Cuatro casas
1. Los dos peces
Vuelvo con las dos tazas prometidas a la cámara principal del templo, habilitada como sala de estar. La primera de ellas, que contiene un café solo bien cargado, la deposito del otro lado de la mesa auxiliar, donde su destinatario aguarda su llegada sin mucho interés, enfrascado en asuntos intuyo mucho menos triviales, a los que obedece su presencia aquí. Me permito retener en mi posesión el segundo recipiente, dando un sorbo largo del té con leche que alberga en su interior, y tomo asiento en una mullida butaca, frente a mi camarada. Bien. Con esto, creo que ya estoy preparado para lo que sea que me tenga que contar.
- Oye, Afrodita… - se pone en pie, inusualmente nervioso. Quizás hubiera sido más conveniente traerle una tila en lugar del café-, me lo he pensado mejor: no estoy tan seguro de querer hablar de esto… es una tontería, no merece la pena. Gracias, y perdón por molestarte.
Pues empezamos bien… Después de horas convenciéndole, hasta el punto de casi sacarle a rastras de su casa, de que si le confiaba sus tribulaciones a alguien se sentiría mejor, vuelve a amedrentarse. Reiría, dado lo infantil de la situación, si mi paciencia, que no es poca, no se encontrara ya en su límite. Y también mi curiosidad, no nos vamos a engañar. Pocas cosas deben existir en este mundo susceptibles de arredrar a un caballero de oro de la orden del Zodíaco hasta el punto de convertirle en un ser tan vulnerable como el que comienza ahora a caminar hacia la salida. Especialmente a alguien como el caballero de Acuario, a quien jamás vi inmutarse por nada. Libero mi molestia con un bufido. ¿Le tiro un par de rosas para disuadirlo?
Opto mejor por la diplomacia.
- Camus, vuelve aquí… - empleo un tono serio, aunque tranquilo, haciendo valer las supuestas madurez y autoridad que mis dos años más de vida me otorgan, y la relativa amistad existente entre nosotros. Eso sí, más le vale que me obedezca; no pienso levantarme del sillón y rogarle una y mil veces que se quede para intentar ayudarle o, al menos, servirle como vía de desahogo. Si no me he hartado lo suficiente como para desistir y dejar que se busque la vida, mi segunda opción disuasoria serán mis rosas rojas.
Afortunadamente para él, se detiene y gira ciento ochenta grados. No parece muy convencido, pero acaba regresando al sofá.
- Mejor así. Bueno, ahora que estamos todos¿me vas a contar qué te ocurre? No has ido a entrenar un solo día en dos semanas, ni se te ha visto el pelo fuera. No es algo muy común en uno de los caballeros más disciplinados de la Orden, como comprenderás… Y, por si se te pasa por la cabeza, sé que no has estado enfermo: he preguntado a tus sirvientes.
Suspira.
- Digamos que… es algo "personal" - ¿Personal¿Camus de Acuario? Vaya…Toda una novedad, aunque, pensándolo bien, en cualquier otra persona sería uno de los primeros temas a tocar. No puedo evitar sentirme un poco injusto al considerar a mi interlocutor como un aparte, aunque, después de todo, ésa es la fama que se ha forjado desde que lo conozco.
- ¿Personal¿En qué sentido?
- Verás… - hace una pausa mientras da un sorbo al café. Supongo que a estas alturas ya no estará tan caliente. Parece darse cuenta de algo, y se interrumpe antes incluso de comenzar – Antes de nada, tienes que prometerme que no se lo contarás a nadie. Esto es muy importante. Por favor…
- Lo prometo. – A estas alturas, con tal de que hable, hasta le preparo la cena. Guardar silencio no me costará esfuerzo alguno, no soy un chivato.
Aliviado al darle mi palabra, relaja su espalda a la vez que espira, hasta apoyarla contra el respaldo.
- Gracias. El caso es… - titubea una vez más. ¡Por Atenea, que diga algo ya!- que me gusta alguien.
Por mera educación me veo obligado a forzar a mis párpados a mantener su posición y no abrirse como platos. Mi sorpresa es más que notoria ante la revelación, mas trato de disimularla como mejor pueda. Llevo hasta mis labios la taza de té, consciente de que una vez más me toca ejercer como "consejero sentimental". Debo tener algún tipo de imán, que sin cesar atrae hacia mí tales asuntos, o una innata capacidad de alcahuete. Lo que nunca concebiría posible es encontrarme a Camus como parte implicada.
- Ya veo. Y no te corresponde¿verdad?
Una cierta melancolía lo envuelve justo antes de pronunciar su respuesta. He debido acertar. Amores no correspondidos…sigh, tan indeseablemente frecuentes.
- Oh, sí…todo lo contrario. – ¿Qué? Ahora me he liado.
