Este es es un fic que hago a medias con la autora Lica. Me surgió la idea de una serie que vi de bandas y la invité a ella para que escribiéramos juntas. Ella la publicará en portugués y yo en español. Desde ya, les agradecemos que nos lean y os recuerdo que Rurouni Kenshin no nos pertenece. Si fuera el caso, las chicas no existirían porque ellos serían nuestros. jajajajaja Tampoco ganamos nada escribiendo, o seriamos ricas. XD La trama si es nuestra. ;)
Sin más que decir… os dejamos con el capítulo.
01. UN CAMBIO INESPERADO
Abrió los ojos y el color dorado empezó a ganar vida con el despertar. Sintió todo el cuerpo dolorido y se movió, incómodo, bajo las sábanas. Miró hacia el lado, su mujer dormía plácidamente de espaldas a él, desnuda. Frunció el ceño. No se acordaba de haberla tomado la noche anterior, pero a juzgar por el hecho de que él también estaba sin ropa, sólo podía existir esa explicación…
— ¿Tan borracho llegué? - se preguntó en un murmullo y se incorporó intentando ser lo más cuidadoso posible para no despertar a la mujer.
Se sentó en el borde de la cama y pasó las manos por su rostro y su pelo rojo. Se quedó quieto, intentando saber si tendría una migraña por la borrachera de la noche anterior o no. Satisfecho de que no fuera así, ya que sentía que el día sería lo suficientemente pesado sin eso, y no le apetecía agregar nada más a la ecuación, posó su mano izquierda sobre la cicatriz en forma de cruz de su mejilla del mismo flanco y soltó un suspiro. No sabía por qué, pero era un ritual involuntario y rutinario al levantarse. Se puso de pie, dejando muestra de todo su cuerpo fuerte y definido, sin molestarse por su desnudez. Fue derecho al baño y se metió en la ducha.
La mujer cambió de postura en la cama y posó su mano en la almohada, justo al lado. Frunció el ceño antes de abrir los ojos, oscuros como pozos, y ver que estaba sola. Se incorporó, apoyándose en el codo y ojeó la habitación en busca de su esposo, hasta que por fin escuchó el sonido del agua de la ducha al caer. Volvió a acostarse boca arriba y fijó su mirada en el techo. Sintiéndose aburrida, decidió levantarse y busco una túnica en su armario, la sujetó al cuerpo y fue directa a la cocina a preparar algo para el desayuno.
Kenshin cerró la llave del agua y salió de la cabina de la ducha sin preocuparse en secarse, mojando todo por donde pasaba. Paró frente el espejo y observó su reflejo. Callado. Lo tenía todo, una esposa, un trabajo próspero, ayudaba aquellos que lo necesitaban cuando quería hacerlo… Pero no tenía la esposa correcta. No es que no sintiera nada por su mujer, la quería, pero, no de la manera en que debería quererse a una esposa. No de la manera en que había querido a Kaoru.
Suspiró con desánimo y empezó a cepillarse los dientes, molesto consigo mismo.
Tenía a una mujer preciosa, qué, además, le daba todo cuanto él quería. Le molestaba no amarla. Lo enfurecía. Tomoe merecía todo lo que no merecía Kaoru de él. Tomoe no lo engañaba como había hecho Kaoru. No decía que iba a estudiar mientras realmente iba a tirarse a otros. Entonces, ¿por qué cada mañana tenía su minuto de pensar en esa mujer que lo había dañado tanto?
Esbozó una sonrisa dolida y se lavó la boca, sintiendo que la pasta dentífrica sabía amarga. Se vistió con un pantalón negro y una camisa roja que entonaba con su color de pelo. Cogió su mochila de deporte y miró alrededor. No olvidaba nada. Salió al comedor, donde lo esperaba una callada Tomoe.
Tomoe le regaló una delicada sonrisa al verlo y él le contestó igual. Depositando un beso en su frente, tomó su lugar en la mesa.
— ¿Qué harás hoy? - la suave voz de la esposa lo cuestionó mientras él sorbía su café.
— Daré clases en la escuela de kendo y luego iré a hacer un encargo para Hiko. ¿Y tú?
— No sé… Creo que iré de compras.
Kenshin asintió con una relajada sonrisa.
