Digimon no me pertenece, ni el cuento de Andersen, aunque sí esta adaptación que hago de ellos.
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·~· La Reina de las Nieves ·~·
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Capítulo I
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"Se så! nu begynder vi. Når vi er ved enden af historien, ved vi mere, end vi nu ved, for det var en ond trold!"
(Atención, que vamos a empezar. Cuando hayamos llegado al final de esta parte sabremos más que ahora).
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Érase una vez en un lugar muy, muy lejano, había un pequeño pueblo. Allí todos tenían un compañero digimon, nacían junto a los niños y los acompañaban toda su vida en lo que hiciera falta. En él un matrimonio vivía feliz, eran los dueños del hotel del lugar y tenían dos hijos a los que adoraban: Taichi y Hikari. El mayor era un inquieto apasionado de las aventuras y constantemente trataba de buscarlas con los niños del pueblo y su digimon, Agumon. La más pequeña era más tranquila y se pasaba los días leyendo o jugando con Salamon, su compañera. La vida parecía sonreír a la familia Yagami mas el destino les deparaba una terrible tragedia.
Los inviernos siempre fueron duros en el pueblo, pero las gentes no sucumbían a ellos y pasaban el tiempo libre patinando en el congelado lago o escuchando tocar a la orquesta local. Aquel era uno de esos días en los que nevaba poco a poco pero a los pueblerinos no parecía importarles. Taichi y Agumon estaban jugando con su trineo, Hikari y Salamon hacían un muñeco de nieve y su padre escuchaba con atención tocar a la orquesta.
Todo el mundo disfrutaba de aquel momento de ocio sin preocuparse por nada. Hasta que la pequeña de los Yagami sintió una terrible punzada en el corazón. Tenía miedo, mucho miedo. Algo malo estaba sucediendo.
-¡Hermano! -llamó a Taichi mientras corría hacia él.
El niño la miró con confusión, sin comprender por qué estaba tan nerviosa de pronto. Se levantó de su trineo y fue al encuentro de su hermana. Ella tropezó con una piedra y él se apresuró a levantarla con cuidado. Gruesas lágrimas caían de los ojos de Hikari sin que ella tratase de detenerlas.
-Ya está, no ha sido para tanto la caída -le dijo su hermano con cariño mientras le acariciaba el pelo.
Ella lo miró negando con la cabeza sin cesar de sollozar. Él no comprendía lo que estaba sucediendo, ni siquiera ella lo entendía, solo sabía que algo terrible había pasado.
-Tai... ¿Dónde está mamá?
-Fue esta mañana a pasear en caballo al bosque, ya sabes lo mucho que le gusta cabalgar -respondió él con confusión.
-Creo que algo malo le ha pasado.
El niño miró a su hermana con el ceño fruncido. En un principio no la creyó pero, al ver lo asustada que estaba, decidió hablar con su padre. Se acercaron a su progenitor y él detuvo su atención que había estado fijada en la melodía que estaba produciendo el saxofón. Miró a sus niños sin comprender su agitación y se arrodilló junto a ellos con preocupación.
Entonces se escuchó un ruido proveniente del bosque. Todos miraron hacia allí, el pueblo entero aguardó en silencio a lo que llegaba a toda velocidad. Era un caballo. Iba solo.
El hombre se irguió con lentitud y dio unos pasos vacilantes hacia el animal. El caballo se acercó a él, parecía muy asustado. El padre de los Yagami lo acarició en silencio. Aquel animal era de su mujer pero ella no estaba con él. Cuando consiguió reaccionar, movilizó los hombres del pueblo con sus digimons y se adentraron en el bosque para buscar a su esposa. La encontraron echada en el suelo, medio enterrada en la nieve y no había ni rastro del Salamon que era su compañera.
El color había abandonado el rostro de la señora Yagami y yacía con los ojos cerrados. El hombre hubiera preferido no hallarla que tener que presenciar aquello. El invierno le había arrebatado la vida a la mujer que amaba.