- No lo entiendo. ¿Cuál es el problema entonces?
- Es una larga historia.
- Soy todo oídos. – suspira de nuevo, y su vista se pierde sondeando el bruno interior de su taza. Yergue la cabeza de nuevo, encarándome, y comienza a hablar.
- Está bien…podría decir que todo comenzó hará unas cuatro, cinco semanas. La verdad es que ya me atraía desde hacía bastante tiempo, pero me lo negaba, al considerarlo un imposible, y totalmente contrario a los principios en que fui educado como caballero. Además, nunca había contado con muchas esperanzas de que pudiera corresponderme, por lo cual lo guardé en secreto, como una especie de amor platónico. Así, de paso, podría seguir contando con su amistad.
- ¿Y qué fue lo que sucedió?
- Desde ya hacía unos días, había notado que estaba como ausente, su trato parecía más frío sin una razón aparente. Hasta que aquel día concreto, no recuerdo muy bien cómo surgió el tema ni en qué consistía exactamente, sólo que era una banalidad, derivamos en una agria, acalorada discusión. Lo acabé mandando a la mierda, literalmente, y…
- ¿"Lo"? – No puedo menos que interrumpir, al reparar en el pronombre -¿La persona que te gusta es otro hombre?
- Sí… - asiente sonrojado, bajando la mirada como si estuviera avergonzado. – Soy homosexual.
Con cada nueva revelación me impresiona más y más. ¿Él también es homosexual? Vaya…parece ser que el caballero de Acuario es toda una caja de sorpresas, lo había juzgado mal.
- Bueno, no tienes por qué admitirlo como si fuera algo malo. - Esboza una casi imperceptible sonrisa de agradecimiento, y supongo también que de complicidad, que veo totalmente innecesaria. Jamás lo consideraría de tal forma… sería arrojar piedras contra mi propio tejado, en cierto modo. Y, por lo que sé, no será ni el segundo ni el último caso que conozco en el Santuario. Una nueva duda me corroe: la identidad de "ese otro". ¿Será también un caballero? – Por cierto¿lo conozco?
Su silencio, cómo desvía su campo visual, su rostro nuevamente encendido, son delatores. Es decir, lo conozco. Y también ha mencionado que se encuentra entre sus amistades Veamos… ¿cuáles serían esas amistades¿Su discípulo? Poco probable. Lleva más de un año sin dejarse ver por el Santuario. Algo parecido podría decir de los restantes caballeros de Bronce, y nunca he sabido que confraternizara con caballero de Plata alguno…tal vez con Misty, también francés, pero puedo asegurar con total certeza que no se trata del caballero del Lagarto. O de lo contrario rodarán cabezas: una infidelidad es de una de las cosas que no puedo perdonar.
Esto reduce el círculo de "posibles" a…
- Es un caballero de oro. – Sí, en eso mismo estaba pensando. Supongo que al notarme enmudecido y con expresión ausente ha debido asumir hacia qué derroteros se encaminaban mis pensamientos, y se ha anticipado a ellos.
- Oh… - musito, con un leve deje de sorpresa. Mejor dejar para más adelante mis tareas detectivescas, y retomar cuanto antes el hilo principal de la conversación – Decías que habíais tenido una enardecida discusión, y lo habías mandado a la mierda.
- Así es. Regresé a mi templo, bastante enfadado, y puede que también un poco decepcionado por su comportamiento y el mío propio. Al rato llegó, cabizbajo y con la mirada sombría, pidiéndome permiso para entrar y hablar sobre un asunto importante. Después de disculparse…bueno, disculparnos, por el altercado previo, me comentó que había estado muy confundido últimamente, que no era consciente de si lo que sentía era correcto, y que había intentado evitarlo por todos los medios posibles, pero le había sido imposible, o, muy en el fondo, no había querido impedirlo, y ahora ya no veía otra salida. Acto seguido, se me declaró y, sin darme mucho tiempo para reflexionar sobre lo que me había dicho, me besó, yo le besé, y no transcurrió mucho tiempo antes de que ambos nos encontrásemos desnudos, retozando sobre mi cama. Entiende que no entre en muchos detalles.
- Es decir… a ti te gustaba él; a él le gustabas tú; los dos sentíais lo mismo hacia el otro, y terminasteis juntos. No veo dónde pueda estar el problema…
- No he terminado todavía. Por cierto – señala a las tazas, ya vacías –, creo que me vendría bien algo más fuerte. No te importa¿verdad?
No, en absoluto…de hecho, creo que también yo necesitaré un trago, porque cada vez entiendo menos. Niego sacudiendo mi cabeza, a la vez que me pongo en pie.
- ¿Te parece bien vodka? El que tengo no es una marca rusa, pero…
- Está bien… - desaparezco nuevamente, trayendo al poco dos vasos de cristal, y una botella medio llena. Deposito todo sobre la mesa, y es Camus el primero en servirse del transparente licor.
