¡ADVERTENCIA!: La primera parte de este fic va sobre la claustrofobia, así que puede resultar un poco agobiante para ciertas personas.

Lo clasifico como T por el lenguaje y el agobio.

Podéis tomároslo como un leve Sanji x Nami, pero realmente mi idea es como siempre adaptarme al canon, nakamaship + amor platónico por parte de Sanji.

Aprovecho para repetir que la historia contendrá SPOILERS DE LA SAGA WHOLE CAKE (si lleváis el anime al día no creo que tengáis problema de momento)


La oscuridad rodeaba su cuerpo como una pegajosa telaraña.

El pirata sacudió la cabeza, deshaciéndose de los últimos efectos de la droga que había conseguido dejarle fuera de combate.

El frío metal de unas cadenas rodeaba sus muñecas y tobillos. El tintineo que estas producían al deslizarse por el suelo esparcía por la celda un estridente eco que dañaba sus oídos todavía adormilados.

Mientras la furia comenzaba a reflejarse en su rostro, el hombre utilizó su fuerza sobrehumana con intención de tirar de sus ataduras y quebrarlas, o al menos separarlas del muro al que estaban aferradas. Pero nada sirvió.

Sus infructuosos esfuerzos remataron en una poderosa patada que hizo temblar todo el lugar… y sin embargo, las cadenas continuaron firmemente atadas, limitando sus movimientos.

La corbata que rodeaba su cuello le asfixiaba de forma incómoda. Una mueca de desagrado se dibujó en sus facciones al tiempo que se aflojaba con dos dedos el nudo que apretaba su garganta.

La mente del prisionero trabajaba a toda prisa; en su diligente cerebro miles de planes chocaban unos con otros, entrelazándose, intentando hallar la manera de salir rápidamente de aquel extraño calabozo en el que se encontraba…

De pronto, sorprendido, el cuerpo de aquel hombre encadenado se quedó absolutamente inmóvil, alerta. El sonoro golpe que había propinado a la pared no había sido tan inútil como había parecido en un principio después de todo; mientras el estruendo que había provocado se desvanecía en la oscuridad, el pirata pudo notar que algo había cambiado a su alrededor.

Sus ojos se estrecharon en busca de la fuente del haki que había despertado a tan solo unos metros de él... no obstante, tan solo la negrura que les rodeaba le devolvió la mirada.

- Nami-san- llamó, reconociendo su espíritu al instante.

El sonido de unas cadenas fue la única respuesta que recibió a cambio y, tras ello, un gemido femenino de protesta.

- ¿Sanji-kun, eres tú?

El tono débil de aquella voz preocupó al muchacho. Su mano se deslizó automáticamente en el interior de su bolsillo en busca del mechero que siempre le acompañaba.

- ¿Estás bien, Nami-san?- preguntó inquieto cuando la suave luz iluminó a la mujer. Su se frunció de forma inconsciente al observarla incorporarse y frotarse la cabeza con gesto de dolor.

- Tan solo es un rasguño - le tranquilizó ella sin embargo- ¿Y bien? ¿Cómo saldremos de aquí?

La mirada de la chica iba de un lado a otro de la pequeña celda mientras hablaba, inspeccionándola minuciosamente bajo el tenue resplandor del fuego que él sujetaba entre sus manos.

Sanji sacudió sus cadenas de nuevo, sin mucha convicción esta vez.

- Supongo que deberemos esperar a que vengan por nosotros - resopló con resignación.

- ¿No puedes romperlas simplemente?

- Lo siento, Nami-san- masculló avergonzado- toda la celda es de kairoseki, las cadenas también... Me es imposible arrancarlas.

- ¿De kairoseki? -la pelirroja se acercó sus ataduras a los ojos para analizarlas mejor -¿Quién se tomaría la molestia de construir algo así?

- El tipo que nos capturó parecía bastante obsesionado con nuestro imbécil capitán. Tal vez todo sea parte de una trampa para él.

Nami suspiró.

- O quizá piense que tú eres usuario también -bromeó- no mucha gente puede poner sus piernas en llamas Sanji-kun, tienes que admitir que es bastante extraño.

El rubio cerró los ojos y, pensativo, devolvió el mechero al interior de su bolsillo, consciente de que quizás más adelante lo volviesen a necesitar.

La tenebrosa oscuridad de la que éste los protegía los rodeó de golpe una vez más con sus frías manos.

Sanji pestañeó y reprimió un estremecimiento; aquella densa negrura que había abrazado su cuerpo de improvisto era igual o más intensa con los párpados abiertos que cerrados.

- La Mera Mera es de los hermanos de Luffy, Nami-san, yo sólo soy un simple cocinero- respondió entonces suavemente, acabando así con la conversación.

