Un, dos, tres, el mundo al revés.

Los Juegos del Hambre fueron idea de Suzanne Collins. Los personajes, lo mismo.

Capítulo 1.

No ocupo el mismo lugar de siempre el día de la Cosecha, en el espacio delimitado por los agentes del Capitolio para los chicos y chicas de mi misma edad. En lugar de allí, me encuentro en el escenario, sentada en una florida silla entre Haymitch, mi antiguo mentor en la pasada edición de los Juegos del Hambre y Peeta Mellark, mi compañero tributo en esa misma edición, con el cual finjo mantener un apasionado romance.

Frente a mí está Effie Trinket, aunque sólo veo su peluca dorada y la parte de atrás del vestido, tan lleno de plumas que parece un pavo. Effie suelta su discurso de siempre, dando la bienvenida a los ciudadanos del Distrito al gran acontecimiento nacional que es la Cosecha y recordándoles que este año es muy muy especial. Es cierto que es especial debido a que se celebra el Vasallaje de los Veinticinco, el primero que tengo el honor de vivir, pues en el anterior, el que ganó Haymitch, yo todavía no había nacido. Pero al contrario de lo que dice Effie y resuena a través de los altavoces de la plaza, esto no es algo bueno. El Vasallaje significa una vuelta de tuerca a las normas de la Cosecha, o lo que es lo mismo, hacerlas todavía más crueles.

En esta ocasión, y para que sepamos que nadie está a salvo venga de donde venga, han cambiado el número de teselas por habitante en la urna. La ecuación es la siguiente: si tienes diez o menos teselas multiplicas el número por sí mismo tantas veces como teselas tengas, mientras que si tienes más de diez, lo divides entre dos tantas veces como decenas tenga el número de teselas que deberías tener. Por ejemplo, si llevas tres años participando en la cosecha y nunca has pedido teselas adicionales, el número de papeletas con tu nombre debería de ser tres, sin embargo este año ese número se multiplica primero por tres, por lo que ya llevas nueve y de nuevo por tres, lo que hacen veintisiete papeletas en la dichosa urna. En el lado inverso, pongamos que tienes cinco papeletas por los años que has participado en la cosecha y durante esos años has estado pidiendo teselas para ti y tus dos hermanos, deberían de entrar veinte papeletas, pero con la nueva norma se dividirían entre dos, por lo que tendrías diez y de nuevo entre dos, por lo que tendrías sólo cinco. Podría parecer que de esa manera el Capitolio ha querido favorecer a los más pobres y los que por lo tanto han tenido que pedir más teselas adicionales a cambio de comida, pero a su vez están perjudicando a los chicos más jóvenes de los Distritos, o a aquellos como Prim, a quien he intentado proteger impidiendo que pida una sola tesela adicional durante toda mi vida y hoy tiene su nombre ocho veces repetido en la urna.

Sobra decir que tengo el corazón en la boca y estoy a punto de atragantarme con él. Hay una única cosa en mi cabeza, no me importa el Vasallaje, ni la próxima boda con Peeta, que se celebrará justo después de coronar un vencedor en los Juegos. No me importa tener que regresar al Capitolio como mentora, tener que volver a ver a Snow. Todo eso queda reducido a minucias comparado con el terrible presente: Prim está ocho veces en la urna de las chicas.

Suena el himno otra vez. Que no sea Prim, por favor que no sea Prim. Aunque hoy el frio ha dado algo de tregua estoy temblando como una hoja, a pesar del abrigo de piel que Cinna ha diseñado para mí, suave y confortable, en un bonito tono lavanda. Cuando Effie da un paso hacia delante soy incapaz de seguir mirando al frente, en su lugar me miro las manos y veo como Peeta sostiene una de ellas entre las suyas, se inclina hacia mí y me susurra palabras al oído que ni siquiera entiendo, tengo el corazón retumbándome ahí dentro ahora mismo. Que no sea Prim. Que no sea Prim. Si saliera Prim ni siquiera podría presentarme voluntaria, nadie lo haría. De pronto escucho la voz de Effie de nuevo y me quedo sin aire.

─Como siempre, las damas primero.

Se hace el silencio en la plaza. No se escucha el ruido de una mosca, sólo la estática de los altavoces como un zumbido de fondo. Puedo oír el sonido de la mano de Effie revolviendo los papelitos. Me va a dar un infarto, lo sé. Me estoy empezando a marear.

─Emma Sullivan.

