La Huída del Dragón
Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería
Los dos últimos rayos luminosos rojizos procedentes de la varita, salieron despedidos en dirección a la cabaña. El ejecutante de éstos actos salió corriendo al momento siguiente, avecinando lo que iba a pasar. Trastabilló pero logró mantenerse en pie colocando una mano en el suelo a tan solo centímetros de su nariz.
¡Vamos! Hay que salir de aquí antes de que lleguen los del ministerio...
Un muchacho a pocos metros de distancia intentaba con esfuerzo pronunciar un embrujo, pero una maldición perdida lo alcanzó y lo hizo caer de rodillas en la hierba.
¡No!- bramó un hombre de ojos oscuros y una espesa cortina de lacios, negros y grasientos cabellos a ambos lados de su pálido rostro.
El muchacho dejó de estremecerse y permaneció hecho un ovillo sobre la hierba, aferrando su varita y jadeando, mientras oía como el hombre de nariz ganchuda gritaba:
¿Has olvidado las órdenes que te dieron? ¡Potter es del Señor de las Tinieblas! ¡Tenemos que dejarlo!¡Vete! ¡Largo de aquí!
A continuación, dos hombres y una mujer se dirigieron a toda prisa hasta la salida, mientras la lejana luz del fuego incandescente que pulverizaba lentamente los restos de la cabaña, los envolvía con un efecto lejano en una trémula luz anaranjada que danzaba titilante mezclada con los rayos plateados y metálicos de luna creciente que asomaba tras una nube.
El chico intentó nuevamente ponerse de pie y lanzarle un maleficio a su oponente, pero éste los rechazaba una y otra vez mientras le decía que él había sido el inventor de todos aquellos hechizos que intentaba utilizar, de modo que no conseguiría hacerle daño alguno. Aún así, y luego de esa confesión, el muchacho persistía en sus vanos intentos de dejarlo fuera de combate.
¿Cómo te atreves a utilizar mis propios hechizos contra mí, Potter? ¡Yo los inventé! ¡Yo soy el Príncipe Mestizo! Y tú pretendes atacarme con mis inventos, como tu asqueroso padre, ¿eh? ¡No lo permitiré! ¡No!- entonces le arrojó un maleficio a la varita del chico de cabellos revueltos color azabache, y ésta salió despedida hacia un lugar desconocido segundos antes de que su dueño lograra alcanzarla con la punta de los dedos.
Máteme- dijo Harry resoplando. No sentía nada de miedo; sólo rabia y desprecio.- Máteme como lo mató a él, cobarde de...
¡¡No me llames cobarde!- bramó Snape, y su cara adoptó una expresión enloquecida, inhumana...
Pero antes de que lograse causarle más daño al chico, se oyó un aleteo por encima de ambos y al girar la cabeza, el hombre se encontró con un furioso hipogrifo. Retrocedió trastabillando cuando el animal lo golpeó con sus afiladísimas garras. Sin pensarlo dos veces, el hombre de cabellos grasientos comenzó a correr en dirección a las verjas del colegio. Si las alcanzaba, allí podría desaparecer al igual que los hicieron momentos antes el resto de sus compañeros. Ya no le importaba intimidar a su odioso alumno, y corriendo tan deprisa como podía logró sentir como la enorme bestia agitaba las alas tras él y soltaba un chillido ensordecedor...
Una serie de pequeñas explosiones se produjeron simultáneamente en medio de aquella noche oscura, y unos cuantos individuos aparecieron de la nada frente a un contingente de al menos unas doce casas de madera.
Será mejor que nos apresuremos.- sugirió una voz espesa y colérica, rasposa.
No eres tú el que da las órdenes. Debemos esperarlo.- alegó su hermana, mirando al hombre jorobado que se encontraba enfrente.
¡Bah! No importaría perderlo, simplemente es una molestia.- argumentó otro con la capucha baja, un tipo alto y delgado que despedía un intenso hedor. Con abundante pelo canoso y grandes patillas.
