Descargo de responsabilidad: Skip Beat no me pertenece, aunque quisiera que Kuon (en cualquiera de sus alias) fuera mío… Ya, justo igual que cualquiera que esté leyendo esto XD
NOTAS:
Cierto aire a cualquier peli del estilo…
OoC y licencias respecto al canon, porque sí, porque es un AU. Kyoko y Kuon tienen la misma edad.
Y ahora lo importante:
Para Diosa Luna, con mucho cariño, ¡FELIZ CUMPLEAÑOS! Abrazos y que no falten nunca las bendiciones en tu vida.
Tu regalo iba a ser originalmente un one-shot, pero empezó a crecer solo XD
CADETES ESPACIALES
Desde la primera vez que se subió a una lanzadera y vio el suelo alejándose de ella, Kyoko supo que amaría el espacio. Pegó las manos a la ventana, como si fuera una niña pequeña (tanto que al principio empañó un poco el cristal sintex), y un oooh maravillado escapó de sus labios. Tal proceder por su parte atrajo las miradas indisimuladas de los demás pasajeros, casi todos jóvenes como ella con el mismo destino. Escuchó unas risitas a su espalda y les echó una mirada rápida e intensa (aprendida de su madre), cargada del suficiente veneno como para que se callaran de golpe. Ella luego volvió el rostro a la ventana, mudó de nuevo el semblante a uno extasiado sin darse cuenta, y siguió contemplando cómo Nueva Tokyo 2 se iba empequeñeciendo hasta volverse un borrón gris en medio del verde esmeralda de su planeta, Nihon-Hoshi. Sí, porque La Estrella de Japón (inspirados que estaban los pioneros de la madre patria) era verde. La Tierra era azul, y Nihon-Hoshi, verde. Pero las dos igual de hermosas, puntos de color flotando en la inmensa negrura del espacio. Kyoko sonreía al sentir el vértigo de la velocidad en aumento, la breve trepidación al atravesar la última capa de la atmósfera y luego la suave quietud del vacío, volando en el espacio. Sonrió de nuevo —realmente no podía dejar de hacerlo— y se llevó la mano al pecho, tratando de sosegar su sobrexcitado corazón.
La Academia Espacial la esperaba.
Kyoko se crió como muchos otros niños de las colonias planetarias. Sus familias eran principalmente granjeros y agricultores, y sus hijos se criaban prácticamente solos, a su aire, y con la escolarización mínima. Eran niños que desde que aprendían a mantenerse en pie, los montaban en un deslizador y marchaban a inspeccionar los campos. Grandes extensiones de tierra, un mar dorado de cargadas espigas, o bosques de verdes frutales, destinados a mantener a las grandes megalópolis del planeta. Eran pequeños acostumbrados a meterse en las entrañas mecánicas de una cosechadora, o a cambiar con los ojos cerrados los circuitos quemados de un VigiTec que patrullaba los campos.
Ella no tuvo realmente amigos de pequeña, en parte porque vivía un poco lejos del pueblo y en parte, porque su madre era, por decirlo de alguna manera, poco sociable… Kyoko suponía que el hecho de que su padre no estuviera con ellas era una de las razones de ese rictus agrio en su rostro.
Así que en cuanto cumplió los 15 años huyó de la amargura de su madre. Con la ICarta en la mano, una mochila con sus pocas cosas y una sonrisa en la cara, tomó el primer kaze con destino a Nueva Tokyo 2, que, como era de esperar, era más, mucho más que cualquier cosa que hubiera esperado Kyoko. Había gente por todas partes, gente de todos los colores, de todos los tamaños y de todas las razas conocidas hasta la fecha. Había androides, de esos obsoletos que su madre tenía en la granja y para los que ya no se fabricaban repuestos, había también de esos tan perfectos y modernos que podrían pasar casi por humanos. Bots con sus luces desplazándose a dos palmos sobre el suelo, edificios tan altos que se perdían en el cielo y más gente de la que vería nunca… Ah, sí, eso ya lo dijo… Pero ella, aún con los ojos brillantes de asombro, solo sentía la calidez eléctrica que emanaba de la ICarta que llevaba guardada sobre el corazón (tontería suya) y en la que titilaban en 3D las letras de su aceptación a la Academia Espacial Takarada.
Las idiotas de antes, las de las risitas, lideradas por una bruja de pelo superfashion, le cortaron el paso nada más desembarcar en el muelle de la estación.
—¿De veras piensas que este es sitio para una pueblerina como tú?