Aquella noche no tuvo valor para mirar a sus hijos a la cara, porque sentía que era culpa suya, porque no debería haber dejado a su esposa que se marchara. Fue Gennai, su viejo tío, el que tuvo que dar la terrible noticia a los niños. Y el hombre sintió que se le partía el corazón al presenciar aquello, pues verlos llorando de esa manera desconsolada era lo más doloroso que había vivido jamás.
El tiempo pasó y con él también el invierno. Pero aunque el pueblo pronto olvidó la tragedia y la primavera inundó el lugar, en la familia Yagami todo había cambiado para siempre. En especial Susumu, el padre, pues jamás volvió a ser el mismo. Y aunque sus hijos se esforzaron, no consiguieron volver a hacerle sonreír de verdad. El hombre se encerró en su trabajo dirigiendo el hotel y se volvió frío y solitario. Aunque, para buena fortuna de los niños, estaba Gennai para darles el cariño que habían perdido.
Porque cuando falleció su madre no la perdieron solo a ella, también perdieron a su padre.
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Dos chicos rubios caminaban por el pueblo mientras buscaban algo a su alrededor, sus digimons, Gabumon y Patamon, iban junto a ellos. Se llamaban Yamato y Takeru, eran unos huérfanos que habían llegado al pueblo buscando una oportunidad para una vida mejor. Aunque si el mayor hubiera sabido lo que iban a vivir, jamás hubiera permitido que su hermano pisara aquel lugar.
-¿Dónde crees que estará? -preguntó Yamato con fastidio.
-Preguntemos a alguien -sugirió Takeru después de encogerse de hombros.
Entonces Patamon se alejó volando, volvió apenas un minuto después y se posó en la cabeza del menor.
-Lo he encontrado, está ahí delante.
Los hermanos asintieron con la cabeza y se dirigieron en la dirección que había dicho el digimon anaranjado. No tardaron en encontrar el hotel en el que los habían contratado como botones o, más bien, como una especie de mayordomos que debían hacer de todo. No sería el mejor trabajo del mundo y lo sabían, pero para ellos podía ser la oportunidad de poder llevar cada día un plato caliente a sus estómagos.
Entraron en el edificio después de sacudirse los pies en el felpudo y buscaron al dueño. Resultó que era un hombre serio, bastante frío y que los miró sin emoción ninguna mientras les daba su uniforme y les explicaba su trabajo. También parecía muy perfeccionista, desde luego tendrían que tener cuidado con lo que hacían.
Takeru dejó de prestar atención sin querer, su mente era un hervidero de imaginación y se le disparaba constantemente. Era un soñador de aventuras fantásticas y lugares mejores. Entonces vio en el pasillo de la planta de arriba a una preciosa joven que los observaba en silencio. Tenía el cabello corto y castaño con los ojos cobrizos, su mirada despedía un brillo melancólico que se quedó grabado en el corazón del chico de mirada azulada.
-¿Me ha escuchado, joven? -preguntó de pronto el hombre.
Recibió un codazo de Yamato y se apresuró a disculparse, alegando que estaba cansado del viaje. Su jefe no pareció inmutarse por aquella afirmación y les ordenó que comenzasen a trabajar de inmediato.
Se marcharon a sus habitaciones para poder cambiarse de ropa, era la primera vez en toda su vida que cada uno tendría un cuarto propio y les pareció un verdadero lujo. Después bajaron al vestíbulo y comenzaron a recibir huéspedes y cumplir con sus tareas, que no eran pocas. Desde arreglar el tejano a cargar maletas, desde ayudar en la cocina hasta limpiar las ventanas. Iban a tener que trabajar todo el día.
Y, aunque Takeru esperaba volver a ver a aquella joven que tanto le había impactado, no la encontró en todo el día. Se dijo con decepción que tal vez era una inquilina que se había marchado ya. Al que sí que se encontró fue a un joven de piel morena y pelo revuelto.
