Disclamer: Sinceramente, soy creadora de ninguno de estos personajes; sólo me tomé el atrevimiento de inventarles nombres. No pretendo ganar dinero, ni ofender a nadie, ni bla, bla, bla... Creo que ya captaron la esencia.

Nota: Lo que está en cursivas son pensamientos o recuerdos que no son personales, es decir, que no los piensa alguien sino que simplemente están para que la historia se entienda algo mejor. Modificaré eso en los demás capítulos.

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Sean prudentes

No habían pasado mucho en esa habitación. Habían recorrido varias con la mirada mientras caminaban por la gigantesca y exquisita mansión en la que estaban. El tapiz verde ahogaba sus pasos, y el respeto y la ansiedad ahogaban sus palabras, su admiración hacia la increíble obra de arquitectura que era esa edificación. Retratos a diestra y siniestra, todos rubios, todos de ojos claros, todos con sonrisas en los labios que no se reflejaban en sus frías miradas. Se esforzaban por agradar y atemorizar a ese grupo de intrusos que era guiado a través de los magníficos pasillos llenos de decoraciones plateadas, pero ellos parecían no amedrentarse de nada. Decididos a todo.

No habían esperado tanto. No hacía demasiado tiempo, su guía les había dejado allí diciendo que aguardasen se había alejado con una sonrisa por otra de las puertas de ébano de un costado. Habían mirado todo, con sus ojos descubriendo las maravillas de ser poderoso y adinerado, posando sus vistas en una gran bodega que tenía sus vinos suspendidos sin soporte sobre el aire, excibiendo su calidad y su edad sin que nadie los tocase. También habían mirado el impresionante escritorio de roble tallado que había en un costado, y a la carísima pluma de color plateado que evitaba que una gran pila de pergaminos sin usar se volase. Se preguntaron de qué era esa pluma, y cómo se habían dado el gusto de comprarla. Era un objeto soberbio.

No se habían detenido en tantos detalles. Apenas se cansaron de mirar lo que en un futuro les iba a pertenecer también, se sentaron en los cómodos sillones que los aguardaban a un costado de la habitación. Sin preocupación, continuaron mirando todo, hasta que uno de ellos descubrió una botella de vino añejo que descansaba sobre la mesa pequeña en medio de los cuatro sillones. Ese mismo la tomó y la descorchó con un movimiento, dejándola reposar varios minutos abierta sobre la mesa, y sirviéndose luego para probar en una de las copas. Nadie protestó ante ese movimiento egoísta; sabían todos que él era el mejor en cuestión de vinos. Tomó un poco y tras unos segundos, con una suave sonrisa en sus finos labios, admitió que era un exquisito tinto. Ofreció a los cinco restantes, que aceptaron enseguida.

La única mujer entre ellos era la que más disfrutaba de los placeres de un tinto añejo. Quizás quería acostumbrarse a ellos.

No demuestren sentimientos

Ninguno de los seis se había quejado de todo lo que tardaba su anfitrión ausente. Ni siquiera cruzaron palabra entre ellos, aunque su razón no fue conocida. Sus gestos no habían cambiado en nada; sus posiciones tampoco. Realmente no se sabía si estaban a punto de enfrentarse al Apocalipsis o estaban esperando el transporte para irse de vacaciones. Sólo sus ojos susurraban algunas pequeñas palabras que nadie quería pronunciar, y nadie podía tampoco leer. De repente, entre ellos, nadie se reconocía, ni sabía qué estaba pensando el otro. Tampoco se hacían preguntas.

La mujer se estiró un poco mientras dejaba la copa, y volvió al respaldo mirando al hombre a su lado. Éste le devolvió la misma mirada inexpresiva, y se dedicó a mirar los adornos de mármol marfíleo de las paredes. Parecía algo nervioso. Ella le corrió el cabello color avellana del rostro y recorrió sus facciones con la mirada. Él volvió su vista hacia ella, y no dijeron nada. Se fundieron en un beso apasionado, que terminó a los pocos segundos.

