"Inscripción fantástica al pie de una fotografía"

Summary: Violín sin arco; relojes antiguos; gato en la cornisa, ángel con pijama rayado. Esta es un tanto triste: la del niño del parche…

Para K.A.R.F; si es que éste es tu nombre.

Prólogo

- Mira, he encontrado algo… - susurró el pequeño, con aire de sorpresa -.

En aquel instante, se sentía dichoso.

Aquella aventura "insólita", casi "terrible" para mí, se volvería entonces un ritual.

¿Fue en febrero de 1932? No consigo recordarlo…

- Sólo es una pestaña… - observé, con algo de extrañeza -.

Ciel no despreciaba ningún descubrimiento; y se limitó a examinarla con cuidado.

¿Por qué el viento jugaba tanto con las cortinas?

Quise proteger su hallazgo, y tuve la intención de cerrar las ventanas.

Su voz me detuvo en el acto. ¿O fue ese gesto de simulada desaprobación?

Ciel disfrutaba, en secreto, enseñándome ese mundo extraño que escondía de todos.

Podía representarlo con misteriosas explicaciones; y lo hacía.

Me tomaba de la mano en sueños, y también en los ratos de mágica claridad…

- La tengo desde el año 1888 – confesó, orgulloso -.

¿Cómo lucían sus párpados? Todavía los imagino azules, inquietos…

No, así eran sus ojos.

- Creí que recién te habías topado con ella… - quise refutarle -.

Fingió que no me había escuchado. Trataba de aferrarse a su pestaña…

- ¿Qué significado le puedo dar? ¿De dónde se desprendió? – se decía a sí mismo, preocupado -.

Estaba rodeado de reliquias; pero aquella estaba hecha especialmente para él, para su rara imaginación…

- Aún cuando el viento juegue a formar remolinos, de norte a sur… - se cuestionó - ¿Podré quedármela? -.

Nunca más he vuelto a verla. Sin dudas, se marchó con Ciel. Tal vez no desapareció del todo.

- El tiempo la marchitó… - le conté – Por eso, ahora, es más bonita que nunca… -.

Asintió inconscientemente, y luego alzó la vista. Manifestó un gran alivio en su mirada.

Yo comprendía sus cavilaciones infantiles, como si fuesen mías.

- Ella siente algo… - se refería a su pestaña -…más allá de la muerte del tallo del cual se desgajó -.

Inclinó su cabecita, y la dejó reposar en mi hombro. Acerqué mi mejilla a su frente.

- ¿Cuál será su historia? – insistió en saber -.

- Parece que ha volado tanto… - supuse -.

Y era la primera vez que descansaba en los dedos de un niño tan genial.

- Los deseos tienen forma de pestaña. Las pestañas son sueños olvidados. Coleccionaré miles. Las pegaré en tus párpados… -.

- ¿Con cera? -.

- ¿Cera? – dudó por un momento, y después señaló levemente hacia el candelabro a lo lejos -.

- Arderá demasiado. ¿Llorarás? -.

- No puedo llorar… - le dije -.

- ¿Y eso por qué? – musitó, estudiando sutilmente mis complejas reacciones -.

Él lo supo alguna vez.

Quizás no querría saberlo en febrero de 1932…

- Ese es mi secreto… - callé entonces -.

Ciel había aprendido a tocar el piano desde los siete. Desde los "siete" de otro siglo.

Me compuso una canción de cuna, cuando debió ser al revés. Todo lo contrario.

Ciel tampoco tuvo oportunidad de percatarse de que yo no lograba dormir. No en febrero de 1932.

Traté de hacerlo, a veces, para jugar con él.

Pensaba y pienso en cada una de estas criminales ilusiones que atan lo efímero a lo constante…

¿Qué habrá sido de nuestra antigua biblioteca?

¿Se habrá salvado del fuego, al menos, una parte insignificante de mi almacén de cuadernos y fotografías?

Durante años, una y otra vez, yo recuperé lo perdido.

Manuscritos desmenuzados y macilentos. Casi ilegibles.

Sobrevivieron, penosamente, al delito imperdonable de mil polillas.

Relicarios de plata; el pie izquierdo de un par de zapaticos.

Las plumitas de oca que hinchaban sus almohadas.

Cajitas de música; música desaparecida.

Tinta seca en el fondo de un estuche.

Unos dados dispares, y una colección de barajas…

Barajas que se destiñeron; en donde el rostro del príncipe se desvaneció.

