Un mago del rey
Por Strange and intoxicating -rsa-
Traduccion: Maru de Kusanagi
Notas: este capitulo es triste, e incluye auto mutilación. Si eso te molesta, por favor no prosigas la lectura.
NdT: Disculpen los errores gramaticales y de sintaxis. Pasé tres días traduciendo esto, y no tengo beta reader. Además, se me complica que la traducción al inglés del juego haya decidido hacer a Ignis menos cercano a Noctis, llamándolo más como "su alteza" que por su nombre, y decidieron ponerle el apodo de Iggy, algo que no existe en la versión al japonés ni la castellana (que es la que manejo), por lo cual, para no alejarme demasiado del original, adapté el apodo a "Ig".
PARTE 2 de "El cielo de estrellas partidas"
Capítulo 1
"No, Noctis. No puedo vestir esto."
Ignis se acomodó rápidamente los lentes, y miró con hosquedad las ropas que sostenía Noctis. Los colores resaltaban contra la pálida piel de sus brazos, de color purpura, como un moretón sobre la piel. La tela parecía suave, al menos podía apreciar eso: Noctis, al menos, lo sabía cuando ordenó esa prenda al sastre de su padre, de que sólo se usaría lo mejor. Podía incluso ver que la tela se parecía bastante a la de su camisa color purpura favorita, el animal print ligero, pero aun notorio.
Estaba salpicado de flores, como pequeños agujeros negros que se tragaban todo el color que les rodeaba. Los detalles de la costura y el encaje eran impecables, con una dulzura que podría haber hecho a una mujer llorar. ¿Cuántas horas fueron perdidas en ese pálido borde gris, para que sea tan perfectamente medido? Incluso los dobladillos habían sido cosidos por lo que debió ser el amor de un profesional.
Y no, él no iba a vestirlo.
"Es mi gala de Halloween. Todos usarán disfraces, y conseguí que mi padre accediera en dejarnos hacer algo distinto. ¿Tienes idea de cuán difícil es que me deje hacer algo?". Ignis imaginarse oír a Noctis implorar, aunque el príncipe heredero nunca admitiría haberlo hecho. Era algo prosaico, muy por debajo de su estatus. "Vamos, Ig. Va a ser divertido."
"Ya le dije a Marilynn que asistiría a la gala con ella como pareja. Ayer escogimos nuestros disfraces."
La boca de Noctis hizo una mueca. "Oh."
Ignis volvió a mirar la prenda que sostenía Noctis entre sus brazos, y nuevamente al príncipe de cabello negro. "La semana pasada te pregunté si era aceptable."
Y lo había hecho: Noctis le había mirado igual a cómo lo hacía ahora. A Ignis le hacía acordar como se veía Noctis de niño, mientras chupaba un limón, intentando recordar la receta perfecta para la tarta de Tenebrae.
"Pensé que ella no vendría". Había algo que Noctis no decía, e Ignis intentó descubrir. ¿Qué era lo que había querido agregar? Noctis, últimamente, dejaba más palabras sin decir de las que expresaba. Era como completar un rompecabezas con la mitad de las piezas. ¿Cómo se suponía que a descubrir lo que el príncipe intentaba decir?
"Lo siento". Ignis no sabía de qué se disculpaba, pero era consciente de que su respuesta no aplacaría a Noctis, no cuando estaba en un humor como ése. "¿Preferirías que lo cancelara?"
Claro que Marilynn estaría molesta, pero ella sin duda lo tomaría como era. Ella y Noctis se habían visto en unas pocas y formales ocasiones, tomada del brazo de Ignis, mientras bailaban las piezas esperadas, y él la hacía dar giros, mientras ella reía. Noctis le besó los nudillos, y ella había arrugado el ceño, porque claro que ella lo sabía. Ellos se conocían desde hacía años, aunque fuera sólo una conocida del príncipe. Era, quizás, ése el motivo por el cual Noctis era tan indiferente sobre la cortejada de Ignis.
Marilynn era una chica dulce, con un rostro en forma de corazón y ojos avellanados, el cuerpo más rollizo que otras, pero para Ignis encajaba perfecta. Era dulce, de buen carácter, y una condesa por derecho propio. Y, lo más importante, ella lo entendía. Ignis estaba seguro de que la dulce Marilynn comprendía partes de él que ninguna otra persona en Eos lo hacía… incluso más que el príncipe.
