Disclaimer: InuYasha y sus personajes no me pertenecen. Son propiedad de Rumiko Takahashi. Esta historia está escrita con el único fin de entretener y sin ánimo de lucro.

Advertencia: violencia psicológica y física, situaciones de naturaleza sexual, lime, lemmon, lenguaje adulto, muerte de personaje.


"El soñador que se ha levantado,
Pierde aquel sueño que pudo haber alcanzado.
Pues la realidad no es más que lo contrario a lo deseado,
Y del delirio a la verdad sólo es posible soñando."

Duerme y Olvida Vanexxa


Duerme y Olvida

Mentira: Kagura sí se quedó con la duda, por mucho que no quisiera aceptarlo y por mucho que pasó días y noches enteras repitiéndose una tras otra y tras otra vez que sólo pensaba tonterías alimentadas por un coraje cimentado en la indignación, en un intento desesperado, pero vano, por no dejarse caer ni enredar por artimañas como la mariposa cae en la trampa de la araña.

La propuesta seguramente tenía como único propósito el fastidiarla –propósito que, claramente, se estaba cumpliendo-, sobre todo por el hecho de que cumplía con el trabajo de despertar la natural curiosidad que la demonio del viento poseía, y que no siempre le resultaba grata, pues la mayoría de las veces terminaba encontrándose con cosas que no le gustaban o de las cuales poco después se arrepentía, aunque muchas veces le fueron relativamente útiles para cumplir sus metas, aunque fuese poco a poco y aún se antojaran imposibles. Las tonterías de una soñadora que seguía creyendo en la esperanza a pesar de haber nacido, visto y vivido de primera mano la encarnación del mal.

Tal y como Naraku le había dicho días atrás, siguió lloviendo. El calor era sofocante cuando las lluvias se detenían; la humedad dejada por el aguacero era exhalada por la tierra todavía húmeda cuando el calor volvía, y la condensación resultaba asquerosamente incómoda y pegajosa como tomar un baño en un sauna a la fuerza. Cuando volvía a llover el clima se tranquilizaba e incluso el ambiente llegaba a ponerse helado, un tanto insoportable de igual forma, y Kagura era demasiado perezosa cómo para cambiarse de ropas cada que al clima se le ocurría moverse de un extremo a otro caprichosamente. Pero durante las horas más oscuras de la noche, el frío podía calar hasta los huesos.

En pocas palabras, Kagura nunca estaba a gusto, aunque Naraku le asegurara aquella noche que él mismo había provocado las lluvias con la llegada de la canícula para cumplirle, condescendientemente, un pequeño capricho a su sirvienta más rebelde.

Y ya esperaba seguramente que en los próximos días viniera a cóbraselo de alguna forma, lo hubiera hecho él o fueran no más que fanfarronerías.

Ella no se lo creía… no tanto. Naraku nunca le decía nada, así que desconocía qué tanto alcance tenían los poderes y habilidades de su amo. Tal vez sólo había sido una coincidencia y él se estaba colgando de ello para fastidiarla, y estaba funcionando. Pero le preocupaba, más que molestarle.

Si Naraku tenía esa capacidad, la de controlar el clima, ¿qué tan fuerte y hábil era entonces? Controlar la naturaleza no era cualquier cosa, y ella lo sabía bien siendo la misma hechicera de los vientos. Su única esperanza para ver muerto a Naraku, era Sesshōmaru, quizás InuYasha, pero no le daba tantas expectativas al pequeño perro bastardo como a su insoportable e indiferente hermano mayor, y Kagura sabía bien que Naraku incrementaba sus poderes día a día, con cada fragmento que caía en sus garras y la manera descomunal con la cual lograba dominar los poderes que estas le brindaban sin perder el control o desquiciarse. El poder parecía no volverlo más loco de lo que ya estaba. ¿Podría, realmente, Sesshōmaru hacerle frente a su amo, aunque este llegara a tener la Perla completa? Kagura quería pensar que sí, porque de lo contrario podía darse por muerta de una buena vez y hacer el lío de los líos para que su creador terminase de matarla, si se ponía pesimista.

Pero qué va; Naraku era de armas tomar. En todo caso de que no fuera capaz de controlar el clima y estuviera mintiendo, por lo menos, tenía bajo su yugo a la representante y encarnación del viento, y eso ya era como controlar directamente uno de los principales elementos de la naturaleza. Nada mal para un miserable híbrido que había nacido como bastardo de su misma maldad.

