Capítulo 1

Se aproxima una gran guerra, una guerra terrible. Habrá caos. ¡Ríos de sangre en las calles! ¡Lo sé! ¡Puedo ver que se acerca!

Oswald Cobblepot "El Pingüino" a James Gordon en Gotham, 2014.

Ciudad Gótica, varios años atrás.

La función había sido excelente, sublime a decir verdad. Pocas veces producciones como aquellas se presentaban en Gotham, producciones donde los protagonistas de la obra eran actores de renombre y que habían aparecido en películas de Hollywood con directores ultra excelentes. Claro, para los adultos eso era algo único; una experiencia sencillamente exquisita que muy pocas veces disfrutaban. Para otros, como los niños, eso era una verdadera atrocidad que dejaba dormido a cualquiera con tan solo pasar cinco minutos sentado en la butaca y mirando un estúpido musical que no le interesaba a niño alguno, salvo por los adultos que disfrutaban de ver aquello.

Este era el caso del pequeño Brus Wayne quien había asistido a un importantísimo teatro en Ciudad Gótica al que mensualmente iba con sus padres a ver una obra que siempre lo dejaba dormido. Él, por otra parte prefería ir al cine a ver los éxitos de grandes cineastas como Steven Spielberg o George Lucas. Inclusive estaba entusiasmado por la última película de Robert Zemeckis de la cual le habían hablado sus amigos. Era la última de una trilogía sobre viajes en el tiempo protagonizada por Christopher Lloyd y Michael J. Fox, que nunca había visto y que según decían todos tenía mucho éxito. Pero, para desgracia del pequeño Brus, eso era muy difícil de conseguir: pocas veces iba al cine, pues sus padres siempre lo arrastraban al teatro.

Brus Wayne con doce años de edad era el futuro heredero de una enorme fortuna que, con el paso de los años y mucho esfuerzo había construido su padre Thomas Wayne, quien estaba casado con Marta Wayne, una mujer que también se había vuelto una "chica de negocios" junto con su marido, pues constantemente lo visitaba en Wayne Enterpraises, su imperio. Ella llevaba gran parte de las cuentas de la familia, pero solo lo hacía para distraerse: tener tanto dinero a veces agotaba las ideas y no dejaba paso a la imaginación… ¡Cristo, a nadie se le podría ocurrir que hacer con cientos de millones de dólares! ¡Hasta Ricky Ricón se divierte más que los Wayne!

Los Wayne eran la familia más acaudalada de Ciudad Gótica y la que más aparecía en los Diarios y Noticiarios, ya sea en la sección de sociales o en la de negocios. Un enorme imperio, sí, eso habían construido con los distintos departamentos que poseían Empresas Wayne; ciencias, química, negocios, exportaciones, importaciones, desarrollo de tecnología militar, asociaciones con gobiernos de todo el mundo y con el Departamento de Policía de Gotham City, entre muchas otras cosas que producían dinero…bueno, a excepción de la policía, a quienes donaban dinero para mantener a la ciudad en orden, cosa que era casi imposible con tanta delincuencia y corrupción en las calles.

En otra parte de la ciudad.

La alarma del Banco de Gotham City comenzó a sonar como loca. ¡Rinnggg! La puerta de enfrente estaba rota, las luces se habían encendido y el reloj marcaba las nueve y media de la noche. Había dinero tirado en el suelo y volando por todas partes. Y no solo en el banco la alarma había sonado, sino también en el Departamento de Policía de Ciudad Gótica. Los policías se alertaron alzando la cabeza y dejando las tazas con café caliente en las mesas junto a las donas.

James Gordon, sheriff de Gotham, alzó la cabeza con astucia. Tomó un micrófono conectado a una radio y con voz fuerte y potente dijo:

— ¡Atención a todas las unidades, tenemos un asalto en el Banco Nacional de Gotham City!

