La luciérnaga que se apagó aquel verano

Por CieloCriss

I

Takeru miró largamente su uniforme del instituto aquella mañana. El verano se había terminado y las clases volvían a formar parte de esa rutina impuesta por la sociedad.

Había qué estudiar para ser alguien en la vida. Había que contar grados en años hasta llegar a ser un egresado de la universidad y así volver a trabajar día con día, de luz a noche hasta que la vida se extinguiera, como una luciérnaga, como la luciérnaga de aquella vez.

Su hermano le había preparado el uniforme la noche anterior, pero aún así a Takeru no le daban ganas de ponérselo, lo veía como una condena.

Ese día, el clima era caluroso. Había sudado toda la noche a pesar de que había estado encendido el aire acondicionado. Quizás las rendijas del aparato estaban muy sucias y la ventilación que salía de ahí no sólo era artificial, sino sofocante.

Cerró los ojos y se revolvió en la cama. La sábana y la cobija, así como sus ropas y revistas, estaban regados en el piso; lo único ordenado en esa habitación era su uniforme.

Llamaron a la puerta. Era Yamato, su hermano.

-"Takeru"- dijo al tercer toquido. El ruido de los nudillos contra la puerta eran discretos, pero lo suficientemente audibles para el hermano menor.

-"Mh…"- rezongó con suavidad el muchacho, hundiendo la cara en la almohada.

-"¿No vas a ir al instituto otra vez?".

El 'otra vez' hizo suspirar a Takeru. Por un lado, sintió culpa por preocupar a Yamato, por el otro, sintió lástima por su consanguíneo, quien seguía las normas de ese mundo absurdo y se había conformado a vivir en esa cotidianidad.

-"No me siento bien"- respondió un tanto huraño, sin alzar la cabeza.

-"Perderás el año, ¿lo sabes, verdad?"-, Yamato hizo su último intento de hacer entrar en razón al menor, pero no lo logró, Takeru contestó con un gruñido y después el silencio invadió la casa de la familia Ishida.

Takeru se sintió aliviado después de que escuchó que su hermano y su padre abandonaron el pequeño departamento que compartían. Sólo así se levantó, se calzó con pantuflas y se vistió con lo primero que vio en el piso: unos pantalones vaqueros gastados y una playera de su equipo favorito de básquetbol hicieron juego con una gorra cualquiera, la que le quedó más a la mano.

Luego, con desagrado, guardó su uniforme en el pequeño clóset de su habitación.

Salió a la estancia y cuando llegó a la cocina, sacó de la alacena una sopa instantánea y puso una olla para hervir agua.

No le gustaba hacer las sopas en el horno de microondas, a Takeru le parecía que cuando preparaba su desayuno así, la sopa sabía a plástico y la consistencia del caldito artificial era repulsivo.

Mientras hervía el líquido se fijó en el calendario de actividades de su familia. Yamato lo había hecho para llevar un poco de orden en esa casa de tres varones. En resumen, en una pizarra se anotaban las actividades de cada uno de los integrantes y sus obligaciones para con la casa.

Al final, Yamato terminaba haciendo la limpieza y la comida, por lo que Takeru y el padre de éstos se limitaban a hacer las camas y a sacar la basura.

Justamente esa era su actividad de dicho día de inicio de escuela, Yamato lo había escrito con sus kanjis bien alineados pero feos:

'Takeru

Vas a la escuela

Sacas la basura'.

El joven se reacomodó la gorra con remordimientos. Ya había desobedecido una de las órdenes, así que sólo le quedaba sacar la basura.

Recogió las bolsas con fastidio. Separó los desperdicios orgánicos de los inorgánicos y salió del departamento directo al elevador.

-"Takaishi-kun, ¿no vas a ir al instituto?"- preguntó la vecina; era mayor que él e iba en el mismo instituto.

Siempre iba acompañada de un niño que también vivía en el edificio y se apellidaba Hida. El chicuelo llevaba uniforme de secundaria.

Takeru no comprendía por qué le preocupaba a la vecina. Tenía muy poco trato con esa joven, apenas se hablaban. Lo único que tenían en común era que habían ingresado al mismo colegio y la muchacha se le había pegado desde que se había enterado de eso.

-"Estoy enfermo"- mintió, miró las escaleras y se decidió por cambiar de ruta. Sentía presión social de sólo pensar que iba a usar el ascensor al mismo tiempo que Miyako Inoue y su pequeño amigo.

-"¿Quieres que vaya a tu clase y recoja tus deberes?, el prefecto me dijo que corres el riesgo de perder el año porque casi no asistes…".

