Rated: Teen and up audiences
Pareja: Draco Malfoy/Harry Potter
Género: Romance ; Drama ; Fantasy
Capítulos: 6
Palabras: 15600 aprox.
Beta-reader: SarahNazareth (¡Muchas gracias, preciosa!)
Aclaratorias: EWE. Ambientado casi siete años después de la guerra.
Advertencias: SLASH. Relación hombre/hombre. Si no te gusta, por favor no leas ;)
Disclaimer: Los personajes del universo Harry Potter le pertenecen a J.K. Rowling y asociados. La historia a continuación es de mi completa autoría, tomo responsabilidad por ella y no gano más que paz mental por publicarla.
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Desobliviate
Maye Malfter
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Desobliviate:
Se define como la recuperación de los recuerdos perdidos por efecto del hechizo "obliviate".
Los recuerdos pueden volver a su dueño de maneras muy diversas. La primera y más común es la realización del contra hechizo por el mismo ejecutante del obliviate, sin embargo, se conocen otras maneras menos estudiadas por la ciencia mágica. Algunas pueden ser: estimulación sensorial directa, traumas vividos, situaciones que pongan en riesgo la vida, entre otras muchas variables que puedan afectar directamente las evocaciones del paciente, haciéndole recuperar la memoria mediante activación del sistema místico central.
La recuperación de la memoria mediante maneras poco convencionales suele darse de forma espontánea, ocurriendo con más frecuencia en pacientes cuyos sentidos han sido sometidos constantemente a los llamados "activadores de memoria" (capítulo 7: La memoria mágica y sus recovecos).
Se ha determinado que gran parte de la población mágica que ha experimentado desobliviates espontáneos han sido víctimas de obliviates realizados por personas muy cercanas, emparentadas de cierta forma o con un vínculo personal muy fuerte. A pesar de ello, aún no se tiene un diagnóstico concluyente sobre el tema.
(Manual de curas mágicas. Tomo III: Magia antigua y curas extraordinarias)
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Capítulo 1: Regreso
—Bienvenido, señor Malfoy.
La chica frente a él le sonreía de manera coqueta, entregándole su pasaporte muggle luego de haberlo sellado. Draco simplemente asintió, demasiado abrumado por estar regresando a Inglaterra luego de cinco años de haberse marchado sin decirle a nadie.
Se acomodó el bolso que llevaba al hombro y palmeó su chaqueta para asegurarse de que sus maletas reducidas seguían en el bolsillo en el que las había metido, junto con su varita mágica. Todo estaba en orden, así que asintió para sí mismo y caminó por el enorme aeropuerto hasta llegar a la salida, donde cogió un taxi que le llevara directamente al centro de Londres.
—¿Es necesario que viajes como un muggle? —Le había preguntado su madre al despedirle, horas atrás—. No confío en esos armatostes de metal —declaró, frunciendo la nariz.
—Lo es si quiero pasar desapercibido —respondió él, besándole la mejilla—. Lo que menos quiero es llamar la atención por las razones incorrectas.
Las luces de la ciudad pasaban frente a él a través de la ventanilla, mientras Draco las miraba sin realmente prestar atención. Parecía como si el tiempo no hubiese pasado realmente, como si Londres no se hubiera percatado siquiera de su ausencia. A decir verdad, quizás eso era lo mejor.
El taxi cruzó en una esquina sin nada de particular y entró en Charing Cross Road, dejando a Draco —no sin algo de escepticismo por parte del conductor— frente a lo que a sus ojos de muggle no era más que una construcción cualquiera ubicada entre una gran librería y una llamativa tienda de música. Draco pagó el viaje y se bajó de inmediato, arrebujándose dentro de su abrigo mientras una brisa fría le movía el cabello.
Entró en el Caldero Chorreante mirando a todos lados y notando con agrado que estaba casi desierto. Caminó hacia la barra, donde en lugar del tabernero Tom estaban un mago y una bruja más o menos de su edad. Al acercarse, Draco se dio cuenta de que eran nada más y nada menos que Neville Longbottom y una ex-hufflepuff de la cual lamentablemente no recordaba el nombre, pero que también era de su generación. Ninguno de los dos pudo disimular la expresión de sorpresa en sus rostros cuando se dieron cuenta de quién se trataba.
