Disclaimer: La historia no nos pertenece, los personajes son de S. Meyer y la trama de Edward's Eternal, solo nos adjudicamos la traducción.
Belong To Me
By: Edward's Eternal
Traducción: Yanina Barboza
Beta: Mónica León
Capítulo 1
El auto chisporroteó y resopló, deslizándose lentamente hasta una parada al costado de la carretera. Golpeé mi mano en el volante por la frustración.
—¡Maldita sea!
Recosté mi cabeza en el apoyacabeza, tratando de controlar mi ira.
¿Qué mierda me poseyó para dejar la tranquila seguridad de mi casa para manejar a través del país en invierno, dos días antes de Navidad, para ir a ver a mi familia? ¿Qué estúpido sentido del deber provocó esta acción? Casi solté una carcajada. Tanto para una sorpresa para ellos. Era realmente chistoso. No sabían que estaba yendo y ahora no estaba seguro de que llegaría. Por el extraño sonido que mi auto estaba haciendo, tampoco estaba seguro de que llegaría a casa. Probé el motor otra vez, pero no encendió.
Miré alrededor, asimilando el desolado paisaje. Agarrando el GPS, lo encendí de nuevo y obtuve el mismo mensaje que había estado parpadeando por los últimos diez minutos.
Recalculando.
Lo lancé a un lado. Qué porquería.
No tenía ni una jodida idea de dónde estaba, excepto que estaba alrededor de tres horas lejos de una gran ciudad. Ottawa estaba muy lejos detrás de mí. La casa de mis padres a unas cuatro horas, o más, por delante. Sacudí la cabeza por la frustración. Debí haber sido paciente y no tomar ese desvío, pero el accidente en la autopista había atascado el tráfico. En vez de esperar, había seguido un rastro de autos que se desvió de la autopista, pero había disminuido más o menos al tiempo en que mi GPS murió, seguido poco tiempo después por mi celular. Siempre olvidaba cargar la maldita cosa.
Un auto pasó volando junto a mí y levanté mi cabeza, estrechando los ojos mientras miraba su recorrido calle abajo. Fruncí mis labios mientras veía luces de freno y luego éstas desapareciendo alrededor de una esquina más arriba en la calle. Era un largo camino, pero estaba seguro de que vi luces.
¿Qué había arriba?
¿Una casa? ¿Un negocio?
Me encogí de hombros.
Solo había una manera de averiguarlo.
Me incliné y agarré mi gorro de lana y mis guantes, maldiciendo el hecho de que mi chaqueta de cuero no iba a ofrecer mucha protección del frío. Tampoco lo harían mis zapatillas. Pero era o bien ir a tratar de encontrar un teléfono o sentarse en el auto y esperar que alguien se detuviese.
Salí del auto y me di cuenta que había una tercera opción.
Congelarse.
Joder, estaba frío afuera.
Caminé penosamente la calle, mi cabeza gacha y mis manos enterradas en los bolsillos. Para el tiempo que llegué al lugar por el que creía que el auto había girado, mis dientes estaban castañeando y mi cuerpo temblando con escalofríos, lo único bueno era el hecho de que no estaba nevando. Doblé en la esquina y lancé un suspiro de alivio. Más adelante estaba un pequeño edificio, sus luces un distante brillo. Seguí adelante, casi gimiendo cuando me di cuenta que era una pequeña y pintoresca cafetería. El estacionamiento tenía alrededor de media docena de autos, y con agradecimiento abrí la gruesa puerta de madera y caminé a través de ella.
La calidez del interior de la cafetería me golpeó y tropecé con la mesa más cercana, sentándome pesadamente con un bajo jadeo. El aire a mi alrededor se sentía casi demasiado caliente comparado con mi helada piel. Me saqué el gorro de la cabeza y arranqué de un tirón los guantes, doblando y estirando mis manos frías, tratando de recuperar la sensibilidad en ellas. Mis lentes estaban tan fríos que había hielo en los cristales, así que me los saqué y los lancé a la mesa. Debería haberlos dejado en el auto. Desde mi cirugía láser, solamente los necesitaba para manejar.
—Aquí —habló una suave voz cerca de mi oreja.
