OK, antes de que empiecen a arrojarme sus tomates podridos... Esto simplemente no tiene sentido. Yo únicamente comencé a escribir las ideas que fueron llegando a mi mente. Si, posiblemente todos estén demasiado OoC, y también existe la posibilidad de que ignore puntos importantes dentro del canon de Twilight. Así que, más que ofenderse por esto, disfrútenlo, opinen o simplemente ignórenlo.


Ironía

Parte I: de cómo Bella Swan aprendió que no debe beber y cantar al mismo tiempo.


Nunca fui una de esas chicas locas obsesionadas con los vampiros. Tampoco los odio, no me malinterpreten, pero haber tenido que asistir a la escuela primaria con un manojo de ajos colgado en el cuello para evitar ser atacada fue bastante trauma como para no adorarlos.

No recuerdo bien cuando paso eso de la lucha contra los vampiros, solamente sé que de la noche a la mañana se supo de su existencia. Quizá no hubiese sido tanto problema, de no ser porque se descubrió que cerca de una octava parte de la población mundial gustaba alimentarse de sangre. Hubo caos y consternación por todos lados. Muchos no creían posible que estuviésemos infestados de ellos. Luego tuvimos una horda de Volturis matando gente en defensa propia, hasta que la ONU y los propios vampiros llegaron a un acuerdo. Se les permitiría vivir, a cambio de que dejaran de alimentarse de sangre humana, obligándolos, por su propia seguridad, a mudarse constantemente.

Fue esta situación la que eventualmente acabó con el, de por sí, maltratado matrimonio de mis padres. Renée se volvió una especie de activista en pro de los derechos vampíricos, mientras Charlie, oficial de policía, recibió (supuestamente) un entrenamiento especial para vencer a las enigmáticas criaturas. A mí, sinceramente, solamente me preocupaba que el olor a ajo en mi ropa no fuese demasiado penetrante, hasta que Charlie se dio cuenta de que el bulbo no servía de nada y me liberó de mi oloroso verdugo.

Tras la separación, viví con mi madre en Arizona, inmersa en sus manifestaciones y charlas. Mucha gente creía que se debía a que ella (y por ende yo) era una vampiresa escondida entre el bando enemigo, y yo misma tuve que lidiar con la discriminación de una raza a la cual no pertenecía. Cuando llegó la paz, sin embargo, las cosas no se calmaron, y mi madre y yo nos vimos afectadas hasta que ella se fue de viaje con Phil, su nuevo esposo, época en la que trasladé mi residencia a Forks, húmedo poblado del estado de Washington.

La excesiva atención que trajo mi llegada al pueblo resultó ventajosa, por lo menos, en el aspecto en que no batallé para hacer amigos. El pintoresco grupo al que pertenecía me mantuvo ligeramente entretenida los primeros meses; por desgracia, para cuando terminó el primer verano y fue hora de ingresar a la preparatoria, Forks resultaba poca cosa para ellos, principalmente para los chicos, por lo que pasábamos las tardes vagando en los alrededores.

El aburrimiento nos llevó un día a La Push. La noche anterior me había desvelado hablando por teléfono con mi madre, quien me contaba las más recientes aventuras de Phil en el béisbol, por lo que me sentía demasiado cansada como para pensar coherentemente y no dudé ni un instante en beber en cuanto Tyler sacó una botella de Smirnoff de la parte trasera de la van. Sobra decir que me puse idiota en menos de lo imaginado, y cuando Jessica comenzó a desvariar y contarnos sus más recientes fantasías vampíricas, no me contuve y espeté cuanto insulto se me vino a la mente sobre la degenerada raza humana. Lo reitero, no los odio, pero con el alcohol encima fue como si de repente, los años siendo molestada por su culpa pesaran sobre mi. Jacob, un viejo amigo de la infancia que se nos había unido esa desventurada tarde, no parecía estar muy complacido con mi evidente estado de ebriedad, pero al ver mi chispa encendida, algo parecido al orgullo brilló desde la parte trasera de sus ojos mientras se unía a mis desaprobadores comentarios con unos de su propiedad.

- ¡Rataa-aas voladuuras que brillaaaaaa-aan!

Recuerdo que Jacob rió descontroladamente con mi fallida improvisación musical. Sin embargo, útil hubiese sido darme cuenta que Mike grababa cada segundo de mi humillante desliz. Al día siguiente, mientras unos me miraban con disgusto o pena ajena, la mayor parte de la preparatoria no podía evitar señalarme y burlarse de una desgracia que yo ignoraba.

