Nota previa: Wiii mi primer fic en FanFiction! A ver, eeh, lo primero de todo, muchas gracias por abrirlo en primer lugar. Lo que tenéis delante, más que una novelización del juego, surgió del impulso de escribir ciertas escenas clave (como todo lo que ocurre en el Leviatán, que está cargado de emociones). Lo que hacía era básicamente jugar al juego, y si algo de lo que ocurría me inspiraba, escribía uno o dos párrafos. Por eso el principio, sobre todo Taris, puede resultar un poco inconexo, pero si has jugado al juego no tendrás problema para seguirlo. Si no lo has hecho... cualquier duda que tengas, no dudes en preguntar. En cualquier caso, cada vez iba disfrutando más de la escritura, y he acabado haciéndolo todo muy seguido así que llega un momento en el que sí que parece novelización. Tengo escrito hasta el final de Manaan (el orden que usaré será Tatooine-Manaan-Kashyyyk-Korriban), así que iré actualizando rápidamente, dejaré un poco de espacio entre capítulo y capítulo porque tengo que ir corrigiendo ciertas cosas antes de subirlos. Cuando llegue a Manaan entonces tal vez la cosa se paralice un poco porque no sé cómo andaré de tiempo para continuar. Pero vamos, que antes o después mataré a Malak, no os preocupéis. Me estoy enrollando... al grano: empiezo con una introducción que durará tres capítulos. Aquí tenéis el primero. Por favor, necesito vuestra opinión, ya que llevo años trabajando en esto y necesito que comentéis todo lo que podáis, para bien y para mal.

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Sin más dilación, vamos allá.


– Lord Revan.

Darth Revan escuchó la voz del almirante Karath a sus espaldas y se giró hacia él por toda respuesta.

No cabía duda de que el hombre, como siempre, se sentía intimidado ante la presencia del Señor Oscuro, y frustrado por no poder leer su expresión debido a la máscara que siempre le ocultaba el rostro. Aunque él trataba de ocultarlo, Darth Revan descifraba sin ninguna dificultad sus pensamientos y sentimientos, conocía sus miedos.

– Las naves de la República se acercan, milord – murmuró Karath –. Son numerosas. Según he podido enterarme desde el Leviatán, en la nave insignia, además de poderosos soldados expertos, viene un grupo de Jedi, dirigidos por una tal Bastila Shan...

Revan tensó los músculos mientras su cuerpo se llenaba de ira y su expresión tras la máscara se tornaba aterradora. Saul Karath, al no poder verla, no sabía a qué atenerse con su señor, cómo debía comportarse o qué debía decir, de modo que tragó saliva y esperó. Darth Revan sabía a la perfección lo que su almirante estaba pensando, pero le dio absolutamente igual. El Sith despreciaba a Karath, así como la forma en la que había llegado al poder -destruyendo un planeta entero por orden de su aprendiz, Darth Malak-, su forma de pensar y de comportarse, tanto cuando se arrastraba ante sus superiores como cuando pisaba a sus inferiores por el simple hecho de que podía hacerlo.

Revan ignoró al almirante. Dejó que su ira creciera, que lo dominara, que lo controlara. Una caja metálica cercana que contenía granadas y armas de fuego estalló repentinamente, hiriendo a varios soldados que había cerca, expresando la furia del lord Sith. Karath pegó un salto, sobresaltado, y miró a Darth Revan con un temor nada disimulado.

– Puede retirarse, almirante. Regrese al Leviatán y dirija a nuestras tropas contra la flota de la República.

Darth Revan oyó unos pasos que se acercaban, y clavó la vista en la puerta. El puente era un lugar muy activo; continuamente entraba y salía gente de él, pero Revan sabía que quien se acercaba no era un simple soldado o un Jedi oscuro corriente. Y, efectivamente, tras unos instantes entró por la puerta Darth Malak, confirmando sus sospechas. Karath aún estaba allí cuando Malak entró.

– Lord Malak – saludó Karath al verlo, e hizo una pequeña reverencia.

– ¿Qué ocurre, Maestro? – preguntó Darth Malak, ignorando completamente al almirante.

– Puede retirarse, almirante – repitió Revan en voz autoritaria y muy alta, con un tono peligroso de ira contenida, y Karath abandonó el puente todo lo rápido que pudo, aliviado de alejarse de aquel Sith.

