La mayor parte de estos personajes han sido creados para nuestro disfrute por Charlaine Harris, alguno, menor, ha sido sacado del fanfic del sr. Ball, y hay por ahí uno que es sólo mío.
1.
Como todos los días llegaba puntual, se sentaba en su mesa, junto a la ventana y se quedaba absorto mirando por ella con expresión ausente, esperando pacientemente que me acercara a llevarle su comida. Me acercaba y le saludaba, le ponía su cerveza y me iba por donde había venido a recoger el menú del día que hubiese. Como cada día, comía en silencio, sin relacionarse con nadie, sin levantar la vista del plato o del libro que siempre le acompañaba. Después de terminar su comida, se quedaba un rato más, tomando café y leyendo, que para entonces, Merlotte's ya estaba medio vacío. Para una lectora voraz como yo, el hecho de verle con uno diferente cada dos días me hacía temblar de la emoción. Seamos realistas, en Bon Temps, leíamos cuatro gatos y dos éramos mi abuela y yo. No era como si diera para hacer un club de lectura, ¿no?. Nunca hablaba con nadie, ni siquiera por teléfono, saludaba con cortesía, pedía por favor y nunca olvidaba dar las gracias por todo. Dejaba buenas propinas y se despedía con la misma cortesía con la que había entrado casi tres horas antes.
_ ¿Se ha ido ya? – murmuró Arlene a mi lado-. Es una suerte que siempre se ponga en tu sector, me pone los pelos de punta.
_ A mí me gusta – dije pasando la bayeta por la mesa que había dejado vacía-. Es diferente y relajante, para variar, no es ruidoso, no me toca el culo y es educado, por no hablar de las propinazas que deja. Como siga así, pronto voy a poder cambiar la tartana que llamo coche – me reí.
_ Claro – se carcajeó Jessica detrás de mí-, y que sea tan guapo tampoco está de más. Pero, vamos, que tú no te has fijado en eso...
_ ¡Jessica! - me escandalicé pero con una sonrisa-, ¡se lo voy a contar a Hoyt!
_ ¿Y qué le vas a decir...? - se rió- Ya le he dicho que tu hermano es guapo, no se va a escandalizar porque lo piense de un cliente.
_ A mí me parece demasiado guapo para que no sea una fuente de problemas – Arlene seguía en sus trece.
_ Es guapo, sí – admití-, pero parece buena persona.
_ Sí..., René también lo parecía... – respondió encogiéndose.
Tenía razón, también René lo parecía. Nunca ninguno de nosotros hubiese podido decir nada malo de él, bueno, Arlene, sí. René había sido su novio hasta que la mandó al hospital después de darle una paliza y dejarla tirada en la cuneta dándola por muerta. Cuando en la tele salen casos de estos, siempre hay quien dice que él parecía buena persona. Jessica y yo nos acercamos a ella y la abrazamos.
_ Lo siento, Arlene – dije.
_ ¿Qué sientes? - se puso rígida.
_ Todo – murmuré-. No haberme dado cuenta para haber podido hacer algo en su momento. Y ahora, haber removido su recuerdo.
_ Su recuerdo siempre va a estar ahí – musitó con un hilo de voz y se deshizo de nuestro abrazo-. Bueno, tengo que irme, tengo a los niños con la vecina...
_ Claro... - se fue mientras la mirábamos apesadumbradas.
_ Bueno – dijo Jess con voz triste-, ya he terminado. He visto que tu coche no está en el aparcamiento, ¿sigue roto? - asentí-, ¿quieres que te espere y te lleve a casa?
_ No, gracias, Jess – sonreí agradecida-. Aún me queda por recoger y Hoyt debe estar a punto de llegar a casa, ve con él.
_ ¿Estás segura?
_ Claro.
_ Bien – sonrió no muy convencida-. Nos vemos mañana.