Abrí mis ojos, encontrándome con unos preocupados del más claro azul que alguna vez haya visto. Estaban llenos de preocupación mientras encontraban los míos, la emoción en ellos tan fácil de ver. No podía recordar la última vez que había visto a alguien mirarme con tanta preocupación. Era una sensación inusual. Incapaz de apartar la mirada, parpadeé y una profunda V apareció entre los bonitos ojos.
—¿Puedes hablar?
Aclaré mi garganta y me reacomodé en la silla.
—L-Lo siento. Sí. —Mi voz sonó áspera como si no hubiera hablado por días en vez de solo horas—. F-Frío. Tengo tanto frío.
Una taza apareció frente a mí y con gratitud la agarré, solo para conseguir que se deslizara de mis manos frías y repiqueteara en su lugar en el platito
Maldije en voz baja y miré de nuevo a la cálida mirada. La mujer unida a los bonitos ojos, sonrió con comprensión y levantó la taza hacia mi boca, ayudándome a beber el caliente líquido. Su mano ahuecó mi nuca, su calor abrasando mi piel fría mientras tragaba el café ansiosamente. Dejó la taza sobre la mesa, una pequeña sonrisa en su rostro cuando vio que estaba vacía.
—¿Mejor?
Asentí, sintiendo el calor filtrarse a través de mi cuerpo.
—Mucho. Gracias.
—¿De dónde vienes?
—Mi auto... —Me detuve y tragué—. Mi auto se descompuso.
—¿Caminaste aquí desde la autopista? —Su voz estaba horrorizada.
—No. La autopista estaba cerrada. Seguí a algunos autos tratando de evitar un accidente y me perdí. Mi auto comenzó a hacer algunos ruidos raros y después simplemente murió. Caminé por aproximadamente veinte minutos.
—Eso todavía es un largo camino en este frío viento del norte. No me sorprende que estés congelado. ¡Ni siquiera tienes botas! —Chasqueó la lengua fuertemente mientras se ponía de pie—. Sácate la chaqueta. Está conservando el frío. Quédate aquí.
Se fue, y le sonreí a su silueta en retirada, encontrando su tono mandón, por alguna razón, divertido. ¿Dónde pensaba que iba a ir? ¿De vuelta afuera con ese frío? ¡Jodidamente no lo creía!
Reapareció con un humeante bol de sopa y lo dejó enfrente de mí. Después cubrió mis hombros con una manta.
—Come eso. Volveré.
Su tono no admitía discusión. Agarré la cuchara y tomé un sorbo. La vi moverse alrededor de la cafetería, hablando con los pocos clientes, por supuesto locales aquí. No estaba muy concurrido, pero el letrero de afuera decía que estaba abierto las veinticuatro horas, y me preguntaba distraídamente hasta qué hora trabajaba ella.
Era un tipo de cafetería anticuada, con mostrador de fórmica, con mesas que no combinaban y sillas diseminadas alrededor. Las luces de Navidad estaban colgadas alrededor de las ventanas y junto a mí un árbol bastante deteriorado estaba adornado con cuerdas de palomitas de maíz y adornos fabricados de sorbetes y utensilios doblados dándole un aire extravagante que me hizo sonreír. La atmosfera completa era de un sitio local deteriorado y antiguo para reunirse y comer.
Reapareció, sonriendo con satisfacción al bol vacío.
—¿Más cálido ahora?
—Sí. Gracias otra vez. —Miré mi reloj, viendo que eran después de las diez—. ¿Supongo que no hay una estación de servicio abierta toda la noche por aquí?
Negó con su cabeza.
—¿Un hotel cerca?
Otra vez negó con la cabeza.
—Hay un pueblo.
Hice una mueca.
—¿Cuán lejos está?
—Alrededor de un viaje de veinte minutos.
—Ah.
—¿Más café?
—¿Me ayudarás a beberlo? —bromeé, sorprendido por mis palabras. Me sentía muy cómodo con esta mujer, lo que no era una reacción normal para mí.
Su sonrisa era hermosa. Transformaba sus delicadas facciones en una impresionante visión de belleza. La respiración se me atascó en la garganta.
—El primero va por la casa. Cobro después.
—Anotado. —Mi voz bajó—. Gracias por eso. Fue más allá de amable.
Sus mejillas se inundaron de color, realzando su sutil belleza, y su mirada bajó.
—Traeré tu café.
En un impulso extendí mi mano.
—Soy Edward Masen.
Su mano estaba caliente estrechando la mía.
—Bella Swan.
Mire hacia nuestras manos, y después de nuevo a ella.
