Mi primer fic sobre el universo de Naruto
Adoro la pareja Itachi x Deidara y decidí escribir este fic siguiendo el hilo argumental del manga. Por lo tanto CONTIENE SPOILERS DEL MANGA (de momento, hasta el 397)
Los nombres de los capítulos están tomadas del disco de Within Temptation "The Heart Of Everything". Es un disco precioso y, realmente, parece contar la historia de Itachi y Deidara según yo me la imagino.
AVISO (antes de que sea demasiado tarde): contiene relaciones homosexuales, sexo explícito y violencia
Disclaimer: Los personajes son de Masashi Kishimoto
Lo odiaba. ¿Cómo no hacerlo? Estaba harto de esos ojos, de su arrogancia, de su falta de expresividad. Entre todos ellos, él era con diferencia el más callado, el más misterioso y, desde luego, uno de los más temidos. Todo el mundo sabía que había entrado en aquella organización tras asesinar a su familia a sangre fría, dejando únicamente vivo a su hermano menor. Pero nada de aquello parecía preocuparle. Ni siquiera daba la impresión de estar un tanto demente, como el resto de sus compañeros. Pese a que, debido a sus antecedentes, aquel resultaba el mejor lugar para él, no acababa de encajar. Así era Itachi Uchiha.
En realidad, ellos dos tampoco se habían visto tantas veces. En alguna ocasión, cuando su líder les había convocado a una reunión o cuando se habían visto en su guarida, al volver de sus respectivas misiones. Una vez incluso coincidieron durante unos días en el escondite, cuando ambos se estaban tomando un descanso, tras cumplir con sus cometidos. Pero ni siquiera entonces habían entablado conversación.
Y aún así Deidara no podía evitar pensar en él y preguntarse cosas sobre esa persona. Apenas habían cruzado unas palabras desde el día en el que se habían conocido. De hecho "cruzar" era demasiado decir: generalmente el único que hablaba era Deidara, intentando provocar a Itachi delante del resto de los miembros, sin ningún tipo de éxito. Itachi siempre se mantenía igual de frío y calmado, sin abrir la boca hasta que no resultara completamente imprescindible y respondiendo a las burlas del rubio con una de sus gélidas miradas que Deidara nunca podía mantener más de unos segundos. Las mismas miradas que le dirigía en aquellas escasas ocasiones en las que sus caminos se habían cruzado. Miradas tan inexpresivas que, paradójicamente, expresaban algo infinito: toda la indiferencia imaginable. Tanto y tan poco encerrado en unos simples ojos.
"Es tan molesto". Deidara siempre concluía así sus meditaciones sobre el moreno. Claro que lo odiaba y por ello intentaba provocarlo cada vez que tenía ocasión. Y la ausencia de reacción hacía que su odio creciera un poco más, lo cual no dejaba de sorprenderlo ya que siempre pensaba que había llegado al límite. No creía posible para nadie aborrecer más a una persona de lo que él aborrecía a Itachi.
Y, aunque él mismo no quisiera admitirlo, ni siquiera para sus adentros, sabía que su odio provenía de aquel día. El día en el que se habían conocido. El día en el que Itachi le había derrotado de una forma ridícula, humillándole completamente. Desde entonces, había querido verle muerto, observar su cuerpo despedazado, verle estallar en trozos tan pequeños que no siquiera podrían ser vistos. Simplemente, quería hacerle desaparecer y humillarle de la misma manera que él había hecho.
Sin embargo, tenía que reconocer que no podía achacarle toda la culpa al Uchiha. En realidad, él mismo era el principal culpable y aquello era lo que realmente le avergonzaba. Antes renunciaría a su arte que admitir que es lo que le hizo perder de aquella forma tan absurda.
Miró a Itachi a los ojos.
