Era temprano, el sol apenas salía. Sakura se calzó las sandalias y colocó su pequeña mochila en la cintura. Con eso valía. Esa noche había llorado, pero ahora su mirada era decidida. Delante de la puerta de su apartamento suspiró, cogiendo fuerzas para salir de ahí. Para salir de su casa, de su ciudad, de su país... tal vez para salir de la vida de sus amigos; y tal vez para no volver.

Abrió la puerta con brusquedad y empezó a correr hacia la salida de la aldea. No sabe si cerró la puerta de un portazo o la dejó abierta, la verdad es que no le importaba. Estaba saltando entre las ramas de los árboles, rumbo hacia a algún lugar… Pero su mente estaba en otro sitio.

EL DIA ANTES.

La vida en Konoha resultaba tranquila. Sakura hacía mucho tiempo que no salía de la aldea de misión, ya que se le había dado el trabajo como directora del hospital. Dado que sus amigos estaban fuera la mayor parte del tiempo, ella aprovechaba para quedar inmersa en un mundo de libros que leía o estudiaba. Aun así, siempre que podía, iba a cenar con Naruto y Sai y hablaban de las entretenidas y peligrosas misiones. A Sakura le encantaba escuchar sus relatos, pero lo cierto es que no echaba del todo de menos esas situaciones de peligro y adrenalina.
De vez en cuando Naruto le traía alguna información nueva sobre el paradero de Sasuke, a lo que ella sonreía y le animaba, pero hacía tiempo que había perdido la esperanza de que volviera a la aldea, o incluso la esperanza de volver a encontrarse.

Siempre que el equipo Kakashi volvía de una misión, Naruto y Sai esperaban en la entrada del hospital a que Sakura saliera de trabajar. Para ella verlos aparecer después de un día de mucho trabajo la llenaba de satisfacción y felicidad.

Ese día llegó al hospital como cualquier otro día. Trabajó al máximo, como siempre. Le encantaba ir en ratos libres a pediatría y leer o inventar historias para los niños. Mientras estaba allí, Shizune llegó y se quedó mirando a Sakura; esperando hasta que acabara la historia. Sakura la vio de reojo, así que aceleró el curso de la historia para no hacerle perder el tiempo a su compañera.

– Shizune! ¿Cómo tu por aquí? – Inquirió, contenta de verla.

– Buenas tardes Sakura-chan – sonrió – Tsunade-sama quiere verte.

– Gracias por avisar, iré en cuanto acabe aquí – Contestó Sakura recogiendo el desastre de la sala de juegos de pediatría.

– Yo me encargo del resto, quiere verte ahora… Será mejor que no la hagas esperar.

La mirada de terror que tenía Shizune hizo que Sakura se diera cuenta de que Tsunade no debía estar de muy buen humor, así que asintió y se fue hacia la Torre Hokage.

– ¿Tsunade-sama? – Preguntó una Sakura algo temorosa desde la rendija de la puerta entreabierta.

– Pasa.

Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza. Saludó con una inclinación de cabeza y una sonrisa algo temerosa.

– ¿Has estado alguna vez en el museo de Suna? – Preguntó Tsunade, mirando por la ventana.

– Lo cierto es que no, nunca. Solo he visto algunos panfletos de propaganda.

– Mmm… - Cruzaron miradas – ¿Te has leído casi todos los libros de historia de mi biblioteca privada y nunca te ha dado por ir a un museo?

– Eh... – Carraspeó – Lo cierto es que no tengo tiempo para ir a Suna solo para ver un montón de antigüedades…

– Comprendo.

Sakura frunció el ceño. Normalmente si se quejaba de falta de tiempo, Tsunade entraba en cólera y te imponía aún más tareas. Curiosa tras un intenso silenció, preguntó:

– Tsunade-sama… ¿Ocurre algo?

– ¿Conoces la leyenda del ramo de Amaterasu?

– Es una leyenda antigua – Tsunade la miró esperando algo más, así que Sakura continuó – La leyenda cuenta que Amaterasu plantó diez flores de azahar, las cuales regó con sus propias lagrimas; haciendo que estas crecieran y se convirtieran en preciosas flores de porcelana. Las juntó y creó el Ramo de Amaterasu. Cada flor tenía cinco pétalos, y se dice que si Amaterasu rompía un pétalo para ti, se te cumpliría un deseo. Al poco tiempo se dio cuenta de que las personas que de verdad tenían deseos buenos, eran personas humildes que no se creían dignos de tal regalo. Mientras que los que se acercaban a ella con supuestas buenas intenciones, utilizaban sus deseos para cosas horrendas o egoístas… Así que arrancó las tres últimas flores que le quedaban y las enterró, cada una en una cueva para que no pudieran volver a ser usadas.

– Quince deseos que la gente busca desde hace años. ¿Crees de existan de verdad?

– No lo sé, al fin y al cabo solo son leyendas.

Tsunade suspiró. Se levantó de la silla y se sentó en el borde de la mesa, justo delante de Sakura.

– Han encontrado una de las flores. – Su mirada se volvió seria – Está en el laboratorio del museo de Suna.

– Tsunade-sama… que hayan encontrado una flor de porcelana no significa que…

– No pueden romperla – Interrumpió la Hokage – No pueden romper los pétalos. Lo han intentado de mil formas diferentes y no consiguen hacerle ni un rasguño.

– Suena a broma – Dijo Sakura, graciosa. Pero con la mirada de su maestra recuperó la compostura y volvió a un semblante serio.

– El Kazekage en persona ha enviado un cuervo pidiendo un médico analista para analizar la flor. He pensado en ti. Tienes altísimos conocimientos de historia y no hay nadie mejor que tú en las artes médicas, excepto yo. Pero yo no puedo abandonar la aldea.