—Hola, Bella. Es un auténtico placer conocerte.
*()*
Una nueva taza de café apareció enfrente de mí. Tomé un sorbo y jadeé.
—Vaya. Está caliente.
Sonrió mientras asentía.
—Le agregué agua fría a la primera taza así podías beberla rápido y entrar en calor. Hablando de lo eso, todavía estás tiritando. Aquí. —En su mano extendida estaba una toalla doblada. Confundido, la tomé de sus manos solo para darme cuenta que estaba caliente—. Tus manos todavía están frías, así que tus pies deben estar congelados. Están empapados —explicó en voz baja—. Sácate los zapatos y envuélvelos en eso.
—Oh, eh... ¿aquí?
Asintió.
—Sí.
Dudé.
—Tus pies —dijo directamente—. Quítate tus calcetines. Los calcetines húmedos no están ayudando. —Miré alrededor de la casi vacía cafetería. No quería meterla en problemas. Ella me sonrió—. Está bien, Edward.
Saqué de mis pies las zapatillas y calcetines húmedos, envolviendo la toalla alrededor de ellos. Ella tenía razón. Estaban congelados.
—Gracias —dije otra vez. Un estremecimiento pasó a través de mí mientras el calor golpeaba mi piel.
—Yo, eh, llamé a un amigo del pueblo que es dueño de un taller. Está enviando a una de sus grúas para llevarse tu auto. Lo revisará en la mañana. También te puede llevar al hotel. Le tomará un rato llegar aquí, así que pondré tus calcetines y zapatillas en la secadora de la parte de atrás.
Estaba sorprendido por la amabilidad.
—Bella... gracias.
—No es nada.
Me estiré hacia ella. Una vez más, mientras mi mano envolvía la suya, sentí el profundo calor.
—Eres realmente... —titubeé— un ángel. Gracias.
—Bebe tu café —reprendió.
Pero ella estaba sonriendo mientras se alejaba.
*()*
—¿Estás seguro? —me preguntó Jake mientras retrocedía hacia el estacionamiento de la cafetería, mi auto en el cabestrante en la parte de atrás de su camión. Él me había recogido y llevado hasta mi auto, pero en vez de volver al pueblo con él como planeaba, sentí la intensa necesidad de regresar a la cafetería.
De regreso a Bella.
Ella se había visto tan triste como yo me sentía cuando Jake llegó para llevarme a mi auto, aun así sonrió mientras me pasó mis zapatillas y calcetines ahora secos. Me deseó un buen y seguro viaje antes de alejarse, dejándome sintiendo extrañamente vacío. Desde el momento que me fui, quería volver. Había conversado conmigo mientras esperaba a Jake, y disfruté su suave voz y dulce risa. Mi habitual timidez parecía desaparecer alrededor de ella. Tenía una forma de atraerte hacia su calor, haciéndote querer más.
Más de su tiempo y sonrisas. Más de ella.
—Sí. Dejé mis lentes.
—Puedo esperar.
—Estoy, eh, hambriento. Comeré algo y luego tomaré un taxi.
Jake soltó una risita.
—Un taxi puede ser difícil de encontrar a esta hora de la noche aquí.
—Conseguiré un aventón con alguien.
Jake miró hacia la cafetería.
—La comida es buena. —Después se rio entre dientes—. Por lo que también lo es el servicio. —Estreché mis ojos en él. Me regresó la mirada sin pestañear—. Bella es amiga de mi esposa, Edward. Ve con cuidado.
—Solo quiero una hamburguesa con queso, Jake.
Se rio.
—Tenemos un Wendy's si eso es todo lo que buscas.
—Este…
—Tranquilo, Edward. Solo decía. —Se detuvo—. Te llamaré cuando sepa lo que está mal con tu auto.
Asentí mientras salía de la cabina de su camión.
*()*
La cafetería estaba aún más vacía cuando entré. Hice mi camino hacia una mesa y me senté, poniendo mi pequeña maleta en la silla junto a mí. Bella vino desde la cocina, su cara rompiéndose en una sonrisa cuando me vio. Una vez más fui golpeado por cuán bonita ella era mientras caminaba hacia mí. Ella tenía mis lentes.
—Iba a dejar estos en el taller para ti en la mañana. —Después frunció el ceño—. ¿Por qué Jake se está yendo? ¿Qué está haciendo? ¡Necesitas un aventón al hotel! —Comenzó a apurarse hacia la puerta antes de que la detuviera.