Deidara era un ninja con un nivel de conocimientos suficiente como para ser consciente del peligro que suponía mirar a los ojos de un rival aparentemente indefenso. Desde el momento en el que habían llegado, había visto la marioneta en la que Sasori se ocultaba y la gran espada de Kisame. Pero el moreno no llevaba nada con él, tan sólo sus técnicas. Y eso lo hacía el más peligroso, ya que nadie podía imaginar qué tipos de ataque era capaz de usar. Y, pese a haberse advertido a sí mismo mentalmente que tuviera cuidado con él, Deidara no había podido evitar fijar la mirada en los ojos de Itachi. Desde el principio, apenas había podido apartarla de aquel lugar. Ni siquiera cuando activó el Sharingan. Ni siquiera cuando una voz en su cerebro le gritaba que tuviera cuidado.
¿Pero cómo iba a poder posar la vista en otro lugar habiendo conocido aquello? Aquellos ojos… Deidara no había podido encontrar ninguna palabra para describirlos. Simplemente los había observado anonadado. Ni siquiera era realmente consciente de la charla que estaban teniendo. Sabía que los otros dos estaban hablando e incluso sus propias respuestas parecían sonar lejanas. Su personalidad orgullosa y altanera le impedía pasar sus burlas por alto, pero sólo una pequeña parte de su mente se ocupaba de hacer frente a eso. Sus palabras salían por inercia de su boca. Pero su cabeza estaba centrada en otra cosa. Quería memorizar cada detalle de aquellos ojos negros para poder recrearlos aún cuando aquella misteriosa persona hubiera desaparecido.
Y su fascinación se vio multiplicada cuando sus irises cambiaron de color y se tornaron rojos. Era la tonalidad exacta de la sangre. Tan hermosos… Tan peligrosos. En ese momento Deidara había sido consciente de que las cosas no iban bien para él e intentó despejar su cabeza. Pero ya era demasiado tarde. Intentó luchar, por supuesto, pero ya había caído en la técnica de Itachi. Fue el combate más rápido de toda su vida. Y aún después de haber perdido, de haber sido humillado de esa manera, su mente aún estaba absorta en encontrar una forma de denominar aquellos ojos que habían sido su perdición. Y al levantar la vista y verle allí detenido, disfrutando durante unos instantes de su victoria, lo supo. Aquello era arte.
No obstante, ni en ese momento, ni ahora transcurrido el tiempo estaba dispuesto Deidara a admitir que aquello fuera arte. Sus figuras explosivas lo eran. Una belleza momentánea destinada a detonar apenas haber nacido. Eso era el verdadero arte. Itachi no era capaz de entender eso. Él estaba muy lejos del verdadero arte.
El rubio se intentaba convencer a sí mismo una y otra vez de esto. Pero, por algún motivo, cuando se veía inmerso en sus reflexiones acerca de la belleza, la imagen de aquellos ojos aparecía claramente en sus pensamientos, como una luz brillante que lo cegaba, pero sin la cual nada parecía tener sentido.
"No, no es así" se dijo "Él no puede comprenderlo. Un día le haré volar y entonces lo sabrá. Morirá sabiendo lo lejos que está del arte real. De mi arte".
Deidara odiaba a Itachi profundamente. Odiaba que no mostrara ningún tipo de emoción ante su arte. Odiaba que no mostrara ningún tipo de emoción ante sus provocaciones.
Pero lo que le pesaba realmente, el responsable de todo aquel odio que encerraba, el motivo de su verdadera agonía era la ausencia de cualquier emoción hacia el propio Deidara.
Porque en realidad, él le amaba. Se enamoró de él, de su rostro y de aquellos ojos nada más verle por primera vez. Se enamoró de sus movimientos, de la manera que su cabello ondeaba cuando una ráfaga de viento soplaba.
Pero Deidara ocultaba todos estos sentimientos tras un grueso muro de odio. Nunca se dejaría humillar de nuevo por ese idiota sin sentimientos. No podía dejar que ocurriera.
El tiempo fue pasando lentamente. Akatsuki parecía no tener mucha prisa por capturar los bijuus y los miembros no estaban tan ocupados como en épocas anteriores, por lo que coincidían en más ocasiones en su guarida. Esto suponía una convivencia, lo que no era fácil entre personas con sus características. Las disputas y amenazas eran constantes, aunque nunca resultaba en nada grave.