-¡Hola! ¿Eres el nuevo? -preguntó con entusiasmo ese chico.
Takeru se extrañó por la poca formalidad del castaño, aunque no pudo evitar que le cayera simpático.
-Uno de ellos, sí. Me llamo Takeru, ¿y usted?
-Uf, no me trates de usted, que parezco tan viejo como Gennai. Me llamo Taichi Yagami, encantado -se presentó dándole la mano.
-Yagami... ¿Eres hijo del dueño del hotel? -preguntó el rubio impresionado.
El otro asintió con la cabeza riendo. Charlaron un rato, hasta que Yamato apareció a su lado con su habitual mal gesto cuando estaba cansado. Dirigió una mirada desdeñosa a Taichi y se llevó medio a rastras a su hermano para que lo ayudase con una gran pila de platos que le habían encargado fregar.
-No había acabado de barrer las hojas -se quejó Takeru-. Y has sido muy descortés con Taichi.
-¿Así se llama ese idiota? -preguntó el mayor con enfado-. Antes me ha metido en un buen lío, porque es un patoso y ha tirado el bote de la pintura que estaba usando para el marco de la puerta de la entrada. Ha venido el señor Yagami y ha puesto el grito en el cielo, pero el tal Taichi lo único que ha hecho ha sido escapar dejándome la culpa a mí. No te atrevas a reírte -añadió mordazmente al ver que su hermano sonreía.
-Para tu información, Taichi es el hijo del jefe.
-¡¿Qué?! Lo que me faltaba. Qué mal está repartida la suerte en el mundo, siempre lo digo.
Y era cierto, siempre lo decía. Cada día aparecía esa queja en su boca, por una razón o por otra. Era verdad que habían sufrido mucho aquellos dos jóvenes, habían pasado mucha hambre y frío porque sus padres murieron cuando eran poco más que bebés. Aún así, Takeru apreciaba mucho la vida, era una persona alegre y en cierta medida amenizaba a Yamato su difícil vida.
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Hikari abrió los ojos a la mañana siguiente y se sintió algo confundida. Había estado soñando cosas, la mayoría relacionada con uno de los nuevos botones del hotel. Se levantó, todavía extrañada, y saludó a Gatomon cuando se despertó. Se encontró a su hermano cuando ambos salieron de sus habitaciones al mismo tiempo y le sonrió.
-Buenos días.
-Hola -saludó Taichi con gesto somnoliento-. ¿Has conocido a los nuevos? Uno de ellos va por ahí de mal humor todo el día, parece bastante estúpido, pero el otro es simpático. Creo que son hermanos porque se parecen mucho.
-No he hablado con ninguno todavía -dijo la joven escuchando con interés.
Al parecer, el chico con el que había soñado era del agrado de su hermano. Aunque estaba segura de que le caería peor si supiera que había aparecido en sus sueños, al fin y al cabo Taichi era bastante protector con ella. No siempre había sido así, pero desde que su madre falleció y su padre se encerró en sí mismo, el niño pareció decidir que tenía que cuidar él de Hikari. Ella se lo agradecía de corazón y por eso siempre trataba de causarle las menores preocupaciones posibles. Aunque pronto eso iba a cambiar.
Bajaron al comedor y compartieron la mesa con algunos de los inquilinos, estaban acostumbrados a ello. Vieron a Gennai tratando de hacer que Susumu comiera algo, pero como siempre acabó desistiendo. El padre de la familia no solía comer mucho, en los últimos años había pasado a ser no más que una sombra de lo que fue, con su cuerpo extremadamente delgado y las ojeras por el cansancio. Aunque lo que más llamaba la atención de él era que el brillo alegre que siempre hubo en sus ojos había sido sustituido por uno de tristeza.
