La brisa de la tarde se colaba entre los cortinajes de la habitación ducal. Richard Grandchester abrió los ojos y notó que el sol empezaba a ocultarse tras las colinas de su propiedad; un suspiro se escapó de sus labios mientras se recostaba en los almohadones apilados contra el respaldo de la cama. Su mano levantó un retrato que descansaba sobre la mesa de la noche.

"Eleanor…no sabes cómo me gustaría que estuvieras aquí."

El rostro de la dama lo miraba con una sonrisa, la misma que le había regalado antes de enterarse de su engaño.

"Perdona mi canallada…" – dijo en voz baja.

Apesadumbrado, cerró los ojos mientras sus recuerdos lo llevaban a otro tiempo…

El juez acababa de declararlo esposo de Eleanor Baker…a pesar de estar casado en Inglaterra. Richard tragó en seco al pensar en el terrible engaño que hacía a su joven esposa pero era demasiado egoísta para perderla.

"La amo demasiado" – se dijo, justificando su acción.

Se había enamorado de ella desde el primer momento que la vio en la Biblioteca; ella, de cabellera rubia y ojos azules, estaba sentada en un sillón concentrada en su lectura, con los pies recogidos y ocultos bajo la falda de su vestido. Se veía tan espontánea, tan natural, tan diferente a las mujeres que él conocía en la sociedad londinense.

No había sido fácil acercarse a ella. Eleanor, huérfana desde los quince años y hermosa como una princesa de los cuentos había aprendido a desconfiar de los hombres, particularmente si eran tan apuestos como eseINGLÉS que siempre parecía estar en la Biblioteca cuando ella iba.

Richard se encargó de coincidir con ella en un festejo…y después de ello fueron inseparables. Bastó un mes para que Richard le propusiera matrimonio y dos más para que ella aceptara.

Ahora estaban frente al juez firmado sus nombres en el acta de matrimonio. Richard levantó los ojos del acta para encontrarse con la mirada llena de adoración de su joven esposa. Tomando una bocanada de aire, tomó las manos femeninas entre las suyas y le dio un tierno beso.

"Te amo, Elly, ¿lo sabes?"

"Lo sé, mi amor."

"Estaremos juntos por siempre, ¿me escuchas? Por siempre."

"Hasta que la muerte nos separe."

Volvieron a besarse antes de dar media vuelta y caminar mano en mano hacia su nueva vida juntos.

La felicidad de Richard no duró demasiado. Al enterarse su padre que él se había casado (sin estar divorciado) y para empeorar las cosas con una plebeya americana, congeló su cuenta bancaria y lo hizo desalojar del apartamento que ocupaban en el mejor sector de la ciudad. Maleta en mano, caminaron por las calles de Manhattan hasta encontrar un departamento que no requería depósito. El rostro de Richard se descompuso al ver la simpleza del apartamento que ocuparían. Eleanor lo tomó de la mano y le dio un apretón.

"Estaremos bien, cariño"- le dijo ella.

"¿No te importará vivir en este lugar?"

"Lo único que me importa es que estamos juntos, Rich."

El hombre sonrió ante sus palabras y la atrajo hacia sus brazos.

"Es una lástima que tu padre no quiera conocerme" – dijo ella con tristeza – "Si tan sólo me diera la oportunidad… ¡oh cariño! Lamento que tengas que pasar por esto por mi culpa."

La conciencia de Richard le dijo que debía decirle la verdad.
No se atrevió a hacerlo.

"Mañana saldré a buscar empleo, Elly."

"Estoy segura que te irá muy bien."

"¿Realmente los crees?"

"¡Por supuesto! Tendrán suerte de tenerte como empleado."

Richard no había trabajado ni un solo día de su vida pero tenía la suficiente educación para hacerlo y aspirar a un puesto…pero no contaban con que el duque se encargara de cerrarle las puertas. Una llamada telefónica del Duque de Grandchester había bastado para que nadie quisiera contratarlo.

