Según yo, iba a estar en sabático hasta el año entrante. Nop, no pude. Al parecer, NECESITO escribir xD Así que aquí estoy con un nuevo fic. Es un side story de Χρυσό και Θεοί, que va a narrar los días que Mu estuvo con Apolo en Delfos. Por eso se llama Δελφοί ('Delfos' en griego) Es un un short fic, va a constar de tres capítulos y un epílogo. Espero que les guste.
Δελφοί
Capítulo 1
"El templo de Athena"
El santo de Aries subió con presteza hacia la habitación de la diosa. Quería estar seguro de contar con su aprobación para poder hacer lo que le habían pedido con la conciencia tranquila.
Tocó a la puerta sintiendo un desagradable nudo en el estómago.
-Adelante, se oyó una voz femenina.
-¿Señorita Athena?, tanteó, mientras entraba.
-¿Qué es lo que deseas, Mu?, le preguntó ésta. Entre sus manos había un huso de lana y una canastilla con ovillos ya hechos.
-Eh...deseo pediros permiso para algo, se cohibió éste desde el suelo, donde se había inclinado respetuosamente.
-¿Qué es lo que deseas?, preguntó la diosa de la sabiduría apartando su labor.
-Vuestro hermano me ha invitado a ir con él a Delfos y quisiera pediros vuestro permiso, alegó, escogiendo las palabras con cuidado, sabedor de que la diosa no estaba de buen humor esos días.
-Conque eso es lo que pasa..., comentó ella, llevándose una mano al mentón.-Me preguntaba por qué estaba tan nervioso últimamente.- ¿Te dijo por qué desea llevarte tan lejos? ¿No le basta el Olimpo?
-Me dijo que quería que yo conociera el lugar. Pero me parece que lo que quiere es librarse de su hermana, comentó él, con una sonrisa nerviosa.
Aquel ceño marfileño se hundió como manifestación del disgusto que sentía su dueña.
-¿Ártemis os molesta mucho?, preguntó.
-A Apolo, manifestó él.-A mí se limita a verme de manera muy rara. Me incomoda.
-Entiendo, manifestó ella.- ¿Tú quieres irte con él?
Un hermoso tono rosáceo cubrió el blanco rostro del ariano.
-Quisiera...pero...no sé hasta qué punto pueda contener Apolo a Ártemis. Tengo miedo, ¿sabe? No quisiera usar mis poderes contra una diosa (y de todas formas no sé hasta qué punto servirían) No quiero tener problemas.
-¿Has hablado con él acerca de eso?
-Sí. Me aseguró que no dejaría que me pasara nada. Por eso digo que no sé hasta qué punto pueda contenerla. No dudo que pueda...lo que pongo en tela de juicio es por cuanto tiempo...
Athena se levantó y fue hacia él. Se arrodilló y le levantó el rostro.
-No te preocupes. De Febe me encargo yo. Tú haz lo que tu corazón te dicte. Ya les he dicho que ustedes merecen una vida lo más normal posible. Y mi hermano también merece ser feliz. Me extraña que Ártemis no sea capaz de verlo.
-Está bien señorita. ¡Gracias por su ayuda!, manifestó, contento, mientras se levantaba.-Le diré a Febo lo que usted ha dicho, comentó, mientras salía. Bajó corriendo las escaleras hacia dónde lo esperaba el dios.
La virgen Tritogenia por su parte se volvió hacia la ventana.
-¡Iris!, llamó.
La mensajera se presentó inmediatamente.
-¿Sí, mi señora?
-¿Has vigilado a Apolo cómo te lo pedí?
-Sí, mi señora, manifestó la hija de Taumante.
-¿Y bien?
-Está comportándose muy extraño. Creo que fueron ciertas sus sospechas acerca de que no se trataba de un simple capricho. Quizás por eso la virgen cazadora está tan al acecho. Es posible que quiera protegerlo de un posible desengaño amoroso.
-¿Han discutido?
-Sí. Incluso han ido a quejarse frente a la venerable Leto.
-¿Qué dice Leto?
-Le ha dado la razón a Apolo. Le dijo a Ártemis que ella como virgen, no tiene el derecho a juzgar si su hermano se enamora o no o de quién lo hace. Que si acaso había olvidado ya el amor que sintió por el gigante Orión. Que debería sentirse halagada, pues el elegido es uno de vuestros santos, lo más cercano a los semidioses que existe hoy en día. Esta vez no es ni una ninfa arisca ni una muchacha imprudente, una princesa aprovechada o imberbes efebos. Vuestro guerrero debe de saber perfectamente en qué se está metiendo, dijo, manifestó.