Aquello causó melancolía en la joven. Era cierto que había vivido la misma situación cada día desde hacía mucho tiempo, pero jamás dejaría de sufrir por ver tan mal a un ser querido. Ella también echaba de menos a su madre, desde luego, pero debía seguir adelante. Al menos eso trataba de decirse.
No comió mucho, se le había quitado el apetito. Dejó a su hermano y los digimons en la mesa y se marchó al patio trasero. Solía ir allí para estar tranquila, en especial en invierno ya que nadie salía. Se dirigió hacia el banco de piedra que tantas veces había presenciado sus lágrimas, pero se detuvo al ver que había alguien en un rincón. El corazón pareció darle un vuelco cuando reconoció la cabellera rubia del chico con el que había soñado.
Lo observó en silencio, se dio cuenta de que no estaba cumpliendo su labor de podar las plantas, sino que estaba haciendo algo con unas pequeñas piedras. Se puso de puntillas y, al no conseguir ver lo que el joven hacía, se acercó un poco con cautela, esperando que no apreciara su presencia.
Cuando estuvo a unos escasos dos metros de distancia, vio que el rubio estaba haciendo un dibujo en el suelo con las piedras. Parecía un gran paisaje, con un radiante sol en el cielo despejado, montañas recorridas por ríos y pobladas por árboles. De alguna manera aquello le daba mucha paz a la joven, le inspiraba tranquilidad. Y se maravilló de lo que podía hacer aquel chico con unas pequeñas piedras.
No obstante, le fascinaron aún más los ojos del rubio cuando levantó la cabeza y cruzaron las miradas. Porque en ellos había alegría, había esperanza. Porque en ellos encontró la vida que le había sido arrebatada de pequeña.
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Los hermanos huérfanos se levantaron temprano para desayunar y recibir a los nuevos huéspedes. Cada día algunos se iban y otros ocupaban su lugar, aunque el pueblo era pequeño atraía bastante turismo porque era el lugar con más digimons del país. Eso era bueno, pues el hotel trabajaba muy bien, pero Yamato maldijo aquello mientras cargaba con cuatro maletas muy pesadas. En especial cuando una se le cayó y se abrió, mostrando vestidos, corsés y demás ropa de una mujer.
Takeru no pudo evitar reírse por la situación, pero ayudó en seguida a su hermano a salir de aquel lío tan embarazoso. Sus digimons también los ayudaron cuando volvieron de su tarea llevando maletas al interior.
-¿Por qué esta gente lleva tantas cosas? -preguntó exasperado Yamato-. Ni que fueran a mudarse para siempre.
El pequeño se limitó a sonreírle mientras veía que el señor Yagami se les acercaba para darles instrucciones de lo que debían hacer a continuación. Y se volvió a extrañar al ver la profunda tristeza que mostraba la mirada del hombre, como si su alma tuviera una herida mortal. Por ello, no se dio cuenta cuándo su hermano lo obligó a ir al patio para recortar unos árboles que tenían las ramas muy largas. Lo miró con los ojos entrecerrados al ver que el mayor aprovechaba su distracción para quedarse con la tarea de recoger la mesa, que era mucho menos trabajosa.
Se encogió de hombros y salió al exterior. En realidad no le importaba, le gustaba estar al aire libre a pesar del frío. Siempre había creído que cada estación tenía su propio encanto, que en cada una de ellas se podían hacer cosas distintas. En primavera deleitarse con las flores y la vida que parecía rejuvenecer, en el verano disfrutar del sol y bañarse en cualquier río o lago, en otoño jugar con las hojas caídas, y en el invierno con la nieve, además de patinar sobre hielo.
Una de las pocas cosas que recordaba Takeru de su madre era que le enseñó a patinar, a deslizarse por el resbaladizo hielo y disfrutar con ello. No era más que un crío, pero esas enseñanzas se le grabaron bien y, aunque llevaba mucho tiempo sin poder patinar, estaba seguro de que seguiría sabiendo hacerlo bien.
