequeña embarcación con él, era todo lo que necesitaba.
En algún momento se quedó dormido, pero no por mucho tiempo. En cuanto el sol comenzó a asomar no tuvieron más opciones que levantarse y empezar con el nuevo día. No obstante aún era muy temprano para ir a molestar a Nami. Apenas se veía actividad en el pequeño puerto de Cocoyashi. Así que Sanji preparó el desayuno con toda la parsimonia del mundo, con Luffy molestándolo y apurándolo a cada rato.
La cocina era ridículamente chica hasta para dos personas, sin embargo aunque en el inmenso Sunny gustaba de echar a patadas a su capitán, no tenía intenciones de prescindir de su persona. Era más divertido cocinar de esa manera: bregando con Luffy y conversando con él.
La gente en la aldea estaba habituada a la visita de Luffy, así que no debía vivir el acoso que solía padecer cuando iba a otras islas. Saludaba a cada pueblerino al paso y cada tanto se detenía para intercambiar algunas palabras.
Nami parecía saber de la visita, alguien le había dicho o era intuición, pero estaba bajo el dintel de la puerta con las manos en la cintura y una expresión seria en la cara que no borró pese a la sonrisa que le regalaba Sanji.
—Hasta que te apareces.
—Mi querida Nami-swan, ¿por qué un recibimiento tan frío? —Extendió los brazos dejando caer el bolso, como si estuviera esperando a que Nami corriera hacia él y lo abrazara o algo similar.
—No voy a abrazarte —aclaró la navegante para contradecirse toda al empezar a reír y colgarse de su cuello con sentida emoción—, ¡qué bueno volver a verte, idiota!
—Yo también te extrañé, preciosa.
Luffy miró hacia otro lado ante la escena, se sentía sobrar, pero no pensaba irse de ese lugar. Nami tenía los ojos brillosos de júbilo y Sanji no era menos. Entró con ella a la casa sin soltarla de la cintura.
La navegante de antaño, la que él conocía, jamás le hubiera permitido tanta cercanía, pero para ella su compañero era alguien muy querido e importante, y llevaba muchos años sin saber de él; podía permitirle esas libertades.
—Iré a saludar a Nojiko —avisó Luffy cuando los vio entrar de esa manera.
—Está en el fondo, ve y dile que venga de paso —le contestó, para después concentrarse en Sanji—. Me enteré de lo que pasó con el Baratie. Lo siento mucho, Sanji.
—No quiero hablar de eso. Oh, sigues tan hermosa como siempre. —El portazo que dio Luffy les hizo dar un respingo a los dos—. ¿Qué le pasa al menso?
—¿Pelearon? —preguntó Nami con ligera sorpresa y ante la negativa de Sanji agregó—: ¿Y le diste de comer? —Ambos rieron.
—Vete a saber, quizás está celoso de no ser el centro del universo. —Le restó importancia. No recordaba que Luffy hubiera llegado de mal humor a la casa de Nami—. Debería empezar a planear el almuerzo. Somos cuatro, ¿cierto?
Durante el día ayudaron a Nami con la cosecha de mandarinas, de paso cortaron el pasto, sembraron y regaron el amplio campo tras la casa. La plantación cada vez ganaba más volumen y aunque eso implicara más trabajo para tan solo ella y su hermana, también implicaba más dinero.
A media tarde Sanji los dejó solo para planear la cena, ir a hacer las compras pertinentes y comenzar con la preparación. Igual pronto se iría la luz del sol y ya no podrían seguir trabajando.
—¿Qué te ocurre Luffy? —preguntó Nojiko aceptando la nueva canasta vacía que le daba—. Estás muy seriecito para ser tú.
—Está así desde que llegó —se quejó Nami.
—Soy un hombre serio —se defendió sin peso.
—El Luffy que conocemos no estaría aquí juntando mandarinas, estaría armando una fiesta —contradijo Nojiko.
—¡Sí, Luffy, está Sanji, nos reunimos los tres de nuevo! ¡Cambia esa cara!
Luffy sonrió ante esas palabras y asintió. Era verdad, era lo que por todos esos años él había querido. Volver a navegar por el mar con sus compañeros, por siempre, hasta que fueran viejos. No podía estar de mal humor todo el santo día y así como era Luffy, enseguida cambió el aire.
Para la noche, en la sobremesa, se sentaron en el porche de la casa los cuatro a degustar un vino y seguir conversando. Nojiko no los acompañó por mucho tiempo, imaginaba que querían estar los tres solos, ponerse al día y armar planes. Tomó un par de tragos y les dio las buenas noches.
—¡Pero, Luffy, no puedes aparecerte de la nada y decirme vamos! —reclamó Nami, tratando de hacerle ver su punto a un terco capitán— Además… me gusta la aldea.
—¿Vas a cosechar mandarinas toda tu vida? —reprochó Luffy.