-"No te preocupes… hasta pronto, Inoue-san, iré por las escaleras"- avisó Takeru lo más cordial que pudo.

No perdió tiempo y se marchó, sólo alcanzó a escuchar al niño.

-"Takaishi-san no quiere que lo molestes, ¿no te das cuenta, Miyako?".

A Takeru no le gustaba salir de su casa en horas pico, es decir, cuando las familias salían a sus actividades de trabajo o escuela porque siempre se topaba con algún rostro que no quería ver.

Desde que había entrado al instituto, esa situación se había convertido en una angustia incomprensible, por ello había dejado de asistir a la escuela. Recién pasaba el mes de agosto la situación era peor, sencillamente no le gustaba ver que el mundo giraba y continuaba en funcionamiento a pesar de que aquella luciérnaga había dejado de brillar hacía siete años, en aquel verano de pesadilla.

Corrió lo más que pudo, tras agitarse, trató de serenarse y de esperar que Miyako y el niño educado salieran del edificio a formar parte del mundo.

Luego, por fin, salió del multifamiliar y aventó las bolsas de basura en los contenedores. En el verde echó la orgánica; en el azul la inorgánica. Fue todo.

Satisfecho dio media vuelta, dispuesto a regresar a su casa; había dejado el agua en la estufa y seguramente ya estaba hirviendo.

"Takeru, ¿qué hora es?", lo interrumpió alguien a sus espaldas. Takeru se estremeció al escuchar esa suave voz.

El verano siempre le hacía tener alucinaciones en las cuales la escuchaba, por eso, sacudió la cabeza y agachó la frente para darse unos golpecitos con las palmas de sus manos.

"¿No tienes reloj?", insistió la dueña de esa voz.

Por inercia, Takeru miró su muñeca, en la cual llevaba un reloj que le había regalado su madre.

-"Ocho de la mañana"-, respondió, sin alzar la cabeza. Estaba agitado, pero siempre se ponía así cuando escuchaba esa voz en sus espasmos de locura.

"La ceremonia de inicio de cursos es a las nueve", dijo, "¡Todavía alcanzas a llegar!".

Takeru no pudo más. Era verdad que oía la voz a menudo en sueños y la recreaba cuando estaba inspirado, no obstante, en esos momentos, esa alucinación era muy molesta.

-"Basta ya, no juegues conmigo, imaginación de mierda"- murmuró para sí mismo, irguiendo la cabeza como una jirafa.

El cálido sol de verano lo encandiló, se talló los ojos. Dio media vuelta y frente a él descubrió una sonrisa iluminada, unos ojos rojizos incandescentes y un cuerpo frágil, pálido, pero nítido.

-"Hikari-chan…"- No lo cuestionó, sólo lo dijo con torpeza.

Hikari caminó alrededor de él sin prisa.

"Has crecido mucho", comentó de manera despierta, de nuevo sonriendo con una sinceridad que brillaba. Takeru la observó pasmado: estaba de su edad, del pecho le brotaban senos discretos, dulces. Era mucho más baja que él, llevaba un prendedor en el cabello y ropas parecidas a cuando la había conocido, "¿Verdad que sí vas a ir a la escuela, Takeru-chan?".

Takeru dio un paso atrás y señaló con terror la perfecta figura de Hikari Yagami. Su cerebro le estaba jugando sucio. Quizás, a pesar de que había renunciado al mundo, su subconsciente lo perseguía para obligarlo a tener alucinaciones veraniegas y así manipularlo para ir al instituto.

¿Había sido la cerveza que le había obligado a beber su padre la noche pasada? Su mente pareció hacer explosión ahí mismo, pero la racionalidad volvió a su cabeza cuando comenzó a transpirar y a hiperventilar mientras Hikari caminaba alrededor de él.

-"¡El agua!"- gritó Takeru.

"Es verdad, la has dejado hirviendo porque quieres desayunar ramen", aportó a la conversación Hikari.

Takeru pestañeó, corrió hacia el condominio a pesar de que, en el fondo, deseaba seguir alucinando a Hikari. Era que… a él no le gustaba que se le quemaba el agua. Se descarapelaba la tetera y había que limpiar la estufa cuando eso ocurría.

Escalón tras escalón se fue olvidando de Hikari y esa extraña fantasía de verano de haberla visto.

De haber podido elegir, quizás le hubiera gustado alucinar más un sueño húmedo con ella que un extraño encuentro en la calle en el que Hikari le sugería asistir a clases.

A zancadas subió hasta su piso, se internó en la cocina y apagó la estufa. La tetera chillaba con locura, de modo que la magia de los minutos anteriores se esfumó con todo y Hikari.