—Está bien. Yo lo envié de vuelta al pueblo.
—¿Por qué? Lo haré regresar. ¡Volviste por tus lentes y ahora los tienes!
Negué con la cabeza y solté una profunda exhalación.
—No regresé solo por mis lentes. Quería pasar más tiempo contigo.
Sus ojos se ampliaron.
—Oh.
Vacilé, preocupado por su reacción.
—¿Eso está bien?
Sus mejillas se tiñeron de rosa.
—Sí, lo está.
—Bien.
—¿Puedo traerte algo?
Sonreí... no le había mentido completamente a Jake. Estaba bastante hambriento.
—¿Puedo tener una hamburguesa con queso?
Rio.
—Sí.
—¿Puedes sentarte conmigo?
—Sí.
—Está bien. Muy bien.
Asintió, de repente luciendo tímida.
—Sí.
*()*
—¿No necesitas llamar a tu familia?
Negué con la cabeza y terminé de tragar mi hamburguesa.
—Ellos, eh, no sabían que estaba en camino.
—Oh, ¿vas a sorprenderlos? Estoy segura de que Jake tendrá tu auto reparado y lo podrás hacer. Estarán emocionados.
Resoplé.
—Dudo que emocionados sea la palabra correcta.
—¿Cuál sería la palabra correcta?
—Sorprendidos. Quizás un poco disgustados.
Frunció el ceño.
—Esa sería una extraña reacción a tener cuando la familia viene a visitar en Navidad.
—Ellos no son… —solté una profunda exhalación— como la mayoría de las familias.
Su cabeza se ladeó mientras me contemplaba en silencio.
—¿Por qué dirías eso?
Suspiré.
—No me llevo bien con mi familia, Bella. —Reí con indiferencia ante el eufemismo—. Cuando mi auto se rompió estaba preguntándome si era una señal de que estaba siendo estúpido por hacer este viaje.
—¿Por qué lo hiciste entonces?
Me encogí de hombros.
—No he tenido una Navidad con ellos en años. Mi hermana tuvo un bebé un par de meses atrás. Pensé que quizás debería... tratar y reconectarme.
—¿Qué pasó, Edward? ¿Puedes contarme? —Su tono era suave.
Sus ojos eran tiernos, amables. No había demandas en ellos, solo preocupación. Por primera vez desde siempre, quería contarle a alguien. Quería compartir. Inconscientemente mi mano se estiró, y ella me encontró a mitad de camino, envolviendo la mía entre las suyas. Otra vez, sentí una explosión de calor fluir a través de mí por el contacto.
—Tengo dos hermanos. Ambos perfectos a los ojos de mis padres. Populares en la escuela, excelentes en cualquier cosa que se proponían. Estudiantes equilibrados, y ahora adultos exitosos. Casados. Grandiosas y notables carreras. —Le sonreí tristemente—. Y después estoy yo. El bebé de la familia.
Bella sonrió.
—Creía que el bebé de la familia era el más consentido... el más amado.
Negué con la cabeza.
—No en mi familia. Nunca he estado a la altura. Siempre fui tímido, silencioso. Lo hice bien en la escuela, pero no como mis hermanos. La única cosa que tenemos en común es nuestro fideicomiso. Mis notas eran grandiosas, pero nunca fui popular, bueno en los deportes, o extrovertido. Era simplemente bien. Nada extraordinario como ellos.
—Todos somos diferentes. Eso es lo que nos hace especiales.
Asentí. Ella tenía razón. Excepto en mi familia. Eso solo te hacía diferente. Diferente no era bueno.
Solté una profunda exhalación.
—Mi padre es abogado. Mi hermano es socio en su firma. Mi hermana posee su propia compañía de diseño. Mi madre es socia en una lujosa boutique. Todos viven en grandes casas, manejan costosos autos y viven extravagantes estilos de vidas. Viajan un montón, compran con despilfarro y viven una vida con la que no estoy cómodo. Nunca lo estuve. —Me detuve—. Y después estoy yo. El diferente.
—¿Y quién es Edward? —me preguntó en voz baja, apretando mi mano.
Miré a nuestras manos juntas e inclinándome, envolví la mía sobre las suyas así estábamos totalmente conectados.