— Gasta cuanto quieras. - Y el asunto acabó. Comieron en paz y tranquilos. La verdad, estaban acostumbrados a mantenerse callados. Jamás fueron muy habladores, cosa que él siempre comparaba con su ex novia, con quien siempre tenía cosas de qué hablar. De todas formas, ya no tenía noticias de Kaoru y al menos el silencio de Tomoe era agradable.
Terminó de desayunar, llevó sus cosas hacia el fregadero, se despidió con un beso rápido y automático en los labios femeninos y se fue, cerrando la puerta al salir. Ella se relajó en la silla y se quedó mirando su pan en el plato por algunos minutos más, esbozando una lánguida sonrisa que se guardaba solo para sus momentos a solas.
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El centro de Tokio estaba atestado a esas horas de la mañana de gente que iba y venía de las oficinas cercanas y el restaurante Akabeko era uno de los más concurridos de los alrededores.
Sanosuke miraba con serena perversidad el trasero de Tae, la camarera, mientras la joven servía desayunos a los ejecutivos de la zona. El restaurante era propiedad del Seijuro Hiko, su jefe, amigo y socio. Él era uno de los encargados de mantener el lugar en pie, aunque esa tarea se la dejaba más bien a Tae, que parecía llevarlo todo mucho mejor que él.
— Luego te quejas de que las mujeres huyan de ti.
La voz calmada y fría de Aoshi, su primo, se hizo oír entre el murmullo de gente mientras se tomaba con desquiciante tranquilidad su té. A diferencia de su primo, Sanosuke prefería arriesgarse a un buen bofetón que pasarse la vida metido en un cubo de hielo como Aoshi.
— Al menos a mí se acercan. No las espanto antes de dejarme conocer cómo haces tú.
Aoshi se limitó a mover casi imperceptiblemente una ceja e ignorar a su primo. Sanosuke y él eran como la noche y el día. Se levantó despacio y se acomodó la americana beige, la cual le quedaba como un guante a juego con su camisa negra.
— Hiko nos quiere ver esta noche a todos. No llegues tarde.
Mientras caminaba calmadamente hacia la salida para ir a reunirse con Himura, su amigo, escuchó a Sanosuke torpedear sus palabras, imitándolo como un crío.
— Ni lliguis tirdi… El hielos este…
Aoshi abandonó el local antes de acabar lanzándole una silla a su primo.
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Kenshin terminaba de arreglar sus cosas, el pelo aún mojado de la ducha rápida que se tomó tras acabar sus clases del día. Ya era mediodía y Aoshi estaba por llegar, ambos tenían cita con un abogado nuevo. Torció el gesto con disgusto. No le gustaba nada tener que estar cambiando de abogados continuamente. La policía hacía tiempo que iba tras sus negocios y los continuos cambios que estaban teniendo últimamente de abogados no eran beneficiosos para el club. Solo esperaba que esta vez el abogado fuera capaz de quedarse un buen tiempo o, en su defecto, no muriera por "casualidades" del destino.
Esa noche esperaban un cargamento importante, Hiko - su mentor tras el encarcelamiento de su padre biológico -, los quería a todos preparados y presentes y los papeles para pasar la frontera no tenían que dar lugar a controles. El nuevo abogado tenía faena. Cerró la cremallera de la mochila y salió, mientras caminaba hacia la salida y se despedía de algunos de sus alumnos que pasaban felices gritando su nombre.
Aoshi estaba apoyado en la lateral del coche, un Aston Martin DB9 color plomo, valorado en más de un millón de dólares estadounidenses. Ese era el nuevo juguete del hermoso hombre, alto, de pelo azabache y ojos azul hielo. Kenshin se quedó anonadado con la novedad.
— Vaya… Te superaste Aoshi. - sonrió divertido a su amigo, quien contestó con una diminuta sonrisa.
— ¿Quieres conducirlo para saber cómo es? - ofreció las llaves al pelirrojo que aceptó gustoso, adentrándose en el auto.
Se acomodaron y se pusieron el cinturón de seguridad, seguidamente, Kenshin salió a toda velocidad del lugar. Faltaba poco para la cita y no podían llegar tarde. El camino fue tranquilo con algún que otro comentario sobre el vehículo. Aparcaron frente a los juzgados, bajaron del coche y subieron las escaleras marmoleadas con pasamanos de cedro hasta llegar a la tercera planta.
Una sencilla mujer los recibió y los llevó hacia un pasillo privado en el momento en que los dos hombres dejaron saber quiénes eran. Sin espera, cosa que los sorprendió, siguieron a la mujer, expectantes. La japonesa abrió una puerta y se hizo a un lado para que ellos entraran, primero pasó Aoshi, tras él, Kenshin, que se despidió de la amable recepcionista, como todo un casanova que era, antes de ver al abogado. O mejor dicho… a la abogada.
