I. La fragancia del deseo.

El séptimo curso había comenzado sin muchas novedades, cada alumno se encontraba en su respectivo lugar en la pirámide. Como en los años anteriores, a la cabeza de ella solo había un rey para todas las féminas de Howarts, Draco Malfoy. No importaba de qué casa fueses ni lo irritante del muchacho, él era y siempre sería el amor platónico de todas, y es que muchas de sus correrías nocturnas habían llegado a oídos de aquella sociedad que se mantenía en secreto, los atributos y habilidades que poseía el rubio de ojos grises ya eran más que conocidos por todas sus fans.

En la casa de Griffyndor, aquella primera noche de su último curso era el tema estrella de conversación, Hermione Granger se había unido a sus compañeras intentando alejarse de la soledad de su cuarto de prefecta.

-¡No puede ser cierto Lavender! -gritaba Ginny fuera de sí.

-Pues lo es, y al cien por ciento, escuchad, esto no puede salir de aquí.

Todas asintieron, mientras que la castaña más inteligente no entendía absolutamente nada de lo que ocurría, ni de lo que siempre hablaban en aquel pequeño grupo de "solo chicas", pero en los ojos de sus compañeras veía un brillo especial, lleno de tentación y preguntas sin respuesta.

-Vale, fue en Agosto, invitaron a mis padres a una de las fiestas que hacen los Bulthrog, de las elitistas, estaba yo aburrida tomándome una copa, cuando de pronto le vi allí, tan increíblemente elegante que casi me lancé sobre él -esperó a ver las reacciones de sus amigas y prosiguió-. Me acerqué como si no le hubiese visto y me sonrió. Esa sonrisa que te deja sin aliento, como Hanna, la chica de Hufflepuff dijo.

-No me digas... moriría porque me mirase así -comentó Dana con expresión soñadora-. Eso indica que quiere más que un saludo.

-Así es. Bueno, yo estaba encantada porque la mirada indicaba que los rumores no eran ciertos.

-Sí, se me había olvidado -exclamó Ginny-. Desde navidades no se había acercado a ninguna chica, se decía que tenía novia... vi a muchas chicas llorar por eso -rió la pelirroja.

-Estáis enfermas... -se limitó a susurrar Hermione.

-Bueno, pero continua.

-Sí. Salió fuera, al jardín y noté como hacia un gesto con la cabeza, en señal de que le siguiese, y evidentemente lo hice, no pensaba desperdiciar mi única oportunidad de probar al semental de Howarts -todas tenían la boca abierta y se asombraban aún más a cada palabra que pronunciaba la joven. Hermione, aunque leía su libro de historia, seguía con atención las palabras que volaban por la estancia, que le ponían los pelos de punta solo por ser sobre Draco Malfoy-. Lo encontré apoyado en un banco y en cuando me senté, ¡plaf! me plantó un beso que... chicas, ¡os derretiríais cualquiera de vosotras!

-No me digas... -contestó por lo bajo Hermione, atrayendo miradas que decían; "agua fiestas".

-No sé cómo contaros todo, solo puedo decir que todo lo que dicen de él... se queda corto. Ninguna de las veces que me acosté con Justin pueden compararse, desde luego ya me puedo morir tranquila.

-¡La que se va a morir soy yo, pero de envidia!

Todas comenzaron a gritar como locas y a hablar al mismo tiempo como cacatúas, Hermione, en el fondo se reía de la perversión de sus compañeras, pero no podía imaginar que tan bien dotado estaba como para tener a todas sus amigas así de atontadas.

-Sois perversas chicas... -comentó riendo.

-Vamos Mione, tú no lo puedes entender.

-¿Por qué no? -se ofendió.

-Eres una puritana, el único beso que te has dado se parecía más al que le das a una abuelita.

-¡No es cierto! -se quejó-. Fue un beso en los labios.

-Esa clase de beso nos los damos entre amigas Hermione. Son besos de cariño.

Sin decir nada más, se levantó y salió de la torre, tenía que cumplir su primera ronda como prefecta y sabía que en ese primer día no encontraría a nadie, los amigos se habían reunido después de varios meses sin hablar, y seguramente tendrían mucho que contarse.

Caminaba absorta en sus pensamientos y envuelta por el silencio de aquella profunda noche cuando le pareció escuchar un suave sonido, pensando en que sería algún alumno de primero intentando explorar cada rincón del castillo, se aventuró hasta el lugar del que pensó provenía, abrió la puerta y sus ojos marrones se abrieron de par en par.

Ante ella se curvaba una femenina silueta semi-desnuda retorciéndose entre el placer de dos anchos brazos, Hermione tragó saliva con incomodidad ante lo que acababa de descubrir y se percató de dos ojos grises y fríos que la miraban interrogativos. La pobre muchacha se quedó estática en el lugar, no sabía qué hacer o decir, después de unos segundos, se giró consternada y sonrojada, se aclaró la garganta y habló;

-Estas cosas no están permitidas... -tartamudeó levemente intentando mantener la compostura-. Un prefecto no debería estar aquí en un modo así.