—Buenas noches, Longbottom —saludó Draco, extendiendo una mano que el otro tardó medio segundo de más en tomar—. ¿Está Tom por aquí?
—Falleció hace un par de años —indicó Longbottom, componiendo el gesto a uno más casual—. Mi esposa Hannah y yo somos los nuevos dueños.
—Oh —profirió Draco con una sonrisa afable, de esas que había dominado a la perfección mucho tiempo atrás—. Es una pena, pero me alegro por ustedes.
—Gracias —dijo el otro hombre, evidentemente descolocado ante la actitud de Draco. Otro más que sólo me recuerda por lo idiota que solía ser, pensó antes de poder evitarlo—. ¿Puedo hacer algo por ti, Malfoy?
—Quisiera una habitación —explicó Draco, hurgando dentro de sus bolsillos en busca de sus últimas monedas. Tendría que ir al banco muy pronto—. De preferencia la que esté más alejada del Callejón Diagon.
Colocó las monedas sobre el mostrador y Neville las contó, haciéndolas desaparecer con un movimiento de varita y apareciendo una llave en su lugar. Le tendió la llave a Draco y éste la tomó con premura, colgándose mejor el bolso que llevaba al hombro.
—La habitación incluye desayuno —recitó Neville al darle la llave—. Si necesitas algo, sólo tienes que hacer sonar la campana. —Draco asintió ante las indicaciones.
—Gracias —dijo hacia el otro. Acto seguido, se inclinó sobre el mostrador—. Y por favor no le digas a nadie que estoy de regreso. Ya me ocuparé yo de ello.
Longbottom asintió, con gesto serio, y Draco se separó del mostrador. Se giró para marcharse con rumbo a su habitación, bajo la atenta mirada de los dueños.
Draco se tomó su tiempo para llegar a su habitación, recorriendo el largo pasillo con pasos lentos y recordándose una y mil veces que estaba de regreso porque necesitaba arreglar las cosas que había roto en el pasado. Era como estar dentro de un sueño recurrente, del que sabía el inicio pero nunca recordaba el final. Pensándolo mejor, en vez de un sueño le parecía estar dentro del comienzo de una pesadilla.
Por fin llegó frente a la puerta de su habitación, marcada con un número 11 idéntico al de la llave que tenía en la mano. Metió la llave dentro el picaporte y la giró para abrir la puerta, haciendo que las antiguas bisagras chirriaran para darle la bienvenida. El dormitorio era pequeño: una cama individual, una mesita de noche con una lámpara y un escritorio donde había tinta, plumas y pergaminos sin usar; una pequeña puerta que conducía a un baño con bañera —que seguramente estaba ampliado con magia— y un espejo destartalado que apenas y le reflejaba. No obstante, para alguien que llevaba todo el día de acá para allá y con los nervios a flor de piel, a Draco el pequeño cuarto le parecía un palacio.
Cerró la puerta con cuidado y soltó su bolso de viaje encima de la silla del escritorio, deshaciéndose también de su abrigo y su bufanda. Miró los pergaminos nuevos con ojos demasiado cansados como para mantenerse abiertos por más tiempo, resolviendo que mejor le escribiría a su madre por la mañana. Se quitó los zapatos y caminó en calcetines hasta la cama, lanzándose sobre las sábanas sin quitarse ni una pieza más de ropa y quedándose profundamente dormido en el acto.
...
El día siguiente llegó y con él, nuevas preocupaciones.
Draco se levantó con el alba, dedicándose a realizar las tareas que debió hacer la noche anterior pero que no hizo por estar tan cansado. Agrandó sus maletas y comprobó que tenía todo lo necesario para pasar varios días sin tener que preocuparse por nimiedades como la ropa sucia, verificó haber traído todos y cada uno de los pergaminos legales que sabía que debía tener si quería que su viaje no fuera en vano, le escribió una bonita y tranquilizadora carta a su madre, y se dio un baño caliente para despejar la mente.
