¡Holis! esta es la primera vez que escribo algo sobre este anime. Me gusta mucho el personaje de Kyouya, y esta idea no me ha dejado tranquila, así que aquí la tienen...espero les guste.

El personaje femenino es invención mía, aunque no suelo detallarla mucho ni tampoco tendrá nombre....así que cualquiera puede imaginarse en su lugar.

Espero les guste, y desde ya muchas gracias.

Me gustaría mucho conocer sus opiniones.

Besos y abrazos.


Lunes

Kyouya Ootori descubrió que se podía equivocar y que no era perfecto un día lunes.

Él no era perfecto pese a la imagen que se esforzaba por crear día a día frente al club, frente a su padre, frente a la sociedad. La verdad era que incluso cuándo él se había tragado su propia historia de perfección y privilegios, todo había válido menos que un centavo cuando ella piso por primera vez las tierras del colegio, y su mundo se estremeció con una fuerza tan arrolladora, tan desconocida y atemorizante que era un peligro para su calculada mente. Pero se trataba de una clase de peligro tan tentador que no fue capaz de resistirse.

Recordaba con precisión que fue un día lunes cuando ella irrumpió en su vida con la fuerza de una marejada. Agua pura y salvaje esparciéndose por sus venas inclemente y terca como sus ojos color mar. Vestía el mismo uniforme que el resto de sus compañeras, pero aún así, la sutileza de sus pasos y el cabello color oro cayendo ondulado sobre su espalda, eran sin duda, características suficientes para que se destacara entre la multitud, y atrapara su mirada brevemente, hundiéndolo en un abismo desconocido y misterioso.

Entonces supo que ella era distinta.

Y a él le gustaba la diferencia. Había desarrollado ese extraño gusto por la diversidad gracias al club, y principalmente por la descarada influencia del presidente, su mejor amigo, Tamaki.

Sólo la vio unos segundos. Un tiempo efímero y sin importancia; Un tiempo que le caló hasta el alma, lugar que creía inexistente en su interior, pero que se removió con tal intensidad que le era simplemente imposible ignorarlo. Por primera vez en su vida, Kyouya Ootori parpadeó confundido. Sus pensamientos eran un desastre nuclear, una completa explosión inconexa sin norte ni sur. Por supuesto nada de lo que sucedía en su interior llegó a filtrarse jamás en su faz. Su rostro permaneció frío y distante, como si nada pasara. Se acomodó el arcó de sus lentes, en su habitual gesto, y siguió caminando, aparentando una tranquilidad que no sentía.

Y por lo que siguió del día, se dedico afanosamente a darle respuesta a la serie de interrogantes que tenía. Lamentablemente no tuvo mucho éxito en su empresa. Aquello que le sucedía era algo que desafiaba todos sus esquemas, y por un momento se planteo la posibilidad de haber caído enfermo. Sus médicos personales lo revisaron inmediatamente, pero no encontraron nada que pudiera preocuparlo, pero eso no alejó la sensación creciente y angustiante en él.

Kyouya tomó su libreta de notas durante la reunión del club, y se encargó de anotar detalladamente todo lo que los gemelos y Haruhi hablaban sobre la chica nueva que estaba en su clase. Él ya se lo imaginaba, como era lógico, que aquella fémina fuera una nueva alumna, sin embargo, los datos que iba teniendo de ella no hacían más que avivar su interés, y volcar a su cabeza a crear planes para atraerla a su red.

Por eso, lo podría haber asegurado a ciegas, y si alguien hubiera sabido lo que estaba pensando, incluso lo hubiera apostado. Ellos eran el club más popular del colegio, cualquier muchacha del colegio moría por estar allí, y sabiendo como sabía que las noticias volaban, tenía la certeza absoluta que vería entrar a la joven de cabellos dorados apenas abrieran las puertas.

Pero Kyouya Ootori descubrió esa misma tarde de lunes que podía confundirse, y que también podía equivocarse, y su estomago dio un agresivo vuelco de advertencia. Aquello no podía estarle pasando a un Ootori.