Ciertamente, más que el príncipe.
"Si deseas traerla, está bien. Me olvidé, eso es todo. Como sea, olvídalo: Gladio, Prompto y yo pensaremos en algo". Noctis sonrió, pero no se le reflejó en los ojos. Fue un buen intento, pero Ignis conocía toda faceta del comportamiento de su amigo. Había algo más en esa tonta gala de lo que Noctis deseaba admitir, algo sobre esa noche que tornaba a Noctis tan desanimado.
"Y, sin embargo, estás, evidentemente, desilusionado". Ignis podía leerlo como si las mejillas de Noctis fueran unos planos, en la forma que chasqueaba la lengua, en cómo las silabas parecían unirse en una amalgama de sonidos sin sentido. Era la misma manera en la Noctis hablaba cuando su padre rompía una promesa.
Noctis rió, el sonido fue un poco demasiado alto. "Nah. Nah, Ig, está bien. Estoy seguro de que ella quiere ver el palacio decorado. Papá dijo que podíamos usar el ala oeste de la Ciudadela…"
Ignis sonrió, la caricia de la felicidad acariciándole los labios. Sabía cuán importante era la tonta fiesta para Noctis: habían charlado de ella por semanas, creando planes para hacer con las Gujas e incluso con el rey mismo. Había sido una tarea por encima de la escuela y lo extracurricular, una en la cual él había ayudado bastante poco. Claro que Gladio le chismorrearía sobre las medidas de seguridad, mientras que Prompto refrenaría a Noctis en lo que sea que quisiera irse de manos con el presupuesto… cosa que era constante. Era un milagro que Prompto mostrara mayor madurez con el dinero que Noctis, pero no demasiado sorprendente.
Todo el reino sería suyo ese día… ¿Qué importaban unos pocos guiles?
"Hiciste un buen trabajo con esto, su alteza", dijo Ignis, dejando las palabras recorrer el dormitorio del príncipe.
Noctis hizo el disfraz un ovillo y lo arrojó en la caja original sobre su cama. El papel, así como la tela, sobresalieron, pero no pareció molestarle; en cambio, metió una manga y otra parte de la tela dentro de la caja, antes de cerrar la tapa un poco más fuerte de lo que Ignis consideró necesario. "¿De qué vas a venir?", le preguntó, mientras tomaba la caja y la arrojaba con poca ceremonia bajo la cama. Entonces, se tiró sobre las revueltas sabanas y se quedó mirando el techo, cruzando las manos tras la nuca.
Ignis miró la esquina de satén purpura asomándose por debajo de la cama, y se cruzó de brazos, antes de apoyarse contra el marco de la puerta. "Ella desea que vayamos como Leviatán y Bahamut."
Noctis resopló, pero intentó tapar el sonido volviendo la cara. "Eso suena como una verdadera historia de amor."
Ignis sabía que era mejor no pelear con su amigo. Empezaba a pesarle más de lo que admitía, consciente de que lo que hubiera en la cabeza de Noctis, hacía que su lado más caustico emergiera, como un behemoth. Lo último que Ignis quería era ponerlo de mal humor, Noctis era impetuoso e impulsivo, y sin duda se arrepentiría de las palabras que salieran de su boca. Pero eso era Noctis, y era mejor evitar el vitriolo en primer lugar.
"Noctis, si deseas decir algo, por favor, dímelo saber. Eres mi amigo más cercano, y no me agrada verte tan…". Ignis no podía hallar la palabra que describiera cómo se veía Noctis en ese momento. Ira justa y petulancia infantil, y una tristeza sin límites, que le retorcía las tripas a Ignis, bien dentro de aquella caja donde ponía todos sus pensamientos secretos.
"Amigo, estoy bien. Sólo trae a tu novia y usen sus lindos disfraces-"
"Prometida". Ignis tragó un nudo, y Noctis pareció paralizarse sobre la cama antes de levantarse de un salto, volviendo la cabeza a un lado.
"¿Qué dijiste?"