La acompañé hasta la puerta y me despedí de ella. En el restaurante ya sólo quedábamos Lafayette y yo. En unos minutos llegaría Sam y entraría el siguiente turno. Me senté en la mesa que había ocupado mi cliente con una sonrisa. Nunca me atrevería a decirlo en voz alta pero cuando llegaba la una, contaba los minutos que faltaban para que entrase en el restaurante y empezaba a colocar a la gente en las mesas de alrededor para que la suya no estuviese ocupada cuando llegara. Si se retrasaba un minuto mi corazón dejaba de latir hasta que entraba. Sí, sé cómo suena, como una adolescente con un enamoramiento pero no podía evitarlo. Habíamos establecido una pequeña rutina, ya sé que él no me miraba, que, en realidad, ni me veía, pero yo estaba pendiente de cada uno de sus movimientos y de sus gestos. Pendiente de si su cerveza se terminaba, de si su primer plato le estaba gustando, sacándole con rapidez el segundo. Sugiriéndole el postre. Rellenando su taza de café mientras leía. Al final de la comida, no habríamos intercambiado más de diez palabras, pero cada día era una más, y se le sumaba una pequeña sonrisa o una mirada. Y con eso tenía suficiente. Un hombre tan guapo y tan sofisticado, me parecía que debía serlo, sus ropas eran caras y tenía un acento extraño que sumado a su aspecto, para mí le situaba en otro continente, como mínimo; un hombre tan educado y cultivado, nunca se fijaría en la camarera que el servía, no, nunca. Estaba hecho para que las pobres chicas como yo soñásemos con él.
Así que no, nunca lo sabrían, nunca entenderían todo lo que un extraño me hacía sentir.
En cuanto Sam llegó, cogí mi bolso de su despacho y me dispuse a irme.
_ Sook – me llamó Sam-, toma – me tendió sus llaves-, llévate mi coche.
_ No, Sam..., no podría – me negué.
_ Claro que podrías y sino te llevo yo. Estás cansada y el camino hasta casa es solitario, no creas que te voy a dejar ir sola.
_ Gracias, Sam – sonreí cogiendo las llaves.
Al cabo de unos minutos estaba en casa. La abuela me recibió con un beso y un abrazo y me llevó hasta el sofá.
_ ¿Qué tal tu día, cariño?
_ Ocupado – sonreí quitándome los zapatos y masajeándome los pies-. ¿Y el tuyo?
_ Oh, ha estado bien. Jason vino a comer y me hizo compañía un rato, luego Maxine se pasó por aquí a cotillear un rato y a hablar mal de la novia de Hoyt – puso los ojos en blanco-. Te he hecho una tarta de manzana y tengo en el horno una para los nuevos vecinos.
_ ¿Nuevos vecinos?
_ Sí, se están mudando a la vieja casa de los Compton.
_ No sabía que hubiese estado en venta – comenté extrañada.
_ No lo está, creo que ha sido alquilada.
_ Vaya, ¿y les has visto ya?
_ No, el camión de la mudanza se confundió y vino aquí, les tuve que explicar cómo llegar. Era pequeño, no parece que los nuevos vecinos vengan con muchas cosas – me comentó acariciando mi mano.
_ Lo mismo la casa está amueblada...
_ No, no lo está, me lo ha dicho Maxine.
_ Y, claro, si lo dice la señora Fortenberry debe ser cierto – nos reímos.
_ Ya sabes que es la persona mejor informada del pueblo...
_ ¿Quién necesita un periódico o una emisora de radio teniéndola a ella?
_ No seas mala, Sook – me recriminó con una sonrisa-, se siente sola, no tiene la suerte que tengo yo por tenerte conmigo.
_ Ya lo sé, abuela, pero es que a Maxine hay que echarle de comer a parte, menuda mujer... Me dan pena Hoyt y Jess.
Sacudió la cabeza y se levantó para ver cómo iba su tarta. Olía a gloria y estaba segura de que sabía mejor, que la abuela era una gran cocinera y sus tartas podían competir con la de la vieja señora Bellefleur.
