Los dos que quedaron
PruePhantomhive
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Disclaimer:
Los personajes y escenarios de Thor pertenecen a sus respectivos creadores y son usados en ésta historia sin fin de lucro.
Resumen:
Loki es una pieza elemental para el Ragnarök y Frigga lo sabe, pero guarda silencio porque también está al tanto de lo importante que será para Thor. Cuando Hela regresa a Asgard para asegurarse de que se cumpla el Destino de los Dioses, no tiene idea de que su final también marca el inicio de una nueva historia.
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El martillo de los dioses conducirá nuestros barcos a nuevas tierras, para combatir las hordas y cantar y llorar. Valhalla, voy a ti.
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Capítulo 1
Parte 1
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El cielo sobre sus cabezas está nublado, revuelto en colores grises y blancos que anuncian tormenta. El tinte natural de ésta tierra es dorado, así que los tonos plateados, el viento frío y las hojas secas que se arrastran por el suelo de piedra no hacen más que contribuir a la zozobra, a la espera, de aquellos reunidos al pie del Bifröst esperando que sus guerreros vuelvan.
No hay punto de comparación entre Asgard y Jotunheim: la victoria pende sobre las cabezas de los primeros cada vez que los clamores de guerra suenan, los cascos de los caballos sacuden la arena y el puente entre los dos mundos se abre para que un batallón ataque el territorio del otro, dejando tanta ruina a su paso como se pueda y, por supuesto, no hay armas más destructivas que aquellas sujetas por el puño de Odín.
El pueblo de Asgard está listo para cantar, gritar y festejar, para repartir vino y atender a los soldados en el salón dorado del Valhalla; las mujeres van ataviadas con sus mejores vestidos, los cabellos sueltos sobre la espalda y meciéndose con el aire, labios ansiosos por recibir al ejército triunfante.
El perfume de las flores se desliza por el ambiente como hilos de colores, pero el viento es tan fuerte, que es poco lo que se puede percibir. Pronto, el olor del hierro será más avasallador que cualquier otro, pero esta gente no lo repudia ni le teme, sino que lo adora, porque no hay nada más honorable que sangrar combatiendo por tus ideales, verdad sobre la que se fundó este reino.
Thor es aún muy joven cuando suena el cuerno de Heimdall, anunciando la vuelta del rey a su hogar tras la última batalla del Recinto de los Æsir contra los Jötnar. El Puente Arcoíris se abre y Odín aparece al frente del ejército, envuelto en sus mejores prendas de batalla, salpicadas con la sangre de los gigantes de hielo y rasguñadas por sus fieras garras, llevando entre los brazos un pequeño bulto que se agita y chilla a pesar de que el agarre del hombre es gentil en él, comparado a aquél que suele usar en el Mjolnir o, peor, en Gungnir, para amedrentar a sus enemigos.
El joven príncipe, víctima de la emoción, se libera de las suaves manos de su madre, apoyadas en sus hombros para contenerlo, y corre un corto trecho por el Bifröst, sus pasos iluminados por los colores del arcoíris, hasta que el horror lo congela en su sitio, obligándolo a abrir mucho los ojos en irónica mofa del hecho de que su padre perdió un globo ocular y, en su sitio, sólo queda una cuenca vacía, oscura y sangrante. Es la primera vez que Odín vuelve portando una herida tan espantosa, pero eso no le quita majestuosidad a su postura sobre Sleipnir, el caballo de ocho patas y, cuando el animal pasa dócilmente a su lado, el hombre le dedica una mirada serena a su primogénito, cuyo cuerpo se relaja y puede volver a respirar, después del impacto que se ha llevado.
Si no es algo que le cause pesar a su progenitor, tampoco debe provocárselo a él.
A sus espaldas, algunos soldados comienzan a desmontar, recargándose contra los lomos firmes de sus caballos o mimándolos con palmadas y adulaciones por el fabuloso trabajo que han hecho, ayudándolos a destrozar a esos monstruosos gigantes de hielo. Un grupo de mujeres, sonrientes y consumidas por la algarabía, va hacia ellos para envolverlos en abrazos y besos, mientras el coro de victoria suena en toda la ciudad, acompañado de flautas, platillos y tambores.
Thor tiene pocos años de vida, pero eso no evita que la emoción despierte en su sangre y sienta la adrenalina corriendo por su cuerpo, encantado con el regreso de todos, aun si su padre no volvió completo y, por algún motivo, decidió pasar por encima de ese hecho llevando a cuestas un fardo escandaloso.
Es extraño, oír los bramidos de la felicidad interrumpidos por el llanto exagerado de un recién nacido: según Thor, es la primera vez que dos sonidos tan dispares se mezclan en una situación así. Nadie en Asgard llora cuando los combatientes vuelven y, si lo hacen, debe ser por alivio, pero el llanto de esta criatura suena agónico y agraviado, como si lo peor que pudiera haberle pasado fuera estar aquí.
Frigga se mueve hacia el rey, con un paso más lento que el de su hijo, las sumisas telas de su vestido claro agitándose alrededor de sus pies, mostrando atisbos de sus sandalias. Odín desmonta con elegancia y cuidado; al hallarse frente a ella, le regala una mirada significativa y, con una inclinación de la cabeza que oculta su cuenca herida, le ofrece el bulto llorón casi con reverencia.
Thor es un niño y nunca le ha prestado mucha atención a las emociones de sus padres —sólo cuando Odín se siente particularmente iracundo o Frigga, feliz—, pero, si alguien le pidiera describir la cara de la mujer en este momento, sólo podría usar una palabra para hacerlo: aterrorizada. Cejas unidas, ojos abiertos, nariz arrugada y labios curvados, mostrando parte de sus dientes blancos. Ojos nublados, que significan que está viendo más allá del tiempo y espacio. Y él no entiende el motivo de su disgusto hacia el obsequio y nunca lo hará, porque Frigga no comparte sus visiones del futuro con nadie, ni siquiera con su padre.
Ha visto bebés antes: sabe que pueden ser desagradables e irritantes, pero, hasta el momento, Frigga siempre sonrió al estar ante uno. El terror es algo completamente nuevo en ella. Thor se pregunta dónde lo encontró su padre, si lo compró en alguna parte como los sirvientes hacen con la fruta en el mercado o si sólo lo hizo aparecer, porque Odín es el Padre de Todo, el Gobernante de Todo, y seguro tiene el poder de crear… bebés —piensa que es raro: si él fuera el rey y tuviera el don de aparecer cosas de la Nada, lo último en lo que pensaría sería en un niño, menos en uno tan gritón, pero Odín tendría sus motivos y él no se atreve a cuestionarlos. Se pregunta si Frigga sí—.
Se acerca a sus padres; sujeta la falda de su madre y ella lo mira, con ojos demasiado brillantes. Nunca en su vida ha visto una expresión tan triste dirigida a él, aparte de ésta, y quiere hacer algo para ayudar a que la reina vuelva a sonreír.
Odín posa el bulto entre los brazos de su esposa que, por instinto, los curva para recibirlo, como ha hecho con cientos de bebés desde que se unió a su marido y tomó el título de diosa, y su ceño vuelve a fruncirse, ésta vez con cierto desconsuelo. Inclina la cabeza, haciendo que una castada de rizos dorados se mueva por su hombro desnudo hasta caerle sobre el pecho, ocultando de la vista la elegante joya que decora el escote de sus ropajes, y mueve con los dedos la manta gris para contemplar el rostro del niño: sus labios tiemblan antes de separarse y exhalar, nerviosa. El bebé deja de llorar y Odín usa una expresión ganadora a pesar de la sangre que le cubre la mitad de la cara.
Comienza a caer una ligera brisa helada y el cielo prorrumpe con fuerza, exigiendo atención. La comitiva de recibimiento arrastra a los soldados por el puente para llevarlos a un lugar seco donde celebrar.
Alguien toma las riendas de Sleipnir y lo lleva con los demás caballos para cuidarlos también. El animal lanza un golpecito cariñoso con el hocico a la cara de Odín —afortunadamente al costado que no está herido— al caminar a su lado y el rey lo contenta con una palmada amistosa en la mejilla, dejándolo partir.
Thor se para en las puntas de los pies, tirando del brazo de Frigga sin cuidado, porque hace mucho que nadie le ha hecho caso: en otras ocasiones, a estas alturas, su padre ya lo habría levantado para posarlo sobre sus hombros y llevarlo a celebrar con los demás, pero ésta vez todos parecen demasiado distraídos con el recién llegado, que, al menos, ya no está gritando.
— ¿Puedo verlo? —Pregunta, porque la curiosidad le gana y quiere saber qué fue lo que hizo su padre. Tal vez es bonito, como las alhajas que Odín le obsequia a su madre cuando se siente especialmente generoso.
—No —sentencia Frigga con voz gutural, envolviendo al bebé mejor en la manta para cubrirlo de la lluvia, acomodándolo contra su pecho y echando a andar hacia el palacio detrás del séquito, con el cabello sacudiéndose en rizos perfectos a sus espaldas.
Odín coloca una mano en el hombro de su hijo, suspira y lo guía tras los pasos de su esposa.
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Con el paso del tiempo, Frigga comienza a suavizarse con el bebé, al que incluso decide ponerle un nombre. Thor no tiene permitido acercarse a él, pero su madre le dice que está bien llamarlo Loki. No puede evitar enarcar una ceja al escuchar el apelativo, porque no suena imponente, como Odín, o fuerte, como Thor, ni siquiera dulce, como Frigga. Sólo suena… conforme, fácil. Ajeno. Lo pronuncia un par de veces, su boca moviéndose en un arco ondulado para dejar salir las letras en un murmullo, y algo se remueve en su vientre, de la misma forma que le pasa cuando está con Sif y los demás, pero, al mismo tiempo, diferente.
Todo con Loki es distinto desde que llegó a Asgard y no conoce el motivo, pero, a diferencia de otras veces, tampoco le urge entender. Es la primera vez que no siente el impulso de preguntarle a su padre un millar de porqués. Si el rey decidió que Loki debe estar en Asgard, entonces a él le parece bien —aunque sus padres no son muy dados a pedir su opinión, de todas formas—.
Sigue pronunciando el nombre del niño y, cada vez que lo hace, el rostro de Frigga se rompe más y más, pero Thor no tiene tiempo para prestarle atención a su malestar, porque ha dicho Loki tantas veces ya, que la palabra ha perdido sentido dentro de su cabeza, así que hace una pausa, toma aire... y vuelve a empezar.
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Es sólo después de varios meses de súplicas que Frigga le permite acercarse a Loki por primera vez —porque, desde que lo dejó en brazos de su esposa, Odín se desentendió completamente de él, por lo que la mujer es la única que tiene voz y voto sobre lo que pasa o no con el bebé—.
Frigga lo mantiene en la pequeña habitación aledaña a su recámara, en lo que antes era su salón de descanso, pero fue modificado para cumplir con las funciones de una estancia para bebé. Ahora hay una gran cuna de madera tallada en medio, donde antes solía estar la mesa de lectura, rodeada por un atractivo moisés de tela verde que brilla al ser tocado por la luz del sol, y las cortinas de gasa fueron cambiadas por otras de materiales más gruesos y claros para evitar el paso del viento frío por las noches. También, debajo de la ventana, hay una tumbona que antes estaba afuera, en la terraza, y Thor supone que es ahí donde su madre se sienta para mecer y atender al bebé, porque está rodeada de cojines, suaves y perfumados, y de mantas cómodas.
Se acerca, entusiasmado, a la cuna y trepa por los barrotes, apoyando los pies en los bordes de la madera y casi yéndose de bruces al interior al perder el equilibrio. El mueble se sacude peligrosamente, pero la mano de Frigga lo estabiliza a toda velocidad y Thor sólo recibe una mirada seria en reprimenda, que pretende calmar con una de sus mejores sonrisas, de esas con las que sabe que Frigga no puede lidiar. Su madre pone los ojos en blanco, mirando al techo, y se inclina para ver a Loki, que despertó con el incidente y ahora los observa con grandes y llorosos ojos verdes, la boca fruncida en un puchero que le arruga la mitad de la cara y forma dos profundos hoyuelos en sus mejillas.
Tiene la piel muy blanca y sus dedos están cerrados en puños berrinchudos mientras su boca sigue temblando con indecisión — ¿va a llorar o no?— y los mira a ambos como si fueran monstruos por haber perturbado su sueño.
—No es tan bonito —es lo primero que viene a la mente de Thor y, por ende, a su boca.
Esperaba otra cosa, honestamente.
Frigga ríe y se agacha para sujetar al niño, meciéndolo contra su pecho para evitar que rompa en llanto, lo que su expresión amenaza. Una mano pequeña se cierra alrededor de un cairel dorado y Thor se pregunta si a ella le duele, si esa criatura de apenas meses de edad tiene la fuerza suficiente para hacerle daño —entrenando, una vez sujetó a Sif por el cabello y consiguió ponerla de rodillas en el suelo. Ella se quejó y el instructor le dijo que ese era un juego sucio que debía evitar en una batalla honesta. Thor se disculpó con ella y, sólo para mostrarle lo desagradable que fue la experiencia, Sif repitió la acción con él, obligándolo a retorcerse en la arena como una babosa en sal. Fandral y Volstagg aullaron con risas, mientras Hogun sólo sonrió por lo bajo a sus espaldas. La vergüenza fue una flecha lanzada directo al orgullo de Thor—. Pero Frigga no parece inquieta, como Sif, así que Thor no pregunta y sólo la ve reclinarse en la tumbona, con la cabeza de Loki recargada en su cuello.