Los otros cuatro no los interrumpieron, ni mostraron ninguna reacción hacia la escena. Sólo parecía mirarlos el de cabello rubio, aunque sin que se pudiese adivinar con qué expresión lo hacía. El muchacho de su lado observaba el techo casi con admiración, recorriendo las tenues luces y las soberbias sombras que escondían casi toda su textura. Parecía maravillado y abstraído por esa vista. El más serio de los seis, el de cabello oscuro como el de la mujer, se encontraba ausente observando sus manos jóvenes y bien formadas, que tenían una mancha suave de ácido; no había podido quitárselo con nada. El restante, sentado junto al rubio, parecía tan nervioso que incluso temblaba levemente, agradeciendo que ninguno de sus compañeros estuviese prestándole atención. Pondían ser muy desagradables mientras estuviese demostrando esa debilidad.

Generaban un ligero contraste con el ambiente. Todos iban vestidos con sus mejores galas, negras en su totalidad, y aunque estaban sentados sobre sillones de tapizados de terciopelo plateado, el mayor contraste se daba entre sus vestimentas y el mármol blanco que cubría casi toda la habitación; los cabellos de la mujer y el joven serio, por supuesto, también ofrecían un contraste interesante que volvía sus rostros aún más pálidos de lo que ya eran.

Se quedaron todos abstraídos en sus propios mundos durante el tiempo que restó.


Ante cualquier duda, actúa como si no la tuvieses

El rubio regresó, apareciendo en la más tallada y hermosa de las puertas del salón, cuando los relojes de la sala daban las nueve menos diez. Habían estado cuarenta y cinco minutos contados sentados en esa habitación tan fría como atractiva, y no habían encontrado emoción a permanecer de esa forma. La perspectiva de encontrarse con algo realmente importante al traspasar la exquisita puerta les había hecho olvidar, aparentemente, la espera, y no encontraron hecho al cual quejarse cuando el hombre de cabellos amarillo platino se acercó a ellos. Todos dirigieron sus miradas a él al mismo tiempo.

- Los están esperando – les dijo, y se limitó a irse. Se miraron entre sí y sin hablar, se pusieron de pie para ir a la otra habitación. Las túnicas hicieron un curioso sonido suave, y agradable, cuando se dio el movimiento.

Entraron los seis al mismo tiempo, con algo de curiosidad bien escondida acerca de lo que encontrarían.Tenían dudas sobre ello, mas ninguno se había atrevido a confesarlas y, mucho menos, mostrarse contrariado por las opciones. Eso era de débiles. De seres comunes. Al estilo de 'Los hombres no lloran'.

La luz de la sala les llegó de golpe. Unas cuantas decenas de velas negras, en todos los lugares imaginables que no molestasen, iluminaban el recinto de forma soberbia, dándole el aspecto de una venerable casa del siglo XIX. Parecía una fotografía en sepia, las expresiones marcadas e inmóviles, inexpresivas de la mayoría de los sentados en una larga y lujosa mesa de ébano, y el contraste del tono de su piel con el negro - también - con el cual se vestían. Cuadros por doquier, cristal en varios armarios, infinidad de artículos inimaginables de lujo aparentemente incalculable; todo eso, en una claroscura habitación que no era fría, no era cálida, no era interesante ni tampoco ordinaria. Un torbellino de contradicciones.

Los ojos se clavaron en los recién llegados. El joven nervioso echó una mirada a los presentes, y no pudo evitar ponerse fuera del alcance de la mirada de un hombre particularmente frío e inexpresivo. Le dio un escalofrío que disimuló con esfuerzo. El hombre rubio que los guiaba los condujo al centro de la habitación, al alcance de todas las miradas, y los dejó allí al alejarse hacia la mesa. Eran todos hombres, salvo la joven mujer que recién había llegado. No era extraño, entonces, que casi todas las miradas estuviesen posadas en sus piernas, en su busto, y en su cadera; su rostro era lo de menos si se trataba de soñar despierto. Ella les dedicó un gesto inexpresivo en respuesta a la serie de miradas, y se aferró al brazo de su novio. Algunos de los sentados parecieron enojarse, y susurraron entre ellos algo que nadie oyó.

El muchacho del vino se irguió dignamente observando a todos los presentes con actitud firme y algo soberbia. Parecía decidido, y era encantador ver un rostro tan joven con tanta decisión hacia algo.