—Soy un especialista en restauración de antigüedades, Bella. Vivo solo en una casa a la orilla del agua, en un pequeño pueblo de la costa este. Mi mundo es tranquilo. Mi taller está en la parte de atrás de mi casa, así que soy mi propio jefe, y no socializo mucho. Vivo una vida sencilla y sin complicaciones. Pocas veces he usado mi fideicomiso excepto para comprar mi casa y estar libre de hipoteca. No vivo como mi familia. Me gustan las cosas… modestas.
—¿Te sientes solo?
Me detuve. Me había sentido solo hasta que tomé un trabajo restaurando un antiguo escritorio para Esme Cullen. No me había dado cuenta cuán solo estaba hasta que los Cullen llegaron a mi vida.
—No de la forma en que me sentía cuando era más joven. Tengo unos pocos buenos amigos ahora, quienes me tratan como parte de su familia. —Sonreí mientras pensaba en Carlisle y Esme. Cómo casi me habían adoptado, llevándome hacia su familia, mostrándome lo que era ser parte de una; aceptándome por quien era y no tratándome como un desconocido. Tomó un montón de esfuerzo de su parte para sentirme lo suficientemente cómodo de aceptar sus cuidados y amistad ya que no estaba acostumbrado a ser querido. Pero ellos nunca se rindieron, y ahora no estaba más solo, aunque había muchas veces que todavía me sentía solitario. Jasper, su hijo, y yo éramos amigos cercanos y me llevaba bien con su esposa Alice, quien me trataba como el hermano que nunca tuvo, lo que significaba que me mangoneaba un montón. Solía ser ignorado por mis propios hermanos, tenía que admitir, me gustaba esto.
—¿Reparas piezas de historia rotas, Edward? ¿Restauras su belleza? ¿Las haces útiles y brillantes de nuevo?
Me gustó la forma en que expresó eso.
—Supongo que en muchos casos, sí.
—Creo que es maravilloso. ¿Qué más? —indujo.
—Enseño clases de piano en mi tiempo libre y ayudo al entrenador de fútbol en el verano.
Levantó nuestras manos y estudió las mías.
—Tienes dedos largos, perfectos para el piano.
Me reí entre dientes.
—Sin embargo nunca los tengo limpios. No importa de qué manera los refriegue, siempre hay colorante o pintura debajo de las uñas de cualquier cosa en la que esté trabajando.
Sonrió tímidamente.
—Aun así son bonitas manos, Edward. Capaces, fuertes manos.
Miré a ellas con sorpresa. ¿Ella pensaba que eran bonitas? Miré las suyas: pequeños, diminutos dedos que casi llegaban hasta mis nudillos, mientras los sostenía contra los míos. Me gustaba, sin embargo, cómo se sentían acurrucados entre mis dedos. Parecían encajar como si pertenecieran ahí.
—¿Tienes, eh, una novia? —me preguntó, mirándome con timidez desde debajo de sus pestañas. Entonces como si se diera cuenta de lo que la respuesta a esa pregunta podía ser, comenzó a sacar sus manos de las mías.
—No —me apresuré a asegurarle, aferrándome sus dedos—. Soy, eh, no tan bueno con... las chicas. Eh, mujeres. Quiero decir, las he tenido. Novias, quiero decir. Unas pocas. Pero, sí, eh… No. No novia. —Solté un suspiro—. La timidez nunca se ha ido completamente. Tengo problemas hablando a veces.
Dios, era aburrido.
—Me parece que lo haces bien. Estás hablando conmigo.
—Eres diferente, de alguna manera —murmuré—. Haces fácil el hablar contigo.
El sonrojo que encontré tan encantador apareció de nuevo.
—Gracias.
Apreté su mano.
—Mi momento favorito del día es estar sentado en mi porche viendo el sol ponerse por encima del agua —expresé en voz baja—. Es tan pacífico. Amo vivir ahí.
—Suena bastante bueno para mí.
Resoplé.
—De acuerdo con mi padre, es un desperdicio.
Me sonrió.
—No es su vida. Él vive su vida como le gusta. Tienes derecho a vivir la tuya.
Sus palabras me golpearon.
Simples. Directas.
Mi vida.
No suya.
La miré.
—Aun así, son tu familia, Edward. Debes tratar y ser parte de su vida. La familia es importante.
—¿Tienes familia, Bella?