El dinero empezó a escasear a los dos meses y para entonces Eleanor estaba embarazada.

Richard se vio forzado a trabajar como obrero, era el único lugar donde no les importaba que él fuera hijo de un duque inglés.

A pesar de la austeridad, Richard y Eleanor sobrevivían, su hogar un pequeño oasis de felicidad.

Felicidad que fue interrumpida por Cecile Wesley, esposa del futuro Duque de Grandchester.

Eleanor Baker nunca había visto una mujer tan elegante tan de cerca y no dudó en abrirle la puerta cuando ella mencionó que venía de parte del anciano duque. Cecile no tardó en contarle la verdad.

"Lo sé todo" – decía la nota que Eleanor dejó sobre la mesa.

Richard sintió que el mundo se desmoronaba. Su mentira había sido descubierta y la única mujer que amó se había marchado.

Desesperado, corrió hacia la estación de trenes y del autobús pero nadie la había visto. Paseó por toda la ciudad y regresó al departamento casi al amanecer. Su sorpresa fue grande al descubrir que Eleanor lo esperaba.

Avanzó a ella con lentitud como si temiera que fuera un sueño.
"Pensé que te habías marchado."

Lo hice" – dijo Eleanor – "pero regresé porque quiero escuchar la verdad de tus labios.

"Elly…"

"Dime" – dijo con voz quebrantada – "dime porqué te burlaste de mi."

"Nunca me he burlado de ti" – dijo arrodillándose frente a ella.

"Entonces, ¿por qué? ¿Por qué me convertiste en tu amante?"

"Eres más que eso, Elly, eres el amor de mi vida" – contestó secando las lagrimas que resbalaban por su rostro.

"Dime…"

Richard se puso de pie.

"¿Quién te lo dijo?"

"Tu esposa."

"Tú eres mi esposa."

"No, no lo soy."

"Mi padre la eligió, Elly. Fue un matrimonio arreglado. El amor no es importante, lo importante es el linaje."

"Y ella lo tiene…a diferencia de mi."

"No digas eso."

"Ella tiene clase, modales, de seguro habla varios idiomas."

"Eso no es importante" – volvió a arrodillarse frente a ella – "Tienes que saber, tienes que creer que no la amo. Sólo te amo a ti."

"¿Por qué no te divorciaste?"

"Es lo que he intentado hacer durante el último año, Elly, pero ella se niega a darme el divorcio y mi padre la apoya"- la tomó de la mano – "Por favor dame tiempo, mi amor. Dame tiempo. Buscaré la manera de solucionar este problema. No me dejes, Elly, no podría vivir sin ti y sin el bebé."

Los labios de Richard se posaron sobre el vientre abultado de su esposa.

"Seremos felices, ya lo verás. Mi padre terminará entendiendo que no me puede condenar a un matrimonio sin amor."

"¿Realmente lo crees?"

"Eres mi esposa, mi única esposa, Elly y haré todo lo posible para darte el lugar que mereces."

Eleanor decidió creerle y acarició con lentitud la oscura cabellera de su esposo.
Las semanas se convirtieron en meses y los meses en años.

Richard continuaba trabajando como obrero en calidad de capataz mientras que Eleanor lavaba y planchaba ropa ajena para contribuir con los gastos del hogar. Más de una vez ella se sintió culpable por la vida que llevaban pero Richard siempre la abrazaba antes de dormirse y le aseguraba que estaría feliz siempre y cuando ella estuviera a su lado.

Terrence estaba por cumplir cuatro años cuando Richard recibió un telegrama de su hermano menor, Lionel, citándolo en el hotel Waldorf para discutir asuntos referentes a su padre.

El primer impulso de Richard fue destruir el telegrama pero Eleanor, siempre llena de esperanzas, lo convenció de asistir. ¿Sería que por fin Cecile le concedía el divorcio? Desempolvando lo que quedaba de su "mejor" traje, se vistió y acudió a la cita.