—¿Qué tiene? A mí me agrada. Igual no te estoy diciendo que no del todo —sonrió.
—Esa es mi Nami-swan.
—¡Genial, mañana zarpamos! —Estiró los brazos al cielo, como el Luffy de antaño.
—Tranquilo, que si tomo la decisión de ir tengo cosas para hacer antes de zarpar. —Los frenó en el acto sin pena de arruinarles la emoción—. Nos encontraremos en el Sunny, ¿vale?
—¿En Water Seven? Es un buen punto de reencuentro. —Luffy asintió con la cabeza, conforme con la idea que iban cosechando.
—Todos tenemos una nueva vida —expuso la muchacha con calma—. Tienes que darnos tempo para acomodarnos.
—Claro, a mí no te costó convencerme porque yo ya ni vida tengo —masculló Sanji con graciosa fatalidad.
—No creo que ninguno te diga que "no" —continuó Nami—. Yo me encargaré de comunicarme con ellos, pero tú deberás encargarte de Zoro —le dijo a Luffy.
—No me extraña que ese marimo ni sepa cómo se usa un den den mushi.
—No es por eso —aclaró Nami—. Es que Luffy es el único que puede ubicarlo, tiene un don. Y si le decimos a Zoro que vaya por su cuenta a Water Seven, ya te imaginarás…
—Terminará en la luna y tendremos que salir a buscarlo —completó el cocinero.
—Sí, lo mejor será que pasemos a buscarlo —concluyó el capitán—. No está muy lejos de aquí y nos queda de pasada.
Ninguno de los dos hombres lo hizo verbal, pero sentían cierto alivio ante el rechazo de Nami. Sin embargo tampoco podían precisar bien por qué la idea de seguir viajando solos les entusiasmaba más que la idea de contar con una agradable compañía femenina.
Eran incapaces, a esa altura del viaje, de reparar en que estaban celosos. Así como Luffy quería a Sanji solo para él, Sanji pretendía a su capitán para sí. Y lamentablemente, la navegante que nada había hecho, venía a representar una ligera amenaza.
Eso Luffy lo tenía más en claro que su cocinero, quien podía atribuir sus celos a la muchacha. Pues así como Sanji sabía que Luffy y Nami tenían una relación estrecha, se querían demasiado y para Nami su capitán era el hombre más importante en su vida; por su lado, Luffy recelaba el interés que siempre su cocinero había tenido por la navegante. Entonces, la pobre vendría a encarnar un peligro. Ella no dejaba de ser encantadora, al contrario, el paso de los años la habían convertido en toda una mujer fatal cosechadora de mandarinas.
—Qué raro que aún no te hayas casado, con lo hermosa que eres —dijo Sanji sentado en el medio de los dos.
—¿Y qué me dices tú? Tampoco te casaste.
—Oh, pero estamos a tiempo, ¡podemos casarnos mañana!
—No me refiero a eso, imbécil. —Lo apartó con una mano cuando intentó darle un beso en la mejilla. Sanji enseguida guardó compostura—. Luffy tampoco…
—Luffy tiene un problema en la cabeza, ¡rechazó a Boa Hancock! —Y sí, siempre que podría, lo haría: echárselo en cara.
—Es increíble, hasta yo me casaría con ella y me haría lesbiana. —Nami estaba por completo de acuerdo con el sentir de Sanji—. Yo ya le dije a Luffy que quizás le vendría bien probar con los hombres, pero ni él sabe qué le gusta. —Lo miró, pero el capitán había guardado un profundo voto de silencio aunque portaba una minúscula sonrisa.
—¿No vas a decir nada?
—No sé qué quieren que diga. —Se encogió de hombros—. No me interesan esas cuestiones.
—Cambiando de tema —Nami encaró al cocinero—, ¿por qué? —Y le dio un golpe en el hombro. Con tres copas de vino encima era temible.
—¿Por qué la agresión y por qué la pregunta? —El cocinero se sobó el brazo adolorido.
—Mira lo bien que la estamos pasando, ¿por qué desapareciste así?
—No desaparecí, el Baratie siempre estuvo en el mismo lugar. —Entendía el reproche, pero él también tenía el suyo—. No me escondí. Bien podrían haber venido ustedes a visitarme.
—Ni siquiera atendías las llamadas que te hacíamos. —Luffy se sumó a la protesta.
—Es cierto, tú cortaste lazos —acotó la mujer—. Si no fuera porque Luffy te visitaba de vez en cuando antes de perder contacto del todo, ni sabríamos qué era de tu vida. Desalmado.
—Yo también me cansé y un día dejé de ir a la montaña. Mahoma no puede estar yendo a cada rato —se quejó el capitán.
—Oh, Dios, esas frases raras las aprendes del marimo, ¿cierto? —Tomó la botella y se sirvió. Esos segundos de renovado silencio le llevó a reflexionar. Sentía que era una especie de obligación sincerarse con sus amigos, pedir disculpas y darles la razón—. Perdón por haber sido tan… desapegado.