Su padre era otra historia. Apenas recordaba nada de ese hombre algo serio, a parte de que lo arropaba por las noches y lo levantaba muy alto cuando lo saludaba. Según Yamato, ambos habían heredado la altura de su padre y el pelo y los ojos de su madre. Le gustaba pensar que se parecían un poco a ambos.
Dejó de cavilar tanto, era un gran problema porque cuando empezaba le costaba mucho parar, y se acercó a los arbustos. Pero entonces se dio cuenta de que no tenía ninguna herramienta para trabajar. Miró a Patamon significativamente con una sonrisa.
-Se me han olvidado las tijeras.
-¡Yo te las traigo! -anunció con entusiasmo el digimon.
Eso hizo sonreír a Takeru, su compañero era muy entusiasta y le encantaba. Mientras esperaba, comenzó a recoger pequeñas piedras y a colocarlas sobre la nieve formando un dibujo. Siempre había admirado cualquier tipo de arte, pero nunca había tenido dinero para practicar ninguno, así que desde pequeño solía aprovechar cualquier cosa que encontraba para "dibujar". Tenía mucha imaginación y era lo más importante para ello.
Cuando estaba acabando, le pareció escuchar unos ligeros pasos a su espalda. Levantó la cabeza y se sorprendió al ver a la joven que tanto le había llamado la atención el día anterior. La mirada de la chica le pareció increíblemente brillante, como si hubiera hallado la luz que guiase su camino hacia el futuro.
Ambos se acercaron lentamente el uno al otro y trataron de decir algo, pero las palabras no les salían. Aún así, los dos tuvieron la sensación de que se comunicaron sin necesidad de hablar. Porque muchas veces una simple mirada puede transmitir mucho más que largos discursos.
-¡Ishida! ¡No creo que esos arbustos vayan a podarse solos! -exclamó de pronto una voz.
El rubio se sobresaltó y vio con horror que su jefe se acercaba a él con gesto de enfado. Al parecer el señor Yagami sí que podía sentir cosas, las únicas emociones que parecía que estaban vetadas para él eran las agradables.
-Verá, señor, es que he olvidado las tijeras y Patamon...
-¡Silencio! Tiene que darse prisa en acabar porque tiene que ir al tejado a arreglar unas tejas rotas. Y no debería estar distrayéndose.
-Papá, he sido yo la que me he acercado a él -dijo de pronto Hikari-. Ven conmigo, quería hablarte sobre una cosa importante. Discúlpenos, joven.
Takeru asintió con la cabeza y le regaló una sonrisa agradecida, haciendo que la chica se sonrojara un poco. Acababa de descubrir que era hermana de Taichi, por lo que la vería a menudo, y se sintió de buen humor. Volvió a mirar el dibujo con satisfacción, estaba seguro de que a ella le había gustado. Y eso le dio una idea.
Patamon llegó por fin llevando las tijeras, al parecer Gennai no las encontraba y por eso había tardado. Pero el chico le pidió un favor mientras comenzaba su tarea, necesitaba que le encontrase un tablón de madera que no fuera útil y algo de cola. La petición era rara, pero el digimon no la cuestionó, aunque sospechaba que no se trataba de una tarea.
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Hikari lo pasó mal por tener que mentirle a su padre, no era algo que hiciera si podía evitarlo, pero había querido librar al joven de la reprimenda. Le explicó a Susumu detalladamente un libro que había leído y el hombre perdió la paciencia pronto, habiendo olvidado ya su enfado.
Aunque un nuevo problema se presentó en seguida en el hotel, pero por suerte el señor Yagami no estaba presente. La joven presenció cómo su hermano y el otro botones se fulminaban con la mirada y parecían dispuestos a pegarse.
-¿Qué sucede? -preguntó Hikari llegando junto a ellos y separándolos.
-Que este cree que puede darme lecciones sobre la vida -respondió Taichi mirando de soslayo a su hermana.