Al bebé parece gustarle estar ahí, porque su cara se relaja y su nariz, del tamaño de una uva pequeña, se arruga mientras olisquea el perfume de la mujer a manera de reconocimiento y Thor se pregunta si a él le gustaba también cuando era más joven. A veces deja que su madre lo abrace, lo bese y le cepille el cabello, pero hace mucho que no se recuesta así con ella y, tal vez, extraña un poco ese exceso de cercanía, corazón contra corazón, pero, desde que comenzó a entrenar, se decidió a convertirse en todo un hombre y está seguro de que esos no reciben mimos de sus madres…
—Cuando crezca, será hermoso —susurra ella, su aliento tibio acariciando la cabeza, redonda y llena de pelusa negra, del pequeño al mismo tiempo que dibuja círculos con las yemas de los dedos en su espalda, cubierta con un delgado ropón blanco.
Por algún motivo, la afirmación parece entristecerla todavía más, pero Loki luce como un tigre acicalado, no, mejor dicho, como un conejo consentido, y no se contiene de lanzar un largo bostezo y parpadear con aire adormilado, haciendo pucheros que forman burbujas de saliva entre sus labios rosados.
Thor se acerca y se arrodilla junto al asiento, levantando una mano para tocar a Loki —picarlo con el dedo sería una descripción más adecuada—, cuyos ojos claros se fijan en él con atención felina, todo rastro de sueño desapareciendo.
Nunca ha conocido a alguien con ojos verdes, sólo azul, miel y gris. Tampoco ha visto gente con cabello oscuro como el de Loki, porque en Asgard predominan los colores claros que apenas rozan el chocolate y el avellana y mucha gente adquirió la costumbre de aclararlo con sustancias, como alabanza a la familia de Odín y para diferenciarse de los otros reinos del Yggdrasil.
Es raro.
Loki es extraño. Como aquél gato al que le daban de comer a la hora del almuerzo en la escuela y solía rasguñarlos en «agradecimiento». Volstagg lo pisó una vez, después de que le abriera un tajo en la mano, y jamás lo volvieron a ver.
—Madre, ¿de dónde salió? —Pregunta, cuando Loki suelta el cabello de su madre para estirar la mano y sujetar la de Thor, que se la ofrece sin rechistar.
Sus dedos son tan pequeños, que lucen como ramitas rechonchas. Thor sabe que podría romperlos sin problema, así que tiene mucho cuidado al moverse, porque, aunque nadie lo ha llamado así hasta el momento, sabe que Loki es su hermano menor y no quiere herirlo de ninguna manera.
La garganta de Frigga se mueve mientras su mirada permanece en el techo, en las vigas de madera con grabados hermosos que permanecen en las sombras aunque la habitación está bañada en luz de sol.
Ha llovido mucho desde que Loki llegó, pero la última semana ha tenido un cielo claro y colorido y Thor ha pensado en aprovechar la ocasión para ir al mar, pero no ha tenido la oportunidad de pedir permiso.
—Del infierno —responde la reina, la Vidente de Asgard, en un susurro apenas audible y Thor sólo alcanza a distinguir las últimas sílabas.
Frunce el ceño y se empina hacia ella para pedirle que lo repita, pero, entonces, la pequeña mano de Loki se hace con un mechón de su cabello y tira de él tan fuerte, que hace que golpee con la frente el brazo de su madre, quien ríe en contra de su voluntad cuando Thor lloriquea, consciente de que si retrae la cabeza podría lastimar a su hermanito, por lo que asume el dolor con estoicismo lo mejor que puede, al mismo tiempo que la mujer trata de hacer que Loki lo suelte, pero el chiquillo parece tan terco como el mismo Thor, a quien también le cuesta trabajo dejar ir aquello que le gusta o le llama demasiado la atención.
Loki exhala una risita de bebé, la primera desde que llegó, según le cuenta Frigga después, mientras masajea la cabeza adolorida de su primogénito y cura el dolor con un beso, ambos viendo a un complacido Loki, apoyado en un cojín, jugando con las hebras de cabello dorado que consiguió arrancarle a Thor.
Frigga suspira, resignada, y Thor tiene la impresión de que ésta no será la última vez que su hermanito ría a sus expensas.
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Loki crece rápido y Thor se descubre dividiendo su tiempo entre los estudios, el entrenamiento, sus amigos y su hermano menor, ajustando cada vez más su horario para que ésta última actividad ocupe más de su atención que cualquier otra.
A sus amigos no les agrada Loki, porque es un niño pequeño y hace que Thor no pase tanto tiempo con ellos como antes y se niegue a hacer actividades a las que no puede llevar a su hermano a cuestas, como escalar los riscos que rodean el reino, tratar de encontrar las guaridas ocultas de Heimdall o nadar en el océano, tratando de retar a las grandes cascadas que surcan el borde de Asgard y los ocho mundos.
Pronto, Thor se siente incómodo con las quejas de todos —algo que no le pasa seguido— y, aunque odia tener que elegir entre una cosa u otra, resigna sus tardes diarias con Loki para seguir conviviendo con los demás, porque, es cierto: no puede ir a todos lados con Loki atado a su espalda con uno de los chales de Frigga — ¿Qué? Vio a una mujer en la ciudad llevando así a su hija y le pareció práctico, ¿de acuerdo? Aunque su madre se rió mucho de él cuando le pidió enseñarle a hacerlo, dominó rápido esa forma de cargar a Loki y comenzó a llevarlo a todas partes como una mochila… aunque Sif le aseguró que parecía más una mamá koala que otra cosa (procuró no ruborizarse con eso). Una lástima que sus planes cambiarán ahora, porque acaban de confeccionarle una capa grandiosa y está seguro de que con ella se vería aún mejor que con el crochet verde—.
La primera tarde sin Loki, van a ver reptiles a la laguna pantanosa a la que sólo pueden llegar bajando por un peñasco y Thor se mete en problemas con un cocodrilo que casi le arranca el brazo, aunque Sif se lo quita de encima sin dificultad.
Cuando vuelve a casa, está sangrando, lleno de barro y encuentra a Loki llorando a todo pulmón, en los brazos de una desesperada nana que lo mira con ojos suplicantes en cuanto cruza la puerta.
Los últimos meses, Frigga ha dejado que sus damas se encarguen del cuidado de Loki, pero al niño no le agrada nadie más que ellos dos. Thor cree que es sólo una más de sus rarezas, como ese cabello tan negro como las alas de Hugin y Munin, sus ojos verdes iguales a piedras preciosas y esa piel tan pálida que parece transparente al ser alcanzada por la luz del sol. Incluso con Odín, Loki se muestra receloso, aunque el hombre ha hecho el intento, el último año, de acercarse a él por petición de su esposa. Loki puede entablar cortas conversaciones con el rey, ahora que ha empezado a hablar, pero no duran demasiado, porque, en cuanto Thor o Frigga entran a la habitación, su atención vuelve de inmediato a ellos —Odín parece complacido cuando eso pasa porque, ciertamente, ¿cuántas veces puede soportar oír a un niño de dos años hablando de puré de manzana y juguetes sin enloquecer? Además, Odín lo sabe todo, desde el momento en que la primera estrella puede verse en el cielo nocturno hasta cuantas veces por segundo late el corazón de Thor: seguro ya sabe que a Loki no le gustan las peras y que ya no juega con su caballo de madera porque una pata se rompió—.
Thor frunce los labios y gruñe, porque, aunque sabía que tal vez Loki se irritaría por cambiar la rutina a la que lo acostumbró, jamás esperó éste nivel de devastación. Su hermano escucha su voz y, en cuanto lo hace, deja de pellizcarle los hombros a Astrid para lazar los brazos en su dirección.
Thor está conmovido e irritado a partes iguales.
—No —dice, negando con la cabeza—. Estoy sucio —porque a su madre seguro no le gustará ver el bonito ropaje de Loki lleno de sangre y tierra.
Ella trata a Loki con pinzas desde que empezó a caminar y corretear por ahí y, a decir verdad, le desagradó mucho el día que Thor lo regresó a casa con las rodillas raspadas y un moretón en el mentón —no fue su culpa, ¿sí? Sólo se distrajo un poco…—.
Loki parpadea dos veces ante la negativa y el llanto aumenta. Los ojos de Astrid se abren con tanto pavor, que amenazan con salirse de sus cuencas. ¿Cuánto tiempo lleva sometida a la tortura de decibeles de su hermano menor?
La habitación se siente inusualmente fría a pesar de que es primavera. Nunca le ha gustado mucho el frío, porque lo relaciona con el ojo perdido de su padre. Se estremece y se rinde, yendo hacia los otros dos: Loki deja de llorar de inmediato y, en cuanto Thor lo carga, hunde la cara en su cuello y él siente el cosquilleo de sus pestañas empapadas en la piel.
Son éste tipo de cosas las que sus amigos odian de Loki: creen que es un manipulador que sabe cómo salirse con la suya, pero, ¿cómo puede ser así, si apenas tiene dos años? Nadie puede ser una mente maquiavélica a esa edad, por todos los cielos —Sif siempre le recuerda que tiene la habilidad inusual de dejar pasar por alto muchas cosas, de perdonar demasiado, y que, quizá, esa no es la mejor cualidad de un rey, no de uno al frente de nueve reinos en constante batalla, al menos—.
Frigga entra a la estancia, llevando la cena de Loki en las manos y, al levantar la mirada y encontrarse con la escena, enarca una ceja y frunce los labios —Astrid escapa—.
—Está muy apegado a ti —dice la reina, pero sin sorpresa detrás de sus palabras.
—Lo siento —murmura Thor, porque asume que es una queja: es verdad que Loki es un poco malcriado, pero…
Frigga sacude la cabeza, quitándole peso a la disculpa de su hijo, aunque no parece del todo contenta. Toma a Loki, quien, por un segundo, parece dividido entre quejarse y aceptar los nuevos brazos —así de dicotómico es— y lo lleva a la mesa para ayudarlo a comer.
Frigga lanza una última mirada a Thor, con una cuchara suspendida frente a la boca de Loki, que se estira hacia adelante, con las fauces abiertas, pero sin alcanzar la comida del todo: es gracioso, porque luce como un pequeño tiburón, pero Thor evita reír.
— No me desagrada que pasen tiempo juntos: Loki te ve como su ejemplo a seguir —no parece convencida de lo que está diciendo—, pero también creo que no necesita depender tanto de ti o volverá locas a todas sus nanas —Thor sonríe, apenado, meciéndose en su sitio. Dejó huellas de lodo en el suelo y, al menos, su madre no lo ha reprendido por eso. Siente lástima por la persona que tenga que limpiar, pero tampoco demasiada. Está por dar media vuelta para ir a asearse, cuando su madre vuelve a hablar—. Y Thor —la mira por encima del hombro, la sonrisa aun en su sitio—. De igual manera, creo que no debes hacer que todo tu mundo gire alrededor de él. Ni hoy, ni mañana.
Un rubor extraño se expande por toda su cara y ni siquiera sabe por qué. Se siente casi como si su madre hubiera descubierto que rasgó las cortinas de su habitación el otro día, tonteando con una espada, aunque dio su mejor esfuerzo por esconderlo.
—No es así, madre…
Frigga enarca una ceja y, con un gesto de la mano, le dice que se puede ir. Thor obedece y Loki lo sigue con la mirada todo el camino fuera de la habitación.
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Aparte de los rasgos anatómicos distintos a los de los asgardianos a plena vista, Loki también es más frágil físicamente que Thor e, incluso, que Fandral, Hogun y Volstagg, que adquieren la costumbre de reírse de él —en su cara y a sus espaldas— cuando queda claro que el entrenamiento guerrero al que se someten los niños al llegar a cierta edad no es el adecuado para él.
Thor intenta comprender: siendo el hijo de un hombre como Odín y hermano de alguien como Thor —que, a sus doce años, ya es capaz de derribar al entrenador y someterlo en el suelo—, Loki debería tener una fuerza considerable y por encima de la de otros, pero no es así y, de hecho, aunque nunca lo han intentado —a pesar de que ella lo ha propuesto un par de veces, cuando Loki está siendo particularmente grosero—, está seguro de que incluso Sif le ganaría en un combate mano a mano. Pero, bueno, Sif es Sif.
Odín mantiene la boca cerrada al respecto, porque no habla mucho con Loki —o sobre Loki— en realidad, pero Frigga suspira cuando las cosas se vuelven demasiado penosas, extirpa a su hijo menor de las tediosas prácticas de guerra que lo regresan a sus brazos más sangrante que preparado para sobrevivir a la batalla, y decide entrenarlo sola, en ese arte que sólo ella y muy pocas de sus aprendices pueden practicar.