—Esa es la palabra —ponderó Nami en voz baja—. Creíamos que nos querías un poco. Pero ni una llamada.
—Me cerré tanto que perdí contacto con el mundo entero —admitió— y aunque antes no me importaba, ahora es diferente.
—Por eso estás aquí. —Luffy le veía lo lógico, no se trataba de que el Baratie se hubiera quemado, eso era una excusa, Sanji necesitaba salir de su encierro voluntario.
—Ahora necesito, quiero —enfatizó— que me importe. Me rehúso a ser un auténtico Vinsmoke.
—Has estado estos años muy Vinsmoke —volvió a regañar Nami—, malo.
—No quiero convertirme en lo que siempre odié —terció una media sonrisa lastimosa.
—¿Y nunca te has enamorado siquiera? ¿Una novia o algo? —Por lo visto a Luffy le llamaba la atención encontrar sola a una persona que en el pasado ponía todas las fichas para huirle a la soledad.
—Novias y cosas así, sí. Pero… —se rascó una mejilla— no he encontrado una mujer que me deslumbre y creo que para enamorarte debes admirar a la otra persona. Al menos creo que el amor se trata de un poco de admiración.
—Es cierto que no se trata solo de tener cosas en común —asintió Nami—, los tienes con tus amigos y no por eso te enamoras.
—Muchas veces nos relacionamos con personas porque tenemos objetivos en común, se establece un lazo y comienzas a conocer los defectos y virtudes de esa persona —continuó un maduro Luffy—. Y siempre va a tener ese lado que a ti te va a agradar, por algo es tu amigo.
—Claro, sentirás una pizca de admiración hacia algunas de sus características. Yo admiro diferentes cualidades de ustedes, por ejemplo, Nami es muy resolutiva…—dijo Sanji, satisfecho de que entendieran y reflexionaran con él sobre su punto de vista—, algo que a mí me falta, porque soy bastante dubitativo. Y de hecho, junto con Zeff, tú eres la persona que más admiro —concluyó mirando de lleno a Luffy.
Nami guardó silencio reparando en las miradas que se dedicaban. La sonrisa que Luffy le había regalado cuando le soltó aquello había sido cálida, transmitía un sinfín de mensajes que ella supo interpretar.
—Por eso creo que para amar no solo debes admirar a la persona al menos un poco. —Sanji volvió en sí para proseguir con su teoría—. ¡Eso implica que tienes que conocerla! ¿Y por qué no nos da miedo embarcarnos en una amistad nueva y fallar? ¿Y en cambio a algunos les aterra arriesgarse a fallar con una potencial pareja?
—Quizás porque el tipo de compromiso sea a otro nivel; porque una relación de pareja puede terminar mal o con resentimientos —contestó Nami acaparando la atención de los hombres por un segundo.
—El punto es que si no estoy dispuesto a abrirme y a conocer a fondo a la otra persona, nunca seré capaz de encontrar eso a admirar en ella. —La miró, pero enseguida volvió a dirigirse a Luffy—. Suena poético decirlo así, pero lo pensé desde que te conocí: todas las personas tienen un lado bueno, talentoso o incluso maravilloso, aunque también tengan su lado malo y vulgar.
—Es cierto —musitó Nami, tan bajito que Sanji siguió con su discurso.
—Y tú sabes sacar lo bueno de las personas, así como también lo peor.
El mutismo que sobrevino acabó por cerrar la idea que rondaba en la cabeza de Nami. Ya se sentía sobrar. Lo mejor sería dejar de beber vino e irse a dormir para otorgarles la soledad que los chicos necesitaban en ese momento. Tenían mucho por decirse esos dos.
—¡En fin! Parecemos tres viejos chotos reflexionando sobre el amor, así que mejor va siendo hora de que me vaya. —Nami se puso de pie para concretar lo dicho—. Hasta mañana chicos. Pueden dormir adentro si quieren, pero entren las sillas antes de acostarse.
Al quedarse solos, guardaron un nuevo silencio; pero este no era uno incómodo, era uno muy bienvenido porque no solo les permitía recapacitar en numerosas cuestiones, sino también disfrutar la compañía. Terminaron con la botella de vino acordando con pocas palabras zarpar apenas terminaran de desayunar para así seguir con la travesía.
Al otro día Nami se aguantó las ganas de increparles esa decisión. Podían quedarse unos días más allí, nadie los corría, pero ambos parecían ansiosos por seguir adelante viajando juntos. Los acompañó al puerto a media mañana y allí se despidió de ellos.
(...)
El mito del que habla Mefisto se llama "El mito del andrógino" y es de Aristófanes por si les interesa saber más.
Muchas gracias por leer. Espero poder actualizar pronto.
3 de julio de 2017
Ciudad Evita, Buenos Aires, Argentina.