—Disculpa —dijo Kyoko, ignorando deliberadamente el insulto y siguió caminando—, tengo que… —Pero la chica la agarró del brazo y no la dejó marchar.
—¡Te estoy hablando! —le gritó.
Kyoko se soltó con un tirón fuerte, inspiró un par de veces y se preparó para lo que quiera que fuese que querían estas imbéciles. Si liarse a golpes o bañarla a 'piropos', Kyoko aún no lo tenía muy claro… ¿Pero por qué tenía que tocarle a ella? Si tan solo acababa de llegar…
—Ella no quiere hablar —dijo otra voz, metiéndose en medio, como un muro entre Kyoko y las harpías.
Él la miró brevemente, antes de dirigirse con voz amable, chocolatosamente amable, a las tiparracas. Y Kyoko, en ese brevísimo instante en que él la miró, lo vio: alto, rubio, con los ojos del verde más hermoso que hubiera visto en sus quince años de vida…
—La conferencia de bienvenida es en diez minutos —les dijo, y se dio la vuelta a la vez que tomaba a Kyoko suavemente del brazo—. Estoy seguro de que no querrán llegar tarde el primer día —Ella, aún pasmada por ese verde, se dejó llevar y echó a andar sin darse cuenta, mientras las brujas quedaban atrás murmurando y rezongando.
Ella lo miró de nuevo. Su perfil elegante, la mandíbula apretada y la mirada seria. Era realmente alto. Y guapo. Muy guapo. Y si eran de la misma edad, este chico todavía crecería más, y todavía sería más guapo… Pero ese no era precisamente el tema de interés de Kyoko en estos momentos.
—¿¡Eres un hada!? —le preguntó de repente, llevándose las manos a la boca casi inmediatamente. Él le echó una mirada extraña, como si no supiera aún si ella hablaba en serio o no. Ella dejó caer las manos y suspiró audiblemente. Él seguía mirándola de medio lado mientras caminaban—. No, vamos, quiero decir que sé que no lo eres… —dijo ella, tratando de explicarse. Y básicamente que este chico no fuera a tacharla de loca desde el primer día—. Pero, oye, tú…
—Kuon —dijo él, respondiendo a la pausa de Kyoko.
—Sí, Kuon-san… —repitió Kyoko, con la debida cortesía.
—Solo Kuon —interrumpió él, rectificando a la muchacha.
—Ajá, Solo-Kuon-san —dijo ella, deteniéndose y mirándolo de reojo para ver cómo reaccionaba. Él resopló, conteniendo la carcajada a duras penas—. ¿De verdad no eres un hada? —insistió ella—. ¿Ningún experimento genético en tu familia al respecto?
—No, no… —respondió él, aún con la sonrisa llenando de arruguitas muy lindas sus facciones. Espera… ¿Quién dijo eso?—. Me parezco mucho a mi madre, eso es todo…
—Oooh… —Por la mente de Kyoko pasó la imagen de una princesa hada. No, una reina, puesto que su hijo era un príncipe. Un príncipe de las hadas, sí… No es que ella fuera a decir eso en voz alta… Ni loca… Tan ensimismada estaba ella en sus cavilaciones que no advirtió el gesto cortés de él invitándola a andar, y antes de nada, ya estaban en la sala de presentaciones.
Ella buscó sitio, y él se sentó a su lado. Kyoko estaba tan-pero-tan emocionada por estar ahí… Era su oportunidad para labrarse un futuro más allá de los trigales de la hacienda materna.
—¿Seguro que no te lo han dicho antes? —volvió a insistir ella, ladeando la cabeza para mirarlo bien. De nuevo…
—No, … —respondió él, con un gesto vago y dejando la frase en el aire.
—Oh, sí, Kyoko… Mogami Kyoko —se apresuró a responder ella. Luego inclinó la cabeza, una breve reverencia por estar ya sentada, que él correspondió—. Por favor, cuida de mí.
—Hizuri Solo-Kuon —dijo él. Ella sonrió con la broma y a él se le fue el aire de los pulmones. Era la cosa más bonita que había visto en su vida. Cuando ella ladeó la cabeza, esperando el resto de la formalidad, él pareció volver a sus sentidos y se apresuró a añadir—. Por favor, cuida de mí.
—Por cierto, gracias por lo de antes —añadió ella, y sonrió más brillantemente si era posible.
—No hay de qué… —acertó a decir él.
No, se corrige Kuon. Su sonrisa no es la cosa más bonita que haya visto en su vida.
Solo la segunda.
La primera, ahora lo sabía, eran sus ojos dorados…
