Disclamer: Los personajes de Tinkerbell que aparecen en las películas, libros no son de mi propiedad, pertenecen a Disney.
Rompiendo las reglas.
Capítulo 1: ¿Frío?
[Periwinkle]
Odié el tiempo por disolverse tan rápido, aquél inolvidable día estaba llegando a su fin, ya habíamos cenado y todo. Había encontrado aquello tan importante que perdí nada más nacer, Tink, mi hermana, aquella tintineadora interesante que tanto me hacía reír, con la que compartía tantos gustos, con la que me pasaría la vida entera jugando.
Por desgracia, ella era un hada cálida y las estrellas me pedían que la devolviera a su lugar. No quería separarme de ella, no queríamos distanciarnos, creamos un lazo demasiado fuerte como para permanecer separadas, no sabía qué hacer.
Ella improvisó una hoguera en mi casa, diciendo que así podría pasarse toda la noche allí, pero su tiriteo la delataba, y la temperatura iba a bajar más. Tenía miedo de que al irse no pudiera volver a verla, teníamos terminantemente prohibido cruzar las estaciones.
Y se quedó, alimentando el fuego, hablando de todo lo que teníamos en común, conociéndonos aún más.
—¿Seguro que estás bien?— me preocupaba que pudiera enfermar, quería poder estar con ella todo el tiempo posible.
Dijo que dejara de insistir, estaba bien mientras el fuego siguiera calentándola, y sonreí imaginando que nos pasaríamos la noche en vela.
Alcanzamos el mínimo de temperatura, llegó la media noche y seguimos contándonos aventuras. Odiaba no poder sentarme a su lado, ansiaba estar todo lo cerca posible de ella.
En un momento, no aguanté más. Si Tink podía soportar el frío por mí, yo podría con el fuego con ella, así que decidida, me puse hombro con hombro, recostando mi cabeza en ella.
—Eh... vas a derretirte aquí...— mi cuerpo no aguantaría más de unos minutos, pero serían unos minutos felices.
Me rodeó con el brazo, otra cosa que odiaba era que no pudiéramos mantener el contacto, nuestras pieles no eran muy compatibles. Aún así nos quedamos unidas, sufriendo por las dos.
Me dio un beso en la cabeza y se recostó conmigo, cerrando los ojos.
—Oye... no estás tan fría como pensaba— la sentí frotándose conmigo, retozando nuestro pelo, terminando con nuestras frentes pegadas. Tenía razón, ella no estaba tan cálida.
—Es verdad...— hasta sentaba bien, su tacto me reconfortara, calmaba mi corazón. Como iba con orejeras y todo, no nos habíamos tocado piel con piel.
Se quitó los guantes rápidamente, y me plantó sus manos en las mejillas, achuchándolas, dejándome con unos morros estrechos.
—Tuercas... ¿te molesta? ¿te doy calor?
—Ño...— siguió tocándome, sorprendida, manoseando mi cuello, casi haciéndome cosquillas.
—Ya no tengo frío en las manos, es como si se hubieran descongelado de golpe, no lo entiendo...— se las miró, emocionada. —¿Seguro que no te molesta?
—Que va, sienta bien— su sonrisa se ensanchó. Se las cogí, y ella misma retrocedió, distanciándose de la hoguera, con sus ojos chispeando virutas.
—¿Cómo no nos hemos dado cuenta antes?— se quitó la chaqueta, impulsiva, y de golpe me abrazó, sintiendo sus brazos en mi la parte desnuda de mi espalda.
Subí mis manos a su piel, llegando a sus hombros por detrás.
—¿Cómo es posible?— dejó de tiritar. —Me has quitado el frío que tenía.
—¿De verdad? ¿Te sientes bien?
—¡Sí!— me dio un besazo en la mejilla que me hizo reír. —Es genial Peri, podremos dormir juntas y todo~— morí de ilusión, traté de no creérmelo demasiado deprisa.
—¿Tú crees?— por la hora que era y el intenso día que llevábamos encima, irnos a la cama era la mejor de las opciones.
—¡Probémoslo!— me cogió los brazos, se dio la vuelta y se los puso de bufanda, como si yo fuera su capa. Me llevó a mi habitación.
—Entonces ¿vamos a dormir?