Y en todo caso de que Naraku sí fuera capaz de lograr semejante proeza, eso sí que le estaba amargando la existencia. ¿Por qué? Era como si el clima respondiese a los caprichos que Naraku se guardaba, porque desde que había comenzando a llover, la humedad era insoportable. La ropa parecía estar mojada y fría todo el tiempo, su piel estaba un poco pegajosa, a menos que aprovechara los momentos de lluvia para refrescarse, y cómo no, lo que más la fastidiaba eran los rayos y truenos.

Si Naraku estaba provocando eso, sin duda ese detalle lo estaba haciendo apropósito, después de conocer su pequeño miedo a aquellas abominables descargas eléctricas; no un miedo en si, sino más bien una molestia. Podía luchar contra demonios iracundos, enfrentar la penetrante mirada de Naraku y desafiarlo incluso cuando su vida dependía de él (no cualquiera se atrevía a ponérsele al tú por tú con semejante desventaja) o arriesgarse a ser asesinada en cualquier momento si acaso daba un paso en falso o llevaba mal alguna misión, pero no toleraba los rayos.

Eran impredecibles y escandalosos, y para su vergüenza la sobresaltaban cuando se lucían especialmente ruidosos en lo alto del cielo. Mucho menos la dejaban dormir en paz. Los últimos días, si ya padecía un poco de insomnio, la cosa se había vuelto más insoportable, porque cuando llegaba a dormir, los truenos la sacaban incluso del más pesado sueño, ahogando un gritillo y tomando rápidamente su abanico, alerta. Prefería que entrara InuYasha y compañía en plena noche a atacar el castillo que soportar eso una maldita noche más.

Y ese era uno de esos momentos: estaba echada sobre un futón, despierta desde un buen rato atrás gracias a uno de los rayos que la sacaron de su sueño, obligándola a dar mil vueltas entre la tela que la cubría y tratando de conciliar de nuevo el sueño. ¡Estaba muerta de sueño! Pero no podía dormir, no con ese escándalo constante. Se restregaba furiosa las manos contra el rostro, lamentándose el ser tan remilgada y gruñendo como un león enjaulado al que mandaron a su jaula sin cenar.

Al cabo de unos pocos minutos, milagrosamente, los rayos parecieron desaparecer, así que se dio la libertad de cerrar los ojos a ver si el sueño volvía a ella, pero era demasiado bueno como para ser verdad, porque justo cuando estaba sintiendo que su cuerpo desaparecía y perdía la conciencia para dar la bienvenida al ansiado descanso que tanto necesitaba, un rayo especialmente fuerte atronó entre las nubes e iluminó fugazmente las habitaciones del sombrío castillo con las proyecciones de luces violáceas y tóxicas del campo de fuerza, despertándola abruptamente.

—¡Ya no lo soporto! —gritó, irguiéndose sobre sus codos y golpeando el piso con las manos.

Si Naraku la iba a tener privada de su libertad el resto de su vida, al menos hasta que la matara o ella se librara de sus cadenas, por lo menos debía tener la maldita gentileza de dejarla dormir en paz, ¿o no? Le parecía lo mínimamente justo.

Sin perder más tiempo, se ató el cabello descuidadamente, medio se arregló la ropa de dormir, que no era más que un sencillo yukata color malva atado con su obi amarillo y, a paso rápido y seguro, fue directo a la habitación de Naraku. De una vez también descubriría qué tan cierto era eso de que la iba a estar esperando. ¡Vaya broma! Y si no era así, ella misma lo despertaría, así tuviera que arrojarle un balde de agua fría en su horrorosa cara.

Bueno… probablemente no se atrevería a dejarse el pellejo en una pequeñez como la ultima, pero siempre era esperanzador soñar.

Por primera vez el castillo le pareció asquerosamente grande. Caminaba a grandes zancadas, pateando de aquí para allá, entre aburrida y enojada, los esqueletos de los guardias y sirvientes que habían quedado en el palacio y que uno a uno fueron sucumbiendo al veneno de su amo, o bien, los que se mataron entre sí.