Thor está celoso y feliz por su hermano al mismo tiempo, lo que le causa mucha confusión y, cuando queda claro que todos los demás en la clase sienten envidia también por la suerte de Loki, esa es la emoción que predomina en él, porque, aunque en pocas ocasiones se ha visto a la reina acompañar a su marido a la guerra, ataviada con un atuendo tan brillante como el de una valquiria, se cuentan historias y se oyen rumores de sus transformaciones, de su magia, de sus métodos para confundir al enemigo y obligarlo a someterse sin siquiera derramar una gota de sudor.
Aunque Thor ama el sonido del acero contra acero de su espada enfrentando a la de un enemigo y también sueña con el día en que su mano empuñe el Mjolnir, las habilidades mágicas de su madre siempre han despertado su curiosidad y una pequeña parte de su mente cree que sería grandioso conocerlas, mientras que otra se pregunta, con insistencia, porque Loki fue el elegido y no él. Cuando trata de comprenderlo mejor, para no sentir resentimiento contra su hermano, se da cuenta de que es porque Loki no tiene su fortaleza y ésta es la única forma que su madre encontró para asegurarse de que llegue a la adultez de forma honrosa.
Es algo triste, porque todos los hombres en Asgard aspiran a ser soldados de Odín prácticamente desde que nacen y, de no ser por la iniciativa de su madre, seguramente Loki jamás habría ocupado un puesto en sus filas.
Los celos de Thor poco a poco se convierten en compasión y lástima.
Meses después de abandonar los entrenamientos físicos para empezar a estudiar los libros de Frigga, Loki deja de lucir abatido por no ser tan feroz como su hermano mayor y, cuando una serpiente aparece frente a Thor, que la levanta, emocionado, sin meditar al respecto, y Loki se transforma frente a él, gritando a voz en cuello ¡SOY YO!, antes de romper en risas que lo hacen llorar y retorcerse de diversión en el suelo, Thor piensa que es la primera vez en su vida que lo ha visto tan feliz, tan cómodo consigo mismo… eso no evita que lo patee en la espinilla, asegurándose de dejarle la marca de su bota en la piel.
Su clemencia se esfuma con un soplo de viento y comienza a cuidarse las espaldas, porque Loki es un desgraciado que aprendió a transformarse en otras cosas demasiado rápido y a quien siempre le ha gustado jugar con él —en el mal sentido de la palabra—.
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Nunca, nadie, habla del origen de Loki, ni siquiera las personas que estuvieron ahí cuando arribó a Asgard en brazos de Odín.
Hace mucho tiempo, Loki asumió que nació el día de la última batalla de Asgard contra los Jötnar y Thor no encontró la forma de corregir la palabra nacer porque, ¿si fuiste creado por el Padre de Todo, también naciste o sólo apareciste? Frigga, al notar su confusión, intervino, diciéndole a Loki que fue un regalo que Odín le dio y él pareció contento con eso, muy satisfecho. Thor sintió más celos, porque él vino al mundo de la forma tradicional y, bueno, Loki ya era demasiado especial, en más de un sentido.
Con el paso de los años, empezó a olvidarlo y, si bien Loki siguió siendo un enigma para él de muchas formas, ahora sólo es su molesto hermanito, ese al que juró proteger aquél día, cuando lo vio por primera vez y la pequeña peste le arrancó un montón de cabello, como tratando de sellar el pacto con sangre y dolor.
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— ¡Quítate! ¡Estás frío! —Exclama cuando Loki se escurre a su habitación una noche de tormenta y se zambulle bajo las mantas, pegando los pies desnudos y helados a las pantorrillas de Thor, que le da un empujón que casi lo tira por el borde de la cama.
Tiene catorce años y Loki, ocho. Aunque hace un par de ellos esto le parecía adecuado, siendo hermanos y todo eso, hoy en día es cargante: Loki es tan asustadizo como maldoso y, desde que Frigga le impidió colarse a su habitación por las noches, alegando que ya es un niño grande que no debe asustarse por todo, comenzó a recurrir más a Thor.
—Pero no quiero dormir solo —se excusa con voz aguda, sujetando la sábana para evitar irse de cuernos al suelo y tirando de ella para volver a acomodarse en el centro de la cama, donde la temperatura corporal de Thor creó una laguna de calor.
Thor le arranca la manta y se envuelve con ella, tratando de darle la espalda.
Otra diferencia notoria entre él y Loki es que el niño es un jodido témpano de hielo, sobre todo en noches como ésta, en que la luna brilla alto en el cielo, haciendo todo lo posible por atravesar la espesa capa de nubes que lloran sobre el palacio de su padre.
Envolverlo en cobijas y sentarlo frente a las llamas de una hoguera no funciona para devolverle el calor, tampoco estrecharlo o darle bebidas calientes, así que Thor se vuelve un manojo de frustración cada vez que Loki busca esconderse entre sus brazos: él arde como la lava de los volcanes salpicados por el reino, exhalando fuertes y altas fumarolas que se desvanecen con el viento, mientras que Loki quema con una frialdad digna de un gigante de hielo.
Thor nunca ha pisado Jotunheim y se pregunta si verá su afirmación refutada una vez que lo haga, al descubrir que Loki, en realidad, no tiene una temperatura tan baja como aquellos que habitan la tierra de Laufey, pero, mientras tanto, está convencido de que su hermano se equivocó de especie o algo por el estilo… y, a decir verdad, dadas todas las metidas de pata que Loki ha hecho desde que llegó a Asgard en todo lo referente a aquello de ser, no sé, asgardiano, ve su hipótesis casi confirmada —o, quizá, Loki lo hace a propósito sólo para molestar—. Bueno, al menos no eligió ser tan feo como un elfo oscuro o un condenado psicópata, como los habitantes de Niflheim, pero, aun así…
—Ah, qué fastidioso eres —recrimina cuando Loki comienza a gimotear y tiene que levantar un borde de la manta para invitarlo a colarse dentro.
Le dijo a la empleada que no encendiera la hoguera frente a la cama y ahora se arrepiente de eso. En un rato, tendrá que pararse y hacerlo él mismo; la idea le provoca un remolino de pereza que le azota la cabeza por dentro.
Loki sonríe y se hunde contra su pecho, rodeándole la cintura con las piernas y el torso, con los brazos. Su cabello huele a pino, algo demasiado fresco que le cosquillea la nariz y amenaza con hacerlo estornudar.
Es desagradable la sensación del niño contra su cuerpo: debajo de la manta, consiguió crear un capullo de vapor cálido que se ve desestabilizado con la presencia gélida de su hermano, pero se obliga a aguantar, rechinando los dientes. Hunde una mano en el cabello negro y cierra los ojos: mañana, su padre les pondrá mala cara en el desayuno y volverá a decir que ya son grandes, que no deben permitirse caer en éste tipo de tonterías. Y Frigga sólo tendrá esa expresión desolada y llena de angustia que pone cada vez que los ve demasiado cerca.
¿No es así como se supone que deben ser los hermanos? ¿Unidos contra viento y marea? Nunca ha comprendido la motivación de su madre para mostrarse tan angustiada y, todas las veces que ha observado el rostro de su padre, buscando alguna explicación durante uno de estos lapsus, se ha dado cuenta de que el rey tampoco, lo cual es casi preocupante.
Odín lo sabe todo en tiempo real, Frigga puede hurgar en el futuro con la mirada y el primer hijo de ambos nunca ha sabido cuál don es más impresionante —aunque siempre ha estado ligeramente inclinado a favorecer a su padre—.
Loki pega la punta de la nariz, helada, al cuello de Thor y suspira con gusto.
— ¿Por qué motivo piensas que me dan tanto miedo las tormentas? —Pregunta, curioso, en voz baja.
Su aliento, a diferencia de todo lo demás, es tibio y se siente bien al entrar en contacto con la piel de Thor, que pone los ojos en blanco y agacha la cabeza hasta tocar con el mentón su coronilla; Loki tiene el cabello más lacio, suave y delgado que él.
—Si tú no sabes, porqué debería hacerlo yo —gruñe, irritado todavía por ver su sueño interrumpido. Dormir es uno de sus pasatiempos favoritos, aparte de combatir.
Loki se encoge de hombros.
—Porque sabes todo de mí —es la respuesta más lógica.
Thor suspira, agitando el cabello de su hermano en el proceso.
—He pensado, por mucho tiempo, que eres un jotun —bromea, aunque es verdad, y se echa a reír cuando, inmediatamente, Loki lo golpea con el puño en el pecho, provocándole un escozor que no dura demasiado—. ¡No es mi culpa! ¡Siempre has sido muy extraño! A los Jötnar no les gusta el fuego y nuestro padre dice que lloraban, gemían y suplicaban cuando el Mjolnir llenó el cielo de Jotunheim de rayos y truenos.
Loki se estremece. En verdad le dan miedo esas dos cosas, lo cual es irónico porque, ya sabes, está arrebujado contra el Dios del Trueno —aunque Thor no se ha ganado ese título del todo aun—.
— ¿Crees que es justo? ¿Qué padre los atacara con el Mjolnir teniendo una clara ventaja sobre ellos? —Pregunta Loki, hablando bajo y siempre con esa inteligencia que hace parecer tontos a los demás, en especial a su hermano mayor, porque la dominó a muy corta edad, mientras Thor se dedicaba a hacer crecer sus músculos.
Thor frunce el ceño y le sujeta los hombros, mirándolo con pesadez gracias a la luz blanca que se cuela por las ventanas descubiertas. Las sombras de las gotas de lluvia que resbalan por el cristal se dibujan en la manta roja que los cubre.
—Los Jötnar son monstruos belicosos. Nuestro padre hace lo que debe para mantenerlos bajo control —sentencia con toda la claridad que puede, porque es necesario que Loki entienda, igual que hicieron él y los demás a su edad.
Nadie puede ni debe cuestionar las razones de Odín para hacer lo que hace, porque su sabiduría es infinita.
Loki entorna los ojos pero, pasado un rato, asiente y Thor exhala, aliviado.
Su hermano nunca ha amado las historias de guerra tanto como los otros niños de Asgard, ni siquiera cuando es el mismo Odín quien se toma el tiempo para contárselas. Aunque Thor ha visto el ansia por la lucha en sus pupilas cuando llega el momento de que los soldados vayan a combatir, nunca ha notado en él el impulso de correr tras los caballos y escabullirse entre las filas que siempre ha sentido él.
De nuevo, el chico es extraño, ¿sí? —O, quizá, él es más revoltoso que los demás—.
—Cuando llegue el momento, iré a Jotunheim como nuestro padre y les mostraré quien manda. Les haré saber que no podrán ni siquiera respirar sin que yo lo sepa y que, a diferencia de mi padre, no tendré piedad con ellos. Lo mismo con los gigantes de fuego y todos esos espíritus que sólo salen de sus recovecos llenos de tinieblas para causar líos.
Si sus brazos se aferran con más fuerza a Loki mientras habla, éste no se queja y, por el contrario, parece buscar más el contacto. Thor siempre ha sabido que es el muro seguro detrás del que se esconde su hermano y, por él, está bien. Así es como las cosas deben ser. Uno siempre estará al lado del otro y no hay poder en el universo que pueda cambiarlo.
—Está bien —susurra Loki, sonando casi como si estuviera dándole permiso de llevar a cabo sus planes.
Thor rueda los ojos porque, ¿quién se cree?, pero al menos ha dejado de temblar y, pronto, pueden conciliar el sueño.
—O—
La primera batalla de Thor llega al poco tiempo de cumplir los dieciséis años y la adrenalina comienza a fluir por su torrente sanguíneo como una droga que le sonroja las mejillas y lo hace sudar con expectación en cuanto el anuncio toca sus oídos y todo a su alrededor parece acelerarse, convirtiéndose en una mezcla homogénea de colores dispares.
Una revuelta se ha desatado en Muspellheim y los gigantes de fuego, en medio de su diatriba, amenazan con destruir los contornos que separan su reino de Alfheim.
Mientras sus asistentes lo ayudan a ponerse la armadura, nueva y resplandeciente, observa a Loki por encima del hombro: su rostro permanece impávido, mientras, sentado en el borde de la cama de Thor, mece las piernas de atrás hacia adelante para entretenerse, los ojos fijos en los discos plateados que decoran el pecho de su hermano y, después, moviéndose lentamente por la resplandeciente tela de la capa roja una vez una de las ayudantes cierra los broches en los hombros de Thor, que sigue sin poder contener su excitación.
Quiere golpear cosas, arrancar cabezas y demostrarle a su padre que es digno de ser su hijo y sucesor.
Cuando está listo, un hombre le entrega la espada y la sujeta por el mango con duda, porque es nueva, más grande y pesada que con la que ha practicado los últimos meses. La mueve, cortando el aire, y Loki enarca las cejas, sin una expresión clara en sus facciones. El zumbido del acero suena como una avispa moviéndose a gran velocidad.
—Espero que no te maten —es lo que dice Loki cuando Thor deja de tontear y se acerca a él para despedirse.
Loki sigue siendo pequeño, sumergido en ese limbo entre la niñez y la adolescencia, pero Thor creció mucho antes de su último cumpleaños y está seguro de que ahora su estatura corresponde a dos niños del tamaño de su hermano, así que tiene que inclinarse para poder verlo a la cara, aunque el otro no parece impresionado en lo más mínimo.