¡No! Debemos esperarlo. No me iré sin él.- aseguró alguien más. Los otros voltearon a verlo confusos, como si nunca hubieran reparado en él.
Tranquilo, no te pasará nada. Nadie va a hacerte daño. - le dijo la mujer corpulenta.
Eso no puedes asegurarlo.- dijo el tipo de grandes patillas en un siniestro susurro mientras le dedicaba una anhelante mirada al adolescente.
Ya cállate, Fenrir. Asustarás al pequeño.- le recriminó la mujer con rudeza, pero antes de que el aludido pudiera reprochar, agregó: Debemos avanzar rápido, por si la Orden intenta detenernos.- terminó dirigiéndose a los otros. Éstos asintieron y comenzaron a caminar.
Unas cuantas milésimas de segundo más allá, se los podía ver cruzando el desierto pueblo. Los cinco encapuchados a paso lento.
El chico de rubios cabellos platinados y piel blanquecina, caminaba con la cabeza gacha y de manera cansina, abatido, mientras una mujer baja y fornida a su lado, desde la izquierda, lo sostenía apoyando una mano en su espalda, empujándolo levemente cuando intentaba en vano retrazar un poco el paso. El chico iba ensimismado en sus pensamientos, y se sobresaltó cuando la mujer le dijo que se apurara y miró en torno a sí, nervioso. Se sentía extraño, estaba tensionado por los últimos y agitados momentos, así como lo estaba su respiración. Absorbía bocanadas de aire de manera abrupta. Y no habían recorrido mucho cuando algo volvió a sobresaltarlo.
Se oyó una leve explosión y detrás de una ligera cortina de humo apareció un hombre de nariz ganchuda, que con la respiración agitada y jadeante los observó con gesto de reproche, caminó unos metros acercándose un poco a ellos y se paró en seco cuando el joven corrió hasta él, soltándose del agarre de la mujer quien lo llamó inquieta al no ver porqué se iba. Se detuvo un paso de chocar con la nariz ganchuda y aquellos ojos fríos y vacíos. Le dedicó una nerviosa mirada y cerró su boca entreabierta por la cual despedía un frío vapor mezclado con su tórrido aliento que cuando reparó en ello, ya había envuelto el pálido rostro que tenía enfrente. Apretó los labios en modo de disculpa, como si aquello hubiese formado parte de un insulto. No sabía que decir, aunque si un poco lo que quería expresar. Pero el silencio incómodo que se acababa de formar entre profesor y alumno, se vio interrumpido rápidamente por la áspera voz de Alecto.
¿Qué sucedió, Snape? ¿Por qué tardaste tanto?- inquirió.
Apuesto a no lograste contenerte y decidiste molestar un poco al chico, ¿verdad?- dijo en tono burlesco aquel hombre de pelo canoso. Los demás lo miraron aterrorizados, esperando a oír una fuerte explosión, o al menos un grito procedente del recién llegado.
Cierra la boca, Fenrir. No tengo ninguna explicación que darte.- arguyó el otro fulminándolo con la mirada.- Ni a ti, ni a nadie.- aclaró mirando al resto, quienes compartieron un sentimiento de mutua inquietud.- Y será mejor que nos apuremos si no queremos recibir un maleficio, como respuesta por la tardanza.- dedujo sin esfuerzo mientras se deslizaba a un lado del muchacho que tenía al frente, omitiéndolo.
El chico lo notó y se giró para replicar pero solo vio un movimiento desganado de la varita de aquel y no logró articular sonido. Instintivamente llevó la vista a su boca, aunque solo pudo verse la punta de la nariz, y luego rodeó su cuello con ambas manos mientras le dedicaba una mirada de censura al tipo al que le ondeaba la negra túnica detrás. Entonces se encaramó rápidamente a su lado. Ambos iban detrás de los otros cuatro Mortífagos.
El joven lo fulminaba con la mirada a cada paso que daban, pero sin obtener resultado alguno. Hasta que se atrevió a tirarle de la manga de la túnica. El otro se paró en seco cediendo al tirón.