Ignis apretó los labios y descruzó los brazos, antes de meter las manos en los bolsillos, y luego, otra vez, sobre su pecho. "Le hice la propuesta ayer: hemos pensado casarnos en primavera. Marilynn ama las flores-". Ignis sabía, en aquella caja secreta donde ocultaba sus sentimientos, exactamente lo que pasaba. Debía ser rápido y preciso, como una herramienta quirúrgica. Cortar el tumor, antes de que tuviera la oportunidad de crecer. Cortar, arrancar la hierba mala de raíz, y asegurarse de echar sal en la tierra, luego haber terminado.
"Oh". Ignis no estaba seguro si fue una palabra, una maldición, un suspiro o siquiera un ligero soplo de viento.
"Nuestros padres concordaron que sería lo mejor, dado de que me gradué de mis cursos intensivos tras el verano. Tu padre… aprueba el enlace. Creemos que sería mejor festejar las nupcias antes de tu graduación. En ese caso, podríamos disfrutar una breve luna de miel, antes de que comiences con tus estudios universitarios."
"Sí. Una luna de miel. La universidad. Sí", Ignis podía oír las palabras salir de la boca de Noctis, pero era como si oyera a un robot. El color se fue del rostro del príncipe a medida que decía las palabras. "Eh, creo que preciso una ducha. Sabes dónde queda la puerta". Noctis salió a trompicones de la cama, en dirección a la puerta del baño, con las manos a los lados. Ignis podía ver la piel de los lados de las manos ponerse rojas, del mismo color que esa tela que había sostenido y sobre la que había reído apenas unos minutos antes… que ahora estaba tirada en una caja, fuera de la vista.
"Felicitaciones, Ig". Noctis lo miró a los ojos, los suyos profundamente azules, como el insondable cielo nocturno. "Estoy seguro de que será una boda hermosa". Inclinó la cabeza para mirarlo más atentamente, y era difícil para Ignis tomar sus emociones y guardarlas, más y más profundamente en aquella caja. La caja era tan insondable como los ojos de Noctis.
"Gracias."
Noctis se apartó y asintió dos veces, antes de morderse los labios. "Sí."
Se alejó rápidamente y cerró la puerta del baño, Ignis oyó el cerrojo.
Sabia cuando ya no era bienvenido.
Miró una última vez a la tela purpura en el piso de Noctis, antes de apagar la luz y cerrar la puerta.
Limpió rápidamente la cocina y el living, atento de evitar dejar rastro alguno de sí mismo, dado que sabía que no era bienvenido. Ignis pensó en los pastelitos sobre la mesa de la cocina, pero se decidió por ni ocultarlos o guardarlas. Lo último que deseaba era que Noctis creyera que se había olvidado: la fragilidad de ese momento junto a la puerta del dormitorio había descolocado al consejero.
Para cuando salió del departamento del príncipe, sus manos estaban sudorosas y las tuvo que pasar varias veces contra los pantalones para quitarse la sensación de traición. Incluso su maldito cuerpo lo traicionaba, aunque eso no le era una novedad. Sufrió cientos de noches, y sufriría otras cien mil.
Cuando llegó hasta su auto, la mano resbaló de la puerta e Ignis sintió que el cuerpo se le derrumbaba antes de que su mente se diera cuenta. Las piernas eran como de gelatina, y no se podía sostener. Alargó las manos y sintió la grava clavarse en ellas, las rodillas separarse y el aire escapársele de los pulmones. Sólo pudo soltar una media risa medio llanto, mientras sacaba la mano de debajo de su cuerpo y observaba los puntos negros y rojos. Le recordaban las fotos de las galaxias, tan lejanas en el cielo.
Tenía el pecho tenso y le dificultaba respirar, e Ignis no podía aceptar eso: esta debilidad no podía aceptarla. La sangre en las manos, en el piso, en su lengua.
Se estiró y tomó el picaporte para ayudarse a ponerse de pie. No le importaban los pedacitos de suelo que se clavaban mucho más dentro de sus manos, que sólo dolerían más cuando amaneciera. Estaba seguro de que encontraría una mancha de sangre en la puerta al día siguiente, y recordaría promesas ingenuas, absurdas y dolorosas, y aquel abismo infinito.
Así no era como había planeado las cosas. Así no era como lo deseaba.
Esto no estaba bien.