—No lo sé, yo no tengo sueño, sólo quiero comprobar que puedo dormir en tu casa, por si me quedo otra noche...— dio la vuelta pegada a mí, y le sonreí. Por mí podía quedarse todos los días del año.
—¡Vale! ¿Cómo lo hacemos entonces...?
—A ver... Túmbate— la solté, pero no por mucho tiempo. Después de estirarme, se recostó encima de mí y la abracé como si fuera mía.
—¿Así estás bien?
—Sí... pero tendré frío en las piernas... espera— se quitó las botas y se deshizo de sus mallas, irónico. —Quítate los zapatos tú también— obedecí, y de paso me quité los pantalones también.
Entonces se acurrucó encima de mí, de lado, enrollando sus piernas con las mías, con nuestros brazos pegados.
—Definitivamente, puedo dormir contigo, estoy muy a gusto Peri— frotó su mejilla contra la mía, más pegadas que nunca.
—No sabes cuánto me alegro, no quería separarme de ti.
—Ni yo— respiró tranquila, removiéndose encima de mí, inquieta, sin sueño. —¿Sabes qué? Creo que me quitaré el vestido también, antes de que se me enfríe la barriga— me reí porque si seguíamos así terminaríamos desnudas.
Levanté las cejas, llevaba una especie de sujetador, supongo que con esos pechos tan grandes lo necesitaba, yo en cambio no. Le acaricié el cuerpo para darle gustito, era gracioso tenerla en ropa interior tan pegada a mí.
Nos quedamos así por un buen rato, yo también me sentía genial, más que cuando salía de la ducha después de una fría ducha.
—Oye, ¿quieres que me quite la ropa también?— le pregunté, pensando que así estaría aún mejor.
—Si no te importa... estoy bien ahora pero creo que si...— nos incorporamos para que pudiera quitarme la parte superior.
—N-no llevo sujetador así que... bueno— me miró sin entender, —no mires— se rió ligeramente, supongo que de mi vergüenza.
Nos tumbamos de nuevo, y soltó un gruñido de placer al unir nuestras tripas. Recogió sus manos entre mis pechos.
—Aún no me creo que seas un hada cálida, mírate— nos sonreímos, eternizando la noche.
—Debo de ser la primera en pasar la noche en Invierno...— se puso a dibujarme círculos en mi torso, pensativa.
—¿Qué pasa?
—No quiero volver... y que me prohíban estar contigo, te quiero demasiado como para poder soportarlo— enternecí, era la primera vez que me decía que me quería.
—Yo también odio tener que vivir separadas... y yo también te quiero...— creí imposible estar más unida a otra hada, sus pupilas brillaban de amor.
—Guapa— me cayó un rápido beso en los labios que me hizo amarla aún más, fue nuestro primer beso para las dos. Ya no era mi mejor amiga, ni tampoco mi hermana, se convirtió en algo mucho más profundo. La achuché con toda mi alma encendida, poco me importaba ya el resto, lo único que querría sería estar con ella.
Pasar tanto tiempo en contacto, me provocó que perdiera cualquier mínima vergüenza que pudiera tener, y también que me excitara. Ese sentimiento siguió creciendo cuando fuimos compartiendo más besitos, más intimidades, más caricias.
En un momento, dijo que tenía frío en los pechos, y cayeron encima de los míos. Mis mejillas se encendieron, si seguía así, tan cerca de mí, tan desnuda, terminaría volviéndome loca.
Debían de ser las cuatro de la madrugada, el sueño había desaparecido por completo y nuestros besos dejaron de ser amigables cuando Tink me confesó que se estaba poniendo caliente. Me creí con todo el derecho de besarla, usando toda mi excitación, para morrear nuestros morros sin freno.
Ella también lo estaba deseando, sentía las ganas en sus impacientes labios, que tenían prisa por probarme, que me repasaban una y otra vez. Revolví mis piernas, enrollándolas con las suyas de fuera para dentro, oprimiéndola a mí con las dos manos.
Adiós al frío, ahora íbamos a morir de calor. Tocarla me hacía sentir bien, ahora deshaciéndome en su boca recibía un placer intenso que no abandonaría jamás. Nuestro aliento se fundía en vapor cuando nos despegábamos en busca de oxígeno, nos besamos con unas ganas y emoción que no podía comparar con nada.
Mis latidos hacían eco de los gritos que pegaba mi corazón, decía que no parara por nada del mundo, que siguiera como si fuera la última vez.