—Vaya manera de matar… —murmuró Kagura con un gesto de repulsión mientras pateaba el cráneo de uno de ellos, mirándolo con aire despectivo, a pesar de ser esos mismos esqueletos su mejor ejercito de muertos y la más impactante y escalofriante de sus danzas.

De pronto lo recordó; hace tiempo que no pensaba, ni quería, pensar en ello.

Mientras Naraku usurpó la identidad del antiguo jefe del castillo, dejó que poco a poco su tóxico veneno se filtraran por todo el lugar, haciendo caer en desesperación y pánico, en medio de la más asquerosa de las pestes, a cada uno de los habitantes del palacio, creyendo, llenos de confusión y espanto, que el castillo y su terrateniente habían sido maldecidos, o que una extraña y mortífera enfermedad los estaba matando de a poco, uno por uno, hasta que no quedó nadie con vida más que las bestias que habitaban ahora sus desérticas y pestilentes habitaciones, caminando entre ellas como nítidos fantasmas justo como ella lo hacía en ese preciso instante.

No había pasado demasiado tiempo desde aquello. Ella había nacido cuando todavía el castillo estaba en su auge, pero en su pronta caída, sin siquiera sospecharlo, y cuando quienes vivían ahí creían que Naraku era el hijo único del terrateniente, Hitomi Kagewaki. Aunque nunca pudo conocerlo. Para cuando escuchó de él, Naraku ya lo había asesinado y robado su identidad.

Recordaba muy bien cómo todos quedaron desconcertados cuando de pronto una mujer demonio apareció en el castillo, peor aún, que su jefe la dejara quedarse en el palacio a sus anchas. En aquella época muchos también creyeron que la culpable de las muchas muertes en el lugar las estaba provocando ella. Primero recordó con cierto placer cómo todo el mundo huía de ella, sus rostros llenos de impotencia al verla alejarse, sabiendo que no podían tocarle ni un cabello al tener el favor de su joven señor; no podían hacerle nada, y recordó también la furia que sintió cuando se dio cuenta de que Naraku solamente la había utilizado como tapadera y carne de cañón, convenciéndola a base de promesas y mentiras. Como hacía siempre con todo el mundo, todo el tiempo.

A veces sentía que ni siquiera valía la pena tomárselo personal.

—"Qué ser tan miserable" —Pensó iracunda, apretando los puños y la mandíbula con tal fuerza que pensó que ella misma se quebraría los dientes.

Tan enojada estaba, inmersa en sus pensamientos y con el escándalo de los rayos como música de fondo, que al cabo de unos segundos comenzó a caminar sin pensar hasta terminar por perderse. Por primera vez en su corta vida se perdía en ese castillo, aunque sabía bien –y lo había aprendido de mala manera- que ese lugar tenía muchos más recovecos y secretos que ella aún desconocía. Muchos de ellos no deseaba conocerlos, tampoco.

Aunque tal vez no estaba tan perdida.

A pesar de que el lugar era gigantesco, prácticamente una fortaleza, curiosamente, dentro de su duda por el camino que debía tomar ahora, sus pies la condujeron por si solos hasta el pasillo donde se encontraba la sala principal, la que ocupaba Naraku y donde pasaba la mayor parte del tiempo. La habitación había pertenecido a Hitomi Kagewaki cuando tomó posesión del palacio y las tierras de su padre, quien a su vez había dormido incontables noches entre esas paredes, pero desde entonces aquellos eran los aposentos de Naraku.

Nadie entraba ahí, no sin permiso. La única que se atrevía a hacerlo era Kagura, y aún así se había atrevido pocas veces. Detestaba el lugar, le daba la impresión de que esa área del castillo apestaba más a muerte y veneno, que el solo aspirar el aire que allí reinaba era suficiente para pudrir los pulmones y que la energía acumulada era incluso demasiado densa y maligna hasta para alguien como ella al punto de causarle escalofríos, aunque sólo era su imaginación y su desprecio hacia Naraku manifestándose de una manera casi física y palpable.

Sólo iba a ese lugar cuando él la llamaba, y fue entonces que se preguntó, ¿qué mierda hacia yendo a ver a Naraku? ¿En qué estaba pensando?, se dijo, una vez que estuvo a unos pasos de las puertas que cerraban la habitación; peor todavía, lo estaba yendo a ver –a soportar su detestable presencia- por una pequeñez como lo de los truenos, que aún así no sabía con certeza si eran a causa de Naraku o no.

