Estábamos pasando la tarde juntos como de costumbre. Solo conversando en el sofá. Hablando de cualquier tontería que se nos ocurriera. Tal vez reciclando viejos temas de conversación, pues no había tantos temas en la historia del planeta como para llenar 13 años de amistad. Y si los había éramos completamente ignorantes de ello.
Sorprendentemente aún éramos mejores amigos. Después de tantas discusiones, peleas, molestias, separaciones, corazones rotos, idas y venidas. Éramos mejores amigos. ¿No había una imagen rodando por Instagram que dice que si una amistad dura más de 7 años es probable que dure toda una vida? Si eso era cierto entonces ya podíamos comenzar a contar 2 vidas de amistad para esos 13 años. ¿Cómo había pasado tanto el tiempo? ¿En qué momento maduramos y nos convertimos en el hombre y la mujer que ahora somos?
Tantas cosas me pasaban por la mente mientras lo veía recostar su cabeza del espaldar del sofá. Estaba tan cansado. Después de haber estado ensayando con la banda 8 horas seguidas podía asegurarlo. También podía asegurarlo viendo cómo dejaba cerrar sus ojos y hacía su respiración más profunda y lenta. Podía asegurarlo viendo cómo sus brazos comenzaban a ceder bajo su propio peso y sus dedos antes juntos empezaban a perder su agarre entre ellos dejándose laxos entre sus piernas. Y podía asegurarlo porque no hay nadie en el mundo que lo conozca mejor que yo.
Conozco cómo no puede dejar de mover su pierna izquierda con desesperación cuando come con mucho apetito. Conozco cómo conduce con la mano derecha en el volante y la izquierda entre su cabello, apartándolo inconscientemente. Conozco cómo siente cosquillas en los dedos de los pies y en las costillas. Conozco cómo le gusta servir su comida, separando cada alimento el uno del otro. Conozco cómo es diestro para todas las cosas posibles del mundo excepto para escribir, siendo zurdo al momento de tomar notas y dejando su mano derecha completamente inútil con un lápiz en ella. Un ambidiestro que no ha admitido sus capacidades.
¿En qué momento se ha vuelto un hombre tan apuesto? Tantas cosas pensaba esa tarde mientras veía su nuez de adán moverse y su pecho respirar profundamente. Volviendo sus ojos hacia mi y sonreír perezosamente.
― ¿Qué pasa, Bella?― pregunta girando su cuerpo varios grados hacia mí.
―Nada, solo pienso― le sonrío sin dejar de verlo directamente. ¿Sus pestañas siempre fueron tan largas? La barba larga le queda muy bien. ¿Cómo no me había fijado en eso?
―Ujumm… te conozco. ¿Qué pasa?
―En serio, Edward. No pasa nada― levanto mi mano y tomo un buen puñado de vello facial. Estoy hipnotizada por su espesura. Podría apostar mis ojos a que la semana pasada no se veía de esa manera.
―Quiero orinar― comenta confiadamente mientras cierra sus ojos y disfruta de la caricia.
Esta era la situación. Él era mi mejor amigo. Yo era su mejor amiga. Éramos partícipes de una amistad con líneas difusas. Líneas que parecían inexistentes cuando estábamos solos disfrutando de la compañía del otro. Líneas que se hacían frías y espinosas cuando estaba presente la chica de turno con la que estaba saliendo. Líneas firmes, gruesas, de acero, tácitas, invisibles y sobreentendidas, cuando estaba presente la novia formal de turno.
―Anda al baño de mi habitación bobo― me burlo de él. 13 años de amistad y aún tiene vergüenza de pedir el baño.
Increíble. Se sonroja y se levanta. Desaparece doblando hacia la puerta de mi habitación mientras veo fijamente hacia el techo, mi cuerpo y extremidades completamente en reposo, y mi mente trabajando como una fábrica a máxima velocidad. Es todo un hombre. Fuerte, con músculos surcados de venas. Espesa barba larga de meses. Sus brazos velludos y voz gruesa. Contraste con la mata de cabellos suaves y brillantes, piel sedosa pero curtida por el trabajo y dedos callosos por el frotar de las cuerdas. Un hombre. Atractivo y muy masculino. Con un carácter que ni él mismo soporta. Con manías, defectos, humanidad.
Solía pensar hace un par de años que algún supuesto matrimonio mío fallaría irremediablemente si nuestra amistad se mantenía así de sólida y fuerte. Sencillamente porque cualquier relación amorosa que había logrado establecer se veía siempre amenazada por mi interés de compartir más tiempo con Edward que con el chico de turno en cuestión.
Y no es que me negara a aceptar a otro hombre en mi vida, ni que me encontrara dispuesta a conquistarlo y que se enamorara de mí. No era que existiera un plan sórdido en mi imaginación cuyo final era que termináramos siendo una pareja. Era la cercanía que manteníamos, la confianza, esa dependencia emocional que no representaba ninguna amenaza para nosotros pero que podía ser un peligro para un tercero que quisiera meterse en nuestro binomio.
Y así fue cómo, en 4 minutos, llegué a la conclusión de que estaba completamente loca por mi mejor amigo. Me di cuenta de que el amor fraternal del que vivía convenciéndome era en realidad el tipo de amor que una mujer siente por un hombre y la hace sudar y humedecerse en sitios que normalmente permanecen solo cálidos y suaves.
Edward vuelve a mí rascándose un poco la espalda por encima del hombro, luciendo hermoso y rústico como solo él puede lucir.
―Oye, ¿crees que pueda comer un poco más de pastel de chocolate?― pregunta sonrojándose y atreviéndose a parecer apenado por pedir.
―Quiero besarte― vómito verbal. No hay otra forma de llamarlo.
― ¿Qu... qué? ―Nunca había visto esos ojos más abiertos y sorprendidos. Esas pestañas tan espesas y oscuras enmarcando las ventanas al alma más sorprendidas y confundidas de la historia del planeta.
―Quiero besarte. Que me beses. Que nos besemos. No lo sé― Nervios. Nervios para repartir. Nervios con el pan. Nervios con el café.
― ¿Estás hablando en serio, Bella?
― Totalmente. Quiero decir… sí. Hablo en serio.