¿Qué quieres?- dijo con sequedad al tiempo que lo miraba lúgubre. El impúber le señaló la garganta.- Ah, eso. Greyback, parece que al chico le apetece darte de comer.
Al oír eso, el rubio agitó la cabeza con desesperación cuando los que estaban adelante lo miraron alzando una ceja.
Sabes cuánto me encantaría.- respondió el hombre lobo.
No seas tan adusto con el chico Snape, esa clase de chistes son muy negros.- dijo la mujer intentando no ser imprudente.- Devuélvele el habla.- exigió con un ruego involuntario.
¿Desde cuándo eres tan dulce, Alecto? Jamás te gustaron los niños.- alzó una ceja, divertido.
Ya basta, estás siendo demasiado pesado, Snape. Lo digo en serio.- le recriminó.
¡Sonorus! – pronunció con desgano.- Eres un inútil, Draco.
¿Pero de qué habla?- inquirió apesadumbrado y enfadado el chico cuando el contrahechizo le devolvió el habla, mientras caminaba a zancadas detrás del hombre hosco.- ¿Acaso Potter le golpeó la cabeza? Era imposible que dijera nada.- adelante, los hermanos se permitieron una mirada cómplice, que aseguraba eso no terminaría bien. Severus Snape se paró en seco provocando que el adolescente chocara con él. Se giró lentamente y en un arrebato de furia desenfrenada lo tomó por el cuello de la camisa y la túnica, y lo elevó unos centímetros por encima del suelo echando su enfurecido aliento sobre el pálido y sorprendido rostro del muchacho que comenzó a temblar nuevamente.
No vuelvas a insinuar que soy un cobarde.- profirió con dificultad entre una repentina descarga de temblores de furia.
Jamás lo hice.- se disculpó Malfoy con la voz aguda.- Sólo bájeme, ¿quiere?- pidió lastimeramente. Al parecer Snape reaccionó ante éstas palabras y lo depositó en el suelo, recobrando la compostura.
Sólo no vuelvas a repetirlo.- dijo fríamente. Los demás había parado un momento, mientras los esperaban a ambos pero distantes de la conversación, y continuaron sin darle mucha importancia cuando Snape se giró sobre sus talones retomando su recorrido.
Así permaneció el climax, que se apaciguó luego de unos minutos.
¿Adonde iremos? –preguntó Draco.
A la Casa de los Gritos.- recibió como respuesta.
Ah... y... ¿qué haremos allí?- volvió a preguntar.
Nos reuniremos con el resto de los Mortífagos y esperaremos la llamada del Señor.
Ah... sabe, lamento el comentario.- se disculpó con cierto temor. Snape alzó una ceja mientras lo miraba de reojo.
No lo creo. Pero gracias de todos modos.- sopesó.- ¿Cómo te sientes?- preguntó. Al parecer volvía a ser el mismo Snape que él conocía. Un poco más atento.
Bien, supongo. Pero, ¿es necesario reunirnos con los demás?- preguntó temeroso.
Si, y supongo que no quieres.- como ambos iba más atrasados, los de adelante no podían escucharlos.
No, no quiero. A decir verdad,...
Tienes miedo. Es lógico.- aseguró Snape.
¡No tengo miedo!- intentó convencerse.
Sabes que no es cierto, pero no te preocupes. No creo que tu madre vaya a sufrir las consecuencias.- intentó tranquilizarlo.
Si lo hará. Y si no fuera así, lo haré yo... o mi padre cuando salga de Azkabán.- dijo cabizbajo.
No puedo contradecirte, tienes razón. Pero no creo que Lucius salga de allí a menos que vayamos a buscarlo.
Tal vez...- el chico se quedó pensativo.
¿En qué piensas?- preguntó un poco curioso.
Padrino,... –Snape se paró, aquello tenía mala pinta. La mirada del chico se clavó en la de él, suplicante.- Tú puedes ayudarme...
