PROLOGO
—Se lo ruego, Alteza, permítame avisar de su presencia al príncipe —el nerviosismo era evidente en la voz de Hermione cuando se abrieron las puertas del despacho de Draco. Su familia solía provocar aquel efecto en las personas, pero no en su eficiente e imperturbable secretaria personal.
Cinco años a su servicio la habían hecho prácticamente inmune a todo tipo de situaciones, y sin embargo bastaba con una visita inesperada de un miembro de la familia real para sacarla de sus casillas.
Draco se levantó detrás de su elegante escritorio de roble.
—Por lo que veo te sigue desagradando cualquier tipo de ayuda —le dijo al hombre que acababa de abrir, no una, sino las dos puertas dobles que daban acceso al despacho de Draco.
Hermione emitió un sonido de ofensa por el uso que Draco hacía de la palabra «ayuda», mientras el hermano de éste atravesaba el despacho con paso firme y amenazador. Su expresión ceñuda no hacía pensar en una simple visita familiar.
—¿A qué debo este honor? —preguntó Draco. Estaba casi seguro de saber la respuesta, pero expresar su sospecha en voz alta equivaldría a una declaración de culpabilidad, y a eso sí que no estaba dispuesto… al menos de momento.
En cualquier caso, no debería haber tenido aquella aventura con Pansy, la presa más codiciada de los paparazzi. Pero en aquel tiempo Draco necesitaba desesperadamente un poco de diversión y Pansy se la había proporcionado con creces
Harry no respondió y se limitó a mirar en silencio a Draco durante unos segundos llenos de tensión. Ser el menor de tres hermanos le había enseñado a Draco unas cuantas cosas, y una de las más importantes era saber cuándo era mejor callarse. No cometería el error de ser él quien rompiera el silencio, y así le mantuvo la mirada al hombre que podría haber sido su gemelo, salvo por los siete años que los separaban, el cabello rubio y los ojos azules a diferencia de él con cabello cobrizo y ojos verdes.
Ambos tenían el pelo, ni muy corto ni demasiado largo. Harry lo llevaba impecablemente peinado y Draco lucía un despeinado con estilo. También compartían la misma recia mandíbula, los pómulos marcados y la nariz. Los tres hermanos eran altos, pero Draco superaba en un centímetro a Blaise y todlos superaba a su vez a ambos con su metro noventa y ocho.
Todos habían heredado de su padre un físico fuerte y fibroso, pero Draco había torneado su musculatura en el gimnasio, mientras que Harry tenía la figura esbelta de un consumado jinete. Los dos vestían ropa cara: Draco se decantaba por los trajes de Hugo Boss y su hermano por Armani. Y los dos tenían unos ojos penetrantes que se mantuvieron la mirada fijamente y sin pestañear hasta que el carraspeo de Hermione les hizo desviar la atención.
La esbelta secretaria de Draco llevaba el pelo castaño en un austero recogido y arrugaba su perfecta nariz en una mueca de disgusto. Sus labios carnosos y sin más cosméticos que un protector labial formaban un arco descendente, y tras sus ligeras gafas de montura oscura sus ojos color chocolate echaban chispas de irritación.
—¿Vas a necesitarme para algo? —preguntó, dirigiéndose deliberadamente a Draco.
Benditas fueran ella y su inquebrantable lealtad. Le estaba dejando claro a su hermano que, aunque Harry fuera el heredero al trono de su padre, era Draco quien mandaba en la oficina de Nueva York. Y al mismo tiempo estaba acuciando sutilmente a Harry para que respondiera a la pregunta inicial de Draco sin que él tuviera que repetirla.
Harry tal vez pudiera ignorar a su hermano, pero sus modales principescos le impedían despreciar a Hermione con su silencio. Dio un paso adelante y soltó un periódico sensacionalista sobre la mesa, seguido de otros muchos. Todos estaban abiertos por la misma noticia, o bien ésta ocupaba la primera plana. Los vociferantes titulares revelaban la última conquista del «príncipe playboy» e insinuaban los detalles más escabrosos.
Draco puso una mueca de asco al tiempo que Hermione emitía otro ruido de desaprobación. No podía saber quién era el destinatario de su crítica silenciosa, si él por provocar un escándalo o su hermano por airear ese mismo escándalo en su oficina. Hermione no aprobaba sus continuas aventuras amorosas, y así se lo hacía saber en más de una ocasión. Harry miró a la secretaria.
—¿Tiene algo que decir, señorita Granger?
Hermione podía ser muy tímida fuera de la oficina, pero allí estaba en su elemento. Tal vez fuera una simple empleada a las órdenes de Draco, pero aquéllos eran realmente sus dominios y en ellos ejercía su autoridad absoluta.
Les echó a ambos una mirada de disgusto.
—No sé cuál de los dos tiene peor gusto… si Draco por haberse liado con un cebo de la prensa amarilla o usted, Alteza, por traer esa basura a la oficina —se ajustó su sencilla y modesta chaqueta—. En cualquier caso, ya veo que no puedo ser de ayuda en esta… reunión, de modo que los dejaré solos.
Salió del despacho y cerró las puertas tras ella.
—Y yo que pensaba que mamá era temible… —comentó Harry con una sonrisa.