—Sé que estás celoso —responde, con una sonrisa deslumbrante en la boca, que le duele tras mantenerla por varios minutos (no ha dejado de sonreír desde que los ayudantes aparecieron para colocarle la armadura: una vez tenga más práctica, podrá hacerlo por su cuenta y llevarla a todos lados, como se acostumbra en el reino. Siempre lucirá tan imponente como su padre).
Los labios de Loki se curvan en la más pequeña de las sonrisas y, antes de que Thor pueda levantarse para ir a despedirse de su madre antes de unirse a las filas de soldados que partirán a Muspellheim con Odín, hunde la mano en el bolsillo de su túnica y extrae una pequeña piedra verde que pincha en el extremo de la capa de Thor.
—Te dará suerte —dice, rascándose la ceja con el meñique y manteniendo la mirada, deliberadamente, en el otro lado de la habitación para no tener que encarar a Thor, que se siente conmovido por el espeso rubor que le cubre las mejillas y que, por más que vea en otra dirección, no puede contener.
Toca la piedra, del tamaño de una uva y tan brillante como los ojos de Loki, que se muerde el labio inferior, dudoso. Es bonita y para nada escandalosa —porque, ¿qué hombre lleva joyas al campo de batalla, por todos los cielos?— y, viniendo de su hermano, seguro le traerá toda la suerte del mundo.
—Volveré, lo prometo —le asegura, porque es estúpido siquiera pensar que no será así y Loki mueve la cabeza de arriba abajo, de acuerdo con su afirmación.
En la distancia, suena el cuerno de Heimdall llamando a los combatientes al Bifröst y Thor debe apresurarse para reunirse con ellos y marcharse, con la bendición de Frigga a cuestas y la pequeña piedra pesando sobre su corazón.
—O—
En la lucha, recibe varias heridas de los gigantes de fuego, que son más feroces y caprichosos de lo que cualquier historia contada por su padre pudo denotar. Uno de ellos le pincha la capa al suelo, prendiéndole fuego y haciendo que el metal de su armadura se sienta como estar dentro de un infierno privado y otro le araña la cara, quemándole la carne y haciéndole escocer un ojo de forma peligrosa, obligándolo a mantenerlo cerrado por lo que queda de la batalla, tratando de lagrimear lo suficiente para resguardarlo.
Está empapado en sudor, la espada se le resbala de las manos y, ¡rayos!, lo daría todo a cambio de un poco de agua fresca en este momento.
Termina cortando a un gigante a la mitad, sus restos cayendo al suelo para descomponerse en cenizas y, por el rabillo del ojo bueno, ve a Sif decapitando a otro con ayuda de Fandral, el largo cabello dorado de la mujer, atado en dos trenzas, revoloteando con el asfixiante aire que no hace más que extender las llamas.
Odín se mueve por el cielo, el caballo alado negro que eligió en ésta ocasión para proteger a Sleipnir de las llamas batiendo las alas con desesperación para evitar los remolinos calientes explotando de geiseres en todas partes, y Thor lo sigue con la mirada el tiempo suficiente para ver a un demonio de fuego surgiendo de la nada con toda su impresionante estatura, dándoles un porrazo al animal y al rey con el dorso de la mano, haciendo que la montura se desplome hacia un costado.
El Mjolnir sale volando de la mano de Odín y cae a los pies de Thor… convenientemente. Tierra caliente se levanta con el impacto y le salpica la cara, haciéndolo trastabillar hacia atrás.
Nunca ha puesto las manos en el martillo de los dioses. Odín apenas los dejó observarlo con fascinación aquella vez que les permitió visitar la habitación de las reliquias, pero ahora ve su oportunidad. Tira la espada, cuyo filo se hunde en la tierra y comienza a arder al rojo vivo casi de inmediato, y se inclina para coger el mango del martillo, que, sorprendentemente, se siente suave bajo sus dedos callosos, como si el metal estuviera recién pulido: vaya trabajo el de esos enanos o, tal vez, sólo es una cualidad de la estrella moribunda a raíz de la que fue creado.
Parpadea, tratando de recuperar la vista en el ojo herido lo mejor que puede, y levanta el martillo, que cede ante su agarre, mostrándole que es digno. Lo alza en el aire con un grito emocionado y la energía explota a su alrededor, los mismos rayos y truenos que destruyeron Jotunheim hace diez años surcando el cielo rojo de Muspellheim, impactando contra los indeseados gigantes de fuego, que no se muestran amedrentados ante su poder hasta que se vuelve lo suficientemente fuerte como para partirlos en mil pedazos con el menor de los roces.
Ataca al gigante que derribó a Odín, quien consigue ponerse de pie precariamente, el casco saliéndose de su cabeza, aunque su montura no corre con la misma suerte. Con el Mjolnir, atraviesa el pecho de la bestia, la más grande de todas, que cae de espaldas y explota en un millón de volutas de ceniza que bañan a Thor de pies a cabeza y lo tiñen de negro.
Todo se queda en silencio un momento, hasta que los gigantes de fuego regresan a sus cuevas, intimidados por la caída de su líder, y los gritos de victoria de los asgardianos resuenan en medio del bramido de las llamas.
Cuando llega el momento de volver a casa, también llega el de devolverle a Odín el martillo, pero el rey, montando un caballo nuevo, lo detiene con un gesto de la mano y niega con un movimiento de la cabeza. El caballo alado vuela hacia lo alto y el Bifröst se abre, consumiéndolos a todos con su cascada de colores.
Thor se coloca el martillo en el cinto y emprende el viaje de regreso, adolorido, sangrante y sumamente satisfecho consigo mismo.
—O—
Su madre le sana el ojo, apoyando la mano en la mitad de su cara y desprendiendo de su palma una luz blanca que le hace sentir frío, uno delicioso y bienvenido después de pasar tanto tiempo en el infierno y se pregunta si, en determinado momento, viajará a Jotunheim y deseará estar en un sitio más cálido, como antítesis de su experiencia reciente.
Loki se escurre en la habitación y le arranca la piedra de la capa, levantándola frente a sus ojos para que la luz la atraviese. Hay una sonrisa maliciosa en su cara.
—Oye, eso es mío —se queja, sólo para llamar su atención porque, hola, volvió herido y Loki ni siquiera ha mirado en su dirección.
—No puedo creer que padre te entregara el Mjolnir —es lo que dice Loki, sin mirarlo todavía.
Casi puede sentir la impresión y los celos en su afirmación.
El Mjolnir descansa en su sitio habitual, en la habitación de reliquias del palacio, y Thor no ha tenido tiempo de presumírselo a nadie porque tenía un ojo que salvar, si no te importa.
Enarca una ceja y, cuando la mano de Frigga se aparta de su cara, se empina en la silla para ver a Loki, que lo contempla, por fin, por encima del hombro, guardándose el broche en la túnica. Thor quiere recuperarlo, pero no encuentra la forma de pedírselo, así que cambia de tema:
— ¿Cómo lo sabes?
Loki pone los ojos en blanco, le sonríe a Frigga y sale de la habitación con paso apresurado.
La mujer suspira.
—Estuvo observándote todo el tiempo con ese broche. Deberías tener más cuidado la próxima vez que recibas un detalle de Loki: pueden llegar a ti con una doble intención.
Thor se siente agredido. Vaya, ese pequeño pedazo de… y pensar que creyó, en verdad, que la piedra le dio suerte y, en realidad, sólo la llevó encima para satisfacer el voyerismo de su hermano.
— ¿Te ha dado algo a ti? —Pregunta, porque no le gusta la idea de ser la única víctima de Loki.
Frigga niega.
—Verás, no suelo ser yo quien predomina en la mente de tu hermano cuando se trae algo entre manos… ni en ningún otro momento, en realidad —toca el cabello de Thor con delicadeza y su mano vuelve llena de cenizas que siguen calientes, frunce los labios y Thor entiende la indirecta de que debe apresurarse y tomar un baño.
Después de eso, a festejar.
—O—
Luego de Muspellheim, vienen varias batallas más y, con todas ellas, una nueva piedra de Loki —que Thor acepta con los dientes apretados—, victorias y celebraciones fastuosas en los salones más elegantes del palacio.
Se siente en la cima del mundo, como si su universo por fin estuviera empezando a tomar forma, y no hay nada en el mundo que pueda opacar su felicidad.
Es una buena forma de distraerse y cubrir el lento paso del tiempo, así que, cuando por fin llega el cumpleaños dieciséis de Loki, seguido, como pasó con él, por una amenaza de guerra en uno de los ocho mundos restantes al poco tiempo, se sorprende y, por un segundo, está a punto de perder el control.
La vieja idea de Loki no sirve para esto vuelve, lo aporrea y tiene que morderse la lengua para no acudir a Odín y exigirle que haga algo, porque no piensa perder a su hermano en Jotunheim.
No en Jotunheim.
En ese agujero no pasó nada interesante en dieciséis años, después de que Odín se hiciera cargo de ellos, y ahora tienen que venir y arruinarlo todo justo en el peor momento.
—El estará bien —es lo que le dice Frigga al notar su preocupación y Thor, por primera vez, quiere llevarle la contra, aunque sabe que ella no hace promesas en vano, simplemente porque no puede.
Si los ojos de su madre hubieran contemplado la caída de Loki en Jotunheim, se lo habría dicho, ¿cierto? No lo dejaría ir con ellos… ¿O lo haría asumir su destino, a sabiendas de que éste no puede alterarse? Por primera vez en su vida, Thor se descubre deseando tener el don de su madre o, incluso, poder preguntarle a Loki si tiene alguna sensación extraña, un mal presentimiento, si puede contemplar una esfera por él y asegurarle que todo va a estar bien.
Vio la armadura de Loki, confeccionada con esos tonos verdes que lo han caracterizado toda su vida, placas doradas en los puntos vitales, y el pánico lo envolvió desde entonces.
Frigga le pone una mano en el hombro y lo mira a los ojos: El-Estará-Bien, le dicen los de ella y lo hacen sentir avergonzado, tanto, que debe posar la mirada en el suelo.
No debes hacer que todo tu mundo gire alrededor de él resuena en su cabeza con la fuerza de hace años y, de pronto, todo se vuelve demasiado, porque no sabe otra forma de hacer las cosas.
Loki es Loki y Thor juró protegerlo. No pueden encadenarlo y obligarlo a no hacerlo.
Es irónico que, mientras los caballos se preparan y esperan escuchar el sonido del cuerno de Heimdall convocándolos para partir, el sol de Asgard brille con potencia, como si se burlara de ellos —de él— tratando de recalcarles que, en minutos, estarán en el mundo de hielo, donde no hay sol capaz de atravesar las nebulosas de nieve que se desperdigan por el cielo.
No busca a Loki. Se retuerce las manos con impotencia e incluso piensa en golpearse la cabeza con el Mjolnir para evitar hacerlo. Sif lo mira con una expresión extraña en la cara, su armadura plateada resplandeciendo al abrazarle las curvas del cuerpo y, cuando su mano tibia se posa en su cara, Thor siente el impulso de rechazarla, pero no puede, así como tampoco puede con su beso.
Eso debió hacerlo antes, hace meses, cuando ella lo atrapó después de una celebración y lo arrastró a su lecho. Thor no fue en contra de su voluntad, porque Sif siempre ha tenido un lugar especial en su pecho, pero, después, se preguntó si hizo lo correcto y, hoy en día, lo sigue haciendo, porque Sif significa compromiso y lealtad, no como una mujer cualquiera, sin nombre, sin rostro, sólo brazos cálidos y una boca suave qué besar. Desatarse de Sif significaría hacerle daño y eso jamás lo podría tolerar. Desde el comienzo, se volvió incapaz de negarle algo, casi de la misma forma en que le pasa con Loki… que aparece por un recoveco del corredor, el dobladillo de la capa verde ondeando tras talones y el ruido de sus pasos haciendo eco en todos los muros de la habitación.
Sus ojos verdes se sienten como alfileres en la espalda de Thor, que sujeta el casco alado bajo su brazo con una fuerza que hace rechinar el metal y lo mira por encima del hombro. Ha visto toros envistiendo presas y, con esos grandes cuernos dorados coronándole la cabeza, se pregunta, gracias a la mirada fría que le está dando, si Loki está pensando en hacer eso con él, porque tiene las agallas suficientes para tratar y, al parecer, también el coraje, aunque Thor no sabe la razón de su molestia, como suele pasarle con otras actitudes de su familia. ¿Tal vez es porque notó su preocupación en relación a su primera batalla? Claro, él también habría estado molesto si Loki hubiera intentado interferir en su campaña contra Muspellheim.
Loki se acerca a ellos y observa la mano de Sif, en el hombro de Thor, con desdén. Las cejas doradas de la mujer se fruncen y le sostiene la mirada al adolescente todo lo que puede —el problema es que Loki puede más, por mera terquedad—.
— ¿No hay broche esta vez? —Pregunta Thor para romper la tensión y el menosprecio de su hermano cambia de Sif a él. Ay…
—No hay necesidad —responde y es la primera ocasión que Thor nota lo mucho que le ha cambiado la voz en los últimos años. Suena como el ronroneo de un felino grande en vez del maullido de un gato asustadizo—. Estaré ahí, contigo.