Kenshin se quedó lívido, boquiabierto y sin reacción por tiempo indeterminado, que para él pareció una eternidad. La abogada por su parte no estaba teniendo una reacción muy distinta a la de él. Sus ojos azules se abrieron mucho, junto con sus labios, su mano paró su labor de escribir algo y todo su cuerpo se tensó. Aoshi se quedó como una estatua, esperando una explosión que parecía no llegar y, entonces, ya que nadie parecía despertar de ese momento tan incómodo, el más alto decidió tomar frente en la situación.
— Cuanto tiempo sin vernos, Kamiya.
Una vez interrumpido el silencio, la pareja que no dejaba de intercambiar miradas, despertó. Con un par de pestañeos y la mente volviendo a la normalidad, Kaoru se puso en pie e hizo una pequeña reverencia hacia Aoshi y Kenshin. Su actitud: toda profesionalidad.
— Así es. Señor Shinomori, Señor Himura... - A este último no lo miró - Un placer volver a verlos. Por favor, tomen asiento.
Con un cumplido de cabeza por parte de Aoshi, los dos se acercaron a las sillas frente a la mujer, pero sólo el morocho se sentó. Kenshin no podía apartar la mirada de la morocha. Kaoru se sintió incómoda, su corazón no paraba de latir en su pecho y temía que los hombres frente a ella pudieran darse cuenta de lo mucho que le afectaba esa situación.
— Bien… ¿En qué puedo ayudarlos? - Mejor centrarse en el trabajo.
Aoshi esperó un tiempo prudente a que su jefe y amigo tomara rienda de la conversación y le explicara a la abogada los detalles de la situación, pero viendo que eso no iba a ocurrir, carraspeó y puso sobre la mesa una carpeta repleta de documentos, viejos y nuevos.
— Nuestro último abogado tuvo que… - hizo una pequeña pausa, intentando encontrar las palabras correctas - marcharse. - Sacó varios documentos de la carpeta - Nos apañamos bastante bien con todo lo referente a los negocios legítimos, pero necesitamos una pequeña ayuda para el resto.
Kaoru sabía muy bien que era el "resto". Aunque Kenshin y Aoshi pudieran parecer dos ejecutivos impecables que tenían grandes negocios y que ayudaban a la sociedad, la verdad era, que eran delincuentes de la peor calaña. Años atrás, había pasado por alto todo eso. Estaba enamorada de Kenshin y todo cuanto él hacía a ella le parecía perfecto. Después de unos años alejada de todo ese mundo, veía la verdad sobre ellos. Si por ella fuera, jamás los ayudaría, pero era abogada. Ella cobraba por hacer lo que los clientes le pedían, por limpiar sus desastres y sus ilegalidades, y con ellos, sabía que el dinero no sería un problema. Aoshi continuó su explicación tras acercarle un par de papeles.
— Necesitamos una orden de paso a Shanghái, que sea de material estatal. El cargamento tiene que desembarcar en el puerto y distribuirse en distintos camiones de carga rumbo a Hong Kong. No queremos que nadie haga ningún tipo de control. Tenemos en nómina al Juez Yamagachi. Él te conseguirá las firmas, tú solo redacta los documentos. Los necesitamos hoy, no más tarde de las seis.
Kaoru se dió cuenta de que no era ninguna petición, era una exigencia. Habían puesto los pies en su despacho, habían soltado su estratégia y no permitirían que ella les dijera no. Queriendo o sin querer, desde ese momento, ella formaba parte de todas las mentiras que rodeaban a esos dos hombres. Con una serenidad que no sentía, cogió los papeles con los datos necesarios para redactar los documentos.
— ¿Me tengo que preocupar por el contenido de esa carga?
Kenshin, que se había mantenido en silencio hasta ese momento, exhaló aire de forma brusca y se acercó unos centímetros a la mesa de forma intimidante. Kaoru aguantó la respiración ante su cercanía, ante el efecto que tenía aún sobre ella.
— No sé cómo has acabado siendo abogada, pero te aconsejo que no preguntes. Haz tu trabajo y esta vez espero que sepas escoger el bando adecuado.
