Es sólo algo que se me ocurrió de repente. Tendrá, a lo sumo, un capítulo más. ¡Espero que les guste!


Pobre inocente

Makoto había pasado la peor noche de su vida tratando de hacerse a la idea, de aceptarlo. ¿De aceptar qué?, pues que estaba perdidamente enamorado de su mejor amigo, Nanase Haruka. Afortunadamente, había llegado el fin de semana, porque no se sentía con ánimos para enfrentarlo. Y es que no era como si no lo supiera desde hacía tiempo, era sólo que se había negado a aceptarlo. Pero había estado tan distraído en la escuela y en las prácticas del club que más de una buena reprimenda se había llevado. Así que, al final, optó por resignarse. Después de todo, se había dado cuenta de que "la aceptación era el primer paso".

Así, cansado de estar tumbado en la cama, se incorporó y caminó hasta el baño para lavarse los dientes. Era casi mediodía, según el reloj que descansaba en su mesita de noche y le extrañó que la casa estuviese tan silenciosa. Recordó entonces que sus padres y hermanos saldrían de paseo el fin de semana. Paseo que él mismo había rechazado amablemente, alegando que tenía que estudiar para los finales. Bueno, no es que fuera del todo mentira, pero tampoco es que tuviera muchos ánimos.

Se dio una ducha rápida, antes de buscar algo para comer. Pero, cuando aún estaba secándose el cuerpo, escuchó el timbre. Extrañado, se preguntó quién podría ser. El timbre siguió sonando, así que no le quedó más remedio que enrollarse una toalla en la cintura y darse prisa en atender. Abrió la puerta y la intensa luz del sol lo cegó por un momento. Frunció ligeramente el ceño al no encontrar a nadie allí y, justo cuando estaba a punto de cerrar la puerta, sintió que alguien halaba de su toalla.

Bajó la mirada y se topó con un niño que lo miraba fijamente, con unos hermosos y profundos ojos azules. Makoto parpadeó y el niño lo imitó, con su manita todavía sujetando la toalla. El chico de ojos verdes volvió a parpadear, el niño volvió a imitarlo. Era como un juego de miradas. Se quedaron con los ojos clavados uno en el otro, hasta que la voz del niño hizo que el castaño se sobresaltara.

—Makoto.

El aludido se puso en cuclillas, de modo que su rostro quedara a la altura del rostro del pequeño, que no tendría más de seis años. Frunció el ceño, concentrándose en los finos rasgos del chico que estaba en su puerta. Esos ojos. Estaba seguro de que los conocía. Y también esa mirada. Pero no. No podía tratarse de él. Definitivamente, estaba llevando su "obsesión" demasiado lejos. Se golpeó la frente con la mano y, justo cuando iba a hablar, el otro se le adelantó:

—Makoto, tengo hambre —dijo, con una voz carente de emociones que, estaba seguro, conocía bien —Quiero caballa.

El castaño tuvo que sujetarse al borde de la puerta para no caer hacia atrás. Ahora sí que no le cabía la menor duda. Aquel que estaba en su puerta era una versión de seis años de Haruka. Pero, ¡¿qué rayos?! Y Haruka, leyendo a la perfección la interrogante en el rostro de su mejor amigo, bajó la mirada, avergonzado y comenzó a jugar con el borde de su camisa que, dicho sea de paso, le quedaba algo grande. Makoto percibió un leve sonrojo en las mejillas del niño, quien dijo:

—Tengo hambre.

—¿P-Puedes decirme… cuál es tu nombre? —preguntó Makoto, ignorando las palabras anteriores del niño. El de cabellos negros levantó el rostro para mirarlo, con el ceño ligerísimamente fruncido.

—Nanase Haruka.

—¡¿Haru-chan?! —exclamó el otro, sujetándose la toalla, para evitar quedar desnudo.

—Ya te he dicho que no uses el "chan" —replicó el de ojos azules. Makoto se mordió el labio y tomó la mano del pequeño, conduciéndolo al interior de la casa.

—E-Espera un momento, por favor —Haru asintió con la cabeza y se sentó en el sofá, mientras Makoto corría a su habitación para ponerse algo de ropa. Inevitablemente, los ojos azules de Haru se clavaron en la ancha y fuerte espalda de Makoto, antes de que este desapareciera. El pequeño se sonrojó y agitó la cabeza.