—Hermione me mantiene a raya —dijo Draco con un atisbo de humor mientras intentaba recuperar el control de su libido. Aquellos momentos de atracción irracional por su secretaria estaban siendo demasiado frecuentes para su tranquilidad mental y hormonal, pero no podía evitarlo. El brillo de sus ojos mientras los reprendía a él y a su hermano había vuelto a prender un deseo que a duras penas podía sofocar. Harry sacudió la cabeza.
—Ojalá fuera cierto —dijo, y la situación volvió a ponerse seria.
—Lo de Pansy fue un error —admitió Draco.
—Sí.
Amir se negó a dejar que la franqueza de su hermano le ofendiera. Pansy había sido ciertamente un error. En muchos aspectos.
—¿Has venido por tu cuenta o te ha enviado papá?
—Me envía papá.
Draco sintió una fría punzada en el corazón. Se podría pensar que el rey Lucio enviaba a su hijo mayor en su lugar porque el mensaje no le parecía lo suficientemente importante para entregarlo en persona. Pero Draco sabía muy bien que no era así. Al delegar la tarea en Harry estaba demostrando hasta qué punto lo había decepcionado Draco. El rey estaba tan enfadado que ni siquiera quería ver al menor de sus hijos.
—Oye, ya sé que Pansy está siempre acaparando la atención de los medios y quizá me puse en evidencia con ella, pero tampoco nos fuimos a vivir juntos ni nada parecido, como hizo Blaise con su amante. Estuvo viviendo con Rose durante dos años antes de casarse con ella.
Para cualquier otra mujer habría sido imposible casarse con Blaise después de ser su amante, pero Rose tenía buenos contactos en las altas esferas. El tío de Blaise se había interesado en su relación y había procurado que Rose fuera admitida en la familia real de Zorha.
Harry frunció el ceño, dejando claro que no apreciaba aquel recordatorio.
—La distracción no cambiará lo que has hecho.
—Puedes asegurarle al rey que su hijo menor tendrá más cuidado a la hora de elegir sus compañías en el futuro —Draco apretó la mandíbula para contenerse. Quería añadir algo más, pero no podía hacerlo si no quería arrepentirse más tarde.
—Por desgracia, no bastará con tus garantías. Papá se ha cansado de que manches el nombre de la familia. Es hora de que abandones para siempre tu estilo de vida.
Draco volvió a morderse la lengua para no soltar una grosería, pero la actitud de su padre y su hermano hacía difícil tragarse la réplica merecida.
Siempre le había sido leal a su familia y a su pueblo, y en numerosas ocasiones había antepuesto las necesidades de ellos a las suyas propias. Vivía lejos de su desierto natal para supervisar los negocios de la familia en Estados Unidos, donde sus responsabilidades apenas le dejaban tiempo libre. ¿Cómo podía ser una mala persona sólo por pasar ese tiempo con mujeres hermosas sin compromisos ni complicaciones?
—Yo no salgo con mujeres casadas ni engaño a nadie. Todas mis citas saben que lo nuestro sólo será algo temporal.
—Igual que lo sabe el resto del mundo.
Draco puso una mueca.
—¿Y qué?
—Tu estilo de vida tiene un impacto muy negativo en nuestra familia y nuestro pueblo.
—No hay nada malo en mi estilo de vida.
—Papá no opina lo mismo.
—¿Qué quiere que haga, guardar celibato?
—No.
—¿Entonces?
Un destello fugaz de compasión brilló en los ojos azules de su hermano.
—El rey ha decretado que debes casarte.
¿El rey? De modo que era una orden real, no familiar…
Draco se tragó otra palabrota.
—¿Y ya ha elegido a mi futura esposa? —preguntó en tono incrédulo.
Harry tuvo el detalle de parecer incómodo, al menos.
—Sí.
—Eso es propio de la Edad Media.
Los ojos de Harry volvieron a brillar de compasión, pero su expresión se endureció al instante.
—¿Te niegas a cumplir la voluntad del rey?
Un escalofrío recorrió la columna de Draco. Sabía las consecuencias que podría acarrearle el desacato a su padre y rey. Su padre rara vez empleaba su autoridad monárquica con su familia, pero cuando lo hacía era inflexible. Si Draco se negaba a casarse con la mujer elegida por su padre, ya podía empezar a buscar un nuevo trabajo y despedirse del título de príncipe.
Lo habían educado para cumplir con su deber y no podía imaginarse desobedeciendo a su padre, a menos que la orden fuera tan disparatada que no pudiera cumplirla bajo ningún concepto. No era el caso, afortunadamente.
—Me casaré con la princesa… Suponiendo que mi futura esposa es una princesa, claro.
—Sí, lo es —confirmó Harry, sin mostrar la menor sorpresa por la rápida aceptación de su hermano.
—¿Quién es?
—La princesa Kate Vultari—dijo Harry, y soltó otra hoja sobre la mesa.
Era un informe de la princesa que incluía una foto de la hermosa mujer. Tal vez no fuera una condena tan horrible, después de todo. Lo último que quería era casarse por amor, y si era sincero consigo mismo, tenía que admitir que empezaba a cansarse de las aventuras pasajeras que caracterizaban su vida amorosa.
Aún no se le había pasado por la cabeza la idea de casarse, pero no se oponía del todo a la posibilidad. Además, tenía sus razones para querer una distracción más permanente de las que podían ofrecerle Pansy y las demás como ella.
—¿Cuándo es la boda?