Pero bueno, ¿qué podía perder? Definitivamente no más dignidad de la que ya había perdido con el simple hecho de nacer como su extensión. Desgraciadamente, tampoco controlaba muy bien sus impulsos, y cuando se daba cuenta, ya era tarde. Naraku le había heredado la inoportuna habilidad de meterse en problemas cada que podía. Claro, podía perder la vida si fastidiaba de más a su creador, pero… ¡no iba a quedarse callada mientras él se burlaba a costa suya! No estaba pidiendo su libertad, sólo el simple y necesario derecho de dormir en paz, y si Naraku quería guerreros para que hicieran el trabajo sucio por él, con aún más razón debía darles un poco de descanso de vez en cuando.

Era más fácil pensarlo que hacerlo. Esto Kagura lo supo cuando sus pies, por si solos, trastabillaron entre sí antes de acercarse un paso más a la habitación, como si se negaran a obedecerla. Tuvo que recargarse en la pared para evitar caer penosamente en el suelo, y una vez que recuperó el control sobre sus extremidades, caminó a paso seguro y furioso a la habitación, como si jamás en su vida hubiese conocido la lacerante sensación de la duda martillando su cabeza.

Mientras se acercaba, vio una figura sentada en el otro extremo del cuarto, entre sombras oscuras como carbón y luces violáceas. Para su suerte, Naraku estaba despierto, pensó al abrir bruscamente las puertas.

—¡Es suficiente, Naraku! —vociferó una vez que estuvo adentro, sin mostrar duda o temor alguno en su voz, pero al instante un mal presentimiento la invadió: había llegado de la misma manera la primera vez que se dio cuenta de cuán maldito podía ser su amo, cuando le dio a entender sin miramientos que no era otra cosa más que carnada que podía manipular a placer. Aquel penoso recuerdo la obligó a calmarse—. Ya te divertiste bastante, ¿no crees?

El aludido volteó a verla, arrugando las cejas y parpadeando un par de veces en un gesto sincero de confusión como pocas veces se le veía. Lo que menos esperaba es que Kagura llegara esa noche, ya tan tarde, reclamando quién sabe qué cosa, a menos, claro, que se refiriera a su corazón y libertad, y no le extrañaría que le pegaran histerias donde tenía arranques idiotas de valentía.

—¿De qué demonios hablas? —La miró confuso, ladeando un poco la cabeza y comenzando a arrugar las cejas.

—¡De es…!

Sus palabras se vieron interrumpidas cuando un implacable estruendo hizo eco e iluminó unos instantes la oscura habitación. Kagura cerró fuertemente los ojos, entre enojada y sobresaltada. Se había delatado en unas pocas milésimas.

—De eso, precisamente —terminó de aclarar. Naraku, por otro lado, miró discretamente a su habitación, buscando intrigado aquello que tanto estaba molestando a su extensión. Y siendo sinceros últimamente no había hecho nada de manera intencional contra ella como para ganarse aquellos reclamos sin razón aparente.

—¿Qué cosa? —Fue lo único que atinó a decir, provocando que la hechicera de los vientos gruñera y apretara los puños.

O realmente no se daba cuenta, o le estaba tomando el pelo.

—¡Maldita sea, Naraku! ¡De los rayos! —Se quedó un momento callado, y Kagura, expectante, respirando de manera tan agitada que el silbido de su respiración hacía eco entre las paredes, pero la única respuesta que obtuvo de su amo fueron un par de frías carcajadas que sonaron en la noche como las risas de un demonio satisfecho con su propia y mala broma.

—¿Estás de broma? —dijo, riendo por lo bajo—. ¿En serio le tienes miedo a los rayos? Pensé que era puro teatro —confesó tan socarrón como siempre, pero ella estaba demasiado enojada y cansada como para responderle con decencia.

—Me da igual lo que pienses —masculló con desprecio—. Dijiste que podías controlar el clima, que hiciste llover por mi, ¿o no? Entonces te exijo que hagas desaparecer esos rayos del demonio.

—¿Tú me exiges a mi?

Naraku arqueó una ceja; no sabía si aquello debía ofenderle o divertirle. O tal vez las dos cosas.