Abro los ojos, no sé cuándo los había cerrado. No es Prim. No es Prim y me permito soltar todo el aire que tenía en los pulmones, aliviada y a pesar del momento, feliz. No será Prim quien vaya a los Juegos, no será ella quien tenga que vivir todo lo que yo viví el año pasado, quien tenga que matar y ver morir a sus compañeros, quien puede que muera allí dentro. Ayudaré a esa chica, a Emma; haré todo lo que pueda por ella, pero estoy inmensamente agradecida de que la suerte haya estado con nosotras hoy y mi hermana no se encuentre ahora mismo subiendo esas escaleras. Con la emoción del momento me pierdo los saludos y la presentación de la muchacha. Sé que es la hija de los nuevos boticarios del pueblo por lo que incluso podríamos ser primas. Escucho de fondo la voz de Effie, su perorata sobre lo afortunada que es y lo valiente que parece, no hay voluntarios. Busco a Prim con la mirada y sonrío, luego busco a mi madre pero a quien encuentro es a Gale. Y es entonces cuando escucho la voz de Effie diciendo el nombre de nuestro tributo masculino, el compañero de Emma:

—Rory Hawthorne

Sucede lo mismo que la primera vez, soy incapaz de reaccionar. Tengo la mirada puesta en Gale y el parpadea y luego sale corriendo. Lo pierdo de vista y me pongo de pie para recuperarlo, y es en ese momento, al levantarme, al incorporarse Peeta junto a mí y agarrar mi mano con más fuerza, cuando soy consciente de lo que acaba de suceder. De nuevo es como si me hubieran arrebatado todo el aire de los pulmones, me he quedado vacía y apenas me puedo mover. Peeta me vuelve hacia sí y me sacude los hombros. No puedo ser voluntaria, Gale tampoco lo puede ser. Veo a duras penas como la familia de Gale se agarra al chiquillo mientras lo conducen hacia el escenario, veo a Gale sujeto por varios agentes de paz. El pequeño Rory. No.

Se ha montado un alboroto en la plaza. Siempre sucede cuando sale elegido alguien de doce o trece años; aunque en ningún caso sea aceptable enviar un niño a los Juegos, los más pequeños duelen más. Entre Peeta y Haymitch me han obligado a volver a sentarme en la silla.

—Lo vas a empeorar —me ha dicho Haymitch y tiene razón, si monto una escena las cosas pueden ponerse todavía más negras. Aunque no puedo hacer nada con los oscuros lagrimones que me ruedan por las mejillas dejando surcos, aparte de cubrirme la cara y emborronar todo el maquillaje que me ha puesto Cinna por la mañana.

Rory sube los escalones solo, no está llorando aunque tiene cara de espanto, me está mirando. Me gustaría devolverle una mirada tranquilizadora pero soy incapaz de evitar el horror que siento ahora mismo. Seré su mentora, de mi depende que esté niño, a quien conozco prácticamente desde que nació, el hermano de mi mejor amigo, continúe vivo. Effie lo coloca a su lado y de repente se me viene un pensamiento a la cabeza: todo esto es por mí, lo hacen para castigarme por el tema de las bayas del año pasado. No ha sido suficiente, nada de lo que he hecho: la Gira de la Victoria repleta de arrumacos y besos, prometerme con Peeta, dejar que el Capitolio planee mi boda, vestirme de novia para el país; nada ha sido suficiente para convencer a Snow de mi amor incondicional hacia mi compañero. Snow me vio con Gale y ahora se lleva a su hermano por mi culpa. Por culpa de un beso que ni siquiera esperaba recibir.

—Pero si es un valiente hombrecito –exclama Effie con su voz cantarina de siempre, aunque noto que le tiembla un poco. Tal vez sepa que somos primos.

No es que seamos primos realmente, aunque sienta que Rory forma parte de mi familia. Durante los Juegos de año pasado, la prensa acudió al Distrito para entrevistar a los familiares y amigos de los tributos finalistas. Por supuesto, no encontraron más amigos míos que a Gale, y al parecer éste resultaba demasiado apuesto para ser mi amigo, teniendo en cuenta mi incipiente romance con Peeta, así que se inventaron un vínculo familiar entre nosotros. Por lo tanto, Rory también es mi primo. No sé cómo afectará esta nueva tragedia familiar a la gente del Capitolio.

—¿Y cómo se llama este hombrecito?

—Rory Hawthorne.

—Muy bien, Rory Hawthorne, ya hemos podido ver que tu familia es numerosa. ¿Cuántos años tienes? ¿y cuántos hermanos?

—Tengo trece años.

La voz de Rory suena extrañamente firme. De nuevo no puedo verle la cara, pero su voz no hace pensar en alguien que vaya a llorar, al contario que yo, que ya he empezado a soltar hipidos. Sin embargo, Rory se dedica a responder a las preguntas de Effie con monosílabos. Si, no, y a veces ni la contesta. En seguida llegan las despedidas y se llevan a los niños al edificio de justicia.

