YOU BELOW WITH ME
Warning: Los personajes no me pertenecen a mí, sino a Sir Arthur Conan Doyle y a la adaptación de la BBC. No gano nada con esto, más que diversión.
Couple: Mystrade
o.o.o
Gregory Lestrade, 15 años. Le gusta el deporte y meterse en líos. Va a la misma clase y vive en el apartamento de enfrente. Mycroft lo sabía todo de ese chico. El problema era que ese chico no supiera nada de él.
Al amanecer, una silueta se formaba en la ventana del mayor de los hermanos Holmes. No necesitaba telescopio ni prismáticos, los escasos tres metros hacían que aquello que deseaba ver le fuera nítido a simple vista más allá de las cortinas. Ahí estaba él, el chico hermoso, deseado... El chico que le miraba por entre la cortina.
—Maldita sea —Mycroft se agachó de golpe al verse descubierto.
Esperó con las manos cubriéndose la cabeza minutos interminables, no atreviéndose a levantar ni una ceja, hasta que llamaron a la puerta.
—Mycroft, mamá dice que bajes a desayunar. No soy el mayordomo —los pasos se alejaron y decidió salir de su escondite poco a poco.
Primero asomó un ojo temeroso. Miró hacia la ventana vecina: nadie. Suspiró y se levantó sacudiéndose el pantalón. Ya he hecho suficiente ridículo por hoy, pensó avergonzado y entristecido a partes iguales.
Se dio la vuelta y se dispuso a ahogar sus penas en tarta de manzana, pero la luz lo paró. Exactamente las letras de luz que la persiana hacía en la pared. Se volvió hacia su ventana: no era la suya. Alguien le estaba hablando en código morse desde una ventana. Se asomó entonces entre las ranuras de la suya. Miró a diestro y siniestro obviando lo evidente, hasta que lo vio justo delante de él: su adorado vecino.
Volvió a morir de vergüenza. Al menos no le vería la cara completa.
Buenos días, volvió a decir el vecino. Mycroft había aprendido morse muy pequeño, cuando su abuelo volvió de La Marina y se había dedicado a enseñarle por si Inglaterra entraba en guerra de nuevo. Pero Mycroft no se acordaba de mucho más, así que contestó con otro Buenos días y corrió a buscar el libro de morse de bolsillo a su estantería.
Mientras averiguaba algo interesante que decir, Greg lo observaba delimitando sus formas con el pulgar, al estilo de un pintor renacentista.
Lestrade era un estudiante medio con tendencia a no aprobar. Sin embargo, con determinadas asignaturas que sí eran de su interés no tenía problema en sacarlas con buena nota. Ése era el caso de Educación Física y, aunque fuera de temario, ciencias policíacas. Quería ser policía, limpiar las calles del crimen y ayudar a los ciudadanos de a pie. Por supuesto, el morse como arte de comunicación de camuflaje estaba entre sus quehaceres preferidos.
¿Qué tal? Acertó por fin a decir Mycroft. Greg no tardó en contestar.
¿Ocupado? Su manejo era tan experto que Myc se abrumaba por momentos y, estresado, escribía una conversación medianamente aceptable en una hoja arrugada de la papelera con un bolígrafo que, más que con tinta, funcionaba con vaho. Desastroso.
Sería fácil pensar que nada podía empeorar la situación. Error. Una situación siempre puede empeorar.
La brisa leve que acompañaba desde el alba se tornó feroz. Las hojas de las ventanas de la casa Holmes se abrieron de par en par, acompañadas de los gritos del ama de llaves y un nombre que empezaba por S.
El papel de Mycroft voló fuera de la habitación. Su dueño fue tras ella, quedando con medio cuerpo fuera de la baranda y con una sensación de vértigo que le recorrió todo el cuerpo.
—No te tires, Julieta. Yo te salvaré —rio el vecino que tanto le gustaba. Todo estaba saliendo tan mal que si hubiera llegado una nave espacial, se habría ido en ella de buen grado.
Y el hierro cedió, y Mycroft cedió con él, con todas las consecuencias.
Continuará...