No pasó mucho tiempo para que Makoto volviese a entrar en la sala, ya vestido con un pantalón corto y una camiseta sencilla. El castaño notó entonces que el pequeño Haru tenía los ojos fijos en la pantalla del televisor. Un documental de peces se emitía en ese momento y los orbes azules del otro brillaban de la emoción. Pocas eran las cosas que podían provocar esa reacción en Haru. Y, para la mala suerte de Makoto, él no era una de ellas.

Suspirando, Makoto se dejó caer en el sofá al lado del otro. Lo miró de reojo, antes de echarse hacia atrás y colocar los brazos detrás de la cabeza. Cerró los ojos un momento, intentando procesar lo que estaba sucediendo, intentando relajarse. Pero pronto sintió un peso en su regazo, entonces abrió un ojo y se topó con el rostro de Haru, muy cerca del suyo. Alarmado, estuvo a punto de tirar al niño, pero este se abrazó al torso del más alto, recostando el rostro en su pecho, antes de repetir:

—Makoto, tengo hambre.

El castaño asintió y, tomando en sus brazos al chico para volver a colocarlo en el sofá, se puso de pie y se dirigió a la cocina. Sintió entonces una cálida mano sujetar la suya y se sonrojó en cuanto vio que Haru lo había tomado de la mano.

—Voy a preparar algo de comer, espera aquí —el pequeño negó con la cabeza y, resignado, Makoto dejó que lo acompañara.

Haru se acomodó en una de las sillas de la cocina, mientras Makoto hurgaba en su refrigerador, en busca del pescado. Sonrió cuando encontró un trozo de caballa de buen tamaño y lo colocó en un sartén. Haru seguía con la mirada todos y cada uno de los movimientos del castaño. Extendió una mano, como queriendo pasarla por aquella ancha espalda que lo tenía hipnotizado. Momentos después, Makoto colocó el plato de pescado frito enfrente del chico, que comenzó a engullirlo, emocionado.

El castaño se sentó en la silla enfrente de Haru, sosteniéndose el rostro con una mano, mientras lo contemplaba. Vio entonces que el chico se bajaba de la silla y extendía sus palillos hacia él. Makoto parpadeó, confundido y entonces vio que Haru volvía a extender los palillos, desviando el sonrojado rostro. Entonces, sonrojándose él también, dejó que el más pequeño lo alimentara.

—Haru, ¿en verdad eres tú? —el niño asintió con la cabeza —¿Qué sucedió? —el otro se encogió de hombros y tomó a Makoto nuevamente de la mano, conduciéndolo, una vez más, de vuelta a la sala.

Se sentaron a ver televisión. Haru parecía muy interesado en el documental acerca de las orcas que se transmitía en ese momento. Makoto suspiró una vez más, cruzándose de brazos y extendiendo las piernas, buscando relajarse. Aún no podía entender lo que estaba pasando, ¿cómo es que Haru se había convertido en un adorable niño de seis años?

Makoto no supo cuánto tiempo había pasado, cuando sintió un peso sobre su brazo. Bajó la mirada y se encontró con que el pequeño dormía. Sonrió enternecido y lo tomó en sus brazos para acomodarlo en el sofá. Pero en cambio Haru se abrazó a su torso y volvió a acomodarse en el pecho del más alto. El castaño entonces dejó que Haru se quedara allí, pues no quería incomodarlo cuando estaba durmiendo tan plácidamente.

El nadador se mordió el labio, intentando contener las ganas de abrazar el pequeño cuerpo de su amigo. Sus manos, vacilantes, se mecían en el aire, como debatiéndose entre si debían o no apresar suavemente el cuerpo del de ojos azules. Finalmente, el castaño se rindió y abrazó a Haru, aspirando el aroma de su cabello, mientras sus ojos también comenzaban a cerrarse. Una siesta no le haría mal, pensó. Más aún, con la pésima noche que había pasado.

Cuando el cielo se teñía con el tono naranja del atardecer, Haru se removió en sueños. ¡Había dormido estupendamente! Sus dedos se pasearon por aquel sedoso cabello, mientras sus ojos aún permanecían cerrados. Y, como pocas veces lo hacía, sonrió. ¡Vaya que era cómodo el pecho de Makoto! Tal y como se lo había imaginado.

Un momento… Acaso había dicho, ¡¿el pecho de Makoto?!