Cualquier tipo de crítica es siempre bienvenida. Ahora, veamos qué onda! ;)


Capítulo I

Recuerdo que me había levantado muy decidida. Estaba segura de que aquel día era el cambio; estaba segura de que era el primer día del resto de mi vida. Y, sí, así lo era. Pero, ¿cómo lo sabía? Porque venía planeando ese monumental comienzo desde hacía años, ¡desde que tenía uso de razón! Bueno, sigo con el relato: Ese era el día.

Comenzaré por el comienzo, creo que es lo más justo. Cuando tenía 11, mi madre murió en un accidente automovilístico. Eso fue un gran golpe para la familia Weasley, en especial para mi padre; no digo que no lo haya sido para Hugo y para mí, pero nosotros éramos niños, bastó con decirnos que se había ido de viaje para que dejáramos de hacer preguntas por un par de meses; estábamos dispuestos a creer cualquier mentira con tal de no afrontar la cruda realidad. Pero mi padre, oh... Él estaba destrozado. Recuerdo cuando los oficiales de policía llegaron a casa a hablar con él, querían que fuera a reconocer el cuerpo. Obviamente, yo no comprendí ésta escena hasta muchos años después: Cuando llegó... Aun hoy es casi indescriptible su estado. Imagínate que mi padre era un súper héroe para mí, él era esa roca inamovible capaz de chocar con un objeto imparable y aún más. Y, esa noche, cuando llegó tenía los ojos y la nariz enrojecida como quien ha estado llorando, con la mirada tan perdida, tan vacía... tan muerta. Ese hombre que regresó a casa no era mi padre; era un desconocido mucho mayor tan... tan desgraciado.

Pero, en fin, no en vano dicen que el tiempo lo cura todo. Tal vez no curó las heridas que quedaron en mi familia, pero sí pudo hacer que convivir con la falta de mi madre se hiciera costumbre y no doliera tanto. Aprendimos a llevar su falta y a ser, como ella habría querido, feliz en su nombre y en su ausencia. Solo hicieron falta muchos años y bastantes psicólogos para el problemático Hugo y la antisocial Rose, pero en fin, pudimos superarlo.

A diferencia de lo que muchos creerían no tuve una adolescencia especialmente difícil; claro que Hugo era otra historia. Pero si de mí hablamos, no fue tan dura: Sí, no tuve muchos amigos, pero estaba rodeada de primos, tíos y abuelos que me querían, que hacían todo lo posible por reemplazar el papel de mamá. Nunca lo lograron, pero hay que admitir que se acercaron bastante. Y, al fin y al cabo, papá nunca faltó. Bueno, retomando: no fue difícil, no mucho. Además como en el colegio me iba bien, tenía buenas calificaciones; y, a lo que quería llegar: tenía un novio. Scorpius. Scorpius Malfoy. Nos conocíamos desde que tenía memoria; y cuando crecimos nos hicimos novios, unos meses después de lo de mamá. Él me ayudó mucho a superar mis problemas con el mundo y con la vida: me mantuvo a flote y me mostró la luz y la felicidad en donde el panorama era solo oscuridad y tristeza. Scorpius era un buen chico; el mejor que tuve la oportunidad de conocer: era lindo, simpático, inteligente y sobre todo, interesante. Era un persona con la que podías hablar horas sin aburrirte, sin pasar silencios incómodos, y siempre con una charla interesante; era esa persona con la que querrías pasar el resto de tu vida para poder terminar de conocerla. Y, sí, me gustaba pasar tiempo con él. Cuando estaba con él era la persona más feliz del mundo. Pero, la cuestión es que, simplemente, no podía darle el resto de mi vida, solamente para conocerlo. Nuestros caminos tenían que separarse en algún momento. Y ese momento había llegado. Esa mañana, cuando me desperté con la iniciativa de empezar esa nueva etapa, estaba feliz por todo lo que una nueva etapa conlleva: solicitudes para universidades, una beca por calificaciones, tal vez mi primer trabajo; y... por más que me doliera, dejar a Scorpius. Lo quería, sí. Pero él quería ser un simple profesor de preparatoria, como mucho, director, con una modesta casa pequeña cerca del trabajo y un par de niños, tal vez un perro; mientras que yo... yo quería fama; quería destacarme en mi trabajo, ser la mejor; no quería niños estorbando en mi camino. En fin, lo que quería decir es que era el momento de separarse y no entorpecer el sueño del otro. Yo no quería enchufarle mi estilo de vida pero tampoco quería anclarme al Titanic junto a él. Estábamos hechos de maderas diferentes; y, simplemente, esto no podía continuar, no importaba cuánto me doliera. Así que ese era el día. Todo empezaba y terminaba allí.