Para la hora del desayuno, Draco ya no tenía absolutamente nada que hacer más que mirar por la ventana hacia la desierta calle muggle, por lo que resolvió salir de su aislamiento e ir a recorrer el callejón Diagon. Algo dentro de su cabeza le gritaba que salir no era tan buena idea, pero él sabía que no podía esconderse para siempre, así que decidió ignorarlo.
Luego de bajar a tomar su desayuno en el bar casi vacío, salió a la trastienda enfundado en su abrigo color caqui y con su bufanda verde de cachemir al cuello. Tocó los ladrillos de costumbre con la punta de su varita y de inmediato la pared se abrió para dejarle paso hacia la no tan transitada callejuela. Caminó con lentitud por entre la gente, magos y brujas que iban y venían sin siquiera percatarse de que un alto y rubio brujo se paseaba por allí como si tal cosa, después de llevar demasiados años sin hacerlo. Se tomó su tiempo escudriñando entre las vitrinas, notando las cosas nuevas y las que seguían exactamente iguales, sintiendo cierta nostalgia que se apresuró en obviar.
Su primera parada fue Gringotts, donde un duende de aspecto siniestro le miró con mala cara por querer cambiar Francos Mágicos a moneda local. Luego de darle su dinero y de acceder no muy amablemente a abrirle una cuenta a la que pudiera pasar sus fondos desde la sede parisina del banco mágico, el duende terminó por darle la llave de su nueva cámara acorazada y le despidió sin siquiera un buenos días. Draco sonrió para sí mismo, recordando a su madre y lo mucho que alababa la servicialidad de los duendes franceses, todo lo contrario a sus contrapartes inglesas. Tan pronto salió del banco y con media mañana por delante, Draco decidió ir al Emporio de las Lechuzas en busca que una que pudiera enviar su carta, notando que el callejón se había llenado bastante durante su visita al banco. Consiguió una hermosa lechuza parda disponible y le amarró la carta a la pata, pero mientras observaba al ave alejarse con rumbo al chateau de su madre, el llamativo letrero de cierta tienda de bromas reclamó toda su atención.
Sortilegios Weasley se alzaba imponente justo en su campo de visión, con sus colores chillones y el cartel de "abierto" bien visible desde donde él se encontraba. Recordó sus investigaciones previas al viaje, cómo se había dado a la tarea de encontrar un buen informante para las cuestiones legales y un buen detective para las no tan necesarias. Su contacto le había asegurado que cada domingo casi sin falta, él se pasaba por Sortilegios a ayudar a sus amigos, lo que significaba que justo en ese momento debía de encontrarse allí.
Una idea fugaz cruzó su mente, tan arriesgada que de sólo pensarlo el corazón se le aceleraba: ¿Y si le recordaba? ¡No! Eso no era posible, más que imposible, era completamente ridículo que siquiera pensara en él luego de las medidas tomadas por Draco para que eso no ocurriera. Y sin embargo...
Antes de poder detenerse, sus pies le llevaron hasta la tienda, en la que entró sin siquiera pensar en las consecuencias. El lugar parecía estar a reventar, a pesar de que obviamente lo habían ampliado bastante desde la última vez que él lo visitara. Decenas de personas se amontonaban cerca de la caja registradora en la que George Weasley y su esposa trabajaban sin siquiera percatarse de su presencia. Draco agradeció su suerte y esquivó cuanta gente pudo hasta cruzar el lugar e internarse en uno de los tres nuevos pasillos que habían sido añadidos al local y a los que nadie prestaba atención, por alguna razón desconocida.
Recorrió el vacío pasillo con tranquilidad, fijándose en las estanterías y notando que los nombres de ciertos artículos daban a entender que no eran simplemente artículos de broma. Había productos de uso más especializado, como polvos de ocultamiento y cachivaches de detección, lo que explicaba que la mayoría de la clientela se quedara en la parte dedicada a los chismes de entretenimiento. Siguió caminando entre las estanterías, leyendo etiquetas, hasta que al girar en el último pasillo la decepción cayó sobre su pecho. Evidentemente le habían informado mal, pues el objeto de su búsqueda no se encontraba por ningún lado.