Pasa saliva y desliza la mirada por el rostro de su hermano, notando lo mucho que ha cambiado con los años. Cuando crezca, será hermoso dijo Frigga alguna vez y, de nuevo, sus dotes de adivina se ven confirmados. Thor se estremece.
Si Sif gruñe, ambos la ignoran para intercambiar una larga y desquiciante mirada.
—O—
Jotunheim es un infierno tanto como Muspellheim, aunque el frío es lo que quema aquí, en vez de las llamas.
Desde que la caballería llega, una tormenta de nieve los apalea y Thor tiene que parpadear varias veces para evitar que los copos se le metan en los ojos. De nuevo, su armadura es su peor enemigo, porque se congela en segundos y lo hace pensar que va a morirse de frío antes de poder poner las manos sobre algún gigante.
Odín va a la cabeza de la comitiva y sus hijos lo flanquean. Thor observa a Loki, que se ve tan casual como cuando cabalgan por la playa y Thor ni siquiera lo ve estremecerse de frío. Se pregunta si sólo finge.
Los primeros segundos, todo parece rutinario y tranquilo, hasta que el montículo sobre sus cabezas se mueve y una cúpula de hielo les cae encima, aplastando a aquellos que no son lo suficientemente rápidos para retirarse a tiempo. Hay gritos de guerra en todas direcciones y el siseo de espadas desenfundándose es como un cántico susurrado.
Thor toma el mango del Mjolnir y se hunde en la niebla oscura que predomina en el reino de los Jötnar. Por el rabillo del ojo ve a Sleipnir corriendo como un relámpago hacia adelante, Odín a cuestas y empuñando a Gungnir. Loki desaparece de su campo visual y el pánico regresa.
—O—
—Imbécil —masculla Loki, con los dientes apretados, tirando de su peso mientras trata de caminar por la nieve, en la que sus piernas se hunden casi hasta las rodillas, haciéndolos avanzar a trompicones.
Thor trata de cooperar, pero tiene la vista fija en el camino de sangre que va dejando mientras intenta sujetarse los intestinos y mantenerlos dentro de su cuerpo: un gigante de hielo logró rasguñarle la armadura, arrancando las placas de metal y hundiéndole las garras en el estómago, amenazando con sacarle las tripas de no haber sido por Loki, que, literalmente, lo hizo pedazos.
Con magia, porque, al parecer, eso es lo que su hermanito hace: explotar cosas con magia.
— ¡No vomites, no vomites, no vomites! —Exclama Loki en rápida sucesión cuando Thor se empina hacia adelante y un borbotón de sangre sale de su boca para bañarle las botas y colorear la nieve.
Es una pintura grotesca y terrorífica.
Loki gimotea y afianza su agarre, tratando de arrastrarlo a un sitio seguro a la vez que la refriega sigue a sus espaldas. Perdió el casco con cuernos y el de Thor está ladeado en su cabeza, de tal forma que un extremo se le hunde en la mejilla, cortándola con frío. No siente la cara. No siente ninguna parte del cuerpo, en realidad. Incluso la herida mortífera dejó de doler hace rato: la carne en su estómago está necrosada…
Se va a morir, de la forma más tonta y vergonzosa posible.
El suelo se sacude con el corretear de los gigantes y montículos de hielo y nieve se desprenden de todas partes, acosándolos y haciendo todo más difícil.
Loki encuentra una cueva pequeña y suspira de alivio, recuperando los ánimos suficientes para llevar a Thor hasta ahí. Lo obliga a sentarse en el suelo y sale a examinar para asegurarse de no haber terminado en una situación peor. Regresa y enciende una llama verde en la palma de su mano para iluminar la deprimente boca de lobo y se inclina sobre Thor, haciendo una mueca de horror y… ¿asco? ¿Enserio, Loki?
Thor quiere reír: ya no importa si es prudente o no, porque se va a morir. ¡Por culpa de un jodido jotun, por todos los…! Vomita más sangre y baña las manos de su hermano sin querer. Intercambian una mirada; el fuego sigue ardiendo y Loki deposita la llama en el suelo —hace una pausa para pasar las manos por su capa, como si el otro no pudiera verlo— y Thor se siente maravillado, porque no sabía que Loki podía hacer cosas así. Con magia, es decir. Estuvo preocupado y distraído en vano y ahora lo está pagando.
—Te va a doler —advierte el más joven, haciendo su mejor esfuerzo por retirar el resto de la armadura de Thor para ver mejor la herida.
Thor se retuerce, de acuerdo con la aserción. Cuando el Mjolnir en su cintura le estorba, Loki lo sujeta y trata de moverlo, pero el martillo no cede ante él. Intercambian una mirada más tensa que la anterior, por el significado que esto pueda tener, y Thor decide no perder más tiempo, sujetando el mango de su arma y haciéndola a un lado con torpeza. Loki suspira y sus manos se apoyan en la herida, haciendo que Thor se contraiga por la sensación.
—Madre es más hábil en esto que yo. Ella podría hacerlo sin matarte de agonía, pero no está aquí para pedirle ayuda, ¿verdad? —Sisea y Thor se estremece ante el temblor lloroso de su voz. Loki no llora nunca y que lo haga en un momento así es mala señal—. Por favor, no grites.
Porque esa es otra de las cosas que Loki nunca ha podido tolerar: los gritos. Menos si son de dolor.
Entonces, magia se desprende de sus dedos, llenando la cueva de calor, y Thor se siente como si lo estuvieran abriendo desde adentro, aunque en realidad sus órganos están tratando de reacomodarse, de zurcirse y volver a la normalidad, ayudados por la energía extraña. Y duele. Duele cómo sólo debe doler la tortura más despiadada, cambiando una temperatura por otra en segundos. Si Loki no estuviera lloriqueando, haciendo ruidos nasales cada pocos segundos, Thor pensaría que lo hace a propósito, pero no es así.
Cuando todo acaba y puede abrir los ojos de nuevo, cree haber perdido el conocimiento un momento. Lo primero con lo que se encuentra es con la expresión más relajada de Loki, que sonríe, le estampa la boca en la frente en medio de la angustia y el alivio, y se quita la capa para cubrirlo, porque Thor ha perdido la suya… de nuevo. Quizá se vuelva una costumbre, una tradición, si sale con vida de esto.
—Te vas a congelar —consigue decir entre dientes. Su voz suena diferente, lejana.
Loki niega con la cabeza.
—Soy un jotun, ¿recuerdas? —Bromea, recordando aquella noche lluviosa de hace tanto tiempo, y Thor se obliga a sonreír, a pesar de que se siente a punto de desfallecer—. Vaya forma de mostrarles a los Jötnar quién manda.
—Cállate —pero quien lo hace es él, porque, en ese momento, en verdad pierde el conocimiento.
—O—
Al reaccionar de nuevo, lo primero que nota es que el fuego se ha apagado y la cueva vuelve a estar oscura.
Al principio, le cuesta trabajo ubicarse y, en cuanto consigue una noción de sí, el dolor de la herida lo aqueja, haciéndolo gruñir. Baja la mirada y hace a un lado la capa de Loki para contemplar la zona lastimada: la epidermis está roja, amoratada y duele demasiado, todavía más cuando pasa los dedos por encima, pero ya no está perdiendo sangre, la necrosis se ha ido y, por dentro, sólo es como si tuviera un millón de puntadas descuidadas, las agujas dentro todavía. Recuerda el gentil toque de su madre al curar sus heridas en otras ocasiones y se da cuenta de que Loki tenía razón: Frigga lo habría hecho mejor.
Thor descubre que está solo y, cuando está por hacer el intento de levantar la cabeza para ver a su alrededor, la cueva se sacude con violencia y la entrada se llena con un resplandor de luz verde y dorado, además de puñados de nieve que caen del techo. Cascajo de rocas congeladas se desmorona encima de su cabeza y se queda atrapado en las enredaderas de su cabello despeinado.
Siente pavor al oír el gruñido de un gigante y suponer que es su hermano quien lo está enfrentando, asegurándose de mantenerlo lejos de la cueva. De él.
Estira la mano y llama al Mjolnir, que acude de inmediato. Siente nauseas, pero da lo mejor de sí para levantarse. Ha peleado con cosas más grandes, lo han herido peor y, precisamente hoy, no va a quedarse tirado en el suelo esperando a que alguien lo salve. Es el hijo de Odín y va a demostrarlo.
Se arrastra fuera de la cueva, tensando la mandíbula en medio del esfuerzo de conseguir un paso decente y rápido. Cuando asoma la cabeza por los muros, descubre un ejército de Lokis irritando, tal cual, a un gigante de casi tres metros, que no consigue elegir a qué lado moverse, a cuál persona atacar. La bestia sujeta un mazo de hielo y lo sacude en el aire antes de azotarlo contra el piso, liberando un gran rugido cada ocasión que lo único que consigue aplastar es la nieve que lo cobija, porque un falso Loki ha desaparecido y, a su alrededor, surgen más. Ni siquiera Thor sabe cuál es el real y eso es igual de escalofriante que ver a su hermano peleando contra un monstruo.
Entonces, la atención del gigante muta hacia él y todo se va al diablo.
La criatura lanza el mazo contra lo alto de la cueva y Thor apenas tiene tiempo de arrojarse hacia adelante y rodar por la nieve —que, habiendo perdido su armadura, no es la sensación más agradable que ha experimentado— para no terminar aplastado bajo las rocas. Loki se distrae y, de inmediato, todos sus clones desaparecen, dejándolo vulnerable ante el gigante, que ríe con crueldad y mueve la mano hacia él, amenazando con sujetarlo.
Thor trata de recuperarse y arroja el Mjolnir sin fijarse a dónde, por lo que el arma sólo destruye parte del brazo gélido del gigante, que aúlla de dolor y se aparta a trompicones cuando el martillo zumba de vuelta hacia la mano de Thor, que apenas consigue cogerlo.
Loki, más pálido de lo que lo ha visto en su vida, se apresura a ir hacia él, pero el gigante se recobra; se mueve rápido, estirando la mano sana para sujetarle el brazo y ya está. Ya pasó lo que Thor tanto temía.
Las placas de metal de la armadura de Loki caen al suelo hechas pedazos, congeladas por temperaturas que ningún ser que no pertenezca a este reino puede soportar, y Thor grita, vencido por primera vez en el campo de batalla por una herida que ni siquiera es física, sino, más bien, emocional.
La escarcha que se desprende de la mano del gigante recorre el brazo de Loki, llenando todo a su paso de hielo. No es lo mismo que le hicieron a él: el jotun que lo hirió sólo usó sus garras, afiladas como cuchillos, y el congelamiento posterior fue el efecto natural de sus dedos fríos. Pero éste gigante quiere entumecer a Loki por completo, convertirlo en una estatua de hielo, y de eso nadie sale vivo.
Laufey se volvió famoso en sus ataques a Midgard por hacerles eso a los humanos para después romperlos en pedazos…
Se siente como si acabaran de meterle una pala en el pecho para escarbar hasta sacarle el corazón. Hubiera preferido que el otro gigante le arrancara las entrañas y saltara la cuerda con ellas antes que tener que ver esto, porque, definitivamente, Loki está muerto…
Pero no lo ve sufrir, ni colorearse de azul y tampoco lo oye gritar. Todo sería más sencillo si hubiera más luz, si el bramido de las bestias de hielo que Laufey liberó de sus prisiones no fuera tan atronador a su alrededor. Si supiera que si lanza el Mjolnir contra el gigante no terminará rompiendo a su hermano también…
De pronto, Gungnir aparece surcando el aire con un silbido agudo y la punta se estrella contra el pecho del gigante, que, atravesado, cae de espaldas, soltando, automáticamente, a Loki, que se desploma de rodillas al suelo, revisando el brazo que el gigante sujetaba entre sus largos dedos. Thor quiere hacerlo él mismo, pero, cuando trata de ponerse de pie, no puede; el frío a su alrededor se vuelve devastador y, de la nada, tiene a Sif y Hogun encima, tratando de ayudarlo a incorporarse mientras Odín se arrodilla junto a Loki, le pone las manos en el rostro y lo mira a los ojos como si supiera que de esta no va a salir, porque tiene la mitad de la armadura cubierta con una gruesa capa de hielo.
Thor se quiere morir, porque, sin Loki, no puede seguir. No puede.
Pero Odín pone a su hermano de pie y éste no se cae a pedazos como el hielo de su armadura, que su padre se apresura a destrozar, por lo que Thor separa los labios y mira la escena, preguntándose si está soñando, porque nada de lo que acaba de pasar es posible.
Odín anuncia que la batalla ha terminado, que los gigantes fueron controlados y que, sin Laufey, quien fue herido también por su lanza, no tienen oportunidad contra los asgardianos; es tiempo de irse y el rey coloca una mano pesada en el hombro de Loki antes de recoger a Gungnir, sacándola del pecho del gigante sin cuidado.
El Bifröst los lleva a casa, que los recibe con los brazos abiertos, como siempre.