Ignis se sentó frente al volante, cerrando las manos encima, hasta que la sangre bajó por sus muñecas y codos. Pudieron haber sido minutos, pudieron haber sido horas; nunca lo supo cuando al fin consiguió recomponerse lo suficiente como para limpiarse la sangre del pulgar, y apretar el botón de llamada a Gladio, sintiendo la sangre coagularse contra la chaqueta. Ese no era él, esto no era Ignis.
"¿Qué?"
"Le dije a Noctis de las próximas nupcias". Siseó Ignis, mientras apretaba el altavoz y dejaba el teléfono sobre su regazo.
El otro se calló, antes de que se oyera un chasquido de metal contra metal. "¿Dónde estás?"
"Todavía en el estacionamiento."
"¿Un ataque de pánico? ¿Qué tan mal estás?"
Ignis miró sus manos. "Quizás sería mejor que me lleves a casa. Podría hacerlo yo, pero…". Sin embargo, el chasquido de metal fue más alto que la voz de Gladio, y se replicó en el teléfono de Ignis. No tuvo que ver con las manos sanguinolentas.
"Dame diez minutos. No hagas alguna idiotez."
Ignis quiso resoplar, pero no se sintió con la energía suficiente. Le era tan difícil como lo que se derramó dentro del cuarto de Noctis. Pero lo metió dentro de su caja, y simplemente se quedó mirando al parabrisas. "Me caí, fue un accidente."
Gladio no dijo nada al otro lado de la línea, pero Ignis cerró los ojos y escuchar el sonido de pasos rápidos y, luego, el encendido de un motor. "Así que, ¿supongo que te dio un puñetazo en la cara y lo dejaste?"
Si sus manos no hubieran estad sangrando, Ignis se hubiera frotado las sienes. "No Gladio. Él… simplemente me felicitó."
El otro lado de la línea se quedó en silencio, y luego hubo un repentino. "Oh."
Ignis se encogió. "Si puedes, por favor, no digas nada. Él dijo lo mismo."
"Esto es malo, Ig. Sabes que está enamorado de ti-"
Ignis apretó "terminar llamada" y apoyó los puños en el volante. Sería peligroso hablar con su amigo mientras conducía, y Gladio lo sabía. Estuvo tentado de llamar a Marilynn, pero era consciente de que eso solo la alteraría.
Ella sabía que el príncipe heredero estaría siempre primero- era algo que el padre de ella valoraba tanto como detestaba, porque significaba una cercanía con la familia Caelum que iba más allá del consejo. Su futuro yerno y consejero del Próximo Rey de Lucii era una bendición enorme, sin importar los murmullos sobre la maldición de los Lucis. El conde Jasius Kaldros no era un hombre malévolo: amaba a su hija, y sólo deseaba lo mejor para ella. Y, en Insomnia, donde la sangre era más importante que la felicidad, significaba ver a una chica dulce dentro del disfraz de Leviatán, tomada del brazo de un fraude.
Estaba agotado. Había sido un día largo, desde el momento en que despertó a las cinco y media, para prepararse para la política de la mañana y asuntos internos. Había tratos que firmar, notas que tomar y precisaba entender los sí y no de cada papel en el escritorio del rey. Esos eran el futuro de Noctis, su futuro.
Durante el almuerzo, se pasó la escasa hora con Marilynn en el patio. Ella le había hecho unos sándwiches, e Ignis le sonrió, a pesar de estar masticando un trozo de cascara de huevo en la ensalada. No dijo nada al respecto sobre ella tomando pedacitos de su propio sándwich y dándoselo a las aves, en lugar de comérselo. Importaba que ella lo intentara: no era su culpa de que Ignis fuera mejor cocinero. Y siempre había tiempo para aprender.
Después, de regreso al trabajo y luego, cocinar más tartas Tenebrae, aunque sabía que nunca estarían bien para Noctis; sin embargo, igual lo intentaría. No eran las tartas: nunca tuvo que ver con ellas.
Tenía que ver con promesas y abismos sin fondo, y desesperación. Era sobre soledad y necesidad.
Era sobre una caja bajo la cama de Noctis, y la que estaba dentro del alma de Ignis, la que él había cerrado y ocultado.
Por suerte, Gladio fue más rápido de lo que Ignis creyó: le golpeó la ventanilla y le evitó a Ignis hacerse un lío.