Decidió recorrer el pasillo al completo, para darle un vistazo al otro lado de la tienda y dejar el lugar sin hacer demasiado escándalo. Si él no estaba allí, no servía de nada arriesgarse a que alguien más notara su presencia. Anduvo cabizbajo por el corredor, sin prestar demasiada atención a su alrededor. Sin embargo, al llegar a la mitad de su camino alguien tropezó con él, haciéndole levantar la mirada y provocando que todos sus músculos se tensaran y su corazón se acelerara.
—Lo lamento —musitó, sin poder apartar la mirada de aquel hombre de cabellos azabache y ojos esmeralda—. No me fijé por donde iba…
—¿Malfoy? —preguntó el otro, con expresión atónita—. Malfoy —afirmó.
—El mismo —respondió Draco intentando dar una apariencia tranquila, algo muy lejos de la realidad—. Veo que aún no me olvidas.
—No sabía que estuvieras-
—¿Vivo? —completó él—. Sí, lo estoy.
—Lo siento —se disculpó Harry, desordenándose el cabello de forma descuidada—, tengo pésimos modales. Es sólo que... ¡Vaya! Encontrarte aquí es toda una sorpresa.
—Descuida, cuatro ojos —desestimó Draco con un ademán—. Si nadie sabe de ti durante muchos años, es natural que la gente asuma que moriste. Pero aquí estoy, de vuelta y en toda mi gloria. Aunque claro, la gloria de los Malfoy es algo que sólo existe ahora en la memoria de mi madre.
Draco sonrió y Harry sonrió de vuelta, visiblemente incómodo. Pero, ¿era sólo incomodidad por encontrar a un viejo enemigo del colegio o era otra clase de sentimiento? El mago comenzaba a pensar que dada la civilizada conversación, la primera opción era la correcta. Aun así, necesitaba saber.
—Supe lo de tu padre —dijo Harry, con gesto sinceramente apenado—. Ya van varios años pero siento mucho lo que le pasó, y nunca tuve oportunidad de decírtelo. Morir de esa manera... En fin, sé que ha pasado mucho tiempo, pero quería que lo supieras.
Esa era la confirmación que Draco estaba esperando, la confirmación de que Harry sólo veía en él un viejo compañero de Hogwarts del cual hacía muchos años que no sabía nada. Draco asintió de manera educada.
—Gracias, Potter. Padre no era la mejor persona, pero nadie es perfecto ¿no es así? —Un pesado silencio se instaló entre ellos, y Draco decidió que ya había sido suficiente auto-tortura por un día—. Será mejor que me vaya —dijo, componiendo un gesto resuelto—. Se hace tarde y tengo asuntos que arreglar. Además no creo que a Weasley le haga mucha gracia si te encuentra aquí solo con tu enemigo jurado.
Draco le guiñó un ojo a Harry con complicidad y luego le esquivó para pasar al otro lado del pasillo, pidiéndole a Salazar la fortaleza necesaria para llegar a la puerta sin que su máscara de neutralidad se resquebrajara.
—No somos enemigos —dijo Harry a su espalda, haciéndole frenarse en seco y contener la respiración—. Somos... antiguos conocidos.
Draco soltó el aire con un suspiro y volvió la cabeza, advirtiendo que toda la situación dolía aún más de lo que había anticipado. Sintió un escozor en el pecho, como si un hierro caliente hiciera su camino desde la garganta hasta el centro del mismo. Decidió ignorarlo un rato más.
—Tienes razón —respondió, sonriendo de nuevo—. Antiguos conocidos —repitió.
Y sin decir otra cosa, Draco caminó hacia la salida del local utilizando toda su fuerza de voluntad para no mirar atrás.
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Notas finales: ¡Hola! He vuelto al drarry con una historia que lleva casi tres años y medio esperando para ver la luz y a la que por fin le llegó su momento. Gracias infinitas a Mundo Crayzer por aguantarse mis ataques de "nunca voy a terminar" y "no es lo suficientemente bueno" mientras lo escribía. También gracias a SarahNazareth por ser mi beta esta vez. Las quiero, gurls.
Publicaré cada viernes, sólo porque me gustan los viernes. Recuerden que los comentarios son bien recibidos e incluso atesorados. Nos leemos en el 2do.
Maye.