La opulencia de la suite de su hermano lo deslumbró al igual que los exquisitos manjares que les sirvieron. ¡Hacía tanto tiempo que no probaba algo tan delicioso! Avergonzado se percató de la mirada lastimera que Lionel le daba y empujó el plato lejos.

Su hermano le informó que su padre estaba por morir y que lo había nombrado heredero.

"¿Qué dices?" – repuso asombrado.

"Eres el heredero. Tienes que regresar" – dijo Lionel con frialdad.

"Entonces… ¡papá me perdonó! Puedo regresar y…"

"Espera, no te entusiasmes. Sí, al parecer papá te perdonó pero eso no significa que Cecile lo haya hecho."

"Tiene que hacerlo, tiene que darme el divorcio."

"No lo ha hecho en los últimos años, ¿realmente crees que te lo dará ahora que te conviertes en el nuevo duque?"

"Tendrá que hacerlo."

"No seas iluso, Richard. Además, no encontrarás mejor partido que ella."

"Ya lo encontré."

"¿Tu mujercita americana? ¡Vamos Richard! Sabes que no tenemos lugar para ella en Inglaterra."

"No me iré sin ella y sin mi hijo."

"Entonces tráela y que siga siendo tu amante. Compraré dos boletos adicionales."

"No iré mientras Cecile no me conceda el divorcio."

"¡Déjate de estupideces!"– Lionel se atrevió a sacudir a su hermano mayor por los hombros – "¡No me digas que prefieres esta vida de miseria a la vida de un duque! Si querías algo interesante que contar pues ya lo tienes: puedes regresar a Inglaterra y hablar de tus años como obrero en el club."

"No iré sin ella y sin mi hijo."

"¡Cierto! Tienes un bastardo pero, ¿Quién no lo tiene?" – dijo antes de reírse.

"No lo llames así."

"¡Basta ya Richard! ¡Regresa a Londres y hereda!"

"¡No!"

Richard salió de la habitación sin decir otra palabra pero la conversación sostenida con su hermano no dejaba de resonar en su mente.

Eleanor notó que su esposo estaba distraído mientras servía la cena. Una mueca de disgusto se dibujó en el rostro de Richard cuando ella posó el plato frente a él.

Ella se sintió culpable de no haber lavado el último bulto de ropa; el dinero le habría alcanzado para un muslo de pollo.

"¿Otra vez sopa, Eleanor?"

"Es todo lo que pude preparar, Richard."

"¿Qué pasó con el dinero que te di?"

"Tuve que comprarle leche y medicinas a Terry."

Los ojos de Richard se posaron en el rostro pálido de su hijo. El niño le sonrió y le ofreció a su padre el pan que sostenía entre las manos.

Disgustado, dejo caer su cuchara con fuerza sobre la mesa.

"¿No te cansas de esta vida, Eleanor?"

"No desde que te tenga a mi lado, Richard"- le sonrió ella.

"Esto ya no funciona, ¡Estoy harto de esta miseria! ¡Estoy harto de pasar necesidades! ¡Esta no es manera de criar a un hijo! ¡Yo no fui criado de esta manera!" – dijo poniéndose de pie con violencia.

"Richard…"

"Mi padre está enfermo y me ha pedido que regrese a Londres a heredar."

"¿Heredar?" – preguntó llena de sorpresa.

"Sí y quiero que regreses conmigo" – sentenció.

"¡Oh Richard! ¿Quieres decir que por fin salieron los papeles de divorcio?" – dijo arrojándose a sus brazos.

"No"– dijo mirándola a los ojos – "Escucha Eleanor eso no tiene importancia. Tú sabes que eres mi esposa."

"Pero para Londres soy tu amante… "

"¿A quien le importa lo que los demás piensan? Tú eres mi esposa, aquí en mi corazón. Vámonos a Londres. Te compraré la casa más bonita, te daré vestidos, joyas."