– ¡Ahora es cuando el GranConsejo Jedi se digna a ayudar a la República! – exclamó Darth Revan mientras se acercaba a su aprendiz con pasos largos y violentos –. ¿Los mandalorianos qué importaban...? Total, ¡sólo querían destrozar y arrasar la República por su ESTÚPIDO y patético honor..! Pero claro, si el malísimo lord Sith intenta controlar la República... Por mucho que esté tratando de evitar destrucción, es un Sith, y los Sith son malos. Con eso basta para que toda la Orden Jedi se ponga en movimiento... – Revan respiró hondo y trató de calmar su repentina ira.

Darth Malak comprendió por las palabras de su Maestro que se acercaba un ataque Jedi. Se limitó a mirarlo con cara indiferente, pero lo cierto era que llevaba un tiempo menospreciando a Revan y planeando matarlo y convertirse él en el nuevo Señor de los Sith, y aquel ataque Jedi era una oportunidad única para hacerlo.

– ¿Temes a un puñado de Jedi, Maestro? – se burló Malak de la furia de Revan.

Revan no tenía ningún miedo de los Jedi; se sabía suficientemente poderoso como para acabar él solo con toda la Orden. "Entonces, ¿por qué me altero tanto?", se preguntó a sí mismo. Descubrió que era resentimiento, que aún seguía afectado porque el Consejo Jedi, lejos de apoyarle cuando decidió ayudar a la República en la guerra contra los mandalorianos, se lo prohibieron y hasta lo amenazaron con expulsarlo de la Orden.

Revan no reprimió su resentimiento, como habría hecho cuando era Jedi, sino que dejó que creciera, que lo invadiera por completo y que fluyera a través de él. Todo sentimiento le hacía a él más poderoso, incrementando enormemente su poder... Qué estúpidos eran los Jedi temiendo al Lado Oscuro.

No se molestó en contestar a su aprendiz; le daba absolutamente igual que Malak creyese que era un cobarde. Revan consideraba a Malak alguien vacío, un verdadero producto del Lado Oscuro, corrompido, cruel, sin proyectos ni aspiraciones, simple, predecible, sin un resquicio de su identidad anterior..., poco más que un droide asesino. Lo mantenía a su lado y lo adiestraba porque era necesario, pero sabía que pronto tendría que acabar con su vida y coger un nuevo aprendiz..., y Revan estaba seguro de que le gustaría el cambio.

– Pero ¿cómo puede ser el Maestro Zhar tan imbécil? – Revan continuó con su monólogo, ya sin gritar, pero con un marcado tono de indignación, y empezó a alejarse de Malak y a caminar por el puente, ensimismado –. Claro que la joven Bastila Shan es poderosa, pero apenas lleva unos años entrenándose en la Fuerza – Revan recordó cuando, en una de sus visitas al enclave Jedi de Dantooine en busca de mayores conocimientos, hacía unos tres o cuatro años, había visto fugazmente a la por aquel entonces adolescente Bastila, y cómo en ese pequeño instante ya había podido sentir su poder –. No es rival para mí. Zhar la ha enviado a la muerte.

– Pareces preocupado por la vida de esa Padawan – comentó Malak.

Darth Revan frunció el ceño detrás de su máscara. El muy... ****** de su aprendiz tenía razón. Por algún motivo, no deseaba la muerte de la joven Jedi centinela. Y no tenía ni idea de por qué.

– Al contrario – respondió Darth Revan –. Esa Jedi, con su Meditación de Combate, es el punto fuerte de la República, el motivo por el que perdemos muchas de nuestras batallas. Su muerte nos librará de una gran carga... Simplemente, me sorprende la incompetencia del Maestro Zhar y la falta de sabiduría del Maestro Vandar – añadió.

– ¿Que te sorprende? – preguntó Darth Malak, extrañado –. ¿Desde cuándo consideras a los Jedi sabios? ¿Qué clase de lord Sith eres?

Cómo no... Las aspiraciones de superioridad excesiva de su aprendiz acabarían siendo su perdición, sin duda. Darth Revan no lo soportaba; tenía la cabeza vacía de todo razonamiento lógico.
– Malak, Malak, Malak... – Revan se giró hacia su aprendiz –. Aún te queda tanto por aprender... Es una lástima que después de estos años lo único que hayas aprendido del Lado Oscuro y de mí sea manejar la Fuerza y mejorar tu técnica con la espada de luz. Que ya no seamos Jedi no significa que debamos subestimarlos o despreciarlos. Cierto es que en este caso se han comportado como unos estúpidos, porque el temor al Lado Oscuro les cieg...