Kaoru cerró los ojos y respiró hondo, pidiendo a Dios que le diera fuerzas para soportar la voluntad de restregarle en la cara toda su rabia. Volvió abrir los ojos, azul océano, los cuales soltaban chispas y con una sonrisa forzada, sentenció:
— Señor Himura... ¿Cómo es que alguien acaba siendo abogado? Creo que es estudiando mucho, cosa que es lo que he hecho en los últimos años de mi vida. He estudiado duro para lograr trabajar en la carrera que he escogido. - habló con una fingida y amenazante calma. - Y si recuerdo, cosa que hago muy bien, jamás escogí el bando contrario, ni hice nada en contra de ustedes.
— ¿De veras? Porque puedo…
Kenshin no terminó su frase por culpa de dos golpes en la puerta. La misma recepcionista que los había llevado a esa oficina, pedía permiso para entrar, trayendo una bandeja con tres tazas de café y unas galletitas para los que allí estaban. Kaoru quedó inmutable. Ella siempre pedía que la mujer le hiciera ese favor cuando estaba en reuniones, era una manera de atraer a clientes.
Los dos hombres intercambiaron una mirada que para las chicas no significó nada, para, seguidamente, volver a su estoica rectitud. Kenshin se sentó, se echó hacia atrás en la silla y se quedó callado, sintiendo el corazón latir con fuerza. Se sentía extraño, una cantidad incontable de sensaciones encontradas lo atacaban sin piedad. Ella le había hecho mucho daño. Y en esos momentos verla después de los últimos años, tan preciosa, incluso más que antes, con su pelo oscuro como la noche suelto sobre su espalda delicada, su estrecha cintura y busto abundante marcados por una camisa ajustada y esos ojos azules que tanto le habían quitado el sueño con esos labios que… La verdad, lo estaba volviendo loco. Sin más explicación que eso.
La muchacha se fue tan rápido como entró y Kaoru les hizo un gesto para que se sirvieran. Ignorando su primera discusión con Kenshin volvió su atención al ordenador para empezar a preparar los papeles necesarios, haciendo uso de toda su fuerza para ignorar al hombre pelirrojo que allí estaba.
Aoshi sirvió las tres tazas con café y puso una delante de cada uno de ellos. Seguidamente, tomó una galleta y empezó a comerla, mientras no dejaba de mirar a ambos. En su interior, le parecía realmente entretenida aquella situación, aunque no podría dejar de tener escalofríos con el recuerdo de un Kenshin destruido por la separación. Pero como él pensó que todo fue muy extraño por siempre haber sido un testigo del amor que esos dos tenían, no podría evitar ahora divertirse un poco con la situación.
Kaoru terminó la primera hoja y ya estaba en el segundo documento, cuando Kenshin, tras tomar un sorbo de su café, volvió a hablar.
— ¿Y tu novio?
Los dedos de Kaoru pararon abruptamente y sus ojos encontraron a Kenshin antes incluso de que su cabeza acompañara el movimiento. El pelirrojo tenía una arrogante sonrisa ladina.
— No tengo novio. - contestó ella sencillamente sin aclarar nada más. Y eso fue lo peor que le podría haber pasado a Kenshin, quien se quedó sin reacción a su mal intencionada provocación. Quiso empezar de nuevo, abrió la boca para hacerlo, pero Aoshi se lo impidió.
— ¿Queda mucho para terminar? - preguntó el más alto, recibiendo una mirada asesina por parte del amigo, cosa que ignoró sin ni una pizca de preocupación.
— No, a decir verdad, este es el último. - Pulsó el botón para imprimir las hojas. - Listo.
— Eres rápida… - inicio Kenshin, para disgusto de Aoshi. - Seguro que tu ex novio también lo pensaba. - siguió.
Kaoru junto las hojas, intentando hacerse la indiferente.
— Vamos Kaoru… Como buenos amigos que somos. Cuéntame sobre él.
Con fingida tranquilidad, Kaoru terminó su labor y cuando guardó todo para poder salir en busca del juez que debería firmar las peticiones, decidió contestar.
— De verdad, no sé de qué me hablas. Infelizmente o felizmente, depende de quien lo mire, no he estado con nadie desde que nos separemos. Pero, ya que somos tan buenos amigos como tú dices, Kenshin… - escuchar su nombre en la dulce voz de ella aceleró aún más su corazón. — Cuéntame… ¿Te casaste tú con Tomoe?