Ah, no. Eso es imposible... ¿qué intentas decir?- se atajó Snape con las manos en alto, como si a penas tocarlo fuera a quemarse.
Usted sabe tanto como yo que va a matarme, y usted es el único que puede ayudarnos a mi y a mi madre... por favor, si usted tan sólo...
No voy a arriesgarme, Draco. Sabes que correríamos un enorme peligro.- siguió caminando.
Se acercaban al final del pueblo, donde unos enormes y frondosos árboles parecían custodiarlo a ambos lados del camino. Entre la negrura nadie podría verlos, pero rápidamente desterró aquellos pensamientos de su mente.
Por favor, ayúdeme.- Draco se detuvo y lo tomó por la túnica con las manos temblorosas y sudorosas.- Sólo sáqueme de aquí y mi madre le dará lo que quiera. Nadie podrá enterarse, en tan solo segundos usted puede dejarme mi casa y volver aquí.- el rostro cada vez más pálido de Malfoy le hizo recordar las nerviosas y llorosas súplicas de Narcisa hace prácticamente un año.
Ya he cumplido con mi parte, Draco. No puedo hacer más.- dijo tomando las manos del chico e intentando sacárselas de encima.
¡Miente!- dijo Malfoy.- Si puede. ¿A qué le teme? Usted es más fuerte que ese cadáver.
Baja la voz, muchacho. Si te oyen decir eso, te quemarán vivo.- le desaprobó Snape colocando una mano en su hombro izquierdo, quedando frente a su rostro.
Sabe que eso ya no me importa. Ahora no podré volver allí, y aquí sigo corriendo tanto peligro como lo corría allá. Debí hacerle caso al viejo y...
Está bien, está bien. Ven aquí.- Snape lo arrastró hacia los árboles a un costado del camino, cuidando que no ser visto por los otros Mortífagos.- Escúchame bien. Desapareceremos, e iremos con tu madre. Creo poder ocultarlos a ambos por un tiempo. Pero no prometo que no vayan a encontrarlos.- le explicó en susurros.
Lo que sea que pueda alejarnos de aquí. Pero ¿está seguro que mi madre está allá?- interrogó Draco.
Si hizo lo que le dije, si.- contestó.
¿Significa que ya lo tenía planeado?- se sorprendió Draco.
Algo así. Rápido, sujétate fuerte y no te sueltes.- le dijo al tiempo que lo aprisionaba en un fuerte abrazo, sin darle tiempo a reprocharle.
Al suroeste de Inglaterra, Wiltshire, La Mansión de los Malfoy
Una mujer alta, delgada y sumamente hermosa, rubia de ojos de un azul intenso, figura esbelta, miraba nerviosa el enorme reloj de pared, situado sobre las enormes puertas de roble labrado, en la entrada de la Mansión.
Había estado meditándolo durante los últimos dos meses en reiteradas oportunidades. Pero ya no podía volverse atrás, su decisión estaba tomada. Si el chico se lo pedía, estarían allí en menos de quince minutos y para entonces ya debería haber redactado esa carta.
Rápidamente pero aún así no sin elegancia, tomó un diminuto frasco de tinta y un pergamino, y con un fino trazo, cursiva perfectamente plasmada en la superficie de papel, escribió el nombre del destinatario seguido de dos pequeños puntos. A continuación escribiría el mensaje, pero no sabía cómo hacerlo de modo tal que su petición no cayera tan baja. De todos modos no podría ser peor, ya lo había intentado todo, y no había más que pudiera hacer. Entonces garabateó: "Ya no tengo a quien más recurrir, eres la última instancia. Cabeza de Puerco, medianoche.", y a continuación firmó con su nombre.