Guantecitos, lazos, prendas chiquiticas...

Las de un niño que jamás cumplía más de trece años.

Conservé el rastro de su existencia. Dentro y fuera de mí.

Mucho, mucho más por dentro.

Yo le había ayudado a abrir la puerta de aquel armario; sellado a lo largo de un siglo.

Una columna de polvo se nos vino encima. Parecíamos muñecos de trapo gris.

Ciel robó un peldaño del orden, y ocasionó un desastre.

Había tomado un viejo manual, amarillo, de una escalera de cuadernos.

Se había sentado encima de la mesa. Casi se acuesta, incluso.

Abrió el libreto, y acercó su nariz para respirar sobre las páginas, antes de leerlas.

De todos modos, le iba a resultar imposible esto último. En 1932, Ciel no comprendía el lenguaje del solfeo.

No era aquel el siglo de mi canción de cuna.

- Tiene olor a música… – afirmó, convencido de ello -… y tiene olor a pasado. -.

Triste, era un libro muy triste. Poseía un talento sobrenatural para provocar estornudos en quiénes lo olfateaban.

- "Curso de piano. Segundo Grado. Edición Excelsior. 1888" – pronunció, suavemente -.

A Ciel le fascinaba el concepto de "música".

Hablaba a veces de música "física", y a veces, de música "espiritual".

Él podía tocar la segunda; porque amaba la primera.

- ¿Qué edad tenías en 1888? – murmuró, de repente, tomándome desprevenido -.

Estaba conversando con el cuaderno, que significaba tanto, aún sin expresar nada…

Caminó con la punta de sus deditos sobre los fantásticos dibujos, posados en los pentagramas.

Eran símbolos de música. Notas. Blancas, negras, corcheas, claves.

- Hay quiénes las observan, fascinados… - me decía -… y hay quienes las escuchan. -.

Bajó de la mesa y se echó junto a mí, en el suelo.

Incluso la incomprensión la compartimos.

Continuó removiendo las hojas, y hurgando en sus rincones.

Encontró, en las esquinas, manchas que parecían huellas de araña.

No, eran rasgos caligráficos, muy enredados.

Trazados allí, lejos, lejos de 1932.

Entornó los ojos, y tradujo la señal que encontró escrita.

- "Ciel" – leyó -. Era el primer sonido que trasladaba en una partitura.

Su propio nombre.

- ¿Es inglés, no? –.

- Sí, inglés como "Smile" – le respondí, y se sonrojó espontáneamente -.

Le llamé "Smile" en febrero de 1932.

- Es cierto… - admitió -… y como "Black" también -.

Sonreí. Ya no era el inglés su lengua materna.

- "Ciel"… - repitió, despacio – ¿Es el nombre de una mariposa, una niña, una muñeca…? ¿De quién? -.

De "Smile"…

- Alguien tocó esta canción para Ciel… - expuse -…o quizás, "Ciel" es una octava nota. -.

- Vayamos a visitar a los muertos algún día… - me suplicó -… y preguntemos por "Ciel" -.

- ¿Por qué quieres buscarle? –.

Se quedó un minuto especulando al respecto; absorto, hallando un motivo.

- Debió ser especial… - dijo, finalmente -.

- Lo fue… - reconocí -… lo fue cuando su nombre quedó inmortalizado, como una hermosa alucinación, en el renglón perdido de una partitura -.

Me estaba agarrando tan fuerte a sus manitos, que las enrojecí.

Ciel no se asustó. Continuó cogido a mí, y entendía que de esta manera era capaz de protegerme.

En esa misma página, él encontró signaturas. Otros vestigios.

Habían marcado con un círculo un par de notas. Para resaltarlas.

Ahí se había quedado el pianista, tocando.

Y por asomo, ahí estaba ella. Fue cuando Ciel susurró…

- Mira, he encontrado algo… -.

Es curioso.

No pude evitar plantearme las mismas interpelaciones que Ciel.

"¿Cuándo se habría caído aquella pestaña?"

¿En diciembre de 1888? ¿En febrero de 1932, segundos antes?

-… las pestañas son sueños olvidados…-.

Sin dudas, ha habido sueños olvidados en todas las épocas.

- ¿Sabes? No incluiré esta pestaña en mi colección… -.

- ¿No la guardarás? –.

- No… - me prometió -.