Súbitamente todos reaccionaron de la misma manera que Gordon. Subieron a las patrullas y se encaminaron a toda velocidad hacia la escena del crimen. Gordon, sin perder más tiempo también lo hizo y, barriéndose en las calles mojadas por la lluvia, derrapaba a bordo de la Unidad Número 02 con la sirena encendida y sin dejar de alertar a los demás oficiales por la radio.

Banco

Dos hombres salieron cargados con dos bolsas repletas de dinero cada uno en cada mano. Miraron a todas partes y pusieron el oído atento ante un sonido que ya les era muy familiar: las sirenas de las patrullas; los policías estaban cerca.

El más alto con pasamontañas, botas negras, pantalones y un suéter gris frunció el entrecejo y giró hacia la izquierda llamando a su compañero con un ligero movimiento de cabeza para que le siguiese.

— ¿Joe, a dónde vamos?—pregunto el compañero.

— ¡No lo sé, Ken!—contestó Joe mientras corría salpicando con sus botas en los charcos de agua—Pero si de algo estoy seguro es que hay que buscar un buen lugar para esconderse.

Siguieron corriendo mientras las patrullas seguían pisándole los talones. Joe Chill era el nombre del jefe y Ken Mitchell el nombre de su sucio. Ya antes habían asaltado pequeñas tiendas a lo largo de Ciudad Gótica, sin embargo nunca antes se habían aventurado a hacer algo más grande como asaltar un banco. Eso sí que era algo nuevo para ellos y peligroso; peligroso porque siendo la primera vez corrían el riesgo inminente de ser atrapados.

Doblaron en uno de los callejones. Había cientos de botes de basura, gatos y un vagabundo con un enorme tanque con fuego dentro donde se calentaba las manos. Joe Chill y Ken Mitchell lo miraron de reojo sin detenerse. Oyeron a lo lejos una voz que gritaba: "¡Maldición, los perdimos!" Joe y Ken doblaron en otro recodo y llegaron hasta una cerca. Aventaron las bolsas de dinero al otro lado y cruzaron, y, junto con ello, un pensamiento: "Ese fue Gordon, nos perdió el rastro el muy maldito".

Elevaron sus cabezas al cielo y vieron un enorme letrero iluminado con luces que parecían de un cine, sin embargo no era el cine: era el Teatro Wayne, fundado por los mismísimos Thomas y Marta Wayne. Otro pensamiento pasó por la mente de Joe Chill: había visto esa misma mañana un letrero que anunciaba una importante función en el Teatro Wayne, eso significaba una sola cosa: el lugar estaría repleto de autos y podrían robar uno para escapar.

—Apresúrate, Ken, tengo un plan.

— ¿Podremos escapar de Gordon?

—Oh, mi amigo, Gordon comerá nuestro polvo.

Los policías se adentraron a uno de los callejones y se toparon con el mismo vagabundo que habían visto hace unos instantes Ken y Joe. Gordon se le acercó corriendo desesperadamente y mostrando su placa de sheriff.

—James Gordon, Departamento de Policía de Gotham City—dijo con autoridad.

—Sé quién es usted, Sr. Gordon—respondió el vagabundo.

—Buscamos a dos hombres con pasamontaña y probablemente con bolsas en sus manos, ¿No los vio pasar por aquí?

—Sí, se fueron en dirección al Teatro Wayne.

—Gracias, señor.

Gordon corría como alma que lleva el diablo, y, detrás de él, diez policías más con sus armas en mano. Doblaron en otro callejón y saltaron una cerca desde donde podían ver los grandes anuncios luminosos del teatro.

Estacionamiento

Thomas y Marta Wayne reían al tiempo que comentaban una de las escenas de la obra, Brus sólo hacia pucheros de escuchar tantas tonterías. Iban caminando por el estacionamiento en dirección a su automóvil extremadamente elegante y de color negro. Aún faltaba mucho para llegar, sin embargo a los Wayne no les importaba, sencillamente no tenían prisa alguna.