-Imagino que mi hermana ha tratado de que mi padre le diera la razón.
-Eso lo ignoro. Pero dudo mucho que el gran Zeus le dé la razón a Ártemis. Es más, la única aparte de vos que podría darle la razón sería Hestia. Y dudo que lo haga.
-En realidad, ni yo podría darle la razón. No he experimentado nunca el amor carnal, pero tantos siglos viviendo junto a los seres humanos me han enseñado que hay muchos tipos de amor. Y he visto lo que provoca. Es una de las fuerzas más misteriosas del cosmos. Y una de las más hermosas. ¿Por qué sería tan ingrata de negarles una alegría como ésta, si ambos la desean?
-No tendría por qué, mi señora, contestó la mensajera.
-Haz esto, expuso la virgen guerrera,-llámame a Ártemis. Ya que no es capaz de ver por sí misma que Apolo necesita ser feliz, se lo haré ver yo.
-De acuerdo, mi señora. Como usted ordene, reiteró, mientras desaparecía.
Palas bajó la vista hacia los jardines que había debajo de su habitación. Su aguda vista fue capaz de distinguir a su hermano y a Mu, entre los árboles. Oyó que la puerta se abría y se cerraba, pero no se volvió.
-¿Me llamaste, querida hermana mayor?, se escuchó la voz de la hija de Leto.
-Así es, Ártemis, contestó con voz grave, todavía mirando hacia abajo.
-¿Qué es lo que quieres, Athena? No me digas que es acerca de nuestro hermano.
-Sabes que normalmente no me importa con quién se enreda Apolo porque generalmente lo hace por capricho y nunca dura demasiado. Pero esta vez se trata de uno de mis santos. No puedo permitir que lo lastimes.
-Tú no me entiendes, protestó la pelirroja.-No puedo permitir que lo vuelvan a lastimar.
-Ven acá, le dijo, mientras le hacía un ademán, para que se acercara a la ventana. La otra se acercó despacio.-Míralo. ¿Cuándo fue la última vez que lo viste tan feliz? ¿Quieres quitarle eso?
La diosa miró hacia abajo. Al ver a la pareja hablando, apretó los puños.
-No sé qué quieres, Palas, insistió, apartando la mirada.-Yo solo lo veo con un mortal que tarde o temprano morirá o lo dejará y entonces él sufrirá. Y no puedo permitirlo. Ya ha sufrido demasiado.
La hija mayor de Zeus frunció el ceño.
-Olvídate de Mu. Fíjate en Apolo.
A regañadientes, la diosa fijó los ojos en su gemelo. El rostro de éste presentaba una expresión alegre que la diosa no recordaba haber visto en mucho tiempo. Asimismo la ternura en los ojos de él le provocó un nudo en la garganta.
-Puede ser que esté contento. Pero estaba contento con los otros antes de sufrir por ello. Así como él me cuida yo debo cuidarlo. No debe de amar a nadie más de nuevo. Esto es obra de ese mocoso. Le haré trizas su maldito carcaj.
La otra diosa suspiró.
-Hermana, no me dejas otra opción más que obligarte a dejarlos en paz. Júralo.
-¡No puedes obligarme!, chilló.
El chillido llegó a oídos de Apolo. El dios levantó la mirada hasta engarzarla con la de su hermana. Febe entendió con claridad el mensaje que le transmitían aquellos topacios. Si intentaba algo, no dudaría en usar sus flechas contra ella, su propia hermana. Sabiendo que nadie, excepto sus padres, sería capaz de aplacarlo si se enfurecía, hizo un puchero y se volvió.
-Está bien. Juro por el Estigia que no intentaré separarlos, ni lastimar a tu santo de oro. Ya está, has ganado otra vez. ¿Qué te parece, niña malcriada? Siempre tienes que salirte con la tuya, ¿verdad, Athena?
La diosa de la sabiduría ignoró la pulla y la despidió.
-Asegúrate de que no intenta nada malo, le dijo a Iris.