Alguien me enseñó el vídeo antes de entrar a clase de biología, como si la resaca que atormentaba cada parte de mi cuerpo no fuera lo suficiente. Morí lentamente de la vergüenza mientras avanzaba a tropezones hacia mi lugar. El Sr. Molina trató de salvarme al callar las ensordecedoras carcajadas, no sin antes restregarme el precario comportamiento del que había hecho gala la tarde anterior.

Por fortuna, siempre podía contar con Edward Cullen, el extraño chico con el que compartía mesa. Me dirigió una mirada de desagrado, pero no tomé el gesto como personal. Así veían él y sus hermanos al resto de nosotros, oh simples mortales, con los que no valía la pena cruzar palabra. Al menos podía confiar en su falta de interés por mi vida.

O por lo menos eso creí, hasta que furiosamente arrojó sus pertenencias en su mochila y se retiró del aula sin pedir permiso.

El vídeo me había proveído de una indeseable popularidad. Poco después del desaire de Cullen, el director mandó llamar por mí. Me sermoneó largo tiempo, durante el cual traté, infructuosamente, de hundirme en la silla localizada frente a él. Sus palabras no resultaron sorprendentes, la mayoría de ellas citas a los Tratados de Toscana, donde habían quedado sentados los puntos bajo los cuales humanos y vampiros convivirían armónicamente por el resto de la eternidad. No segregación, no persecución, no humillación. ¿Acaso no importaba que yo fuese brutalmente humillada en ese preciso instante?

Creí que lo peor había pasado cuando el director guardó silencio, pese a que sus ojos caían pesadamente sobre los míos. Eso podía soportarlo, Charlie lo hacía todo el tiempo. Pero la ausencia de ruido comenzó a prolongarse más de lo que yo podía soportar, lo que me hizo creer que algo debería estar rellenando el silencio. Empecé a articular una patética disculpa, cuando alguien tocó la puerta. El director le permitió el acceso, y entonces me encontré con la más desagradable visión.

Charlie yacía de pie en el umbral de la oficina. Él nunca había estado muy de acuerdo con todo el asunto de los vampiros, pero tenía más que claro que lo aceptable (lo legal, más que nada), era reconocerlos como parte de la sociedad, y sobre su rostro se reflejaba la decepción que le provocaban mis erráticas acciones.

Me quedé sin habla. ¿Qué podría decirle yo a mi padre en esos momentos? Traté de encogerme en la silla de piel, pero esta parecía empeñarse en dejarme a la merced de su furia.

- No pasará la noche en prisión - anunció Charlie. Me fue imposible evitar sentirme privilegiada por mi posición como la hija del Jefe Swan, pero mi emoción se desvaneció tan pronto como siguió hablando. - ¿Recuerda lo que pasó con Whitlock? - el director asintió, ligeramente complacido.

- Le hizo muy bien el servicio comunitario. Cambió su perspectiva por completo.

- Y lo mismo hará con la señorita Swan, - garantizó Charlie.

No me agradó que se refiriera a mí como si fuese una completa desconocida, si bien era su intento de ser objetivo. Y vaya que fue objetivo, pensé después, cuando me obligó a ponerme de pie y esposó mis manos en mi espalda. Había creído que no estaría bajo arresto, y no me entusiasmaba en lo más mínimo tener que cruzar la escuela escoltada por mi padre bajo la divertida mirada de todos los jóvenes del pueblo.

Me quedé pegada a mi lugar por unos momentos, pensando en mi desgracia, hasta que Charlie me dio un jalón y me forzó a caminar.

- Vamos, Bella - dijo él, tan calmadamente que por un instante creí que no estaba molesto. - Te tengo que llevar con Alice.


Continuará...


Y así se termina esta primera parte.

En verdad que espero conocer su opinión al respecto. Solamente así puedo darme cuenta de qué estoy haciendo mal, si a alguien le gusta, rayos, hasta una simple falta de ortografía. Un review es mucho más que un simple capricho para nosotros los que escribimos. Escribir es un placer, pero saber lo que piensan ustedes, además de alimentar (o perjudicar) nuestro ego, es una manera de darnos cuenta si vale la pena compartir las cosas que imaginamos. De no saber nada de ustedes, bueno, posiblemente esto pase a mejor vida, o en el mejor de los casos, a un hiatus indefinido.