El consejero levantó la mano para bajar la traba, pero cuando Gladio vio la sangre, le abrió él.
"Rayos, sí que te hiciste una buena", le murmuró mientras sostenía la puerta para que el otro descendiera. "¿Qué diablos te hiciste, agarraste un cuchillo y te divertiste?"
"Te aseguro que se ve peor de lo que es. Fue una simple caída". Y lo había sido, pero el clavarse la gravilla para sentir algo más que el dolor acuciante en otras partes de las cuales no quería hablar… eso era más cosa de Noctis. "Creo que es mejor que sólo me lleves a casa."
"Ig, está bien, lo entiendo". Gladio cerró la puerta del auto y lo miró. "¿Las llaves?"
"En mi bolsillo", Ignis las señaló con el hombro izquierdo. "Puedes cerrarlo. Voy a dejar que las Gujas lo recojan en la mañana."
Gladio se inclinó y se sacó las llaves del bolsillo, para apretar el botón de cerrado y devolverlas donde iban. "Sí, sí, puedes dormir en mi sofá y te doy un aventón en la mañana."
"¿Recuerdas la hora en que me despierto?"
La nariz del robusto se arrugó. "Sí, tú y tu maldita obsesión de estar levantado al amanecer". Ignis habría sonreído, pero ni podía obligar a su boca arrugarse. Era demasiado. "Vamos, deja que te abra la puerta."
Ignis miró a su amigo y recordó la primera vez que se conocieron, cuando niños, tantos años atrás. Los dos habían recibido el mismo deber para con el futuro rey – la espada y el escudo, morir por su rey. Y los dos se tomaron sus deberes muy en serio, como soldaditos de juguete listos para la guerra.
"Cometí un error, Gladio", Ignis cerró las manos y se clavó las unas en las palmas.
El rostro de Gladio se suavizó, y su barba resaltó contra la piel. "Crees que cometiste un error. No puedes controlar este tipo de cosas, Ig, así que no lloriquees. Volvamos a casa y curemos esos muñones que tienes por manos. Sube". Sostuvo la puerta, y el otro subió al Audi negro, cuidando de no tocar nada. Gladio amaba ese auto tanto como el rey Regis amaba al Regalia.
"¿Quieres que te ponga el cinturón también?", rió Gladio, luego de acomodarse al otro lado.
"A menos que desees sangre en tu auto", le dijo su amigo inexpresivamente, mientras lo miraba. "Tú eliges, Gladio."
El otro giró los ojos y se estiró, asegurando el cinturón. "Sólo acomódate. ¿Quieres que llame a Marilynn? Ella siempre parece saber cómo calmarte."
Ignis negó. No, no quería ver a Marilynn ahora. Y, por supuesto, la guja que la acompañaba no lo querría ver a él.
"Creo que él está con ella esta noche. No… no quiero importunarles. Ella hace más de lo que debe, así que no es justo quitarle su poca libertad."
"Supongo que tengo suerte de que a mi viejo no le importe con quien me case, mientras no la embarace sin un anillo primero". Gladio encendió el motor y lentamente hizo avanzar el coche. Atravesaron el estacionamiento, pasaron filas de los que parecían el mismo auto, y sólo cuando llegaron a la cima fue que Ignis se percató de que no deseaba mirar el cielo.
Sintió otra vez el tirón en el pecho: esta era su debilidad, la que no podía aceptar. ¿Por qué ahora?
"Oye, oye, Ig. Sólo respira. Sé que te gusta el numerito de "guardarse las emociones", pero no quiero limpiar una vomitada de mi tapizado cuando termines estallando."
Había cierto dejo de humor en el tono de su amigo, uno que sólo lo hacía sentirse peor. ¿Desde cuándo la fachada se había roto, y el asustado niño se había asomado?
"Oh."
Sí, en ese momento Ignis supo que ya no podría ocultar lo que había sabido en el corazón durante años. Había ignorado los comentarios y chistes de Gladio, las suaves e inquisitivas miradas de Marilynn, incluso los comentarios ocasionales del mismo rey, que se sentaba en su trono de cráneos, huesos y sangre.
Era una simple palabra, que cargaba la gracia de un mazazo.