Estoy preocupada por Gale. Me encuentro sentada en un banco, en el exterior de una de las habitaciones que usan para las audiencias. Me han debido de traer hasta aquí en volandas ya que estaba tan aturdida que ni siquiera recuerdo como he llegado, recuerdo que los Agentes de paz se llevaban a mi amigo la última vez que lo vi y supongo que su hermano pequeño está ahí dentro. No sé quién ha entrado o ha salido de la habitación de Rory ni cómo estará el pequeño. Es un niño fuerte y listo. Es bastante alto para su edad, aunque muy flaco, demasiado flaco, una copia exacta del Gale que conocí hace casi seis años. Tengo que pensar una estrategia para mantenerle a salvo, necesito un plan.

—¿Puedes parar? —me dice Peeta, poniendo su mano en mi pierna. Me mira con cara triste, no es para menos, sabe lo que esta familia significa para mí, aunque no seamos primos.

—Tenemos que pensar en algo. Haymitch tiene…

En ese momento oigo el ruido oxidado de las bisagras y me levanto de un salto. Abrazo a Hazelle en cuando la veo aparecer por la puerta, lleva a Posy cogida en brazos y a Vick sujeto con la mano que le queda libre. No oculta el dolor, está llorando y la pequeña Posy también está llorando. Vick, por el contrario parece mudo y silencioso.

Los dos niños y su madre forman un círculo extraño a mí alrededor mientras nos abrazamos. Posy me mancha el abrigo de lágrimas y yo les ensucio a ellos con los restos de mi maquillaje.

—¿Cómo está Rory? —le pregunto a Hazelle cuando deciden soltarme—. Todavía no he podido verlo

—He intentado ser fuerte, pero mira —dice señalando su cara—.Tienes que traerlo de vuelta. Tu conseguiste sobrevivir, tienes que devolvernos a Rory sano y salvo.

Asiento con la cabeza varias veces, aunque no puedo contestarle que sí. No puedo hacerlo, ¿quién podría? Ni siquiera soy capaz de preguntar dónde se encuentra su hijo mayor, si lo han detenido. El episodio de los latigazos está demasiado reciente.

—Gale está dentro —dice Hazelle leyéndome el pensamiento—. Perece que le han perdonado el pequeño alboroto que ha montado en la plaza.

Cuando desaparece Hazelle vuelvo al banco junto a Peeta. Él hace un intento de cogerme la mano, para consolarme, igual que ha hecho hasta hace un momento, pero yo la rechazo. No quiero su consuelo, no quiero el consuelo de nadie. Quiero que nada de esto hubiera pasado, quiero correr al bosque a esconderme y quiero ver a Gale. Éste tarda demasiado rato en aparecer y cuando lo hace está siendo obligado a salir por dos Agentes de Paz, que lo sostienen prácticamente en volandas.

Todo lo que estaba conteniendo por dentro estalla entonces. Se me cae el alma al suelo con solo mirarlo.

—Soltadle. Soltadle ahora mismo –grito interponiéndome en su camino. Agarro a Gale de la camisa y tiro de él para que lo suelten.

—Se negaba a abandonar el cuarto –dice uno de ellos. Veo que tiene el labio ensangrentado y no dudo que es obra de Gale.

Peeta se acerca y me agarra del brazo, justo cuando me disponía a darle una patada en la espinilla a un Agente.

—Es su hermano quien está ahí dentro. No va a causar más problemas, nosotros nos hacemos cargo –les dice.

Por suerte no se trata de Agentes nuevos, son de la vieja patrulla del 12, los que trabajaban con el desaparecido Cray.

Al soltarle, Gale se deja caer al suelo, con la espalda apoyada junto a la puerta en la que se encuentra su hermano. Antes de que le dé tiempo a esconder la cara entre las manos puedo verle los ojos, parece que haya sucedido un incendio dentro de ellos. Jamás he visto a Gale llorar. Se trata, probablemente, de la persona más fuerte que conozco. No lloró cuando murió su padre, ni soltó una lágrima cuando le cosieron la espalda a latigazos pero lo más probable es que el brillo acuoso que he visto sean lágrimas de rabia. Y miedo. Es su hermano pequeño, y ni siquiera ha podido salvarlo presentándose voluntario, como hice yo por Prim. Mis ojos no se encuentran en mucho mejor estado, aun así me siento a su lado y lo abrazo, ¿Qué más puedo hacer? Gale no dice una palabra, tampoco me devuelve el gesto. Peeta se ha sentado al otro lado de Gale y para variar, es el único con algo coherente que añadir al momento.

—Conozco a Rory –dice, eso capta la atención de mi amigo, que mira a Peeta asombrado—. Ha venido varias veces a la panadería a negociar tus presas con mi familia. Siempre saca lo que quiere, incluso a mi madre, que es un hueso duro de roer. Es más listo que nosotros tres juntos. Vamos a sacarlo de los Juegos y traerlo a casa. Te lo prometo Gale.

Sé que la promesa de Peeta no está sólo dirigida hacia a Gale. Me lo promete a mí. Se lo promete a sí mismo.

Ojalá pudiera creerle.