En fin, me había llegado la carta de admisión de la Universidad de Oxford. Por la tarde Albus, mi primo, pasaría a buscar mis cosas para ayudarme a mudar a su departamento, que quedaba convenientemente cerca del establecimiento escolar.

Cuando ya tenía todo preparado decidí dar una vuelta por mi habitación por precaución, para no olvidar nada. ¡Y ahí estaba el problema! Cuando salí, ya dispuesta a subir al auto de Albus e irme por siempre, lo vi. O mejor dicho, él me vio. No es que fuera una cobarde, solo que... No quería estar ahí cuando él recibiera la noticia. Pero él no se merecía eso; y mucho menos de mi parte.

-Scorpius...- supliqué. Él no me miraba, ya sabía lo que venía después.- Soy un monstruo, lo siento tanto.-los ojos se me empezaban a nublar.- Y te mereces una explicación te mereces a alguien mejor que...

-¿Y si no quiero alguien mejor?- me interrumpió abruptamente. Sonaba realmente dolido; pero aún así, se negaba a mirarme.

-Sé que no soy la mejor persona para ti. Tenemos planeas diferentes, y yo solo... Solo...- me costaba seguir; poco a poco un nudo se fue formando en mi garganta y me impedía continuar hablando.

-No te vayas- me suplicó y ahí sí se fijó en mí, posando sus metálicos ojos en los míos. Pude ver perfectamente el dolor que le estaba causando, pude ver la súplica escrita en sus ojos. Pero yo tenía que irme.

Quise decir algo más, quería que él supiera que lo amaba, pero ninguna palabra salió de mi boca. Le sostuve la mirada hasta que se me puso borrosa la vista y mantener a raya las lágrimas se volvió casi imposible. Lo quería: era mi novio y mi mejor amigo. Pero tenía que irme. Contuve los sollosos que pugnaban por salir. Cerré los ojos y suspiré profundamente, tratando desesperadamente de ganar la ya perdida batalla contra las lágrimas. Cuando los abrí solo vi su espalda alejándose. Tragué saliva y me entregué al llanto hasta el cansancio. Dos horas más tarde, salí rumbo a la universidad de Oxford para nunca más volver.

10 años después...

Cuando el sol veraniego le pegó en la cara, Rose se levantó con la intensión de cerrar las cortinas. Se quedó mirando por la ventana, la vista era increíble. Suspiró y se acarició una mejilla, mientras miraba el anillo que reposaba en su mano. Se sintió feliz. Al final, tantos años de esfuerzo habían servido de algo. Tenía el trabajo que había soñado desde siempre y estaba casada con el hombre más guapo de todos.

El teléfono sonó y la sacó de sus pensamientos. Contestó: llamaban de la oficina para recordarle la cena de esa noche. Esa cena, probablemente, significara una aumento porque lo tenía todo: tenía una vivienda, una economía estable y un marido. Tal vez le dijera a sus jefes que planeaba tener un bebé, si eso servía para el ascenso. Pero, en fin, sólo era cuestión de presentarse con su esposo a la bendita cena, sonreír y todo marcharía bien; tendría el aumento asegurado.

Miró, distraídamente, el hueco vacío en la cama, no había nadie allí. ¿Dónde diablos se habría metido Adam?

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La muchacha rubia besaba fervientemente el cuello del hombre mientras desbotonaba su camina y sus manos se deslizaban por el pecho del castaño hasta llegar a el cierre de su pantalón. Ambos se contenían, pero de vez en cuando lanzaban algún gemido reprimido. La oficina era segura, pero había gente trabajando fuera y no podían arriesgarse a ser descubiertos; aunque eso los excitaba más. Luego de un sonoro suspiro por parte de la rubia, el teléfono sonó. El hombre dudó pero, finalmente, decidió ignorarlo para continuar con su tarea.

-"Adam,-dijo una vos femenina desde el intercomunicador- soy yo, Rose. No quiero molestarte en tu horario de trabajo, sé que estás ocupado. Solo llamaba para recordarte la reunión de esta noche. Por favor, no llegues tarde. Esta cena es importante para mí...- hizo una pausa y después agregó- Te amo. Adiós."

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-¡Oh, Rose, mírate! Estás bellísima- dijo Bianca, una compañera de trabajo. La pelirroja bajó la mirada y se ruborizó ante el cumplido-. Dime, ¿dónde está Adam?