Ignis miró la curva del camino y al cielo, frunciendo el ceño a la ligera ondulación del nuevo muro. No bloqueaba del todo las estrellas, pero hacia más difícil verlas que durante su infancia. En aquellos días, antes de que Noctis cayera en coma, podían ver el brillo de las galaxias y las nebulosas, con una claridad que incluso haría llorar a la diosa. Ahora, el cielo estaba manchado por un ligero brillo rosado de la magia, que le recordaba el amanecer. La mayoría de los habitantes de Insomnia no notaban la diferencia, pero Ignis podía hacerlo. Había pasado demasiado tiempo encerrado entre los muros de la Ciudadela, observando el brillo del cristal contra los pisos de mármol y las paredes de piedra, esperando hasta que su más preciado amigo despertara. A lo mejor, aquella calima siempre estuvo presente, pero Ignis despertó cuando lo hizo Noctis.
"Ig… ¿por cuánto?"
Ignis fue despertado de sus pensamientos mientras se volvía a ver a su antiguo amigo. Sabía sobre qué le preguntaba, y una parte de él no deseaba responderle. Pero, sin embargo, lo hizo, porque ya había pasado el momento de ocultarlo.
"¿Recuerdas el viaje a la costa? Deben haber pasado… ¿cuatro años?"
Si Gladio no lo recordaba, Ignis hubiera entendido. No fue algo particularmente sobresaliente: el rey había asignado a Cor y a Clarus para que acompañaran al príncipe heredero al escondite que había entre el muro y un desnudo estrecho de arena dorada. Era un sitio abierto al público, pero el rey había cerrado un espacio para exclusivo uso imperial. Típicamente, el sitio había quedado solo con el muro a cincuenta metros sobre sus cabezas y las aves de presa recogiendo peces de la costa. ¿Qué mejor sitio para celebrar el cumpleaños del príncipe?
Pasaron el día bajo el sol y la arena, y era uno de los pocos momentos que Ignis recordaba de su infancia donde no se esperaron protocolos o demostraciones. Habían querido acampar esa noche bajo las estrellas, algo que sorprendió a Ignis en un primer momento. Noctis no era de los que gustara del aire libre, e incluso menos de un lugar que implicara estar lejos de su cama, pero, esa noche, le había sonreído y comido sus hot dogs medio quemados con demasiada mostaza y sin verduras. Después, habían armado el campamento, mientras que Cor, Clarus y Gladio simulaban peleas bajo menguante la luz del atardecer, e Ignis le enseñaba a Noctis sobre las estrellas.
No era que Noctis ya no lo supiera por sus clases, pero… había una gran diferencia entre aprender de los libros y verlo.
Era difícil ver los puntos contra el horizonte, pero Ignis había llevado los dedos contra el cielo, un brazo tras la cabeza para que le ayudara ver lo que explicaba.
El cálido cuerpo de Noctis estaba a su lado, sus caderas huesudas se apoyaban en las suyas cada vez que se movía o se acomodaba para señalar el cielo. Se quedaron incluso después de que los otros decidieran irse a dormir, aunque Ignis era más que consciente de como Cor y Clarus observaban a Noctis, mientras los adolescentes intentaban dormir.
No había nada impropio sobre esa noche, pero, en un momento, Noctis se estiró y se agarró del pijama de Ignis. El príncipe se acurrucó a su lado, sin aflojar las manos. Ignis no pudo decir si fue el cabello de Noctis, que se erguía encima de su cabeza como una aureola de obscuridad, la pequeña sonrisa que esbozaba mientras se acercaba a Ignis o la manera en que las estrellas del cielo parecían bendecirlos con una lluvia de meteoritos, que parecieron abarcar todo el horizonte. Pero fue entonces en que Ignis bajó la mirada a su amigo más cercano, su rey, y supo que ésa era la persona por la que estaba destinado vivir, por la estaba destinado morir.
Gladio no respondió, en cambio, siguió conduciendo por el angosto camino. El cielo ahora estaba interrumpido por rascacielos, que bloqueaban el cielo sonrosado.
Ignis intentó mover las manos, pero era más fácil decirlo. Los pulmones se sentían como si estuvieran quemados y tuviera la cabeza llena de humo, era demasiado para él. Lo arrojó todo en la caja, para poder mantenerse entero.
El viaje no fue largo, quizás unos quince minutos, pero Ignis sintió cada giro, vuelta y desnivel del camino. El cuerpo le pedía sentirlo, recordarlo.