—P-Peri...— su enternecida voz me hizo abrir los ojos después de mucho tiempo. La veía acalorada, con sus labios reluciendo y sus mejillas enrojecidas.
—¿Hm?— yo estaba en el mismísimo paraíso.
—Quiero... más— sonreí, ya lo sabía.
—Yo también— me mordí el labio, quería más que nunca hacer aquello de lo que todos fardaban, quería descubrir lo que era hacer el amor con el hada que más amaba, quería llegar hasta el infinito con ella y quedarme allí para siempre.
—Joder, no sabes cuánto te adoro— se puso a besuquearme sin parar, arrodillándose encima de mí, con nuestras bragas rozándose. Fue haciéndome cosquillas con su lengua, paseándose por mi cuello, por mi torso, por mis pechos incluso. Se entretuvo jugueteando con mis pezones, y mi excitación se disparó.
Tenía mis rodillas inmovilizadas por sus nalgas, así que me arqueé inquieta mientras seguía comiendo mi piel. Olvidé de cómo se respiraba por la nariz.
Siguió descendiendo por mis costillas, entre cosquilleos y besos, y al llegar a mi ombligo se detuvo. Clavé mis codos en la cama para verla. No hizo falta que hablase, me bajé las bragas hasta donde pude, y ella terminó de hacerlo.
Soltó un suspiro cargado de placer, y de golpe se puso a comerme la pierna, mordisqueándome la parte interior del muslo. Luego el otro. Me revolvía en la cama ansiando que me tocara, nunca deseé algo con tantas ganas.
Separé más mis piernas para darle permiso para hacerme lo que quisiera, y entonces, se quitó su ropa interior también. No supo por qué lo hizo, tampoco por qué volvió a por mí, creí haberle dejado claro que quería que me abordara.
Lo entendí segundos después, cuando mientras me besaba con furor, unía su pelvis con la mía. Sentí su vello púbico como un rayo de emoción, se puso a mover sus caderas y al momento, estábamos dándonos placer en perfecta sincronía.
Nuestra respiración, nuestros movimientos, nuestros besos y hasta nuestros latidos formaban la canción más increíble jamás compuesta, y nuestra excitación subió al unísono sin frenos que nos pudieran parar.
Dejamos de besarnos, no porque no quisiéramos, si no porque nuestros gemidos, que iban a la vez, nos lo impedían. Tink me recogió más la pierna para que nuestros placeres estuvieran más en contacto, y así, el roce de nuestras vaginas tuviera más recorrido.
Le agarré las nalgas con fuerza para intensificar aquella maravilla, cada vez nos movíamos con más ferocidad. La cama se puso a gruñir y todo de lo fuerte que nos dábamos. Los fluidos que dejábamos correr nos lubricaron hasta el punto de sentir que tenía gelatina entre mis piernas, y seguimos.
Seguimos embistiéndonos, mordiéndonos el cuello incluso, atropellando nuestras respiraciones en altos gemidos cuando de repente, cerca de llegar al mejor orgasmo de mi vida, Tink se quejó.
—A-a-ah~ para para...— me puse en alerta de golpe, no podía ser por el frío, tenía todo su cuerpo enrojecido.
—¿Qué pasa?— la vi cogiéndose la pierna, poniéndose a mi lado.
—Me ha dado un calambre...— se tumbó hacia atrás, con cara de dolor, recuperando su aliento y respiración.
—Qué oportuno...— aproveché para verla entera, tenía la entrepierna especialmente enrojecida, brillante, hermosa. Yo no estaba muy diferente. Esperé a que se recuperara para moverme.
—Creo que ya está— le puse mis manos en sus pechos, descubriendo lo blandos que eran, y nos besamos.
—A-ah, ¿quieres ponerte encima?— tenía la espalda en la cama, no quería que pasara frío.
—No te preocupes, ahora tengo una hoguera dentro de mí— y me agarró de la cintura para llevarme encima de ella, bajando sus manos, metiendo sus dados entre mis nalgas.
Estaba de rodillas encima de ella, y me levanté lo justo para dejar espacio entre las dos. Entonces, apoyada con el antebrazo al lado de su cabeza, deslicé mi otra mano para acariciar su barriga, su ombligo y finalmente, su resbaladiza entrepierna.