Ésta asintió y desapareció
Mientras tanto, abajo, el santo de Aries le exponía al dios del Sol todo lo que le había dicho la virgen Tritogenia. Vio cómo éste levantaba la mirada y la siguió, para ver qué era lo que le había llamado la atención. Al ver qué el objeto de atención de Apolo no era otra que Ártemis, apartó la mirada incómodo. Vio a su compañero internarse entre los árboles y lo siguió a la carrera. Lo encontró sentado al pie de un laurel, con la barbilla apoyada en la mano y expresión meditabunda.
-¿En qué piensas?, le preguntó, sentándose a su lado. Loxias lo miró de reojo.
-En mi hermana. Qué difícil es lidiar con ella, suspiró.
-La señorita Athena me aseguró que se encargaría de ella, informó, deseando distraerlo. El dios lo miró, con duda.
-No creo que lo logre. Al menos, no del todo. Pero con que nos deje relativamente en paz me conformo, dijo, mientras su pecho se expandía en una respiración resignada. Mu se recostó contra su costado.
-No te preocupes, todo saldrá bien, manifestó, acariciando la mejilla del dios con cariño. Éste, se relajó al sentir la caricia, tomó la mano del ariano y depositó un beso en ella.
-Salimos mañana en la mañana, manifestó, mientras se levantaba.
-Está bien, contestó.-Hasta mañana.
-Hasta mañana.
Al día siguiente...
-¿Entonces te vas a ir?, preguntó Shaka, mientras lo miraba vestirse.
-Claro. Talvez no tenga otra oportunidad cómo está en la vida.
-Lo que quieres es otra cosa, ¿verdad?
-Ay, Shaka
-No seas inocente, Mu. ¿Qué crees que va a pasar todo ése tiempo a solas con él?
-Lo que tenga que pasar, comentó cortante.
El santo de Virgo arqueó las cejas.
-No te enojes, solo decía. ¿Entonces son cuatro días?
-Cuatro días.
-¿No vas a llevarte el cloth?, preguntó, viendo la caja de Pandora en un rincón.
-No. ¿Para qué? Solo estorbaría.
-Solo preguntaba. Entonces nos veremos después.
-Así es. Ya me dirás cómo les va a los otros.
-Descuida.
El santo de Aries bajó las escaleras a buen paso. En la entrada se encontró con la hija de Zeus. Ella sonrió.
-Sabía que tomarías la decisión correcta. Vete y disfruta.
Él se inclinó galantemente ante ella y caminó hasta el jardín frontal, donde lo esperaba el dios. El carro de oro relucía al Sol y era tirado por siete cisnes.
-¿Ésta cosa es segura?, preguntó.
Apolo soltó una carcajada.
-Por supuesto que es seguro. Si no ya habría pasado algo. Recuerda que éste carro me lo dio mi padre cuando nací y que lo que hacen los dioses es perfecto.
-En realidad, me da un poco de miedo, manifestó el mortal.
-No te preocupes. Yo te sostendré, comentó cariñosamente el dios, ayudándolo a subir. Athena se acercó al carro y le hizo una seña a su hermano. Éste se agachó para oír lo que ésta tenía que decirle.
-Logré que Ártemis jurara no intentar separarlos, susurró ella,-pero ya sabes cómo es. Si no puede separarlos, les hará la vida imposible. Te lo advierto por si se aparece por allá.
Febo entrecerró los ojos hasta convertirlos en dos rendijas, con molestia. Suspiró, mientras le ponía la mano en el hombro a su hermana.
-Gracias, Athena, comentó, mientras subía al vehículo. A continuación silbó, provocando que los cisnes alzaran el vuelo. El santo de Aries se sujetó a la cintura de su compañero para no caer.
-¡Ay!, se quejó.
Una vez que todo estuvo estabilizado, dejó que los cisnes fueran a su aire y se sentó junto a Mu. El joven carnero se arrecostó contra el pecho de su amante.
-¿No es arriesgado dejarlos así?, preguntó, levantando el rostro hacia el de Apolo. Le fascinaba el gesto altivo de aquel perfil perfecto.
-No, ellos saben adónde ir. Y si me desobedecen..., sentenció, sacando el arco de la nada. Montó una flecha, apuntó y disparó certeramente. La saeta pasó limpiamente entre dos de los cisnes, que se tambalearon con miedo. Unas cuantas plumas flotaron antes de caer por el aire.
El joven le dio un manotazo al dios en un hombro de manera juguetona.
-No seas grosero. Pobres, los defendió.
El otro sonrió con suficiencia y se arrecostó más.