La vida era cruel.
Llegaron a lo de Gladio, y su amigo no le dejó abrir la puerta tampoco entonces, era como un infinito desfile de la vergüenza, las manos de Ignis un castigo por sus palabras, por la falsedad de la vida que vivía. Podía sentir las puertas mirarlo evaluativamente, y no podía fallarles.
El departamento de Gladio, gracias a Shiva, no estaba tan mal como el de Noctis. Había un equipo de camping tirado en el medio del living, una lámpara en la mesa de la cocina con las tripas al aire, y un par de botas embarradas tras la puerta. Un olor flotaba en el aire, había un sándwich a medio comer en el mostrador, con una bolsa de patatas fritas abierta al lado, derramando papitas grasientas sobre la madera. Aun así, no había platos sucios en el fregadero, e Ignis sabía que no había bichos bajo las ropas. Y, se permitió una semi sonrisa, no había fideos instantáneos.
"Siéntate en alguna parte, ponte cómodo. Esta parte te va a doler como la mierda."
Ignis no se quitó el saco, sabiendo que eso solo revelaría cuanta sangre había derramado por una razón egoísta y tonta, así que se quitó los zapatos y alargó las manos, lentamente acomodándose sobre el sofá de cuero marrón en la esquina del cuarto, una mesita de madera un tanto desordenada en frente de él. gladio desapareció en el baño y emergió pronto con una toalla al hombro, una botella de poción en una mano y un par de pinzas en la otra.
"Primero hay que limpiar esas manos", se disculpó, mientras acomodaba las cosas sobre la mesa de la cocina y luego al fregadero. Gladio tomó un bol plateado de junto al fregadero y abrió el agua caliente, metiendo los dedos debajo para revisar la temperatura. Cuando estuvo a su gusto, llenó el bol y cerró el agua. "Pon las manos aquí unos minutos."
Ignis alzó más las manos. "Enróllame las mangas, por favor. Así, tal vez no termine ensuciándome del todo". Pero sabía que era demasiado tarde para eso, aunque Gladio accedió.
"También te cagaste la rodilla."
Ignis podía sentirlo, pero para nada se comparaba con sus manos. Sólo tarareó como respuesta, y metió las manos en el agua tibia. Ese tarareo se convirtió en un siseo, mientras el agua se llenaba de sangre y una mezcla de mugre con gravilla.
"¿Demasiado caliente?", preguntó Gladio, pero Ignis sólo encogió el hombro.
"Está bien."
Gladio frunció el ceño y se quitó su chaqueta, colocándola en el sofá junto a Ignis. Luego fue a la mesa y meditó un momento, antes de sacar un encendedor negro, lo pasó un par de veces por los bordes de las pinzas, antes de bañarlas con la poción. Era curioso observar el líquido de color poco saludable manchar la alfombra.
Gladio se sentó en el suelo y le tomó la mano. "Dale, dame. Ah, no me mires así. No voy a caer en esa. No me das miedo."
Ignis hizo una mueca.
Eso sólo hizo que Gladio riera con mayor fuerza. "Dame la mano, prometo que no la voy a cagar más de lo que ya hiciste."
Ignis miró el agua tibia y sanguinolenta y, al fin se apartó, sintiendo el dolor mucho más real cuando el aire le tocó la piel. Luchó por no gemir, mientras Gladio le daba vuelta la mano y revelaba la palma.
El grandote silbó. "Qué desastre."
Ignis miró la mano, sin sorprenderse de ver la grasa sonrosada y el músculo expuesto. Observó cómo Gladio llevaba la pinza a una de las piedritas que estaba profundamente clavada en la piel, y se tragó un quejido cuando tiró.
Así pasaron varios minutos, hasta que Gladio estuvo conforme con que las manos estuvieran lo mejor posible, y luego abrió la botella de poción. "Esto va arder", se disculpó, pero a Ignis ya no le importaba.
Siempre era una sensación extraña el como la poción tocaba la piel y crepitaba, luego cerraba la herida y los músculos se unían, imitando a la perfección el cómo habían estado antes. Y no era una imitación – Ignis ya no podía ver la cicatriz en la mano de unos meses atrás, cuando había agarrado una bandeja demasiado caliente de encima de la cocina. Le había quemado profundamente, y no quedaba casi marca. Incluso el lunar entre su pulgar izquierdo y el índice ya no estaba, se había ido gracias a la magia.