Esperó un momento a que la tinta se seque, y dobló el pergamino con sumo cuidado en dos partes iguales, el perfeccionismo era el segundo nombre del éxito. Dejó su asiento en la gran mesa de la sala y subió las escaleras con pasos continuos y muy bien articulados, firmes y seguros. Realmente estaba decidida a hacerlo. Entró a la habitación de su hijo y se dirigió al escritorio, de donde extrajo un sobre blanco del cajón. Bajó nuevamente las escaleras con repentino apuro, y llegando a los últimos peldaños colocó el pergamino dentro de dicho sobre, y cuando alzó la vista en un acto reflejo por el sobresalto, lanzó un grito ahogado y dejó caer la carta que tanto temía descubrieran escrita.
Un hombre alto y delgado la miraba desde la entrada. Medía aproximadamente un metro y unos ochenta y cinco centímetros de alto, su cabello era corto, algo ondulado y de un castaño claro con algunos reflejos dorados. Sus ojos color avellana la escudriñaban con curiosidad pero aún así su rostro permanecía impasible. de espalda un tanto ancha, llevaba un sobretodo marrón café largo hasta los tobillos desabrochado hasta el tercer botón contando desde arriba, y dejando así también los últimos dos de abajo, en un intento de que pareciera un acto despistado.
Era lógico que se asustara, pues era la única que se encontraba en casa a esas horas de las noche. Los criados y elfos domésticos ya se habían retirado hacía horas a pedido de ella. Narcisa sin despegar la mirada del extraño intentó disimuladamente acercarse a una pequeña mesa ubicada a un lado de las escaleras, con el fin de alcanzar su varita que había dejado olvidada allí en algún momento durante sus constantes paseos por allí, mientras esperaba con ansias y nervios el paso de las horas.
Disculpe, no lo oí llamar a la puerta.- comentó con educación y el tiempo pareció ir más lento o simplemente detenerse por completo, cuando en segundos y mientras articulaba las palabras, rompía rápidamente el contacto visual con el hombre de cabellos ondulados, giraba la cabeza en un movimiento brusco que hizo ondear la cola de caballo en que llevaba arreglado su rubio cabello, y estiraba los largos y afilados dedos para alcanzar el negro mango de su varita. Pero no logró.
El hombre supo reaccionar inmediatamente ante la perspectiva de verse desarmado. Introdujo su mano derecha en el interior de su largo tapado y sacó de él una varita de madera rojiza, con pequeños hilillos en tonalidades doradas que la surcaban de punta a punta. Describió un amplio movimiento con el brazo, mientras murmuraba unas palabras apenas inteligibles si sabías leer hacer una lectura de labios. La varita de Narcisa resbaló por la superficie de la mesa tallada y se posó en la palma de la mano que el hombre ofrecía estirada, esperando a recibirla.
La mujer se permitió reflejar en su rostro el asombro de no haber logrado conseguir su objetivo. Volvió a su postura imperial y majestuosa con avidez, como si nada hubiera pasado y se llevó ambas manos a la altura del bajo vientre, juntándolas una sobre otra. Nada especial, siempre espléndida aún ante los momentos de inquietud y desesperación. Toda una vida dedicado a ello, cómo olvidarlo.
Una mala intención si me permite decirlo, señora. Pero buenos reflejos al fin, lo admito.- dijo el extraño muy caballerosamente.
Gracias por el cumplido. Supongo que debía de haberlo esperado de una figura tan distinguida como lo es usted, a pesar de sus raíces.- halagó ella.
Veo que es muy perceptiva, me recuerda a una tía mía, que ya pronto le diré quien es.- contestó con misterio.
Me encantaría saberlo.- aceptó ella, luego agregó:- ¿Sabe que espero a alguien?
Lo sé. Yo también los espero.- contestó él. Ambos se examinaban permaneciendo en los mismos lugares que antes, Narcisa al pie de la escalera, y el extraño frente a la puerta de entrada. Al rato, y sin que ninguno de los dos se sobresaltara, y como si fuese un sonido que oyeran con frecuencia, sonó el timbre de la casa y ambos hicieron gestos de sorpresa.
Parece que acaban de llegar.- dijo ella dirigiéndose con porte elegante hacia la gran puerta de roble, dispuesta a abrirla.
Así parece.- dijo él, apartándose lentamente del camino para dejarla pasar, y tendiendo un brazo hacia un costado, como gesto de cortesía.
