La navidad no era la época preferida del año de Ted Remus Lupin., y la razón era comprensible. Todos los años, acompañaba a su padrino Harry a la Madriguera para pasar las festividades con la gran familia de pelirrojos que siempre lo trataban con amabilidad. A pesar de ser bien recibido, Ted no dejaba de sentirse incómodo al ver cómo todos los niños y adultos tenían un padre, un hermano, u otro familiar directo con quien festejar. Él en cambio, solamente tenía a su abuela Andrómeda y a su padrino Harry como familiares, ya que había perdido a sus padres antes de dar siquiera sus primeros pasos.

Sin embargo, aquella incomodidad que el joven sentía, se disipaba instantáneamente al ver a Victoire Weasley, la sobrina de su padrino. Victoire era tan sólo un año menor que Ted, y parecía entender cómo él se sentía, porque siempre que notaba una mueca en su rostro intentaba animarlo. Y vaya que lo lograba, porque con tan sólo divisar su rubia cabellera, en el rostro del metamorfomago se formaba una sonrisa, y no podía evitar que algunos de sus cabellos cambiaran de color. Había heredado esa cualidad de su madre, y podía cambiar su aspecto a su antojo, pero ante emociones muy fuertes, controlar tales cambios se le hacía prácticamente imposible.

-Teddy, ¿en qué piensas? -Preguntó una voz femenina sumamente armoniosa, al no obtener respuesta alguna del actualmente peliazul, luego de esperarla por varios minutos.
-En que me gustaría ir a ver qué me habrás comprado de regalo. -Contestó él en broma, divirtiéndose por la reacción de la rubia.
-¡Ted! Sabes que no debemos abrir los regalos aún.
-Sí, lo sé. Pero podríamos darles una mirada, ¿no crees?
-No.
-¿No te da curiosidad?
-No.
-¿Ni un poco? -Alzó una ceja observándola, y notó cómo poco a poco el rostro de Victoire dejó de mostrarse firme, para ceder.
-Está bien, un poco. Pero nada más que eso.
-Les daremos una mirada rápida. Ni siquiera los abriremos. -Prometió sonriendo con inocencia el joven, y ella asintió mientras ambos se ponían de pie.

Mientras los más pequeños jugaban con la nieve en el jardín, los adultos conversaban animadamente en la mesa del comedor, por lo que nadie se dio cuenta de cuándo ambos jóvenes entraron en la sala donde se encontraba el árbol animadamente decorado, y los regalos.

-No creo que debamos. -Comenzó a quejarse la muchacha nuevamente antes de que cruzaran el marco de la puerta, pero sus palabras se vieron interrumpidas por la mano del peliazul, que la calló mientras por medio de señas la apremiaba a mirar hacia arriba.

Sobre sus cabezas, unas hojas de muérdago habían sido colgadas. Ambos se miraron a los ojos sabiendo lo que ése símbolo significaba, y entonces Vic comprendió la verdadera razón por la que Ted la había llevado hasta allí.

-No te interesaban los regalos, ¿verdad?
-Ni un poco. -Admitió él, antes de acortar la distancia entre sus labios y los de la rubia. Ése sin dudas era el mejor regalo de Navidad que él podría haber recibido de su parte.