"Déjame verte la rodilla", le dijo Gladio, y le tomó el cinturón. Apartó la hebilla de calavera y el cinto cayó de las caderas de Ignis.
"Detente, Gladio."
El otro alzó la mirada y frunció el ceño. "Ig, tengo que revisarte la pierna. No te voy a hacer nada, eso ya fue hace bastante."
Y era cierto. Fue apenas lo que Ignis podía llamar aventura, o un calentón. Se había consumido antes de siquiera empezar, dos amigos intentando descubrir el sexo y los sentimientos destinados a otros. Pero, en ese estado, conteniendo sus emociones en esa cajita que guardaba dentro, Ignis no quería que nadie, incluso su más cercano amigo, le tocara. No importaba que ya lo hubieran hecho, que todas sus partes íntimas hayan sido vistas, que incluso sus manos lo hayan traicionado y mostraran su debilidad a Gladio, bajo la forma de heridas rosadas y blancas.
Ignis no dijo nada, pero, lo que fuera que vio Gladio en su rostro, bastó para que se apartara, soltando el cinturón. "Está bien. No lo haré, entiendo."
Ignis ni se dio cuenta de que tenía la espalda rígida, hasta que Gladio se levantó y le palmeó. Con esos movimientos, el castaño claro se hizo un ovillo sobre sí mismo. "Estás hecho un desastre, Ig. Tienes que solucionarlo, o te va a comer vivo."
Ignis sintió el dolor de la rodilla, y la suavidad de unas manos en las suyas. "Es más fácil decir esas cosas que hacerlas."
Gladio se encogió de hombros, y recogió el bol de agua sanguinolenta junto con la botella de poción vacía, para dejarlos en el fregadero. "Sí, quizás. O quizás tú y yo deberíamos olvidarlo todo y follar como conejos."
"No es sólo placer, Gladiolus", comenzó a decirle Ignis, pero Gladio lo interrumpió.
"No tienes que explícamelo. Te vas a casar, él se va a casar, todos van a ser miserables. Todos, menos yo. Yo voy a estar clavado con dos llorones, cada vez que se peleen. Sí - ¿sabes qué? Todos vamos a ser jodidamente miserables". Golpeó la canilla y el agua cayó sobre la poción y el bol. "Hasta que los dos arreglen sus mierdas."
Ignis se llevó una mano a sus lentes y los acomodó. Ahora podía sentir la chaqueta pegándosele a la piel, y el estomagó rugirle. "Mi ropa-"
"Sí, sí, en el armario. No solo tengo cosas de camping ahí."
Ignis le ignoró, parándose y luego doblándose cuando miró su rodilla. Había un agujero en el pantalón, pero no demasiado grande. Iba a estar bien.
"Tengo más pociones que puedes llevarte."
"Gracias."
Gladio sacudió la cabeza. "Sólo límpiate. Puedes dormir esta noche en el sofá. Te llevo de regreso a buscar tu auto en la mañana."
Ignis sólo pudo asentir, y solo se detuvo cuando Gladio le puso una mano en el hombro. "Vas a superar esto, Ig. Siempre lo haces."
Ignis no le respondió, en cambio, se volvió a mirar al más alto. "¿De qué deseaba Noctis que me disfrazara?"
Gladio frunció el ceño. "Te contó sobre eso, ¿eh?", le acarició los cabellos. "Tuvo la loca idea de que nos vistamos como los personajes de King's Knight, como hicimos de chicos. Íbamos a meter a Prompto en un traje de dragón, dado de que estábamos bastante seguros que este año su papá no iba querer hacerlo. Fue con los sastres para que te hicieran un disfraz sorprendente… supongo que no se va a usar este año."
Ignis recordó la tela purpura contra la mano de Noctis, de cómo cayó suavemente sobre el piso, cual lágrimas. "Desafortunadamente, no."
Y, aun así, él iba a vestir de Bahamut, y Noctis como Toby, porque los dos precisaban hacer sus papeles. Él no iba a hacer de Kaliva, ya no.
La infancia había terminado, con sus sueños ingenuos.