Ella hizo exactamente lo mismo, tocándome en mi placer latente. De esa forma, nos masturbamos mutuamente, mirándonos desde muy cerca, retomando nuestro alocado ritmo cardíaco.
Sus dedos eran rápidos, los míos algo torpes, me lo ponía difícil con tanto ajetreo dentro de mí pero aún así no paré. Nos metimos un dedo a la vez, imparables, sintiéndonos en gloria. Mi vagina goteó con trasparentes fluidos que terminaban en mi muñeca, ella debía estar dejando un bonito recuerdo en la cama.
Nuestros chasquidos líquidos rugían con ascendiente fuerza, de la misma forma que lo hacía nuestra voz. Mis paredes internas se contraían alteradas, y las suyas lo hacían también. Ahora teníamos dos dedos dentro de nosotras, y los revolvíamos entre olas de rapidez que iban y venían.
Yo ya estaba sudando, y mi torpeza le hizo tomar ventaja. Se estaba dedicando plenamente en hacerse con mi orgasmo, sus manos tenían una especie de don. Me adelantó acelerándose sin piedad, haciéndome imposible responder a sus ataques.
Me hizo gemir como una loca, ahora ya sin que pudiera hacer nada por ella, con mi cuerpo prácticamente encima del suyo, con mis dos codos clavados en la cama. Que me besara el cuello no hacía más que complicarme por dentro, y la magia se hizo con la habitación.
—T-T-Ti~ink, voy a, voy a~ aa~ah~— una intensa sensación acarició mi vientre, inhabilitando mis fuerzas, haciendo que soltara un chorro por la vagina que sentí como la máxima expresión de placer.
Respiraba muy agitada, aún con ese cosquilleo que tardaría en irse. Ahora su mano me acariciaba la espalda, mojándomela.
—Creo que me he corrido yo también sólo con verte— reí, sin poder levantar el rostro. Nos quedamos en esa posición unos momentos, luego nos besamos con una saliva ardiente, metiendo nuestras lenguas muy dentro, notando los fluidos enfriándose.
—¿De verdad has llegado también?— asintió, dijo que casi podía sentir lo mismo que yo.
Entrecruzamos las piernas, juntándonos con fuerza, sintiéndonos con ligeros roces que mantenían ese cosquilleo vivo, humedeciéndonos sin parar.
—Quiero probar algo— dijo, al cabo de unos minutos. —¿Estás lista?
—Sí, claro, dime.
Me hizo poner de rodillas encima del cojín, de cara a la pared. Me extrañó, pero confié en ella. Después de separar las piernas, me encontré con su cara apareciendo debajo de mí.
—¿Q-qué vas a...?— sus ojos sonrieron, no podía ver su boca. Tiró de mis caderas con sus manos, bajando hacia ella y entonces, sentí su lengua recorriéndome por debajo. Un sentimiento de euforia me engulló, nunca había sentido algo así ahí abajo.
Traté de relajarme, como si pudiera, y poco a poco, sucumbí. Me devoraba con hambre, me desordenaba con sus labios, me pellizcaba el clítoris y su lengua serpiente remojaba aún más mi interior.
Volví a encenderme de nuevo, estaba prácticamente inmovilizada y apoyé la cabeza en la pared incapaz de controlarme. Arquearme no servía de nada, hiciera lo que hiciera tenía su boca pegada a mí, complaciéndome, derritiéndome.
Empecé a ver las estrellas cuando se puso a succionarme, era terriblemente increíble, si sus manos eran mágicas, su boca se convertía en diosa. No sabía si era por lo sensible que estaba después de lo de antes, pero mi excitación se disparó hacia el cielo sin control.
La cosa pasó a otro nivel cuando, Tink, atrevida, paseó uno de sus dedos por mi otro agujero. Estaba tan lubricado que apenas lo sentí cuando entró, me alcanzó la próstata y aquello se convirtió en un festival de gritos. Boté encima de ella algo descontrolada, no podía escapar de ella porque seguía agarrándome con la otra mano y siguió llevándome hacia el éxtasis.
Mi cuerpo se rindió, dándome otro maravilloso orgasmo para disfrutar, corriéndome ahora encima de ella. Caí de lado de alguna forma, tumbándome de costado con una pierna perdida, agotada.
Escuché su risa, mi cuerpo entero latía alocado. Luego se me puso encima, y al besarme con lengua sentí entrar en mi boca un cúmulo de fluidos.