- ¿A quién de ustedes debo presentarme? - inquirió.

Todos allí permanecieron en silencio, y ni hubo un sólo susurro, un sólo movimiento. Parecían algo incrédulos que alguien se atreviese a cuestionar una cosa así, tan importante, de una forma tan arrogante y lanzada. Uno de los que estaba al final de la mesa, sin hacer ruido, se puso de pie. Los seis jóvenes lo miraron, como todos los demás, mientras caminaba bordeando la larga mesa que presidía, marcando con fuerza el suelo de mármol al caminar. Llegó frente al joven que había preguntado, y lo observó por un momento con sus intensos ojos rojos, pretendiendo quizás intimidarlo. No lo logró.

Entonces largó una sonrisa torcida.

- Permíteme presentarme – le dijo, arrastrando casi peligrosamente la última palabra. Toda la habitación aguardaba con curiosidad y ansiedad.

- ¿Usted es...? – comenzó el joven, pero se interrumpió con una punzada de dolor en su costado y acabó tirado sobre el suelo, retorciéndose como si miles de cuerdas le atasen los miembros y tirasen con fuerza sobrenatural en diferentes direcciones. El adulto se mostró complacido con que no gritase.

- He dicho que deseo presentarme – susurró él, escupiendo cada palabra con una fría inexpresividad. Se volvió hacia los demás, cuando consideró que el Cruciatus era suficiente, y ellos le devolvieron una mirada sin pena ni gloria. – Ustedes deben ser los seis de los que Lucius me habló, contando a su compañero que aún sufre un pequeño castigo a su impertinencia. Yo soy del que Lucius les comentó a ustedes. - prosiguió, echando una mirada al hombre rubio que los había guiado hasta allí. Él se mostró complacido, e inclinó la cabeza. - Mi nombre es demasiado para que sus bocas lo pronuncien, pero pueden intentarlo. Soy Lord Voldemort.

Sólo sobrevive el más fuerte.

- Encantada – replicó la mujer con una sonrisa casi inexpresiva, fijándose en sus ojos color sangre – Mónica Lestrange. – y le tendió la mano.

Voldemort la miró casi con desprecio, recorriendo su figura y sus facciones con los ojos, mientras agitaba levemente la varita. Pareció algo interesado en un detalle que nadie podía ver. El caído no hizo ademanes de poder levantarse, pero nadie fue a socorrerlo. Nadie tenía deseos de terminar como él, y mucho menos, de empezar tan mal en ese grupo exclusivo de personas.

Mónica bajó la mano de inmediato, al sentirse una estúpida bien educada, a la vez que Voldemort le dedicaba una particularmente torcida sonrisa, casi forzada. O casi contenida.

- Muy bien... Lestrange – susurró, y miró a los demás. - ¿Quién más ha clamado por pertenecer a mi familia?

- Evan Rosier – largó suavemente el que estaba tirado en el suelo, intentando apartarse el cabello del rostro al ponerse de pie con dificultar. Hizo la inclinación de rigor, sólo para no volver a probar el frío del suelo.

- Edgar Wilkes. Un verdadero placer conocerlo, señor – terció otro, y se inclinó también. Los ojos miel quedaron ocultos por la cortina despareja de cabello rubio que dejó vencer a la gravedad, y se barrieron cuando volvió a erguirse.

- Así que Lestrange, Wilkes, y Rosier. – Voldemort les dirigió una mirada calculadora - Slytherin.

- Todos – se apresuró a contestar el novio de Mónica, e hizo una reverencia de respeto soltándole el brazo – Fredrick Lestrange a su servicio, señor.

- ¿Esposos? – dijo Voldemort con un dejo desagradable, los ojos brillando de una forma calculadora.

- Prometidos – contestó él

- Mejor así – replicó Voldemort.

Nadie se atrevió a preguntar por qué lo decía. Se hizo un silencio incómodo.

- ¿Y tú, no piensas presentarte ante mí? – espetó de repente el Lord Oscuro, mirando a uno de los dos que no se habían presentado aún. La sala aguardaba, espectante, mientras se oían suaves susurros evaluadores. Mónica se cuidó de posicionarse para que su cuerpo resaltase a la vista de los poderosos del grupo.