No esperó a que él contestara. Dio la vuelta a su mesa e informó a Aoshi que pasara a buscar el papeleo a las tres de la tarde, que para entonces ya lo tendría todo arreglado y lo dejaría en una carpeta en recepción. Abrió la puerta y se fue con un ligero adiós dejando a ambos hombres anonadados y a un pelirrojo aún más rabioso de lo habitual.
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Seijuro Hiko esperaba pacientemente a todos sus hombres en el puerto de Yokohama. Para sus cincuenta años, se conservaba como un todo un chaval. Los músculos prominentes de su pecho amenazaban con romper la tela de la camisa Louis Vuitton azul marino que llevaba y su pelo largo y oscuro era una envidia incluso para las mujeres, que deambulaban por el paseo marítimo sin quitarle ojo de encima.
— Llegan tarde.
Observó de reojo a Seta, uno de los miembros más jóvenes de su banda, el cual mantenía una siempre ensayada sonrisa. Pese a su baja estatura y su delgado cuerpo, Sojiro Seta era un hombre valiente, efectivo y sobretodo, fiel. Cualidades que Hiko tenía en alta consideración.
— Quizá no hayan conseguido los documentos.
La voz de Chó, un hombre alto, fortachón y con pintas de matón de barrio ataviado de cuero hizo que Hiko dirigiera su atención a él. No le gustaban las sorpresas, y menos cuando tenían dos furgonetas llenas de AK-45 y Ar-15 con más de media tonelada de munición esperando para ser transportadas y distribuidas a la Triada.
— Llegarán. - Aseveró Hiko, sin estar muy seguro de ello y sonrió al escuchar el refinado motor del Aston Martin de Aoshi acercándose por el embarcadero. Justo a tiempo. Observó salir del vehículo a su primero al mando, Kenshin y seguidamente a su segundo al mando, Aoshi. Le faltaban dos hombres…
— ¿Dónde están Sanosuke y Tatsu?
Los recién llegados se quedaron mirando el uno al otro sin saber qué contestar. Sanosuke y Tatsu, pese a ser dos hombres de inigualables cualidades, la puntualidad y la inteligencia no los acompañaban. Con un gruñido, Hiko echó a andar hacia una de las furgonetas y antes de montar en ella sentenció.
— No importa, empecemos sin ellos.
Se dirigieron a una de las grandes embarcaciones que esperaba atracada en el puerto. La carga de las armas se haría en cajas de madera precintadas y clavadas con matasellos estatales, como si fueran grandes obras de arte. A su llegada a Shanghái, otro de los miembros de la banda afincado allí, las recogería y procedería a la distribución de camino a Hong Kong y al cobro por parte de la Triada.
Kenshin bajó el primero de la furgoneta junto con Aoshi y en cuanto pusieron un pie en el suelo se desató el infierno. Una bala se incrustó en la chapa de la Dodge RAM van-95 negra justo sobre su hombro izquierdo. Sacó su arma de la parte trasera de su pantalón y empezó a disparar en dirección opuesta. Aoshi se unió a la refriega, así como todos los integrantes del grupo.
En cuestión de segundos fueron rodeados por multitud de hombres armados con pasamontañas negros. Uno de ellos lanzó una granada que hizo que todos echaran a correr lejos de la zona y otros dos aprovecharon el momento para subirse a las furgonetas y largarse con todas las armas y la munición. Hiko maldijo para sí mismo. En veinte años que llevaba dedicándose al negocio de las armas jamás había sufrido un ataque semejante, jamás había perdido un cargamento. Miró a sus hombres, que iban acercándose poco a poco, observándose unos a otros, buscando daños.
— ¿Quién coño eran esos?
Hiko miró con rabia hacia su hijo y primero al mando y se acercó a él, tocando su hombro izquierdo para asegurarse de que la bala no lo hubiera rozado. Al ver que no, suspiró aliviado, aunque aún les quedaba un problema incluso peor. Los miró a todos, indagando.
— Solo nosotros sabíamos cuándo y cómo iba a ser el transporte.
Aoshi guardó silencio, pero miró a Kenshin con precaución. No solo lo sabían ellos… Kaoru Kamiya también sabía a qué hora y dónde sería. La pregunta era… ¿Habría traspasado la línea la pelinegra? ¿Su refriega con Kenshin habría sido motivo para ello?
CONTINUARÁ
¿Será Kaoru una traidora? ¿Quién pensáis que son los hombres enmascarados? Vamos… ¡quien lo adivine un regalo!