"No quiero eso" – dijo apartándose.

"Piensa en todos los viajes que haremos una vez que herede."

"Eso no es lo que quiero, Richard."

"¡¿Qué es lo que quieres entonces?!"

"Lo que me prometiste, un apellido."

Ambos se miraron por unos segundos en silencio.

"No estoy en condiciones de dártelo, Eleanor. Sabes que lo intentado."

"¡Debiste pensar eso antes!" – dijo ella al borde de las lágrimas.

"¡No me hables como si no hubiera intentado dártelo! ¡¿Acaso crees que he disfrutado vivir en esta miseria los últimos años?!"

"¡Esto es culpa tuya! ¡No estaríamos en esta situación si no me hubieras mentido! ¡Si hubiera sabido que eras casado jamás te habría correspondido! ¡Si no hubieras sido tan egoísta!"

"¡No me hables de egoísmos! ¡Te estoy ofreciendo el mundo y no lo quieres tomar sólo porque no te puedo dar un apellido!"

"¡¿Crees que me encanta vivir en pecado contigo?!"

"¿En pecado?"

"¡No estamos casados!" – le recordó ella.

"¡Olvida ese detalle, Eleanor! ¡Vámonos a Inglaterra! Una vez que esté allá veré como conseguir el divorcio y-"

"¡Estoy harta de tus mentiras, Richard, no te creo nada!"

"¡Te vienes conmigo y está dicho!" – dijo halándola del brazo.

"¡No!" – ella se escabulló – "No iré contigo. Me niego a ser humillada por tu familia."

"¿No entiendes mujer necia? ¡Yo seré la cabeza de la familia y lo que yo diga será ley!" – le gritó.

"¡Eso será allá pero no aquí! ¡No en mi familia!"

Richard la miró y sintió la sangre hervir en sus venas. ¡Que egoísta estaba siendo Eleanor al querer condenarlo a esa vida miserable! Eleanor se estremeció al sentir la furia que él emanaba de su cuerpo.

"¿Vienes conmigo o no?" – repitió Richard.

"¡No!"

"Haz lo que te de la gana" – dijo caminando hacia la sillita de comer de su hijo.

"¿Qué haces?" – preguntó Eleanor llena de alarma.

"Mi hijo se va conmigo" – sentenció

"¡De ninguna manera!"

"¡Claro que si! ¡Terrence se viene conmigo!"

Cuando Richard alzó al niño en brazos, Eleanor corrió hacia él.

"¡No te lo vas a llevar! ¡Nadie lo va a amar como su madre!"

"¡Todos lo amaran porque es mi hijo!"

"¡Ni siquiera le han enviado un juguete en todos estos años, Richard"!

"¡Todo va a cambiar y tú puedes ser parte de ese cambio, Eleanor!"

"¡No!"

Los dos empezaron a forcejear mientras Terrence lloraba. Exasperado, Richard le dio un empujón a Eleanor y la mujer cayó sobre el sofá no sin antes golpearse la cabeza.

Afligido, Richard se inclinó sobre ella para constatar que aun respiraba.

"¿Sigue viva?"

La voz a sus espaldas hizo sobresaltar a Richard y se volvió para encontrarse con Lionel parado en el umbral con una sonrisa burlona en el rostro.

"¿Qué haces aquí, Lionel?"

"Vine a convencerte pero por lo que escuché tú ya tomaste la decisión correcta."

"¿Estabas espiando?"

"No es mi culpa si estaban gritando. Vámonos ya, hermano, antes que la fiera despierte."

Richard se puso de pie y volvió a tomar a su hijo entre sus brazos.

"Así que este es el bastardito" - dijo mirando al niño con disgusto.

"Te dije que no lo llamaras así" – dijo Richard dándole una mirada furiosa.

"¡Que egoísta te resultó la plebeya, eh! Después de todo lo que renunciaste."