—O—
Frigga corrige cualquier error que Loki pudiera haber cometido al sanarlo y Thor se siente mejor, pero, al mismo tiempo, no puede dejar de pensar que su madre debería ser quien se encargue de observar cualquier cosa que pudiera haberle pasado a su hermano por entrar en contacto con un jotun y no Odín, porque él nunca ha sido famoso por su sanación de la misma forma que ella. Pero Frigga le besa la frente y le acaricia el cabello antes de ordenarle reposo con toda la autoridad que una madre puede tener.
—Si hay un ser en Asgard capaz de ayudar a Loki, es tu padre —le susurra, tranquila—. Además, no hay nada mal con él. Volvió a casa caminando, algo que no puedo decir de ti.
Thor traga y frunce el ceño, tumbado en su cama. Se siente humillado y el nudo de angustia en su garganta no ayuda: nunca pensó que los Jötnar serían un enemigo peor que los demonios de fuego.
—Un jotun lo sujetó. Nadie sobrevive eso. Apenas consiguieron salvar el brazo de Volstagg y a él sólo lo rozaron —prefiere no hablar de que, si Loki no lo hubiera alcanzado a tiempo, él hubiera corrido una suerte peor.
Frigga junta las cejas, pero le sostiene la mirada.
—Loki es más fuerte que Volstagg —dice, delineando sus palabras con un orgullo que, últimamente, Thor oye más en relación a Loki que a él.
No es momento para los celos. Ríe, tal vez un poco despectivo.
—Loki… ¿Loki? ¿Mi Loki? —Pregunta, sin dejar de sonreír.
Frigga palidece y frunce los labios, ojos turbios como una mañana de tormenta.
—Por todos los cielos, hijo, si supieras… si supieras… —guarda silencio y mira al techo—… lo resiliente que puede ser alguien como él. Su vida en Asgard no ha sido sencilla —Thor se siente como si acabaran de golpearlo en las tripas (de nuevo), porque los últimos dieciséis años creyó haber estado haciendo las cosas bien con Loki. Es cierto que no tiene muchos amigos, pero… Thor creyó ser suficiente para él—. Es solitario, se siente a la sombra de todos porque, en el fondo, sabe, presiente, que es diferente.
Thor siente un sabor amargo en la lengua. La incomodidad hace que se retuerza y que Frigga le ponga una mano en el hombro para evitar que se mueva.
—Fuiste tú quien decidió enseñarle tus trucos. No es su culpa que los demás sientan —sintamos— envidia.
Frigga lo ve casi con pena.
—Loki fue un regalo que tu padre me dio, sin pensar en lo que él sentiría o necesitaría en el futuro. Lo mínimo que pude hacer por él, al ver sus dificultades para encajar, fue darle un obsequio de mi parte. Pero no es suficiente, Thor, nunca es suficiente y eso me aterra —antes de que Thor pueda preguntar a qué se refiere, ella se limpia los ojos y aclara—: me horripila lo mucho que se puede romper a una persona con pequeñas decisiones, ¡grandes! decisiones, aunque esa no sea nuestra intención. Loki tendrá un futuro complicado —Thor abre la boca, porque ésta es la primera vez, cree, que oye la palabra futuro salir de los labios de su madre y eso es impactante—. Y lo único que puedo hacer por él ahora es pedirte que no lo abandones. Pase lo que pase.
Exhala, sintiendo el pecho oprimido. De nuevo, siente aprehensión ante cualquier amenaza contra su hermano y quiere saber si su madre puede evitarla, pero sabe que, por más que pregunte, ella no responderá, ya que no lo hace ni para Odín. Siente rabia pero no hay nada que pueda hacer.
—Siempre. Siempre voy a estar ahí para él —no tiene el valor de decirle que tomó esa decisión desde la primera vez que vio a Loki.
Frigga sonríe y le besa el rostro.
El sol ha caído mientras hablaban y la habitación sólo está iluminada por la luz de la luna que se cuela por el balcón.
—Y perdónalo. Sé de buena fuente que poco de lo que hace es con verdadera intención.
Thor no entiende. Otra vez. Pero ella se va antes de poder pedirle que clarifique.
—O—
Un día después, está lo suficientemente descansado y curado para poder salir de la cama y tomar un largo baño, planeando escabullirse luego para encontrarse con su hermano, que no ha venido a verlo. Una ayudante de su madre, al traerle el desayuno, le dijo que Loki estaba descansando en su habitación y, por necesidad, le creyó, pero la zozobra, con cada segundo que pasa, se vuelve más grande.
Sif vino al palacio a pasar la noche con él y durmió pegada a su costado, masajeándole el pecho con los dedos para recordarle su presencia cada tanto, pero él permaneció despierto mucho tiempo, viendo al techo y acariciándole el cabello, preguntándose qué diablos estaba haciendo.
Ahora está solo y meterse en la fuente de agua tibia del baño junto a su recámara es una de las mejores experiencias del mundo, después de la pesadilla vivida en Jotunheim —vaya, no quiere volver a pisar ese terrible lugar pronto y ni siquiera le importan las historias que se puedan contar por eso en su nombre—.
Cierra los ojos y se recuesta contra el borde de la pileta, descansando los brazos a lo largo de la piedra. Minutos después, la puerta se abre con un chirrido de madera y se pregunta si se trata de Sif, pero no, el sonido de los pasos es diferente. Muy diferente. Exhala, agradeciendo que al menos su hermano tenga la fuerza suficiente para venir a él, y deja que Loki se acerque. Lo oye quitándose los zapatos, arremangándose el pantalón y lo siente sentándose a sus espaldas, por lo que hunde los brazos en el agua, permitiendo que Loki le rodee el cuerpo con las piernas.
— ¿Te encuentras bien? —Pregunta con voz ronca, recargando la cabeza contra el pecho de su hermano, las palabras de Frigga martilleándole la cabeza sin clemencia.
Su pregunta abarca muchos escenarios.
—Sorprendentemente —responde Loki, con esa voz que suena a ronroneo. Toma la pasta jabonosa y un cuenco, que usa para empapar el cabello de Thor antes de hundir los dedos entre los mechones, masajeando con cuidado—. Padre cree que el jotun no era muy fuerte o que estaba moribundo y, por eso, sus poderes no me hicieron pedazos —pero suena escéptico. Thor pasa saliva y acepta las palabras de Odín, porque cualquier explicación para ese horror es buena, a pesar de su inverosimilitud—. ¿Y tú?
Los dedos de Loki se sienten demasiado bien en su cuero cabelludo y Thor se relaja más, apoyándose por completo contra su pecho, sin importarle empaparlo. Descansa los codos en las rodillas de Loki, que exhala con pesadez.
—Estoy vivo.
Loki suspira y sus dedos se detienen un segundo antes de continuar. Usa el cuenco para lavar el jabón y vuelve a llenarse las manos de pasta para deslizarlas por los hombros de su hermano, dejando a un lado la esponja. Hace años que no hacen esto y, a diferencia de aquellos tiempos, Thor no siente el impulso de sumergir la cabeza de Loki bajo el agua por ser impertinente, al contrario: no quiere que se mueva de dónde está.
Cuando las manos de Loki bajan a su pecho, Thor inhala ruidosamente. Por primera vez, la frialdad de los dedos del otro se siente bien contra su piel. Loki se inclina hacia adelante y pega los labios a la cabeza de Thor, de tal forma que éste no sabe si se trata de un beso o de un intento por alcanzar sus abdominales sin irse de bruces al agua.
—No puedo perderte —susurra Loki, girando el rostro y apoyando la mejilla en la coronilla de Thor, quien siente el cuello tenso por el peso extra y le sujeta la muñeca, deteniendo el movimiento cadencioso de sus dedos llenos de espuma, blanca y salpicada de diminutas burbujas—. No puedo verte morir.
Thor ladea el rostro para tratar de contemplarlo por la comisura del ojo y Loki se lo permite, moviéndose: descubre que su mirada es demasiado brillante. No puede con esto ahora, porque él también estuvo a punto de perderlo en Jotunheim.
—No tendrás que hacerlo. La próxima vez, todo será diferente —promete, seguro de sus palabras.
—Tú no entiendes —sisea Loki, hablando cada vez más bajo—. Eres lo único que me hace sentir parte de Asgard. No puedo perderte —repite—. De ninguna forma.
Sus dedos rasguñan la piel de Thor, que sigue sujetando su muñeca.
El agua, que fluye de la boca de leones dorados al otro lado de la fuente, crea un sonido de chapoteo que le perfora los tímpanos.
Rememora su conversación con Frigga y se pregunta si todos esos deslices maldosos que Loki tuvo con algunas personas a lo largo de los años no fueron más que un grito de auxilio, una súplica por ser integrado, por ser ayudado a dejar de flotar en el vacío, sin una mano para sujetarlo.
Thor hizo su trabajo mal todo este tiempo.
—Loki, viniste a Asgard para ser parte de mí. Y siempre será así. Me perteneces —porque esa parece ser la frase que el otro necesita.
Ser de alguien y que esa persona sea también de él, sin embargo, Thor no puede decir esa última parte, porque es muy grande, demasiado significativa.
Loki sonríe porque lo sabe de todas formas.
Thor respira, formando una nube de vaho frente a su cara. El vapor del agua los envuelve en nubes grises y la luz de sol que entra por el techo de cristal crea peces de luz que se mueven por todas partes.
Sujeta la mano de Loki con más firmeza, la levanta para colocarla ante sus labios y deposita un beso en la palma, aunque sigue llena de jabón. No tiene idea de qué rayos está haciendo, pero se siente correcto, sobre todo cuando Loki se estremece y agacha la cabeza, apoyándola en la de Thor, quien sabe que es porque se está ruborizando y no quiere que lo descubra —tendría que girar el cuello como un búho para poder hacerlo, de todas formas, así que el chico sólo está siendo tonto y Thor lo adora—.
Sigue besando la piel fría, recorriendo con la boca la zona que el jotun tocó. En el fondo, piensa que lo hace para asegurarse, de la forma más tersa, de que su hermano en verdad está bien, pero una parte más primitiva de su ser le revela que no es así y que, si sigue por este camino, se dará cuenta de algo que le robará el sueño y cambiará su vida para siempre.
No importa: desde Jotunheim —desde antes de ir a Jotunheim—, comenzó a sospecharlo…
La mano libre de Loki se apoya en su hombro y Thor siente sus dedos rasgándole la piel una vez más, dejando un tipo de marca que Sif nunca ha conseguido colocar en él. Ni ninguna otra persona, a decir verdad.
Loki se inclina y sustituye sus uñas con sus dientes, mordiendo la piel para después calmar el ardor con un beso. Es como si fuera consciente de que ésta es la única forma en la que puede pinchar a Thor a su ser, como a una mariposa expuesta y atrapada para siempre con alfileres en un trozo de madera.
Pero está bien. Loki puede usar espadas para someterlo contra una pared, si quiere, y Thor jamás tendrá la voluntad para alejarse de él.
Comienza a reaccionar bajo el agua y el sentido común lo golpea violentamente, pero no quiere detenerse. La boca de Loki le hace cosquillas en el cuello húmedo y cierra los ojos, negándose a ver la atrocidad que están cometiendo.
Al no poder soportarlo más, da media vuelta, tan rápido, que hace que Loki se sobresalte e intente escapar, arrastrándose hacia atrás, pero no se lo permite —no está molesto, no está horrorizado tampoco y, si en dado caso fuera así, sería por sus propias acciones y no las de su hermano, pero Loki no parece saberlo—: le sujeta los tobillos y lo arrastra dentro del agua, como un cocodrilo que ha atrapado a un antílope con las fauces y lo lleva a terreno inseguro para devorarlo.
Devorarlo.
Loki jadea cuando se halla completamente dentro de la fuente y, nuevamente, pretende hacerse a un lado, pero Thor lo sujeta contra el muro de piedra, uniendo las frentes de ambos. Respira con pesadez y de sus fosas nasales se desprende humo. Se siente como un toro a punto de embestir, como un león ansioso de carne, como un hombre que ha vivido en la oscuridad mucho tiempo y, por fin, ve algo de luz.
Nubes cubren el sol, impidiendo que los rayos atraviesen la atmósfera y se cuelen a la habitación por el techo de vidrio. Sombras caen sobre ellos y, a pesar del agua tibia que los envuelve, sin el sol en su espalda, Thor siente frío. Hace mucho aprendió a relacionar el frío con Loki y no con su desprecio por los peores enemigos de Odín.
Se inclina y sujeta el labio inferior de Loki con los dientes, de una forma que nunca ha podido hacer con otro amante —Otro… ¿se volvió loco? —. Loki gimotea y Thor sonríe, porque no lo puede evitar. Tal vez murió en Jotunheim y ésta es su propia visión del Valhalla, antes de que las Valquirias lleguen por él y lo arrastren al salón más maravilloso de Asgard para esperar su Destino.
Cuando trata de consumar el beso, Loki gira el rostro, haciendo que la boca de Thor impacte contra su afilada barbilla y sus incisivos desgarren un poco la piel de sus labios. Thor frunce el ceño, sintiendo el sabor de la sangre, y se da cuenta de que el otro está temblando entre sus brazos.