A lo lejos se oyeron los gritos de dos hombres que parecían desesperados y huían en dirección a ellos. Uno llevaba pasamontañas mientras que el otro lo tenía levantado por encima de la frente. Posteriormente el otro sujeto también se quitó la máscara y siguieron en línea recta hasta donde estaba la acaudalada familia.

Chill y Ken miraron a los Wayne por un momento, luego voltearon hacia otra parte e intentaron abrir uno de los autos golpeando el cristal con el mango de una pistola. Joe abrió la puerta y Ken se introdujo al automóvil. Instantáneamente, Thomas intentó lo inesperado:

— ¡Hey, ustedes!—gritó— ¡Dejen ese auto o me veré forzado a llamar a la policía!

— ¡No te metas en esto, Señor Dinero!—le contestó Chill.

Thomas comenzó a correr en dirección a los ladrones intentando ser héroe. Llegó hasta donde Joe y le dio un puñetazo en la cara el cual segundos después Chill le devolvió.

— ¡Dije que dejaras el auto, no es tuyo!

— ¡Déjame tu a mí, no te conviene meterte con migo!

— ¡Maldito, que dejes eso!—gritó Thomas propinándole un puñetazo más a Joe. Marta, asustada, acudió donde su marido llorando para golpear al asaltante por la espalda. Este se dio media vuelta y abofeteó a la mujer. Brus estaba asustado, mirando la escena con sus padres intentando ser héroes.

Súbitamente, el malhechor pateó a Thomas en el estómago y lo derribó al suelo donde le propinó dos puntapiés más haciendo que comenzara a escurrir sangre de su boca. Marta se aproximó hasta Chill y lo golpeó en la nariz; el asaltante no dudo y pegarle también a ella en la panza. Brus solo miraba sin saber reaccionar.

— ¡Ya me colmaron la paciencia!—gorjeó Joe apuntándole a los Wayne con su arma. Sin dudar más y mirándoles a ambos a los ojos jaló el gatillo dos veces. ¡Bang! ¡Bang! Ese fue el fin de Thomas y Marta Wayne. El primero recibió el disparo en el pecho mientras que Marta en la cabeza. Rápidamente Joe subió al auto y lo encendió, escapando de esa manera del estacionamiento.

Siendo ya muy tarde Brus reaccionó y las lágrimas comenzaron a escurrir de sus ojos.

— ¡Noooo!—exclamó corriendo hacia sus padres. No sabía que hacer; miró a su madre con ese hueco en la cabeza y con los ojos abiertos y enseguida comprendió que por ella ya no se podía hacer nada. Por otro lado, Thomas aún seguía con vida. Brus se hincó a su lado y tomó la mano de su padre la cual comenzaba a ponerse fría. Thomas, con los ojos llorosos y el labio inferior tambaleante le sonrió a su hijo.

—Te amo, Brus…

—No te vallas, papá—sollozó el niño.

—Hijo…cuida de la compañía…

—Papá…

—Alfred te cuidará bien…te…te amo…

La mano de Wayne finalmente se puso como hielo y resbaló de encima de la mano de Brus cayendo al suelo y rebotando dos veces. Sus ojos se cerraron y su color cambió a un horrible color pálido. Comenzó a llover y el sonido de varias patrullas y hombres comenzó a oírse.

James Gordon llegó a pie corriendo con una gabardina café puesta y encontró a Brus Wayne llorando junto a sus padres. Se hincó a su lado y lo abrazó dándole consuelo mientras los demás policías comenzaban a investigar a los alrededores del estacionamiento.

—Quiero venganza—dijo Brus mirando a Gordon con las lágrimas escurriéndole pero con una cara que demostraba odio. Gordon lo miró con lastima y le secó los ojos.

—Habrá justicia, hijo. Lo prometo.

—Quiero a su asesino muerto.

—No te preocupes, Brus. No descansaré hasta atraparlo.

—Quiero venganza.

—No Brus, en Gotham solo puede haber justicia. Seré tu amigo, Brus y no descansare, ya te lo dije, hijo. Te prometo que se hará justicia.