—Si vas a mantenerme como tu esclava por el resto de mi vida, al menos podrías dejarme dormir en paz, ¡con un demonio! —Caminó unos cuantos pasos, acercándose a Naraku peligrosamente. Se sentía completamente fuera de sus cabales. Tenía días sin dormir bien y las consecuencias de sus actos en esos momentos la tenían sin cuidado. Esta vez parecía más movida por un insomnio endemoniado que por un arrebato de impulsiva ira.

—¿Dormir? —murmuró él, dedicándole una sonrisa de tierna ironía—. ¿No te dejan dormir los rayos? Pobre de ti. Se nota… te ves terrible —comentó con malicia, y no era para menos. Kagura tenía ya ojeras debajo de sus ojos, y no mantenía esa frescura demoniaca y voluptuosa con la cual había sido creada. Se veía cansada y sobretodo, enfurecida, y extrañamente, a Naraku le pareció que así se veía mejor. Más encantadora, más decadente.

Por otro lado, ante el comentario, Kagura pesadamente se llevó una mano a la mejilla. Sabía bien que desde hace días se veía más como una desahuciada que como un demonio y sintió la herida en su vanidad. No pudo evitar sentir cómo un ligero sonrojo de desagrado le teñía las mejillas, como si su rostro luchase desesperadamente por lucir algo de lozanía.

—No es gracioso…

—Pensé que estabas cansada del calor, por eso hice llover —dijo Naraku con voz indiferente.

—Y ni esperes que te lo agradezca.

—Y ahora te quejas de algo tan simple e inofensivo como los rayos. Pensé que tu único miedo era morir o ser absorbida, pero me decepcionada el saber que cosas como estas te causan temor — agregó, ignorándola por completo y desviando la vista a la ventana, mientras algunos tenues rayos surcaban luminosos el cielo, como si estuviesen apoyando la afirmación del demonio que aseguraba tenerlos bajo su control—. Nunca fuiste una niña, Kagura. No te comportes ahora como tal.

—No me dan miedo —afirmó ella, tratando de ignorar el último comentario—. Me molestan, que es diferente.

—¿Y qué no te molesta? —ironizó el híbrido—. Ya te lo dije la otra noche: que si tanto miedo te dan, podías dormir conmigo, no tengo mayor problema con eso. Tampoco es mi intención tener extensiones, ya de por si inútiles, que no sean capaces de hacer su trabajo porque no pueden dormir.

Kagura recordó súbitamente la propuesta de Naraku, no muy segura de qué pensar. ¿Pero qué más podía pensar? Sólo se estaba burlando de ella fastidiándola hasta el hartazgo. El problema de cuando InuYasha y compañía no representaban un problema temporalmente, él parecía aburrirse (¡y casi podía decir que los extrañaba!) A Kagura a veces le sorprendía que tuviese tiempo de ser el demonio más odiado de toda la maldita época y todavía tener tiempo de sobra para amargarle la existencia.

¡Ah, pero claro! ¿Por qué iba a sorprenderle? Ese, precisamente, era su trabajo: arruinarle la vida a todo aquel que conociera siquiera su nombre.

Mientras tanto, a Kagura se le deformó el rostro en una mueca de asco y profundo desprecio, y no dispuesta a dejar que se burlara de ella, y manteniendo su dignidad, o los pedazos que quedaban de ella, le respondió de la misma forma en la que él le dijo aquello que todavía no sabía cómo interpretar.

—Y yo te digo lo mismo que aquella vez —masculló la joven—. Prefiero morirme de miedo.

Naraku tuvo ganas de carcajearse, pero se guardó para otra ocasión las risas que pugnaban por salir, limitándose a encogerse de hombros con indiferencia.

No había mucho que hacer, se podría decir que tenía tiempo libre. Un buen pasatiempo era fastidiar un poco a Kagura; lástima que ella fuera propensa a tomarse todo comentario tan a pecho. Sin duda, la había creado sin el más mínimo sentido del humor, o si lo tenía este siempre resultaba opacado por su mal genio; curiosamente, aquello le resultaba divertido.