– Necios... – comentó Darth Malak, interrumpiendo sin ningún descaro a su Maestro, pues el insulto también iba dirigido en parte hacia él. Opinaba que todo lo que estaba diciendo eran tonterías, muestra de su debilidad, y cada vez estaba más dispuesto a ofrecer a los Sith el líder que se merecían: Un líder cruel, que despreciara a los Jedi y dispuesto a destruir sin ningún escrúpulo.

– Pero hay Jedis realmente sabios – continuó Revan, ignorando a su aprendiz –. No seas idiota y abre los ojos, Malak. Si no respetas a tu enemigo, acabarás muerto. Aprende a conocer y aceptar la sabiduría Jedi, tanto sus defectos como sus virtudes, o estarás perdido.

– No voy a respetar a los estúpidos Jedi – se rebeló Darth Malak, retador. Darth Revan negó con la cabeza; su aprendiz era un caso perdido.

– Haz como quieras – desistió, desganado, y decidió centrarse en el tema que ahora mismo importaba –. Ve al Leviatán con el almirante Karath. Organiza nuestro ejército para repeler a la República, pero deja vía libre a los Jedi; llegarán de todas formas, y así evitaremos que nuestras fuerzas queden muy menguadas. Mientras yo distraigo a Bastila, aplasta la flota de la República.

– ¿Pretendes enfrentarte tú solo a todos los Jedi? – preguntó Malak, burlón –. Luego soy yo el que los subestima...

Típico de Darth Malak cuando se daba cuenta de lo superior que era en realidad Revan... El Señor Oscuro no podía detestarlo más.

– Limítate a cumplir mis órdenes, aprendiz – dijo Darth Revan con frialdad y algo de desprecio mal disimulado, y volvió a girarse hacia el cristal.

– Sí, Maestro – gruñó Darth Malak, y abandonó el puente de mando.

Darth Revan se quedó observando impasible desde la seguridad de su gran nave la encarnizada batalla que se producía fuera. Soldados de ambos bandos caían constantemente. Grandes héroes que luchaban y daban sus vidas en favor de un ideal, de una persona. Realizaban grandes esfuerzos y se sacrificaban para quedar en el olvido. Desde el punto de vista de alguien como Darth Revan, aquello era una especie de batalla entre pequeñas hormigas cuya vida era insignificante. Probablemente, a muchos otros que, como él, poseían un poder inmenso, les habría pasado por la cabeza el mismo pensamiento, y se habrían divertido viendo a las hormiguitas caer una tras otra. Pero al Señor Oscuro de los Sith le desagradaban las guerras. No es que le doliera ver a tanta gente morir, pero tampoco disfrutaba con ello, y le parecía un enorme desperdicio de armas, tiempo, esfuerzo y vidas sin sentido.

Después, él era el malo, el culpable de todo, el... Sith. Pero la culpa de aquella batalla era únicamente de la República, de la República y de los Jedi, y los Sith sólo se estaban defendiendo. Era en situaciones como aquella en las que Revan se replanteaba la sabiduría del Consejo, el cual parecía desesperado por acabar con él. ¿Por qué? Si estuvieran dispuestos a negociar y a aliarse con los Sith, con él, se establecería la paz en la galaxia. Además, los Jedi deberían alegrarse de que el Señor Oscuro de los Sith fuera Darth Revan, alguien que respetaba a la República y que repelía la destrucción, porque cualquier otro, empezando por Darth Malak, su aprendiz y sucesor en caso de que él cayera, causaría oleadas de guerra, muerte, destrucción, crueldad gratuita a su paso, y la República se desmoronaría sin remedio. Porque aunque Revan muriese, la Fragua Estelar, el arma más poderosa que jamás habían tenido los Sith, seguiría existiendo y sirviendo al Lado Oscuro.

En esto estaba pensando Darth Revan cuando sintió la presencia de personas poderosas en la Fuerza: Los Jedi habían llegado.

Revan no se movió. Llamó a un joven aprendiz Sith y le dijo que organizara a un pequeño grupo de Sith y soldados para que luchasen contra los Jedi, mientras activaba mediante la Fuerza sus escudos protectores, aunque estaba seguro de que no le serían necesarios, ya que aquel grupo de Jedi no era rival para él.