Lionel tomó a su hermano por el brazo para animarlo a salir.

"Vamos hermano, sólo piensa en lo contento que se pondrá papá cuando te vea y espera a que veas las mejoras que hemos hecho en el castillo."

Las palabras de Lionel empezaron a envolverlo mientras desenterraba los recuerdos de su pasado. Como en un sueño, Richard se vio a borde del barco que lo llevaría de regreso a su hogar, se vio en la cubierta mirando como Nueva York quedaba atrás y una mujer lo llamaba a gritos.

Esa fue la última vez que vio a Eleanor.

"¿Estás despierto?"

Richard abrió los ojos y volvió el rostro hacia la puerta. Una jovencita lo miraba expectante. Él le pidió acercarse y ella no tardó en sentarse junto al duque. Un brazo cariñoso rodeó los hombros de la chiquilla.

"¿Qué tal tu día, pequeña?"

"Monótono" – dijo con un suspiro – "Fue la tarde más aburrida de mi vida."

"¿No disfrutaste de la reunión con Annie?"

"Annie es la única razón por la que no terminé ahorcándome" – dijo haciendo un gesto teatral con la mano.

Richard rió con suavidad.

"¿Tan malo estuvo?"

"Tú sabes como es…chismes, chismes y más chismes. No entiendo como se puede perder el tiempo de esa manera."

"Te comprendo, pequeña. Es esa una de las razones por las que decidí mudarme al campo."

"¿Cómo te has sentido, Richard?"

"Mucho mejor."

Candy miró a su protector y supo que mentía. La palidez de su rostro se había acentuado y su respiración era más agitada que de costumbre.

"Sí, puedo verlo" – mintió ella con una sonrisa ligera en el rostro.

Richard sabía que ella también mentía, podía ver el dolor reflejado en los ojos verdes de su protegida. Levantó la mano para dejarla caer con suavidad sobre la cabeza rubia de Candy.

"No debes llorar…cuando me vaya…"

"No debes hablar así. Tú no te irás a ninguna parte" – dijo levantándose para tomar un frasco de medicina.

"Al menos no espero hacerlo hasta que regrese Terrence" – replicó lleno de esperanza.

"¿Lo han hallado?"

"Aún no...pero estoy seguro que lo harán. Sólo deseo que sea antes que me vaya."

"Basta, no debes hablar así."

"Ambos sabemos que no tenemos demasiado tiempo, Candy, y es por eso que tengo que hallarlo. Tengo que hablar con Terrence, tengo que pedirle perdón, tengo que explicarle…"

Al notar la agitación en su voz, Candy se puso de pie para alcanzarle un vaso de agua.

"No debes inquietarte de esa manera."

"Lo sé pero si tú supieras lo que siento aquí"- dijo señalando su corazón.

"Eres un magnifico padre."

"¿De veras lo crees?"

"¡Por supuesto! Eres el mejor padre que una niña hubiera deseado tener" – contestó

Candy sonriéndole.

"Al menos no me equivoqué contigo."

"Y tampoco lo hiciste con Terrence."

"No estoy tan seguro" – dijo dirigiéndose hacia el balcón donde las cortinas se mecían al viento – "Se negó a volver la última vez que lo hallaron."

"Testarudo. Es la única explicación."

"Esa o que me odia."

"No creo que te odie, más bien creo que como buen Grandchester, no hará nada que no quiera hacer."

"¿Implicas que somos testarudos?" – dijo volviéndose a ella con una ceja levantada.

"¿Yo? Sería incapaz."

El rostro pecoso fingía seriedad pero Richard la conocía demasiado bien para saber que estaba conteniendo una sonrisa. Un reloj empezó a dar campanadas y Candy se puso de pie para tomar un frasco entre las manos.

"Es hora de tu medicina."

El hombre hizo un gesto de desagrado pero abrió su boca para tomar la cucharada que ella le ofrecía.

"Eso es un asco, Candy" – dijo entre dientes.