Un sueño olvidado…

- Le pondré "Ciel" a esta pestaña… -.

- ¿Dónde la dejarás? -.

- Que quede dentro del Excelsior… - sentenció -…para nosotros, estará registrada en otra parte -.

Cerró el manual de un golpe. Se arrepintió de tal brusquedad, pero temía cerciorarse…

- Abriré mi colección de pestañas, y escribiré… -.

Un evento que no siempre tiene aniversario…

- …"Canción eterna para Ciel. Descubierta el 29 de febrero de 1932" -.

Hay años en los que nadie recuerda esta fecha; en los que parece que tal pestaña no existe.

En los que Ciel no es más que una invención, un antiguo personaje, una melodía.

Tomé una instantánea del momento en que el arco de su violín se hundió en el fondo del Támesis…

Me llevé la imagen inmóvil de aquella bolita de pelos, con bigotes lacios, porque tenía los ojos azules…

Capturé la escena única, de 1887, en que el reloj de la mansión Phantomhive marcó la medianoche, y era 14 de diciembre…

Recorté la foto de aquel periódico, cuando salía en muletas por las puertas de Auschwitz, con su pijama a rayas…

Hay una…que es particularmente triste.

Apenas se pueden distinguir las formas. Casi nada.

El rostro del niño se ha desdibujado.

Detrás, las circunstancias, se vuelven neblina.

Un parche cubre su ojo derecho.

El izquierdo mira, un tanto nostálgico, hacia algún lugar…

Delante del chico aparece un cuaderno; si, tal vez…

Una partitura. Podría, o no podría haber cientos de justificaciones para esa partitura,

Quizás el niño estaba tocando. Quizás estaba componiendo.

Si así lo hizo, sin dudas, escribió su nombre en la esquina de la página.

Esa fotografía se quemó en un incendio, hace décadas.

Como si nunca nadie la hubiese tomado.

No obstante, al pie de la misma, se podía leer la siguiente inscripción:

"Joven amo, 12 años. 29 de febrero de 1888".

Luna Lillencraft dice…

A quiénes hayan leído el prólogo de esta historia, y escuchado, espiritualmente, la melodía de mi canción, les pido un único deseo a cambio. Escriban. Escriban nuevos fanfics cuando tengan un tiempo libre. No se sientan cohibidos a la hora de publicar sus cuentos, porque, con certeza, no hay nada tan fascinante como compartir los anhelos de la imaginación con alguien más.

En mi caso, les agradecería con el alma que, uno de estos días, cuando esté lloviendo afuera y no haya electricidad en casa; cuando la clase de Física no les esté animando mucho, cuando simplemente una historia fugaz se les aparezca, sin permiso, y la inspiración les pida un minuto de cuidado; ya saben, cuando piensen en el triste Ciel y su demoniaco mayordomo, que no les dejen ir fácilmente y escriban algo al respecto. No importa que sólo sean un par de párrafos, o un diálogo, o una escena sin mucho sentido particular.

Nada me hace tan feliz como encontrar las historias que ustedes muestran. Juro que me he sorprendido de cuán infantil puedo llegar a ser, y en parte, les debo mi alegría a todos los escritores de este sitio. Vamos, no se desalienten; si tienen algún fic guardado en el abismo del disco duro, o garabateado en las últimas páginas de un block, no lo arrojen al olvido. Siempre, siempre, siempre… hay algo hermoso escondido en lo que escriben.

¿Qué hay de mí? Pues, realmente, llevo dos años entrando con frecuencia a esta comunidad. Procuro hacer un tiempo, al menos una vez a la semana, para pasearme por la FanFiction. Sin dudas, este es un proyecto genial, así como lo son todos los que se han sumado a él.

Mi nombre es Mónica; y, según mis padres y mi carné de identidad, tendré unos 17 años. Les advierto que suelo comportarme como si tuviera 8, se ha vuelto un hábito. Adoro hacer amistades, así que, si alguno de ustedes quiere conversar un ratito o… no sé, ¡mucho rato! (jajaja), no duden en escribirme a

En fin, volveré la semana siguiente. Sobre este fic… wow, qué idea tan rara he tenido anoche.

Viajes en el tiempo, fotografías que no existen, pestañas, pianos… ¿Qué creen?

Aunque el prólogo está algo triste… tengan un buen presentimiento.

¡No me dilato más! ¡Un placer escribir para ustedes!

¡Mucha suerte!