Mi vida no era una fiesta, para qué negarlo. Tenía veintiséis años y vivía con mi abuela, no había podido ir a la universidad por falta de dinero y por los problemas de salud de la abuela, nunca había tenido novio y cada vez me daba más miedo tenerlo, me avergonzaba ser virgen con mi edad pero ninguno de los hombres que en el pueblo me habían pretendido me había gustado y no tenía tiempo para ir a Shreveport o Monroe como mi amiga Tara. Mi vida se reducía a ir a trabajar a Merlotte's y a ayudar a la abuela, ella nos había acogido a Jason y a mí de pequeños, cuando nuestros padres murieron, y ahora que me necesitaba, no podía dejarla. Y así trascurrían mis días, de casa al trabajo, del trabajo a casa, ocupando mi tiempo libre leyendo o fantaseando con mi cliente del mediodía.
Me duché y me vestí con un vestido cómodo y alegre, blanco con flores rojas. Al menos, ya que mi vida era tan gris, qué menos que mi ropa pusiera un poco de color. Me peiné a conciencia y me maquillé un poco, que tenía mala cara y no quería causar mala impresión a los nuevos vecinos. Para cuando salí de mi dormitorio, arreglada y perfumada, la abuela tenía la tarta preparada en una bandeja de cristal con un fanal para protegerla de insectos y cualquier cosa que pudiese caerle. Me miró para darme el visto bueno.
_ Estás preciosa, cariño.
_ Claro, abuela – me reí-, ¿qué vas a decir tú?
_ Pues la verdad, eso es lo que puedes esperar de mí, siempre.
_ Lo malo es que para ti, simplemente, soy preciosa.
_ Bueno, ¿y qué? Es verdad, ¿no?
_ Anda, dame la tarta – sonreí quitándosela de las manos y me dirigí a la puerta.
_ Invítales a venir a tomar café cuando quieran, Sook – me recordó desde la puerta.
_ Está bien, abuela. Métete en casa, que hace fresco aquí fuera.
La casa de los Compton estaba al otro lado del cementerio. Sí, ya sé suena muy tétrico pero no es para tanto. Atajé atravesandolo, que aún me dolían los pies del turno en el restaurante. El pensar en el turno me recordó otra vez a mi cliente. Mañana iba a ir con el pelo así y un poco de maquillaje, a ver si se fijaba en mí... Tardé algo más de cinco minutos en llegar a la puerta, me arreglé un poco el vestido y el pelo con la mano libre y ensayé mi mejor sonrisa antes de llamar. Llamé. Nada. Volví a hacerlo. Nada. Miré al ventanal y vi luz. Iba a llamar otra vez cuando la puerta por fin se abrió. Para entonces mi sonrisa ensayada se había diluido y cuando un hombre alto y rubio apareció en la puerta mirándome serio y extrañado ni siquiera me salía la sonrisa falsa.
_ ¿Si? - dijo con tono seco.
_ Eh..., hola, soy su vecina. Sookie, Sookie Stackhouse... Mi abuela y yo vivimos al otro lado del cementerio, somos sus vecinas... - me miraba sin entender mucho lo que quería y sus ojos se fueron hacia mis manos-. Ah, sí..., les hemos hecho una tarta para darles la bienvenida a su nueva casa – los ojos se me fueron detrás de él para ver si salía alguien más.
_ Oh, vaya... - murmuró confundido cogiéndola-, gracias. Son ustedes muy amables pero no deberían haberse molestado.
_ No ha sido molestia, señor... - me miró mientras yo esperaba que terminase mi frase.
_ Northman, Eric Northman – me tendió la mano y estrechó la mía que se perdía entre las suyas, grandes y fuertes.
_ Bueno... - me solté de su mano- Espero que les guste, pasen cuando quieran a tomarse una taza de café con nosotras. Mucho gusto, señor Northman.
Y me escabullí porque no podía soportar estar allí ni un segundo más, en ningún momento me había tenido intención de decirme que pasara, en ningún momento había dado a entender que sabía quien era. Evidentemente, sólo era la camarera que le atendía, no una persona a la que prestara atención. Y, sobre todo, porque el simple hecho de que hubiese salido una mujer guapa y sofisticada como él de algún rincón de la casa y me hubiese visto en la puerta de su casa, me hubiese roto el corazón.
¿Que tal esta nueva historia?
¿Comentarios?, me gustaría mucho saber qué opináis.
Gracias.
