- ¿Qué pasa?
Esa pregunta se la esperaría de cualquiera, pero jamás de el. El español se lo preguntó de una forma tan amigable que le dio miedo. Arthur se limpió los ojos con las lágrimas que había derramado diciendo un "No te importa" esperando que el español, captara la idea y se fuera.
España parece que no escuchó porque se sentó cerca de el, con una pequeña sonrisa extrañamente confortable.
Es otro aniversario de aquel día, ¿verdad?- Arthur se sorprendió ante aquella pregunta- desde que Estados Unidos te dejó ¿no es cierto?
Reino Unido bajó la cabeza sin contestar, todavía tenía en la memoria como su hermanito pequeño lo había dejado ya hace tantos años. Hacía aparentar a los demás que no le importaba, pero el recuerdo del pequeño Alfred diciéndole "hermano" y luego como lo amenazaba con un arma en la mano diciendo "quiero ser independiente".
Le dolía, si debía admitirlo, le dolía mucho.
Arthur- dijo Antonio quedamente- hay veces que los niños deben crecer, es inevitable, tienen curiosidad por saber como es fuera de casa y nosotros no podemos hacer nada…
Un extraño gemido salió de España y el inglés no lo podía creer, acaso… ¿eso era un sollozo?
- No sabes la suerte que tienes- dijo Antonio, sus ojos se habían nublado- Tu corazón tiene solo aquella pena pero… no sabes cuando esa pena crece hasta que inunda todo tu ser… viendo como desde el más cercano de tus hermanos hasta el más rebelde deciden darte la espalda. Dejándote solo.
- España… no me digas que tu…
Arthur había oído rumores: de cómo los hermanos menores del español comenzaban a tener aquellas mismas ideas que Alfred y parecía que todo lo que escuchó era verdad, el español tenía una sonrisa triste, melancólica, sus ojos estaban apagados y aguados, pronto unas lágrimas rodaron por aquellas mejillas, marcando la afirmación de lo que iba a preguntar.
- Me dejaron- susurró el español- todos me dejaron.
El inglés nunca había tratado con el español pero, tal ves ese mismo sentimiento que tenía en aquel momento hizo que su mano tocara la espalda de Antonio en forma de confortarlo por esas lágrimas que comenzaban a deslizarse.
Antonio no aguantó más y se abrazó a Arthur comenzando a gritar de tristeza, de rabia y de dolor.
Y extrañamente, se sintieron unidos por una misma pena y por un mismo motivo. Debían entenderlo de alguna forma, podrían odiarse pero eran hermanos mayores desconsolados y nadie, salvo ellos mismos entenderían ese dolor.
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