-Surgió algo de imprevisto. Todavía está trabajando- respondió. Suspiró y expuso una sonrisa triste-. Si me disculpan, -dijo refiriéndose a Bianca y a su acompañante- tengo que hacer unas llamadas.

Rose fue directo al baño de damas de la recepción. Cuando entró, se dirigió a un cubículo, cerró el pestillo y sacó el teléfono de su pequeña cartera. La verdad era que no tenía idea de dónde se hallaba Adam. Marcó el número de su esposo y esperó. Nadie contestó, así que dejó un mensaje; el número 11, para ser exactos.

-Adam, soy yo, Rose, de vuelta. ¿Se puede saber dónde estás...?- en su tono podía identificarse un poco de histeria contenida. Suspiró- Olvídalo. No es momento para esto- dijo calmándose-. Ahora, estoy en la recepción. Llámame.

Después de cortar, salió y se lavó la cara. "Tienes que tranquilizarte. Aparecerá. Adam vendrá" pensó. Se miró en el espejo y suspiró profundamente mientras repetía sus pensamientos una y otra vez, hasta que surtieran un efecto tranquilizador.

Cuando terminó de auto-convencerse salió del baño y divisó a sus jefes, ambos acompañados por sus esposas. Instantáneamente, se dirigió al lado opuesto del salón. Tenía que ganar la mayor cantidad de tiempo posible y evadir el momento de conversación con sus jefes, hasta que Adam llegara. No podía presentarse sin él; recordaba perfectamente las palabras de uno de sus superiores "Rose, hay un solo puesto posible para ti en esta institución; pero para que llegues es necesario que seas el tipo de mujer que estamos buscando. Ya sabes: una mujer establecida, con un marido o una familia. Un ejemplo modelo. Pero sé que lograrás convencernos en la cena".

A lo largo de la velada, Rose se dedicó a conversar con diferentes compañeros de trabajo y a mirar, de manera casi excesiva, su reloj de muñeca. Adam seguía desaparecido. Ni siquiera había contestado sus mensajes. Rose ya empezaba a preocuparse por la situación: últimamente, él se iba temprano y llegaba tarde; no solía contestar sus llamadas, pero eso se debía a que estaba muy ocupado con el trabajo. Pero esto, ya era preocupante. Su ausencia no era tan prolongada. Miró el reloj nuevamente: doce y diez.

-Rose, no queremos creer que nos has estado evadiendo toda la noche- dijo una voz masculina en son de chiste, a su espalda. La pelirroja dejó de respirar por algunos segundos. Tragó saliva: Necesitaba más tiempo. Se dio vuelta con una sonrisa fingida y saludó a sus superiores.- Estás muy bonita. El rojo te sienta bien.

-Muchas gracias- dijo, con intensión de manejar el rumbo de la conversación-. La recepción ha sido espectacular. ¡No sabía que fuéramos tantos los que trabajamos en un solo edificio!

Ellos rieron. Finalmente, el Señor Scrimgeour Jr., un hombre de avanzada edad y cabello canoso, dijo:

-Eso es porque te tenemos reservada, Rose querida. Tú estás hecha para otras cosas. Pero, dime, ¿dónde está el tan nombrado Adam Zabini?

Para Rose eso fue como un baldazo de agua fría; pero superó, rápidamente, su primera impresión y con una sonrisa fingida contestó:

-Surgió un imprevisto. Todavía está trabaj...

-¿Es que, acaso, el Señor Zabini antepone el trabajo a su esposa?- la interrumpió la acompañante de Scrimgeour. Rose tuvo que tragarse la rabia que le causó ese comentario mal intencionado.

-Yo pienso que es una cualidad muy importante y valiosa- respondió, tal vez un poco más cortante de lo que habría querido.

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Eran ya las cuatro de la madrugada cuando Adam abrió sigilosamente la puerta de su dormitorio. Tomó una valija y empezó a guardar ropa y papeles importantes en ella. Cuando hubo terminado se dirigió a la cama. Rose yacía dormida, destapada. Parecía haberlo estado esperando. Adam sacudió levemente su hombro.

-Rose... Rose...

La aludida despertó. Esperó hasta que se le acostumbrara la vista a la oscura habitación y se fregó los ojos. Después de unos segundos pudo distinguir a su interlocutor. La rabia empezó a invadirla de a poco; pero antes de que pudiera decir algo, él habló:

-Rose, quiero el divorcio.