"Pero es bueno para ti."

Candy notó que una leve capa de sudor se formaba en la frente del enfermo y le pidió a Richard recostarse.

"Gracias por tus cuidados, pequeña."

"No tienes nada que agradecerme, Richard. Esto es muy poco comparado con todo lo que has hecho por mi."

"Es lo menos que podía hacer por la hija de Mina" – dijo bostezando – "era una muchacha magnífica. Ella estaría orgullosa de ti."

"¿Realmente lo crees?"

"Por supuesto" – dijo acariciando su mejilla.

"¿Por qué nunca me hablas de ella?" – se atrevió a preguntar.

Richard la miró por unos instantes, inseguro de sus siguientes palabras.

"Quiero saber más de ella, de mi padre, ¿Por qué nunca los mencionas?"

"Porque se lo prometí a tu abuelo, Candy."

"¿Al abuelo? ¿Por qué?"

El duque notó que los ojos de Candy empezaban a brillar con lágrimas ocultas. Conmovido, tomó su mano y le dio un apretón.

"Mañana. Prometo que mañana tendremos una larga conversación sobre ellos, ¿te parece?"

"¿De verdad?" – preguntó con entusiasmo.

"Palabra de honor."

"Gracias" – dijo ella antes de besar su mejilla.

El Duque de Grandchester escuchó la puerta cerrase tras Candy y dejó que el sueño lo envolviera.

La cantina estaba atiborrada. Los cigarrillos encendidos llenaban el lugar de una nube espesa que no dejaba ver con claridad el evento que se realizaba cerca del bar. Dos hombres, uno rubio y uno moreno, se golpeaban con furia, el ruido de los golpes retumbando en el lugar junto a las exclamaciones de sorpresa y de dolor de cada uno de los espectadores. Las meseras se cubrían la boca color carmesí con una mano, intentado controlar los gritos de angustia que amenazaban con escaparse de su garganta.

"Lo van a matar" – murmuró una de ellas.

"No, no lo harán. Sólo finge que está perdiendo" – contestó otra mujer de mayor edad.

"¿Finge?"

"Ya lo verás…" – replicó con una sonrisa misteriosa.

El moreno recibió un golpe en el mentón que lo hizo trastabillar; la multitud guardó silencio, esperando verlo caer. Los ojos del luchador rubio se abrieron desmesuradamente al ver que una sonrisa burlona se dibujaba en el rostro del moreno.

"¿Acaso quieres más?" – gritó lleno de incredulidad – "Voy a hacerte picadillo."
Por respuesta el rubio recibió un golpe en el costado izquierdo que lo hizo perder el aliento. No acaba de tomar una bocanada de aire cuando un segundo y tercer golpe lo hicieron ver estrellas.

"¡Dale Black, tú puedes!"

"¡Black, Black, Black!" – coreaba la multitud y era todo lo que necesitaba para aumentar la velocidad e intensidad de sus golpes.

Dos golpes certeros más, tumbaron al rubio sobre el suelo, el moreno quedando como victorioso de la pelea improvisada.

"¡Bravo, bravo!" – exclamó el cantinero acercándose a él – "Sabía que podías hacerlo."

"¿Tienes mi dinero?"

"Claro campeón" – dijo entregándole un rollo de billetes.

"Fue un placer hacer negocio contigo" - dijo apartando la melena de sus ojos.

"¿Te marchas tan temprano?"

"Estoy cansado" – contestó quitando los vendajes que cubrían sus nudillos.

"No tienes que marcharte tan temprano. Puedo organizar otra pelea después de la media noche."

"Será mejor otro día" – dijo observando de soslayo a dos hombres que lo miraban con atención.

Una leve llovizna caía sobre la ciudad cuando Terrence salió de aquel lugar. Unas pisadas a su espalda lo pusieron en alerta y de reojo se percató que eran los dos hombres de la cantina.