Pero, aún en esa situación, Itachi parecía poder ignorar todo y se mantenía igual de tranquilo que siempre. Podía pasar días sin articular palabra y, cuando lo hacía, se dirigía a sus compañeros con su habitual calma y respeto, de una forma modesta, pero imponente al mismo tiempo. El tono y su brevedad demostraban sobradamente que el resto le importaba poco y que lo único que deseaba es que le dejaran en paz, cosa que nadie se planteaba incumplir.
Por supuesto, en un principio, Deidara se había esforzado en alterar al moreno de cualquier manera que pasara por su mente. Pero tras ese tiempo, había desistido. Todo lo relacionado con Itachi se había vuelto doloroso para él. Desde el comienzo, el rubio había intentado despertar el mismo odio en Itachi que el que él sentía ya que cualquier cosa le parecía preferible a la indiferencia. Pero, tras unos días compartiendo más tiempo del habitual con él, pudiendo disfrutar de sus rasgos más a menudo, su amor había llegado hasta tal punto que no habría podido aguantar ver esos ojos dirigiéndole una mirada de odio.
Deidara estaba demasiado confuso. Se imaginaba la muerte de Itachi una y otra vez. Nadie podría saber con certeza si lo hacía porque lo odiaba tanto por haberle hecho enamorarse tan profundamente que quería hacerle desaparecer, si era porque se odiaba tanto a sí mismo por haberse enamorado tan profundamente que creía que se merecía el castigo de verlo desaparecer, o si, simplemente, lo hacía porque era la única manera de pensar en él sin tener que preocuparse de sentirse avergonzado de sus sentimientos.
Para evadirse de todo aquello, Deidara entrenaba frecuentemente con su maestro, el marionetista Sasori. Aunque su visión del arte fuera completamente distinta, el rubio tenía como principio aceptar y respetar cualquier tipo de arte, por muy diferente que fuera del suyo. Además, Sasori no dejaba de ser alguien fascinante. Y muy poderoso. Lo único que molestaba a Deidara sobre él era que le consideraba un crío y lo demostraba más de una vez mediante comentarios despectivos.
De cualquier modo, se llevaban medianamente bien y el rubio opinaba que podía llegar a aprender mucho de su maestro.
Sin embargo, Deidara no pudo dejar de pensar en Itachi durante mucho tiempo. El propio moreno se encargó de recordarle por qué le aborrecía tanto. Deidara se disponía a entrar en el refugio después de una dura sesión de entrenamiento en el que había logrado perfeccionar sus pequeñas obras explosivas, cuando Itachi hizo aparición. Echó un rápido vistazo al rubio, quien tenía algún rasguño y parecía algo cansado, señal clara de lo que se había esforzado durante aquel día. El Uchiha dibujó una sonrisa apenas perceptible, aunque despectiva de cualquier modo.
-Parece que hoy has entrenado duro, Deidara-san. Eso está bien. No conviene relajarse, si no quizá no serías capaz de servir a la organización con la misma eficacia que el resto de los miembros.
Deidara apretó las mandíbulas con furia.
-¿Qué estás insinuando, hmm?
-Ni me malinterpretes, Deidara-san. Sólo me refería al hecho de que eres el menos veterano de aquí y que podría ser que e sintieras presionado a veces. Al fin y al cabo, no debe de ser fácil ser el sustituto de alguien como Orochimaru.
El rubio se planteó seriamente usar lo que había aprendido durante aquel día sobre la persona frente a él. Con unas sencillas palabras, sin perder su habitual educación, le había definido como el más débil de toda la organización y como una mera sombra de Orochimaru. Además, ¿qué podía decirle él sobre experiencia? Debían de tener la misma edad.
Deidara se había olvidado completamente de las conclusiones a las que había llegado últimamente. Volvía a desear hacer enfadar a Itachi tanto como lo estaba él. Le importaba poco el número de miradas de odio que él pudiera dirigirle.
No obstante, antes de que pudiera decidir cuál sería la forma más artística de hacerle volar en pedazos, Itachi ya había dado media vuelta y había penetrado en el escondite secreto de la organización.
"Da igual cómo, voy a hacerle la vida imposible hasta que lamente haber nacido y haberse burlado de mí"