— ¿Qué estamos haciendo? —Pregunta Loki por lo bajo, sin mirarlo a la cara y, oh, no, esa es la peor diatriba en la que pueden meterse en una situación como ésta, pero Thor sabe que la mente de su hermano siempre ha funcionado de forma distinta a la suya y que Loki suele ser el más inteligente de ambos.
Si sucumbe a sus instintos, a sus ganas de tomar, es posible que destruya la relación que erigieron en años, sin tener la oportunidad de volver atrás. Pero hay algo en sus entrañas que le está gritando ¡Ahora o nunca! A voz en cuello y esta es la única forma de callarla.
¿O no?
—Perdóname… —es lo único que puede decir, porque es cierto: ¿qué demonios están haciendo?
Trata de alejarse y Loki lo mira con horror, estirando las manos para apresarlo con los brazos y obligarlo a mantenerse en su sitio. Sus frentes vuelven a estar una contra la otra, sin importar que Thor sea más alto. El aliento de uno acaricia la boca del otro y… ¡vamos!
Las nubes se despejan, el sol vuelve a acompañarlos y la boca de Loki impacta contra la suya con toda la inexperiencia del mundo, diciéndole que acaba de ser el benefactor de su primer beso, lo cual enciende su sangre como una llama dispuesta a consumirlo todo a su paso.
La culpa llega y Thor se siente despavorido por el monstruo que está despertando en su interior. Siente temor al saber que tendrá que encarar a Odín para explicar esto y también la decepción y el posible rechazo de Frigga, pero no puede darle importancia: Loki es lo único que existe para él ahora mismo.
Lo besa como si fuera la única fuente de oxígeno a su alcance y siente los dedos de Loki enredándose en su cabello, tirando de él sin cuidado, como hizo la primera vez que se vieron. Thor siente dolor en la boca del estómago, a sabiendas de las implicaciones de lo que están haciendo, pero eso no evita que levante a Loki, obligándolo a enredarse en su cuerpo, rodeándolo con los brazos y perdiendo todas las ganas de volverlo a soltar.
La temperatura de la habitación baja y el vaho del agua comienza a dispersarse. Los dedos de Loki en su espalda se sienten más fríos que antes, al igual que su aliento, mezclándose con el suyo dentro de sus bocas y creando un microclima especial entre los dos, pero quizá es sólo una ilusión porque Thor está ardiendo.
Se restriega contra él, empujándolo, apresándolo con ayuda del muro que rodea la amplia piscina dorada, y se da cuenta de que tal vez está tomando demasiado, pero no tiene las fuerzas para detenerse y se pregunta si así es como se sentían los legendarios berserker en el campo de batalla.
Mete las manos debajo de la camisa del otro, escucha pequeños crujidos a su alrededor, como esos que hace el hielo al entrar en contacto con una temperatura diferente, y Loki se sobresalta, dejando de sujetarse a él y haciéndose a un lado hasta hundirse en el agua. Thor, tomado por sorpresa, frunce el ceño y trata de ayudarlo a levantarse, pero Loki sale disparado de la fuente, completamente empapado, y bailotea en su sitio, mirando en todas direcciones como si no tuviera idea de dónde está, al mismo tiempo que chorrea agua en el elegante piso de mármol. Tiene la ropa hecha un desastre y pegada al cuerpo, formando bultos donde el aire se quedó atrapado debajo.
Thor extiende una mano hacia él y, entonces, Loki lo mira, el pánico dibujado en su cara al carboncillo. El corazón de Thor se cae de su pecho y se hunde en el agua, donde se ahoga sin posibilidad de salvación.
¿Qué hizo?
¿Qué hicieron?
Loki se pasa las manos por el cabello mojado en un rictus de desesperación y da medita vuelta, huyendo de la estancia con la vista clavada en el piso.
Thor se petrifica y se queda de esa manera hasta que el agua de la pileta comienza a recuperar su temperatura cálida, porque, en determinado momento, comenzó a salir de las bocas de los leones inusualmente fría.
—O—
En cuanto se aventura a sacar la cabeza de su habitación, Odín lo manda llamar para hablar con él y se siente como si estuvieran a punto de mandarlo a la guillotina. Se yergue todo lo que puede, tratando de mantener su orgullo intacto, y sigue al emisario a la sala del trono, pero el rey no se encuentra ahí.
Espera por él, tratando de no caer en la osadía de sentarse en los peldaños que conducen a la silla que, ojalá, algún día lleve su nombre, pero Odín nunca llega.
Cuando se encuentran esa noche, en la cena, Loki no está en la mesa, Frigga hace todo lo posible por no mirar a su hijo a los ojos y Odín apuñala la carne como si fuera la cara de su primogénito, en quien mantiene fija la vista de su único ojo. Thor se queda con el estómago vacío, inmóvil, decidido a soportar el acoso de su padre con estoicismo porque, en el fondo, sabe que se lo merece.
Cuando todo acaba, Odín se levanta y se marcha con un revuelo de la capa —su equivalente a mandarlos al diablo, aunque, realmente, no sabe si su madre va incluida— y Frigga se incorpora para ir hacia él y tocarle la mejilla. Sus dedos son casi tan fríos como los de Loki, cuando, de forma habitual, su roce es tibio y amable.
—Siempre supe que esto pasaría —dice, desangelada, y Thor no sabe si es su permiso explícito para que no se sienta como una basura o si simplemente es un hecho que nunca tuvo el valor de combatir.
¿Dieciséis años vivió con el conocimiento de que, en cierto momento, la relación de sus hijos se descompondría para transformarse en esto y, a pesar de eso, guardó silencio? ¿Qué significado tiene eso? Thor piensa que el secretismo fue cruel, porque ahora perdió el piso y no sabe cómo seguir adelante.
Se siente traicionado. Inhala y la observa, desesperado: ella tiene los ojos irritados.
— ¿Ahora qué pasará? —Pregunta con un hilo de voz.
Como siempre, Frigga calla, aunque, en sus pupilas, hay un caos de emociones en diatriba.
—O—
Intenta apagar sus ansias por Loki pasando tiempo con Sif, pero ni sus besos ni sus caricias ni sus palabras consiguen asfixiar la flama que su hermano encendió en su pecho.
Ella parece notar que hay algo — ¿alguien?— más en su cabeza y no está contenta, pero, por vez primera, Thor no puede hacer algo para contentarla, porque tiene la mente demasiado ofuscada —cada vez que entra al agua, es como tener un déjà vu y a un Loki fantasma entre sus brazos, uno que no huye de su tacto y lo deja llegar a donde el Loki real no—.
Poco a poco, Odín comienza a hacer caso omiso de lo que pasó, al parecer, empujado por su reina y Thor cae en la ilusión de que… nada ocurrió. De que, si se esfuerza lo suficiente por no perseguir a su hermano con la mirada por los corredores, por no desear el aroma de su cuerpo o su temperatura extraña en su cama, será como si jamás lo hubiera probado, como si jamás hubiera sido tentado por esa oscuridad.
Loki es mejor en esto que él y, aunque su rostro se convierte en una máscara tensa cada vez que están cerca, nadie lo acosa al respecto. De hecho, Odín comienza a ignorarlo, a tratarlo casi como si fuera un extraño. Thor se siente culpable.
Sus interacciones también se vuelven pétreas y Thor las percibe como una garra de jotun enterrándose en su vientre una y otra vez.
Está desesperado, angustiado, furioso, preocupado, agobiado, avergonzado, necesitado…
Y, todas las noches, cuando se va a la cama, tiene que cerrar las manos con todas sus fuerzas y obligarse a no imaginar, a no soñar, a no pensar… a no relamerse los labios con la lengua tratando de recordar.
Es la cruzada más terrible que ha tenido que enfrentar en su vida y, de pronto, se descubre anhelando una batalla contra jötnar, gigantes de fuego, duendes oscuros y cualquier otra cosa que el universo pueda lanzar en su contra, porque eso sería mil veces mejor que este pesar.
—O—
Llega la primavera.
Frigga encuentra una nueva aprendiz: una joven de largo cabello rubio, más claro que el de Sif, y mejillas sonrojadas llamada Sigyn y Thor se quiere tirar a un pozo —al abismo más profundo, del Bifröst si es necesario o acudir a cualquier tipo de enemigo para que haga el trabajo sucio— porque Loki y ella se llevan bien.
Y Frigga bendice la relación con todas sus letras, lo que es, para él, como recibir una bofetada de parte de su madre, después de lo que le reveló hace meses.
Thor quiere pensar que es algo bueno para su hermano, porque nunca ha tenido amigos de la misma forma que los tiene él, pero Frigga, con esos ojos suyos, parece percibir algo más entre ellos y no tiene miedo de decírselo —única señal de que espera que cualquier cosa que sucediera entre ellos no vuelva a tener la oportunidad de progresar—.
De nuevo, el don de su madre le parece el más brutal de todos.
—Ella le hará bien, Thor —le dice, tocándole el hombro mientras los observan, en el jardín, desde las balaustradas del palacio. Thor quiere impedir que lo toque, porque se siente agredido, pero es su madre y no puede apartarse de ella—. Él necesita a una persona como ella a su lado.
No a alguien como tú. Nunca a alguien como tú.
Thor no puede quedarse con la boca cerrada, porque es un idiota. Frigga da media vuelta para volver al salón y él la mira por encima del hombro.
—Si no fuéramos hermanos, si no fuéramos parte de la misma familia, si no perteneciéramos al mismo reino… —cada nuevo Si no… duele más que el anterior.
Frigga se congela y lo contempla con una expresión severa, pero adolorida.
El mundo de Thor lleva meses cayéndose a pedazos — ¿por qué tuvieron que ir a Jotunheim? Debió aprender, de las historias de su padre, que nada bueno sale de las expediciones al Reino de Hielo, pero fue muy ciego para notarlo en aquél entonces—.
—Pero lo son —sentencia la reina y Thor se siente como si acabara de apuñalarlo entre las costillas, en el corazón.
No puede respirar y ella parece lamentar el peso de sus palabras, porque baja la mirada y su rostro apunta al piso un largo rato. Una sola lágrima cae contra las baldosas y Thor siente placer al pensar que alguien está sufriendo tanto como él —inmediatamente después, llega el asco hacia sí mismo, como pasa desde el momento en que sus labios impactaron con los de Loki y la realidad se fracturó para ellos—.
—Fuiste tú quien me pidió que jamás lo abandonara —recrimina antes de procesar las palabras.
Frigga agita la cabeza de lado a lado.
—De haber sabido el gran dolor que todo esto te causaría, jamás lo habría dicho. Jamás habría tomado a Loki entre mis brazos cuando tu padre me lo entregó y, tal vez, de esa manera habríamos tenido una oportunidad.
¿Qué significa eso?
Lo deja solo y Thor escucha la risa de Sigyn cuando su hermano salta con algo particularmente elocuente y… no puede con esto. Jamás podrá con esto.
—O—
Pasan los años, algunos, perturbadoramente lento, otros, descaradamente rápido, y Thor se da cuenta de que cayó en un agujero muy profundo, oscuro y estrecho.
Loki crece más, convirtiéndose en un hombre atractivo en medio de las claras diferencias que tiene —y siempre tendrá— con el resto de los Æsir, y Thor se tritura los nudillos con los dedos para evitar acercarse, para no tocar, para no exigir ni arrebatar.
La esperanza de vida de un asgardiano es larga, gracias a los frutos de Iðunn, que les otorgan juventud eterna y, por si fuera poco, después de eso, viene la espera en el Valhalla por la Batalla Final. Se da cuenta de que, si sus próximos años estarán llenos de ésta miseria también, no quiere vivir más, ni física ni metafísicamente, aunque, tal vez, sólo está siendo dramático.
Pero así es el amor, ¿no?
Ha tenido tiempo suficiente para hacer las paces con esa palabra y, peor, con su significado, su connotación, por lo que ya no le teme, a diferencia de aquellos que le dieron la vida y colocaron a Loki, el instrumento de su agonía, en su camino.
No fue su culpa prenderse de Loki, así como tampoco fue culpa de este atraerlo como la luz a los insectos en noches cálidas. Si alguien es el verdadero responsable, Thor prefiere no señalarlo y soportar el caos que grita en su pecho desde hace mucho, de manera incontrolable.
Para su desgracia, es cierto que Sigyn tiene un efecto casi narcótico en Loki, quien, en mucho tiempo, no se ha metido en problemas y reanudó sus estudios en magia, pasando, casi todas las tardes, enterrado en las grandes bibliotecas del palacio, metiendo la nariz en libros y buscando Sólo Él Sabe Qué. Ella suele acompañarlo, deslizando la punta de un dedo por las filas de letras de algún texto, sin interrumpirlo para platicar, como, penosamente, él habría hecho. El silencio no parece ser un problema entre ellos y, cada vez que Thor los espía por algún resquicio entre las puertas, siente celos y mucho, mucho, mucho dolor. No sabe si son amantes o sólo amigos y, cuando intenta averiguarlo, Frigga siempre aparece para ponerle el pie —o, en su defecto, Hugin y Munin, para recordarle que Odín es un maestro en el arte de hacer caso omiso, pero no estúpido y siempre mantiene la vista fija en él—.