"¡Rayos! ¿Es qué no puede entenderlo?"

El hombre apresuró sus pasos para intentar perderlos pero ellos decidieron imitarlo. La persecución duró unas cuantas cuadras hasta que él se volvió para enfrentarlos con los puños en alto. Los hombres levantaron las manos en señal de rendición.

"Calma amigo" – dijo uno.

"¡No soy tu amigo!" – contestó Terrence, los ojos brillantes de rabia.

"Sólo queremos hablar contigo" – dijo el segundo – "Traemos un mensaje de tu padre."

"Yo no tengo padre" – contestó con frialdad.

"El Duque de Grandchester necesita verlo lo antes posible."

"No sé de lo que me hablan."

"Su Señoría requiere su presencia lo antes posible, ¿nos acompañaría? Tenemos un auto listo para transportarlo al castillo."

Terrence guardó silencio por unos instantes antes de dar media vuelta y empezar a alejarse.

"¡Señor Grandchester!"

"No soy la persona que buscan."

Los dos detectives cruzaron miradas.

"¿Lo obligamos?"

"No, su Señoría nos pidió no forzarlo. Además, ¿viste cómo golpea? Basta que nos toque con su dedo meñique y quedaríamos inconcientes."

El segundo hombre asintió preguntándose como el hijo de un duque se convertía en un luchador por dinero.

Terrence abrió la puerta de su cuarto de una patada furiosa.

"¿Qué rayos le pasa a Richard?"

No alcanzaba a comprender porqué su padre lo buscaba con tanto afán. Nunca se habían llevado bien, nunca le había demostrado cariño o interés; es más, lo había echado del castillo algunos años atrás. ¿Es que acaso pensaba que podían hacer las paces después de haberlo llamado bastardo?

¡Cuánto odiaba esa palabra!

Y la única manera de escaparse de ella fue crearse una nueva identidad, una nueva vida sin pasado en un lugar donde sus puños le permitían desahogar toda la rabia que tenía dentro de si.

Se tendió en el sofá y encendió un cigarrillo. Exhaló lentamente el humo y lo vio formar un anillo en el aire.

- "¿Qué quieres de mi, Richard Grandchester?"

"¡Terrence!"

Richard despertó exaltado de su sueño. Acababa de soñar con su hijo, lo había visto herido y sangrante, inconciente.

"Tengo que protegerlo."

¿Cómo hacerlo si su hijo no quería tener ningún contacto con él por culpa de unas palabras dichas en un momento de rabia? ¿Cómo pudo llamarlo bastardo cuando era su único hijo, hijo nacido de la única mujer que había amado?

Con un suspiro, Richard se levantó de la cama para dirigirse a la caja fuerte que se escondía tras un retrato. Con cuidado marcó la combinación y la puerta se abrió para revelar unos documentos cuidadosamente guardados en una carpeta de cuero. Su testamento.

"Estará bien" – dijo en voz baja – "Nadie se atreverá a lastimarlo."

Sus manos buscaron un poco más profundo en la caja fuerte hasta hallar una bolsa de terciopelo. La abrió con cuidado para constatar que el diario y las joyas reposaban dentro.

"Tal vez sea hora de entregárselo"- se dijo Richard pensando en Candy.

Lo pensó por un instante pero decidió que no era el momento. Sería mejor contarle algunos detalles a Candy pero no toda la historia.

Ella era demasiado joven para comprender las circunstancias de su nacimiento.

- "Esperaré un poco más. Tal vez cuando se comprometa con el joven médico."

Volvió a guardar los artículos y cerró la caja fuerte antes de montar el cuadro.

Con pasos lentos se acercó al balcón y admiró la luna que brillaba por todo lo alto. Dio un suspiro y sintió una punzada en el pecho.

Su mano voló hacia el frente de su pijama y estrujó la tela entre sus manos. Quiso hablar pero ni un sonido se escapó de sus labios y cayó al suelo sin que nadie lo escuchara