-Eres una agua fiestas Granger -comentó el rubio de Slytherin atándose la camisa blanca y saliendo por la puerta en la que estaba Hermione, dejando a su compañera allí tirada.

Comenzó a caminar en dirección a los cuartos de los prefectos, seguido por los ojos acusadores de Hermione, que aún seguía sonrojada por la imagen que se había gravado a fuego en su perspicaz memoria.

Cuando entraron por su retrato, Draco Malfoy la miró, serio y sin mostrar ninguna clase de vergüenza.

-¿Contenta? -Hermione asintió levemente y subió escaleras arriba, buscando el refugio de su habitación.

Su mala suerte era grande aquel año, tenía que compartir la que supuesta mente sería su torre con él. MacGonagall, en tono divertido, le dijo aquel día que tal vez aquello les sirviese a ambos para llevarse mejor. Pero lo único que pensaba la joven era que seguramente él aprovecharía aquel refugio de la noche para matarla.

Cuando amaneció, Hermione ya estaba en la ducha, disfrutando del calor del agua tibia y sin recordar el mal trago de la imagen de ayer, la que la había atormentado durante su largo sueño nocturno.

El resto del día fue normal, rió con sus amigos, estudió en la biblioteca y discutió con Malfoy a causa de las normas que quería implantar en la torre de la que ya se había hecho dueño.

Para colmo, no se presentó en el punto de encuentro para hacer su ronda de media hora aquella noche, así que cansada, decidió comenzar sola a vagar por los oscuros y a veces tenebrosos corredores del gran castillo.

Hermione pensó que lo más seguro era que volvía a estar en aquella habitación de la lujuria, bufó solo de volver a imaginárselo y para no encontrar sorpresas indeseadas, decidió tomar el camino contrario a aquel lugar.

Un ruido la volvió a sacar de sus pensamientos, rogándole a cualquier dios existente que no fuese Malfoy y su amiga, se encaminó hasta una esquina, allí vio una silueta apoyada en la pared, pensando que había alguien herido ahogó un grito y corrió en su auxilio, lo que encontró estaba bien lejos de la realidad que esperaba, era Malfoy tomándose un buen descanso.

-¿Qué demonios haces aquí? -gritó ella más tranquila.

-Lárgate Granger -jadeó.

-¿Qué te ocurre?

-He dicho que te largues.

-¡¿Te han atacado? -se acercó.

-No seas tonta, ¿quién tendría lo que hay que tener para eso?

-Mejor me callo... -respondió de forma agria.

-Sí, buena idea.

-Vamos, te llevaré hasta la torre.

Sin darle tiempo a rechistar, intentó cargar todo el peso que pudo, parecía débil, pero no estaba herido, ni siquiera debería ayudarle. Por el camino se maldecía por hacerlo, pero ella era así, caritativa y dulce incluso con quién no debía.

Le tiró sobre el sofá en cuanto llegaron, e intentó examinarle para ver qué podía ocurrir para poder ayudarle, aunque sin mucha gana de ello, sabía que no era merecedor de nada y que tampoco querría la ayuda de una sangre sucia.

-¿Vale, qué te ha pasado? -preguntó con la mirada fija en él-. Si me lo dices podré ayudarte.

Pareció divertido, alzó las cejas sorprendido de la tregua de la castaña y sonrió divertido sin ocultarlo.

-No puedes ayudarme Granger.

-Eso es lo que tú te crees -replicó molesta-. Los hechizos de curación se me dan extremadamente bien.

-No me digas, pero no es eso lo que necesito.

-¿De qué hablas? -hizo una mueca-. No hay más que verte, estas fatal.

-Pues si tienes una cura milagrosa para la "fragancia del deseo" la espero ansioso.

Hermione se quedó estática, el tono de sus mejillas cambio de rosado a un bermellón que podría haber iluminado el castillo por completo. Había escuchado de aquella fragancia por sus amigas, era una poción, un tónico para las relaciones íntimas.

-Te has convertido en un viejo verde que necesita de tónicos afrodisíacos.

-No seas ilusa sangre-sucia, ¿crees que precisamente yo, necesito esto? -se ofendió-. Una niña de cuarto me la dio a escondidas, yo pensaba que era un simple e inocente zumo.

-¡No me digas! -exclamó con ironía-. ¿Crees que me lo trago? Si sólo es eso, te las puedes arreglar tú solo -terminó con una mueca de desaprobación en la cara.

Cuando se giró para volver a su cama templada gracias a un hechizo, la mano fría del rubio se pegó a su muñeca tirándola al suelo, él se sentó en el sofá divertido por la imagen que daba ella intentando soltarse y gritando maldiciones por doquier, la estaba haciendo daño, y cuando se dio cuenta aflojó la presión, el estado en el que se encontraba no era de gran ayuda para controlar la fuerza.