Mientras tanto, a bastantes metros de distancia, un grupo de Caballeros Jedi y soldados de la República, liderados por una joven centinela Jedi morena con el pelo recogido en dos pequeñas coletas, ojos azules y túnica naranja ajustada, se adentraba en la gran nave insignia de los Sith y se abría paso entre los soldados hacia el puente, decididos a acabar con Darth Revan.

Cuando al fin llegaron, sus fuerzas estaban muy menguadas: Sólo quedaban cuatro Jedi y dos soldados, y todos ellos estaban cansados y sin fuerzas para enfrentarse al Señor Oscuro. La victoria era casi imposible. La joven Padawan Bastila cerró los ojos, dispuesta a hacer todo lo posible por ayudar a la República, respiró hondo y los volvió a abrir, con determinación. Abrió la puerta del puente, sabiendo que tras ella le esperaba una muerte segura.

Dentro, un grupo no demasiado grande formado por varios soldados Sith y Jedi oscuros les estaban esperando para defender a su Maestro y Señor Darth Revan, quien estaba al fondo del puente, frente al cristal, observando la batalla, aparentemente indiferente ante los Jedi que acababan de entrar.

A penas les dio tiempo a reaccionar, pues las fuerzas defensivas del lord Sith se lanzaron contra los cuatro Jedi supervivientes.

Fue una lucha dura, y aunque los Jedi salieron victoriosos, estaban más cansados, casi todos heridos y sin fuerzas. La que peor salió fue una Twi'lek cuyo sable de luz era violeta, que tenía una grave herida en el vientre. Pero Bastila, que estaba únicamente un poco cansada, no se podía permitir gastar sus fuerzas en curar a su compañera, por mucho que le doliera.

El soldado que les acompañaba, el único que quedaba vivo, aprovechó que sólo quedaba en pie un Jedi Oscuro para avanzar rápidamente hacia Darth Revan, a quien apuntó con su rifle bláster, creyendo que el Sith estaba despistado, y disparó, en un intento desesperado por acabar con él. El Señor Oscuro, sin embargo, era consciente de absolutamente todo lo que estaba pasando, y en el momento en el que la bala estaba a punto de atravesarle, se giró, activó su sable de luz rojo y evitó la bala del rifle, la cual cayó al suelo.

Revan elevó un poco el brazo en dirección al soldado, estrangulándolo con la Fuerza, y éste murió instantáneamente.

Mientras el cuerpo del hombre caía al suelo, Bastila terminó de matar al último Jedi oscuro, y los cuatro Jedi miraron al Sith, alerta y dispuestos a hacer lo posible por librar a la República de aquel monstruo.

Bastila miró a Revan mientras éste hacía una floritura amenazadora con su sable de luz. La joven Padawan a penas podía creerse estar frente al mismísimo Señor Oscuro de los Sith. Resultaba... surrealista. Se quedó observando su imagen, tan cuidadosamente elaborada, todos los detalles de su poderosa túnica que además inspiraba temor y daba sensación de poder, sus guantes de metal, la capa con la capucha puesta y, su rasgo más distintivo, su máscara mandaloriana, negra y roja oscura, a juego con el resto de su túnica, que le daba un aspecto de ser impasible, insensible, poderoso y frío, a la vez que enigmático e incluso cautivador.

Bastila no pudo dejar de admirar la imagen de poder invencible de Revan. Y al mismo Revan. Por su poder. Por su inteligencia, capacidad y estrategia. Por su aparente control sobre sí mismo y capacidad de decisión a pesar de estar corrompido por el Lado Oscuro.

Lo cierto era que Bastila siempre había admirado a Revan. Es decir, cuando aún era un Jedi. Los Maestros hablaban mucho de él, de su lealtad y de su gran capacidad para la Fuerza. Se decía que iba a ser un importante Maestro Jedi, alguien querido y respetado por todos, alguien a quien los historiadores recordarían con claridad. Bastila siempre había soñado con parecerse a él algún día, y, como tantos otros, admiró secretamente su decisión de ayudar a la República en las Guerras Mandalorianas a pesar de la desaprobación del Consejo Jedi, pero no fue suficientemente valiente como para apoyarlo.

Cuando se extendió la noticia de que el gran héroe de la República, Revan, el poderoso Jedi admirado por todos, se había pasado al Lado Oscuro, Bastila se sintió traicionada.