Ya no puede hablar con Loki como antes, porque, en efecto, su relación se fracturó en un centenar de grietas que no sabe cómo empezar a reparar y, en cuanto tiene alguna idea para una, aparecen más. Es lamentable y se pregunta si todo sería diferente ahora si, en aquél momento, hubiera tenido un poco de autocontrol, si no hubiera cedido ante el miedo que le provocó lo ocurrido en Jotunheim, la desesperación de ver casi perdida a la única persona en éste reino que se siente como si hubiera nacido específicamente para él.
Y ese es el problema: Frigga le confirmó que esa idea no está tan desviada de la realidad, si desde el principio vio que su relación se curvaría hasta adquirir ésta forma, por lo que le es difícil dejarla ir.
Siempre le ha costado ignorar aquello que le interesa y, lo peor de todo, es que Loki desde el comienzo ha tenido un lugar principal dentro de su cabeza: ahora comprende lo que le dijo Frigga hace mucho tiempo, que no debería permitir que todo su mundo girara alrededor de su hermano. Pues bien, ya es tarde —si rompe un par de tazas y platos, si voltea una mesa y destruye un pilar con los puños al pensarlo, hay empleados que se encargarán de limpiar, así que no importa—.
—O—
Las fronteras con los Jötnar se vuelven cada vez más frágiles.
Aunque Asgard y los ocho reinos restantes son esferas flotando en el espacio como cualquier otro planeta, las ramas del Yggdrasil, que se extienden entre las estrellas hasta el infinito, las sujetan, sostienen y mantienen unidas por medio de un constante flujo de energía. Asgard se encuentra en la cima y sus aguas, que caen por amplias cataratas, marcan los linderos donde su energía se junta con la de los otros mundos.
Los gigantes llevan tiempo implacables y huraños, desde la última batalla contra los asgardianos, y Odín predice que pronto vendrá un ataque de su parte, una nueva exigencia de guerra que, por primera vez en siglos, amenaza con ocurrir en el Reino de los Dioses, en vez de en la tierra mortífera de los gigantes.
Thor no se explica cómo puede ser eso posible, porque Asgard es el reino más seguro de los nueve, quizá, sólo seguido, por el de los Vanir, pero, cuando un día Frigga se congela en medio de su paso, tirando al suelo la jarra de agua que estaba transportando, y anuncia que hubo una ruptura en el espacio, Thor comienza a pensar que su padre tenía razón.
Intercambia una mirada tensa con Loki, que corrió a auxiliar a su madre en cuanto el cristal impactó contra el piso y el ruido resquebrajó la paz de la habitación, y Thor trata de lucir calmado, en completo dominio de su persona, aunque puede ver el destello de algo en los ojos de su hermano, que se alejan a toda velocidad de él.
Sus músculos se calientan, la sangre le hierve en las venas y su cerebro se bloquea, ansioso ante la afrenta.
Loki sujeta la mano de la reina y la obliga con gentileza a verlo a la cara.
— ¿En qué sitio, madre? —Pregunta y Frigga frunce los labios, apremiada.
Tiene los ojos grises, llenos de rayos y truenos. Thor ha aprendido a odiar ese aspecto.
—O—
Heimdall hace sonar su cuerno y los guerreros corren a prepararse para el ataque en cuanto lo escuchan.
Un puñado de naves vigilantes se desliza por el cielo, mientras Loki y Thor aparecen en medio de la selva, gracias a la magia del primero, armas en mano y listos para enfrentar cualquier cosa que surja. Si la emoción de estar nuevamente cerca de su hermano se hace una con Thor, procura no mostrarlo, mientras se mueven entre los troncos gomosos, esquivan lianas y arbustos y se internan en la vegetación, yendo hacia la anómala fuente de luz blanca que se alza desde el suelo hasta el cielo, salpicando haces de luz y copos de nieve en todas direcciones. A sus pies, el suelo se ha petrificado y hay pequeños animales convertidos en estatuas cristalinas. La tierra de Asgard no está acostumbrada a éstas temperaturas y Thor siente ira al ver su hogar profanado por los gigantes.
Procura mantenerse frente a Loki, quien entorna los ojos y, con la mandíbula apretada, le advierte que no lo fastidie con voz agria. Thor lo lamenta y lo mira por encima del hombro, pensando en la mejor forma de explicar que no fue su intención irritarlo, pero se ve interrumpido por un terrible chirrido que les perfora los tímpanos y se suma a una sacudida del entorno que casi los pone de rodillas en el suelo.
Su mano, automáticamente, busca el brazo de Loki, que permite el contacto mientras sus ojos escudriñan la luz al frente: es en este momento que una sombra se forma en ella e, inmediatamente después, una horda de gigantes sale corriendo en estampida hacia la selva donde se encuentran.
No puede ser.
Loki lo obliga a hacerse a un lado para no ser aplastados o arrastrados por el furioso andar de las bestias y terminan, cuerpo contra cuerpo, sobre lo que antes era hierba y ahora es puro hielo. El cuerpo de Thor se mueve por inercia sobre el terreno resbaladizo, llevando a Loki consigo hasta que el hielo comienza a cuartearse bajo las poderosas pisadas de los Jötnar.
Nunca ha visto a tantos gigantes juntos —es como si hubiera asistido todo Jotunheim— y la desazón se vuelve más grande… al igual que el coraje. Se traga el nudo de aprehensión en su garganta y, en cuanto consigue levantarse, lanza el Mjolnir hacia el jotun más cercano, asestándole un golpe severo en la cabeza que lo manda volando hacia atrás, encima de un grupo de sus acompañantes, que no logra unirse a la horda que ya salió de la selva e invadió terreno asgardiano.
Las naves sobre sus cabezas comienzan a disparar, creando estallidos y llamas en diferentes regiones entre los árboles. El chillido desesperado y agudo de los animales se vuelve abrumador y la tierra en ningún momento deja de sacudirse —Jotunheim está compuesto de roca y hielo capaz de soportar el peso inmenso de estos demonios azules, pero sus pies se hunden en la tierra húmeda de Asgard, dejando marcas—.
Loki lanza su cuchillo contra un jotun y le atina en el ojo, haciéndolo chillar de dolor y caer hacia atrás, luego, tira con el extremo curvado de su lanza del pie de otro gigante para derribarlo, provocando, indirectamente, un obstáculo para los otros Jötnar, que, con todo y eso, saltan por encima sin preocuparse por pisar y destrozar a su compañero caído.
Odín aparece, montando a Sleipnir, y su lanza dorada se une al Mjolnir para destrozar a cuantos gigantes puedan; la caballería viene detrás a todo galope.
Las Valquirias que sobrevivieron el último combate en el Hel, montan sus corceles alados en el cielo, espadas en mano, y se desploman sobre los gigantes como ángeles vengadores de los que Thor sólo ha oído cuentos, porque han pasado siglos desde la última vez que alguien las vio luchar. Acompañarlas en la disputa le da esperanza de que derrotarán al enemigo y lo expulsarán de vuelta al infierno congelado del que vinieron.
Entonces, Laufey sale de la grieta entre los mundos, ojos rojos y ansiosos de sangre, y Thor debe concentrarse en la batalla una vez más.
—O—
Laufey consigue llegar al pie del risco donde se erige el palacio de Odín, seguido por un puñado de esbirros que le sirven como escolta. Thor y Loki los persiguen, tratando de contenerlos sin depender de nadie, porque Laufey derribó dos naves que quisieron ayudarlos, congelándolas y haciéndolas impactar contra la montaña, cimbrándola peligrosamente.
Thor nunca antes vio el rostro del Rey del Hielo de cerca —o iluminado por la luz de un sol— y debe admitir que hay algo en sus ojos que le desagrada más de lo normal aunque, mientras trata de aporrearlo con el Mjolnir, procura mantener ese sentimiento de desconcierto a raya.
Para aumentar su desgracia, empieza a llover y eso parece venir a beneficio de los Jötnar: Thor siente frío, vaho se desprende de entre sus labios, y se da cuenta de que lo último que necesitan es un arma natural que los gigantes puedan usar para sentirse como en casa en el reino que han invadido.
Furioso, levanta el Mjolnir y hace que las nubes grises resplandezcan con rayos y truenos y, por un segundo, todos se congelan… incluso Loki.
Rayos impactan contra tres de los jötnar contra los que pelean —Loki se aparta con rapidez, casi como si creyera que su hermano tenía uno destinado para el también—, pero Laufey consigue resguardarse bajo un domo de hielo que se hace añicos, pero cumple su cometido. Thor alza el Mjolnir y va a darle un golpe, cuando el rey congela el suelo bajo sus pies, apresando sus piernas. La lluvia sólo hace que los gigantes tengan más superficie que solidificar y también aumenta la velocidad de sus habilidades. Thor golpea el hielo con el martillo, que cae con ruido de cristales al piso, pero Laufey no le da oportunidad: estira la mano, le rodea el cuello con los largos dedos pétreos, y lo alza en el aire, terminando de arrancarlo de la prisión que él mismo le impuso.
Las gotas de lluvia se le meten en los ojos, en la boca, y no le permiten jadear por aire. Quiere levantar el Mjolnir para golpear a Laufey en la cabeza, pero el rey le congela el brazo, que primero arde de la peor manera y, después, se siente como una parte ajena a su cuerpo, pero aún conectada a él. Es una sensación insoportable y, aunque sus pulmones carecen del oxígeno suficiente, no puede hacer otra cosa más que gritar, de una forma que destroza la atmósfera casi con la misma violencia que sus truenos.
El Mjolnir cae de su mano e impacta contra el suelo, abriendo un hueco en el lodo, destrozando la delgada capa de hielo que se formó encima gracias a Laufey. Trata de mover los dedos y llamarlo a su mano, pero no puede.
Thor mira por el rabillo del ojo a Loki, batallando para mantener la espada congelada de un gigante lejos de su cuello. Tiene una expresión desesperada y, mientras sujeta la espada lejos de su cara con ayuda de su lanza, Thor nota el millón de veces que observa en su dirección, el pánico plasmado en su cara.
Ay, Loki…
—Quizás éste sea el castigo perfecto para el Padre de Todo —dice Laufey con voz gutural, vaciando su aliento helado y fétido, inhumano, en el rostro de Thor sin conmiseración—, por tomar aquello que me pertenece.
Uno de los únicos consuelos que le quedan, es que el Cofre de los Antiguos Inviernos estará lejos de las garras del Rey de Hielo aún si lo mata, así que…
El hielo comienza a extenderse por el cuerpo de Thor, que ya no siente el brazo, pero, casi al mismo tiempo que empieza, hay una fuerte explosión… una que Thor reconoce, porque fue lo mismo que pasó hace años, en una situación descaradamente similar.
El gigante que mantenía a Loki cautivo se desvanece en el aire de la misma forma que las gotas de lluvia al chocar con el suelo y, pronto, la lanza de Loki surca el aire a toda velocidad, clavándose con éxito en el pecho de Laufey, justo a la altura del corazón.
La sangre de Laufey es tan roja como sus ojos y embarra la cara del Dios del Trueno cuando se la escupe encima al separar los labios. Thor cae al suelo como un muñeco de trapo al tiempo que Laufey lo suelta sin cuidado. El rey da media vuelta y cae de espaldas, sobre la tierra empapada, mirando a Loki con sus penetrantes ojos antes de dirigirlos a la herida en su pecho, por la que sobresale la cabeza del arma, decorada con gravados asgardianos.
Odín no lo mató, en todas esas veces que combatieron, por alguna clase de sentido de condescendencia que Thor nunca comprendió y, ahora, Loki… pero fue lo correcto, lo necesario: la consecuencia del atentado de Laufey y sus seguidores contra el único mundo que jamás debió tocar.
Loki jadea, la boca abierta y la cara perlada por la tormenta. Se toma un instante antes de correr hacia Thor y ponerle las manos en la cara, la angustia haciéndolo gimotear por lo bajo. Laufey profiere una risa amarga que hace eco contra el aguacero antes de fallecer, las pupilas dilatadas fijas en Loki, que lo mira de vez en cuando, como si temiera verlo levantarse para atacarlos otra vez.
—Diablos —es lo único que puede decir Thor, lo cual lo sorprende, porque ya no siente que tenga garganta, ni cuerpo, ni nada.
No está tan molesto, comparado a la primera vez que le pasó esto. Quizás está algo irritado por no poder seguir en la lucha, pero si morirá en los brazos de Loki, entonces está bien.
Loki traga con dificultad y lo mira, el espanto haciendo que su voz tiemble:
—Vas a estar bien —asegura y no suena como una mentira, aunque es un maestro en ellas.
Thor curva los labios y quiere decirle aquello que lo ha acongojado por tanto tiempo, pero la oscuridad se lo lleva antes de que pueda hacerlo.
—O—
Éste es un capítulo único que quedó demasiado largo, por lo que decidí cortarlo a la mitad. Recuerden que mis historias sin cometarios se están yendo a HIATUS, así que la segunda parte la publicaré conforme lleguen sus hermosos reviews (es esa época del año, ¿qué esperaban?).
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¡Ah, qué bien se siente volver al fandom después de casi 3 años!