- Avery... Robert Avery, señor – murmuró el muchacho, como si estuviese acelerado. Los presentes rompieron en una carcajada fría al escuchar su leve tartamudeo.

- Silencio – ordenó Voldemort, y al conseguir silencio absoluto, lo observó – Muy bien, Avery, sabrás que aquí no soportamos la debilidad, ¿verdad?

- Sí, señor, lo sé – replicó rápidamente Avery, posando la mirada en la varita que Voldemort golpeaba aún contra su palma, y luego se inclinó – No volverá a ocurrir.

- Eso espero.

Voldemort se paseó ante ellos con una mirada evaluadora, golpeándose la palma izquierda con la varita, mientras comenzaban los susurros en toda la habitación. Se había dado cuenta que uno de ellos no se había presentado, pero por su expresión, supo que le resultaría algo más interesante conocerlo apartado de los otros cinco. Buscándolo con la mirada, lo halló callado y alerta fuera de la vista. Pareció sonreír.

Siguió con su lento paseo por delante de los inquietos jóvenes. Parecía decidirse qué era lo que iba a hacer con ellos. Las luces de las velas parecieron comenzar a extinguirse, mientras el tiempo pasaba. El grupo, por su parte, mantuvo la calma con excepción de Avery, quien se controlaba bastante bien a pesar de lo exaltado que estaba. Largos minutos pasaron antes que Voldemort se detuviese y volviese a hablarles, evaluando sus personas como si fuesen simples perros de competición

- He decidido – dijo, y todo ruido cesó, hasta las respiraciones, incluso el sonido del péndulo de los relojes de la sala pareció detenerse. Él agitó su varita peligrosamente, sacando chispas verdes esmeralda de ella, para luego sonreír torvamente. – Tendrán su 'ceremonia' de iniciación.

Los jóvenes parecieron sorprendidos, mas no hicieron gesto de triunfo alguno. Apenas forzaron una sonrisa leve y se inclinaron todos hacia su 'protector', el señor al que pensaban servir el tiempo suficiente para alcanzar sus metas; cada uno tenía la propia, y una única forma a su criterio de conseguirla.


Nunca digas tres palabras cuando puedes decir dos.

- Le agradecemos – dijo suavemente Wilkes, con un destello algo calculador en los ojos. Se irguió para esperar lo que viniese, junto a los demás. El retrato en sepia que seguía siendo la habitación pareció ser más acogedor, más cálido para los futuros 'iniciados' y miembros del grupo. Algunos, los que antes apostaban su cabeza a que los iban a matar antes de probarlos, ahora comentaban maravillas de ellos, y era de la única cosa de la que hablaban. Pura apariencia.

- Les advierto que han hecho la elección de sus vidas – replicó Voldemort con voz suave y peligrosa, penetrándolos con los ojos y aterrorizándolos con la mirada – Y han elegido el lado ganador. No deberán temer mientras estén del lado de Lord Voldemort. Lord Voldemort recompensa a quienes le ayudan.

Se paseó un momento, en medio del silencio que había vuelto a nacer, y volvió a mirarlos. Mónica se tomó del brazo de su prometido, y Rosier hizo un movimiento para acomodarse la ropa arrugada por los movimientos sobre si mismo del maleficio al que había sido sometido.

- Se iniciarán esta misma noche – informó el Señor Oscuro, con un destello especial en los ojos, y pretendiendo aspirar algo con su inexistente nariz – Y comenzarán a ser alguien luego de eso. Y les advierto – continúo de repente, en un tono tan seco que Avery dio un paso atrás. Hubo suaves risas – Quien ose traicionar a Lord Voldemort, lo pagará con su vida.

La larga mesa se llenó de suaves susurros de afirmación, y el grupo de jóvenes inclinó la cabeza en señal de aceptación hacia el pequeño discurso del hombre que se imponía frente a ellos, y frente a todos los demás. Voldemort no hizo más que dedicarles una mueca algo extraña y bastante tétrica, y se retiró hacia su asiento en la cabecera de la mesa. Volvió la vida a los espectadores del casi dramático acto protagonizado por los seis jóvenes, y su guía, Lucius Malfoy, caminó hacia ellos con una sonrisa fría y complacida.