Y, ahora que lo tenía frente a ella por primera vez, ahora que el mito de Revan cobraba vida en forma de carne, hueso y Fuerza, Bastila dudó. Se preguntó si tal vez Revan no estaba corrompido por el Lado Oscuro de la Fuerza, sino que seguía siendo el mismo... Se preguntó incluso si era el camino de Revan el correcto, y no el de los Jedi.

En seguida se arrepintió de aquellos pensamientos. Los Sith eran malos. Los Sith eran crueles. Los Sith eran asesinos. No respetaban la vida. Destruían, conquistaban, torturaban. Un camino así de ninguna manera podía ser correcto.

Aunque Bastila reprimió al instante aquellas dudas, a Darth Revan no le pasaron desapercibidas. La Jedi era poderosa -aunque su poder estaba poco desarrollado debido a la falta de entrenamiento-, y su poder de Meditación de Combate, esencial. Y Revan detectaba en ella una mente de todo menos simple, aunque reprimida, desde luego, por las enseñanzas Jedi. En ese momento, se le ocurrió una idea: Bastila Shan podía ser su nueva aprendiz... O, mejor dicho; Bastila Shan seríasu nueva aprendiz.

Sí, Revan estaba seguro de que podría abrirle los ojos y demostrarle lo equivocados que estaban los Jedi. Y, bajo su tutela, lograría que Bastila no se convirtiera en lo que era ahora Darth Malak.

– You cannot win, Revan – le dijo Bastila, apuntándolo con el dedo índice, con un tono de voz que mostraba una seguridad sobre sí misma que en realidad no sentía. Revan sabía que sí podía ganar, pero no notó duda en la voz de Bastila, lo cual lo sorprendió. Aun así, sonrió detrás de la máscara, y con un pequeño movimiento de muñeca, paralizó con un campo de éxtasis a los tres compañeros de Bastila.

El lord Sith se acercó unos pasos a la Padawan Jedi, quien, tras ver la facilidad con que había incapacitado a sus compañeros, supo que no tenía la más mínima posibilidad, y estuvo tentada de retroceder e incluso huir al ver al poderoso Sith avanzar hacia ella, pero no lo hizo, sino que alzó su sable con valentía, dispuesta a luchar hasta el final.

Entre ellos había una distancia de menos de tres metros.

Se observaron con cautela.

Cuando estaba a punto de lanzarse contra ella, Darth Revan, que tenía el don de la precognición, descubrió que iba a producirse una inminente explosión en su nave de la que no tenía posibilidades de escapar. Comprendió al instante que la nave que lo iba a atacar no era de la República, sino de los Sith. Su aprendiz, Malak, le había tendido una trampa, e iba a bombardear su nave para arrebatarle el manto de Señor Oscuro de los Sith.

En la historia de los Sith, siempre llega un momento en el que Maestro y aprendiz luchan por el poder... El momento había llegado. Su aprendiz lo había traicionado. Y él había caído en su trampa.

Darth Revan sabía que había sido derrotado, así que no se molestó en salir corriendo e intentar salvarse. Se habría quedado quieto, sin reaccionar, esperando la muerte con dignidad..., de no haber sido porque, al mirar a Bastila, descubrió, de nuevo, que no quería que la joven Jedi muriese.

En su rostro se formó una expresión de advertencia, pero para Bastila no significó nada, ya que no podía ver a través de su máscara, y se quedó mirando al Sith desconcertada, sin comprender por qué no la atacaba.

Por primera vez desde que la usaba, Darth Revan lamentó llevar la máscara puesta.

La explosión era inminente, no había tiempo de explicarle a Bastila lo que pasaba, de modo que invocó a la Fuerza una vez más, probablemente la última vez en su vida, y la usó para empujar violentamente a Bastila, lanzándola lo más lejos posible de él. Bastila gritó de dolor al chocarse con uno de los paneles de control del puente, pero ni siquiera le dio tiempo a recuperar la postura y blandir su sable de luz.

Todo ocurrió muy deprisa. Se oyó el zumbido de proyectiles de las torretas del Leviatán dirigiéndose hacia ellos con velocidad, que impactaron sobre la nave, provocando una fuerte explosión, a la vez que diversas bombas explotaban en el puente.

El Sith y los cuatro Jedis cayeron al suelo, inertes.