Mientras bebe, trato al menos de descartar posibilidades de entre los diez caballeros restantes: Mu de Aries había hecho voto de celibato, al igual que Shaka, si no me engaño; Aldebarán todavía continúa un poco deprimido después de que le dejara una muchacha ateniense, Aioria está comprometido con la amazona del Águila, y Deathmask acaba todos los fines de semana en la cama de alguna…además, nunca ha soportado al caballero de Acuario, cierto; Saga y Aioros creo que siguen juntos… Eso nos deja a Milo, Dohko y Shura. Dohko se pasa el día en el templo del Patriarca, rememorando batallitas junto a Shion, y Shura…su templo es adyacente al de la Vasija, son amigos desde hace años, y bastante afines en cuanto a carácter. Pero…dioses, no me lo imagino, tan recto, tan… "moral". ¿Milo, entonces? Podría ser, siempre ha alardeado de su ambigüedad sexual, es también de los mejores amigos de Camus, y a pesar de ello no es raro verlos discutiendo. Aunque eso desmentiría ciertos rumores bastante fiables acerca del caballero de Escorpio. Argh, no consigo disipar la incógnita. En el fondo, podría tratarse de cualquiera.
- ¿Listo para continuar? – asiente. Llena de nuevo el vaso, pero en esta ocasión lo deja sobre la mesa y vuelve a amoldarse a las mullidas curvas del sofá.
- Terminamos juntos aquel día, y el siguiente, y al próximo. Así durante unas dos semanas. Todo marchaba a la perfección. Aunque llevábamos nuestra relación en secreto, con escrupulosa discreción, pasábamos todo el tiempo posible en compañía del otro. El caso es que iba muy a la perfección, me atrevería a decir. Entonces lo estropeé todo: me entró pánico…
- Es algo muy normal. Siempre da un poco de miedo el pensar en que las cosas puedan salir mal. Pero, si quieres mi opinión, te diré que hay que arriesgarse. – arquea una ceja, señal de reprobación a mis palabras. Supongo que será por la interrupción. -Oh, perdón, he vuelto a interrumpirte. Continúa, Camus.
- No fue por eso, en realidad. El caso es que estábamos en su Casa, y después de…bueno, después de hacer el amor, me dijo que me quería. En ese preciso instante me bloqueé, empalidecí, y salí de la cama corriendo, el corazón completamente taquicárdico. Le dije que no iba "tan" en serio, y tuvimos una nueva agarrada que, en comparación con la discusión de hace un mes, deja a esta última en una alegre cancioncilla. Por resumir, él dijo que no estaba dispuesto a ser tan sólo un juego de cama y se sentía estafado, yo le repliqué que no le había dado motivos a pensar que pudiera obtener algo más de mí y entonces propuso terminar con todo. Acepté, y…punto final. – sonríe tristemente, lo que me lleva a suponer que hay alguna que otra incoherencia entre su modo de proceder y su sentir real.
- Perdona que te lo diga, pero hay detalles en los que me pierdo, o que no alcanzo a comprender. Acabas de comentar que te entró el pánico. ¿Fue porque te confesó que te amaba?
- En parte… En aquel momento me sentí embargado por una impresión totalmente desconocida y que nubló mi percepción. Quizás después de todo existe la "felicidad", o algo muy similar…el caso es que me abrumó, no podía controlarlo; me superaba, y me entró pánico, pero a que todo saliera bien, a aquella sensación.
Una imprevista contracción nerviosa desvía, tan pronto como el caballero de Acuario concluye esta última frase, el líquido que se deslizaba por mi faringe hacia las restantes secciones del tubo respiratorio, en lugar del mucho más seguro esófago. Toso sin cesar en un intento por encauzar el vodka a su destino correcto, o expulsarlo. Cuando por fin me recompongo, vuelvo mi mirada, totalmente incrédula, hacia los azulados ojos de Camus que, abochornados, me evaden. Después de todo, sí era un bicho raro…
- ¿A que saliera bien? – Silencio culpable, con razón toda la razón del mundo. – Dame un segundo… ¿Mentiste a Milo (porque no hay más que verte ahora, además de tu comportamiento durante estas dos semanas, para darse cuenta de que eso de "no ir tan en serio" no te lo crees ni tú) porque tenías miedo de que os fuera bien?
- ¿Milo? - Ahora es él quien me observa extrañado. Sin duda, trata de evadir la respuesta – No estoy hablando de él…
- ¿Ah, no? – Sacude la cabeza, al borde de una sonrisa que reprime ante mi desconcertada, y a un tiempo indignada expresión.
- Recuerda que prometiste no contar esto a nadie. Aunque ya no haya nada que hacer, si alguien más se entera Shura me matará.