Su mirada se perdió sobre mi hombro. La cafetería ahora estaba vacía excepto por nosotros, el único sonido en el lugar venía de la cocina. Eran después de las dos, y sabía que ella trabajaba hasta las tres. No quería que el tiempo se acabara.
Esperé mientras ella reunía sus pensamientos.
—Perdí a mis padres hace un par de años en un accidente de auto. No tengo hermanos. Así que, sin familia... estoy sola. —Se detuvo—. Mis padres eran espíritus libres. Se mudaban un montón, nunca asentándose, siempre moviéndose de alguna nueva aventura que deseaban para tener otra. Trabajaron en un montón de empleos temporales, nunca ahorrando para el futuro, y cuando murieron no habían dejado nada para mí. Los sepulté y me quedé aquí. Estaba cansada de mudarme, siendo arrastrada de un lugar a otro. Tenía un empleo y unos cuantos amigos. Necesitaba estar en un lugar por un tiempo y descubrir lo que quería lograr en mi vida.
Fruncí el ceño. No sonaba como que había tenido una muy buena infancia.
—¿Cuántos años tienes, Bella?
—Veintidós.
—Yo tengo veintiocho.
—Es solo un número, Edward.
—Es verdad. ¿Vives sola?
—Con mi gato, Chester. Tengo una compañera de piso quien casi nunca está allí. Viaja por trabajo y viene a casa cada tanto para cambiar su ropa, ponerse al día e irse de nuevo.
—¿Te gusta aquí?
Se encogió de hombros.
—Estaba tan cansada de nunca tener nada que llamar mío... nunca sentir realmente que tenía un hogar. Buscaba algún lugar en el que sintiera que podía pertenecer.
—¿Lo encontraste?
Su voz fue tan baja que casi no la escuché.
—Todavía no.
La urgencia de inclinarme hacia adelante y decirle que quería ayudarla con eso, era fuerte. En su lugar, apreté sus manos.
—Todos queremos eso, Bella. Todos necesitamos pertenecer... a alguien, a algún lugar. —Asintió—. ¿Qué quieres para tu vida?
—Quiero volver a la universidad y conseguir mi título. Quiero trabajar con libros. Amo los libros.
—¿Eso... —me detuve, inseguro de cómo preguntar— va a pasar para ti?
—Pronto. —Asintió—. Trabajo aquí y medio tiempo en la librería del pueblo. Tendré suficiente para ir a la universidad en el otoño del próximo año. Todavía tendré que trabajar y vivir en la residencia de estudiantes, pero seré capaz de hacerlo.
—Eso es genial. —Apreté su mano suavemente. Tenía el presentimiento de que ella podía hacer cualquier cosa que se propusiera.
La puerta se abrió y una mujer mayor entró. Nos miró brevemente, antes de asentir y continuar hacia la parte trasera. Fue entonces que me di cuenta cuán cerca estábamos. Nuestras sillas estaban puestas juntas, los hombros tocándose. Nuestras manos estaban entrelazadas sobre la mesa y mientras hablábamos nuestras cabezas se habían inclinado juntas, casi tocándose. Era como si estuviéramos envueltos en nuestra propia burbuja, en voz baja compartiendo nuestras vidas con el otro. Nunca había experimentado esta sensación de intimidad con otra persona, o esta sensación de querer estar aún más cerca.
—Mi relevo está aquí —me dijo—. Esa es Jessica.
—¿Trabaja cada noche? —No me podía imaginar levantándome en el medio de la noche todos los días.
Bella sonrió maliciosamente, y se inclinó hacia delante, su voz baja.
—Sí. Los rumores dicen que le gusta cómo Jared, eh, maneja la cocina. —Guiñó—. Si sabes a lo que me refiero. Vale la pena salir de la cama por eso, escuché. —Después se rio y me reí con ella.
—¿Qué hay de ti, Bella? ¿Te gustan sus habilidades en la cocina? —bromeé, a pesar de que en el interior estaba sintiendo una extraña tensión en el estómago mientras esperaba su respuesta.
Se recostó en la silla.
—Nop. Él siempre está muy caliente... trabajando junto a la cocina. —Arqueó sus cejas, haciéndola lucir adorable—. Prefiero manos y pies fríos. Me dan algo para calentar mientras nos acurrucamos.
Reí ante sus atrevidos comentarios. Era bastante adorable. Mi sonrisa se amplió más mientras ella bostezaba, tratando de cubrir el hecho de que lo estaba haciendo girando su cabeza.