Un sofocante silencio les envolvió tras ese último comentario aparentemente inocente. Sanji podía sentirlo retumbar en el eco metálico de aquella caja en la que se encontraban; acercándose a él, reptando como una terrible serpiente.

La inquietud que traía consigo comenzó a instalarse en su pecho antes casi de que pudiera darse cuenta.

Con los ojos firmemente cerrados, el joven pirata trató de ignorarla. Aquella diminuta incomodidad que ahora sentía podría convertirse en una avalancha imparable si llegaba a obsesionarse demasiado.

Tirar una última vez con violencia de sus cadenas le ayudó a aclarar de nuevo su mente. La irracionalidad de sus pensamientos le enfureció, no era un niño ya; padecer tal debilidad no le estaba permitido.

Cuidadosamente, se masajeó las doloridas muñecas y se echó hacia atrás, apoyando la espalda contra la fría pared.

Aquella prisión lúgubre y oscura era muy diferente al vasto y limpio cielo veraniego del mercado por el que habían paseado despreocupadamente aquella mañana; el lugar en el que se habían encontrado con aquel ridículo personaje que les había atrapado en una sucia celda sin darles oportunidad siquiera de luchar.

Una celda muy pequeña.

El cocinero sacudió la cabeza, obligándose a pensar en cualquier otra cosa, en algo que le distrajera; el amplio All Blue siempre era una buena opción en la que centrarse en esas ocasiones.

Sanji intentó visualizar las corrientes del mar que era su sueño. Su mente había imaginado tantas veces cómo sería aquel mítico océano que ya casi podía ver cada uno de sus pequeños detalles con claridad ante él. El azul de las olas, peces increíbles nadando libres bajo su superficie…

El agua que lo componía salpicaba su rostro al chocar contra el Sunny; el chef podía sentir incluso su olor salado, su relajante melodía, la brisa sobre su piel. Estaba cerca… tan cerca que tan solo debía estirarse un poco… y entonces sería capaz de rozar su frescor con sus dedos, de tenerlo por fin entre sus manos...

Y de pronto, se estaba ahogando.

El muro que había tocado al echarse hacia delante parecía absorberlo todo como un frenético remolino.

La oscuridad que le envolvía se había hecho paulatinamente más pesada a su alrededor, simulando el agua que había intentado evocar para calmarse.

La quizás exagerada fuerza con la que cerraba sus párpados no era suficiente para impedirle percibir la presencia de las horribles paredes que amenazaban con engullirle.

Aquel sentimiento que se había escondido entre sus pulmones crecía vertiginosamente, como un tumor que le robaba el aire sin que él pudiera hacer nada para eludirlo.

De un momento a otro, su amplio mundo se había reducido a una minúscula caja de metal… y todo su cuerpo era dolorosamente consciente de ello.

Sanji sacudió la cabeza; la energía que inculcó al movimiento dañó su cuello, pero aquel tibio dolor, mezclado con todo el impulso de su fuerza de voluntad, consiguió serenar mínimamente su espíritu.

La presión que aquella celda ejercía sobre sus cansados hombros se sentía como si la mismísima Big Mom se hubiese sentado sobre ellos.

El pirata respiró hondo y llenó sus pulmones, contento de que al menos eso volviese a estar bajo su control.

Las palmas de sus manos sudaban, lo suficiente como para resbalar sobre la lisa superficie que sobre la que intentaban apoyarse.

Sus ojos ciegos le obligaron a centrarse en sus otros sentidos, igual de confusos en aquel agobiante vacío. El aroma de la sangre coagulada de sus propias heridas llegó entonces hasta sus fosas nasales, produciéndole un ligero mareo.

Sanji colocó con cuidado su cabeza entre sus piernas aprisionadas y, despacio, colmó su pecho con aquel aire rancio que acariciaba su piel con aspereza.

Despacio.

Respirando.

Tal y como Zeff le había enseñado.

Como último recurso, activó de nuevo su haki de observación. Aquello siempre solía calmarle.

Ni siquiera el esfuerzo por mantener su respiración estable le impidió percibir con claridad a su compañera cerca de él, tranquila y relajada.

El cocinero pudo captar con minuciosa precisión los movimientos que ella realizaba mientras se desenredaba el cabello, aburrida en la oscuridad.

Probablemente la chica fuera consciente de que no faltaría demasiado tiempo hasta que su capitán saliese en su busca. O simplemente asumía que su nakama la protegería en caso de que hubiera un peligro inminente... La sincera confianza que depositaba sobre su persona le hizo feliz por un momento.

El muchacho se agarró a la calma que ella desprendía como quien, tras un naufragio, se agarra a un tablón flotante... Pero a su alrededor su mundo seguía siendo una tempestad. Seguía desmoronado, pálido y dolorido. Y Sanji sintió que se estaba quedando sin fuerzas para recoger todas las piezas.