-De algún modo tengo que hacer valer mi autoridad, ¿no lo crees?
-Sí, pero así no. Es cruel. Eso es algo que haría tu hermana.
Apolo se sintió incómodo. Apartó la vista. ¿Por qué aquel joven lo hacía sentirse así? Como un niño pillado en falta.
-¿Dónde nos quedaremos?, preguntó.-Tu templo está en ruinas.
-El templo estará en ruinas pero el oráculo sigue activo. Ya lo verás, comentó, besándolo en la frente, como solía hacer.
Mu sintió curiosidad. ¿Acaso era un caso como el de Poseidón, cuyo verdadero templo estaba cercano a las ruinas del templo que los humanos habían construido para él en la Antigüedad?
Cuando se volvió hacia el hijo de Leto, descubrió que había caído en los brazos de Morfeo. El santo de Aries sonrió. Le encantaba verlo mientras dormía porque entonces parecía un ángel dormido. Los cabellos ígneos flotaban suavemente, movidos por el viento, semejando llamas. El rostro de alabastro, semejaba a una estatua por su simetría y perfección, pero tenía un toque de suavidad y una afluencia de sangre en las mejillas que delataba que aquello era piel y no blanco marfil. El torso se agitaba suavemente con el hálito de vida inmortal y los párpados temblaban con suavidad producto del sueño. Cuando el vehículo empezó a descender, abrió los ojos celestes, y a Mu le pareció que veía salir el Sol en ellos. Cogió las riendas y las jaló con suavidad. Aquel contacto bastó para definir el rumbo del aterrizaje y el carruaje se posó suavemente en el suelo.
El dios bajó con agilidad y desunció a las aves. Mientras les daba un poco de semillas en recompensa por labor realizada, su compañero bajó del vehículo.
-Esto está separado del lado turístico de Delfos, ¿verdad?, preguntó.
-No exactamente, pero como el Santuario o Cabo Sunión, los lugares sagrados están ocultos de los mortales comunes, explicó Apolo.-Ni por asomo quiero a gente curioseando mi oráculo. Ten paciencia y lo verás. Hoy quiero enseñarte otra cosa.
-¿Y eso qué sería?
-Sígueme, le indicó, mientras echaba a andar. El tibetano lo siguió, curioso.
Caminaron en silencio durante varios minutos hasta llegar a las ruinas de lo que sin duda había sido un templo en otros tiempos. Las columnas, grises por el polvo y los años transcurridos, todavía despedían un cierto misticismo que atraía.
-¿Compartías éste lugar con otro dios, acaso?, preguntó.
-Así es. Éste templo no corrió con tanta suerte y fue destruido mucho tiempo atrás. Igual que el templo en Cabo Sunión.
El joven de cabellos áureos abrió los ojos con sorpresa, comprendiendo.
-Era un templo de Palas, ¿verdad?
Febo sonrió.
-Así es. Era un templo de tu diosa. Las ruinas permanecen. ¿Recuerdas la estatua de mí y de ella que está en su palacio en el Olimpo?, el joven asintió.-Es una réplica que ella hizo de la estatua que estaba aquí cuando el templo fue destruido. Obviamente, la mejoró.
-¿Los únicos templos de ella son los que están en la Acrópolis? Los que quedan, quiero decir.
El dios asintió. El joven examinó las ruinas con ojo crítico. El tiempo no había sido benévolo con ellas. Las columnas presentaban grietas y estaban erosionadas por la acción de los elementos.
-Ya casi no queda nada, ¿verdad?, preguntó con tristeza.
-Así es. Un día desaparecerán. Pero no te preocupes, así es el ciclo del cosmos. Nada permanece y todo se renueva con el tiempo.
El Sol brillaba con fuerza abrasando la tierra. Mu sentía que le ardían las plantas de los pies.
-¿Podemos ponernos a cubierto? Me estoy asando, pidió.
El dios rio con suavidad y lo guio hasta una pared de piedra. Se oía el ruido del agua caer.
-¿La fuente Castalia está aquí cerca?, preguntó el santo dorado.
-Así es, asintió, con la mano levantada para tocar la pared.-Quizás podríamos ir a que la conozcas más tarde, después de descansar algo. Quitó el polvo que cubría la piedra, revelando una inscripción en griego antiguo. El santo de Aries creyó reconocer un verso del himno homérico a Febo Apolo. El dios lo recitó en voz baja, casi serpentina, y la pared cedió y se hizo a un lado, revelando un pasadizo sumido en la oscuridad.