Gracias.- agradeció ella con apenas una visible sonrisa, un poco forzada.
Narcisa Malfoy bajó el último peldaño de la escalera, y se dirigió elegantemente a abrir la puerta, en donde acababa de sonar el timbre. Abrió lentamente la puerta, disimulando sus ansias internas. Y allí estaban: dos figuras encapuchadas y vistiendo túnicas negras.
¿Era necesario un hechizo anti-aparición en la casa, Narcisa?- fue una pregunta de reproche.
Siempre lo es, más en estos tiempos, Severus.- alegó ella como respuesta.- ¿Y cómo lograste hacerlo? Imagino que no saben nada, ¿verdad?
Claro que no, pero su despiste no durará toda una vida, rápido muchacho, muévete.- de detrás de Snape, emergió un personaje delgado, alto y de piel pálida.- Será mejor que me vaya.- agregó.
Ahora no puedes irte, Severus. Pronto notarán tu traición y...- comenzó a decir Narcisa, quien acababa de abrazar a su hijo con inesperadas lágrimas en los ojos, olvidando sus anteriores posturas.
No, debo volver, en verdad. Procuraré que no se den cuenta y...- la interrumpió él, pero a su vez se vio interrumpido.
Demasiado tarde, Severus. Será mejor que los tres me acompañen si no quieren salir malheridos. ¡Rápido! Junten sus ropas, armen el equipaje. Y tú chico, quiero que tomes una lechuza y envíes una carta a tus amigos, necesitarán toda la ayuda posible para lograr salir de aquí.- el hombre desconocido arrastró a Draco de un brazo y lo llevó directo al pie de las escaleras, allí recogió la carta de su madre, y se la entregó sin miramientos.
Eso no será necesario, yo entregaré las cartas.- se apresuró a decir Narcisa, al tiempo que arrancaba la carta de la manos de su hijo.
Yo puedo hacerlo, no soy inútil...- replicó él.
Olvídalo, chico y apúrate a empacar. Severus, necesito hablar contigo.- aprendió el extraño.
¿Qué haces aquí? No deberías... y ¿quién te dijo que puedes tomar las riendas del asunto?
¡Bah! De todos modos, apuesto a que más tarde me llamarías. Si es necesario, protegeré con mi vida a un primo. No volveré a perderlo, no a él.
Esta bien, aunque no conozco bien la historia, pero ¿dónde nos alojaremos? y ¿cómo sabias que vendría hasta aquí?- reparó Snape mientras se dirigían a la sala de espera.
Tuve ese presentimiento... ¡Ah! y los llevaré a mi casa. Allí el chico estará bien, y tú podrás descansar. La señora también, podrá leer todo lo que quiera, y les llevaré lo que quieran. Pero por un tiempo no podrán salir de allí.- explicó el hombre.
Bien, me parece lo mejor. Al menos por ahora. Seguramente nos buscarán durante un largo tiempo.
Si, seguramente lo harán. Además, habrán muchos que se enfurecerán.
Si, pero Draco estaba asustado, y hacía tiempo que no sabíamos nada de Narcisa.
Lo imaginé. ¿Pero realmente era por el chico, o tu también lo necesitabas?
¿Salir de allí? Si, lo necesitaba. Realmente lo necesitaba.
Al rato, madre e hijo bajaban las escaleras con sus respectivos equipajes, lo que provocó que los hombres callaran. El hombre más joven, el extraño, tomó un objeto cualquiera y pronunció en voz fuerte y clara "¡Portus!" y una luz verdosa salió disparada de la varita con que apuntaba al objeto. Los demás estiraron sus manos, colocándolas sobre el objeto, y momentos siguientes, los cuatro magos, los dos equipajes, una lechuza negra y un águila de pelaje jaspeado con pequeñas manchas circulares y blancas en la cabeza con forma de corona, se desaparecieron de la enorme sala de estar, ubicada en sureste de la Mansión Malfoy.