- Bienvenidos – les dijo, y extendió el brazo para mostrarles la mesa llena de comida, los vasos rebosantes de bebidas, y la cantidad de asientos libres que quedaban – Únanse a la fiesta.

El que asintió con más emoción fue Evan. Aún sentía los escalofríos propios del Cruciatus, y necesitaba comer y tomar algo desesperadamente. Le parecía que su estómago se había desintegrado por completo. No tardó en sentarse a la izquierda de un hombre de apariencia estúpida y músculos más grandes que su cerebro, y comenzó a comer lo más dignamente que pudo, literalmente devorando un plato de pequeños plasteles rellenos.

Mónica Lestrange era recorrida una y otra vez por las miradas de los hombres de la habitación, pero Fredrick parecía no darse cuenta que miraban a su prometida, y menos, que ella se les insinuaba a medida que iba caminando. O si lo notaba, lo disimulaba con excelencia. Terminaron al lado de un hombre particularmente musculoso que se presentó como MacNair.

Wilkes palmeó la espalda de Avery, quien había sido llamado por un hombre alto y moreno, y se sentó rápidamente dándole un largo trago a una copa de whisky que le sirvió alguien, aunque luego de olerla sutilmente y comprobar que podía tragarla sin perecer en el intento. Respondió encantado a una pregunta que recibió, aunque realmente no supo qué fue lo que le preguntaron, ni quién lo había hecho.

Solo, del otro lado del recinto, el último joven se mantenía en silencio. Sus facciones eran extrañamente iluminadas por las velas que comenzaban a consumirse, y las sombras en su rostro no hacían más que acentuar el aura de misterio y seriedad que tenían su gesto y sus ojos. No se había presentado ante el gran señor, y éste no se lo había exigido. Le había parecido extraño, curioso en mejores términos, mas dispuesto a esperar lo que viniese de castigo por no haber tenido modales con Voldemort, se había sentado en un cómodo sillón, enfrente de una tentadora botella de vino de sauce, y sirviéndose en una de las copas de cristal que había, se había inclinado sobre el respaldo para degustar el vino con tranquilidad.

- No te has presentado – dijo repentinamente una voz delante de él. Levantó la vista para encontrarse con los iris inyectados de sangre del alto hombre al que todos comenzaban a guardar respeto y temer.

- Lo siento – se disculpó el joven de cabellos de cuervo, controlando la ironía de su voz, y dejando la copa sobre la mesa. Un gesto bastante peligroso, pero de eficacia probada.

Voldemort se permitió una leve sonrisa ante su tono. Tomó la copa que había sido dejada segundos atrás, la miró a trasluz con interés, y se acabó el contenido de un sólo sorbo. Luego de tomarse hasta la última gota, le mostró el recipiente vacío, y lo hizo trizas en su mano; sin ruido, sin heridas. Una sutil amenaza sin palabras.

- ¿Tu nombre? – inquirió, dejando caer los pedazos de cristal lentamente al suelo.

El muchacho observó la caída de los trozos, viendo como la luz se reflectaba y se descomponía a través de ellos, y después lo miró sin expresión, a través de sus ojos negros profundos. Una leve sonrisa no compartida por su mirada se posó en sus labios.

- Snape – dijo – Severus Snape.

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Nota de la autora: Bueno, me he decidido a escribir otra historia que involucre a mi personaje favorito de la saga de Harry Potter, Severus Snape. He decidido ambientarlo desde unas bases más tardías que su infancia, pero igual de importantes que ella en cuestión de su carácter. Supongo que ambas dejaron su profunda huella en él, pero me gusta más la idea de comenzar por su iniciación con los Death Eaters. Soy una de las personas que piensa que hasta los 'malos' tienen sentimientos, y hay muchas razones que los llevan a ser lo que son, y decidí escribir para dar mi parte sobre las posibles razones que lo llevaron a él, al sarcástico cruel y horrible profesor de Pociones de Hogwarts a adoptar esa personalidad. Además, me gustaría mostrar que no todos los Slytherin son malos y demás, y contradecir algunas de las suposiciones que tiene la mayoría de la gente hacia la casa 'problema' de Hogwarts. Pero eso se verá luego. Un saludo a todos los que han leído hasta aquí.