EL REGISTRO DE LOS AVENTUREROS PERFECTOS
Abrió los ojos de golpe, no tenía la menor idea de donde se encontraba, los recuerdos eran vagos y aparecían en su cabeza como imágenes mudas de una mala película de presupuesto barato.
Sabían perfectamente quien era: su nombre era Annabeth Castle, tenía 19 años y estudiaba historia del arte en la Universidad de Nueva York, había pasado la mayor parte de su vida internada en prestigiosos colegios de Manhattan, sus padres eran Richard Castle, el afamado escritor y su musa, la detective Kate Beckett, ahora Castle. Era por eso que iban tras ella.
A lo lejos, se escuchó un portazo y los pasos hicieron que Annabeth tuviera la seguridad de que alguien se acercaba a ella, quiso moverse, alejarse de la puerta, pero las cuerdas que la mantenían sujeta, se tensaron ante sus movimientos, provocándole un dolor casi insoportable, pero se mantuvo callada, era una chica valiente y no les daría la satisfacción de verla sufrir, al no oír ruidos, los pasos se detuvieron y luego volvieron por donde habían venido, dándose cuenta de que estaba sola, la chica comenzó a repasar lo que recordaba, tratando de averiguar cómo había llegado a aquella especie de mazmorra, y aún más importante, cómo salir de ese lugar.
Cerró los ojos, tratando de empezar por las cosas banales, tal y como su padre le había explicado que debía ocurrir para escribir una novela, con la preocupación de que su imaginación le jugara una mala pasada, comenzó a hacer el recuentro de su día.