Mi sonrisa se desdibujó. Era tiempo de decirle adiós. Me puse de pie.
—Debes estar cansada y es tiempo de que vayas a casa. Necesito conseguir un aventón hacia el pueblo.
Estiró la mano, agarrando la mía, y jalándome de vuela a la silla.
—Te llevaré.
—No tienes que… —titubeé, pero realmente quería un poco más de tiempo con ella.
—No seas tonto. Voy hacia el pueblo de todas formas.
—¿Sí?
Asintió.
—Yo, eh, solo tengo que hacer algunas cosas.
Solté su mano con pesar.
—Tómate tu tiempo —sonreí, contento por el ofrecimiento—. No iré a ninguna parte.
Desapareció en la cocina, mis ojos siguiendo sus movimientos, mi cabeza resonando con una pequeña frase, que no podía entender
«No sin ti.»
*()*
—¿Esto es lo que manejas? —Miré boquiabierto a la monstruosa camioneta estacionada en el último lugar del estacionamiento—. ¿Puedes ver sobre el tablero?
Bella se rio.
—Sí. Era una de las cosas que venía con nosotros a todos lados que íbamos. Y una de las pocas cosas de mis padres que he conservado. Es una vieja amiga.
—¿Es segura? —Vieja amiga o no, parecía que seguía unida por el óxido en ella.
Resopló.
—Súbete, cobarde. —Me subí y segundos después, Bella tenía el motor encendido y el radiador funcionando—. Solo le toma unos pocos minutos entrar en calor.
—Está bien. —Nuestros ojos se encontraron y permanecieron en la tenue luz proveniente del tablero. La cabina se puso caliente. Muy caliente. Tragué nerviosamente. Los ojos brillantes de Bella reflejaban la luz mientras me miraba, su mirada insegura. Lentamente levanté mi mano, mis dedos rozaron su mejilla—. Has sido tan amable conmigo toda la noche, Bella. Más de lo que sabes.
—Solo te ayudé a entrar en calor —murmuró, buscando mis ojos con los suyos.
—Sí, hiciste eso. Pero, hablaste conmigo y me escuchaste. Cuidaste de mí. Eso es tan… especial. No te puedo agradecer lo suficiente.
—De… nada.
Valientemente, me deslicé más cerca, estirándome para acariciar su mejilla otra vez.
—De verdad eres como un ángel para mí.
—Nunca he sido un ángel para nadie.
Solté una profunda exhalación, mis dedos deslizándose hacia su cabello.
—Bueno, eres mía. Mi ángel.
Sus ojos se ampliaron.
Y después mi boca estaba en la suya.
Cálida, dulce, suave.
Sus brazos se envolvieron alrededor de mi cuello. Sus manos agarrando el cabello de mi nuca. Cuando deslicé mi lengua dentro de su boca, el sonido que hizo fue erótico. La jalé más cerca, mi lengua acariciando la suya suavemente. Mis manos ahuecando su nuca manteniéndola cerca de mi cara. Nunca quería dejar de besarla. Fueron solo las brillantes luces de un auto estacionándose y reflejándose en el espejo retrovisor trasero lo que nos hizo separarnos, jadeando. Mi dedo trazó su labio inferior.
—¿Debo disculparme?
—No.
—¿Puedo hacerlo otra vez?
—Sí —murmuró.
—Gracias a Dios —murmuré contra sus labios.
*()*
No tenía idea de cuánto tiempo la besé. Para empezar no sabía cómo incluso conseguí valentía suficiente para besarla, pero ahora que lo hice, no quería parar. Finalmente, sin embargo, ella se separó, su respiración caliente en mi mejilla mientras se acurrucaba contra mi hombro. La sostuve contra mí, disfrutando de la intimidad.
—¿Edward? —Su voz era amortiguada contra mi pecho.
Besé su cabeza. Me gustaba cómo mi nombre sonaba en sus labios.
—¿Mmm?
—¿Vendrías… vendrías a casa conmigo?
Elevé su barbilla y estudié su transparente mirada. Nunca nadie me había mirado con tanta emoción antes. Era abrumador.
—Dios, Bella, quiero. Lo deseo tanto. ¿Estás segura?
—Sí.
Solté una profunda exhalación y la besé de nuevo.
—Llévame allí, entonces.