—¡Mh!— me lo tragué sin querer.
—¿A que estás deliciosa?— curiosamente, no tenía sabor.
—Cielos Tink... eres increíble.
—Tú más— quise compensárselo, cuando los músculos de mi cuerpo respondieran un poco, por lo que me puse a pensar.
Mi consolador, no sé cómo no pensé en eso antes. Quizás no era tan ágil como ella con los dedos, pero sí era rápida con eso. Le dije que esperara un segundo, perdiendo nuestro tacto momentáneamente.
Volví con la mano en la espalda, echándome encima de ella.
—¿Qué traes? ¿Qué es? ¿Es un...?— asentí, iluminando su rostro. —Déjame ver~— me lo arrebató de las manos, analizándolo como buena tintineadora.
—Hala... es... ¿con qué está hecho? Parece como de goma pero...
—No tengo ni idea, me lo dio Gliss.
—Es mucho mejor que los de madera— dijo, probando su elasticidad.
—¿Hay de madera?
—En el lado cálido son de madera al menos...— lo rodeó con sus dedos, y antes de probarlo, me lo dio. —Toma, quiero que lo hagas tú— yo también quería.
—Sí.
Se tumbó, arqueando sus piernas, separándolas, y me tomé unos segundos para ver de cerca su intimidad. Su monte Venus era más pronunciado que el mío, ya lo noté al tocarla, y sus labios eran un poco más gruesos que los míos, sus caderas eran más anchas también.
Me posicioné a su lado, y recogí su lubricante con el mismo juguete, acariciándola de abajo arriba y de arriba a abajo, escuchándole gruñir deliciosamente.
Después de toquetearla un poco, me dispuse a metérselo. No me supuso ningún problema, no era tan grueso ni ella tan estrecha. Cogió aire profundamente cuando fui adentrándome en su interior.
Lo moví de lado para acostumbrarla, luego fui metiéndoselo con más confianza, y así, empecé a hacerle gemir.
Usé mi infalible táctica, con un movimiento que atacaba directamente al punto más placentero. Su cuerpo se ajetreó, funcionaba a la perfección. Como no estaba acostumbrada a hacerlo de lado, pasé la pierna por encima de ella y me arrodillé sentándome en su barriga, dándole la espalda.
Le pregunté si iba bien, como si hiciera falta una respuesta. Continué haciéndolo tal y como me gustaría a mí, yendo cada vez más rápido. La noté moviéndose de lado a lado debajo de mí, sus piernas no paraban quietas. Me pedía más, así que le di todo lo que pude, acelerándome sin piedad, sin darle un respiro.
A ratos, sus músculos se tensaban con fuerza, sus gemidos se entrecortaban sin control, y llegaba hasta a levantarme. En un intento para que dejara de moverse tanto, le cogí la pierna izquierda, quedándome de cara a su uve. Se me ocurrió algo que nunca había hecho.
Le saqué el aparatito y me eché un poco hacia atrás para besarla entre sus piernas, acercándome a bocados, saboreándola, comiéndomela con todo el hambre del mundo. Era de lo más interesante, sobretodo ahora que estaba tan encendida.
De esa forma, pude rodearle las piernas por los muslos, haciéndome con su pleno control, moviendo la lengua como nunca. Pude sentir el placer que le daba dentro de mí, entendí cuando dijo que llegó al orgasmo sólo de verme, me volvían loca sus gritos.
Una ráfaga de espasmos que me oprimieron la cabeza me hizo ver cómo eyaculaba. Cerró las piernas, rindiéndose, recuperando el aliento, dándome las gracias con sus suspiros bañados de gozo.
Me di la vuelta y gateé por encima de su cuerpo, alcanzando sus labios, dándoles sabor.
Tenía un rostro agotado, acalorado pero por encima de todo, feliz. Quedé encima de ella para seguir besándola, amándola y acariciándola.
No tuve palabras que se ajustaran a lo que acabábamos de hacer, ni a en que nos habíamos convertido, sólo tenía una cosa clara, desde aquél día no amaría a nadie como la amaba a ella.
Adormilamos el tiempo, los segundos se estiraron con nuestros cuerpos descansando, no podía más, había sido inolvidable.
Al final, con los primeros rayos de sol, apoyada en sus latidos y con el balanceo de su respiración, me quedé satisfechamente dormida.
*love*