-¿Qué…? comentó el santo dorado, estupefacto.
-Te dije que el oráculo todavía seguía funcionando, pero que estaba oculto a los ojos de los mortales. Ven conmigo, indicó, internándose en la oscuridad del pasillo.
Mu lo siguió con curiosidad, guiándose por el suave resplandor que parecía desprenderse de la piel del dios. Descendieron a oscuras por un buen tiempo hasta que se empezó a percibir un suave resplandor anaranjado producido seguramente por las antorchas. El camino se bifurcaba a la derecha. Apolo miró de reojo por sobre su hombro para asegurarse de que el tibetano lo seguía y tomó el desvío.
-¿Adónde vamos?, preguntó éste con curiosidad.
-Te mostraré mis habitaciones privadas. No creerás que duermo al raso, ¿o sí? Ahora todo está bajo tierra para evitar que alguien encuentre algo, pero favorece más así. El ambiente se carga más de misticismo.
-¿Entonces, el oráculo sigue en funcionamiento?
-Ahora solo es consultado por deidades más que todo, pero sí, sigue en funcionamiento. Está justo debajo de las ruinas del templo. Talvez mañana puedas verlo. Primero tengo que hablar con las sacerdotisas, y eso me llevará tiempo.
-Entiendo.
El pasillo se abría en una espaciosa caverna que formaba una bóveda de tierra, iluminada tenuemente por varias antorchas. Una cama espaciosa se levantaba en el centro de la misma, cubierta por un pesado dosel.
-Espero que te encuentres cómodo aquí, dijo el dios acariciándole la cabeza.-Ciertamente el único mueble disponible es la cama. No quisiera que estuvieras incómodo.
-No te preocupes, estaré bien.
Apolo sonrió y lo besó con pasión, bebiendo de él con necesidad. Mu le echó los brazos al cuello y se dejó hacer. Se separaron con esfuerzo, jadeando.
-Debo dejarlo aquí…o no seré capaz de detenerme, resopló el señor de Delfos, separándose casi que a disgusto.
El santo dorado se rio y levantó la mano para enredarla en los cabellos ígneos del dios de la adivinación.
-No te preocupes, no hay prisa. Yo seguiré aquí cuando regreses. Y entonces tendremos todo el tiempo del mundo para estar juntos.
Febo sonrió con satisfacción y se dio la vuelta para visitar al oráculo. Miró por sobre su hombro a tiempo de ver a Mu palpar la cama con expresión curiosa.
-Tendremos todo el tiempo del mundo, mi estimado carnero, susurró.
El eco de su voz reverberó en las paredes de piedra del pasillo vacío.
Delfos es una ciudad que está ubicada en las laderas del monte Parnaso, entre éste monte y Cifris. Es parte del Patrimonio de Grecia para la Humanidad. Es famosa porque ahí se ubicaba el oráculo principal (y el más famoso) del dios Apolo. El templo enfrentó varias reconstrucciones a través de los años y el oráculo fue abolido por el emperador Teodosio en el año 385 d.C Actualmente, se pueden contemplar las ruinas del templo de Apolo Pitio. Era considerada el centro del mundo para los griegos. En Delfos también había un pequeño templo a la diosa Athena del cual no pude encontrar imágenes, así que probablemente se perdió.
La fuente Castalia era una fuente que está ubicada en el monte Parnaso, rodeada de un bosquecillo de laureles consagrado a Febo. Se dice que de esta fuente emanaban los vapores alucinógenos que le provocaban las visiones a la Pitonisa. En otras leyendas, era una fuente de aguas cristalinas en la cual se reunían musas y náyades acompañadas por el hijo de Leto, quién tocaba la lira. Por esto, Apolo recibe el epíteto de "Musageta" (jefe de las musas) y "Ninfageta" (jefe de las ninfas) En ella se debían bañar los participantes a los juegos píticos y los que deseaban consultar al oráculo para purificarse. Ahí se bañó la diosa Afrodita tras la humillación sufrida cuando su marido Hefestos la pescó en trances amorosos con Ares. La diosa se bañó en la fuente Castalia purificándose y recuperando la virginidad.
Veremos qué sucede en el próximo capítulo :3
¡Gracias por darle una oportunidad y bienvenidos!
¡Un beso grande!