– Bueno, no suena mal. Hace mucho tiempo que no salgo de misión. ¿Quién me acompañará?

– Irás sola, Sakura. Poca gente sabe acerca de la flor. Lo saben los analistas que están trabajando en ella, el Kazegake, el consejo de Suna, el consejo de Konoha y yo. – Sakura miraba como si no entendiera, había algo escondido en las palabras de Tsunade. – Y ahora lo sabes tú.

– ¿Qué tengo que hacer? – Preguntó la pelirrosa para entender mejor la situación.

– Serás la Jefa de un equipo de cuatro analistas. No puedes separarte de la flor. Comerás con la flor, estudiaras con la flor, dormirás y te ducharás con ella. A tus compañeros de equipo, ordénales lo que creas conveniente o necesario, pero no dejes que nadie se quede con la flor a solas. No le hables de la flor a nadie. Intenta descubrir todo lo que puedas. La misión durará mucho tiempo, muchísimo. Tengo la corazonada de que va a durar mucho más de lo que nos gustaría a todos. – Tsunade cerró los ojos – Eres la única persona en la que confío para esta misión.

Sakura se sintió alagada, pero el tono de preocupación y tristeza de la voz de su maestra la inquietaba. No sonrió, sabía que la situación no era para sonréir. Tsunade iba a continuar hablando, así que prefirió no interrumpirla. Era una misión muy importante, secreta… No iba a decepcionarla.

– Hay algo más, Sakura. Hay informes recientes que dicen que Akatsuki se está moviendo hacia Suna. No sé para qué, pero a sabiendas de todo esto, no puedo evitar sospechar de que saben del hallazgo de la flor. Tal vez sea solo coincidencia, pero es necesario que lo sepas y estés preparada para lo que pueda venirse encima.

– Entiendo, Tsunade-Sama – Sakura tragó saliva.

– Sakura – La llamó – Cuando te digo que no te separes de la flor quiero decir que no te separes de la flor mientras sigas respirando. – La mirada de Tsunade se volvió algo amenazadora – No se te juzgará por lo que hagas. Haz lo que tengas que hacer, por muy irrazonable que pueda parecer. ¿Entiendes?

– Si – respondió seria y rígida, cual soldado a su superior; aunque lo cierto es que no lo entendía bien del todo. Las dudas y el miedo empezaban a apoderarse de ella.

– Partirás al amanecer. Procura de descansar bien esta noche.

– ¿Al amanecer? – Sakura se sobresaltó – Es demasiado pronto, no tendré tiempo para prepararlo todo ni para despedirme y tampoco para…

– ¡Sakura! – Dijo Tsunade alzando la voz para luego, volverla casi un susurro – No puedes despedirte de nadie.

– ¡Pero Tsunade-sama! Tú misma has dicho que es para mucho tiempo… No puedo irme así sin más.

– Tiene que ser así Sakura. La versión oficial de tu partida es que te has tenido que ir de forma urgente a la aldea de la Niebla para ayudar en el hospital en una operación muy complicada, y después te quedarás ahí para instruir a los médicos y enseñarles técnicas más avanzadas.

– Eso está justo en dirección contraria…

– ¡Es una misión secreta Sakura! Nadie puede saber a dónde vas realmente, y mucho menos qué es lo que vas a hacer.

– Entiendo, Tsunade-sama – Contestó, tajante, mordiéndose el labio de impotencia.

– Sé que es algo difícil de asimilar – Posó su mano en el hombro de Sakura – Pero de verdad creo que eres la mejor para esta misión. Lo harás bien. Todo saldrá bien.

Las palabras de Tsunade parecían más ser para sí misma que para Sakura. Un intento de auto convencerse de que todo iba a ir como lo planeado, que pronto su pupila estaría en casa sana y salva. Tal vez con un deseo concedido. La Hokage carraspeó la garganta, y continuó hablando con una sonrisa triste.

– Deberías irte ya. Es tarde, te quedan pocas horas de sueño. Tienes que descansar y partir antes del amanecer. Se supone que ahora mismo estás cogiendo un barco en la costa para ir a la Niebla. Intenta que no te vea nadie.

Tsunade acarició el brazo de Sakura con aire maternal. ¿Una despedida? Pensó Sakura. Sonrió como pudo, se dio la vuelta y se paró en la puerta del despacho.

– Nos vemos pronto, Maestra.

– Mucha suerte, Sakura.

No hubo más palabras. Sakura salió del despacho con los ojos entrecerrados, conteniendo las ganas de llorar. Escuchó a lo lejos como probablemente su Maestra estaba teniendo una pelea con los libros y estanterías, debía de estar preocupada de no estar haciendo lo correcto. Apretó los puños y saltó a la azotea para ir hasta el balcón de su casa por los tejados de Konoha. Pensaba en Naruto, en Sai, en Ino… En sus amigos. No despedirse era algo que la estaba reconcomiendo, y aún siquiera había salido de la aldea.

Una mirada fugaz vio algo que no tenía que haber visto. Sakura se paró, hiperventilando por la velocidad a la que corría. Allí estaban. Allí estaban Naruto y Sai esperándola en la entrada del hospital; habían acabado su misión antes de tiempo. Se veía como Naruto hacía gestos y parecía que gritaba, mientras su compañero estaba quieto con una sonrisa.

– Tss… - Sonó una carcajada ahogada seguida de un susurro – Peleándose, como siempre.

Sakura sentía la necesidad de ir a saludarles, de ir a despedirse. Estuvo a punto de ir hacía allí, pero se quedó estática a dos tejados de distancia. Golpeó con rabia el saliente de una chimenea, y volvió a correr hacia su casa; corría a la misma velocidad que las lágrimas cayendo por sus mejillas.