Yamato apretó los dientes para no contestar, sabía que debía comportarse pero esa no era precisamente su mejor cualidad. Se llevó las manos a los bolsillos y se dio la vuelta para marcharse, no sin antes volver a mirar de mala manera al castaño.
La pequeña de los Yagami miró a su hermano con las cejas levantadas, esperando a que se explicara mejor. Sabía que era algo impulsivo, pero el joven no solía mostrarse violento, al menos no sin una buena razón.
-¿Qué te ha dicho?
-Estaba hablando con Gennai, diciéndole que te he visto algo deprimida esta mañana y que no podía evitar entenderlo -explicó Taichi-. Entonces el nuevo botones ha pasado por ahí y ha refunfuñado por lo bajo que no tengo de qué quejarme. No me he quedado callado, obviamente, y le he dicho que la vida no es solo las cosas materiales. Eso ha dado pie a que me diga que no valoro lo que tengo y que acabemos gritándonos el uno al otro. Qué mal me cae ese idiota.
Y con esa última frase se marchó a pasó ligero, dando un portazo cuando llegó a su habitación. Gennai se acercó a la joven sonriendo.
-Creo que esos dos serán grandes amigos algún día.
Hikari lo miró con el ceño fruncido, decididamente el anciano comenzaba a estar demasiado mayor. Se fue a la biblioteca que había en un rincón del hotel, solía pasar las horas allí, y no se sorprendió de encontrar a Gatomon leyendo. Cogió un pesado volumen que había estado consultando sobre viejas leyendas y se sentó junto a la digimon en el gran sofá que allí había.
Cuando, horas más tarde, subió a su habitación para dormir, se encontró con una sorpresa. Sobre su cama había un tablón de madera que tenía pegado el dibujo que Takeru había hecho con las piedras.
Sonrió. Parecía que las cosas empezaban a ser más interesantes desde que habían llegado los Ishida.
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Takeru a su habitación esa noche y se dejó caer en la cama, agotado por todo el trabajo que había tenido. De pronto, una luz se dejó entrever a través de su ventana y se incorporó para asomarse y mirar a la habitación que quedaba en frente. No pudo evitar ponerse contento al ver a Hikari entrando en su cuarto y sonriendo por el regalo que él había pedido a Patamon que dejara sobre la cama de la chica.
Intercambió una mirada de complicidad con su digimon y siguió observando a la joven, que desapareció unos minutos y después se metió en la cama abrazando a Gatomon. Sonrió mientras la miraba, hasta que Hikari apagó la luz y ya no pudo ver nada. Empezó a darse la vuelta, pero un raro movimiento llamó su atención. La nieve que comenzaba a caer parecía haber dado forma a algo ante él. Sin embargo, en cuanto prestó más atención se dio cuenta de que debía habérselo imaginado.
Se tumbó de nuevo en su cama y se dejó arrastrar al mundo de los sueños, en el que sabía que encontraría a cierta chica de ojos cobrizos.
Lo que no supo ninguno de los jóvenes era que si se hubieran asomado a la ventana habrían visto algo muy extraño. Porque en medio de sus habitaciones, surgiendo entre los copos de nieve de la reciente ventisca, había una extraña mujer. Su largo pelo blanco ondeó al viento y su gesto cruel no aseguraba nada bueno, especialmente cuando sonrió. Porque esa sonrisa no era un gesto amable, sino una amenaza implícita.
Algo iba a suceder muy pronto.
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Y aquí está mi nuevo fic. Está basado en el cuento de Andersen y la película que a su vez se basa en el cuento. El fragmento del principio es del cuento original en danés.
Sé que no ha habido demasiada magia en este capítulo, pero pronto la habrá. Además saldrán los demás personajes de digimon, aunque el protagonismo será para Hikari, Takeru, Taichi y Yamato. Creo que actualizaré cada 5 días más o menos.
Espero que haya sido de vuestro agrado :)