Finalmente se comió la sopa instantánea, en dos ocasiones se le escaldó la lengua por el picante. Se tomó dos vasos de agua completitos y se lavó la cara en el lavatrastos.

Pensó en ducharse. Quizás tenía febrícula, al menos se sentía tibio y con el cuerpo cortado.

Suspiró, vio el reloj y ya pasaban las nueve de la mañana. No había cumplido el deseo de la Hikari de su visión, que se le había aparecido en versión crecida con todo y senos.

Se echó aire en la cara y decidió echarse en la cama otra vez. No sabía si debía tomarse un remedio o no, no estaba seguro de si había pescado la gripe porque no le ardía la garganta ni se le habían obstaculizado los poros de la nariz.

Simplemente eran el verano y los recuerdos.

Esa mañana Takeru no pudo dormir a pesar de que bajó las persianas. No obstante, tampoco tuvo ganas de activarse.

Sólo cerró los ojos. Intentó recrear a Hikari, pero en su mundo cuasi onírico ganaban el pasado y los recuerdos dolorosos. La mirada de Piedmon todavía lo perseguía. Esa sonrisa irónica aún soltaba una risa que a Takeru aterrorizaba en el fondo de su corazón.

Antes, cuando todavía había esperanza, cuando todavía brillaba la luciérnaga, las cosas se percibían de manera diferente.

Era el verano de 1999, en agosto, cuando el clima enloqueció y ocho niños fueron abducidos a una dimensión paralela a la Tierra llamada Digimundo. Ahí, las aventuras habían sucedido una tras otra sin parar para Takeru Takaishi, uno de los elegidos que tenían la encomienda de salvar ese extraño mundo donde habitaban las criaturas llamadas digimon.

Su llegada, la protección de su hermano y la pachona figura de Patamon eran los pocos recuerdos positivos que el rubio albergaba de aquellos tiempos.

La figura del chico de googles, Taichi Yagami, liderando una comitiva dispersa e ingenua le enternecía.

La remembranza que tenía de Sora Takenouchi le llenaba momentáneamente el corazón de calor maternal y seguridad. También recordaba a Mimi Tachikawa, mayor que él, pero con el corazón inocente y llorón… ella le robaba sonrisas sinceras de vez en cuando, así como la silueta del cuatro ojos del grupo, el chico alto, Joe Kido, que una vez lo había salvado de morir ahogado en una de sus aventuras.

De vez en cuando veía en el mundo real a Koushiro Izumi, pero no eran encuentros agradables y prefería recordarlo como en el pasado, un pelirrojito conectado a un computador que trabajaba como una máquina pero en lo profundo era su amigo.

Y su hermano, su buen hermano Yamato. Cuando recordaba, Takeru sonreía al recordar la debilidad emocional de su consanguíneo. Sí, Yamato de repente flaqueaba, pero le protegía con ímpetu y perseguía sueños imposibles… echaba de menos aquel espíritu libre de su hermano y sabía que gran parte de los cambios eran su culpa…

Pero Hikari… Ah, Hikari Yagami… ésa era la persona que más invadía sus pesadillas y sus sueños despiertos. La palidez de esa niña que era capaz de brillar como un sol, como una luciérnaga en la oscuridad.

La mano de ella aferrándose con frenesí a la de él.

El ángel femenino de ella feneciendo. Angemon imitándola… el sol muriéndose, el Digimundo despidiéndose… y la luciérnaga apagándose para siempre.

Sí, porque aunque acababa de alucinar a una Hikari adolescente que le sonreía y le hablaba, Takeru lo sabía, él estaba enloqueciendo… bien sabía que su amiga estaba muerta y no podía aparecérsele.

Sufría esa muerte todos los días: esa dimensión paralela hecha de datos binarios y programas computacionales había chupado la luz de aquella niña, que se apagó aquel verano de 1999.

Digimon no me pertenece, escrito esto por ocio y sin fines de lucro.

Notas de la autora: No sé si sea mi nuevo proyecto… me gustaría seguirle y explicar cómo murió Hikari y aclarar si es o no una alucinación de Takeru. La idea la saqué de un anime que vi hace tiempo y me gustó, luego les paso el nombre (es muy largo y no lo recuerdo). Este fic plantea lo que hubiera pasado si los niños elegidos de 1999 hubieran perdido a uno de sus integrantes, es decir, es la historia de lo que hubiera pasado si Hikari hubiera muerto durante la pelea de los darkmaster… aunque, al mismo tiempo, habla de segundas oportunidades y milagros.

Ya me dirán si la historia les gustó, yo por lo pronto les dejo esto, aprovechando que todavía estoy de vacaciones.

Saludos.