Respiró una vez más.

Su magullada espalda reposaba sobre el frío metal, el mismo sobre el que se sentaba. Y sin embargo comenzaba a sentir calor. Notaba su cara roja y caliente, y su estómago, revuelto.

La familiar opresión que casi había llegado a olvidar en estos años volvía a plantarse de nuevo en su corazón con fuerzas renovadas, estrujándolo con sus pétreas manos.

Las paredes metálicas que lo rodeaban le acechaban desde la oscuridad. Pese a ser incapaz de verlas, notaba su peso clavándose como agujas por todo su cuerpo.

Una inhalación.

Sanji llevó sus manos a la cabeza, sus dedos se enredaron en el pelo apelmazado por la sangre y el sudor. Sin poder evitarlo, se preguntó cuántas horas llevarían atrapados en ese lugar.

Una exhalación.

Ni un mísero rayo de luz se colaba en la blindada oscuridad que oprimía su pecho… y Sanji, sin poder evitarlo, se preguntó si entraría suficiente oxígeno para ambos.

Resopló bruscamente.

Necesitaba un cigarrillo.

Sus dedos siempre firmes temblaron al sacar el paquete de su bolsillo. Un retumbante chasquido resonó en la minúscula celda cuando la desgastada cajetilla cayó al suelo.

La presión en sus entrañas aumentó, y el joven jadeó como si hubiese recibido un puñetazo al reparar en que el humo que le tranquilizaría, acabaría con el poco aire que pudiera quedar allí dentro.

Finalmente, sin más opciones, todo control sobre sus propios pensamientos se había desvanecido. Su voluntad, de hierro en otro tiempo, se vio entonces absorbida a velocidad vertiginosa por el metal de esas paredes que caían sobre él, haciendo su mundo y su espacio todavía más y más pequeño.

Aquella angustiosa sensación que se había apoderado de su ser subía por sus piernas como un río helado que congelaba sus venas.

La estrecha celda se encogía a cada respiración que daba.

Sentía sus hormigueantes puños apretados contra el duro suelo como si se hubiesen cubierto de escarcha.

El muchacho intentó moverse, pero su cuerpo de hielo ya no le respondió.

Y de golpe, le sobrevino a la cabeza el absurdo pensamiento de que se quedaría allí para siempre…

Y el abismo tiró de él.

Sanji boqueó como un pez fuera del agua, buscando desesperadamente el oxígeno que se negaba a permanecer en su pecho.

La espiral de terror que había nacido en su estómago bramaba sin cesar que jamás saldría de aquella cárcel, que moriría allí atrapado. La muerte misma respiraba en su nuca, burlándose de él.

La ansiedad que le provocaban aquellos cuatro muros se convirtió entonces en un tren imparable que chocó contra su cuerpo, aplastándole contra ellos.

Las garras de aquellas manos que salían de la oscuridad apretaron su garganta dolorosamente.

Respira.

Respira.

Respira.

Las paredes se acercaban cada vez más, echándose encima de él.

El aire comenzó a volverse mermelada en sus pulmones.

Y no podía moverse, no podía respirar…

- Sanji-kun, ¿estás bien?

Mierda.

- Lo siento, Nami-san- jadeó- no pretendía molestar...

- Tonterías, Sanji-kun. ¿Estás herido?

Respira.

Respira.

- No realmente.

Respira.

- Wari- (respira) -Tan solo necesito- (respira)- un minuto...

El pirata intentó introducir en su interior aquel esquivo aire una vez más. La voz de su compañera se filtraba hasta sus oídos embotados como a través de una burbuja...

Y en un instante… su pecho se congeló del todo.

Estaba paralizado. Lo había olvidado. Había olvidado cómo respirar.

Sus pulmones eran ya incapaces de funcionar, aprisionados por las negras murallas que habían caído sobre él.

Su mundo se había vuelto todavía más minúsculo en un solo instante. Impidiéndole moverse. Impidiéndole respirar…

El joven cocinero notaba los kilos y kilos de tierra que le rodeaban tras aquellas paredes. Hundiéndole bajo su peso en aquel ataúd metálico.

Se estaba ahogando de nuevo.

Se ahogaba, y esta vez no podía hacer nada para evitarlo.

Las zarpas afiladas de la muerte le oprimían el pecho con un dolor agudo… pero ya no le quedaba fuerza suficiente para apartarla.

Y no podía salir de aquella celda…No podía respirar…

La oscuridad implacable aprovechó la oportunidad que se le brindaba e inundó su mente, nublándola por completo. Era lo justo, el premio por haberle vencido.

Su castigo por dejarse vencer.

El guerrero había perdido la batalla. Ella ahora lo consumiría, borraría su vida y sus pensamientos; devoraría poco a poco su identidad.

Hasta que nadie supiese su nombre... Hasta que su existencia fuera olvidada por todos...