-Vamos Granger, no seas así con un pobre desvalido.

-¿¡Tú? Deja de ser tan cínico y suéltame, seguro que tienes cosas mejores que hacer ahora mismo.

Aquella forma de ser suya le enfurecía, le enfurecía tanto que se volvía loco, el curso pasado, durante las vacaciones de navidad vio algo que no desearía haber visto jamás.

Un día, muy entrada la noche, caminó hasta los baños de los prefectos, le gustaba meterse en la enorme bañera y disfrutar de los más de doce jabones diferentes que había allí, se relajaba y nadie le molestaba, pero no, aquel día alguien se había adelantado, una castaña que era presa de su odio, a la que por jugarretas del destino vio bañarse.

Aquella espalda tenía un aspecto suave, su figura trasera, rodeada de jabón había provocado un calor en él, la forma de su cintura estrecha, distaba muchísimo de lo que había podido llegar a imaginar jamás, durante los meses siguientes no había podido jugar con nadie, porque su imagen le desbordaba, pero no podía aguantar tanto tiempo, él era un Malfoy y su cuerpo pedía un mantenimiento que él encantado, le daba. El problema fue que el único modo de hacerlo era imaginando que bajo su cuerpo sudoroso solo había una chica gimiendo, Hermione Granger.

Y ahora, estaba allí, en el suelo sentada y con los ojos asustados que tanto le atraían, sin poder reprimir el impulso poso el peso de su cuerpo sobre la muchacha, que se encontraba paralizada, confusa y sin saber reaccionar. El peso era grande para resistirse y cada vez la empujaba más abajo, hasta que su espalda rozó la moqueta del suelo.

-Vamos Granger, seguro que conoces algún método para "curarme" -susurró tan cerca de su oído que provocó un escalofrío en la muchacha.

-¿Estás... estás... loco? -tartamudeó, y es que en su mente no cabía algo similar a aquello, era totalmente incomprensible para ella, estar solamente en la posición que estaban.

Draco Malfoy no era tonto, reconocía a una chica estrecha en cuanto la veía, y ninguna superaba a Hermione Granger, su falda estaba siempre a la medida estipulada por las normas del colegio, la única chica que la llevaba así de larga. Su camisa abotonada hasta la garganta y sus medias de niña pequeña la delataban a gritos. Pero la odiaba, desde luego que lo hacía, pero aquella inocencia que desprendía lo embriagaba, y desde que la había visto en aquel enorme baño como lo que realmente era, una mujer, y no una niña, no podía dejar de fantasear.

Y allí la tenía, bajo él y sin nadie que pudiese interrumpir.

-Tu broma va demasiado lejos Malfoy.

-¿Broma? -rió- Eres tú la que ha dicho que me ayudaría.

-Su… suéltame.

-Ni lo sueñes.

Sin querer decir nada mas, bajó su boca hasta el cuello de Hermione, la besó una vez y luego acarició aquella suave piel con su lengua, podía notar la presión que hacia la castaña por soltarse, pero también podía notar la reacción de su cuerpo, ya no era una infante y sus hormonas pedían algo que ella no comprendía.

Soltó las manos de la castaña, que permanecía inmóvil sin saber qué hacer, su interior se debatía entre dos opciones y no era capaz de decidir por una. Las manos del rubio en cambio, sabían perfectamente qué dirección tomar, el pecho que escondía aquella camisa holgada que no dejaba nada para la imaginación, no esperaba lo que encontró allí. Dos senos grandes, redondos y firmes, él había tocado muchos pechos, pero ninguno tan maduro como aquel. Para su sorpresa, Hermione se estremeció con aquella sensación, y de sus jugosos labios salió un leve gemido que aumentó la excitación que sentía el muchacho. La miró detenidamente, su expresión vencida, el brillo de sus pequeños ojos y la boca seca y semi-abierta le obligaban a continuar con su masaje, queriendo escuchar más sonidos de aquellos labios de sangre sucia que moría por probar. Ella intentaba apartar aquella mano, pero sin casi resistencia, lo que la embriagaba era la vergüenza, sentía tanta vergüenza que pensaba que se iba a desmallar, y así fue, la sensación era tan grande que perdió el sentido.

El rubio se rió asombrado por aquello, para ser una sangre sucia, lo que acababa de ocurrir jamás lo habría imaginado, incluso llegó a parecerle dulce la forma en la que se quedó inconsciente por culpa del éxtasis, aun así, optó por lo mas inteligente.

-Obliviate.

Con pena, la dejó en el sofá e intentó terminar con el suplicio que sentía en aquel momento, sin poder recurrir a nada ni nadie salvo su propia imaginación para poder tranquilizarse sólo en su habitación.