Y no importó lo mucho que mirara de reojo la puerta sin cansarse, ella nunca se presento. De hecho, jamás llegó a pisar el club un día lunes, nunca.

Eso le confirmó que esa desconocida era aún más diferente de lo que él creía. Ella no jugaba su juego, y no entraría jamás a su territorio.

Pero aún así, por los siguientes meses él siguió mirando esa puerta por si la veía aparecer, sin resultado alguno.


Los lunes se convirtieron para Kyouya en días de anticipación. Días que detestaba, pero a los que se había vuelto adicto con el pasar de las semanas, de los meses. Porque cada lunes, no demasiado temprano, ni después de que empezaran las clases, no, en la hora precisa, justa, podía verla llegar al colegio caminando tranquila, serena, como si se deslizara por el piso como un hada de leyenda. Se movía despreocupada, saludaba a alguna gente a su paso, y luego se perdía en los edificios. Su larga melena dorada y desordenada era lo último que veía.

Por méritos propios, y por información captada mediante sus compañeros de clase, sabía que ella pertenecía a una familia adinerada que acababa de volver a Japón, principalmente porque su padre, un artista errante, acababa de morir, y su madre había decidido volver al nido paterno con su hija. Pero él intuía que ella tenía más rasgos de su padre que de su madre ya que no usaba la limosina de su familia, siempre la veía caminar. A veces le recordaba un poco a Haruhi, no era plebeya, pero se comportaba como una. Tampoco se vestía como las demás chicas, pues parecía cultivar un estilo bohemio y agitanado que nada tenía que ver con la formalidad que se esperaba de ella. Y ante cualquier pronostico, eso le encantaba. Para él, ella era la representación última y perfecta de todo aquello que no era y que se le había negado.

Ella tenía vocación de gitana y artista, de vagabunda y aventurera, de flor exótica y peligrosa. Pero él no lo podía evitar, iba tras de ella urdiendo trampas y ardides, cada vez más ingeniosos y complicados, cada vez más intensos y comprometedores. Hasta que el cazador atrapo a su presa, y comprendió que él había sido el capturado desde un principio.

Pero eso ya no le importaba.

Con el tiempo comenzó a notar que existían muchos tipos de lunes para él y ella. Lunes en que su precioso rostro se notaba adormilado, otras veces pensativo, triste, aburrido y en ciertas ocasiones juguetón. Estaba seguro de que conocía casi todas las expresiones de su carita, excepto cuando sonreía.

Esa sonrisa siempre lograba golpearlo, era algo brusco y repentino, algo para lo que nunca estaba preparado, pero pese a todo, adoraba esos instantes. Sus ojos azules se iluminaban como piedras preciosas cuando sonreía, como si se trataran de zafiros. Se veía bella y plena, pero esa no era la razón por la cual le encantaban sus sonrisas de los días lunes.

El día lunes era el primero de la semana, el inició de todo tipo de jornada. Los lunes eran los días en que se reencontraban, después de un terrible o placentero fin de semana. En esos días podían ocurrir dos cosas, o que ella lo ignorara por alguna estupidez que hubiera hecho, o que le sonriera cómplice.

Pues él sabía que las sonrisas de los lunes lo eran todo para su vida. Con una sencilla expresión volvía a renacer su yerta existencia, pues aunque ella pudiera provocarle confusiones, equivocaciones, fascinaciones, emociones, de todo, lo más importante era que le pertenecía sólo a él. Nadie podía gozar de ella como él lo hacía.

Kyouya Ootori adoraba los lunes porque la conoció un día de esos, y porque cada lunes sólo viéndola caminar a su lado reafirmaba todo lo que sentía. Ella sonreía y reía, pese a la evidente seriedad y frialdad de él. Entonces de la nada, tan impredecible, profunda e intensa como el mar de sus ojos, lo besaba por sólo unos segundos, despertando sus ansias, su pasión, para luego marcharse traviesa a sus clases guiñándole un ojo, mucho antes de que él pudiera atraparla.

Pues ella sabía que se había transformado en la perdición de Kyouya Ootori, y que acababa de ocasionar una tormenta.

Una tormenta que él iba a calmar apenas estuvieran a solas.