El casco de hierro en el que se había transformado se pegó más a su piel; dispuesto a cumplir con su función, instándole a rendirse, a dejar de luchar…

Un cansancio mortal se apoderó entonces de su cuerpo. Su corazón, sin embargo, se aceleraba cada vez más y más. No podía morir ahora, no podía morir en ese lugar…

Y de repente, la cabeza de Sanji colapsó, quedando totalmente en blanco.

Abrió los ojos.

Su mejilla le picaba ferozmente.

Ante él, la mujer pelirroja todavía sostenía su mano en alto; en la otra, sujetaba el mechero que había sacado de su bolsillo mientras le miraba con el ceño fruncido.

- Lo siento, Sanji-kun, si sigues así vas a desmayarte.

La chica continuó mirándole a los ojos hasta que pareció percibir en ellos un destello de reconocimiento.

-¿Sanji-kun? ¿Estás mejor?

El pirata pestañeó varias veces, confuso, como si acabase de despertar de un profundo sueño.

Su mirada vidriosa consiguió enfocar a su compañera tras un momento, pero su cuerpo entero continuaba inmovilizado.

- Perdona mi comportamiento, Nami- san, yo...- susurró a duras penas mientras trataba inútilmente de incorporarse.

- Déjate de estupideces- cortó ella- ¿qué es lo que te ha pasado?

La aparente dureza de la mujer, característica de su personalidad, se mezclaba con una preocupación sincera que habría conmovido al muchacho si este se hubiese encontrado en plenas facultades.

Su energía al completo había desaparecido; el cansancio se había apoderado de él como si hubiese estado horas combatiendo. En cuanto ella hubo pronunciado esas palabras, la cabeza del cocinero finalmente había caído sobre su pecho por puro agotamiento… No obstante, su voz fatigada consiguió encontrar una mínima fuerza para responder.

- Supongo... Que nunca me han gustado los lugares cerrados.

El pelo cubría sus facciones, impidiendo a la joven ver el resto de su expresión.

Nami pestañeó.

- ¿Eres claustrofóbico? ¿Por qué no lo habías dicho antes?

-No me parecía…algo relevante…

Nami se pasó la mano por la cara, exasperada, y Sanji cerró los ojos exhausto. Su mente seguía dando vueltas como si estuviera en el mismísimo ojo de un huracán.

Con dificultad, llevó la mano hasta su rostro. Una nueva oleada de náuseas se abalanzó sobre él al sentir el fantasma de un yelmo aprisionando su cráneo.

El recuerdo del hierro sobre su piel amenazaba con arrojarle de nuevo al precipicio de desesperación del que a duras penas estaba colgando.

- No entiendo a los hombres. Y menos a los de nuestra tripulación. ¡No tenéis que ser monstruos todo el tiempo! – La escuchó entonces reprocharle. Sus palabras sonaban lejanas, como si cientos de kilómetros le separasen de ella- ¡Vuestro orgullo un día nos matará!

El pirata quiso contestarle, disculparse una vez más, pero su garganta apenas emitió un simple quejido.

Tosió.

Las gotas frías que cubrían su cuerpo y su cabello salpicaron el suelo.

Nami suspiró… y apagó el mechero.

Con un escalofrío, Sanji sintió como la oscuridad volvía a saltar sobre ellos sin darle un descanso.

Los espectros del pasado tiraron sin piedad de su piel, húmeda por el sudor.

Caía. Se ahogaba. Una máscara helada apretaba su rostro.

-Ven aquí, Sanji-kun, estás hecho un desastre.

La cálida voz de su nakama resonó de golpe en sus oídos confusos, devolviéndole parte de su cordura. Aquellas presencias que amenazaban con atraparle una vez más empezaron poco a poco a desaparecer como los espejismos que eran en realidad.

Sanji intentó obedecer, pero sus músculos agarrotados eran incapaces de moverse un solo centímetro. Pese a que lo necesitaba. Necesitaba tocarla. Saber que ella sí era real. Saber que no estaba solo… No otra vez.

Una delicada mano tiró de él para tumbarle.

Como un autómata, el cocinero se dejó caer hasta quedar apoyado en las piernas de la joven.

-No quiero ni un comentario -dijo al acomodarlo sobre ella. De nuevo, las severas palabras de la ladrona contrastaban con la amabilidad que desprendían sus actos.

Incapaz de evitarlo, el muchacho dio un suspiro que, por una vez, fue de alivio y no de lujuria.


Continuará ...


** No creo que lo de parar un ataque de pánico de una bofetada sea médicamente correcto, pero es lo que suelen hacer en las películas y aquí tiene bastante sentido así que creo que lo dejaré así. Digo que tiene bastante sentido porque el haki de Sanji se activaría de golpe y le espabilaría xD