La demonio del viento, por demás molesta, se dio la media vuelta para salir de la habitación con un porte que intentaba salvar su dignidad, arrepintiéndose al instante de haber ido a verlo. El problema fue que un nuevo rayó surcó los cielos, haciéndola detenerse unos instantes y mostrar, sin controlarlo e inevitablemente, un pequeño desliz de su cuerpo delator donde sus hombros se estremecieron ante el ruido y un gritito ahogado salió de su boca. Ahí Naraku sí se dio el lujo de reírse por lo bajo.

—Si tanto miedo te da y no quieres quedarte aquí, ve entonces a dormir con Kanna —sugirió burlón cuando ella estuvo a punto de atravesar la puerta. La joven se limitó a voltear a verlo un momento, gruñendo, y le dedicó una mirada hostil. Salió quitando de en medio la puerta corrediza de manera tan brusca que esta casi se rompió.


¡Hola! ¿Qué tal? Aquí estoy de nuevo con uno de mis fics NarakuxKagura, y creo que será uno de mis fics más ambiciosos y que significará todo un reto.

Antes que nada, lo público este día por motivo de mi cumpleaños. Cumplo 21 años, y desde hace unos tres años tengo la costumbre de regalarme un fanfic cada vez que es mi cumple. Pensé que sería bueno "regalarme" este, ya que tengo más de seis meses trabajando en el fic (creo que más).

A decir verdad, este fic tiene un origen muy raro. Es la cuarta vez que lo subo. Lo he reestructurado y reescrito cuatro veces. Desde que comencé a ver InuYasha, cuando tenía como trece años, inmediatamente comencé a shippear a Naraku y Kagura (no me pregunten por qué, ni idea). Mi primer impulso fue escribir un fanfic de ellos, e imagínense, era una amateur de lo peor (y sigo siéndolo, creo yo) que se pasaba absolutamente todas las reglas por el arco del triunfo y que no tenía ni idea de los conceptos del fanfiction.

Con la primera versión que subí, por ejemplo, cometí el error del script xD me lo dijeron, lo arreglé, y comencé a publicar de nuevo lo que creía era un fic fantástico, y a los cuatro capítulos me di cuenta de que algo no iba bien. Lo borré. Unos tres años después, volví a intentarlo, está vez con una nueva versión, pero no la estructuré lo suficiente; aún no intentaba adentrarme en lo posible en la psique de los personajes y además, le faltaba ese algo que hiciera que me gustara aunque fuera un poco, y lo volví a borrar.

Prácticamente me di por vencida con la idea, hasta que hace como dos años que escribí y publiqué otro de mis fics NarakuxKagura llamado "Canícula", de sólo dos capítulos. Me quedé con ganas de una secuela, lo hablé con un par de amigas, no encontraba manera de hacer una secuela y entonces me dijeron, ¿qué tal una especie de precuela? Me pareció una idea excelente.

Siendo sinceros, amo esta pareja con toda mi alma, pero a veces son casi imposibles de emparejar, al menos, a partir de donde se nos presenta Kagura en el anime/manga, cuando la trampa contra el Clan de los lobos, Koga e InuYasha. ¿Pero qué sucedió antes? Es un hueco en la historia que decidí aprovechar.

No, este fic no es una precuela. Gran parte de ella lo es, pero en sí, la "precuela" está dentro de la secuela de Canícula (no es necesario leerlo para entenderle a este fic, pero si lo desean, adelante). Pensé… ¿qué habrá sucedido durante la estancia de Kagura en el castillo de Hitomi Kagewaki, mientras Naraku se hacía pasar por él? Uso este detalle para poner una especie de "antecedente" a la historia entre Naraku y Kagura, algo que pudo pasar pero que nunca se mostró. Para cuando me di cuenta mientras lo escribía, me percaté de que era esa historia que esperé tantos años poder llegar a tener la suficiente capacidad para escribirla aunque fuera un pelín decente. Obviamente, casi me tiro de la ventana.

Y nada, eso es todo. Si se tomaron el tiempo de leer el primer capítulo y de paso mi sentimental historia, muchas gracias. Espero les haya gustado el primer capítulo, aunque parezca que no pasa nada. Es sólo una introducción. ¡Se pondrá mejor en los siguientes capítulos, lo prometo!

[A favor de la Campaña "Con voz y voto", porque agregar a favoritos y no dejar un comentario, es como manosearme la teta y salir corriendo]

Me despido,

Agatha Romaniev.

Editado: domingo, 25 de enero del 2015.